Estudio bíblico: Alimentación de los cinco mil - Juan 6:1-15
Alimentación de los cinco mil - Juan 6:1-15
(Jn 6:1-15) "Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos. Entonces subió Jesús a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo."
¿Cuál fue el propósito de este nuevo milagro?
El milagro que vamos a estudiar a continuación tiene la particularidad de ser el único que es repetido en los cuatro evangelios. Además, ningún otro milagro del Señor Jesucristo fue realizado en presencia de tantos testigos, ni tuvo tantos beneficiarios al mismo tiempo. Todo esto nos indica que estamos ante un acontecimiento realmente importante.
Empecemos por notar que esta nueva señal fue realizada "al otro lado del mar de Galilea" (Jn 6:1), y desde allí Jesús se desplazó a Capernaum, en Galilea, donde como hacía habitualmente, explicó el significado del milagro que acababa de hacer. Sorprendentemente, el resultado fue que los galileos se "volvieron atrás y ya no andaban con él" (Jn 6:66). Y esto nos presenta un triste paralelismo con el milagro anterior de la sanidad del paralítico de Betesda, que tuvo como resultado que Jesús fuera rechazado en Jerusalén, al punto de que los judíos comenzaron a perseguirle con la intención de matarle (Jn 5:16). Con todo esto vemos que en la misma medida en que el Señor manifestaba con mayor claridad quién era él, mayor era el rechazo y la oposición de los hombres hacia su persona.
Por lo tanto, deducimos que uno de los propósitos de este pasaje es resaltar el amor y la gracia del Señor, que aquí se aprecian con toda claridad sobre el trasfondo de la ingratitud humana. Su gloria es revelada al estar dispuesto a derramar una vez más su favor divino sobre una multitud voluble e ingrata a la que conocía perfectamente (Jn 2:24-25). Pero como ya hemos considerado en otras ocasiones, su gracia no se activa por los méritos humanos, sino precisamente por la falta de ellos.
Otro de los propósitos del milagro es poner de relieve el contraste que había entre la clase de Mesías que el pueblo estaba esperando, y cómo era Jesús, el Mesías enviado por Dios. Como veremos, después de que Jesús hubiera multiplicado los panes y peces, la multitud fue a él con la intención de hacerle rey (Jn 6:14-15). Ellos querían un Mesías así, alguien que les trajera bendiciones materiales en abundancia. No podían ocultar que su mirada estaba puesta en ellos mismos y en sus necesidades temporales. Pero cuando fueron a hacer rey, Jesús se apartó de ellos y no se prestó a sus deseos. Y de hecho, cuando al día siguiente volvieron a buscarle, él les exhortó a trabajar por "la comida que a vida eterna permanece" y no por "la comida que perece" (Jn 6:27). La actitud de Jesús y sus enseñanzas no dejaban lugar a dudas de que su interés se enfocaba sobre realidades espirituales y eternas, y que no estaba dispuesto a satisfacer indefinidamente sus deseos materiales. Fue en ese punto donde perdieron su interés en él.
Por cierto, esto es algo que se repite con frecuencia. Muchas personas viven con la idea de que Dios tiene que bendecirles constantemente en todo lo material, y están dispuestos a poner su fe en él siempre que se ajuste a sus deseos, pero se sentirán defraudados, y hasta molestos, si no lo hace. Al fin y al cabo, ¿no consiste en esto la filosofía del "evangelio de la prosperidad" tan extendido en nuestros días? ¿No tienen sus predicadores un énfasis muy marcado en las bendiciones materiales y temporales que los cristianos deben esperar, y hasta exigir, de Dios? Pero en estos pasajes veremos que Jesús se negó a darles de comer nuevamente y que no quiso ser su rey en esas condiciones. Todo esto nos tiene que hacer reflexionar a nosotros también acerca del tipo de Mesías en el que hemos creído.
Por último, la multiplicación de los panes y peces también sirvió para evidenciar nuevamente el poder creador de Jesús. Él creó algo que antes no existía, como ya había hecho antes cuando convirtió el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea. Con ambos milagros tenía el claro propósito de mostrar la abundancia y gozo que habrá en su reino cuando él lo establezca en este mundo.
Las circunstancias
1. "Jesús fue al otro lado del mar de Galilea"
Los incidentes ahora narrados tuvieron lugar "al otro lado del mar de Galilea", es decir, en la ladera oriental. Lucas nos dice que estaban en "un lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida", y que el Señor se había retirado allí con sus discípulos buscando descanso para ellos después de que regresaran de la misión a la que los habían enviado (Lc 9:10).
