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Estudio bíblico de 1 Pedro 2:1-5

1 Pedro 2:1-5

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro recorrido por la primera epístola universal del Apóstol Pedro. Así llegamos al capítulo 2, donde comienza la tercera división de este libro, que incluye también los capítulos 3 y 4 y lleva el título "El sufrimiento de los santos y el sufrimiento de Cristo". Podemos clasificar a los capítulos 2, 3 y 4 de la siguiente manera:

En este capítulo 2, el sufrimiento produce separación del mal.

En el capítulo 3, el sufrimiento produce conducta cristiana.

En el capítulo 4, el sufrimiento produce obediencia a la voluntad de Dios.

Pasemos entonces a considerar el primer tema, titulado

El sufrimeinto produce separación del mal

Al hablar de separación o de vivir para el Señor Jesucristo existe el peligro de adoptar uno de los dos puntos de vista extremos, a los cuales consideramos incompatibles con las Sagradas Escrituras. Uno de ellos considera que la naturaleza humana es tal que todo lo que necesita es simplemente una nueva dirección; todo lo que necesita es recibir un propósito y un poco de reforma. Las personas que adoptan esta posición creen que no hay nada malo radicalmente en la naturaleza humana; solo es necesario despertar al individuo a esta maravillosa energía, intelecto y naturaleza moral y entonces la persona podrá vivir para el Señor. Este es, pues, un punto de vista sobre lo que significa vivir la vida cristiana.

El segundo punto de vista extremo lo sostienen quienes creen que cuando uno nace de nuevo espiritualmente recibe algo sobrenatural, pero la persona se queda al margen mientras Dios lleva a cabo en su vida todo lo que es necesario hacer. Las personas tienden a adoptar una actitud muy piadosa, no parecen crecer espiritualmente ni desarrollarse para llegar a ser cristianos normales e íntegros.

Ahora, este segundo capítulo dejará bien en claro que usted y yo, a través del nuevo nacimiento espiritual ---producido de la simiente incorruptible de la Palabra de Dios--- tenemos una nueva naturaleza, y hemos de vivir de acuerdo a esa nueva naturaleza por el poder del Espíritu Santo. Hemos sido llevados a tener una relación de amor con Aquel a quien, sin haberle visto, le amamos. Simón Pedro le vio y le amó y usted y yo, aunque no le hayamos visto, el Espíritu Santo nos puede hacer que Él sea tan real para nosotros, y que le amemos también de esa manera.

Estimado oyente, cuando usted nació de nuevo espiritualmente, ¿recuerda que hermosa y dulce experiencia vivió? En su segunda carta a los creyentes de Corinto, capítulo 11 y versículo 2, el apóstol Pablo escribió: Porque celoso estoy de vosotros con celo de Dios; os celo con celo de Dios; pues os desposé a un esposo para presentaros como virgen pura a Cristo. Los creyentes de aquella ciudad de Corinto habían llegado a vivir dominados por su naturaleza humana, Su primer amor, ese amor de la luna de miel, se había terminado. Dios habló de este mismo tema a Su pueblo Israel antes de que fueran enviados al cautiverio en Babilonia. El profeta Jeremías escribió en su capítulo 2, versículo 2: Anda y proclama a los oídos de Jerusalén, diciendo que así dice el Señor: me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Los israelitas demostraron sentir ese amor al principio, cuando salieron de Egipto y cruzaron el Mar Rojo. Entonces cantaron una canción de alabanzas al Señor, una canción que decía Cantaré yo al Señor, porque se ha cubierto de gloria; ha echado en el mar al caballo y al jinete (como podemos leer en el capítulo 15 de Éxodo, versículo 1). Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que comenzaran a quejarse de Dios, y El recordó esos tiempos.

En el día de hoy, estimado oyente, una verdadera separación se apoya en el hecho de que usted ha nacido de nuevo, que tiene una nueva naturaleza, y ahora ama a Jesucristo. Su amor por Él lo impulsa a querer agradarle.

