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Estudio bíblico de Amós 7:16-8:6

Amós 7:16-8:6

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por el libro de Amós. En nuestro programa anterior y en relación con el incidente entre el profeta Amós y el sacerdote Amasías - el sacerdote del becerro de oro instalado en la capilla del rey en Betel--- dijimos que aunque Amós era un predicador rural, sin ningún entrenamiento formal o académico, no era ningún principiante. Era capaz de predicar desde cualquier púlpito; cuando la gente le escuchaba sabía que estaba recibiendo la Palabra de Dios. Y pensando en nuestra época, diremos que es importante que la gente de nuestro tiempo sienta, cuando están escuchando la predicación de la Palabra, que Dios le está hablando.

Ahora, con respecto al citado incidente, relatado en los versículos 14 y 15 dijimos que Amós respondió de una manera tan apropiada que resultó evidente que era un hombre moderado. No estaba pronunciando el discurso agresivo de un profeta fanático. Así que respondió: "Bueno, no soy profeta ni hijo de profeta. Cuido ovejas y cultivo higueras. Pero el Señor me llamó y me pidió que comunicara un mensaje de parte suya. Así que estoy aquí porque él me envió". Es evidente que cuando una persona se expresa tan confiadamente es porque se siente respaldado por la autoridad de Dios.

En el plano de la aplicación práctica del ejemplo que nos dejó la actitud de Amós, destacamos que si una persona decide dedicarse al ministerio cristiano deberá estar muy segura de haber recibido un llamado de Dios. Si tiene alguna duda, no debería dar tal paso. Lo importante es responder con certeza y convicción cuando alguien nos pregunte: ¿le llamó Dios a usted? Si siente esa seguridad, entonces no debe permitir que nada se interponga en su camino.

La profecía personal que el profeta Amós tenía para Amasías, resultaría ser una medicina muy fuerte para él. Como aplicación final dijimos que el que expone la Palabra de Dios debe expresarse con el respeto debido a sus oyentes, aunque a veces, al comunicar esa Palabra divina, sus palabras puedan parecer severas, duras. Es cierto que algunos preferirían escuchar solo palabras de amor, de consuelo, de ánimo, sin sentirse aludidos o heridos. En este sentido, un equilibrio controlado por el Espíritu de Dios sería lo más adecuado.

Vamos a comenzar entonces la lectura correspondiente al estudio de hoy, leyendo los versículos 16 y 17:

"Ahora, pues, oye palabra del Señor. Tú dices: No profetices contra Israel ni hables contra la casa de Isaac. Por tanto, así ha dicho el Señor: Tu mujer será ramera en medio de la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada y tu tierra será repartida por suertes; tú morirás en tierra inmunda e Israel será llevado cautivo lejos de su tierra."

El versículo comienza diciendo: Ahora, pues, oye palabra del Señor. Vemos que el profeta Amós comunicó al sacerdote Amasías que tenía un mensaje de Dios para él. Esta era una profecía muy inquietante, una predicción de mucho peso, pero la cuestión es que fue una profecía cierta. Cuando el ejército Asirio descendió sobre los israelitas, prostituyeron a las mujeres del pueblo. Sus hijos e hijas fueron muertos y los supervivientes fueron llevados cautivos. Y este anciano sacerdote del becerro de oro, Amasías, fue conducido al cautiverio por los Asirios. Seguramente podemos decir de Amasías, que en su lecho de muerte habrá pronunciado las mismas palabras de un dirigente religioso, que mencionamos en un programa anterior, y que al morir dijo que ojalá hubiera servido a Dios de la misma forma en que había servido al rey. El citado líder había tratado de tener buenas relaciones políticas con el rey Enrique VIII, y verdaderamente no le había comunicado lo que la Palabra de Dios tenía que decirle.