La razón por la que en esta época el Señor desarrollaba su ministerio mayormente en Galilea, se debía seguramente a la oposición que había recibido de los judíos en Jerusalén (Jn 5:16) (Jn 7:1).
2. "Le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos"
A pesar de que Jesús y sus discípulos estaban buscando un lugar apartado donde descansar, aun así las multitudes le buscaron hasta encontrarlo. El evangelista indica que eran atraídos por los milagros de Jesús. No era porque creyeran en él, sino por su propio interés y también por la curiosidad que despertaban sus milagros. Aun así, el Señor no dejó de hacerles bien. El evangelista Mateo dice: "Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos" (Mt 14:14).
3. "Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos"
La pascua era una conmemoración de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Y no debemos olvidar que en esos momentos los judíos volvían a encontrarse otra vez en la misma situación, no ya bajo el yugo de los egipcios, sino el de los romanos, que los habían conquistado y sometido. En este contexto, cuando cada año llegaba la pascua, los pensamientos de los judíos giraban en torno a la pregunta ¿cuándo seremos libres de la esclavitud de Roma?
Seguramente se menciona la proximidad de la pascua para explicar por qué la multitud que presenció este milagro de Jesús, rápidamente interpretaron que él era el profeta que había de venir al mundo y se dispusieron a hacerle rey inmediatamente (Jn 6:15).
La fe probada de los discípulos
Desde el monte a donde Jesús había subido con sus discípulos podía ver cómo las multitudes se iban congregando a su alrededor, lo que indicaba que había llegado el momento de ocuparse de ellos. Sin embargo, aunque sabía desde el principio lo que iba a hacer a favor de todas aquellas personas, aprovechó la ocasión para enseñar a sus discípulos una lección importante.
1. La actitud de los discípulos frente al problema
El Señor presenta la cuestión desde un punto de vista humano: había una multitud de personas, estaban en un lugar desierto y no habían llevado nada con ellos para comer. Era el momento de hacer algo, porque el problema se agravaría según empezara a declinar el día. En esas condiciones preguntó a Felipe: "¿De dónde compraremos pan para que coman estos?".
Quizá el Señor se dirigió a Felipe porque él era de Betsaida (Jn 12:21), una ciudad muy cerca de dónde estaban en ese momento. En cualquier caso, su contestación reflejó la actitud de todos los apóstoles frente a esta situación. En primer lugar vieron un problema económico: "Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco". Evidentemente, los discípulos no disponían de esa cantidad de dinero, que equivalía al salario de un jornalero por doscientos días de trabajo. Por otro lado, también veían problemas en el lugar y el momento en que estaban. El evangelista Mateo recoge uno de los comentarios que hicieron los discípulos: "El lugar es desierto, y la hora ya pasada" (Mt 14:15). Y Juan confirma esta misma actitud recordando la pregunta de Felipe: "¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?".
En cualquier caso, no podemos negar que lo que los discípulos dijeron era totalmente cierto. Estaban en un lugar desierto, no había comercios cerca que pudieran abastecer a una multitud tan grande, y además estaba empezando a hacerse tarde. Así que, con toda lógica, los discípulos optaron por desentenderse del problema. Mateo nos dice lo que le dijeron a Jesús: "Despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren qué comer" (Mt 14:15).
Los discípulos veían problemas por todos los lados, pero no debemos apresurarnos a criticarles sin pensar antes en cómo actuamos nosotros mismos en situaciones menos complicadas. En cualquier caso, las dificultades de los discípulos surgían porque estaban enfocando la situación contando únicamente con sus propios recursos. Es triste que ninguno de ellos ejerció fe.
2. La fe de los discípulos estaba siendo probada
En cierto sentido podríamos pensar que los discípulos estaban pasando por un examen. El Señor ya les había explicado la lección y ahora tendrían que demostrar si la habían aprendido correctamente. Las experiencias que habían vivido junto al Señor deberían haber despertado su fe para afrontar los problemas que esta nueva situación les presentaba.
Según Mateo y Lucas, antes de que Jesús les hablara de dar de comer a las multitudes, él mismo había estado curando a todos los que lo necesitaban, sin que su poder o capacidad se vieran debilitadas en ningún momento (Mt 14:14) (Lc 9:11).
Además, ellos mismos acababan de regresar de una misión en la que pudieron experimentar el poder de Dios en medio de diferentes adversidades: "Echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban" (Mr 6:13).
