Testimonio en video de Esteban Ferrer
Me llamo Esteban Ferrer y nací en Miami (Florida), hace más de 60 años. Crecí en un hogar no cristiano. Mi padre era piloto, y yo como joven quería imitarle. Él tenía buenos coches, una buena casa... y crecí pensando que esa sería la mejor meta para mi vida también.
Durante el tiempo en la escuela viví como los otros jóvenes: fiestas, bailes, chicas y cosas parecidas. A los dieciocho años fui a una universidad de Miami que ofrecía clases de aviación y allí conseguí todas mis licencias de piloto. Recuerdo un fin de semana que iba en mi bonito coche MGB descapotable, y me preguntaba por qué las demás personas tenían tantos problemas en la vida. Allí estaba yo, con tan solo veinte años ya era piloto, tenía un buen coche y todo me iba bien. Pero lo que no sabía es que diez minutos más tarde yo iba a estar a punto de morir. Llegué al aeropuerto en los pantanos de Miami, y un señor me pidió que le ayudara a arrancar el motor de su avión de acrobacias que tenía un motor muy potente. El piloto y yo no nos entendimos, y mientras yo ponía la hélice en su posición, él arrancó el motor, y en un instante la hélice cortó mi rodilla izquierda completamente y me tiró al suelo comenzando a desangrarme. Curiosamente, tan sólo diez minutos antes yo estaba pensando qué grande era, y ahora me estaba muriendo. Afortunadamente, aunque el hospital estaba lejos, algunas personas recogieron los pedazos de mi hueso cortado y me llevaron hasta allí, donde me operaron, y gracias a Dios pude volver a caminar.
Después de unos cuatro meses volví nuevamente al aeropuerto. Aunque todavía tenía que andar con muletas, seguí pilotando aviones planeadores sin motor, porque mis piernas no tenían fuerza para aviones normales, y llegué a convertirme en un instructor. Fue entonces cuando empecé a pensar en Dios. Había llegado a la conclusión de que tenía que haber algo más en esta vida. Yo preguntaba a la gente para que me ayudaran, pero nadie me decía nada.
Luego comencé a vivir con una muchacha, pensando que así sería feliz, pero cada vez era más complicado y empecé a sentirme mal por mi forma de vivir. Fue en ese tiempo cuando mi mejor amigo me dijo que era cristiano. Yo le dije: "todos somos cristianos, ¡somos americanos!". Pero él me explicó que no era eso. Así que me dio una Biblia y un libro que se llamaba "Cristianismo básico" para que los leyera. Mientras leía, llegué a los diez mandamientos, y por primera vez me di cuenta de que yo era un pecador. Allí decía: "No fornicarás, no cometerás adulterio, no robarás, no mentirás, honra a tu padre y a tu madre, no codiciarás la mujer de tu prójimo..." Y me di cuenta por primera vez que yo había roto los mandamientos de Dios. Hasta ese momento había pensado que yo era una buena persona, pero entonces me di cuenta que no era así. Y pensé que si eso que yo había leído era verdad, entonces tenía un grave problema.
Seguí leyendo, y me di cuenta también de que Cristo había muerto por mis pecados, pero me pedía que yo me arrepintiera de ellos y que le recibiera en mi vida.
Recuerdo que en la noche del tres de marzo de mil novecientos setenta y seis, a solas en mi cuarto, leyendo el libro que mi amigo me había dado, llegué a un punto en el que había una invitación y un versículo. El versículo estaba en Apocalipsis 3:20, y allí Jesús decía: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". Yo sentí que Jesús estaba llamando a la puerta de mi vida, y que si no le contestaba en ese momento, él iba a seguir adelante y tal vez no tendría otra oportunidad. Pero mi problema era que no estaba seguro de si quería dejar mi vida de inmoralidad; ese era mi pecado, la inmoralidad. Pero aquella noche dije: "Señor, si tú estás aquí, quiero que entres en mi vida, ayúdame, quiero dejar mi pecado, quiero dejar de fornicar, me doy cuenta de que eso es pecado, y creo que Jesús murió en la cruz por mis pecados, y en este momento abro la puerta de mi vida, entra en mí, te recibo como mi Salvador y mi Señor". La verdad es que no sentí nada, pero al levantarme al día siguiente me crucé con mi madre en el pasillo y ella me preguntó qué me había pasado. Yo le dije que nada, pero ella insistía en que me veía diferente. Entonces recordé que a las once de la noche había aceptado a Cristo. Fui al baño y me miré en el espejo, y vi paz. Por primera vez el vacío que yo tenía antes ya no lo tenía. Por fin había encontrado lo que estaba buscando, aunque nunca había pensado que pudiera estar en Cristo. Yo creía que lo tenía que buscar en el alcohol, las mujeres, los coches, un buen trabajo u otras cosas parecidas, pero eso nunca había logrado llenarme como ahora lo hacía Cristo. También tenía la sensación de que Dios ya no estaba lejos de mí, sino que estaba conmigo. Y tampoco sentía la carga por mis pecados, por todas aquellas cosas que yo había hecho mal. Por primera vez en mi vida sentía paz.
