Estudio bíblico de Juan 6:22-58
Juan 6:22-58
Continuamos hoy estudiando el capítulo 6 del evangelio según San Juan. En nuestro programa anterior, consideramos la alimentación milagrosa de los cinco mil. Y dijimos que, en realidad, había en la multitud como unas quince mil personas. Después de este milagro, encontramos en este Evangelio el discurso de nuestro Señor Jesucristo, sobre el Pan de Vida. Después del milagro, la gente comenzó a buscarle y quedaron defraudados, porque tanto el Señor Jesucristo, como Sus discípulos, se habían marchado. Comencemos, pues, leyendo los versículos 22 al 24, de este capítulo 6 del evangelio según San Juan:
"Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del mar se dio cuenta de que no había habido allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se habían ido solos. Pero otras barcas habían llegado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor. Cuando vio, pues, la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Capernaúm, buscando a Jesús."
Al parecer, Jesús y Sus discípulos habían llegado de la parte sur del mar de Galilea. Y parece que Jesús había alimentado a la multitud cerca de Tiberias. Luego, habían llegado en la barca a Capernaúm. Ahora, esta fue la primera vez que Juan utilizó el título de "Señor", en la expresión: "...después de haber dado gracias el Señor". Como ya hemos visto, la palabra usual aquí para Él, era "Jesús". Él es el "Verbo o la Palabra hecha carne". Ahora, ¿Quién era esa Palabra? Pues, era Jesús. El ángel le había dicho a José: ". . .y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvara a su pueblo de sus pecados". (Mateo 1:21) Ahora, lo que realmente quería toda esta gente, era saber cómo le había sido posible a Jesús, apartarse de ellos. Leamos los versículos 25 y 26:
"Y hallándolo al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis."
Observemos que Jesús no respondió directamente a su pregunta. Penetró debajo de la superficie del verdadero motivo por el cual le buscaban. La palabra que usó no fue literalmente "pan", sino una que significa "forraje". Dice que comieron el forraje y que quedaron saciados. Su único interés era el de llenar el estómago. Entonces les dijo aquí en el versículo 27:
"Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del hombre, porque a éste señaló Dios, el Padre."
Traduzcamos esta frase a un lenguaje más corriente. Esta no es una traducción, sino más bien, una manera de resaltar el sentido. Permítanos decirlo así: "Dejad de trabajar por la comida que se acaba, pero trabajad por la comida que permanece para la vida eterna, la comida que el Hijo del Hombre os dará; porque en Él, Dios el Padre ha puesto Su sello."
Usted recordará que éste es el mismo tipo de aproximación que nuestro Señor usó con la mujer samaritana, allá junto al pozo. Lo que ella quería, era agua. Lo que esta multitud necesitaba, era pan. En aquella ocasión, junto al pozo, Jesús se había presentado como el Agua de Vida. Y aquí, Él se identificó como el Pan de Vida. Y estas dos cosas son esenciales. El pan y el agua son muy importantes para poder mantener la vida. Jesús es tanto el Pan, como el Agua. Observemos que Él utilizó estos dos elementos ordinarios como símbolos. También es la Palabra, y la Palabra fue hecha carne. ¿Cómo podemos explicar esto? ¿Cómo podemos conocer a Dios, y qué podemos saber acerca de Dios? Jesús, el Verbo o la Palabra, llega a donde nos encontramos y se comunica con nosotros de una manera que podemos entender. Jesús dijo que Él era el Agua y que Él proveía el agua viva. Dijo también que Él era Pan. Ahora, nosotros sabemos lo que es el agua y lo que es el pan. Ahora, el versículo 28 dice:
"Entonces le preguntaron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?"
En otras palabras, estaban preguntando en cuanto a lo que podían hacer para ser salvos. Querían hacer algo porque el hombre siempre ha creído que si simplemente pudiera ocuparse en hacer alguna cosa, podría salvarse. El hombre se cree enteramente capaz de lograr su propia salvación. Se cree competente para hacerlo y cree que Dios va a aceptar sus obras. Veamos cuidadosamente, en que consisten las obras de Dios. Leamos el versículo 29:
"Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en aquél que él ha enviado."
