Marcos 8
Reina Valera 1960
Alimentación de los cuatro mil
1En aquellos días, como había una gran multitud, y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo:2Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer;
3y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos.
4Sus discípulos le respondieron: ¿De dónde podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?
5El les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos dijeron: Siete.
6Entonces mandó a la multitud que se recostase en tierra; y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y los pusieron delante de la multitud.
7Tenían también unos pocos pececillos; y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante.
8Y comieron, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas.
9Eran los que comieron, como cuatro mil; y los despidió.
10Y luego entrando en la barca con sus discípulos, vino a la región de Dalmanuta.
La demanda de una señal
11Vinieron entonces los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole señal del cielo, para tentarle.12Y gimiendo en su espíritu, dijo: ¿Por qué pide señal esta generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación.
13Y dejándolos, volvió a entrar en la barca, y se fue a la otra ribera.
La levadura de los fariseos
14Habían olvidado de traer pan, y no tenían sino un pan consigo en la barca.15Y él les mandó, diciendo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes.
16Y discutían entre sí, diciendo: Es porque no trajimos pan.
17Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Qué discutís, porque no tenéis pan? ¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?
18¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis?
19Cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos recogisteis? Y ellos dijeron: Doce.
20Y cuando los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogisteis?Y ellos dijeron: Siete.
21Y les dijo: ¿Cómo aún no entendéis?
Un ciego sanado en Betsaida
22Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase.23Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo.
24El, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan.
25Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.
26Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.
La confesión de Pedro
27Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?28Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.
29Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo.
30Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno.
Jesús anuncia su muerte
31Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días.32Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle.
33Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
34Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
35Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
36Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?
37¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
38Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.
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