Estudio bíblico de Lucas 15:3-32
Lucas 15:3-32
En la introducción a este capítulo dijimos que la respuesta de Jesús a los Fariseos era una gran parábola, habitualmente identificada como 3 parábolas; la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo pródigo, que son como 3 partes de una parábola extensa, como 3 fotografías en un mismo marco, o como un tríptico.
Vamos a leer los versículos 3 al 7, que exponen la
Parábola de la oveja perdida
"Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento."
Esta es la primera figura del tríptico. El pastor de esta parábola es el gran Pastor, Jesucristo. Nosotros somos las ovejas. El tenía 100 ovejas y una de ellas se perdió. Francamente, comenzar con 100 ovejas y terminar con 99, era un porcentaje bastante bueno. Sin embargo, este Pastor no se conformaba con solo 99 ovejas. Cuando una de ellas se perdió, salió a buscarla. Cuando la encontró, la puso sobre Sus hombros, que era el lugar y símbolo de la fuerza. Él era y es capaz de salvar para siempre. El sumo sacerdote de los israelitas usaba un efod, que era un ornamento que llevaba sobre su túnica. En las hombreras del efod iban adheridas 2 piedras de cornalina. En cada una de ellas estaban grabados los nombres de las 12 tribus de Israel, 6 nombres en cada una. De esa manera, el sumo sacerdote llevaba simbólicamente a los israelitas sobre sus hombros. Así también, nuestro Gran Sumo Sacerdote nos lleva sobre Sus hombros, y no nos perderemos. Cuando el pastor comenzó con 100 ovejas, llegará al final con esas 100 ovejas. Esta parábola es una figura del Señor Jesucristo que busca a aquellos que le pertenecen.
Leamos ahora los versículos 8 al 10, que explican la
Parábola de la moneda perdida
"¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente."
Esta es la segunda figura del tríptico. La moneda era una dracma, moneda griega de plata, que solo se menciona aquí en el Nuevo Testamento y que equivalía aproximadamente a la paga de un día. Esta moneda era probablemente parte de una hilera de monedas que formaban una cabecera, que indicaba que la mujer estaba casada. Perder una parte de esa cabecera era como perder una piedra de un anillo de bodas. La mujer ilustra la obra del Espíritu Santo cuyo ministerio es asegurarse de que cada uno de los que pertenecen al novio (o sea, a Jesucristo), estará presente en la boda. Cada moneda estará en su lugar. Cada una de ellas es valiosa para El.
Llegamos ahora al párrafo que expone
La parábola del hijo pródigo
Como he mencionado anteriormente, Lucas era un médico, un historiador y un artista. Él es el que registró algunas parábolas pronunciadas por el Señor que no se encuentran en los otros Evangelios. Leamos el versículo 11:
"También dijo: Un hombre tenía dos hijos"
El artista comenzó a pintar el último plano en el lienzo. Yo veo a éste como un hermoso hogar, porque representaría a la casa del Padre, el Padre celestial. Un hogar que tiene todas las comodidades y que ofrece todas las satisfacciones y todo el amor que jamás haya existido en un hogar. El "hombre" aquí mencionado es Dios el Padre. Y este Padre tenía 2 hijos. Tenía más hijos, pero es que estos son representativos de los demás. Uno de estos muchachos fue llamado el mayor y el otro, el menor. Así que ya tenemos a los protagonistas principales de este maravilloso hogar: el Padre y Sus dos hijos.
Observemos ahora que el Señor añadió para nosotros más detalles a esta imagen. Leamos los versículos 12 y 13:
"y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo desenfrenadamente."
Y así sucedió, que en este hogar feliz donde había de todo lo que en este mundo podría desear el corazón de un hombre, amor, alegría, compañerismo, comodidades, el hijo menor hizo algo extraño. Quizás dijo: "Estoy cansado de la disciplina. Ya no me gusta estar aquí. Me gustaría desplegar mis alas. He mirado estos pastos, y los pastos de otros campos me parecen mucho más verdes". Yo no sé por qué, pero esto es cierto. Pero para ti y para mí, los pastos del otro campo siempre parecen más verdes. Desde su hogar, aquel muchacho miró hacia el exterior y dijo: "Si solamente pudiera salir fuera, irme lejos, solo, sería maravilloso". Ya no le agradaba quedarse en casa, quizás riñó con su padre y perdió la relación de compañerismo que tenía con él. Su padre le entregó la parte que le correspondía y el joven salió con sus bolsillos llenos de dinero, dinero por el cual no había trabajado, riquezas que él no había conseguido por sí mismo. Todo lo que había recibido, le había sido facilitado por su padre. No lo había obtenido por su capacidad, por ser más inteligente o por haber trabajado duramente. El dinero que se llevaba se debía a que tenía un padre muy generoso. Y así fue que el muchacho se marchó a un país lejano.
