Estudio bíblico de Santiago 2:1-13
Santiago 2:1-13
Continuamos hoy, amigo oyente, nuestra marcha por la epístola de Santiago. Nos encontramos en una porción de las Escrituras, que abarca los capítulos 1 al 3, en la que podemos ver que Dios prueba la fe por diferentes métodos. Hemos visto que Él pone a prueba la fe mediante dificultades o adversidades, pero que nunca lo hace con el mal. También hemos visto que Dios prueba la fe por la Palabra y ahora, en los primeros 13 versículos de este segundo capítulo de la Epístola, vemos que Dios prueba la fe por las acciones y actitudes que tenemos con respecto a otras personas que nos rodean y entre las cuales adoramos a Dios en la iglesia. En nuestro programa anterior ya presentamos una prolongada introducción a este capítulo 2. Ahora, al comenzar, simplemente recordaremos nuestros comentarios sobre el versículo 1, y completaremos ciertas conclusiones del versículo 2 que quedaron sin presentar.
Escuchemos ahora, lo que dice el primer versículo de este capítulo 2 de la epístola de Santiago:
"Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas."
Otra versión traduce adecuadamente de la siguiente manera: "No tengáis vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo". Observemos que Santiago era medio-hermano de Jesús desde el punto de vista humano, pero el apóstol lo mencionó aquí con su nombre completo "nuestro Señor Jesucristo". Y lo llamó "glorioso Señor Jesucristo". Aquí tenemos una afirmación firme de la deidad de Cristo. No conocemos a otra persona que estuviera en una posición mejor para determinar la deidad de Cristo que el hermano más joven del Señor Jesús, que se crió al mismo tiempo que Él. Francamente, Santiago estaba en una posición más aventajada para hablar de la deidad de Cristo que algunos teólogos que reflexionan por largas horas en sus cómodos despachos, algunos de ellos muy lejanos a la realidad del siglo primero y de la casa en que Jesús se crió. Por lo tanto, estamos de acuerdo con Santiago. Él es el "Señor Jesucristo, el Señor de gloria".
Lo que Santiago estaba diciéndonos aquí era que no se debía profesar fe en Cristo y, al mismo tiempo, ser un creído espiritual que presume de ser superior a los demás. Todos los creyentes son hermanos en el cuerpo de Cristo, sea cual sea la congregación o denominación a la que pertenezcan. Hay un compañerismo propio de los creyentes; la amistad debería estar sobre ellos como un estandarte. Santiago se estaba dirigiendo a la comunidad total de creyentes: a los ricos, a los pobres, a la gente común, a los que ocupan una elevada posición, a los humildes, a los esclavos y libres, a los judíos y no judíos, a los griegos y los bárbaros, y a los hombres y mujeres. Todos ellos son uno cuando están en el cuerpo de Cristo. Hay una hermandad dentro del cuerpo de los creyentes, y el Señor Jesucristo es el denominador común. La amistad y el compañerismo son la moneda corriente o legal entre los creyentes.
Santiago dijo: "No tengáis vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo". Si usted pertenece al Señor Jesucristo y otro individuo también pertenece al Señor Jesucristo, él es su hermano. Además, si un pecador entra en su congregación y usted se pone en contacto con él, recuerde que es un ser humano por quien Cristo murió y él tiene que colocarse a los pies de la cruz, así como también usted tuvo un día que hacer lo mismo.
El Antiguo Testamento les enseñaba a los israelitas que no evaluaran a las personas como ricos o como pobres. Dios en el sistema mosaico, advirtió, en Levítico capítulo 19 y versículo 15: 15No cometerás injusticia en los juicios, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo. Simón Pedro aprendió esta lección en Jope, cundo Dios hizo descender del cielo un lienzo lleno de animales impuros y le mandó que comiera de ellos. De esa experiencia, Pedro llegó a la siguiente conclusión: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas o sea, que no hace favoritismo entre ellas (como podemos leer en Los Hechos 10:34).
Ahora veremos que Santiago usó una aguda ilustración para reforzar su argumento. Leamos el versículo 2 de este segundo capítulo de Santiago:
"Si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso"
La palabra congregación aquí significa sinagoga. Evidentemente, los creyentes judíos llamaban "sinagoga" al lugar donde se reunían. No habían erigido edificios y se reunían frecuentemente en casas privadas, pero lo más probable era que en muchos lugares alquilaran una sinagoga. Se reunían el domingo en lugar del sábado y de esa manera no entraban en conflictos con la reunión de los judíos.