Y también habían visto cómo Jesús convertía el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, ejerciendo su poder creador.
Todas estas manifestaciones de poder tendrían que haberles llevado a confiar en el Señor, pero no lo hicieron. Sólo calcularon lo que podrían hacer por ellos mismos, pero no ejercieron la fe. Este es el mismo problema que nosotros mismos tenemos con demasiada frecuencia. ¿No es cierto?
3. El propósito del Señor al probarles
El evangelista nos dice que el Señor sabía lo que había de hacer desde el principio, pero dijo esto "para probarle". De aquí deducimos algunas cosas.
En primer lugar, vemos que Dios prueba nuestra fe. No sólo si existe, sino también si es de calidad. Por esta razón permitirá que atravesemos por diversas situaciones. Los discípulos acababan de regresar de un exitoso viaje misionero en el que habían tenido hermosas experiencias de triunfo, pero ahora se tenían que enfrentar con una nueva situación en la que se iban a sentir completamente impotentes. Y nosotros también atravesamos por épocas en nuestra vida en la que parece que todo va sobre ruedas, mientras que en otras sólo encontramos obstáculos en el camino. En ambos casos nuestra fe está siendo probada. ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Nos olvidaremos de Dios porque todo nos va bien y pensaremos que ya no le necesitamos? ¿O nos hundiremos en medio de los problemas y dejaremos a Dios, dudando incluso de su amor y poder para ayudarnos? En cada momento Dios está buscando si existe en nosotros una fe genuina, capaz de sostenerse frente a las variadas circunstancias de la vida.
En segundo lugar, el propósito de Dios al probar nuestra fe es el de ayudarnos a crecer, a madurar y a desarrollarnos espiritualmente. Pero para que este propósito se llegue a cumplir, y que las pruebas resulten en una bendición para nosotros, tendremos que mantenernos en la perspectiva adecuada y confiar en que todo nos ayudará para bien en la voluntad de Dios (Ro 8:28). En este caso, la fe de los discípulos creció hasta el punto de que llegaron a entender que el Señor es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
Y en tercer lugar, quería enseñarles que Dios siempre tiene preparada una salida para cada prueba por la que atravesamos. El pasaje nos dice que Jesús "sabía lo que había de hacer". Y esto nos recuerda otra promesa de la Escritura: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Co 10:13). Nada puede sorprender al Señor. Él tiene siempre un plan y una solución. El problema es que nosotros muchas veces no lo vemos porque enfocamos nuestra atención en el problema y dejamos de mirar al Señor y sus recursos.
El Señor y la solución del problema
1. Los ridículos recursos de los discípulos
Como ya hemos dicho, los discípulos sólo lograban hacer cálculos contando con sus propias posibilidades, olvidándose de que el poder de Jesús siempre sobrepasa todo cálculo humano. Así pues, ellos siguieron buscando para ver qué tenían, y finalmente, todo lo que pudieron encontrar fueron "cinco panes de cebada y dos pececillos" que tenía un muchacho. Esto era una cantidad ridícula, y como ellos mismos indicaron, "¿Qué es esto para tantos?".
Sin embargo, aunque seguramente no eran muy conscientes de ello, hicieron dos cosas que siempre facilitan que el Señor empiece a obrar:
Por un lado, admitieron que ellos no tenían una solución para el problema, así que dejaron la puerta abierta para que el Señor obrara.
Y por otro lado, pusieron en las manos del Señor lo poco que tenían.
2. La obediencia a la palabra del Señor
En ese momento Jesús comenzó a obrar, y lo hizo dando una orden a los discípulos que también incluía a la multitud: "Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente". Hacer sentar a la gente podría parecer absurdo si no se disponía de nada para poner delante de ellos para comer. Sin embargo, los discípulos se dispusieron a obedecerle, y la multitud también les hizo caso a ellos. Sin vacilar, los cinco mil varones (y todas las mujeres y niños que estuvieran con ellos), comenzaron a recostarse sobre la abundante hierba que había en aquel lugar.
Ahora debemos hacernos una idea de lo que suponía tener a semejante muchedumbre sentada esperando para comer. Muy probablemente todos ellos estarían mirando a Jesús para ver qué se proponía con aquella maniobra. Fue entonces cuando tomó los panes y los peces y dio gracias por ellos. Luego los repartió entre los discípulos para que ellos a su vez los repartieran entre la multitud. Esto requería nuevamente de su obediencia en medio de una situación que a todas luces parecía absurda. ¿Qué era lo que tenían que repartir, si ni siquiera había un pez y un pan para cada uno de ellos?