Como yo no venía de un hogar cristiano, nunca había estado con otros cristianos verdaderos, y no sabía mucho acerca de la vida cristiana. Pero Dios puso a otras personas en mi camino para ayudarme a crecer; me enseñaron cómo leer la Biblia y vi que mi vida iba creciendo y conocía cada vez más de Dios.
Luego fui a California, donde seguí pilotando planeadores por varios años y enseñando a otros. Fue entonces cuando recibí una oferta de una aerolínea para incorporarme a trabajar, pero yo ya no quería seguir con las metas que tenía antes de conocer a Cristo; ahora quería dedicar mi vida a las cosas eternas y quería compartir con otros, como en esta ocasión contigo, lo que Dios había hecho en mi vida.
Yo no tengo una religión, tengo una relación con Jesucristo, tengo paz y sé que cuando muera iré al cielo. Si yo hubiera muerto aquel día de mi accidente, no habría ido al cielo, pero ahora tengo la seguridad de que iré al cielo, porque la Palabra dice: "el que tiene al Hijo tiene la vida, pero el que no tiene al Hijo no tiene la vida".
Pues si tú estás escuchando este breve testimonio, te invito a que busques en la Palabra de Dios para que puedas aprender cómo tú también puedes llegar a tener el perdón de tus pecados y encuentres el propósito verdadero de tu vida, que no es otro que llegar a tener una relación personal con Jesucristo, y de ese modo, cuando tú mueras, también irás al cielo con él. Muchas gracias por tu tiempo y que Dios te bendiga. Gracias.
Durante el tiempo en la escuela viví como los otros jóvenes: fiestas, bailes, chicas y cosas parecidas. A los dieciocho años fui a una universidad de Miami que ofrecía clases de aviación y allí conseguí todas mis licencias de piloto. Recuerdo un fin de semana que iba en mi bonito coche MGB descapotable, y me preguntaba por qué las demás personas tenían tantos problemas en la vida. Allí estaba yo, con tan solo veinte años ya era piloto, tenía un buen coche y todo me iba bien. Pero lo que no sabía es que diez minutos más tarde yo iba a estar a punto de morir. Llegué al aeropuerto en los pantanos de Miami, y un señor me pidió que le ayudara a arrancar el motor de su avión de acrobacias que tenía un motor muy potente. El piloto y yo no nos entendimos, y mientras yo ponía la hélice en su posición, él arrancó el motor, y en un instante la hélice cortó mi rodilla izquierda completamente y me tiró al suelo comenzando a desangrarme. Curiosamente, tan sólo diez minutos antes yo estaba pensando qué grande era, y ahora me estaba muriendo. Afortunadamente, aunque el hospital estaba lejos, algunas personas recogieron los pedazos de mi hueso cortado y me llevaron hasta allí, donde me operaron, y gracias a Dios pude volver a caminar.
Después de unos cuatro meses volví nuevamente al aeropuerto. Aunque todavía tenía que andar con muletas, seguí pilotando aviones planeadores sin motor, porque mis piernas no tenían fuerza para aviones normales, y llegué a convertirme en un instructor. Fue entonces cuando empecé a pensar en Dios. Había llegado a la conclusión de que tenía que haber algo más en esta vida. Yo preguntaba a la gente para que me ayudaran, pero nadie me decía nada.