Aquí se mencionó a un hombre con anillo de oro. Esta descripción no implicaba que ese hombre usaba un solo anillo, sino más bien que tenían sus dedos llenos de anillos de oro, que eran una evidencia de su riqueza. Se añade el detalle, Con ropa espléndida, que significaba ropa muy buena, muy fina. Ese individuo estaba haciendo ostentación y su ropa destacaba el contraste con la ropa del pobre.
Tenemos que admitir que muchos que profesan ser creyentes o cristianos en la actualidad, asisten los domingos a la iglesia como quien va a un acto social, y su motivación principal es que les vean y verse con otras personas con quienes se llevan bien. De esa manera, desean continuar formando parte de ese círculo social, y el punto de contacto principal del grupo se encuentra en la reunión habitual de la iglesia. Las personas que participan de esa manera de la alabanza y reciben la Palabra de Dios, esperan un servicio religioso entretenido, que la Palabra no los inquiete, y que los detalles del mismo no les aparten de una cómoda observación, como si fueran meros observadores de la marcha de la iglesia y de las vidas de los demás.
Este versículo nos recuerda el contraste que puede observarse en el relato de Lucas 16:19, en el cual el Señor Jesucristo nos habló de la verdadera historia del hombre rico y Lázaro, que comenzaba diciendo: Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino y hacía cada día banquete con esplendidez. 20Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, 21y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.
En nuestro pasaje, el apóstol Santiago resalta, en el contexto de la congregación cristiana, en el ámbito de la iglesia, el marcado contraste entre dos hombres situados en ambos extremos de la escala social. En nuestra época, es evidente que las diferencias sociales no pueden distinguirse con tanta facilidad en la forma de vestir, teniendo en cuenta que muchas personas acuden a la iglesia con ropa informal y cómoda. Continuemos leyendo el versículo 3 de este segundo capítulo de esta epístola.
"Y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí, en buen lugar, y decís al pobre: Quédate tú allí de pie, o siéntate aquí en el suelo"
Esta situación, en nuestro tiempo equivaldría a hacer sentar a las personas pobres en los últimos lugares, cerca de la puerta, o simplemente haciéndolos permanecer en pié, si la capacidad del templo estuviera colmada. En nuestra sociedad, evidentemente, no suelen presentarse tales situaciones de discriminación. Pero en aquellos tiempos de la iglesia primitiva, seguramente había lugares reservados al frente, en los lugares más visibles, para las personas que, por medio de su forma de vestir, exhibían ostentosamente su alto nivel en la sociedad. Continuemos leyendo el versículo 4:
"¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos y venís a ser jueces con malos pensamientos?"
Como ya dijimos, Santiago continuó enfatizando la discriminación existente entre los cristianos de la época, así como descalificando las intenciones de los que promovían esas diferencias en el trato entre creyentes. Y dice el versículo 5 de este segundo capítulo de Santiago:
"Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman?"
Observemos que el apóstol se dirigió a ellos como Hermanos míos amados, oíd. Aquí queda claro que él consideró que estaba hablando a cristianos, a creyentes.
En el pasado, y a veces en etapas de la historia de la iglesia, los creyentes de pocos recursos han sido mirados con desprecio, ignorados, o tratados con la cortesía mínima requerida por la educación. Sin embargo, muchas de esas personas han sido las más ricas espiritualmente en una iglesia.
Quizá usted haya oído algo de lo mucho que se dice en la Palabra de Dios en cuanto a los pobres. Dios ha señalado claramente desde el libro de Génesis hasta el de Apocalipsis, que Él tiene interés en los pobres y les ha tratado con gran consideración. No importa a que ciudad o región del mundo nos refiramos, es evidente que las personas de menos recursos o que han traspasado el umbral de la pobreza, no suelen recibir un trato justo o considerado. Mientras las personas sigan siendo seres humanos naturales, que no han nacido espiritualmente de nuevo, los pobres ocuparán en este mundo un lugar inferior en varios aspectos de la vida social. De esta manera, la única esperanza para ellos es el Señor Jesucristo.