Ahora, si nosotros no presentamos la Palabra de Dios, como ésta debe ser expuesta, explicada y dirigida a todos los miembros de la sociedad, con el debido respeto y sin hacer distinciones cualitativas entre ellos, estamos faltando a nuestro deber como ciudadanos. Si usted ha sido llamado a ser un servidor de Dios, sentirá el peso de la responsabilidad de comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Si no lo hace así, no estará cumpliendo su misión en la causa de Cristo. Esta podría parecer una afirmación muy tajante pero, tengamos en cuenta que estamos estudiando el ejemplo del profeta Amós, que en el momento histórico en que Dios lo envió a cumplir una misión, pronunció con fidelidad el mensaje que el mismo Dios le había encargado comunicar. Y en este libro del profeta Amós, llegamos al

Amós 8 - Visión de la canasta de fruta de verano

Esta fue la cuarta visión, que ocupó la totalidad de este octavo capítulo. Y es importante que comprendamos el significado de esta visión, porque nos ayudará a asimilar la interpretación de pasajes que vendrán más adelante. Y especialmente, nos aclararán algunas cosas que nuestro Señor Jesús diría durante su ministerio en la tierra. Leamos ahora el versículo 1 de este octavo capítulo:

"Esto me mostró el Señor Dios: un canastillo de fruta de verano."

Hay mucho que decir sobre una canasta de frutas de verano. Vivimos en un país que posee una gran variedad de frutas. Seguramente nos resulta incluso agradable contemplar una canasta que ofrece esa variedad en todo su colorido y aspecto de vitalidad. ¿A quién no le gusta comer la fruta cuando está fresca? Bueno, pues en este pasaje Bíblico, se nos presenta una canasta de fruta que tiene un mensaje específico.

En primer lugar, una canasta de fruta madura representa a una cosecha. Nos dice que el árbol ya no está produciendo fruta. Después de la cosecha, ya no necesitamos ir a comprobar si tiene fruta o no, porque sabemos que, al haber entregado su fruto, sus ramos están desnudas. Ya ha pasado la cosecha. No aparecerá el fruto hasta el próximo año. Así que, aunque la canasta de fruta madura es un manjar delicioso, exquisito y atractivo, también nos habla del final de la cosecha.

Una canasta de fruta también nos habla de un deterioro y una putrefacción rápida. A veces, por diversas circunstancias que provocan la ausencia de los que hayan preparado esa canasta, ésta habrá quedado abandonada, olvidada, sin que nadie se ocupe de distribuir la fruta. Y al cabo de unos pocos días, el aspecto de esa canasta es lamentable, y el olor intenso que despide no solo es sumamente desagradable, sino que también impregna todas las cosas y el ambiente que la rodean. Así que hay un mensaje transmitido en este pasaje por la canasta de fruta. En ella, Dios nos transmitió una ilustración dramática y figurativa. Continuemos leyendo el versículo 2 de este capítulo 8 de la profecía de Amós:

"Y me preguntó: ¿Qué ves, Amós? Y respondí: Un canastillo de fruta de verano. Y me dijo el Señor: Ha venido el fin sobre mi pueblo Israel; no lo toleraré más."

En el capítulo 7 hemos leído acerca de las intervenciones de Dios en el castigo de los israelitas, y vimos que el profeta Amós oró rogando a Dios por la supervivencia del pueblo, supimos que Dios cambió su forma de pensar al respecto y detuvo Su acción de juicio. Pero en el pasaje que hoy estudiamos, la canasta de fruta nos indica figurativamente que la cosecha, con su tiempo de alegría y abundancia, ya había pasado. La situación había llegado a un límite. El juicio vendría sobre aquel pueblo y la cosecha constituía el anuncio simbólico de ese castigo.

Teniendo en cuenta que la cosecha nos habla de un tiempo de juicio, de castigo, y se refiere al final de una época, creemos que algunas de las palabras que el Señor Jesucristo pronunció serán mal entendidas si uno no entiende el significado de la cosecha. En el Evangelio de Mateo, capítulo 9, versículos 37 y 38, el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos: 37Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. 38Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su cosecha». Nuestro Señor estaba hablando del final de una época, cuando el período histórico de la ley estaba llegando a su fin. Cristo iba a morir en la cruz. Y dijo que necesitaba segadores, recolectores, para que salieran y se dirigieran al pueblo de Israel.

