Estudio bíblico: Jesús, el pan de vida - Juan 6:16-46
Jesús, el pan de vida - Juan 6:16-46
Introducción
Terminamos nuestro estudio anterior considerando que después de que Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, las multitudes quisieron tomarle por la fuerza para hacerle rey, pero él los evitó, retirándose al monte a orar después de haber mandado a los discípulos que entraran en la barca para irse a la otra ribera.
No es difícil entender la excitación popular que el milagro de Jesús produjo, y sobre todo, si tenemos en cuenta que era el tiempo de la celebración de la pascua. En esos días todos los judíos esperaban que Dios volviera a intervenir para traerles la liberación de los romanos, como en el pasado lo había hecho de Faraón rey de Egipto. Es importante tener en cuenta que los acontecimientos que ahora vamos a considerar tuvieron lugar durante el periodo de la pascua, porque de alguna manera, el evangelista está estableciendo cierto paralelismo con ella. Por ejemplo, la provisión de comida que Jesús acababa de darles en el desierto, rápidamente les recordó el maná que recibieron en los tiempos de Moisés. Pero también la forma milagrosa en la que el Señor les llevó a cruzar el mar Rojo en medio de grandes dificultades, encontraba un eco en la forma sobrenatural en la que ahora Jesús andaba sobre el mar para ir al encuentro de sus discípulos y calmaba la tempestad para que pudieran llegar a la otra orilla. Incluso la extraña invitación del Señor a "comer su carne", como único medio de salvación, recordaba también al cordero pascual que debía ser sacrificado y que los israelitas tuvieron que comer para ser librados de la ira del ángel exterminador.
Estos conceptos fueron explicados por el Señor a aquellos que le buscaron después de ver el milagro de la multiplicación de los panes y peces. Para nuestro estudio, vamos a dividir lo que resta de este capítulo en tres apartados principales:
La primera sección contesta a la pregunta ¿quién es Jesús? Y veremos que él es el pan de vida que ha descendido del cielo (Jn 6:16-46).
La segunda sección tiene que ver con la cuestión de cómo podemos ser salvos. Aquí nos encontraremos con una afirmación que dejó perplejos a los judíos: "Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (Jn 6:47-59).
Y en la tercera sección consideraremos las diferentes reacciones que la persona y la obra de Jesús despertaron entre sus seguidores (Jn 6:60-71).
Jesús anda sobre el mar
(Jn 6:16-21) "Al anochecer, descendieron sus discípulos al mar, y entrando en una barca, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos. Y se levantaba el mar con un gran viento que soplaba. Cuando habían remado como veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis. Ellos entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban."
1. Introducción
Después del milagro de la multiplicación de los panes y peces, Jesús se retiró al monte él solo, mientras los discípulos descendieron al mar. Por los otros evangelistas sabemos que fue el Señor quien hizo que los discípulos entraran en la barca y fueran a la otra ribera (Mt 14:22) (Mr 6:45). En su lenguaje se observaba cierto tono de urgencia, lo que nos indica que el Señor quería que sus discípulos abandonaran rápidamente aquel lugar. ¿Cuál era la razón para tanta urgencia?
Como hemos visto, los judíos querían apoderarse de Jesús y hacerle rey. Seguramente su intención era llevarle a Jerusalén justo en aquellos días en los que se celebraba la pascua (Jn 6:4), una fiesta en la que cada año se recordaba la liberación de Israel de su larga esclavitud en Egipto. Y en esos momentos, cuando nuevamente se volvían a encontrar bajo la dominación de otra potencia extranjera, en esta ocasión del Imperio Romano, el ambiente era totalmente propicio para que el pueblo se ilusionara con un nuevo Mesías. Y máxime si éste era Jesús, que acababa de demostrar su poder sobrenatural para dar de comer gratuitamente a las multitudes, y que en otras muchas ocasiones había sanado a todos los enfermos que le presentaban, y que incluso era capaz de resucitar a los muertos. Lo único que le faltaba era eliminar a sus conquistadores y así devolver la libertad a la nación de Israel. Ahora bien, era justo en ese punto donde el Señor no estaba de acuerdo con ellos. Dentro de su programa mesiánico, durante su primera venida, no figuraba este propósito. Como más adelante explicó, la libertad que él había venido a traer no era política, sino espiritual, la libertad de sus pecados y sus consecuencias:
(Jn 8:34-35) "Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres."
¿Cómo estarían interpretando los discípulos la decisión de Jesús de retirarse, justo en el momento cuando las multitudes habían fijado sus ojos en él para hacerle rey? A través de otros pasajes podemos ver que los discípulos también esperaban una manifestación similar del reino. Así que, lo más probable es que si se hubieran quedado allí, ellos mismos habrían intentado convencer a Jesús para que se prestara a los deseos del pueblo. El Señor los conocía, y sabía que todavía no estaban preparados para aceptar que cuando él fuera a Jerusalén, sería para morir en una cruz por los pecados del mundo, y no para sentarse en un trono. Por esta razón, el Señor quiso sacarlos inmediatamente de ese ambiente para el que no estaban todavía preparados y con bastante urgencia les mandó entrar en la barca y pasar al otro lado del lago.
2. Los discípulos en la barca
La urgencia de la que hablamos se percibe también por el hecho de que el Señor les mandó entrar en la barca cuando ya estaba anocheciendo. Podrían haber pasado la noche con el resto de la multitud en aquel mismo lugar, y al amanecer haber cruzado al otro lado, lo que siempre resultaría más cómodo, pero el Señor no se lo permitió. Además, las condiciones meteorológicas tampoco eran favorables, sino que "se levantaba el mar con un gran viento que soplaba". Los vientos de este a oeste son muy comunes en el mar de Galilea, y varios de los discípulos eran pescadores experimentados que los conocían bien y sabían que en esas condiciones la navegación se podría complicar mucho.
Y por otro lado, el Señor no fue con ellos, sino que se quedó despidiendo a las multitudes, para luego irse al monte a orar solo (Mt 14:22-23). Este fue uno de los pocos momentos en que el Señor dejó solos a los discípulos, y eso a pesar de que era consciente de la tormenta que se avecinaba.