El gran objetivo en el propósito de Dios es tener individuos salvos, no solo del juicio y del lago de fuego, sino salvados del sistema actual del mundo. El los quiere salvos no sólo para ir al cielo dentro de poco tiempo, sino para satisfacción inmediata del corazón de Cristo. La obra de Cristo en la cruz resolvió cualquier duda o asunto pendiente que el pecado había introducido entre Dios y nuestras almas. El futuro se presenta brillante con la gloria de Dios, y nosotros hemos sido incluidos en el valor de esa obra de redención. Hemos sido renacidos espiritualmente y nadie, ni siquiera Satanás, puede cambiar esa realidad.

Sin embargo, estimado oyente, ¿cómo nos estamos comportando hoy en nuestras vidas cristianas aquí en la tierra? ¿En qué estado se encuentra nuestra relación con nuestros hermanos en la fe y con el Señor Jesucristo? Comencemos pues, leyendo los primeros dos versículos de este capítulo 2 de la primera epístola del Apóstol Pedro:

"Desechad, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y toda difamación, y desead, como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación"

Es que no podemos esperar que Dios haga todo por nosotros; El ha dispuesto que hagamos ciertas cosas por nosotros mismos. En primer lugar, debemos dejar de lado ciertas cosas. En su carta a los Efesios capítulo 4, versículos 22 y 25, el apóstol Pablo dijo: 22En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos. 25Por eso, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros.

En su carta a los Corintios, capítulo 5, versículos 7 y 8, el apóstol Pablo usó una figura diferente para describir esta verdad. Dice el citado pasaje: 7Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois, sin levadura, porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. 8Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad. Cuando el israelita celebraba la fiesta de la Pascua y de los Panes sin Levadura, no comía pan con levadura; es decir, que decidía no continuar viviendo la misma clase de vida que había vivido antes. Se estaba alimentando en un lugar diferente, con una clase de pan diferente. Para él era un medio de crecimiento. De la misma manera, Pablo les estaba diciendo a los creyentes de Corinto que cuando ellos venían a Cristo, tenían que librarse de la vieja levadura, que era un símbolo de la malicia y la perversidad en sus vidas. Es que nunca llegaremos a ser creyentes completos, maduros en esta vida, porque siempre tendremos con nosotros esa vieja naturaleza.

Y el versículo 1 que hemos leído dice: Desechad, pues, toda malicia. Ahora, ¿qué es malicia? La mejor definición que hemos encontrado la describe como: "enojo congelado o anquilosado". Implica el tener un espíritu que no quiere perdonar. Estimado oyente, ¿está usted guardando amargura, rencor o resentimiento en su corazón? Aunque usted haya dado testimonio de haber nacido de nuevo espiritualmente y de que ama a Jesús, nadie que se encuentre alrededor suyo podrá distinguir esa nueva vida, si usted está ocultando malicia, ese sentimiento arraigado en su corazón.

Y el versículo 1 continúa diciendo todo engaño. El engaño implica usar el ingenio para causar una buena impresión en alguien. Recordemos el relato de Los Hechos 5, de lo que Ananías y Safira hicieron, al usar el engaño para presentarse ante la iglesia como contribuyentes muy generosos. Esta vieja naturaleza que usted y yo tenemos, estimado oyente, es propensa a actuar de esta manera. El Dr. Lightfoot la calificó como "esa naturaleza maliciosa inclinada a hacer daño a otros".

Y el versículo 1 termina diciendo hipocresía, envidias y toda difamación. La hipocresía es, por supuesto, aparentar ser lo que uno no es. Y la difamación es desacreditar a otras personas.

El versículo 2 dice desead, como niños recién nacidos, la lecha pura de la palabra. Es decir, así como el bebé se aferra con ansia al biberón, el creyente debe ansiar el alimento de la Palabra de Dios. La figura del bebé es muy adecuada para describir la actitud que se espera del hijo de Dios; cuando él ve el biberón, comienza a mover sus manos, su boca, sus pies, como si todas las partes de su cuerpo se pusieran en movimiento para tratar de aferrarse a ese biberón. ¡Qué positivo sería que los creyentes manifestaran ese deseo ferviente de leer y escuchar lo que la Palabra de Dios tiene que decirles!

