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Estudio bíblico de Malaquías 2:17-3:4

Malaquías 2:17 - 3:4

Continuamos hoy, estimado amigo oyente, nuestro recorrido por el libro del profeta Malaquías, el último del Antiguo Testamento de la Biblia, tras el cual Dios no volvería hablar al hombre, al ser humano, hasta el nacimiento del Mesías, 400 años después, por medio de Juan el Bautista. Le invitamos, pues, a que abra su Biblia y nos acompañe en este viaje.

Comenzaremos regresando al versículo 17 del segundo capítulo, que es el último versículo que consideramos en nuestro programa anterior. Continuaremos nuestro viaje adentrándonos en los primeros versículos del capítulo tercero, lo cuáles nos darán respuesta a la pregunta formulada en este último versículo del capítulo segundo. Veremos así mismo, cómo en estos tres primeros versículos, hay una especie de paréntesis muy parecido a los que pudimos encontrar en los libros de los profetas Hageo y Zacarías. En ambos libros, un interludio histórico interrumpía la trama para retomarla tiempo después, tres años en el caso de Zacarías, por ejemplo. En el caso de Malaquías, se tratará de la predicción de dos mensajeros por medio de los cuales Dios provee su respuesta a su pueblo.

Si usted es un oyente habitual de nuestro programa, usted recordará, cómo Malaquías, mensajero de Dios, amonestó al pueblo por quebrantar el pacto sagrado del matrimonio mediante el divorcio de sus esposas judías, para contraer matrimonio con mujeres paganas, que adoraban a otros dioses y que estaban induciendo a sus maridos a hacer lo mismo.

Retomamos nuestra lectura a partir del versículo 17 del segundo capítulo de Malaquías. Este versículo es muy importante porque constituye la introducción del resto de libro. La denuncia de los pecados de Israel va seguida por una declaración del juicio que caerá sobre los que no se arrepientan, así como la bendición subsiguiente sobre el remanente fiel, un pequeño grupo que continuaba observando los mandamientos de Dios, pero que lo hacían de corazón.

Los israelitas a los que Malaquías se dirige, algunos de los cuáles oficiaba como sacerdotes, eran personas infieles y desobedientes a las leyes y mandamientos del Señor. Con sus pecados habían agotado la paciencia de Dios, y su escepticismo acerca de la fidelidad de Dios hacia ellos, y la actitud de constante queja y auto-justificación, fueron la razón por la cual el juicio vendría sobre ellos.

Leamos ya la primera parte del versículo 17, en el capítulo 2 de Malaquías, que dice así:

"Habéis hecho cansar al Señor con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado?"

¿Qué le parece a usted, estimado oyente, escuchar a estos israelitas dirigirse a Dios con un tono inocente y herido y absolutamente carente de culpa o remordimiento? Casi podemos intuir, entre líneas, un ligero matiz de ofensa e indignación ante el hecho de que Dios se atreviera siquiera a dirigirse a ellos en semejante tono. Y ellos se preguntan: "¿En qué le hemos cansado?" Sin embargo, Dios tiene la respuesta, hasta a esa pregunta insolente. Él tiene una respuesta para todas nuestras preguntas. Y la reacción de Dios es: "Vosotros me cansáis. Y decís: "¿En qué le hemos cansado?" Leamos ahora la segunda parte del versículo 17:

"En que decís: Cualquiera que hace mal agrada al Señor, y en los tales se complace; o si no, ¿dónde está el Dios de justicia?"

Vinculemos estas palabras al entorno en el cual Malaquías pronunció estas palabras. Tras la ansiada reconstrucción del templo, vino la desilusión. La presencia de Dios no había venido aún al nuevo Templo y el pueblo comenzó a vivir con indiferencia ante Dios. Endurecido y sin apenas discernimiento espiritual, el pueblo persistió en sus expresiones cínicas de inocencia. Habían abandonado toda intención de tomar en serio las diferencias entre el bien el mal. Y dominados hasta tal punto por la complacencia de creerse justos en su propia opinión, tuvieron el descaro de cuestionar con insolencia al Señor, y hasta llegaron a comentar que Él parecía favorecer a los malvados, y no interesarse mucho por los justos. Sin embargo, el profeta los confrontó con la realidad del juicio inminente de Dios y les dijo que Él, Dios, sí se había puesto en el camino, pero no como ellos querían, o esperaron, sino para refinar y purificar.