Podemos imaginarnos cuáles serían los pensamientos de los discípulos en estos momentos. Habían embarcado contra su voluntad, justo cuando la multitud quería hacer rey a su Maestro, y como consecuencia llegaron a encontrarse solos en medio de una noche tormentosa. Seguro que se preguntaban por qué el Señor les había conducido a esa situación y por qué no estaba allí con ellos para ayudarles.
De algún modo sus experiencias nos resultan familiares. Con frecuencia también nosotros nos encontramos con que en nuestras vidas se alternan momentos en que nos encontramos rodeados de muchas personas y parece que todo nos sonríe, y otros en los que estamos solos en medio de la oscuridad y a merced de los vientos, las olas, las tormentas de la vida y llenos de ansiedad y temores. Los días nublados y fríos suceden con frecuencia a los días soleados. Así es siempre la vida del hombre y del cristiano. Todos nos identificamos con los discípulos, que sin lugar a dudas habrían preferido atravesar el lago en tiempo de bonanza, con vientos favorables, el sol iluminando su camino y con Jesús a su lado.
Sin embargo, este pasaje nos enseña que el hecho de que el Señor no estaba con ellos no quería decir que los hubiera abandonado. Como ya hemos señalado, la razón por la que los mandó entrar en la barca fue para librarles de una tentación para la que no estaban preparados, y por otro lado, el Señor había ido a orar por ellos, y pronto iba a ir a su encuentro. Y así es con nosotros también; habrá momentos cuando nos sentiremos solos, pero la verdad es que el Señor siempre está cuidando de nosotros. La cuestión es que con frecuencia estamos tan preocupados por nuestros problemas, que somos incapaces de ver lo que el Señor está haciendo por nosotros.
3. Jesús se acerca a los discípulos andando sobre el mar
Ahora bien, mientras los discípulos luchaban remando en la barca, todos sus esfuerzos apenas lograban hacerles avanzar en medio de las olas y el viento. Fue entonces cuando "vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca". Seguramente cuando el Señor les mandó entrar en la barca e ir delante de él al otro lado, debieron pensar que su propósito era unirse a ellos por tierra, ya que no había ninguna otra barca allí (Jn 6:22). Pero como vemos, el Señor no está limitado por las leyes de la naturaleza y puede venir a socorrernos en el momento que quiera y del modo en que menos nos esperamos.
Sin embargo, cuando el Señor se acercó andando sobre el mar, los discípulos "tuvieron miedo". El temor de las aguas embravecidas quedó eclipsado por el terror de ver a Jesús caminando hacia ellos sobre el agua. Evidentemente ellos no esperaban que él hiciera algo así, y se asustaron cuando lo vieron acercarse. Pero Jesús los tranquilizó diciéndoles: "Yo soy; no temáis". Cuando él dijo "yo soy", podría tratarse únicamente de una forma de identificarse, pero también puede implicar mucho más, recordando el nombre con que Dios se dio a conocer a Moisés en el monte Sinaí (Ex 3:14).
Su propósito era prestarles auxilio y ayudarles en sus luchas y necesidades. Pero para que pudiera consolarles de verdad, primero tendrían que entender quién era él. Por supuesto, él hacía cosas que ningún ser humano puede hacer, y al acercarse a ellos andando sobre el mar, demostró que está por encima de las fuerzas de la naturaleza y de las leyes físicas que las rigen. Y la misma forma en la que se dirigió a ellos, transmitía la seguridad y autoridad del mismo Hijo de Dios.
Pero aun hay algo más. El pasaje nos recuerda al (Sal 77:16-20), donde se describe el terror de unos marineros sorprendidos por una tormenta, hasta que el Señor se hace presente y guía a su pueblo de la misma forma que en el pasado lo había hecho por medio de Moisés y Aarón:
(Sal 77:16-20) "Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra. En el mar fue tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas por mano de Moisés y de Aarón."
Como hemos visto, la multitud quiso apoderarse de Jesús para hacerle rey, pero él no quiso y se apartó de ellos, pero esto no quería decir que él no fuera realmente rey. Cuando se manifestó a sus discípulos en el lago demostró que él es soberano sobre la naturaleza, capaz de calmar las tormentas y de caminar sobre las aguas.
Así pues, cuando los discípulos entendieron que era Jesús, "entonces con gusto le recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban". Sin duda se alegraron de que el Señor estuviera nuevamente con ellos, y su presencia se notó, puesto que rápidamente llegaron a donde iban. Juan da por sentado, aunque no lo menciona, que Jesús calmó la tempestad. Finalmente fue una hermosa experiencia, pero antes tuvieron que pasar inevitablemente por ciertos momentos de crisis, aunque al final valió la pena, puesto que aprendieron que el Señor siempre está en el control de todas las situaciones, aun cuando no estaba físicamente con ellos.
Él no les abandonó en medio de su insuficiencia y de la adversidad. Primero les sacó de la tentación, luego oró por ellos y finalmente fue a su encuentro para llevarles al lugar a donde iban.
La gente busca a Jesús
(Jn 6:22-24) "El día siguiente, la gente que estaba al otro lado del mar vio que no había habido allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que éstos se habían ido solos. Pero otras barcas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor. Cuando vio, pues, la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Capernaum, buscando a Jesús."
Por el pasaje anterior sabemos que Jesús no había entrado en la barca con sus discípulos, sino que después de despedir a la multitud se había retirado al monte él solo. La tormenta que se desencadenó durante la noche les tuvo que obligar a refugiarse y les impidió seguirle. Al día siguiente, cuando amaneció, lo primero que pensaron es que Jesús tenía que seguir en aquella zona. Pero después de buscarlo sin éxito, decidieron cruzar el lago en dirección a Capernaum para continuar su búsqueda.
Juan menciona también que "otras barcas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan". Tal vez la noticia del milagro se había comenzado a extender rápidamente por las regiones contiguas y estaban viniendo en masa con el fin de hacer rey a Jesús. En cualquier caso, quizás usaron estas barcas para que algunos llegaran hasta la otra orilla más rápidamente. En esa ocasión el viaje en barca transcurrió en calma y sin contratiempos, a diferencia de la travesía que los discípulos habían hecho la noche anterior.
"Trabajad por la comida que a vida eterna permanece"
(Jn 6:25-29) "Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado."
