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Estudio bíblico: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti - Juan 17:3-5

Autor: Luis de Miguel
España
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"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti" (Juan 17:3-5)

(Jn 17:3-5) "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese."

¿Qué es la vida eterna? ¿En qué consiste?

Ya hemos comentado que la vida eterna no es simplemente una vida que se prolonga indefinidamente, sino que se trata de una vida bajo nuevas condiciones, y a la que entramos en el momento en que depositamos nuestra fe en Cristo. Aun así, en este momento presente es imposible comprender en qué consiste de una forma plena. Sería algo parecido a lo que una oruga podría entender de su futura vida de mariposa, o lo que un pollito en el huevo entendería de su vida como pájaro.
No hay duda de que la expresión "vida eterna" es presentada en el evangelio de Juan como sinónimo de "salvación". Ahora bien, ¿qué nos dice este versículo en cuanto a esta salvación?
Veamos la afirmación que hizo el Señor Jesucristo: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado".
Esto puede interpretarse de dos formas posibles: que la vida eterna consiste en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, o que el conocimiento de Dios y de Cristo nos conduce a la vida eterna. Y como vamos a ver, ambas posibilidades son correctas.
En todo caso, queda claro que conocer a Dios y a Cristo de una forma adecuada es imprescindible para disfrutar de la vida eterna. Pero ¿cómo debe ser este conocimiento?
Tiene que ser un conocimiento personal. Por ejemplo, podemos estudiar física y estar familiarizados con ciertas fórmulas de Einstein. En ese caso, no necesitaremos saber nada acerca de este físico, ni tampoco tener una relación personal con él para conocer en profundidad ciertos principios de la física que él enunció. Pero cuando hablamos del conocimiento de Dios, no podemos pensar como si se tratara de una asignatura académica, sino que lo más importante es conocer a Dios de manera personal e íntima. No se trata de saber muchas cosas acerca de él, o recordar las cosas que ha dicho, sino de disfrutar una relación viva con él. Porque no es lo mismo saber muchas cosas acerca de una persona que conocer a esa persona.
Pero al mismo tiempo, una relación personal auténtica debe estar fundamentada en un conocimiento correcto de quién es Dios, un conocimiento que sólo podremos tener si él previamente decide revelarse a sí mismo.
Pongamos otro ejemplo. Todos sabemos que hay una enorme diferencia entre conocer una cosa y conocer a una persona. Por ejemplo, podemos obtener muchos datos acerca de un átomo si lo colocamos en un ciclotrón y lo bombardeamos con partículas con gran carga eléctrica. Pero cuando se trata de una persona, no podremos saber cómo es realmente haciendo un escáner de su cerebro o examinando su sangre. No, para llegar a conocer a una persona es necesario que ella primero nos abra su corazón, decida comunicarse con nosotros y nos revele sus pensamientos. Y del mismo modo, para que los seres humanos pudieran llegar a conocer a Dios de una manera personal y directa, Dios tuvo que tomar la iniciativa de comunicarse personalmente con ellos, y él lo ha hecho de una manera maravillosamente clara a través de su Hijo Jesucristo.
Concluimos entonces que este conocimiento del que habla aquí tiene que ver con un encuentro personal con Dios que sólo puede tener lugar una vez que llegamos a saber cómo es él por medio de la revelación que recibimos en las Escrituras, y especialmente por su Hijo Jesucristo. Y es en el momento en que nos damos cuenta de su absoluta perfección y santidad cuando también apreciamos nuestra propia pecaminosidad. A partir de aquí, la única forma de llegar a tener una relación personal adecuada con él debe pasar necesariamente por el arrepentimiento y la fe. Esto nos convierte en adoradores de Dios, nos sometemos a su ley y buscamos hacer su voluntad. Se trata, por lo tanto, de conocerlo correctamente como Dios.
Podemos entender esta misma verdad por un contraste que encontramos en este mismo evangelio. En (Jn 3:19) el evangelista utiliza una frase similar pero en sentido inverso a la que tenemos aquí: "Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas". Aquí apreciamos que la razón por la que las personas se condenan tiene que ver con el hecho de que no quieren seguir a Dios y obedecerle como Dios. Por lo tanto, deducimos que disfrutar de la vida eterna implicará reconocer a Dios y obedecerle como tal.
En cuanto a este conocimiento personal de Dios, el profeta Jeremías anunció que sería una de las grandes bendiciones del nuevo pacto prometido por Dios:
(Jer 31:33-34) "Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado."
Finalmente, no hay duda de que conocer a Dios de este modo es la máxima aspiración que el ser humano puede tener. Como bien expresó el profeta Jeremías:
(Jer 9:23-24) "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová."
Por esa misma razón el apóstol Pablo dijo que consideraba todo lo que era y tenía como una pérdida en comparación con la grandeza del conocimiento de Cristo:
(Fil 3:8) "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo"

