Estudio bíblico: Jesús y la mujer samaritana - Juan 4:1-42
Jesús y la mujer samaritana (Juan 4:1-42)
(Jn 4:1-42) "Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.
En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores. Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo."
Introducción
La porción que tenemos delante es bastante larga, así que vamos a hacer un esquema previo de los diferentes movimientos que encontramos en ella:
(Jn 4:1-4) Explica la partida de Jesús hacia Galilea y su paso por Samaria.
(Jn 4:5-26) La conversación de Jesús con una mujer samaritana.
(Jn 4:27-38) La conversación de Jesús con sus discípulos.
(Jn 4:39-42) El contacto con los hombres de Samaria.
Y también es importante que nos fijemos en los tres temas sobresalientes que vamos a estudiar:
Una lección de evangelismo personal.
La verdadera adoración (en la siguiente lección).
La siembra y la siega.
"El Señor salió de Judea y se fue otra vez a Galilea"
Jesús pasó algún tiempo en Judea al comienzo de su ministerio. Este periodo no es recogido por los otros tres evangelios. Durante ese tiempo estuvo cerca de Juan el Bautista y ambos se dedicaron a bautizar para arrepentimiento a los israelitas que venían a ellos, aunque el evangelista nos aclara que "Jesús no bautizaba, sino sus discípulos".
Después de algún tiempo en Judea, los fariseos habían llegado a conocer el éxito del ministerio de Jesús, que en ese momento hacía y bautizaba más discípulos que Juan. Seguramente esta nueva situación era comentada en Jerusalén donde sería vista con cierta preocupación. Ni a los fariseos, ni tampoco a los líderes judíos les había agradado la popularidad que Juan el Bautista había alcanzado entre el pueblo. Pero su ministerio fue sólo el comienzo, porque como él mismo les había anunciado, había uno más grande que él que estaba a punto de aparecer (Jn 1:25-27). Así que, una vez que los fariseos vieron el rápido ascenso de Jesús, debieron sentirse muy alarmados, porque en el fondo de sus corazones sabían que en la misma medida en que su ministerio creciera, ellos iban a perder mucha de su popularidad e influencia sobre el pueblo.
Sin embargo, en vista de esta situación, fue Jesús quien decidió abandonar Judea. La razón es que él no quería entrar todavía en un enfrentamiento abierto con los fariseos y los líderes judíos, así que decidió salir de su área de mayor influencia y regresar a Galilea, donde ellos tenían menos poder y presencia.
"Y le era necesario pasar por Samaria"
Antes de que comentemos este corto versículo, es importante que digamos algo sobre los samaritanos. Lo primero que debemos entender es su ubicación geográfica. En cualquier atlas bíblico del Nuevo Testamento podemos ver que en los tiempos de Jesús Israel estaba dividida en tres regiones: Judea en el sur, Galilea en el Norte y Samaria que ocupaba la zona central en medio de las dos. Estas divisiones reflejaban las grandes diferencias culturales y religiosas que había entre judíos, samaritanos y galileos.
Por ejemplo, los samaritanos eran una mezcla de judíos con personas de otras nacionalidades. La historia del origen de los samaritanos la podemos encontrar en (2 R 17:24-41). Allí leemos que cuando el rey de Asiria conquistó el reino del norte, transportó a la mayoría de los judíos a otras tierras de sus dominios, y pobló las ciudades samaritanas con gente que trajo de otros lugares. Con el tiempo se produjo una mezcla racial, pero también religiosa, porque los pueblos que vinieron de otras partes trajeron sus dioses y prácticas idolátricas, que fueron incorporadas al culto de Jehová.
Más tarde, cuando los judíos regresaron del cautiverio en Babilonia y comenzaron la reconstrucción del templo y la ciudad, los habitantes de Samaria se opusieron a esta obra y fueron sus principales opositores (Esd 4).
Con el tiempo ellos mismos erigieron su propio templo en Gerizim, y disponían también de ejemplares del Pentateuco, aceptando lo revelado por Moisés, pero rechazando todos los demás escritos del Antiguo Testamento.
Todo esto nos da una idea de porqué "judíos y samaritanos no se trataban entre sí" (Jn 4:9). Aunque de hecho, no debemos entender simplemente que no se hablaban entre ellos, sino que había un verdadero odio arraigado en los corazones de ambas partes. Tal era así que cuando los judíos quisieron insultar a Jesús, le dijeron que era "samaritano y que tenía demonio" (Jn 8:48). Y como era de esperar, tampoco los samaritanos recibían a los judíos cuando pasaban por su territorio. Recordemos el incidente cuando en una ocasión Jesús envió a algunos de sus discípulos a una aldea de Samaria para hacer ciertos preparativos y los samaritanos no quisieron recibirlos porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. A lo que los discípulos respondieron pidiendo al Señor que cayera fuego del cielo sobre ellos y los consumiera (Lc 9:51-56).
Debido a esta tensión en sus relaciones, cuando un judío quería viajar de Judea a Galilea, lo que normalmente haría sería cruzar el río Jordán hacia el este pasando a Perea y bordearlo hasta llegar al Norte donde volvería a cruzarlo nuevamente para entrar en Galilea. Por supuesto, éste no era el camino más corto, pero así evitaban pasar por Samaria, lo que dada la hostilidad reinante, les evitaba muchos problemas y situaciones desagradables.
Habiendo dicho esto, volvemos a nuestro versículo, y vemos que nos dice que en su viaje de Judea a Galilea, Jesús consideró que le era necesario pasar por Samaria. ¿Cuál era la razón para ello? ¿Por qué no podía cruzar el Jordán como hacían otros muchos judíos? ¿Por qué era necesario atravesar Samaria?