Prestemos atención a las palabras del Rey israelita David, que en su Salmo 73:2-3 dice así: "En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos".

Y eso es precisamente lo que estaba sucediendo en los días de Malaquías. Una nueva moralidad se estaba instalando en las mentes y en los corazones del pueblo del Señor. Una nueva moralidad cuyos límites entre lo bueno y lo malo estaban desdibujados, en la que todo era relativo, en la que las normas y leyes de Dios eran re interpretables según la intención de cada uno. Por este motivo podían decir sin remordimiento alguno: "Cualquiera que hace mal agrada a Jehová". Tal y como profetizó Isaías unos 200 años antes: "Llegará el día en que llamarán al bien mal y al mal bien". Y dado que no veían las consecuencias de su mala conducta, llegaron a engañarse y tal vez pensaron: "A Dios no le importa lo que hagamos, mientras acudamos a nuestro templo y le ofrezcamos nuestras ofrendas y sacrificios.

¡Cuan equivocados estaban, queridos oyentes! Ya lo hemos mencionado en alguna ocasión, ¿verdad? Dios no desea sacrificios: Dios le desea a usted. Dios no desea sus ofrendas porque usted es su ofrenda, viva y grata para Él. Dios no desea su adoración el día que acude a la iglesia: desea que usted le adore las 24 horas del día durante los 365 días del año. ¿Pero cómo es posible esto? -se preguntará-. Con su conducta diaria. Porque adorar a Dios es mucho más que cantarle canciones u orar. Adorar es que todo lo que usted haga, lo haga como si fuera para Dios. Decía el reformador protestante Martín Lutero que hasta una lechera ordeñando a una vaca puede ser un acto de adoración, si ésta hace como para Dios. ¡Ahí está el secreto querido amigo y amiga! Hacer todo como para Dios. ¿Y por qué? -puede usted estar preguntándose-. Porque la Biblia dice que usted fue planeado para agradar a Dios. En Apocalipsis 4:11 leemos (en la versión de la Biblia parafraseada): "Porque tú creaste todas las cosas; existen y fueron creadas para ser de tu agrado". Y en el Salmo 149:4 (NVI) leemos: "Porque el Señor se complace en su pueblo". Y en la Biblia, agradar a Dios se conoce como "adoración".

Por ello, el primer propósito de su vida debiera ser agradar a Dios por medio de su propia vida, vivir para complacerlo. Y cuando logre entender completamente esta verdad, sentirse insignificante o poco importante nunca volverá a ser un problema para usted. Imagínese lo importante que es usted para Dios que Él lo considera lo suficientemente valioso para que lo acompañe por la eternidad.

Pero, ¿cuántas veces nos comportamos como si olvidáramos lo importante que nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos son para Dios? Uno de los mayores males de la "religión" es que nos da una imagen distorsionada de Dios: Un Dios distante a nosotros e indiferente a nuestros problemas. ¡Nada más falso, querido amigo! Dios está interesado en todos los aspectos y detalles de su vida, y la Biblia está llena de historias que así lo atestiguan, como la que estamos leyendo en Malaquías, en la que el Dios todopoderoso y creador del Universo se interesa por la situación en la que quedan las mujeres judías al ser abandonadas por sus maridos.