"El único Dios verdadero"

Añade a continuación que sólo hay un Dios verdadero, y que sólo por el conocimiento de ese Dios verdadero los hombres pueden llegar a tener la vida eterna. Esto excluye de la vida eterna a todos aquellos que creen en dioses falsos.
En cuanto a la existencia de un "único Dios verdadero", el Antiguo Testamento lo afirmó en reiteradas ocasiones, siendo una de las señas de identidad de la revelación divina a su pueblo Israel cuando se encontraba en medio de pueblos que adoraban sin excepción a una pluralidad de dioses diferentes: (Dt 4:35,39) (Dt 6:4) (Is 44:6,8) (Is 45:6-7,14,18,21,22) (Jn 5:44) (1 Ti 1:17) (Jud 1:25).
No hay duda del propósito de esta afirmación en este contexto, pero aquellos que no creen en la divinidad de Cristo, usan este pasaje para intentar justificar que él no puede ser Dios porque sólo hay uno. En ese caso debemos hacer algunas aclaraciones:
Aquí no se pretende analizar la esencia o la personalidad del único Dios verdadero, sino contrastarlo con los dioses falsos.
Para llegar a la conclusión de que el Hijo no es Dios deberíamos negar muchos otros pasajes en este mismo evangelio que afirman lo contrario. Por ejemplo, el evangelista comienza afirmando este hecho: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1:1-3).
También en su primera epístola, el mismo evangelista Juan afirma que Cristo es "el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Jn 5:20).
El Hijo y el Espíritu Santo no están excluidos de la Deidad porque son de la misma esencia que el Padre. El Señor Jesucristo lo afirmó: "Yo y el Padre uno somos" (Jn 10:30); "el Padre está en mí, y yo en el Padre" (Jn 10:38). No hay una diferencia de esencia, sino de personalidad.
El hecho de que la vida eterna consista en conocer, no sólo a Dios, sino también a Jesucristo, prueba en gran medida la divinidad de Cristo. Si Cristo no fuera Dios, sería una blasfemia decir que los hombres no pueden tener la vida eterna si no le conocen y tienen una relación correcta con él. Además, si Cristo no es Dios, quiere decir que es una criatura creada, y en ese caso, ¿hará Dios depender toda la salvación eterna de los hombres de un ser creado? Si así fuera, no habría esperanza para la raza humana.

"Y a Jesucristo, a quien has enviado"

Como decíamos, es interesante considerar el hecho de que es necesario conocer también a Jesucristo para tener la vida eterna. A parte de él no hay vida eterna para el hombre.
La razón de esta afirmación se debe a dos hechos fundamentales: el primero, que Cristo nos ha revelado al Padre como nadie más lo ha podido hacer: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Jn 1:18). Y en segundo lugar, porque sólo a través de la obra salvadora del Hijo en la cruz los hombres pueden llegar a recibir la vida eterna. Por todo esto, el Señor afirmó: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn 14:6).
También es interesante notar que este es el único lugar en el Nuevo Testamento donde nuestro Señor se llamó a sí mismo "Jesucristo". Al hacerlo, afirmó que él, Jesús, era el "Cristo", es decir, el único Mesías verdadero. Así que, del mismo modo que hay un solo Dios verdadero, también hay un solo Mesías verdadero. Y es necesario creer en este hecho si queremos disfrutar de la vida eterna. Recordemos lo que Juan escribió en su primera carta: "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios" (1 Jn 5:1).

