"Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré". Recordamos que los diez mandamientos del antiguo pacto fueron escritos en tablas de piedra; eran por lo tanto mandamientos externos. Le decían a la persona lo que debía hacer, pero no le proporcionaban las fuerzas para hacerlo; le decían lo que no debía hacer, pero no suplían el poder para evitar hacerlo. Si el pueblo hubiera sido capaz de guardar los mandamientos de Dios, habría producido en ellos vidas santas, pero sus corazones pecadores y débiles les llevaron a fracasar una y otra vez. Pero en el nuevo pacto, Dios se comprometió a escribir su ley en el corazón, lo que significa mucho más que una ayuda para recordar mejor sus mandamientos, sino que implica nada más y nada menos que la implantación dentro de nosotros de una nueva naturaleza a la imagen de Cristo, capaz de cumplir sus justas demandas. Esto se lleva a cabo por medio del nuevo nacimiento por el Espíritu del que el Señor le habló a Nicodemo (Jn 3:5).
"Todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor". Además, cada creyente disfrutará de un conocimiento íntimo de Dios en su experiencia personal. No será algo que tendremos que conseguir por medio de rigurosas disciplinas, sino que el nuevo pacto nos lo ofrece como un regalo a todos los creyentes. Es obra del Espíritu Santo en el corazón de todo el que confía en Cristo (Ga 4:6).
"Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades". Otra de las maravillas del nuevo pacto es el perdón de todos los pecados. El creyente ahora quiere hacer la voluntad de Dios porque su ley está en su mente, pero si fracasa, Dios no le desecha, sino que le garantiza el perdón de todos sus pecados. Por supuesto, el verdadero creyente no interpreta esto como una oportunidad para hacer lo que le venga en gana, sino todo lo contrario, le entristece enormemente ofender a Dios.