Por otro lado, ¿no es verdad que a veces nos comportamos como si nuestros actos no pudieran interesarle a Dios, especialmente los "malos", y pretendemos sacudirnos como el polvo nuestra culpa asistiendo a la iglesia, como si el simple acto de acudir allí nos limpiara de nuestras faltas. De nuevo, nada más falso, querido amigo y amiga; Dios no mira las formas, mira los corazones. Si usted se comporta de esta manera, estará replicando la conducta que tanto disgustó a Dios en los tiempos de Malaquías: el pueblo, con una mano de adoraba y ofrendaba y con la otra pecaba, adulando a falsos dioses y contrayendo nuevos matrimonios con mujeres paganas.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee, contaba que cuando él era pequeño, robaba la fruta de sus vecinos. Y cada vez que él iba a robar la fruta, pensaba que iba a caer un rayo del cielo, y que moriría en ese instante. Pero a pesar de ello, el continuaba robando la fruta de sus vecinos, porque así es la terquedad y la obstinación del corazón humano. Y aunque pensaba que algún día Dios le iba a juzgar, decidió seguir actuando mal. Y, amigo oyente, no pensamos que Dios actúe de esa manera. En el libro de los Proverbios leemos: "El corazón del hombre continúa en la maldad". Y de la misma manera, los israelitas persistían obstinadamente en su actitud de satisfacer sus deseos y no los de Dios, y al ver que "nada malo sucedía", quizá pensaban "si Dios no me ha castigado, a lo mejor no está tan mal lo que estoy haciendo" o "A Dios le es indiferente si yo hago mi voluntad". Pero Dios nunca permanece indiferente a los que usted hace; y todos nuestros actos tendrán siempre una repercusión eterna.

Leamos a continuación la respuesta que Dios provee en el versículo 1 del capítulo 3, que dice así:

"He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho el Señor de los ejércitos."

En este versículo Malaquías profetiza a dos mensajeros. El primero es Juan el Bautista. El segundo es el mensajero del pacto, el Señor Jesucristo. El primer mensajero que tenía que ir delante de Él para preparar el camino era Juan el Bautista, citado en los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. Sin embargo, el ángel o mensajero del pacto no se cita en parte alguna de los evangelios. ¿Sabe por qué, amigo oyente? Porque este mensajero del pacto aquí mencionado es el Señor Jesucristo. Es importante, además, destacar que Él no vino en la primera ocasión para juzgar. Usted recuerda que Él dijo a un hombre, una vez: ¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez? Él no ha vino a juzgar aún. Él vino a salvar. Él vino a traer gracia, no gobierno. Él vino como Aquel que es Salvador y no como soberano, ni como rey. Por ello, cuando Él regrese a la tierra, lo hará como el Ángel o Mensajero del pacto, para ejecutar la justicia y juicio sobre la tierra.

Los reyes del Cercano Oriente tenían la costumbre de enviar mensajeros antes de ellos para quitar obstáculos de cualquier tipo para su visita. El Señor mismo empleó un juego de palabras con el nombre de Malaquías (que significa "el mensajero del Señor"), para anunciar que enviaba a uno que iba a preparar "el camino delante de Él". Esta fue la voz que "clama en el desierto" (Isaías 40:3), así como el anunciado por el profeta Elías de 4:5, quien viene delante del Señor.

Veamos algunos pasajes más referidos a este personaje, conocido como Juan el Bautista. El primero se encuentra en el evangelio según San Mateo, capítulo 11, versículos 9 y 10, que dicen: Pero ¿qué salisteis a ver?, ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti". Leamos ahora en el evangelio según San Marcos, capítulo 1, versículo 2, que dice así: "Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envió mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti".

En el evangelio según San Lucas, capítulo 7, versículo 27, dice: "Éste es de quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti". En el evangelio de San Juan, capítulo 1, versículo 23, leemos: "Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Y Malaquías también se refiere a este mensajero.