Cuando la gente llegó al otro lado del lago y encontraron a Jesús, estaban sorprendidos de que hubiera llegado antes que ellos. No podían entender cómo pudo haberlo hecho. Sin embargo, el Señor no mostró ningún interés en explicarles cómo había llegado desde la otra ribera, pero en cambio centró su interés en otro hecho de una importancia muy superior y que ellos también desconocían: él había venido del cielo enviado por su Padre. Y por otro lado, entró directamente a corregir la razón por la que le estaban buscando. Porque mientras que ellos sólo pensaban en el milagro y los beneficios que éste les había reportado, el Señor quería elevar sus pensamientos por encima de lo material para que entendieran su significado espiritual.
1. ¿Por qué buscaban a Jesús?
Aparentemente estaban manifestando mucho interés por buscar a Jesús, pero él conocía bien sus corazones y sabía que la razón por la que lo hacían no era correcta. Desgraciadamente, no era su predicación o que hubieran entendido a dónde apuntaban las señales que hacía, lo que los atrajo a él. Ellos seguían pensando en él como un rey que les podía librar de los romanos y establecería un reino en el que les daría todo lo que pudieran desear. Y seguramente también había muchos a los que únicamente les movía la curiosidad por los milagros que hacía. En cualquier caso, lo que les interesaba no era la verdad, de ahí la respuesta de Jesús: "De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis".
Lo cierto es que la mayoría de la gente en nuestros días es como esa multitud; sólo están preocupados por lo material. Se afanan por atender sus necesidades físicas, pero descuidan sus necesidades espirituales. Puede que incluso asistan a la iglesia, pero con frecuencia las verdaderas motivaciones que les impulsan a hacerlo no tienen nada que ver con una fe verdadera en Cristo.
Pero las multitudes ya deberían haberse dado cuenta de que Jesús no participaba de sus pensamientos y propósitos, de otro modo, no los habría dejado el día anterior, sino que se habría prestado a que le hicieran rey. Es interesante notar lo diferente que era Jesús al resto de los hombres. Cualquier otro en esa misma situación se habría dejado llevar por la adulación que las multitudes le profesaban, pero él no lo hizo, sino que de hecho les reprendió por su egoísmo y materialismo.
Para el Señor estaba claro cuál era el planteamiento de las multitudes: había llegado un nuevo día y volvían a tener hambre, así que le buscaron con la finalidad de llenar otra vez sus estómagos gratuitamente. En realidad, este era el tipo de reino que los judíos esperaban. Los rabinos imaginaban un reino en términos materiales en el que habría abundancia de comida, bebida, banquetes fabulosos y victorias milagrosas sobre los romanos. Sin embargo, el Señor reprendió inmediatamente este ansia que ellos tenían por las cosas materiales. El dijo que este tipo de comida "perece", en el sentido de que no puede llenar el vacío del corazón y tampoco tiene un valor permanente.
El profeta Isaías había exhortado siglos antes al pueblo de Israel del mismo modo:
(Is 55:2-3) "¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David."
Como sus padres, también los judíos de los tiempos de Jesús, y la gente de nuestros días, gastan sus energías en una búsqueda desesperada de cosas materiales que nunca les llegan a satisfacer. En lugar de eso el Señor les exhorta a buscar y creer en aquel a quien Dios había enviado. Conocer a Cristo es la verdadera vida eterna:
(Jn 17:3) "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."
2. "Trabajad por la comida que a vida eterna permanece"
Es fácil aferrarse a lo que pertenece al tiempo y permanecer indiferentes a lo que tiene que ver con la eternidad. Y claro está que hay muchas cosas "de esta vida" de las que tenemos que ocuparnos cada día y que forman parte de la voluntad de Dios para nosotros, pero la exhortación que el Señor hace aquí tiene que ver con cuál es nuestra preocupación principal a la que dedicamos la mayor parte de nuestras energías, y con qué alimentamos nuestras almas cada día. Los judíos sólo pensaban en llenar sus estómagos y no tenían en cuenta que las señales que veían les deberían llevar a poner su fe en Cristo como el único que podía satisfacer plenamente sus necesidades espirituales.
Su perspectiva en cuanto a Jesús y su ministerio estaban totalmente equivocados. Su interés se centraba en lo que podían recibir de él a nivel material y todos sus esfuerzos estaban orientados a ese fin. Pero con su exhortación, el Señor quería despertarles a las realidades espirituales y eternas que permanecen para siempre. En resumen, quería que emplearan sus fuerzas en trabajar "por la comida que a vida eterna permanece". De la misma manera en que se habían esforzado en hacer un viaje desde la otra ribera del lago para ir a buscarle con el fin de que les volviera a dar de comer pan, con el mismo, o aun mayor interés, debían buscar las cosas que pertenecen al espíritu.
En este punto es muy importante notar que esta exhortación de Jesús fue dirigida a personas que en su mayoría eran incrédulas, y que cuando entendieron realmente lo que significaba seguirle, le abandonaron en masa (Jn 6:66). Y sin embargo, el Señor les exhortó a "trabajar". Evidentemente, esto no concuerda con cierta corriente teológica muy extendida que dice que el hombre incrédulo está muerto y no puede hacer absolutamente nada antes de que sea regenerado por el Espíritu Santo. Pero esta exhortación del Señor nos obliga a recapacitar sobre esta postura. Es indudable que la iniciativa de nuestra salvación surge siempre de Dios; fue Cristo quien primero se acercó a buscar a los perdidos. Pero esto no quiere decir que el hombre deba permanecer en una absoluta pasividad, esperando a que Dios lo transforme y entonces pueda comenzar a buscarle. El hombre, aunque muerto en sus delitos y pecados, puede escuchar la voz del Hijo de Dios y responder (Jn 5:25), y por esta razón, nosotros también debemos exhortar a todos los hombres sin distinción a "trabajar por la comida que a vida eterna permanece". Y notemos por último que esta exhortación no fue dirigida a un grupo selecto de personas escogidas o predestinadas para ser salvadas, sino a todos en general, la mayoría de los cuales no quisieron obedecer al llamamiento del Señor y más tarde le abandonaron.
Ahora bien, ¿cómo puede un inconverso trabajar por esta "comida eterna"? ¿En qué consiste esta exhortación? Bueno, una vez que Dios ha tomado la iniciativa de darse a conocer y ha completado por medio de la cruz la obra de salvación, el hombre debe tomar interés en conocer estos hechos. Por eso, nosotros también debemos exhortar a todos a leer la Biblia, en la convicción de que "la fe viene por el oír la Palabra de Dios" (Ro 10:17). Debemos animarles a ir a la iglesia con el fin de ayudarles a entender lo que leen, incluso a orar a Dios pidiéndole iluminación en su búsqueda de la verdad.