A pesar de todo, los discípulos obedecieron nuevamente al Señor y comenzaron a repartir los panes y los peces entre la multitud. Fue entonces cuando vieron que aquellos pocos panes y peces no dejaban de multiplicarse milagrosamente, hasta que finalmente alcanzaron para que comiera toda la multitud, y hasta sobraron.
La obediencia de los discípulos fue fruto de su fe, y fue precisamente esto lo que permitió que el Señor obrara el milagro. Si ellos no hubieran obedecido, tampoco habrían visto el milagro. No lo olvidemos: Cuando la fe y la obediencia trabajan juntas, nos permitirán ver grandes cosas del Señor.
3. El milagro
Con una extraordinaria sencillez, el Señor realizó el milagro de multiplicar los panes y los peces. Y al igual que la viuda de Sarepta de Sidón, que vio cómo la poca harina y aceite que le quedaban se multiplicaban día tras días sin que llegaran a faltar nunca (1 R 17:8-16), del mismo modo, los discípulos comprobaron que los panes y peces no dejaron de multiplicarse hasta que todos se saciaron. Un hermoso ejemplo de la plenitud del Señor y de su gracia inagotable: "De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia" (Jn 1:16).
Nos llama también la atención que después de que todos hubieron comido, aun sobraron muchos más panes y peces de los que había en un principio: "Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido". La lección fue clara: tenían que aprender que el mejor modo de aumentar los pocos recursos que tenemos, es ponerlos en las manos del Señor. Pero en todo caso, los recursos infinitos del Señor no son una excusa para desperdiciarlos, así que el Señor mandó que los panes sobrantes fueran recogidos para que no se perdiera nada.
4. Los medios usados para realizar el milagro
Para cumplir sus propósitos, el Señor usó los escasos recursos de un niño. Este es siempre el patrón que el Señor sigue: usar las cosas pequeñas y de poca importancia que nosotros tenemos, para hacer grandes maravillas. Recordamos otros ejemplos similares, como cuando Dios usó la vara de Moisés para convencer al pueblo y al mismo Faraón de la veracidad de su llamamiento (Ex 7:8-9); o cuando se sirvió de la honda de David para vencer al gigante Goliat (1 S 17:49-50); o cuando puso en las manos de Sansón una quijada de asno con la que derrotó a mil filisteos (Jue 15:15). Y el apóstol Pablo insiste en el mismo principio: "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia" (1 Co 1:26-29).
Pero no sólo usó los recursos del niño, también empleó a los discípulos. Una vez que el Señor dio gracias por los panes y los peces, los puso en las manos de los discípulos para que ellos los llevaran delante de las multitudes. Entonces llegaron a entender lo que el Señor les quería decir cuando al principio les había dicho: "¡Dadles vosotros de comer!" (Lc 9:13). Así entendieron otra gran lección que también es útil para todos nosotros: El Señor se digna a tomar de lo nuestro, lo bendice, lo aumenta milagrosamente, y vuelve a ponerlo en nuestras manos para que podamos llevarlo delante de las multitudes necesitadas. Y esto es lo mismo que ocurre cuando nosotros predicamos su evangelio. Nuestras palabras pueden ser torpes, pero el Espíritu Santo las bendice y les da vida para que puedan llevar a la salvación a los oyentes. El poder siempre está en el Señor, no en lo que nosotros podemos hacer, y por eso nuestra labor siempre debe consistir en recibir con humildad y distribuir con fidelidad. Y aunque él no nos necesita, muestra su amor y misericordia al querer utilizar lo que somos y tenemos para llevar a cabo su obra.
La reacción de la gente ante el milagro
Hoy en día hay muchas personas que intentan dar una explicación racional a este milagro eliminando de él todo elemento sobrenatural. Tienen prejuicios, e intentan justificar su incredulidad bajo la apariencia de una pretendida intelectualidad. Otros son religiosos, pero igualmente incrédulos, y buscan explicaciones espirituales y simbólicas a lo ocurrido. En cualquier caso, sus razonamientos no se ajustan a los hechos.
Nosotros, en lugar de escuchar a todos estos críticos modernos, haremos mejor en atender a los testigos oculares que presenciaron aquel milagro, y que por cierto, no fueron pocos. ¿Qué vieron y cómo reaccionaron ante ello?