Querido amigo y amiga que me escucha, ¿cree usted realmente que Dios no tiene ninguna intención de juzgar el pecado, y que Él tiene la intención de permitir a los pecadores que se salgan con la suya, y que la injusticia quedará impune? Dios va a juzgar a la humanidad. Y quien no lo tenga como Salvador, lo tendrá como juez. Él dice que el Padre le ha entregado todo el juicio en Sus manos - en las manos del Hijo. Y en el libro de Apocalipsis, que estudiaremos muy pronto, veremos el Gran Trono Blanco, y cómo Él está sentado en dicho trono. Y no pretendemos con estas duras palabras lanzar un mensaje negativo o amenazador. Pero debemos comunicarle lo que la Biblia dice sobre el pasado, el presente y el futuro. Y realmente las Escrituras son extremadamente claras al indicar que sólo hay dos caminos: uno de vida y otro de perdición. Es nuestra decisión por dónde transitamos a estas alturas de la vida. Es su decisión, ni siquiera la de Dios, que aunque soberano absoluto, le ha otorgado a usted la plena libertad de elegir.

Ahora, aquí en este libro de Malaquías, leemos: "Y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis". Esto no significa que vendrá de inmediato, sino de forma instantánea y sin ser anunciado. Por lo general, este tipo de expresiones en la Biblia se refieren a un acontecimiento lleno de calamidad. Al terminar todos los preparativos, el Señor vendrá pero no al templo de Zorobabel, sino de manera definitiva a aquel templo mencionado por el profeta Ezequiel (cap. 40 al 48). De esta manera referida por Malaquías, la llegada inesperada de Cristo que se cumplió en parte con su primera venida se hará por completo realidad en su segunda venida.

A quien deseáis vosotros (Malaquías 3:1)

Esta frase pudiera estar cargada de ironía, porque el pueblo, pecador, no se deleitaba en Dios en aquel tiempo y tampoco lo harían cuando Él viniera a juzgar su culto hipócrita y a purificar el templo. Apocalipsis 19:11 dice que todos los impíos serán destruidos en su regreso a la tierra.

Leamos el versículo 2 del capítulo 3 de Malaquías:

"¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores."

Él va a purificarlo todo, amigo oyente. Él nos va a limpiar. Va a purificar y a limpiar. Y ya no habrá ninguna impureza cuando Él establezca el milenio sobre la tierra. En su venida Él quitará todas las impurezas. Ninguno escapará de esta purificación, y es importante matizar que Él vendrá a purificar y a limpiar, y no necesariamente para destruir. Ahora, en la primera parte del versículo 3, leemos:

"Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata"

Puesto que los sacerdotes del pacto levítico fueron responsables en gran medida por el extravío de la nación y se requería un nuevo grupo de sacerdotes puros para el ministerio en el templo milenario, la limpieza de la nación iba a comenzar con ellos. De esa manera, ellos podrán traer ofrenda justa al Señor, conforme a lo que se refiere a los sacrificios en el milenio. Y la segunda parte del versículo 3 dice:

"Y traerán al Señor ofrenda en justicia."

Sus ofrendas procederán de un corazón limpio y una condición íntegra delante de Dios, por esa razón serán traídas en justicia. Estos sacrificios durante el milenio tendrán el propósito de que la nación redimida de Israel conmemore el sacrificio que Cristo hizo en el Calvario. Y en el versículo 4, leemos:

"Y será grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años antiguos."

Dios dice que sólo después de que el sacerdocio sea purificado y su pueblo limpiado, podrán ellos ofrecer lo que agrada al Señor como en los mejores días del Rey Salomón.

Vamos a detenernos aquí por hoy. Le invitamos a acompañarnos nuevamente en nuestro próximo programa, en el cual continuaremos con nuestro estudio del profeta Malaquías. Esperamos, junto a usted, seguir descubriendo todos los tesoros que Dios nos ofrece por medio de Su Palabra, la cual es fuente de vida eterna para usted, y para todo aquel que se acerca con sed de verdad y paz. Hasta entonces, que Dios le bendiga abundantemente mediante la lectura diaria de la Biblia, la cual le dará nuevas fuerzas cada mañana, consejos con sabiduría de Dios para enfocar sus problemas, consuelo en tiempo de aflicción y, especialmente, certeza; Certeza de que usted y yo podemos comenzar a disfrutar, hoy mismo, de todas las riquezas que Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos ha prometido.

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