Aun así, hemos de reconocer que el hombre ha quedado seriamente dañado por el pecado, y sin la ayuda divina nunca podrá llegar a conocer la verdad. Por esa razón el Señor prometió que el Espíritu Santo vendría para "convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (Jn 16:8). Cuando lleguemos al estudio de esos pasajes observaremos que el Espíritu Santo tiene el papel principal en la evangelización del mundo. Y esto es así porque sólo él puede contrarrestar la falta de sensibilidad que el ser humano tiene como consecuencia de la caída. Pero notemos que esta labor evangelística del Espíritu consisten en "convencer", no en regenerar al inconverso. La regeneración vendrá después, cuando la persona entregue su vida a Dios con fe y arrepentimiento.
3. "La comida que a vida eterna permanece la cual el Hijo del Hombre os dará"
El día anterior les había dado a comer pan perecedero, pero el Señor quería darles otro pan que era imperecedero. En realidad estaba usando el hambre física para llevarles a pensar en el hambre espiritual. Lo mismo había hecho con la mujer samaritana cuando empezó hablándole del agua que satisface las necesidades físicas, para terminar con el agua que realmente quita la sed espiritual del hombre.
Lo que el Señor resalta aquí es la autoridad que él mismo tenía para dar esta "comida que a vida eterna permanece". Esta se fundaba en el hecho de que "a éste señaló Dios el Padre". ¿Cómo y en qué momento le había señalado el Padre? Tal vez debamos ver aquí una referencia a su bautismo, cuando al comenzar su ministerio público el Espíritu Santo vino sobre él y el Padre desde los cielos dijo: "Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia" (Mr 1:10-11). Aunque en el contexto inmediato, tal vez tenga más que ver con los milagros que él hacía, y que acreditaban que había venido del Padre y que actuaba en su nombre. Como Nicodemo había reconocido: "Sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él" (Jn 3:2). De hecho, cuando más adelante a los judíos no les gustó lo que Jesús decía, le pidieron otra señal milagrosa, una obra que despejara sus dudas sobre el hecho de que realmente había sido aprobado por Dios (Jn 6:30). La cuestión era que mientras que Jesús afirmaba que ya había presentado suficientes credenciales del hecho de haber sido "señalado por Dios", ellos se mostraban insatisfechos y esperaban más obras. Pero como luego veremos, la verdadera razón para esta queja no era la falta de evidencias, o la calidad de ellas, sino que querían provocarle para que siguiera dándoles de comer cada día de forma gratuita.
4. "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?"
Los comentarios de Jesús generaron nuevas preguntas y también dieron lugar a nuevas explicaciones. Recordemos que por un lado les había exhortado a trabajar por la comida que a vida eterna permanece, y por otro, les dijo que esa comida se la daría él mismo. Tal vez ellos pensaron que puesto que el día anterior les había dado de comer sin que ellos tuvieran nada que hacer, lo que les quería decir ahora es que para conseguir esta "comida eterna", sí que tendrían que hacer algún tipo de trabajo para ganarla, de ahí su pregunta: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?".
Pero la salvación eterna a la que el Señor se refería no es algo que el hombre pueda conseguir por sus buenas obras, sino que viene por la fe en él, por la gracia de Dios. Esto puede parecer contradictorio: ¿por qué hay que trabajar y esforzarse por algo que nosotros mismos no podemos conseguir y que finalmente él nos va a dar por gracia?
Comencemos viendo cómo su pregunta revelaba sus pensamientos. Recordemos que los judíos creían que la salvación era algo de lo que ellos se hacían merecedores como consecuencia de sus buenas obras. El joven rico lo expresó con toda claridad cuando se acercó a Jesús y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Mr 10:17). Y un planteamiento similar le hizo un interprete de la ley: "Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?" (Lc 10:25). Seguramente pensaron que Jesús les estaba diciendo que tendrían que hacer alguna obra especial para alcanzar así algún tipo de posición eterna en el reino de Dios. Y esta es la tendencia de todos los hombres, que les gusta pensar que hay algo que pueden hacer para merecer el favor divino. Pero nada más lejos de lo que Dios piensa. ¿Cómo podían creer que por sus propios medios llegarían a cumplir toda la ley de Dios? Tenían un concepto muy equivocado de sí mismos y de la ley de Dios. Ningún ser humano, a excepción de Cristo, ha cumplido perfectamente la ley. El apóstol Pablo lo resumió así:
(Ro 3:10-12) "Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno."
Y siguiendo su pensamiento, Pablo aclara a continuación que el propósito de la ley era mostrar el pecado, y que no tenía la capacidad de salvar a nadie:
(Ro 3:19-20) "Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado."
Si el hombre pudiera salvarse haciendo buenas obras, entonces no habría sido necesario que Cristo viniera al mundo para morir en una cruz por los pecadores.
(Ga 2:21) "Pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo."
La ley sirve para manifestar la incapacidad del hombre para cumplir lo que Dios espera de él, pero de ninguna manera puede salvarle. Su propósito último es llevar al hombre a poner su fe en Cristo como único medio de salvación. Pablo concluyó su argumentación en Romanos de esta manera:
(Ro 10:8-9) "... Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."
Y cuando el carcelero de Filipos le preguntó que debía hacer para ser salvo, su respuesta fue similar:
(Hch 16:31) "¿Qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo..."
Sólo hay una forma de ser justificados delante de Dios, y ésta es la fe en Cristo:
(Ro 3:28) "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley."
(Ro 5:1) "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo"
En todo el Nuevo Testamento, la ley y las obras aparecen en contraste con la gracia y la fe.
(Ef 2:8-9) "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Ahora bien, algunos se refieren a la fe como si fuera una obra meritoria que el hombre hace. Pero si así fuera, la salvación ya no sería por gracia, es decir, como un regalo inmerecido. Para entenderlo correctamente es importante que aclaremos que la fe es únicamente el cauce por el que se recibe la gracia. Algunos lo han ilustrado como la mano vacía que se alza al cielo suplicando salvación. En ello no hay mérito, sino todo lo contrario, el reconocimiento expreso de que no podemos hacer nada para salvarnos por nosotros mismos y que estamos totalmente necesitados. Además, implica sujetarnos al plan que Dios en su soberanía a preparado para nuestra salvación.