Ahora la escena cambia y tenemos que colocar otra imagen, que se encuentra en un país distante. Este joven supo lo que la gente entiende por "pasarlo bien". Teniendo dinero, recorrió todos los lugares de diversión y tuvo amigos dispuestos a acompañarle en todo momento. Por un tiempo, vivió a tope todos los placeres del pecado. El Señor no nos dio detalles de lo que hizo, pero podemos imaginarlos. Y así fue su vida mientras le duró el dinero. Sin embargo, un día se dio cuenta de que el capital se había consumido. Leamos el versículo 14:
"Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad."
No solo se encontró él en una mala situación financiera sino que el país estaba atravesando una gran crisis económica. Y en el país donde el pensó que los pastos eran más verdes, vio como éstos se secaban. La gente sufría de hambre y él no supo qué hacer. Lo cierto es que no se atrevió a regresar a su casa. No debía haber tenido temor de volver, pero lo tuvo. Y este muchacho ya no podía caer más bajo. En su desesperación y en un principio no se habrá imaginado que llegaría hacer lo que ningún judío habría hecho a menos que tocase fondo. Empezó a buscar trabajo e intentó recurrir a aquellos amigos que parecían dispuestos a prestarle ayuda en los momentos difíciles. Aquellos que él había invitado a banquetes, corriendo con todos los gastos de las diversiones compartidas. Les manifestó que lo estaba pasando muy mal y les pidió si le podían sacar del apuro o conseguirle un trabajo. Y después de recorrer toda su lista de amigos, fue encontrando todas las puertas cerradas y el rechazo de todos, llegando a la conclusión de que no tenía amigos verdaderos en ese país lejano.
Continuemos leyendo los versículos 15 y 16:
"Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba."
Imagino que algún día terminó vagando por las afueras de la ciudad y vio a un hombre criando cerdos en un lugar fácilmente identificable por el olor nauseabundo que despedía. Y le pidió trabajo. Supongo que el hombre le habrá respondido. "Esta bien, pero yo no puedo pagarle. Ud. ya sabe las dificultades que estamos pasando. Pero, si Ud. puede con los cerdos, al menos podría comer aquí". Cuando el Señor dijo que el joven deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba, los israelitas que le escuchaban, tanto Fariseos como recaudadores que aquel día estaban escuchando esta parábola, no habrán podido evitar una mueca de repugnancia, porque un hebreo no podía caer más bajo que eso. Porque, para empezar, como judío no podía tener nada que ver con los cerdos, de cuyo contacto quedaba excluido por la ley de Moisés. Pero rebajarse a estar viviendo con ellos, era horrible e inconcebible. Esta es la figura que pintamos ahora, ya en colores muy oscuros. Realmente, había tocado fondo.
Alguien diría inmediatamente. "Este es un pecador que se va a salvar". Pero esta no es la imagen que refleja esta historia. Este no era un pecador que necesitaba la salvación. Cuando este joven estaba en su hogar viviendo con su padre y disfrutando de aquella relación familiar de compañerismo, era un hijo en la casa y no había ninguna duda de ello. Cuando se fue al país lejano y estuvo allí despilfarrando su dinero, era aún el hijo. Esa realidad nunca se cuestionó. Y cuando cayó tan bajo que llegó a tocar fondo y estuvo viviendo entre los cerdos, era el mismo hijo, aunque si tú o yo hubiéramos estado a cierta distancia mirando al grupo de cerdos, no lo hubiéramos podido diferenciar de uno de ellos. En esta historia que el Señor contó nunca hubo dudas acerca de si este joven era o no el hijo extraviado de la casa de su padre. Fue el hijo, durante toda aquella aventura.
Alguien podría decir: "éste no es el Evangelio". Si, éste también es el Evangelio. Y yo mantengo ese punto de vista, hace muchos años estuve varios días escuchando a un predicador. Una noche expuso esta parábola del hijo pródigo, y ese fue el día en que yo mismo pasé adelante y recibí a Cristo como Salvador. ¿Cómo voy a pensar que el Evangelio no está presentado aquí?
Sin embargo, debemos entender cual es el énfasis principal de la historia. La parábola no explica cómo un pecador se salva, pero revela el corazón de un Padre que, no sólo salvará a un pecador, sino que también recogerá en su hogar a un hijo que pecó.
Después de la imagen oscura de esta historia, es hora de que veamos algunos colores brillantes que el Señor incluyó en esta historia. Primero hemos visto el plano oscuro. Pero ahora, sobre ese fondo oscuro del pecado del joven, allí en la pocilga, fuera de toda relación con su padre, el Señor comenzó a pintar los planos coloridos y brillantes. Leamos el versículo 17:
"Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!"