En vista de los acontecimientos que luego tuvieron lugar allí, y que este capítulo recoge, queda claro que la necesidad expresada aquí estaba relacionada con su misión divina en Samaria, y particularmente con una mujer samaritana que lo necesitaba.
"Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo"
El Señor llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Es difícil saber con exactitud a qué lugar concreto se refiere. Algunos han pensado que la ciudad era Siquem, y por (Gn 33:18-19) sabemos que Jacob compró un terreno cerca de allí, donde los huesos de José fueron sepultados por fin (Jos 24:32). Sin embargo, por la historia sagrada no sabemos nada de un pozo que el patriarca diera a José y tampoco podemos estar seguros de que Sicar fuera Siquem. Una vez más será necesario que los arqueólogos avancen en sus investigaciones.
Pero podemos fijarnos en otro detalle mucho más importante: "Jesús cansado del camino se sentó junto al pozo". De hecho, parece que estaba más cansado que sus discípulos, porque él se quedó a descansar mientras que ellos iban hasta la ciudad para comprar comida. Seguramente debemos pensar que el esfuerzo espiritual de enseñar, sanar y restaurar que hacía el Señor, le producía un agotamiento que no sentían los discípulos que sólo eran observadores. Con esto el evangelista nos quiere hacer notar que su naturaleza humana era real. Y es interesante que en un evangelio como el de Juan, donde tantas veces se enfatiza la divinidad del Hijo, el evangelista se detiene constantemente para mostrarnos sus reacciones humanas; por ejemplo, cuando nos dice que Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11:35), y su alma se turbó ante la inminencia de la cruz (Jn 12:27), o su espíritu se conmovió ante la traición de uno de sus apóstoles (Jn 13:21) y tuvo sed cuando estaba en la cruz (Jn 19:28).
Fijémonos además en otro pequeño detalle que también tiene cierta importancia. Observamos que Jesús envió a sus discípulos a comprar algo de comer en la ciudad. Por supuesto, esto no tiene nada de extraordinario, pero cuando unos capítulos más adelante vemos que el Señor multiplicó panes y peces para dar de comer a una multitud hambrienta, nos preguntamos por qué no hizo Jesús en este momento un milagro similar para así no tener que esperar a que sus discípulos regresaran de la ciudad con comida y así calmar su hambre rápidamente. La respuesta es que el Señor no hacía milagros para satisfacer sus propias necesidades. Él se sujetaba al orden normal de las cosas y vivía como las demás personas. De este modo nos enseñó también que Dios no va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos debemos hacer. Y que el objetivo principal de sus milagros no es facilitarnos a nosotros la vida, sino mostrar su gloria al mundo.
"Vino una mujer a sacar agua"
Desde una perspectiva humana, podríamos pensar que el único propósito de Jesús cuando se quedó solo en el pozo era el de tener un rato de descanso mientras sus discípulos compraban en la ciudad algo de comer. Pero él tenía otros planes. Había elegido la ruta de Samaria porque estaba buscando a una mujer que le necesitaba urgentemente. Y en su omnisciencia sabía que en aquella hora ella iría hasta el pozo a sacar agua.
Según parece, la hora sexta no debía ser la más apropiada para ir a por agua, ya que según nuestro pasaje, esta mujer era la única persona que había elegido ese momento del día para hacerlo. Es probable que los demás prefirieran ir antes o después, cuando el calor del sol no fuera tan intenso. Pero por alguna razón que tal vez luego podamos deducir, la mujer no quería compañía, algo que al Señor le convenía también para poder tener con ella una conversación personal sin que hubiera otras interferencias que le pudieran distraer. Así pues, vemos que el Señor estaba buscando a esta mujer y eligió el momento más adecuado para acercarse a ella.
Así pues, aquí comienza un encuentro que nos puede servir de ejemplo de cómo Jesús evangelizaba a los perdidos. Notemos especialmente la forma sencilla en la que el Señor le expuso la verdad a la mujer, le mostró su necesidad espiritual, despertó su conciencia, y le contestó a todas las preguntas que inquietaban su alma, para llevarla finalmente a la fe en él, el auténtico Mesías y Salvador del mundo.
"Jesús le dijo: Dame de beber"
Cuando la mujer llegó aquel día al pozo, no sabía todavía lo que Dios tenía preparado para ella, pero se disponía a tener un encuentro con el mismo Hijo de Dios que cambiaría su vida entera.
Jesús fue quien comenzó la conversación. Y curiosamente lo hizo pidiéndole un favor: "Dame de beber". No cabe duda de que en ese momento la mujer se sintió importante. Ella era la que tenía los medios para sacar el agua del pozo.
Es notable observar cómo Jesús se acercaba a los hombres y mujeres con toda humildad, no buscando impresionar a las personas con su majestad y gloria. ¡Y menos mal que lo hizo así, porque de otra manera, tanto la mujer samaritana, como nosotros mismos, habríamos salido huyendo de temor! Sólo hace falta recordar el momento cuando Dios dio la ley a los israelitas en el monte Sinaí y manifestó su gloria. Entonces todos quedaron espantados y temblando (He 12:18-21). Por esta razón cuando el Hijo trataba con los hombres encubría su gloria bajo la débil apariencia humana para así poder acercarse con facilidad al pecador sin atemorizarlo.
Ahora bien, Jesús había pedido agua a la mujer, pero ¿querría la mujer dar de beber a este desconocido judío?
"¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?"
En la respuesta de la mujer se percibe inmediatamente la desconfianza reinante entre judíos y samaritanos. A esto hay que añadir las diferencias de sexos, porque la samaritana deja también claro que ella era "mujer". Y si esto no fuera suficiente, Jesús se saltó los convencionalismos sociales que eran propios de aquella cultura y que prohibían que un rabino judío pidiera algo a una mujer.