Estimado oyente, sin un apetito por la Palabra de Dios usted nunca va a crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, y no se va a desarrollar como creyente. Siempre estará en un estado de infancia. Y debemos recordar que un niño pequeño y un hombre maduro son ambos seres humanos que se encuentran en diferentes estados de crecimiento y desarrollo. El pequeño necesita leche para poder crecer y llegar a ser un hombre o una mujer. Ahora ¿cómo crece un cristiano? Pues crece estudiando la Palabra de Dios. No existe crecimiento aparte la Palabra de Dios.

Sentimos la convicción de que la leche pura de la palabra significa la totalidad de la Palabra de Dios. No crecemos espiritualmente escogiendo unos versículos de estímulo y consuelo de una parte y otros de otra parte de la Biblia. Para crecer necesitamos la Palabra de Dios completa. Necesitamos una dieta completa y equilibrada. Por su puesto, en la vida la alimentación comienza con la leche, pero a medida que crecemos y nos desarrollamos, introducimos en la dieta diaria alimentos más consistentes y ricos en calorías. Lo mismo sucede en el proceso de crecimiento y desarrollo de la vida cristiana. Uno recibe toda la nutrición espiritual que necesita en la totalidad de la Palabra de Dios. Ahora, en el versículo 3 de este capítulo 2 de la primera epístola del Apóstol Pedro, leemos:

"Ya que habéis gustado la bondad del Señor."

En el momento de la salvación, un cristiano nuevo nace con un apetito por la Palabra de Dios, así como el recién nacido comienza a comer inmediatamente. No es necesario enseñar a los bebés a comer. Todo lo que uno tiene que hacer es poner ese biberón en su boca, y él sabe lo que tiene que hacer y cómo.

Ahora, en cuanto a nuestro título "El sufrimiento produce separación" surge la pregunta: ¿cuál es la verdadera separación? No se trata de ir a ciertos lugares y evitar ir a otros. Muchos cristianos creen que de esa manera se separan del mundo. Pero nos encontramos en el mundo ---en el cual Dios nos ha colocado--- y debemos vivir en él aunque espiritualmente hablando no pertenezcamos a este sistema mundano. Por ello, al hablar de separación nos referimos a una separación personal e interior que se reflejará en la pureza de nuestra vida cristiana.

La malicia, la envidia, la hipocresía, la difamación, el egocentrismo, etc., estas son los sentimientos y prácticas de las cuales debemos separarnos. Y solo el Espíritu de Dios actuando dentro de nosotros producirá esa clase de separación. Hasta que estemos dispuestos a dejar de lado esos sentimientos y actitudes, nunca creceremos hacia una madurez cristiana. Ahora, en el versículo 4 de este segundo capítulo de 1 Pedro leemos:

"Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa"

Destacamos en primer lugar la frase acercándonos a él, piedra viva. No estamos acudiendo a un niño pequeño en Belén, sino que nosotros, como niños pequeños nos dirigimos a una piedra viva. La piedra viva es Cristo. Como podemos ver en Mateo capítulo 16, versículo 18, después de la confesión de Pedro, el señor Jesús dijo: Sobre esta roca edificaré mi iglesia. En ésta, su epístola, Simón Pedro dejó bien en claro que la piedra viviente no era él mismo sino Jesucristo.

En el mismo Evangelio de Mateo, capítulo 21, versículos 42 y 44, Jesús se refirió así mismo como una piedra; dice el citado pasaje Jesús les preguntó: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: "La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" Por tanto os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. El que caiga sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella caiga, será desmenuzado.

