Estudio bíblico de Malaquías 2:10-17
Malaquías 2:10 - 17
En nuestro programa de hoy, estimados oyentes, continuaremos con nuestro viaje por el libro del profeta Malaquías. Hoy volveremos al inicio del capítulo segundo, desde el versículo 10 hasta el 17, repasando algunos versículos importantes que ya tratamos en programas anteriores. Le invitamos a que abra su Biblia y nos acompañe en este particular viaje.
En nuestro anterior encuentro comentamos cómo Malaquías, mensajero de Dios, amonestó al pueblo por quebrantar el pacto sagrado del matrimonio mediante el divorcio de sus esposas judías para contraer matrimonio con mujeres paganas, que adoraban a otros dioses y que estaban induciendo a sus marido a hacer lo mismo.
También comentamos que el divorcio ha sido un problema social a lo largo de toda la historia de la humanidad, porque destruye el núcleo de nuestra sociedad, la familia. Por ello Dios habló firmemente al pueblo y a sus máximos responsables espirituales, los sacerdotes, cuyo mal ejemplo y negligencia en el culto estaba siendo un pésimo modelo para el pueblo. Sin líderes espirituales, la nación de Israel estaba a punto de volver a caer en el pecado que motivó su último castigo por parte de Dios: el destierro, exilio y esclavitud por 70 años en la ciudad de Babilonia, capital del imperio invasor.
Dice así la primera parte del versículo 10:
"¿No tenemos todos un mismo padre?"
Algunos eruditos sostienen que aquí Malaquías se está refiriendo al patriarca Abraham. Pero la siguiente pregunta que podemos leer en este texto nos aclara mucho de lo que aquí Dios está diciendo: ¿No nos ha creado un mismo Dios? Aquí, pues, no nos cabe duda de que está presentando a Dios como el Padre. Dios fue el Padre de la creación, pero el hombre perdió, por su pecado y desobediencia, todos sus potenciales privilegios de hijo. Adán fue el hijo de Dios, y tras su caída y expulsión del paraíso, tuvo su propio hijo, pero fue un hijo a su propia semejanza, no a la semejanza de Dios, sino a la semejanza de su naturaleza caída y pecaminosa.
Y cuando Él se dirige y habla a la nación de Israel, no lo hace a nivel particular e individual de Padre a hijo, sino que lo hace de Padre a la Nación de sus hijos; su relación no es personal, sino distante, hacia la nación entera de Israel. Él dice, como expresa Isaías: "Israel, mi hijo". Incluso dos hombres muy destacados en el Antiguo Testamento como lo fueron David y Moisés, no fueron llamados hijos, sino que se llamaba a Moisés, "mi siervo", y a David, "mi siervo", y nunca: "Moisés, mi hijo; o David, mi hijo". Y nosotros, los que no somos judíos, hemos llegado a ser los hijos de Dios por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Ahora, aquí dice el texto: ¿No tenemos todos un mismo padre?
La Biblia dice que todos somos criaturas de Dios, pero no todos somos hijos de Dios. Para ser hijo suyo y poder llamarle "padre" tenemos que haber aceptado una verdad que cambiará nuestra perspectiva de vivir: Jesús fue nuestro Salvador y ahora es nuestro Señor, es decir, quien dirige, y gobierna nuestra vida.
Dice la última parte del versículo 10:
"¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?"
Aquí se nos presenta cómo el pueblo que había sido escogido por el mismo Dios para ser Su nación, estaba quebrantando, una vez más, su pacto de Dios. Tal y como aquí dice, se estaban portando deslealmente con Él. No caminaban ni con Dios, ni en su misma dirección. Lo mismo sucede en nuestro mundo actual, ¿verdad? Hay algunas personas, cristianas o no cristianas, de las cuales uno no puede fiarse. ¿Por qué? Porque se comportan deslealmente. Y no hay nada que perjudique más la causa de Cristo en el presente que el comportamiento de algunos de Sus hijos. Dice un refrán español: "De tal palo tal astilla". Y siguiendo este popular dicho, ¿no pensarán acaso que nuestro Padre es igual que nosotros, nos comportemos bien o mal? Los cristianos somos auténticos embajadores de Cristo, por lo cual nuestro deber es ser ciudadanos ejemplares, atentos vecinos, trabajadores y empleados excepcionales, estudiantes aplicados y buenos padres y madres de familia.
Usted y su vida son el mayor evangelista de su entorno, no lo olvide. Y esta responsabilidad no se puede delegar en nadie más. Si usted es desleal con sus deberes como cristiano, estará siendo desleal con Dios. Continúa el versículo 11, diciendo así:
"Prevaricó Judá"
Aquí se refiere a Judá, a Jerusalén y a Israel, por lo que incluye a las 12 tribus, siendo Jerusalén su capital. Y dice el versículo completo:
"Prevaricó Judá, y en Israel y en Jerusalén se ha cometido abominación; porque Judá ha profanado el santuario del Señor que él amó, y se casó con hija de dios extraño."