En el caso de los judíos a los que Jesús se estaba dirigiendo en este pasaje, lo que quería decirles no era que para obtener "la comida que a vida eterna permanece" tendrían que hacer ciertas obras especiales, sino que simplemente debían recibir a Cristo y la obra que él se disponía a realizar en la cruz de la misma forma en la que el día anterior recibieron los panes y los peces. En esa ocasión todo lo que tuvieron que hacer fue recibirlo, no tuvieron que trabajar para ganarlo. Eso es la gracia. Y sería absurdo pensar que porque obedecieron al Señor y se sentaron tal como él les mandó para recibir la comida, esto sería una obra que les hizo merecedores de la comida. No había nada meritorio en ello, igual que no lo hay tampoco en la fe. Así que, lo que el Señor quería indicarles era que dejaran de poner su interés en lo material y buscaran a Jesús para poner su fe en él como su Dios y Salvador. Porque aunque la fe no tiene nada de meritorio para alcanzar la salvación, sin embargo, sí que es algo que nosotros debemos ejercer para poder recibir los beneficios de la gracia.
"¿Qué señal haces para que creamos?"
(Jn 6:30-33) "Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo."
1. ¿Por qué pedían una nueva señal?
La forma en la que Jesús hablaba tuvo que sorprender mucho a aquellos judíos y no es arriesgado suponer que al menos hubo dos cosas que les molestaron.
En primero lugar, ellos estaban acostumbrados a escuchar que los profetas que en el pasado habían hablado en nombre de Dios, nunca habían exigido a sus oyentes que pusieran su fe en ellos mismos, sino en Aquel que los enviaba. Pero ahora Cristo les decía con toda claridad que debían creer en él. Y era aquí donde ellos encontraban un problema. Ellos estaban dispuestos a hacer las obras de Dios, o al menos a intentarlo, pero se negaban a creer en Jesús como el enviado de Dios en un sentido especial y único.
Y en segundo lugar, seguro que también les molestó que Jesús dijera que sus obras no les servían para agradar a Dios y que la única alternativa era la fe en él. Esta afirmación de que el hombre no puede hacer nada por sí mismo para alcanzar la salvación, es algo que normalmente hiere el orgullo de las personas que escuchan el evangelio. Y los judíos debieron sentirse especialmente humillados pensando en que el Señor los estaba colocando al mismo nivel que a los publicanos y a las prostitutas. Al fin y al cabo, ni los unos ni otros podían salvarse por sí mismos y para todos había un único camino de salvación que era la fe en Cristo. Esto les resultaba intolerable e indignante.
En vista de todo esto, debieron pensar que la mejor defensa es un buen ataque, así que dieron un giro a la conversación para exigirle sus credenciales: "¿Qué señal, haces tú, para que veamos, y te creamos?". Si sus pretensiones eran superiores a las del mismo Moisés, sus credenciales deberían ser también mayores. Por lo tanto, si Moisés les había dado el maná durante cuarenta años en el desierto, Jesús tendría que superarlo, y hasta ese momento sólo les había dado de comer un día.
Es triste ver una vez más cómo la incredulidad vuelve al hombre completamente irracional. El día anterior estaban satisfechos con la señal que había hecho al multiplicar los panes y peces, y estaban dispuestos incluso a hacerle rey. Pero al día siguiente, como no les gustó lo que les dijo, empezaron a reclamar nuevas señales.
El Señor sabía que su argumento era falso. Ellos decían que si vieran más milagros entonces creerían en él, pero lo cierto es que ya habían visto muchas obras del Señor y seguían sin creer. Los mismos israelitas habían recibido milagrosamente el maná del cielo durante cuarenta años, y la Palabra nos dice que toda una generación pereció en el desierto sin poder entrar en la tierra prometida por causa de su incredulidad (He 3:16-19). Es un hecho que la persona se puede acostumbrar a ver los milagros del Señor y mantener su corazón cerrado a la gracia.
2. Jesús es superior a Moisés
Así pues, aunque el día anterior habían intentado hacerle rey, ahora se volvieron hostiles, ofensivos y provocadores. Pero en cualquier caso, el Señor les contestó con toda la paciencia del mundo. Y lo primero que hizo fue corregir algo que ellos habían afirmado: "Moisés no os dio el pan del cielo". Esto puede ser interpretado como que Moisés no fue quien les dio el mana, sino que fue Dios. Pero más probablemente, lo que quiere decir es que el maná que Moisés les dio no era realmente el pan del cielo, sino pan material, en contraste con el verdadero pan del cielo que el Padre les daba en Cristo.
Lo que se subraya es que aunque los judíos pensaban que Moisés era superior a Jesús, lo cierto es que era justo al revés. Al fin y al cabo, Moisés sólo les había logrado dar alimento perecedero, pero no vida eterna, tal como Cristo prometía. De hecho, él mismo era "el verdadero pan del cielo", en contraste con el maná que los israelitas habían comido en el desierto.
Ahora bien ¿en qué sentido era Cristo el "verdadero" pan del cielo? En primer lugar, el maná era un tipo o figura que apuntaba hacia una realidad superior y permanente. Podríamos decir que de la misma manera que el maná en el desierto había servido para calmar el hambre física del pueblo, así Cristo satisface eternamente las necesidades espirituales de todos los hombres que creen en él, incluyendo su salvación eterna.
Como vemos, lo que Dios nos da en Cristo es algo que Moisés sólo pudo prefigurar. Pero a pesar de su infinita superioridad, es triste comprobar cómo los judíos le rechazaron, manifestando incluso una actitud provocadora con el fin de que siguiera dándoles de comer el mismo tipo de pan que Moisés les había dado en el pasado.
En realidad, ellos estaban idealizando el pasado y se estaban olvidando de lo que realmente había ocurrido. En los tiempos de Jesús los rabinos describían el maná como "el alimento de los ángeles destilado de la luz superior, el rocío de arriba, alimento milagroso de sabores variados, y apto para toda edad, según era el deseo o condición del que lo comía, pero amargura para los paladares gentiles". Sin embargo, sus antepasados no siempre habían apreciado el maná, sino que de hecho se habían quejado de él con amargura: "Y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos" (Nm 11:6). Con el tiempo habían llegado a idealizar a Moisés, cuando la realidad era que mientras vivió se habían quejado y murmurado contra él en innumerables ocasiones, de la misma manera en la que ahora lo hacían con Jesús.