Pero Cristo no reconoció las divisiones y enemistades entre los hombres, ya sea que éstas tengan su origen en la raza, la religión, el sexo o cualquier otro aspecto. La razón es que todos los seres humanos estamos necesitados de salvación por igual, así que, aunque "judíos y samaritanos no se trataban entre sí", Cristo trató con todos ellos.
Por lo tanto, lo primero que la mujer percibió es que este judío no era como los demás. Él sí que estaba dispuesto a acercarse a los "odiados samaritanos" y tener trato con ellos.
De todas maneras, esto no sirvió para que la samaritana complaciera al Señor dándole un poco de agua para su sed.
"Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber..."
A pesar de la negativa de la mujer, Jesús continúa la conversación diciéndole que tenía un agua mejor que la de ese pozo y que él sí que estaría dispuesto a compartirla con ella. De esta manera, partiendo de algo material como el agua, el Señor comienza a hablarle acerca de las realidades espirituales: "el don de Dios" y "el agua viva".
Pero notemos cómo presenta el asunto. Comienza diciéndole: "Si conocieras...". Hay cierto toque de misterio que tiene como finalidad causar extrañeza en la mujer y obligarle a reflexionar. Es una forma de incitar a la mujer para que haga más preguntas y se siga interesando por lo que Jesús le quiere decir.
Luego le habla del "don de Dios", porque la mujer desconocía el regalo de Dios. Podemos imaginarnos algunos de sus pensamientos en este momento: ¿En qué consistiría este regalo? ¿Realmente Dios me quiere regalar algo? La vida es tan dura... todo hay que ganarlo por uno mismo... me resulta sospechoso que alguien me quiera dar algo sin recibir nada a cambio...
Por último le habla de sí mismo: "si conocieras quién es el que te dice: Dame de beber". Aunque ella no tenía ni idea, Jesús, quien en aquellos momentos estaba hablando con ella, es el regalo de Dios al mundo pecador. En él, Dios ha manifestado toda su gracia, misericordia, justicia, perdón, santificación... a favor de los hombres.
"Tú le pedirías, y él te daría agua viva"
Cristo le estaba haciendo un ofrecimiento realmente importante a la samaritana, y esto a pesar de que ella se había negado a darle siquiera un poco de agua del pozo. Al considerar la actitud de la mujer, podemos sacar una opinión muy pobre de ella, pero si lo pensamos bien, así es constantemente con el ser humano. Nos negamos a darle a Dios lo que por derecho le corresponde de nuestras vidas, pero aun así él sigue buscándonos para ofrecernos su regalo precioso, el "agua viva".
¿En qué consiste este "agua viva"? Bueno, el pozo de Jacob junto al que estaban manteniendo su conversación se llenaba con el agua de la lluvia que saturaba el terreno. Era una especie de cisterna con agua buena, pero en ningún caso podría compararse con el agua de un manantial que brota constantemente fluyendo siempre fresca. Aunque, por supuesto, todo esto era simplemente una ilustración de las verdades espirituales que Cristo quería compartir con la mujer y que finalmente apuntaban a la vida eterna con todas sus bendiciones inagotables.
En cualquier caso, es importante notar también que aunque este "agua viva" está a la disposición de todos los hombres de forma totalmente gratuita, sólo aquellos que la piden se podrán apropiar de ella.
"La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla"
Evidentemente, la mujer no comprendió el lenguaje espiritual que Jesús estaba utilizando. Ella ignoraba que aquel judío con el que estaba hablando era el Salvador del mundo. Y tampoco lograba entender la grandeza de la salvación que le estaba ofreciendo gratuitamente. Para ella Jesús era un judío necesitado, cansado, con las manos vacías, sediento... ¿Qué podía ofrecerle? Por el contrario, ella era una mujer autosuficiente, que contaba con los recursos necesarios para ayudarle a él a calmar su sed.
La cuestión, por lo tanto, era quién necesitaba a quién. Jesús a la samaritana o la samaritana a Jesús. La mujer sólo veía en Jesús a un viajero desvalido, sin medios para sacar agua del pozo y calmar así un poco su sed. Y de la misma manera, muchos siguen rechazando creer en un Cristo crucificado, vencido, que en sus últimos momentos de vida volvía a repetir en medio de su agonía la misma frase: "Tengo sed" (Jn 19:28).
No logran ver que tras su humanidad se encontraba el mismo Hijo de Dios, que ofrece a la humanidad la vida eterna. Hoy, igual que ayer, los hombres se sienten autosuficientes, creen que no necesitan a Dios, y que en tal caso, si llegaran a creer en él, serían ellos los que le harían un inmenso favor a él.
"¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?"
Sin embargo, a pesar de su debilidad, parece que la mujer estaba empezando a percibir una autoridad inusual en Jesús y quizá por eso adoptó una actitud defensiva: "¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?". Como ya hemos dicho, la historia bíblica no nos da detalles acerca de ningún pozo que Jacob diera a sus descendientes en la tierra de Israel. Puede tratarse de una tradición, pero en cualquier caso, la mujer la aprovechó para comparar a Jesús con Jacob, y por supuesto, colocarlo en un plano de clara inferioridad. ¿Quién se creía este joven judío para ofrecer un "agua viva" mejor que la que salía del pozo dado por el mismo Jacob?
Los samaritanos se sentían orgullosos de su padre Jacob, del cual pretendían descender por medio de sus hijos Efraín y Manasés. Y aunque sus vecinos judíos pudieran discutir este punto, no cabe duda de que también para ellos la figura de Jacob, el padre de la nación judía, era tenido en muy alta estima.
Así pues, la cuestión que la mujer planteó es importante: ¿Es Jesús mayor que el mismo Jacob, el padre de la nación judía? ¿Quién es Jesús?
"Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed"
La respuesta del Señor deja fuera de toda duda que él era infinitamente mayor que Jacob.
Lo primero que hace es mostrar a la mujer que el agua del pozo que Jacob les había dado, no lograba calmar definitivamente su sed. En realidad, Jacob era un hombre y todo lo que podía darle eran cosas materiales, como el agua, que nunca puede dejar plenamente satisfecho al hombre. El alma humana tiene necesidades profundas que nada material puede saciar. Y todos los que vivimos en sociedades materialistas sabemos que es verdad. El hombre de nuestros días se afana por poseer nuevas cosas en un intento desesperado por llenar su vida pero sin llegar a conseguirlo nunca. De hecho, cada vez necesita más cosas y experiencias más fuertes para llenar el vacío que constantemente está creciendo en él. Todos nosotros deberíamos recordar siempre las palabras de Jesús: "Cualquiera que bebiere de este agua, volverá a tener sed".
En este punto de la conversación, la mujer tuvo que pensar necesariamente en su propia experiencia: ¿Acaso se sentía satisfecha con su vida? ¿No encontraba que su alma cada vez estaba más sedienta? ¿No era cierto que la religión le había dejado vacía y frustrada sin dar respuesta a sus necesidades espirituales? Allí estaba ante el pozo del patriarca Jacob, ¿y de qué le había servido beber de ese agua por tanto tiempo? ¿En qué había cambiado su vida?
"Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás"
Una vez mostradas las limitaciones de lo que Jacob, o cualquier otro hombre puede ofrecer a sus semejantes, el mismo Señor hizo su ofrecimiento: "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna".
Cristo hace aquí una promesa universal, ya que sólo él puede llenar plenamente el vacío de nuestro interior y darnos una felicidad duradera. Aunque esto no ocurrirá hasta que le entreguemos nuestras vidas.
Así pues, frente a las aguas estancadas del pozo de Jacob, el Señor ofrece un manantial de agua saltando. Como más adelante explicó, se estaba refiriendo al Espíritu Santo que él daría a todos los que creyeran en él:
(Jn 7:37-39) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él..."
Y esta oferta sigue estando vigente para todos los hombres y mujeres en cualquier parte. Así nos lo recuerda también el libro de Apocalipsis justo al terminar:
(Ap 22:17) "...El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente"
"Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla"
Por fin las palabras de Jesús habían logrado despertar la curiosidad de la mujer, que en ese momento llega a pedir que le dé esta nueva clase de agua. Sin embargo, parece que no había escuchado las últimas palabras de Jesús: "una fuente de agua que salte para vida eterna". Ella no dejaba de pensar en el agua física, pero Jesús se refería a verdades espirituales y eternas. Ella pensaba en su propia comodidad al no tener que ir hasta el pozo cada día a buscar el agua, pero el Señor le estaba ofreciendo la vida eterna. La mujer samaritana es un buen ejemplo de las dificultades que el hombre natural tiene para entender la Palabra de Dios.
"Jesús le dijo: Vé, llama a tu marido, y ven acá"
De repente, Jesús da un giro inesperado en la conversación, pidiéndole que llamara a su marido. ¿Qué necesidad había de que él viniera para que ella pudiera recibir el agua de vida? Bueno, en realidad su presencia no era necesaria en este sentido, puesto que cada persona puede tener un encuentro personal con Jesús independientemente de lo que hagan los que le rodean, incluidos sus cónyuges en el caso de que la persona esté casada.
Por lo tanto, el propósito del Señor era otro. Él quería que entendiera que no se puede disfrutar de los beneficios del evangelio sin que previamente se enfrente el pecado con confesión y arrepentimiento. Y sin duda, la samaritana, al igual que todos nosotros, tenía muchas cuentas pendientes en este sentido. Así que el Señor, perfecto conocedor de la vida de esta mujer, llamó su atención sobre algo que a ella le causaba un dolor y frustración especial: su fracaso matrimonial y su inmoralidad sexual.
Evidentemente, toda la vida de esta mujer era como un libro abierto delante del Señor. La samaritana estaba descubriendo que no había nada que pudiera ocultarle. Y el Señor usó este conocimiento para arrojar luz sobre los repliegues de su conciencia con el fin de mostrarle cuán grande era la necesidad que tenía de purificación y perdón.
"Respondió la mujer y dijo: No tengo marido"
La mujer respondió de una forma un tanto brusca y cortante: "No tengo marido". Parece que se había puesto en guardia. Tenía miedo de ser desenmascarada y expuesta a la luz. Pero ¿por qué le molestaba el tema? No tener marido no es ningún pecado. Podía estar soltera, o incluso ser viuda, y no por eso debería sentirse acusada.
Pero tanto ella, como el Señor, sabían que su respuesta era sólo una verdad a medias. Así que, ante la sorpresa de la mujer, "Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad". El Señor fue directo al asunto, no lo camufló ni lo adornó. Llamó a las cosas por su nombre y con ello puso al descubierto las lacras de su vida moral. Por supuesto, esto tuvo que ser muy doloroso para ella, pero sólo cuando la persona empieza a sentir su culpabilidad y fracaso, es cuando Dios puede hacer algo por el bien de su alma. Sólo quien se reconoce enfermo va al Médico (Lc 5:31-32).
Y como podemos ver, la mujer samaritana estaba realmente muy enferma y necesitada. Por un lado había tenido cinco maridos. La misma cantidad de matrimonios, seguramente en rápida sucesión, muestran su fracaso y tragedia. Y finalmente, dejando a un lado la "formalidad" del matrimonio, la mujer estaba viviendo con un hombre con el que no se había casado. Y aunque ella quisiera justificarlo, algo que no parece que hiciera, estaba viviendo en pecado.