Dios es un Dios santo, y Él ama la santidad. Dios no ama el pecado. Él aborrece el pecado. ¿Pero a qué clase de pecado se estaba refiriendo Dios aquí? Prestemos atención a estas palabras: "Y se casó con hija de dios extraño".
Ya hemos mencionado este asunto. Los hombres, seducidos por hermosas muchachas extranjeras, estaban abandonando a sus propias esposas, divorciándose de ellas para volverse a casar con esas muchachas, aunque estas jóvenes estaban sirviendo a deidades paganas. Ellas fueron las que introdujeron la idolatría a Israel, ante la pasividad e inacción de sus enamorados nuevos maridos.
¿No está sucediendo acaso la misma historia hoy en día? ¡Cuántos matrimonios mixtos tenemos entre nuestros jóvenes, los cuales se casan con personas totalmente incrédulas respecto a Dios? ¿Y que suele suceder con el nuevo matrimonio? Normalmente dejan ambos de asistir a la iglesia, cambian su escala de prioridades y comienzan a apartarse de la voluntad de Dios, que, según la Biblia es buena, agradable y perfecta para nosotros. Por ello decimos desde aquí que un cristiano no debe casarse con un no cristiano. Dice la Biblia, ¿acaso puede tener la luz comunión con las tinieblas? Cualquier muchacha o joven que hace esto ante Dios, desobedeciendo instrucciones y mandamientos muy claros respecto a esto, se está metiendo voluntariamente en graves dificultades.
Leamos ahora el versículo 12 de este capítulo 2 de Malaquías:
"El Señor cortará de las tiendas de Jacob al hombre que hiciere esto, al que vela y al que responde, y al que ofrece ofrenda al Señor de los ejércitos."
"Las tiendas de Jacob" era una expresión utilizada para referirse a la Comunidad. La práctica religiosa no podía servir para cubrir las faltas cometidas al casarse con un pagano. La expresión "al que vela y al que responde" se refería a dos clases de personas: el "vigía activo", que vela y está despierto a la realidad, y al "oyente pasivo", que espera antes de responder. Al parecer, esta frase se originó en los pueblos nómadas que tenían guardias alrededor de sus tiendas para velar y arrestar a los demás en caso de peligro. Esto alude al juicio de exterminación en contra de todos aquellos que cometan pecado de idolatría con semejante insolencia.
Continuando con la lectura de la Palabra, dice así el versículo 13 de Malaquías:
"Y esta otra vez haréis cubrir el altar del Señor de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano."
¿Qué era lo que estaba sucediendo? Que el llanto y clamor de los israelitas iban a ser en vano, dado que Dios no iba a responder a sus lamentos. Al haber violado sus votos matrimoniales y aceptado adoración a falsas deidades, el Señor cortó toda vía de acceso a Él. Y el Señor les avisa que no aceptará ofrenda alguna que intente aplacar su ira: "Así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano". Dios no puede aceptar ofrendas hipócritas que lo único que pretenden no es realizar una sincera demostración de amor hacia Dios, sino un mero pago o soborno para evitar un castigo divino, aunque éste se haga con un sincero sentimiento de culpa o remordimientos. Leemos a continuación, en la primera parte del versículo 14 :
"Mas diréis: ¿Por qué?"
Ellos se presentaron ante Dios con fingida sorpresa y dolor, argumentando: "¿Cómo es posible que Dios no se digne a aceptar nuestra sincera ofrenda? Traje un hermoso cordero para ofrecerlo a Dios... y Él no se digna a aceptarlo" Sin embargo Dios dice que en la vida de este hombre hay pecado de hipocresía y que no está dispuesto a aceptarla. Y cuando ellos preguntan a Dios el por qué de su rechazo, Él se lo explica claramente para que no haya malentendido alguno. Leamos el versículo 14 de este capítulo 2 de Malaquías, que dice así:
"Mas diréis: ¿Por qué? Porque el Señor ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto."
Aquí el profeta acentuó el carácter ofensivo de la infidelidad al mencionar los aspectos legales y obligatorios del contrato matrimonial, un pacto hecho ante Dios como testigo. Y el versículo 15 dice:
"¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud."
"¿Y por qué uno?" Malaquías resaltó que por medio del matrimonio, Dios convertía a dos seres en uno solo, por lo que la poligamia, el divorcio y el matrimonio con mujeres idólatras eran situaciones destructivas para el establecimiento de un pueblo santo del cual nacería el Mesías, el Salvador del mundo.
Y si usted, estimado amigo o amiga, es un cristiano y está a punto de contraer matrimonio con un "no cristiano", y aún cree que tras su matrimonio tiempo habrá para que su pareja comparta su fe y su esperanza, debemos decirle que, por lo general, suele suceder más bien lo contrario: que es el cristiano el que abandona sus esfuerzos iniciales y deja enfriar su fe hasta el punto de congelación; deja de asistir y participar en la iglesia y no insiste en la futura educación cristiana de sus hijos. Es por ello que usted tiene que ganarle para Cristo antes del casamiento, porque después es muy posible que nunca suceda, lo cual podrá o bien ocasionarle bastantes problemas y dificultades, poniendo en peligro el mismo matrimonio, o bien podrá causarle un debilitamiento de su fe cristiana, hasta el punto de abandonar su compromiso y obediencia con el Señor. "Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud".