3. La señal provista: la Encarnación
Después de estas aclaraciones, el Señor contestó a la demanda que le habían hecho: "¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos?". Sin embargo, no les iba a dar una señal como ellos esperaban, sino que nuevamente les iba a dirigir a él mismo: "El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo". Él era la señal que el Padre les estaba dando. En realidad se está refiriendo a su propia encarnación. Él había descendido del cielo, se había hecho Hombre y cumplía perfectamente la voluntad del Padre. Pero aun así, ellos rechazaron esta señal y se negaron a creer en él. Más adelante les dice: "Aunque me habéis visto, no creéis" (Jn 6:36). Si Dios se había hecho tan cercano que incluso estuvo dispuesto a hacerse hombre y aun así seguían pidiendo más señales, ¿de qué otra manera se podría revelar con mayor claridad? ¿Qué señal podría convencerles?
Habiendo llegado a este punto, no deja de maravillarnos que a pesar de la terrible incredulidad del pueblo de Israel, Dios nuevamente volviera a expresar su deseo de bendecirles: "Mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo".
"Señor, danos siempre este pan"
(Jn 6:34-35) Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás."
1. "Yo soy"
Como en otras ocasiones, los judíos sólo eran capaces de entender las palabras de Jesús en un sentido material. Lo mismo le había ocurrido a la mujer samaritana cuando el Señor le ofreció el agua de vida; ella dijo: "Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla" (Jn 4:15). Ella también pensaba en un agua física, aunque ciertamente milagrosa. Es interesante notar que en esa ocasión Jesús no dijo que él fuera el agua de vida, sino que ese era un don que él daría a quienes se lo pidieran. Pero cuando ahora habla acerca del pan de vida, afirma lo siguiente: "Yo soy el pan de vida".
Hasta ahora habíamos ido observando que Jesús utilizaba la expresión "yo soy" sin predicado, dando a entender un uso absoluto de la frase que recordaba al nombre de Dios en Éxodo. Sin embargo, ahora añade un predicado para referirse a sí mismo y señalar algún aspecto importante de su persona y obra que suplen las necesidades espirituales de cualquier hombre. Por supuesto, si Jesús sólo fuera un hombre, cualquiera de sus afirmaciones habría carecido de sentido. Sólo son posibles si él es Dios. Veamos cuáles son estos siete usos que encontramos en el evangelio de Juan :
(Jn 6:35) "Yo soy el pan de vida"
(Jn 8:12) "Yo soy la luz del mundo"
(Jn 10:7) "Yo soy la puerta de las ovejas"
(Jn 10:11) "Yo soy el buen pastor"
(Jn 11:25) "Yo soy la resurrección y la vida"
(Jn 14:6) "Yo soy el camino y la verdad y la vida"
(Jn 15:1) "Yo soy la vid verdadera"
2. El significado de la afirmación: "Yo soy el pan de vida"
¿Qué quería decir cuando afirmó que él es el "pan de vida"? En primer lugar, el pan nos habla del sustento necesario para la vida, aquello que es esencial e imprescindible para todo ser humano. Y en segundo lugar, tener pan no aplaca nuestra hambre, es necesario comerlo para que realmente tenga efecto en nosotros, y cuando lo comemos, el pan llega a formar parte de nosotros mismos. De la misma manera, cuando Cristo se nos ofrece como "el pan de vida", es necesario creer en él para apropiarnos de esa vida, estableciendo así un grado de intimidad y de unión que es imposible romper.
3. La petición de los judíos: "Señor, danos siempre este pan"
Ahora bien, los judíos acababan de pedirle una señal porque se mostraban reacios a reconocer en Jesús una autoridad superior a la de Moisés, y sin embargo, ahora hacen esta petición que encontramos aquí: "Señor, danos siempre este pan". Evidentemente no estaban entendiendo ni aceptando lo que él les dijo. Ellos seguían pensando en el pan material, y esperaban recibirlo de la misma manera en que Moisés se lo había dado en el desierto.
4. La respuesta de Jesús
Ellos no escucharon que el verdadero pan del cielo ya había descendido, y el Padre se lo estaba dando en la persona de Jesús. Dios ya había hecho su parte, ahora eran ellos los que tenían que ir a él: "el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás". En cuanto a lo que significa la expresión "el que a mí viene", podemos encontrar una buena ilustración en la historia del maná. Dios hacía descender cada día el maná del cielo, pero el pueblo tenía que salir a por él para recogerlo, y de la misma manera, Cristo es el verdadero pan que ha descendido del cielo, y las personas tienen que ir a él para recibir la vida eterna que sólo él puede dar. En realidad, podríamos decir que "venir a él" es una forma de ilustrar lo que significa "creer en él". Tiene que ver con un acto de la voluntad humana que después de haber entendido la culpabilidad de sus pecados y la inutilidad de sus propias obras, "viene a Cristo", confía en él, y le encomienda su salvación.
Y por último, notemos también su promesa: "el que a mí viene, nunca tendrá hambre". Cristo es el único que puede satisfacer plenamente toda necesidad y deseo del alma humana.
"He descendido para hacer la voluntad del que me envió"
(Jn 6:36-40) "Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero."
1. La respuesta de los judíos y sus implicaciones
¿Cuál iba a ser la respuesta de los judíos a la invitación que Cristo les estaba haciendo a ir a él para tener vida eterna? Desgraciadamente, una vez más ellos se negaron a creer en él: "Aunque me habéis visto, no creéis". El milagro de los panes había despertado en ellos el apetito, pero no la fe.
Jesús no oculta su tristeza por este rechazo. Ellos le habían visto, pero aun así se negaban a creer en él. Y esto era mucho más grave de lo que podría parecerles, puesto que como explica a continuación, él no actuaba en independencia del Padre: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". Por lo tanto, rechazarle a él, implicaba rechazar también al Padre que le había enviado. Cuando aquellos judíos incrédulos se oponían a Jesús y ponían en tela de juicio su autoridad, debían entender que también se estaban oponiendo a la voluntad del Padre.