Es que las obras de Dios no consisten en hacer lo que haya sido mandado por Dios, sino en aceptar lo que ha sido hecho por Dios. En otras palabras, es lo que Dios ha hecho y no lo que usted hace. Es la obra de Dios y no las obras del ser humano. Por eso aquí dice: "Y ésta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado". Jesús estaba diciendo que Dios provee la comida. Él es quien ha provisto esa comida para nosotros hoy en día. Y nosotros debemos comer de ella. En la parábola de la gran cena, el señor de la casa extendió una invitación para un banquete y dijo a sus siervos: "Id a las calles principales para decirles a todos cuantos encontréis que están invitados a venir". Hoy está vigente esta invitación. Se trata de una comida gratuita, por cierto, pero es una comida espiritual. Veamos ahora la respuesta de aquella gente en el versículo 30:
"Entonces le dijeron: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces?"
Debemos enfatizar que esto revela la dureza del corazón humano. Aquí estaban los hombres que habían sido alimentados milagrosamente por nuestro Señor Jesucristo, cuando Él alimentó a los cinco mil, y ellos aún le dijeron: "Danos señal. ¿Qué obra haces?" En otras palabras, no querían creer en Él de ninguna manera. Y después hablaron en cuanto al pan material. Leamos los versículos 31 al 33:
"Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Moisés no os dio el pan del cielo, pero mi Padre os da el verdadero pan del cielo, porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo."
Vemos aquí que ellos dijeron que Moisés le había dado maná o pan al pueblo en el desierto. Pero, la verdad es que Moisés no fue quien les había provisto el maná, sino Dios. Y no fue una comida que les dio una sola vez, sino que les alimentó todos los días durante los cuarenta años de su viaje por el desierto. Ahora, esta gente quería ser alimentada, y eso es lo que buscaban. Y Jesús les aseguró que el maná les había preservado la vida en los tiempos de Moisés, y que la provisión de comida había sido un regalo de Dios. El maná les dio la vida física a los que atravesaron el desierto, pero en esta nueva época, el Señor Jesús les daba la vida espiritual, como pan de Dios que había descendido del cielo. Continuemos con el versículo 34:
"Le dijeron: Señor, danos siempre este pan."
La reacción de estas personas, fue idéntica a la de la mujer samaritana junto al pozo, que había pedido recibir el agua que Jesús ofrecía, pero estaba realmente pensando en el agua del pozo, pues así jamás tendría que volver al pozo para sacar el agua. En aquella ocasión, el Señor pasó algunos momentos apartando los pensamientos de la mujer del agua de aquel pozo, y elevándolos hacia el agua espiritual. Y aquí, en este nuevo episodio, Jesús también hizo un esfuerzo similar por cambiar los pensamientos de estas personas de su hambre física, hacia su necesidad del pan espiritual, que les daría vida espiritual. Leamos el versículo 35:
"Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás."
Vemos que aquí Cristo unió los dos elementos: el pan y el agua. Cristo es el maná. Él es quien descendió del cielo y quien dio Su vida por el mundo, a fin de que nosotros, usted y yo, estimado oyente, tuviéramos vida. Y ésta es la salvación. También veremos que Jesús es el Pan del cual tenemos que alimentarnos constantemente, a fin de que crezcamos espiritualmente.
Después de todo, el maná era un alimento milagroso que satisfizo plenamente. Cuando los israelitas entraron en la tierra prometida, les fue dado el fruto de la tierra, espigas nuevas tostadas, que era un símbolo de la Palabra de Dios. Pero hay muchos hoy en día, a quienes no les gusta "el fruto de la tierra". Leamos ahora, los versículos 36 y 37, de este capítulo 6 del evangelio según San Juan:
"Pero ya os he dicho que, aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y al que a mí viene, no lo echo fuera."