Escuchemos lo que la Biblia dice al respecto. En el libro de Job, capítulo 5, versículo 15, leemos: Él libra de la espada al pobre, de la boca de los malvados y de la mano del violento; por eso, el necesitado tiene esperanza. Y también, en el capítulo 36, del mismo libro de Job, versículo 15, leemos: Al pobre librará de su pobreza; en la aflicción despertará su oído. Luego en el Salmo 9, versículo 18 dice: El menesteroso no para siempre será olvidado, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente. También en el Salmo 68, versículo 10, leemos: Los que son de tu grey han morado en ella (en tu presencia, en tu heredad); por tu bondad, Dios, has provisto para al pobre. Y el Salmo 69, versículo 33 dice: Porque el Señor oye a los menesterosos. Y también, en el Salmo 72, versículos 12 y 13, leemos: Él librará al menesteroso que clame y al afligido que no tiene quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso; salvará la vida de los pobres. Y después, en el Salmo 102:17, leemos: Habrá considerado la oración de los desvalidos y no habrá desechado el ruego de ellos. Y así, como podemos comprobar, en numerosos pasajes Bíblicos, las Sagradas Escrituras hablan de los pobres y de la preocupación de Dios por ellos. En el hermoso Salmo 45, encontramos que llegará uno que reinará sobre esta tierra en justicia. Y, en Isaías, capítulo 11, el profeta nos presentó a Aquel que juzgará con justicia a los pobres.
Dios tuvo mucho que decir sobre el maltrato a los pobres en este mundo por parte de los ricos y de aquellos que ocupan el poder. Algún día ellos tendrán que responder ante Dios por las injusticias que hayan cometido. Pero los pobres pueden ser ricos en los bienes espirituales, disfrutar de la solidaridad de sus hermanos en la fe y, por encima de todo, confiar en la provisión de Dios pasa sus necesidades. Ahora, el versículo 6 de este capítulo 2 de la epístola de Santiago, dice:
"Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?"
Aquí se nos revelan algunas de las injusticias sociales de aquellos tiempos, cuando los pobres no podían hacer frente a las devoluciones de los préstamos y eran llevados ante los tribunales de justicia. Aun en los primeros tiempos de la predicación del Evangelio y del crecimiento inicial de la iglesia, el pecado humano se encontraba en plena actividad, mostrando las peores facetas de la ambición y la codicia, practicadas en los sectores más débiles, más vulnerables de la sociedad. Y aun en nuestro tiempo, en algunas sociedades, las personas que poseen grandes fortunas tienen muchas más posibilidades de eludir la acción de la justicia, que las personas de pocos recursos económicos. Ahora, el versículo 7 de este capítulo 2 de la epístola de Santiago, dice:
"¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?"
Aquí se dejó claro que cuando alguien maltrataba a los necesitados, estaba blasfemando el nombre de Cristo. Y el versículo 8, dice:
"Si en verdad cumplís la Ley suprema, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis"
El apóstol les estaba diciendo que si alguien quería agradar a Dios, obedecerle y cumplir con su responsabilidad, estaba claro lo que tenía que hacer. Y entonces expuso aquella ley suprema de la Escritura: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Este era el resumen de toda la Ley de Moisés que tenía que ver con las relaciones humanas. Y el versículo 9, dice:
"Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos por la Ley como transgresores"
Si ellos mostraban favoritismo entre las personas, debían recordar que la ley condenaba cualquier discriminación entre ricos y pobres. Algunos podrían alegar que no habían cometido pecados condenados por la ley, pero a aquellas personas había que recordarles un detalle muy importante. Escuchemos lo que les dijo el apóstol Santiago en el versículo que leeremos a continuación, el versículo 10 de este segundo capítulo:
"Porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos"
Aquí Santiago no quiso decir que si uno había quebrantado un mandamiento, los había quebrantado todos. El apóstol estaba diciendo que uno era culpable de quebrantar los mandamientos, no importando cuál de ellos había quebrantado. Por ejemplo, un hombre podía estar en la cárcel como un asesino, mirar hacia el otro lado del pasillo y decirle a otro prisionero: "Bueno, yo no soy un ladrón; nunca he quebrantado esa ley". Y aunque así fuera, de todas maneras estaba preso como asesino. Pero, estimado oyente, no es necesario ir a la cárcel para encontrar estas actitudes. Usted encontrará individuos en la sociedad, en la vida normal, que miran con desprecio a otras personas porque creen no haber cometido faltas graves ni injusticias tan graves como ellas. No olvidemos que todos nosotros estamos ante Dios como personas que, de alguna u otra manera hemos quebrantado la ley. Ahora el versículo11 de este capítulo 2 de la epístola de Santiago, dice:
"Pues el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la Ley."