2. La seguridad eterna del creyente
Y después el Señor expresa una doble verdad:
Todos los que el Padre le había dado llegarían a él, a pesar de cualquier obstáculo.
Y los que fuesen a él, no los echaría fuera, porque la voluntad de Aquel que le había enviado era que "de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".
Empecemos por considerar la segunda de estas afirmaciones de Jesús. Sin duda se trata de una promesa realmente consoladora: "De todo lo que me diere, no pierda yo nada". A los que son suyos él los protegerá hasta el fin. Esta misma verdad se repite en otros lugares:
(Jn 10:27-28) "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano."
(Ro 8:33-39) "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro."
Es cierto que un verdadero creyente puede llegar a pasar por muchas de las cosas que son descritas aquí, pero ninguna de ellas puede hacer que se pierda. Si así fuera, esto supondría que Cristo, y también el Padre, habrían fracasado en su misión de cuidar de ellos. ¡Esto es imposible! De ahí nuestra seguridad de que la salvación no se puede perder.
Algunos cuestionan este hecho, y lo hacen porque se encuentran con personas que en algún momento se han confesado creyentes, y después se han ido al mundo. Pero la doctrina bíblica nunca debe estar fundamentada en nuestra interpretación de las experiencias humanas, sino en la Palabra de Dios. En las citas anteriores hemos considerado que todo aquel que ha llegado por la fe a estar en las manos del Señor, nunca se podrá perder. Y recordemos que la fe no es una obra que nos hace merecedores de esta posición, sino que es simplemente nuestro reconocimiento de que no podemos salvarnos por nosotros mismos y por eso nos ponemos en las manos de Cristo para que él nos salve. A partir de ese momento nuestra salvación depende enteramente de él. Claro está que algunos interpretan esta seguridad como una ocasión para poder seguir viviendo en el pecado eludiendo todas las consecuencias, pero tal planteamiento nunca será hecho por alguien que realmente se ha arrepentido y ha creído en el sacrificio de Cristo en la Cruz para el perdón de sus pecados. Y por otro lado, la seguridad de la salvación y el perdón de todos nuestros pecados, no implica que a Dios le resulte indiferente que un verdadero creyente peque. Recordemos que "el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (He 12:6). En algunos casos esta disciplina puede derivar en enfermedades, y en otras puede llegar incluso hasta la misma muerte. Esto fue lo que les ocurrió a algunos creyentes en Corinto: "Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen" (1 Co 11:29-30).
Por otro lado, este pasaje nos enseña que no todo aquel que se dice creyente, y en alguna medida sigue a Jesús, lo es realmente. Aquí estamos ante una multitud de personas que buscaron a Jesús después de haber visto el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, pero que cuando más tarde llegaron a comprender lo que significaba ser un creyente, se volvieron atrás (Jn 6:60-66). Tal vez nosotros habríamos interpretado que aquellos discípulos habían perdido la salvación, pero la auténtica razón de su abandono era que nunca habían llegado a ser salvos realmente. Observemos lo que dice el texto: "Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar" (Jn 6:64).
Finalmente, notemos también que en esta porción el Señor vuelve a explicar cuál era la consumación de la salvación que había venido a dar a los pecadores y que él mismo garantizaba: "Yo le resucitaré en el día postrero". Esta afirmación aparece como una especie de estribillo a lo largo de todo el pasaje (Jn 6:39,40,44,54). La resurrección será el último capítulo en el proceso de la salvación que le ha sido confiada a Jesús. Por lo tanto, lo que el Señor estaba afirmando, era que no sólo tiene poder para guardar a los creyentes hasta el final, sino que también tiene el poder para completar su salvación por medio de la resurrección.
"Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere"
(Jn 6:41-46) "Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre."
1. Las dificultades de los judíos para entender quién era Jesús
Los judíos habían pedido una señal (Jn 6:30), y en respuesta Jesús les había dicho: "Yo soy el pan que descendió del cielo; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn 6:35). A los judíos no les pareció que ésta fuera una señal convincente. ¿Cómo podía haber descendido del cielo si ellos conocían a sus padres y familia? Su declaración les pareció pretenciosa. Lo que sabían de Jesús les parecía incompatible con las afirmaciones que hacía.
Ahora bien, el Señor no negó en ningún momento la relación familiar que le unía con José y María, o que hubiera nacido en este mundo como cualquier otro ser humano, pero esto no anulaba de ninguna manera que hubiera descendido del cielo. Lo que ellos estaban manifestando eran sus dificultades para aceptar su doble naturaleza, humana y divina. Y podemos entenderles. Ellos veían su condición pobre y humilde, un hombre que se había criado en un pueblo insignificante de Galilea, y se preguntaban con justicia cómo podía ser al mismo tiempo el preexistente Hijo de Dios enviado por el Padre. Su dificultad era muy comprensible, y en respuesta el Señor hizo una declaración que ha dejado asombrados a muchos: "Ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no le trajere". ¿Qué quiso decir con esto?
2. "Ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no le trajere"
En primer lugar, debemos hacer un esfuerzo por entender esta afirmación dentro del hilo de pensamiento que el Señor está desarrollando en este pasaje, y no bajo el prisma de algún sistema teológico estructurado.
Acabamos de ver que el Señor reconoció la dificultad que aquellos judíos tenían para creer que él era el pan de vida que había descendido del cielo. De hecho, dijo que sólo sería posible si el Padre los trajere a él. Sin duda, la frase empleada por el Señor tiene mucha fuerza, y nos hace comprender el deseo ardiente que Dios tiene de que muchos le conozcan y sean salvos.
3. ¿Cómo es llevada a cabo esta "atracción" por parte del Padre?
En principio, debemos aclarar que no se trata de "traer a Cristo" a una persona en contra su voluntad. No debemos ver aquí ningún decreto divino de predestinación por el cual el hombre es atraído por una fuerza irresistible en contra de su propia voluntad, como si se tratara de una red que arrastra a los peces cautivos hasta la orilla.
El contexto nos aclara que la forma en la que el Padre atrae a las personas hasta su Hijo es por medio de la enseñanza: "Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí". Y otra cosa importante que también deducimos es que el Padre no sólo atrae a algunas personas escogidas, puesto que en toda la Escritura queda claro su deseo de enseñar a "todos" los hombres: "Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios" (Jn 6:45).