1. Creyeron que Jesús era el profeta que había de venir al mundo
A los cinco mil hombres que estuvieron allí en aquel día no les quedó ninguna duda de que lo que habían visto era un milagro auténtico. Y aunque los críticos modernos no quieran aceptarlo como tal, los allí presentes estaban tan seguros de ello, que no dudaron en buscar a Jesús al día siguiente con la esperanza de volver a comer gratis (Jn 6:25-26).
Pero aun hay más; la señal que acababan de ver era tan grande, que les hizo pensar que Jesús era aquel que las Escrituras del Antiguo Testamento llevaban siglos anunciando: "Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo". Sólo un milagro real pudo llevarles a reaccionar de esta manera.
2. Quisieron hacerle rey
En esos momentos de entusiasmo popular, su razonamiento debió de ser el siguiente: Si Jesús ha podido resolver la falta de comida, ¿cómo no podrá solucionar todos los demás problemas, incluyendo la reconquista de la independencia nacional?
Entonces la excitación se apoderó de la multitud, que como ya sabemos, en aquellos días se preparaba para ir a Jerusalén a celebrar la pascua, la fiesta en la que recordaban la liberación de la nación judía de su esclavitud en Egipto (Jn 6:4). En ese ambiente de excitación, rápidamente empezaron a planear que llevarían a Jesús con ellos a Jerusalén para que fuera su líder, soñando que los libraría del yugo romano y establecería el reino de Dios en la tierra. Ya imaginaban una época de esplendor como nunca había conocido la nación judía. Con Jesús como rey en Jerusalén, nunca les faltaría comida gratis, y además, acabaría con todas las tragedias humanas como la enfermedad y la muerte. Así que, estaban dispuestos a llevarlo con ellos, aunque fuera contra su voluntad: "Entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey...".
3. Se sintieron decepcionados
Como veremos a continuación, Jesús no se prestó a sus propósitos de hacerle rey, e inmediatamente mandó a sus discípulos entrar en la barca e ir a la otra orilla mientras él se fue al monte a orar sólo. Aun así ellos no se dieron por vencidos y al día siguiente lo buscaron con la intención de que repitiera el milagro de la multiplicación de los panes. Pero Jesús tampoco accedió a complacerles en esta nueva ocasión. Así que se produjo un cambio radical en el entusiasmo popular. Aquellos que querían hacerle rey, al día siguiente le abandonaron por miles (Jn 6:66). Así que todos los efectos del milagro de la multiplicación desaparecieron de sus mentes en el mismo instante en que Jesús no quiso hacer lo que ellos esperaban.
La reacción de Jesús cuando quisieron hacerle rey
1. El Señor se retiró cuando vinieron a hacerle rey
Los hombres siempre están dispuestos a ser exaltados y recibir honores, pero Jesús era el Hijo de Dios, y no se dejaba mover por la vanidad y el orgullo. Por esta razón, cuando vinieron para hacerle rey, él se retiró, sin embargo, cuando más tarde volvieron para crucificarle, él se presentó ante ellos voluntariamente (Jn 18:4-5).
Ahora bien, no cabe duda de que el Señor Jesucristo tenía el poder, el derecho y la autoridad sobrenaturales para imponer en unas horas un reinado terrenal que habría dejado asombrados a todos los políticos de la historia. Y de hecho, las Escrituras del Antiguo Testamento anunciaban con frecuencia que cuando el Mesías viniera a establecer su reino en esta tierra, Israel disfrutaría de grandes bendiciones materiales. ¿Por qué entonces el Señor "volvió a retirarse al monte él solo" cuando vinieron a hacerle rey? ¿Acaso no era realmente el Mesías esperado? ¿Por qué hizo esto?
En primer lugar porque ellos buscaban un líder político que resolviera sus problemas temporales, y por supuesto, que estuviera a su servicio para hacer lo que ellos le demandaran. El Señor no estaba dispuesto a hacerse cargo de un reino en esas condiciones. Él busca siervos obedientes que le sirvan, y no personas caprichosas con intereses puramente materiales que sólo esperan que Dios esté a su servicio en cada momento.