Observemos la frase "volvió en sí". El pecado produce un efecto terrible en nosotros. Nos hace ver el mundo desde un punto de vista falso. Nos hace vernos a nosotros mismos bajo una luz errónea. Nos hace ver los placeres de este mundo en una perspectiva equivocada y cuando estamos bajo la influencia del pecado no vemos correctamente. Cuando este muchacho estaba en su hogar, miraba hacia fuera, en dirección al país lejano, todo le parecía muy bueno, pues los pastos eran tan verdes y las diversiones tan atractivas. Pero al fin, volvió en sí. Y lo primero que hizo fue razonar. Comenzó a usar su inteligencia. Habrá dicho algo así: "yo soy un hijo de mi padre, y aquí me encuentro en un país lejano, viviendo en una pocilga con los cerdos. Y en casa de mi padre, los trabajadores viven mejor que yo, que soy el hijo". Cuando comenzó a pensar de esa manera, todo pareció cobrar sentido y empezó a actuar como un ser inteligente. Leamos los versículos 18 y 19:
"Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros."
Aquí llegamos a una imagen brillante, que era la de un hogar maravilloso, la casa de su padre. El Señor les diría un día a Sus discípulos que en la casa de Su Padre había muchos lugares donde vivir. Y ahora imagino que veo la casa, en el fondo del la imagen. Y veo a un padre mirando por la ventana hacia fuera. Desde que su hijo se fue, había estado allí, en su puesto de observación, en la ventana. ¿Y sabes por qué había estado allí cada día? Porque el sabía que un día vería a su hijo recorrer penosamente el camino, regresando al hogar.
Alguien podría preguntar, "¿cree Ud. que, una vez salvo, uno será siempre salvo? Respondo que sí. Y otro preguntaría, "¿cree Ud. que un cristiano puede caer en el pecado?". Respondo también afirmativamente. Y una última pregunta. "¿Puede un cristiano permanecer en el pecado?". Y respondo que no. Porque en la casa del Padre, Él está vigilando, sabiendo que sus hijos regresarán al hogar. Sabe que ellos no resistirán mucho tiempo en la pocilga, porque no tienen la naturaleza de un cerdo. Tienen la naturaleza de hijos. Tienen la naturaleza divina, y no serán felices en ningún lugar, excepto en la casa del Padre, que es el lugar donde está su corazón y sus afectos. Y cada un de ellos que pueda haberse ido a un país lejano, y haya ido a parar a una pocilga, no importa cuán sucio y maloliente esté, si era realmente un hijo, algún día dirá, "Me levantaré e iré a mi padre". Hasta ahora, después de unos miles de años de historia registrada, nunca un cerdo ha sentido deseos de salir de la pocilga, que es su medio natural y donde se encuentra cómodo: porque está en su casa.
Y el relato nos indica que el hijo inició el viaje de regreso. Leamos el versículo 20:
"Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó."
Quizás alguien pensó que yo estaba exagerando cuando dije que el padre había estado mirando por la ventana todos los días. Pero vemos que efectivamente fue así. Según la ley de Moisés un padre tenía derecho a traer a un hijo desobediente ante los ancianos, quienes le aplicarían el más severo de los castigos. Y si no, el padre tenía otras formas de castigarle, de humillarle y expulsarle. Pero el padre hizo algo sorprendente. Para los oyentes del Señor en esta parábola, ya habría causado una fuerte impresión imaginarse al hijo revolcándose entre los cerdos. Pero ahora la sorpresa habrá hecho que todos parpadeasen asombrados. Porque ahora veían una imagen totalmente inesperada e increíble. ¿Cómo era posible que el padre le recibiese de esa manera y se dispusiese a introducirle en la casa, sin hacer algo, sin castigarle? ¿Y con ese aspecto? La ropa hecha jirones y con el olor de la pocilga. Pero acabamos de leer como le abrazó y le besó. Dice el versículo 21:
"El hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo."
¡Cuantas veces en el largo camino de regreso habrá repetido esa frase! Y ahora, el padre le interrumpió y no le dejó seguir. Dicen los versículos 22 al 24:
"Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido y vestidle; y poned un anillo en su dedo y calzado en sus pies. Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado. Y comenzaron a regocijarse."
Si tú eres un hijo de Dios, no puedes pecar y eludir las consecuencias. El hijo pródigo no podía celebrar una fiesta de verdad, como esta, en el país lejano. Las fiestas que había celebrado a su manera terminaron conduciéndole a una pocilga. No pudo disfrutar de aquella vida y ya vimos que llegó el día en que resolvió regresar. Y al llegar confesó su pecado. Recordemos que 1 Juan 1:9, dice lo siguiente: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Esa es la manera en que un hijo que ha pecado recupera su relación de compañerismo y comunión con su padre y su lugar en la casa. En efecto, el único camino de retorno pasa por la confesión.