Todo esto evidenciaba el descenso moral que desde hacía tiempo aquella mujer había experimentado. Y es probable que además del dolor que sus continuos fracasos matrimoniales le producían, tenía que añadir también el rechazo de sus vecinos, razón por la cual habría ido a aquellas horas de tanto calor a buscar agua del pozo para así no tener que sufrir sus miradas inquisitivas.
Habiendo llegado a este punto, es importante que nos demos cuenta de cómo valora el Señor ciertos comportamientos que han llegado a ser "normales" en nuestros días. Por un lado están aquellos que acumulan divorcios y nuevos matrimonios. La idea de una unión para toda la vida parece haber quedado obsoleta en la mente de la mayoría. Los actores, cantantes y deportistas son los que ahora parecen moldear el carácter de las nuevas sociedades, y ¿cuál de ellos no tiene dos o tres matrimonios a sus espaldas? Quizá se nos presenten como abanderados de la libertad, pero según la forma en la que el Señor trató el asunto con la mujer samaritana, todo esto no hace sino sacar a la luz su deterioro moral y su vacío existencial. Y por otro lado, están aquellos que "pasan" del matrimonio y conviven con un hombre o una mujer sin legalizar su situación. Notemos que tampoco esto fue aprobado por el Señor. Sigamos el ejemplo de Jesús que llamó a las cosas por su nombre.
Y tomemos también buena nota de que al intentar ganar almas para Cristo, nunca hemos de evitar la cuestión del pecado. Sólo los que reconocen que están perdidos pueden ser salvados. Pero ¡cuán pocos son los que están dispuestos a admitir su situación!
"Les dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta"
El conocimiento de la vida íntima de la mujer fue una manifestación de la omnisciencia del Señor.
(He 4:13) "Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta."
La mujer no niega lo que Jesús había dicho sobre ella, sino que más bien no puede ocultar su sorpresa y admiración, llegando a reconocer la posibilidad de que Jesús fuera profeta. Y esto es muy significativo, porque como ya hemos dicho, los samaritanos sólo creían en el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia, por lo tanto, ellos no esperaban un rey, sino un profeta (Dt 18:15). Así que, cuando dijo que le parecía que Jesús era profeta, estaba diciendo que había empezado a sospechar que él era alguien realmente muy importante.
"Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén..."
Todos ofrecemos cierta resistencia cuando tenemos que reconocer nuestros pecados o admitir nuestros fracasos. Seguramente por esta razón la mujer intentó en ese momento desviar la conversación de su situación personal a una disputa teológica muy de moda en aquel entonces: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar".
No sabemos cuál era el interés real que la samaritana tenía en este debate. Como decimos, es probable que sólo era una manera de encubrir su triste fracaso personal. Pero tal vez estaba también indicando la frustración que la religión le producía en su intento de conocer el camino a Dios. Aunque pueda parecer extraño, muchas personas culpan a la religión de su falta de fe. En ocasiones hemos oído a las personas quejarse diciendo: "Yo creo en Dios pero no en la religión". Estas son personas, que como la samaritana, se sienten confundidas por la religión.
"Vosotros adoráis lo que no sabéis"
Ahora bien, el Señor no evitó entrar en el tema, sino que lo abordó de frente, dando una perspectiva divina al problema. Y tenemos que decir que nos interesa mucho su respuesta, porque la cuestión planteada por la samaritana sigue teniendo plena vigencia. Muchos se preguntan: Si sólo existe un Dios, ¿por qué entonces hay tantas religiones?, ¿cuál es la religión verdadera? ¿Dónde debemos adorar? Otros sacan la conclusión de que en todas las religiones hay algo de verdad y que lo que debemos hacer es entresacar lo mejor de cada una de ellas. Y aun hay quienes piensan que lo importante es creer en algo. ¿Qué dijo el Señor Jesucristo acerca de esta cuestión?
Pues con la claridad que le caracterizaba, se dirigió a la mujer samaritana en estos términos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos".
En el debate sobre cuál era el lugar correcto para adorar, los judíos afirmaban que Dios había elegido a Jerusalén, mientras que los samaritanos habían construido un templo alternativo en el monte Gerizim. El Señor no dejó lugar a la duda. No dio una respuesta ambigua, sino que de una forma que a nosotros nos puede parecer incluso hasta brusca, dijo que los samaritanos adoraban lo que no sabían. Era una forma de decir que estaban completamente equivocados y que lo que estaban haciendo no agradaba a Dios.
A la hora de adorar, no todo vale. Y los samaritanos habían olvidado algo muy importante: la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento decía que los israelitas debían adorar en el lugar que Dios escogiere para poner su nombre:
(Dt 12:5) "El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allí iréis."
Y en muchas otras partes de la Escritura Dios afirmó que era Jerusalén la ciudad elegida para este fin:
(2 Cr 6:6) "A Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre"
¿Cuál era la base del problema de los samaritanos? Pues que sólo aceptaban una parte de la revelación, en concreto lo dicho por Moisés en el Pentateuco. Por lo tanto, al rechazar el resto de la Palabra, habían llegado a "adorar lo que no sabían". En este sentido, a pesar de que habían tenido grandes ventajas sobre las otras naciones paganas, al final se encontraban tan lejos de la verdadera adoración como los idólatras atenienses, a los que el apóstol Pablo encontró adorando delante de un altar que tenía la siguiente inscripción: "Al dios no conocido" (Hch 17:23).
Llegamos pues a la conclusión de que no es posible adorar adecuadamente a Dios si desconocemos su Palabra. A esto se refería Jesús cuando más adelante dijo que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad". Tenemos que reflexionar muy seriamente sobre este asunto, porque se puede ser un falso adorador si tenemos un conocimiento insuficiente de la Palabra.