O sea, que al quebrantar una ley específica, uno se convertía en un transgresor, en alguien que había violado la ley. Y el versículo 12 añadió:
"Así hablad y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad"
Aquí vemos que la ley de la libertad es la ley de Cristo. El Señor Jesús dijo en Juan 14:15: Si me amáis, guardad mis mandamientos. ¿Cuál fue Su mandamiento? Lo leemos en Juan 15:12, donde El dijo: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a los otros como yo os he amado. Y ahora, en el versículo 13 de este capítulo 2 de la epístola de Santiago, leemos:
"Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no haga misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio."
Se cuenta la historia de un matrimonio de grandes recursos económicos que, habiendo organizado una fiesta para algunos amigos, esa noche decidieron hacer algo diferente. Así fue que se dirigieron a la parte pobre de esa ciudad, donde había una misión para los pobres en la que se predicaba el evangelio. Y en esta ocasión se sentaron en la parte de atrás del auditorio. Este matrimonio nunca había tenido la oportunidad de escuchar el Evangelio claramente expuesto. Pero esa noche, al escuchar el mensaje, sus corazones fueron conmovidos y se vieron a sí mismos como pecadores y entonces pasaron al frente, mezclándose en un grupo pobremente vestidas, para aceptar a Cristo como su Salvador. Como resultado de su experiencia espiritual, el matrimonio sintió un gran interés por ayudar a la gente de esa área deprimida de la ciudad y se convirtieron en misioneros, estableciendo un hogar para mujeres jóvenes problemáticas y desamparadas.
Estimado oyente, necesitamos reconocer hoy que considerarnos superiores a otros y mirarlos con desprecio constituye una actitud pecaminosa. No importa quienes sean esas otras personas, ante Dios ellas se encuentran en el mismo nivel que nosotros. Somos todos pecadores y necesitamos acudir al pie de la cruz para aceptar al Señor Jesucristo como Salvador.
Se cuenta que hace muchos años en Londres, Inglaterra, había un joven predicador muy elocuente, que en cierta ocasión fue invitado a visitar un hogar muy prominente, donde tendría lugar un programa musical especial. En ese programa se presentaba una joven que estaba entusiasmando a toda la ciudad de Londres por su forma de cantar y actuar. Cuando ella finalizó su actuación de esa noche, recibió una gran ovación de los presentes y entonces, el joven predicador, comenzó a abrirse paso a través de la multitud que se había reunido alrededor de ella para felicitarla y aplaudirla. Cuando al fin pudo acercarse a ella y logar que le prestara atención, le dijo: "Señorita, mientras usted estaba cantando yo estaba pensando, de cuán enormemente se beneficiaría la causa de Cristo si usted se dedicara a sí misma y a sus talentos al Señor". Pero, continuó diciendo el joven: "Usted es tan pecadora como el peor pecador de esta ciudad. Pero me agrada decirle que la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, le limpiará a usted de todos sus pecados, si usted se acerca a Él". Esta señorita giró su cabeza de manera muy altiva y le dijo: "Usted me está insultando, señor". Y trató de alejarse del lugar. Este joven le dijo entonces: "Señorita, no traté de ofenderla, pero estoy orando para que el Espíritu de Dios la convenza a usted".
Bien, todos se retiraron y esa noche esta joven no podía dormir. Y a las dos de la mañana se arrodilló al lado de su cama y orando, aceptó a Cristo como su Salvador. Después se sentó y, poniéndose a pensar en lo que acababa de ocurrir, ella, que se llamaba Charlotte Elliot, escribió estas palabras de un himno favorito, traducido prácticamente a todos los idiomas y conocido universalmente. Merece la pena recordar aquí la letra: "Tal como soy de pecador, sin más confianza que tu amor, ya que me llamas vengo a ti, Cordero de Dios heme aquí. Tal como soy, buscando paz en mi desgracia y mal tenaz, un gran conflicto siento en mí, Cordero de Dios, heme aquí. Tal como soy, me acogerás, perdón y alivio me darás, pues tu promesa ya creí. Cordero de Dios, heme aquí". Estimado oyente, esta es la base sobre la cual todos los seres humanos, aparte de su situación en la sociedad o sus condiciones personales, necesitan venir a Cristo para iniciar una relación con Dios.
Bien, estimado oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Continuaremos con otro tema en nuestro próximo programa. Y le sugerimos leer el resto de este capítulo, que esperamos terminar en nuestro próximo encuentro, para que pueda seguir más de cerca el desarrollo del mismo,
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