Pero después que Él murió en la cruz, contemplamos un panorama diferente. Para este período histórico o época de la gracia de Dios, el Señor presentó Su parábola del sembrador. Y el sembrador salió a sembrar la semilla. Así que el mensaje determinado para esta época en la que vivimos es el siguiente: Id por todo el mundo y predicad el evangelio. Esta fue una invitación para salir por el mundo para sembrar la semilla. Este es, entonces, un tiempo para sembrar la Palabra de Dios. La responsabilidad y la tarea suya y mía, estimado oyente, consisten simplemente en sembrar la semilla. Ahora, el que se conviertan las personas es un asunto del Señor. Nosotros creemos que el Espíritu de Dios tomará la Palabra de Dios y convertirá a una persona en una hija de Dios. Nosotros somos sencillamente sembradores de la semilla. No somos recolectores o segadores. Tengamos en cuenta que la cosecha nos habla del juicio, del castigo, y señala el final de una época. Nuestra responsabilidad hoy es estar ocupados en la siembra de la semilla. Quisiéramos que este mensaje llegara con claridad a todos los que nos escuchan, y que motivara a los creyentes para llevar a cabo la tarea de sembrar la semilla de la Palabra de Dios. Continuemos con nuestra lectura y leamos el versículo 3 de este octavo capítulo de la profecía de Amós:

"Y los cantores del Templo gemirán en aquel día, dice el Señor Dios. Muchos serán los cuerpos muertos, y en silencio serán arrojados en cualquier lugar."

Es decir, que el lugar de alabanza a Dios se convertiría en un lugar de lamentos. El lugar de expresar la alegría ante Dios se transformaría en un lugar para llorar. El espectáculo sería trágico, pues se verían muertos por todas partes. Esta fue una profecía aterradora. Y dice el versículo 4 de este octavo capítulo de Amós:

"Oíd esto, los que explotáis a los necesitados y arruináis a los pobres de la tierra"

Aquí el profeta estaba hablando nuevamente sobre la explotación de las personas menos favorecidas. Aunque ya hemos comentado este tema anteriormente, creemos que es importante destacar y ser conscientes de la forma de pensar de Dios con respecto a los pobres de esta tierra. Todos, directa o indirectamente, hemos tenido contacto con la problemática de conseguir un puesto de trabajo y de depender de familiares en tiempos en que resultaba imposible lograr un trabajo, aunque éste fuera precario. Hemos conocido la tensión de afrontar los gastos mensuales, y la presión de llegar a fin de mes con una cantidad de dinero limitada. Y pensamos en las preocupaciones de las familias con hijos en edad de desarrollo y estudio, con los gastos escolares, con la estabilidad o inestabilidad de los puestos de trabajo conseguidos, con los gastos básicos de supervivencia, como alimentación y vivienda. Conocemos el peso de las deudas ineludibles. Es evidente que una gran parte de la población, aunque no haya traspasado el umbral de la pobreza, vive hoy con estas tensiones y presiones que tantas consecuencias tienen, tanto para el equilibrio emocional personal como para la convivencia familiar y la educación de los hijos. Ahora bien, los que han cruzado el umbral de la pobreza y no pueden conseguir un trabajo digno, se encuentran en un callejón sin salida aparente, en un círculo vicioso de endeudamiento, y a veces se enfrentan a la tentación de lanzarse a sobrevivir por cualquier medio y a través de cualquier actividad, aunque ésta sea ilícita o éticamente inmoral. En esta área, las organizaciones e iglesias cristianas están desarrollando una labor humanitaria muy necesaria e importante y que, en muchas ocasiones desborda todas sus posibilidades y previsiones, al dirigirse especialmente a inmigrantes y a personas que carecen de una familia que los apoye, o son descuidados, o abandonados por sus familiares.

En los días del profeta Amós, Dios acusó a los israelitas de oprimir o de contribuir, por acción u omisión, a la ruina de los necesitados de esa tierra, los menos favorecidos de aquella sociedad eran arrojados a un nivel tal de pobreza que nunca podían librarse de esa condición. En este sentido, los pobres siempre han sufrido estos problemas con mayor agudeza en países en los que en las esferas del ejercicio del poder no existen valores espirituales o una sensibilidad ante este grave problema. Ahora, leamos el versículo 5 de este capítulo 8 de Amós (junto con el versículo anterior, el 4, para mantener la continuidad del relato):

"Oíd esto, los que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el grano, y el día de reposo para abrir el mercado de trigo, achicar la medida, aumentar el precio y engañar con balanzas falsas?"