"Porque la salvación viene de los judíos"
La gracia y la ternura del Señor no le impedían declarar la verdad, aun cuando ésta no fuera del gusto del oyente. Así pues, afirmó de manera categórica algo que a la mujer samaritana seguramente no le agradó: "La salvación viene de los judíos". Esto implicaba necesariamente que los samaritanos estaban equivocados en el camino que seguían en su búsqueda de la salvación. Esta es una seria advertencia para todos nosotros, porque contrariamente a lo que muchos creen, no todos los caminos conducen a la salvación.
Ahora bien, ¿en qué sentido la salvación viene de los judíos? ¿Cómo debemos entender estas palabras de Jesús? Esta afirmación se basa en el hecho de que Dios había dado su revelación especial por medio de los judíos. Ellos habían sido escogidos por Dios como un instrumento a los efectos de recibir, guardar y transmitir la Palabra de Dios. Y sólo a través de la revelación de Dios podemos saber con exactitud cuál es el camino trazado por él para la salvación.
(Ro 3:1-2) "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios."
Pero aún más importante que esto, el Salvador del mundo sería alguien que vendría de la descendencia de Abraham. Las Escrituras lo anunciaban con claridad.
(Ro 9:4-5) "Son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén."
Por lo tanto, los samaritanos estaban equivocados cuando esperaban que la salvación viniera a través de su pueblo. El Salvador del mundo es judío. Ahora bien, nos podemos imaginar la resistencia que ellos ofrecerían para reconocer como su Salvador a un judío. Sin duda, el odio que se profesaban entre ambos pueblos sería un grave obstáculo para ello. Y algo parecido les ocurre en la actualidad a millones de árabes que no pueden aceptar que la salvación eterna de Dios viene de los judíos.
"Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías"
Las enseñanzas que la mujer acababa de recibir, causaron en ella una profunda impresión, hasta el punto de que comenzó a pensar en el Mesías, aquel que cuando viniera les declararía todas las cosas. Y muy probablemente, algo dentro de ella misma le estaba diciendo que de hecho, aquel judío que se había acercado a ella para pedirle agua junto al pozo de Jacob, podía ser el Mesías que esperaban. Al fin y al cabo, ¿no le había declarado con toda claridad cuál era su estado moral, y además había dado explicación a todas sus dudas teológicas? Parece que en su mente y corazón comenzó a establecerse esta conexión entre Jesús y el Mesías. De hecho, así se lo planteó a los samaritanos de la ciudad un poco más tarde: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" (Jn 4:29).
En cualquier caso, a la mujer no le quedó ninguna duda sobre este asunto cuando Jesús mismo le declaró que él era el Mesías: "Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo".
Debemos detenernos un momento en este punto, porque esta es la única ocasión en que nuestro Señor hizo una manifestación tan clara de su naturaleza y su misión mesiánicas. Y nos sorprende que eligiera para ello a una mujer samaritana e inmoral. Pero esto es lo que dijo Jesús:
(Mt 11:25-26) "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó."
No se reveló a Nicodemo, el principal entre los judíos, tampoco lo hizo a los eruditos escribas, ni a los estrictos fariseos. Fue a una mujer de Samaria.
Por otro lado, también es importante considerar la forma exacta de esta declaración. Jesús dijo: "Yo soy". Por supuesto, gramaticalmente se sobreentiende que quería decir "Yo soy el Mesías". Pero ningún conocedor del Pentateuco podría dejar de asociar estas palabras de Cristo con aquellas con las que Dios se presentó a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3:13-14). De hecho, esta es la primera aparición de la expresión "Yo soy" que Jesús usa muchas veces en el evangelio de Juan para revelar su verdadera naturaleza. Esto lo iremos viendo más adelante.
"En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer"
¿Cuál fue la razón para que los discípulos se maravillaran de que Jesús estuviera hablando con una mujer? Bueno, en nuestra cultura esto puede ser muy normal, pero entre los judíos había un precepto rabínico que decía: "Nadie hable con una mujer en la calle, ni con su propia esposa". Y los discípulos consideraban a Jesús como un rabí, por lo tanto, les pareció que estaba actuando por debajo de su dignidad.
Sin embargo, ninguno le dijo nada debido al respeto y la reverencia que sentían por él.
"Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad"
Mientras tanto, la mujer desapareció rápidamente de la escena y fue a la ciudad. El evangelista observa que dejó allí su cántaro, un detalle que es muy significativo. ¿Qué podemos pensar de este hecho?
Una posibilidad es que la mujer dejara el cántaro para que Jesús bebiera agua. Al fin y al cabo, a pesar de la sed de Jesús y su petición, ella todavía no le había dado agua.
Pero aunque esto es posible, seguramente dejó el cántaro allí con el propósito de llegar más rápidamente a la ciudad, puesto que como a continuación veremos, había empezado a sentir la urgencia de comunicar a todos el descubrimiento que acababa de hacer. No es difícil entender que su corazón estaba rebosando de alegría por todo lo que había escuchado y por lo tanto, llevar el cántaro con ella sólo serviría para retrasarla.
Por otro lado, era un claro indicio de que tenía la intención de regresar a donde estaba Jesús. Además, es interesante ver que de repente sus bienes materiales habían dejado de ser tan importantes como la persona de Jesús. Una evidencia importante de que la semilla sembrada en ella por el Señor estaba empezando a germinar.
Y otra prueba más de esto último fue la necesidad que repentinamente comenzó a tener de compartir con los habitantes de su ciudad las verdades que acababa de descubrir acerca de Jesús, el Salvador del mundo. Ante tanta maravilla no podía permanecer callada. Y esto es también una hermosa prueba de la nueva vida en Cristo.
"Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?"