Dios aquí manifiesta rotundamente que este era el matrimonio que Él había honrado. Él no podía bendecir a aquellos que han quebrantado o destruido los votos matrimoniales casándose con estas mujeres extrañas. Dios había prohibido los matrimonios mixtos, con los gentiles fuera de su Pacto.
Cuando estudiamos el libro de Nehemías, vimos que después de haber edificado los destruidos muros de Jerusalén, él tuvo que regresar a su trabajo en la capital de Media y de Persia, donde servía al rey, ya que era su copero. Después de haber estado allí por algún tiempo, Nehemías salió de vacaciones, y en su viaje él se encontró con que Tobías, el enemigo de Dios, había preparado una habitación en los atrios de la casa de Dios, del templo, porque el hijo del sumo sacerdote se había casado con la hija de Tobías. Quizá usted recuerde lo que hizo Nehemías. El profeta fue al Templo, arrojó todos los muebles a la calle, hizo que limpiaran el lugar, y volvieran a colocar allí los utensilios sagrados de la casa de Dios. Quizá pensamos que esa actitud era muy dura y poco diplomática , pero la santidad de la Casa del Señor no podía seguir contaminada con objetos no autorizados ni santificados por Dios. Continuamos, en el versículo 16 de este capítulo 2 de Malaquías, leemos:
"Porque el Señor, Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo el Señor de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales."
Una de las tradiciones más hermosas y significativas en una ceremonia nupcial en el Antiguo Testamento es el momento cuando el novio toma su capa y la coloca sobre la novia. Eso simbolizaba su intención de protegerla, de que él era ahora su protector. Esta costumbre se describe en el hermoso libro de Rut. Rut era una joven viuda, y según la ley mosaica, ella podía reclamar al soltero Booz, como pariente cercano de su suegra, para que él la "redimiera". Él no podía pedirle a ella en matrimonio; según la costumbre, regulada por la ley, era ella la que tenía que reclamar ese derecho. Así es que, Noemí, su suegra la envía a la era, al campo de Booz, con la recomendación: " Y cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta, e irás y descubrirás sus pies, y te acostarás allí; y él te dirá lo que hayas de hacer. Y aconteció que a la medianoche se estremeció aquel hombre, y se volvió; y he aquí, una mujer estaba acostada a sus pies. Entonces él dijo: ¿Quién eres? Y ella respondió: Yo soy Rut tu sierva; extiende el borde de tu capa sobre tu sierva. Es decir que ella, la viuda Rut, le estaba pidiendo a él su protección como pariente que le pudiera redimir. O sea, que le estaba pidiendo que se casara con ella. Y eso es lo que el hombre le ofrece a una mujer en el matrimonio ante Dios: su protección y su amor. Y ella, la esposa, delante de Dios, le ofrece su amor y su vida. Ese es el cuadro que tenemos de Cristo y la iglesia. Ahora, en el versículo 17, el último versículo del capítulo 2 de Malaquías, dice:
"Habéis hecho cansar al Señor con vuestras palabras."
Dios dice: "Estoy tan cansado de esas oraciones largas y presuntamente piadosas, estoy tan cansado de la mucha retórica.
Quizá usted recordará, estimado amigo oyente, que fueron ellos, el pueblo de Israel el que habían manifestado a Dios que estaban cansados de cumplir ritos y ceremonias, que no veían utilidad en cumplir las leyes. Y entonces, Dios les contesta, por medio del profeta Malaquías que Él estaba más cansado que ellos, que ellos le habían hartado y ofendido con los servicios hipócritas que llevaban a cabo, supuestamente para Dios.
Malaquías tuvo una misión difícil, porque Dios le había encargado un trabajo poco agradable. Pero a medida que continuamos nuestra lectura de este libro profético, comprendemos que este mensajero era fiel a su misión y su denuncia era como una estocada al centro mismo de los males de su pueblo.
Y por hoy, vamos a detenernos aquí. Dios mediante, continuaremos en nuestro próximo programa con el estudio del capítulo 3, el último capítulo de este libro de Malaquías. Nos permitimos sugerirle que lea el capítulo 3 de Malaquías, y se familiarice con su contenido, porque facilitará la comprensión del texto que trataremos. Que Dios bendiga Su Palabra y que Su Espíritu ilumine su alma para desear cada día más la presencia real y transformadora de Dios en su vida, estimado amigo oyente. Esa es nuestra oración, y nuestro más ferviente deseo para cada oyente de este espacio radiofónico.
Será, pues, hasta nuestro próximo programa, ¡que Dios le bendiga es nuestra ferviente oración!
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