Cristo Jesús es la piedra que constituye el fundamento de la iglesia. El es la roca, el fundamento, el cimiento sobre el que se apoya el edificio de la iglesia. En la carta a los Corintios, capítulo 3, versículo 11, el apóstol Pablo escribió: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Cuando usted viene como un pecador y cae sobre esa tierra, queda quebrantado. Sin embargo, en su quebranto esa piedra se convierte en un fundamento para usted, y esa es su salvación. Pero si usted rechaza a esa piedra, entonces no ha finalizado su trato con ella. El profeta Daniel, en su capítulo 2, versículo 34, vio que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro. Esa será la piedra de juicio que vendrá a herir a la tierra. La piedra simboliza a Cristo. El también será la piedra de juicio para este mundo. Aquí tenemos una imagen completa del Señor Jesucristo.

Ahora llegamos a otra declaración extraordinaria, Leamos el versículo 5 de este segundo capítulo de 1 Pedro, que dice lo siguiente:

"Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo."

Dice aquí vosotros también, como piedras vivas. Ahora, ¿cómo somos nosotros piedras vivas? Como dice el capítulo 1, versículo 23 de esta carta, hemos sido renacidos Bueno, hemos sido renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

Y además, como piedras vivas, el apóstol les dijo: sed edificados como casa espiritual. Recordemos el pasaje que citamos antes de la confesión de Pedro, cuando le dijo al Señor Tu eres el Cristo, el hijo del Dios viviente y el Señor Jesús le dijo: tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. El nombre Pedro significa roca, piedra. En efecto, el Señor le estaba diciendo que él iba a ser una piedra pequeña, como un guijarro, pero colocado sobre la roca del fundamento que era Cristo; Él iba a edificar Su Iglesia. El Señor Jesús es la piedra fundamental, y sabemos que Pedro lo entendió de esta manera, porque aquí en su epístola escribió: vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual. Así como Simón Pedro era una de esas piedras pequeñas, usted y yo somos cada uno una piedra pequeña que son edificadas para formar una casa espiritual. Cuando nacemos espiritualmente de nuevo, nos convertimos en hijos de Dios y somos colocados en el edificio de Dios.

Si repasamos la epístola a los Efesios, encontraremos que el apóstol Pablo también usó esta ilustración de un edificio. El apóstol escribió en su capítulo 2, versículos 19 al 22: 19Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, 20edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. 21En él todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. Hoy Dios está construyendo un templo, un templo viviente. Aquellos que hemos venido a El como pecadores que somos y caemos sobre El ---nos abandonamos sobre El buscando su compasión y misericordia--- somos salvados. Y El nos convierte en una parte del templo viviente que está edificando sobre la piedra angular, la piedra fundamental, el fundamento que es Cristo mismo.

Y en este versículo 5 leemos finalmente: aquí leemos: sacerdocio santo. Ya hablaremos en cuanto a ese sacerdocio real, Dios mediante, en nuestro próximo programa. Aquí él dice: Sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Otra figura que el apóstol Pedro usó en esta epístola fue la de un sacerdocio santo. Todos los creyentes, en un sentido espiritual, son sacerdotes. Somos un sacerdocio santo y más adelante Pedro lo llamó "real sacerdocio". Así que como sacerdotes tenemos que ofrecer sacrificios espirituales, que Dios acepta por medio de Jesucristo. Por ejemplo, la alabanza a Dios constituye un sacrificio espiritual; su ofrenda o contribución al Señor es también un sacrificio espiritual, aunque no solemos considerar al dinero como algo espiritual. Todo depende de cómo se utilicen el dinero y los bienes materiales. Y principalmente, usted puede ofrecerse a sí mismo al Señor, Este son, pues, sacrificios espirituales que podemos ofrecer.

Bien, estimado oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Comenzaremos nuestro estudio en el próximo programa con el versículo 6 de este capítulo 2 de la primera epístola del Apóstol Pedro. Como esperamos que continúe acompañándonos en este viaje a través de la Biblia, le sugerimos que usted continúe leyendo este capítulo 2, para que se familiarice con su contenido y pueda asimilar mejor los comentarios y sus lecciones prácticas.

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