"Yo te he glorificado en la tierra"

Como ya hemos considerado en otras ocasiones, glorificar a Dios implica exhibir sus cualidades y atributos. Y esto es lo que Jesús había hecho en este mundo durante toda su vida. A través de su forma de vida, sus enseñanzas y milagros, había mostrado el carácter infinitamente digno de alabanza de Dios. Había revelado con una claridad nunca antes conocida cómo era el Padre.
Pero aunque durante toda su vida había manifestado la gloria de Dios a los hombres, aún lo haría de una forma todavía más grande por medio de su muerte en la cruz. Es cierto que ésta todavía no se había consumado, pero esto no supone ninguna dificultad para comprender este versículo, porque Jesús ora esperando la muerte, es más, en su mente y voluntad habla de ella como si ya se hubiera cumplido.
La pregunta, por lo tanto, es ¿cómo revela la obra de la cruz los grandes atributos de Dios? Sin lugar a dudas, éste será un tema en el que meditaremos durante toda la eternidad y por el que alabaremos incansablemente a Dios. Ahora podemos ver ya que la cruz nos acerca a Dios y nos permite conocerle personalmente. Allí vemos la fidelidad de Dios cumpliendo todas sus promesas de salvación eterna; vemos su poder al llevar a cabo su programa divino sin que el hombre pudiera alterarlo en ninguna manera; vemos la sabiduría divina al idear un plan donde la misericordia y la justicia se encontraron en armonía; vemos su justicia al no dar por inocente al culpable y castigar todo pecado; vemos su santidad al exigir que todas las demandas de su ley quedasen plenamente satisfechas; vemos el amor de Dios al proveer como sustituto que ocupase el lugar del pecador a su propio Hijo; vemos la gracia de Dios al ofrecer perdón gratuito a todos los pecadores...
Por todo esto el Señor enfrentaba la cruz sin ningún sentimiento de fracaso, sino con una plena convicción de victoria. La misión del Hijo de glorificar a Dios en este mundo hostil se había llevado a cabo plenamente. A partir de ese momento todas las calumnias que Satanás había introducido acerca de Dios en el corazón humano serían puestas al descubierto como malvadas mentiras, y todos los atributos de Dios resplandecerían invitando a los hombres pecadores a acercarse a él. Esta fue la principal misión del Hijo entre los hombres: glorificar a Dios entre ellos de tal manera que se produjera un cambio significativo en la forma en que miraban a Dios. Sólo de esta forma podría conseguir que aquellos que aborrecían a Dios comenzasen a amarle; que los que eran indiferentes ante él llegasen a entregarse apasionadamente a él y le adorasen como el maravilloso y glorioso Dios que es en realidad.

"He acabado la obra que me diste que hiciese"

Cristo glorificó a su Padre al completar la obra que le fue encomendada. Y sin lugar a dudas, esta es la forma de glorificación que más aprecia Dios. No son nuestros cultos más o menos elaborados, con más o menos fervor, sino cumplir con la obra que Dios nos ha dado para cumplir, y manifestar así la grandeza de nuestro Dios en este mundo hostil.
Cristo lo hizo de una forma perfecta, mientras que todos nosotros siempre dejamos cuestiones pendientes. ¿Quién más a parte de él puede decir que ha cumplido todo lo que Dios había proyectado para su vida? ¿Quién ha hecho todas las cosas tal como Dios quería que las hiciera? ¡Cuántos proyectos inacabados, cuánta energía desperdiciada, cuántos errores cometidos, cuántos planes mal concebidos y ejecutados, cuánto tiempo infructuoso!
Sólo Cristo pudo decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese". Su mayor deleite a lo largo de todo su ministerio había sido hacer la voluntad de su Padre:
(Jn 4:34) "Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra."
(Jn 5:30) "No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre."
(Jn 6:38) "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió."
Dios había predestinado en la eternidad pasada que el Hijo habría de morir por los pecadores (1 P 1:18-21). Y por eso, a lo largo de toda su vida y ministerio se refirió constantemente a que había sido enviado por el Padre en una misión salvadora (Jn 3:16).
Nosotros también debemos aplicarnos con diligencia a llevar a cabo la obra que Dios nos ha encomendado, y buscar en ello la mayor gloria para Dios. El problema de muchos creyentes es que no saben cuál es la obra que el Padre les ha dado para hacer. Por supuesto, nuestra meta siempre ha de ser glorificar a Dios, pero también es cierto que Dios nos ha capacitado con dones adecuados para una misión concreta, y por eso debemos esforzarnos en oración por descubrir ese propósito único que Dios tiene para cada uno de nosotros. Y, aunque es imposible llegar a cumplirlo perfectamente tal como Cristo lo hizo, sabemos que con su ayuda podemos llegar a la meta, tal como el apóstol Pablo expresó antes de ser ejecutado:
(2 Ti 4:6-8) "Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida."

"Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo"

Cristo tuvo y manifestó su gloria divina a lo largo de todo su ministerio terrenal. De otro modo implicaría que había dejado de ser Dios, pero eso es imposible, por lo tanto, lo que aquí está pidiendo es recuperar aquella gloria externa que había mantenido oculta por causa de su misión salvadora entre los hombres. Ya hemos razonado anteriormente sobre lo que habría ocurrido si él hubiera manifestado todo el resplandor de su gloria divina a hombres pecadores. Por lo tanto, debido a la misión salvadora que había venido a realizar, en el estado de humillación que su encarnación le imponía se había despojado de esa gloria. Veamos cómo lo explicó el apóstol Pablo:
(Fil 2:6-7) "Cristo Jesús, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres"
Pero una vez terminada esta Obra, su anhelo más grande era ser restaurado a la presencia del Padre y allí volver a disfrutar con él de aquella gloria que les era común.
El Hijo ora al Padre para que le glorifique, porque era a él a quien correspondía dar el paso final de glorificar a su Hijo al lado suyo, respondiendo así a la devoción absoluta del Hijo. Era el Padre quien debía levantarle de la muerte y exaltarlo al lugar glorioso que siempre había compartido con él desde antes de la fundación del mundo.
Para entender la importancia de este hecho pensemos en algo imposible: ¿Qué habría ocurrido si el Padre no hubiese vindicado el sacrificio de su Hijo mediante la resurrección, ascensión y glorificación a su diestra? Por un lado habría dado la razón a aquellos que crucificaron a Cristo como blasfemo, pero por otro, nosotros todavía tendríamos la duda de si el sacrificio realizado por él en la cruz fue realmente válido y suficiente para perdonar nuestros pecados. Por esta razón el apóstol Pablo afirma los dos hechos como complementarios y necesarios para nuestra salvación:
(Ro 4:25) "El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación."
Además, también habría quedado en duda la realidad de la resurrección de entre los muertos y que cualquier esfuerzo que los hombres hagan en esta vida por servirle con devoción terminarán definitivamente en el polvo de la tumba.
Por lo tanto, la glorificación del Hijo al lado del Padre, no sólo restauraría al Hijo al puesto de honor que había ocupado durante toda la eternidad, también demostraría al mundo que en Cristo hay salvación eterna.
Ahora sabemos con certeza que el Padre quedó satisfecho con la Obra que su Hijo realizó, pero queda la cuestión de si nosotros también lo estamos. Decimos esto porque hay muchas personas que miran a la cruz pero todavía creen que deben hacer algo por sí mismos para salvarse, porque no la consideran plenamente suficiente. Sólo si aceptamos por la fe que la obra de Jesús fue realmente terminada y su misión plenamente cumplida, entonces dejaremos de intentar hacer algo más para conseguir nuestra salvación. Nuestra gran necesidad ahora no es agregar nuestras obras a la obra consumada de Cristo, sino creer en él y descansar en sus méritos.

"Con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese"

Una vez más resulta vano negar que Cristo tenía plena consciencia de la vida que había tenido antes de venir a este mundo. Aquí le escuchamos hablar con su Padre acerca de esa gloria que juntos habían compartido durante toda la eternidad. Se trata de ese momento que ninguna mente humana puede alcanzar a comprender, cuando nada existía sino únicamente Dios.
Nosotros nos atrevemos a decir que Cristo regresó al cielo teniendo mayor gloria de la que antes tenía, porque su encarnación y humillación para salvarnos le han dado un nuevo nombre por el que ahora le conocemos: Salvador, Sumo Sacerdote, Redentor...

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