En este versículo hay una combinación de dos grandes verdades: la soberanía divina, en la frase "Todo lo que el Padre me da" y la respuesta humana, en la frase "y al que a mí viene". Con frecuencia algunos se han apropiado de una de estas grandes verdades, y en ocasiones, de la otra, transformándolas separadamente en sisTemas lógicos de doctrina que, llevados cada uno a un extremo, podrían llegar a ser "medias verdades". Sin embargo Jesús expuso estas verdades unidas. Y aunque éstas se cumplen en la experiencia humana, hay que reconocer que el reconciliar la soberana gracia de Dios con la libertad y responsabilidad del hombre, trasciende la razón humana que, al estar afectada por la caída de los seres humanos en el pecado, no puede comprender los grandes misterios de Dios. Hay una distinción entre el inclusivo "todo", que es neutro, y el personal "al que a mí viene". La respuesta es individual. Y en la declaración "no le echo fuera", el negativo es enfático.
Jesús les preguntó si en verdad querían pan. Si querían pan, Él era el Pan de Vida. Pero, le habían visto y no creían. Habían rechazado el verdadero Pan. Pero no por ello se desalentó el Hijo, pues todo aquel que fuese don del Padre, para Él vendría, y al acudir, no hallaría en Él repudio sino una cordial acogida.
Continuemos ahora con el versículo 38 de este capítulo 6 del evangelio según San Juan:
"He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió."
Cuán maravilloso es que la voluntad de Dios sea que usted venga a Él. Jesucristo vino del cielo porque era necesario que el Hijo del Hombre fuese levantado. Jesús vino para hacer la voluntad del Padre en todo, y es la voluntad de Dios que usted, sea nacido de nuevo, que experimente el nacimiento espiritual. Pero usted tiene que venir a Jesús, estimado oyente, esa es la única manera. Venir a Él es sinónimo de creer en Él. Tiene que venir al Señor Jesús por la fe. Ahora, el versículo 39, dice:
"Y la voluntad del Padre, que me envió, es que no pierda yo nada de todo lo que él me da, sino que lo resucite en el día final."
Y la voluntad de Dios no se circunscribe al llamado, sino que se extiende a preservar a quienes le son dados a Cristo. Significa exactamente lo que Él dice aquí. Cuando una persona acepta a Cristo, es justificada, y si ha sido justificada, es igualmente seguro que será glorificada. Cuando Jesús comenzó con cien ovejas, terminará su obra con cien ovejas. No se perderá ninguna. Eso es lo que esto significa. Todos los que creen en Cristo tienen vida eterna, y todos serán resucitados en el día postrero. Leamos los versículos 41 y 42:
"Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo, y decían: Éste, ¿no es Jesús el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo dice ahora: Del cielo he descendido?"
No había duda alguna que aquí, Jesús les estaba enseñando que Él era Dios y que había descendido del cielo. En esta sección Él estaba enseñando Su nacimiento virginal. Hay quienes dicen que el Señor Jesús nunca enseñó sobre Su nacimiento virginal. Pero entonces, ¿qué estaba diciendo aquí? Los judíos entendieron lo que Él decía. Preguntaron cómo podía ser cierto, siendo que conocían a Su padre y a su madre. ¿Cómo podía haber bajado del cielo? Bueno, fue por su nacimiento virginal. Como el ángel le dijo a María, fue el Espíritu Santo quien concibió aquel Santo Ser en ella. Esta sección que comienza en el versículo 38, es un complemento, o una confirmación del nacimiento virginal, y necesita ser añadida a las otras porciones de la Escritura que tratan este Tema.
Aquí en el versículo 42, la frase ". . . he descendido del cielo", es la historia de la Navidad. Como dice una canción, "Glorias magníficas Él dejó, para buscarme a mí. Sólo Su incomparable amor le hizo venir aquí". Vino de la gloria del cielo. Descendió del trono para ascender a la cruz por Ud. y por mí, estimado oyente. Esto lo hizo mediante el nacimiento virginal. Ésa es la historia de la Navidad, y no habría ninguna historia navideña sin este nacimiento virginal.
