Por un lado, no se preocupaban en darle gloria a Dios, sino que la querían para sí mismos. Daban culto a su propio ego y les obsesionaba conseguir popularidad y fama.
Pero por otro lado, tampoco buscaban la aprobación de Dios, sino que sólo deseaban la admiración de los hombres. Para ello hacían grandes alardes de santidad en un intento permanente de conseguir reconocimiento religioso y social.
Cuando practicamos cosas como las ofrendas, la oración o el ayuno, ¿tenemos la necesidad de contárselo a los demás, o sólo Dios conoce estos detalles de nuestra vida espiritual?
¿Damos testimonio del Señor Jesús, o nos callamos porque pensamos que otros nos van a ridiculizar y van a tener una opinión más pobre de nosotros?
Cuando realizamos un servicio para el Señor en la iglesia, ¿buscamos servir a los hermanos y glorificar a Dios o queremos ser vistos y admirados por los demás?
Cuando un pastor atiende una iglesia, ¿qué le preocupa más, las almas o las ofrendas?
Cuando organizamos una reunión evangelística, ¿nuestra publicidad ensalza al predicador o al Señor Jesucristo?