Luego comencé a vivir con una muchacha, pensando que así sería feliz, pero cada vez era más complicado y empecé a sentirme mal por mi forma de vivir. Fue en ese tiempo cuando mi mejor amigo me dijo que era cristiano. Yo le dije: "todos somos cristianos, ¡somos americanos!". Pero él me explicó que no era eso. Así que me dio una Biblia y un libro que se llamaba "Cristianismo básico" para que los leyera. Mientras leía, llegué a los diez mandamientos, y por primera vez me di cuenta de que yo era un pecador. Allí decía: "No fornicarás, no cometerás adulterio, no robarás, no mentirás, honra a tu padre y a tu madre, no codiciarás la mujer de tu prójimo..." Y me di cuenta por primera vez que yo había roto los mandamientos de Dios. Hasta ese momento había pensado que yo era una buena persona, pero entonces me di cuenta que no era así. Y pensé que si eso que yo había leído era verdad, entonces tenía un grave problema.
Seguí leyendo, y me di cuenta también de que Cristo había muerto por mis pecados, pero me pedía que yo me arrepintiera de ellos y que le recibiera en mi vida.
Recuerdo que en la noche del tres de marzo de mil novecientos setenta y seis, a solas en mi cuarto, leyendo el libro que mi amigo me había dado, llegué a un punto en el que había una invitación y un versículo. El versículo estaba en Apocalipsis 3:20, y allí Jesús decía: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". Yo sentí que Jesús estaba llamando a la puerta de mi vida, y que si no le contestaba en ese momento, él iba a seguir adelante y tal vez no tendría otra oportunidad. Pero mi problema era que no estaba seguro de si quería dejar mi vida de inmoralidad; ese era mi pecado, la inmoralidad. Pero aquella noche dije: "Señor, si tú estás aquí, quiero que entres en mi vida, ayúdame, quiero dejar mi pecado, quiero dejar de fornicar, me doy cuenta de que eso es pecado, y creo que Jesús murió en la cruz por mis pecados, y en este momento abro la puerta de mi vida, entra en mí, te recibo como mi Salvador y mi Señor". La verdad es que no sentí nada, pero al levantarme al día siguiente me crucé con mi madre en el pasillo y ella me preguntó qué me había pasado. Yo le dije que nada, pero ella insistía en que me veía diferente. Entonces recordé que a las once de la noche había aceptado a Cristo. Fui al baño y me miré en el espejo, y vi paz. Por primera vez el vacío que yo tenía antes ya no lo tenía. Por fin había encontrado lo que estaba buscando, aunque nunca había pensado que pudiera estar en Cristo. Yo creía que lo tenía que buscar en el alcohol, las mujeres, los coches, un buen trabajo u otras cosas parecidas, pero eso nunca había logrado llenarme como ahora lo hacía Cristo. También tenía la sensación de que Dios ya no estaba lejos de mí, sino que estaba conmigo. Y tampoco sentía la carga por mis pecados, por todas aquellas cosas que yo había hecho mal. Por primera vez en mi vida sentía paz.
Como yo no venía de un hogar cristiano, nunca había estado con otros cristianos verdaderos, y no sabía mucho acerca de la vida cristiana. Pero Dios puso a otras personas en mi camino para ayudarme a crecer; me enseñaron cómo leer la Biblia y vi que mi vida iba creciendo y conocía cada vez más de Dios.
Luego fui a California, donde seguí pilotando planeadores por varios años y enseñando a otros. Fue entonces cuando recibí una oferta de una aerolínea para incorporarme a trabajar, pero yo ya no quería seguir con las metas que tenía antes de conocer a Cristo; ahora quería dedicar mi vida a las cosas eternas y quería compartir con otros, como en esta ocasión contigo, lo que Dios había hecho en mi vida.
Yo no tengo una religión, tengo una relación con Jesucristo, tengo paz y sé que cuando muera iré al cielo. Si yo hubiera muerto aquel día de mi accidente, no habría ido al cielo, pero ahora tengo la seguridad de que iré al cielo, porque la Palabra dice: "el que tiene al Hijo tiene la vida, pero el que no tiene al Hijo no tiene la vida".
Pues si tú estás escuchando este breve testimonio, te invito a que busques en la Palabra de Dios para que puedas aprender cómo tú también puedes llegar a tener el perdón de tus pecados y encuentres el propósito verdadero de tu vida, que no es otro que llegar a tener una relación personal con Jesucristo, y de ese modo, cuando tú mueras, también irás al cielo con él. Muchas gracias por tu tiempo y que Dios te bendiga. Gracias.