¿Has observado que todo lo que el padre iba a hacer por su hijo? Dijo: "traed el mejor vestido" Era ropa nueva que se pondría después de lavarse. Acabamos de leer en 1 Juan acerca de la confesión, el perdón y la limpieza. Es que el Señor nos limpia. Aquel que un día tomó la toalla y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, es el que limpiará a uno de Sus hijos que regresa a Su presencia. El que había estado en el país lejano, ciertamente necesitaba limpieza. El vestido nuevo representa a la justicia de Cristo que como un manto cubre al creyente, después de que éste ha sido limpiado. Y el anillo era la insignia de un hijo adulto con todos los derechos que le correspondían. Había sido restaurado a su posición original. No se le había arrebatado nada. Había recuperado su lugar en la casa del padre.
Ahora mismo, Cristo está a la derecha de Dios. En su cintura está aún su toalla del servicio para uno de los suyos que ha ensuciado sus pies o sus manos en un país lejano. Hemos leído que si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Él es justo, y que nos perdonará los pecados, y nos limpiará de toda maldad. Pero tenemos que venir a Él como vino el hijo pródigo, diciendo "Padre, he pecado y ya no merezco llamarme tu hijo. Trátame como a uno de tus trabajadores". Y el Padre responderá: "Nunca serás uno de mis trabajadores. Tú eres mi hijo. Te limpiaré y te perdonaré. Te restauraré al lugar del compañerismo, a la comunión y a una vida útil". Es que un hijo, es un hijo para siempre.
Pero en esta historia había otro hijo pródigo. Leamos los versículos 25 al 28:
"El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro cebado por haberlo recibido bueno y sano. Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara."
Este muchacho quejoso parecía el verdadero hijo pródigo. Se enfadó cuando oyó que su hermano había regresado y se había organizado una fiesta en su honor. Se negó a asistir a la celebración y tuvo que salir su padre para rogarle que asistiera al banquete. Finalmente, leamos los versículos 29 al 32:
"Pero él, respondiendo, dijo al padre: Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con prostitutas, has hecho matar para él el becerro cebado. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado."
Hay muchos cristianos que están viviendo en un país lejano como el de esta parábola. Han sido bendecidos con todas las bendiciones espirituales, pero están viviendo en la pobreza, porque no han tomado posesión de esas bendiciones. Dios dice: "Son todas vuestras; todo lo que yo tengo os pertenece, tomadlo" Nuestro Padre celestial es rico en bendiciones espirituales que nos pertenecen a nosotros. Pero Él no nos las va a imponer. Nosotros tenemos que extender nuestras manos y tomarlas. La historia terminó con el hermano mayor, que no disfrutaba de una relación de compañerismo con su padre. Sin embargo, el Padre, dejó bien abierta la puerta de la comunión.
Alguien dijo que había un tercer hijo en la parábola del hijo pródigo. Hemos visto al hijo más joven, que quebrantó el corazón de su padre, y al hijo mayor que no tenía con él una relación de comunión. El tercer Hijo era el que pronunció la parábola, Jesucristo, el Hijo de Dios. El es el hijo ideal, sin pecado. El vino a un país lejano, no para evadirse sino para cumplir la voluntad de Su Padre. No tuvo una vida de desenfreno sino de servicio, sacrificio y muerte. No era un hijo pródigo, sino el príncipe de Paz, que derramó Su sangre por los pecados del mundo. No fue un hijo obstinado sino dispuesto voluntariamente para el sacrificio. Y dijo, en Juan 1:12: Mas a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
Si tú eres el hijo que se fue al país distante, puedes regresar al Padre confesándole tus pecados. O quizás seas como el hermano mayor, que estaba fuera de una relación íntima con su padre. No tenía amor ni interés por su hermano. Pensó que estaba sirviendo a Dios, porque no había quebrantado las normas, como su hermano. Pero nunca había disfrutado de una fiesta con sus amigos. El Padre le había dicho: "Todas mis cosas son tuyas". ¡Qué maravilloso en tener un padre así!
Amigo oyente, si nunca has confiado en Jesucristo como tu Salvador, no estás en la casa del Padre. Solo puedes convertirte en un hijo colocando tu fe y confianza en Jesucristo, quien murió por ti. Si aceptas a Cristo y vienes a Él, Dios será verdaderamente tu Padre y nunca te tirará por la borda, como popularmente se dice. Si en alguna ocasión le dejas, y un día regresas, te estará esperando para rodearte con Sus brazos. ¿No crees que vale la pena tener un Padre así?
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