A partir de aquí tenemos el testimonio que la mujer dio en su ciudad acerca de Jesús. Es especialmente interesante notar la habilidad con la que se dirigió a sus paisanos. No adoptó una postura de superioridad, afirmando haber encontrado al Cristo, sino que con una intuición femenina muy fina suscitó en ellos la curiosidad: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?". También de este detalle podemos aprender mucho a la hora de dar testimonio a otras personas.
En cualquier caso, es indudable que la vida licenciosa de esta mujer tenía que ser bien conocida en la ciudad, así que también era de esperar que no sería tomada muy en serio por sus conciudadanos. Sin embargo, ella adoptó la misma táctica que Felipe había usado antes con Natanael: "Ven y ve" (Jn 1:46). Evidentemente sus palabras no tendrían ninguna autoridad, y menos en temas espirituales, pero ella estaba segura de que si lograba poner en contacto a estas personas con Jesús, ellos mismos serían finalmente convencidos, como así ocurrió unos días después (Jn 4:42). ¡Qué hermoso ejemplo de un auténtico evangelista! La mujer no sabía mucho del evangelio, pero en su sencillez logró interesar a otros para que acudieran a Jesús.
"Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come"
Como recordaremos, mientras Jesús se quedó descansando junto al pozo, los discípulos habían ido a la ciudad para comprar de comer. Ahora, una vez que hubieron regresado, les extrañó que Jesús no quisiera comer. No lograban entenderlo. Pero como siempre, el Señor estaba intentando enseñarles algunas verdades importantes relacionadas con su Reino.
Con su comportamiento estaba poniendo de manifiesto la gran importancia que para él tenía el cumplimiento de la misión sagrada que le había sido encomendada por el Padre. Tal era así que llegó a decir: "Mi comida es que haga la voluntad del que envió, y que acabe su obra". Una vez más estaba usando aspectos como el hambre y la sed físicas para ilustrar que la verdadera satisfacción de las necesidades más profundas del hombre se encuentra en hacer la voluntad de Dios.
Así que, el Señor descuidaba el alimento material por el interés que tenía en la obra que el Padre le había encomendado. Aquí tenemos una buena razón por la que nosotros también debemos practicar el ayuno.
"Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra"
Ahora bien, tal vez podríamos pensar que en ese momento no habría supuesto ningún inconveniente que él dedicara un poco de tiempo para comer. Al fin y al cabo, la mujer se había ido, y los samaritanos todavía iban a tardar un tiempo hasta que llegaran. ¿Por qué no aprovechar para reponer fuerzas mientras tanto?
Es probable que a nosotros nos cueste entender su actitud. Desgraciadamente pensar en hacer "la voluntad del Padre" normalmente encuentra en nosotros una fuerte resistencia. Nada parecido a la delicia y el placer que suponían para Cristo. Cuando él tenía delante la posibilidad de llevar el evangelio a un perdido, se olvidaba del cansancio, la sed y el hambre. Jesús vivía para obedecer al Padre. ¡Oh, si nosotros pudiéramos decir sinceramente lo mismo!
La comida divina que sustentaba al Hijo consistía en "hacer la voluntad del que le envió" y en "acabar su obra". Esto le llevó a predicar el evangelio a la mujer samaritana, pero también al resto de los samaritanos que en poco tiempo irían a su encuentro. Aun así, en último término, el hecho de "acabar la obra" encomendada por el Padre le llevaría a morir en una cruz por los pecadores. Y fue en aquellos momentos donde se puso a prueba de la forma más intensa posible su devoción al Padre y su deseo de hacer su voluntad sin importar el precio. En este sentido adquieren un valor especial las palabras con las que Jesús se dirige al Padre en el huerto de Getsemaní: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú" (Mr 14:36).
"Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega"
Pero en este momento, acabar su obra implicaba atender a los samaritanos de la ciudad que estaban recibiendo el testimonio de la mujer. Y el Señor con su espera nos enseña la importancia de terminar lo que empezamos.
Evidentemente, los discípulos no comprendían la urgencia de la obra que el Señor estaba realizando, por eso les citó un proverbio que ellos seguramente usaban en aquel tiempo: "¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega". El proverbio daba a entender que había un periodo de varios meses entre la siega y la siembra, por lo que se podía actuar sin prisas. Esto suena al tipo de excusas que nosotros ponemos habitualmente: "mis compañeros no tienen interés en Dios, ya les hablaré en otro momento más oportuno", "debo conocerlos mejor antes de hablarles", "aun no ha llegado el momento"...
Pero frente a esta actitud, el Señor veía que los campos ya estaban listos para la siega. Parece que imaginaba a los samaritanos que salían de la ciudad buscándole como espigas de trigo maduras, listas para la cosecha. Era el momento de aprovechar los efectos del testimonio de la mujer. Si se retrasaba el trabajo, se podía perder la cosecha. Esto nos enseña que hay que aprovechar cualquier oportunidad que el Señor nos da porque puede no volver nunca.
"Para que el que siembra goce juntamente con el que siega"
Siguiendo con la misma ilustración, el Señor describe la variedad de las distintas etapas: "Los que labraron... el que siembra... el que siega".
Quizá podemos identificar a los labradores como los profetas del Antiguo Testamento, que llevaron a cabo una labor preliminar, de despertar conciencias, de aguantar en días malos, de predicar la palabra en oídos sordos. Esta fue una tarea ingrata y muy dura, pero sin ella no se podría haber llevado a cabo la siembra y la siega.
Luego tiene lugar la siembra. En ella aparentemente se pierde el grano que se echa en el campo. Pero es una labor igualmente necesaria si se quiere ver fruto.
Por último llega la siega cuando se recoge "fruto para vida eterna". Y esto compensa todos los esfuerzos anteriores.