Así pues, la lectura y la enseñanza de la Palabra son el medio fundamental por el que el Padre trae las personas a Cristo. Recordemos la historia que Jesús contó de un hombre rico y Lázaro el mendigo. El rico tenía esta conversación con Abraham: "Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos" (Lc 16:27-31). Aquí vemos la tremenda importancia que la Palabra de Dios tiene para que el hombre llegue a la fe en Cristo. El apóstol Pablo relaciona también estos mismos conceptos cuando escribe a los Romanos: "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios". Y luego insiste en el mismo principio que antes veíamos: "¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras" (Ro 10:17-18). Esto es así porque el propósito de Dios es atraer a todos los hombres a él por medio de su Palabra. Dios no limita su enseñanza a un grupo escogido de personas.
Cabe entonces preguntarse ¿por qué entonces la mayoría de los judíos fracasaron en reconocer al Señor Jesucristo como el enviado de Dios? La razón no debemos buscarla en una falta de capacidad de parte de Dios para darse a conocer de forma adecuada, o en que no quisiera darse a conocer nada más que a unos pocos elegidos. Como hemos visto, la Palabra afirma en varias ocasiones que "todos" son enseñados por Dios, sin embargo, para conocer a Dios, más importante que el intelecto es la voluntad y el deseo de obedecerle de verdad. El Señor lo resumió de la siguiente manera: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta" (Jn 7:17). Cualquier puede conocer, pero para ello debe querer hacer la voluntad de Dios. Y por otro lado, la verdad de Dios queda escondida para aquellos que deciden fiarse de su propia sabiduría y entendimiento. Este fue el problema de los eruditos judíos a los que el Señor se refirió en su oración: "Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó" (Lc 10:21). Podemos ver un resumen de este proceso al comienzo del evangelio de Marcos. Allí el Señor presentó sus credenciales por medio de sus milagros y enseñanza, pero la respuesta de los judíos fue de rechazo, al punto de que le llegaron a acusar de tener un "espíritu inmundo" (Mr 3:30). A partir de ese momento el Señor empezó a usar las parábolas en su enseñanza con el claro propósito de hacer una diferencia entre los que estaban fuera, y sus discípulos que le seguían (Mr 4:10-12). Dios sólo esconde su verdad de aquellas personas que por su actitud orgullosa la desprecian.
4. "Creéis en Dios, creed también en mí"
Otra cuestión que debemos tener en cuenta para entender correctamente este pasaje tiene que ver con el momento concreto en que el Señor hizo estas afirmaciones y a quiénes se las dijo. Empecemos por notar que algunos de aquellos discípulos ya eran auténticos creyentes en Dios antes de su encuentro con el Señor Jesucristo, pero ahora Cristo demandaba de ellos que creyeran en él de la misma manera en que hasta ese momento habían creído en Dios. Esto es a lo que les exhortó en el aposento alto cuando les dijo: "Creéis en Dios, creed también en mí" (Jn 14:1). Y fue precisamente esta exigencia de parte de Jesús la que hizo que muchos judíos ortodoxos la consideraran como una blasfemia. Por un lado, muchos de ellos conocían a su familia y también algunos detalles sobre su nacimiento, y nada de ello les hacía pensar que fuera divino, pero por otro lado, el hecho de creer en él de la misma manera en que ya lo hacían en el Padre, les parecía una invitación a abandonar su monoteísmo. Y lo sería de hecho si el Padre y el Hijo no fueran uno (Jn 10:30). En cualquier caso, este cambio tuvo que resultarles realmente difícil y de hecho habría sido imposible si el Padre no los hubiera traído al Hijo, o se los hubiera entregado, como dice en otra ocasión: "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra" (Jn 17:6).
Este proceso del que estamos tratando lo vemos con claridad en el apóstol Pedro. Él era un auténtico creyente antes de conocer a Jesús, pero después de haber estado algún tiempo con él llegó a declarar que él era realmente "el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Sin lugar a dudas, para llegar a esta conclusión fue importante que él primero viera los milagros y señales que Jesús hacía, pero mucho más decisiva fue la revelación especial del Padre, tal como Jesús afirmó: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16:16-17).
Y por último, notemos también que aunque aquí no se menciona explícitamente al Espíritu Santo, éste tiene un papel fundamental en la revelación de quién es el Hijo. La misma noche en la que Jesús fue entregado dijo que el Espíritu Santo les enseñaría, convenciéndoles de pecado y mostrándoles la necesidad de creer en Cristo (Jn 14:26) (Jn 15:26) (Jn 16:8-11) (Jn 16:13-14).
Preguntas
1. Explique algunas lecciones prácticas que podemos aprender del pasaje en el que Jesús anda sobre el mar (Jn 6:16-21).
2. ¿Cuál era la razón por la que los judíos buscaron a Jesús el día después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces? ¿Cree que eran auténticos creyentes? Razone su respuesta.
3. Explique por qué el Señor exhortó a las personas a trabajar por la comida que a vida eterna permanece si finalmente él mismo se la iba a dar de forma gratuita. ¿Cómo lo entendieron ellos?
4. ¿Cuál fue la razón por la que los judíos le pidieron una nueva señal? ¿Cuál era la señal que Dios les estaba dando? Razone su respuesta.
5. Explique el significado de la afirmación "yo soy el pan de vida". ¿Por qué dijo que él era el "verdadero" pan del cielo?
Comentarios
Juan Vázquez (Honduras) (19/11/2023)
Muy bello estudio de los panes y los peces . Me gustaría aprender más cada día.
Uri Valladares (Nicaragua) (14/05/2020)
Que bendición mas hermosa esta enseñanza, me gusta como mantiene el tema sin salirse de él, analizando cada detalle de manera profunda y objetiva. Bendiciones.
Aura Pisciotti Lopez (Colombia) (26/08/2019)
Excelente enseñanza.
Gladys Noemí (Argentina) (13/04/2019)
Muchas gracias por bendecirnos con estos estudios bíblicos, siempre los leo. Son de mucha bendición. Adelante,la paz de Dios en sus vidas, Desde Argentina.
Ramon Hernandez (Estados Unidos) (08/11/2014)
Amados. En Cristo muchas bendisiones por todos los estudios bíblicos me han ayudado a comprender mejor la preciosa palabra de nuestro Señor ;es mi portal preferido y es una herramienta muy valiosa para las predicaciones .El Señor les siga bendisiendo.
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