Además, Cristo no sería un rey elegido democráticamente en función de las preferencias del pueblo. Eso fue lo que había ocurrido en el pasado cuando Israel pidió un rey y Dios les dio a Saúl. Aquel fue un rey elegido para satisfacer los deseos del pueblo, y Saúl siempre estuvo más preocupado en agradar a los hombres que a Dios, razón por la que finalmente fue desechado. Pero el Mesías auténtico sería alguien conforme al corazón de Dios, no sometido a la aceptación o el rechazo de los hombres. De hecho, sería Dios mismo quien lo establecería en contra del criterio de los hombres:
(Sal 2:2-6) "Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo, rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte."
(Sal 118:22) "La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos."
El reino de Cristo tampoco será establecido por medios humanos. No será el poder militar, político, financiero o religioso lo que traerá el reino de Dios a este mundo. Si Jesús hubiera seguido los deseos de la multitud, habría acabado dirigiendo una rebelión armada contra los romanos, algo que no era el propósito de Dios. Además, un reino como el de Cristo siempre será una utopía desde la perspectiva humana, porque sus leyes son mucho más elevadas y justas que las que cualquier país haya nunca podido imaginar, y de hecho, el ser humano no tiene la capacidad moral ni espiritual para someterse a ellas. Necesita que su corazón sea previamente regenerado por medio del Espíritu Santo de Dios. Sólo así podrá vivir de acuerdo a sus elevados principios.
La naturaleza del reino que Jesús había venido a establecer era de carácter espiritual, por eso afirmó ante Pilato que su "reino no es de este mundo" (Jn 18:36). Con esto quiso decir que él era Rey, pero no la clase de rey que iba a amenazar a Roma y a establecer un reino por medios humanos como querían las multitudes en aquel momento. El propósito de su primera venida era establecer su reino en los corazones de los hombres, aunque volverá una segunda vez para establecerlo en todo este mundo y así su voluntad se cumplirá "como en el cielo, así también en la tierra" (Mt 6:10). Pero en este tiempo presente, el reino de Cristo se establece en el corazón de la persona cuando se abre por la fe y el arrepentimiento. En ese momento él comienza a ser el Señor y Rey de esa persona, dirigiendo su corazón conforme a su voluntad, estableciendo en él la verdad, la justicia y la paz.
El Señor sabía que el hombre en su estado actual es un ser ingobernable. Incluso hoy en día vemos que muchas de las propuestas que los gobernantes de este mundo hacen para cambiar las situaciones dolorosas que vemos a nuestro alrededor nunca llegan a funcionar, pero no porque sean necesariamente malas, sino porque para aplicarlas haría falta que las personas involucradas fueran buenas. Aunque no lo queramos reconocer, el ser humano es egoísta, insolidario, mentiroso, cruel, malo... Y este es el verdadero problema para establecer la justicia en el mundo. En esas condiciones, ni aun un Rey perfecto como el Señor Jesucristo podría cambiar la situación. Él sabía que para poder establecer su gobierno de justicia en este mundo, en primer lugar habría que cambiar el corazón de los hombres, y esto era lo que iba a hacer por medio de su obra en la cruz. Allí conseguiría el perdón para los hombres que creyeran en él, los reconciliaría con Dios, y les daría un nuevo corazón regenerado por el Espíritu Santo.
2. Se retiró al monte él solo
Quizá en aquel momento algunos pensaron que tenía temor o falta de confianza en sí mismo, y que por eso tomó la actitud de retirarse. Pero no había nada de eso. Jesús dejó las multitudes y se retiró solo al monte para poder estar en oración con su Padre (Mt 14:23). Al fin y al cabo, en aquellos días nadie comprendía quién era él, ni la obra que había venido a realizar. Por eso, en medio de su soledad buscaba la comunión con el Padre.
Reflexión final
El pasaje nos enfrenta también con la cuestión de la importancia que debemos dar a la obra social, que pretende solucionar los problemas materiales y temporales de los hombres, y la que debemos dar a sus necesidades espirituales. En este sentido cada vez es más frecuente encontrar iglesias que emplean gran parte de sus recursos en atender las necesidades sociales de las personas. Y en algunos lugares las iglesias evangélicas parecen ser más conocidas por su labor social que por predicar el evangelio de Jesucristo ¿Qué nos puede enseñar este pasaje sobre esto?
Hemos visto que el Señor Jesucristo tenía poder y autoridad sobrenaturales para haber acabado en un momento con el hambre, las enfermedades y las injusticias de este mundo. Sin embargo, aunque demostró que podía hacerlo, el caso es que no lo hizo. Es verdad que puede parecer injusto que habiendo podido acabar con todas estas cosas que tanto daño hacen al ser humano, el Señor no lo hiciera. ¿Por qué no lo hizo?