Ahora bien, aunque hay varias etapas, se subraya la unidad del proceso total, de tal manera que no sólo reciben recompensa los que siegan, sino que "el que siembra goza juntamente con el que siega". Por otro lado, tal como el Señor lo expuso, se apunta otro principio importante, que es el de la colaboración. Unos prepararon el terreno, otros sembraron y finalmente otros segaron. Cada uno de nosotros tenemos una parte que hacer en la obra de Dios. No competimos, sino que debemos colaborar y trabajar unidos. Por todo esto, si alguno es infiel, la obra sufrirá pérdida, porque nadie tiene exactamente las mismas oportunidades y dones que otro.
"Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer"
El Señor había sembrado la Palabra en la mujer samaritana, y ahora los apóstoles se tenían que preparar ahora recoger el fruto de una multitud de samaritanos que llegaron a creer en el Señor por medio del testimonio de ella.
Y no sólo esto, sino que probablemente también podemos establecer una conexión entre este incidente y la obra que Felipe el evangelista llevó a cabo entre los samaritanos algunos años después y que encontramos relatada en el libro de Hechos de los Apóstoles (Hch 8:5-8). En ese caso, Felipe segó donde Jesús había sembrado. ¡Cuán amplio radio de acción puede ser alcanzado por un pequeño fuego!
Por lo tanto, vemos que la obra entre los samaritanos tuvo una amplia proyección, pero no olvidemos que Dios usó para su comienzo a una mujer inmoral y seguramente despreciada por sus propios conciudadanos. De esta manera vemos una vez más que Dios se complace en usar instrumentos débiles para llevar a cabo su obra. Con frecuencia muchos de nosotros somos tentados a pensar que para comenzar una gran obra es necesario hacer un importante despliegue de medios en periódicos, televisión, actos públicos sofisticados, invitación a las personalidades de la ciudad... Pero Jesús buscó una conversación personal con alguien insignificante, sin relevancia social. Y este fue precisamente el comienzo de un gran movimiento espiritual entre los samaritanos. ¡Cuánto tenemos que aprender de todo esto!
"Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos"
No cabe duda de que el testimonio de la mujer resultó muy impactante a todas las personas que le conocían en su ciudad. Un cambio tan radical tuvo que llamarles necesariamente la atención. Y aun más la fuerza, el entusiasmo y la convicción con que hablaba de Jesús. Esta fue la primera razón por la que los samaritanos creyeron en Jesús. Y normalmente, siempre es así; llegamos a Jesús porque alguien nos habló de él.
Pero una vez que se produjo el primer encuentro entre Jesús y los samaritanos, ellos debieron comprobar inmediatamente que había algo especial en él, de tal manera que contra todo pronóstico "le rogaron que se quedase con ellos", algo a lo que el Señor accedió. Esto era algo insólito, puesto que como ya vimos al comienzo del capítulo, los judíos y los samaritanos no se trataban entre sí.
Fue entonces cuando ellos pudieron conocer personalmente a Jesús, y en su propio análisis llegaron a la conclusión de que él era "el Salvador del mundo, el Cristo". Y quisieron dejar claro que aunque inicialmente se habían acercado a él por el testimonio de la mujer, finalmente llegaron a creer porque ellos mismos habían oído a Jesús personalmente. Y cada hombre debe llegar también a su propio encuentro personal con él. Nuestra fe no puede estar puesta en lo que otros nos han dicho de él, sino en la "palabra de él".
Al final del pasaje todos los samaritanos estaban de acuerdo en que Jesús era el "Salvador del mundo". Este también fue un paso muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta las rivalidades religiosas que había entre judíos y samaritanos. Ellos llegaron a entender y aceptar que Jesús no era un Mesías exclusivamente de los judíos, sino del mundo entero. ¡Qué gran fruto tuvo el breve ministerio del Señor entre los samaritanos! Ahora entendemos por qué le era necesario pasar por Samaria.
Preguntas
1. ¿Qué sabe de los samaritanos y por qué no se trataban con los judíos? Investigue por su cuenta quiénes eran los galileos y por qué ellos sí se trataban con los judíos.
2. Explique los diferentes pasos que dio Jesús para predicar el evangelio a la mujer samaritana.
3. ¿Qué evidencias podemos ver en la actitud de la mujer que nos indiquen que realmente había llegado a conocer a Jesús como su Salvador?
4. ¿Por qué dijo Jesús que la salvación viene de los judíos? Justifique su respuesta con citas bíblicas adecuadas.
5. Explique desde una perspectiva espiritual las tres etapas a las que Jesús se refirió en su ilustración: "los que labraron, el que siembra y el que siega". ¿Quiénes las llevaron a cabo? ¿Qué podemos aprender de esto?
Comentarios
Eddy González (Venezuela) (09/09/2024)
Excelente reflexión.
Asuncion (México) (08/08/2024)
Hola.
Solo animarte a seguir escudriñando las escrituras,
es de buen provecho.
pude leer rápidamente el estudio.
el usar encabezados colores ayuda que no sea
aburrida la lectura.
Aprendí algo nuevo, de cómo la samaritana
tenía respeto a la autoridad del hombre que les
dice que vayan a verle. y la revelación del pecado a medias
algo que los humanos hacemos, pero que Dios lo ve todo.
Dios te bendiga
Rosangela Domingues (Ecuador) (11/07/2024)
Excelente y muy explicativo, de gran ayuda para estudiar y entender.
Muchas gracias, y que nuestro Amado Padre Eterno bendiga grandemente este ministerio! 🙏🙏🙏
Beatriz Almanza (Estados Unidos) (08/07/2024)
Es una bendición para mí este estudio y está escuela bíblica en general, para mí crecimiento espiritual.
Ximena González (Uruguay) (19/06/2024)
Dios les bendiga por revelarles los tesoros escondidos del Reino y compartirlos a las naciones a través de este medio. De manera que podamos crecer en el conocimiento de Dios.
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