Aquí, pues, los que escuchaban a Jesús entendieron inmediatamente y preguntaron: Bueno, "¿Y, no es éste Jesús, el hijo de José?" Ellos creían que conocían a Su padre y a Su madre, pero la verdad es que no les conocían. Porque Jesús no era el hijo de José. Él había descendido del cielo. Continuemos con los versículos 43 y 44:
"Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae; y yo lo resucitaré en el día final."
Jesús dirigió su atención a la acción de Dios de hacer venir a la gente a Cristo y de enseñarles. Ellos no estaban en posición de juzgarle, porque sin la ayuda de Dios, cualquier evaluación del mensajero divino estaría equivocada. Ninguno puede venir a Cristo o creer en Él sin la ayuda divina. Porque los seres humanos se encuentran esclavizados y atrapados por las arenas movedizas del pecado y la incredulidad. Si Dios no les saca de ese lugar, seguirán sin esperanza. Este ministerio de Dios es amplio, no está limitado sólo a unos cuantos. Recordemos que Jesús dijo, en Juan 12:32, "Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo". Pero Dios le hace a usted, responsable de decidir si va venir a Jesús o no. El Señor continúa hablando en el versículo 45 y dice:
"Escrito está en los Profetas: Y todos serán enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oye al Padre y aprende de él, viene a mí."
Son casi innumerables los pasajes en el Antiguo Testamento que se refieren a este Tema. Por ejemplo, Isaías 54:13 dijo: "Y todos tus hijos serán enseñados por el Señor; y se multiplicará la paz de tus hijos". En el capítulo 60, versículos 2 y 3, Isaías declaró: "Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer". Hay estas y muchas otras declaraciones, que decían que ellos podían acudir a Dios y que confirman que usted puede venir a Él. Y estas verdades son maravillosamente claras. El profeta Malaquías dijo en el capítulo 4, versículo 2 de su profecía: "Mas para vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación. Saldréis, y saltaréis como becerros de la manada". Ésta fue otra referencia clave a esta verdad. Cada hombre que oye al Padre y aprende de Él, vendrá a Mí. Eso es lo que Él está diciendo aquí. Ésta es la verdad central en todos estos pasajes. Si usted escucha la Palabra de Dios, entonces, vendrá a Cristo.
Leamos ahora los versículos 46 y 47:
"No que alguien haya visto al Padre; solo aquel que viene de Dios, ese ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí tiene vida eterna."
El único que ha visto al Padre es el Señor Jesucristo. Y Él aclaró, sin lugar a dudas, que cualquiera que creyese en Él, tendría vida eterna. Esto, estimado oyente, no puede ser expresado de una manera más clara. Continuemos con los versículos 48 hasta el 51:
"Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y aun así murieron. Éste es el pan que desciende del cielo para que no muera quien coma de él. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo."
Jesús vino a esta tierra como el Verbo o la Palabra hecha carne, e iría a la cruz para entregar allí Su vida humana, como un sacrificio, para pagar los pecados suyos y los míos. Si usted acepta esto, es salvo. Alguien dirá: "Eso es demasiado fuerte". Y eso era lo que decían también en aquel entonces. Note usted lo que dice el versículo 52:
"Entonces los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"
Por supuesto, ellos pensaban en Su carne literal. Pero observemos la respuesta de Jesús, en los versículos 53, hasta el 58:
"Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él., Así como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres, que comieron el maná y murieron; el que come este pan vivirá eternamente."
Estimado oyente, ésta fue una declaración asombrosa. Nuestro Señor estaba preparando a estos hombres para aquella última cena, y para la institución de la Cena del Señor. Al ser la sangre un símbolo de la vida, les estaba diciendo que iba a entregar Su vida. Además, si usted compara la frase "el que cree en mí, tiene vida eterna", del versículo 47, con la frase "el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna", del versículo 54, verá que ambas frases son sinónimas. En nuestro próximo programa comentaremos más ampliamente este pasaje, pero hoy, al terminar, queremos que queden en su mente las últimas palabras de este párrafo: el que come este pan vivirá eternamente. Es decir, que todo aquel que confíe en el Señor Jesús como su Salvador, tiene vida eterna.
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