Debemos entender que desde el punto de vista del Señor, estas cosas no son el verdadero problema, sino sólo sus síntomas. Y un buen médico analiza los síntomas para encontrar y tratar el origen de la enfermedad. De otro modo, si lo único que le preocupa es acabar con los síntomas, terminará por matar al enfermo. Por ejemplo, imaginemos un hombre que tiene un tumor canceroso que le produce terribles dolores. El médico puede ponerle una inyección de morfina y el dolor desaparecerá, creando la falsa impresión de que el cáncer está siendo curado. Si el paciente se conforma con esto, el tumor canceroso seguirá desarrollándose y acabará matándole. La labor de un buen médico consistirá en encontrar la causa del dolor, hacer un diagnóstico preciso y tratarlo con los medios adecuados. Por supuesto, esto puede implicar tomar medidas muy dolorosas. Quizá el paciente tenga que ser operado para extraerle el tumor, y pasar por durísimas sesiones de quimioterapia con el fin de detener su crecimiento o reproducción. Y aunque el enfermo preferiría la inyección de morfina que le alivia los dolores de manera inmediata, sin embargo, sabe que esto no solucionará su problema real.
En este mundo hay muchas situaciones que nos producen dolor, pero debemos entender que son sólo los síntomas externos que nos indican que tenemos un problema más profundo. Cuando nuestra sociedad se convulsiona en medio de guerras, hambre, pobreza, crímenes, injusticias... nos está enviando un mensaje muy claro: algo está funcionando mal dentro del hombre.
Según el diagnóstico divino, las terribles situaciones que nos hemos acostumbrado a ver en nuestro mundo, son los síntomas de algo mucho más grave que se esconde en el corazón del hombre. La Biblia llama a esto "pecado". Es el pecado del hombre, que se introdujo en la raza humana por medio de Adán y Eva, lo que origina todas estas cosas que perturban constantemente a nuestro mundo, y para las que únicamente podemos ofrecer débiles soluciones que mejoran algunas situaciones, mientras que otras empeoran y surgen otras nuevas.
El hombre quiere que Dios elimine todas las consecuencias del pecado, porque éstas le producen dolor, pero al mismo tiempo se niega a arrepentirse de sus pecados. Es como el fumador empedernido al que le detectan un cáncer de pulmón que le impide respirar con normalidad. Acude al médico para que le dé algo que le ayude a respirar mejor, pero se niega a dejar de fumar, afirmando que esa no es la causa de sus problemas. Y de la misma manera, este mundo quiere que Dios le libre de las consecuencias de sus pecados, mientras se niega a arrepentirse de ellos, e incluso pone en tela de juicio el diagnóstico divino sobre su gravedad. Pero esto es imposible. El pecado es malo, y esto se evidencia por sus consecuencias. Si queremos librarnos de los efectos que produce, primero tendremos que acabar con él.
Con su actitud rebelde, el hombre impide que Dios pueda ayudarle. Y la mayoría parece haberse puesto de acuerdo en decir que Dios está equivocado, que su diagnóstico no es correcto, y que de hecho no le necesitan. Se muestran convencidos de que ellos mismos pueden solucionar sus problemas sin ayuda externa. Se niegan a aceptar sus continuos fracasos, los ignoran, cierran los ojos para no verlos. Dos guerras mundiales no han sido suficientes para convencerles, ni tampoco los numerosos conflictos que surgen constantemente por todas las partes del mundo. Y a pesar de los millones de personas que cada año mueren en las guerras, o por las consecuencias que se derivan de ellas, aun así, muchos hombres insisten orgullosos en que pueden construir un mundo feliz sin Dios. Y lo curioso del caso, es que a pesar de que han dejado a Dios fuera de sus vidas, de sus familias y de sus sociedades, no obstante, en muchos casos siguen culpándole de todo lo que ocurre en el mundo.
Pero como decíamos, para acabar con las consecuencias del pecado, primero es necesario acabar con el pecado. Y Dios tiene la única solución para ello. Esto es lo que nos anuncia el evangelio. Dios ha enviado a su propio Hijo para que asumiera sobre sí mismo las consecuencias de nuestros pecados. El apóstol Pedro lo expresó de la siguiente manera: "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu" (1 P 3:18).