Si usted hubiera estado entre la gente de aquella época, especialmente en la ciudad de Jerusalén y concretamente en el templo, se habría preguntado sobre qué estaba hablando el Señor en este pasaje. Habría visto a las personas que acudían al templo cumpliendo los rituales que Dios había prescrito. Pero, más allá de todo punto de vista humano, Dios sabía lo que realmente había en los corazones de aquellos practicantes de la religión. Ahora, aclaremos algunos términos religiosos que aparecen en este versículo 6: la nueva luna y el día del reposo o sábado, estaban considerados como días santos en los cuales no se tramitaban negocios. Dios estaba diciendo que incluso cuando los ricos acudían al templo para alabar a Dios, eran tan avaros y codiciosos aun en aquellos momentos de supuesto recogimiento espiritual estaban pensando en los negocios que llevarían a cabo al día siguiente, y en la manera en que podrían obtener más dinero engañando a sus clientes. Aquellas personas de abundantes recursos económicos no solo pecaban durante los días de la semana, sino que aun llevaban esa actitud y pensamientos al templo. ¡Qué imagen nos dejan estas palabras de los israelitas de aquella época, y de muchos que actúan de esta forma en la actualidad! Continuemos leyendo acerca de las divagaciones de aquellas personas en el templo, leyendo, finalmente por hoy, el versículo 6 de este octavo capítulo:

"Compraremos a los pobres por dinero y a los necesitados por un par de sandalias, y venderemos los desechos del trigo."

En este versículo destacamos la frase compraremos a los pobres por dinero. Los más necesitados incluso tenían que venderse a sí mismos como esclavos. Esta actividad estaba permitida por el sistema de la ley de Moisés. Los pobres podían ser comprados por un par de sandalias - y observemos el precio barato que tenían en el mercado de aquel tiempo. Y la clase dominante vendía a los pobres los desechos del trigo. Ello quiere decir que los necesitados obtenían los alimentos de segunda clase, los que un comprador honesto tiraba a la basura.

Afortunadamente, en la actualidad los alimentos que sobran a instituciones o personas y son donados para la obra social, se encuentran generalmente en buenas condiciones. Y ésta debería ser una regla, porque nunca deberían entregarse a los más necesitados alimentos que no se encuentren en buena condición, ni ropas inadecuadas o defectuosas. ¿No es cierto que los que en aquella época actuaban en los términos descritos en este pasaje, ofendían a la dignidad humana? Como un ejemplo digno de imitar, recordemos que en el segundo libro de Samuel, capítulo 24, versículo 24, el rey David respondió a alguien que le quería regalar una era para que el rey edificara un altar al Señor: No; la compraré por su precio; porque no ofreceré al Señor, mi Dios, holocaustos que no me cuesten nada.

Creemos que no fue un accidente que el Señor Jesús, cuando estaba aquí en la tierra, se sentara para observar la forma en que las personas que acudían al templo entregaban sus ofrendas. ¿Era esa observación un asunto de su incumbencia? Por supuesto que lo era. Pero, de cara a una aplicación a la actualidad, es bueno aclarar que El está interesado en la ofrenda entregada y en las motivaciones que la determinaron, así como en la cantidad que el que realiza la ofrenda guarda para sí mismo.

Estimado oyente, suponemos que usted es consciente de que nos identificamos con la forma de hablar del profeta Amós, porque transmitió el mensaje de Dios para su tiempo en el lenguaje nuestro, en el lenguaje de la vida diaria, y describió las realidades de esa vida en términos sencillos, directos y comprensibles.

Y hoy hemos visto que el profeta explicó por qué el pueblo de Israel de aquella época anterior al cautiverio bajo los Asirios era como una canasta de fruta de verano. La bondad y buenas acciones de los israelitas eran precisamente tan perecederas, y tan fácilmente deteriorables como la fruta madura. Y una de las evidencias de esta similitud era la forma en que trataban a los más necesitados de la sociedad.

Bien, estimado oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Esperamos contar con su cordial compañía en nuestro próximo encuentro y, por ello, le sugerimos que lea el resto de los versículos de este capítulo 8 de la profecía de Amós, capítulo que finalizaremos en nuestro próximo estudio, para que esté más familiarizado con esta parte del mensaje del profeta Amós y podamos compartir juntos las aplicaciones de esta profecía a nuestra situación.

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