Ahora bien, Dios no obliga a nadie a aceptar el evangelio. En su soberanía podría haberlo hecho, pero ha querido crear seres libres, a los que ha dado incluso la capacidad de rechazarle. De hecho, hay muchos que lo hacen, prefiriendo sufrir ellos mismos las consecuencias de sus propios pecados. Pero todos aquellos que acepten su culpabilidad, se arrepientan y confíen en la obra de Cristo en la cruz, serán hechos nuevas criaturas y recibirán la vida eterna por gracia.
El cambio es tan radical que sus efectos empiezan a notarse inmediatamente en todos los ámbitos de su vida, y no sólo de su propia vida, sino también en el ámbito de su familia y de la sociedad. Esta obra del evangelio es mucho más efectiva y duradera que cualquier obra social que alguien pudiera hacer. El apóstol Pablo pone el siguiente ejemplo de las consecuencias de aceptar el evangelio: "El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad" (Ef 4:28). La predicación del evangelio quita aquellos hábitos pecaminosos como el robar, e introduce otros nuevos que resultan claramente beneficiosos para la sociedad, como el compartir con el que padece necesidad.
La predicación del evangelio puede producir cambios permanentes en la persona y en la sociedad como nunca lo podrá hacer la acción social. Por eso, la mayor contribución que la Iglesia puede hacer a este mundo, es ayudarle a entender el origen de su problema y mostrarle la solución divina para él, que se encuentra únicamente en el evangelio de Jesucristo.
Quienes enfocan todas sus energías en la obra social, sólo podrán solucionar problemas temporales, que una y otra vez volverán a aparecer, creándoles finalmente una sensación de frustración. Es cierto que en la consideración del mundo serán alabados como buenas personas, y las iglesias no encontrarán tantos obstáculos para realizar obra social como cuando se dedican a predicar el evangelio. Pero insistimos, en el mejor de los casos, esto sólo aliviará un poco los síntomas, pero dejará al hombre con su auténtico problema, que finalmente tendrá consecuencias eternas para él.
Todos sabemos que cuando el diablo intentó tentar al Señor le incitó a convertir las piedras en pan, pero él se negó a ello, recordando lo que las Escrituras decían: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4:4). Cristo había venido a ser el Salvador del mundo, quien lo libraría de sus pecados y de sus consecuencias. Lo que el diablo le estaba proponiendo era una tentación que intentaba apartarlo de su verdadero objetivo, que no era otro que la Cruz, proponiéndole a cambio que se centrara en los problemas materiales de las personas.
Habiendo dicho todo esto, nos volvemos a preguntar: ¿Qué importancia o qué lugar debe ocupar la obra social en la vida del cristiano y de las iglesias? Sin lugar a dudas, la misión primordial de la iglesia es predicar el evangelio y ganar almas para Cristo (Mr 16:15). Pero sin embargo, también es cierto que no podemos vivir tan centrados en nuestra esperanza celestial que olvidemos ciertas responsabilidades que como cristianos tenemos para con nuestros semejantes. No olvidemos que si el Señor hizo este milagro a favor de la gente, fue también porque estaba interesado en sus necesidades materiales.
Preguntas
1. Explique con sus propias palabras cuáles fueron los propósitos del milagro de la multiplicación de los panes y peces.
2. A raíz de este pasaje, ¿qué podemos aprender acerca de las pruebas en la vida del cristiano?
3. ¿Qué importancia tiene la obediencia y la fe en este pasaje? ¿Cuál es la conclusión?
4. Explique con sus propias palabras las razones por las que cree que Jesús no quiso que le hicieran rey.
5. Según usted, ¿qué lugar debe ocupar la obra social y la predicación del evangelio en la vida del cristiano y de la iglesia? Razone ampliamente su respuesta a la luz de este pasaje.
Comentarios
Mireya (España) (09/05/2020)
Gracias, Dios nos siga guiando.
Roberto Hernandez (México) (06/04/2020)
Excelente análisis del pasaje de la multiplicación de los cinco mil. Gracias por compartir toda esta revelación, no cabe duda que de cada pasaje existen muchas enseñanzas que podemos aprender. Bendiciones.
Israel Hernández (Guatemala) (09/08/2019)
Gracias por la reflexión. Encuentro entonces que la obra social es inherente al cristiano.
Eugenio Norales (Estados Unidos) (16/03/2019)
buenisimo! gracias bendiciones
Jesús Bello (Venezuela) (07/03/2017)
Excelente estudio bíblico que ha ministrado mi vida de una manera especial. Gloria a Dios y bendiciones para ustedes por este gran aporte a mi vida, que de seguro, será también para muchas personas
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