Estudio bíblico de Juan 12:27-43
Juan 12:27-43
Continuamos hoy estudiando el capítulo 12 del evangelio según San Juan. En nuestro programa anterior, dejamos a Jesús hablando con los griegos que habían venido para verle. Y llegamos hasta donde nuestro Señor expuso un gran principio, haciendo uso de la analogía física de un grano de trigo. Un grano de trigo muere en la tierra, pero produce la planta, la espiga y la cosecha. Tiene que morir para poder llevar fruto.
Muchos creen que han visto a Jesús, porque han leído los evangelios y han estudiado Su vida. Ven a un Jesús histórico. Pero la verdad es que no han visto a Jesús, hasta que hayan comprendido que Él es quien murió por nosotros, por usted y por mí, en la cruz del calvario. Jesús es quien murió por los pecados del mundo. Ahora, parecía extraño que Él hablase de estas cosas a los griegos que habían venido para verle. Pero les estaba diciendo que había algo más importante que verle sólo físicamente, o verle en el relato histórico de los evangelios.
Lo importante para ellos, era ver que Él iba a morir. Iba a ser sepultado en la tierra. Pero cuando aquel grano de trigo muriese y produciría la vida. Moriría, pero resucitaría. ¡Y esto era lo que revestía verdadera importancia! El Señor, pues, continuó explicándoles a los griegos un gran axioma. Les presentó dos clases de vida, y las puso en contraste.
Está la vida que concentra su bienestar en las cosas de este mundo y que encuentra satisfacción en la gratificación de los sentidos. Es la clase de vida en la que la persona da la prioridad al disfrute máximo de los placeres que el mundo ofrece. El Señor dijo: "El que ama su vida", refiriéndose a esa vida física y natural que tenemos. Es posible involucrarse en esa dinámica de pasarlo siempre lo mejor posible, convirtiendo esa motivación en la prioridad vital de la existencia. Solo que la muerte, transforma esa vida en una pérdida irreparable.
Luego nuestro Señor resaltó el contraste, ". . . el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará". Esto significa que si su motivación no está centrada en los valores de este mundo, usted invierte su vida para la vida eterna, colocando la persona e influencia del Señor Jesucristo como prioridad en su escala de valores. Ahora, ¿de dónde procede la vida eterna? De la muerte de aquel grano de trigo que cayó en la tierra y resucitó. Aquel grano de trigo, estimado oyente, era el Señor Jesucristo.
Luego, el Señor Jesús les pidió a estos griegos que le siguieran. Su hora había llegado y Él se encaminaba hacia la cruz. Les prometió que donde Él estuviera, Sus siervos también estarían. "Si alguno me sirviere, dijo el Señor, mi Padre le honrará". Continuemos ahora leyendo el versículo 27, de este capítulo 12 del evangelio según San Juan, que nos describe el momento en que
Jesús llegó a su hora
"Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora."
Hay ciertos aspectos del sufrimiento de Cristo en la cruz, que ni usted ni yo, estimado oyente, podemos comprender. No solamente sufrió en manos de los hombres, lo cual ya era suficientemente malo en sí, pero sufrió más aun. Es que el pecado suyo y el mío, fue puesto sobre Él. Allí en la cruz, Cristo fue el varón de dolores y experimentado en el sufrimiento, como lo describió el profeta Isaías en 53:3. Llevó el pecado del mundo, siendo Él sin pecado. Allí en la cruz llevó el pecado del mundo, no su propio pecado. "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores" (Isaías 53:4). Él fue hecho pecado por nosotros, fue tratado por Dios como el pecado mismo. Y el profeta Isaías, en este mismo capitulo 53:10, dijo: "El Señor quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento, cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado". Aunque Él era Santo, inocente, sin mancha, y apartado de los pecadores, fue hecho pecado por usted y por mí.
En consecuencia, esto implicó un sufrimiento que ni usted ni yo podemos comprender. El alma de Jesús se horrorizó ante aquella cruz. Pero Él sabía que para eso había venido; para ir a la cruz y para soportar el deshonor y la vergüenza. Pero también hubo gloria en esa cruz. Debiéramos pensar más en ella y darle más gracias a Jesús. El apóstol Pablo dijo en su carta a los Gálatas, capítulo 6, verso 14: "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo."
¿Ve usted cómo esto se enlaza con los versículos precedentes? Nuestro Señor estaba enfrentando el sacrificio supremo, porque poco después iba a entregar Su vida como rescate por la familia humana. Y colocó un desafío ante aquellos que le estaban siguiendo. Lo leemos en el versículo 25, que decía: el que desprecia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame. Es posible saber a dónde va a ir una persona por su manera de vivir. Alguien dirá: "Bueno, es que yo creía que éramos salvos por la fe. Usted siempre pone el énfasis en la fe, y no en las obras". Y eso es verdad, estimado oyente. Es cierto que ponemos el énfasis en la fe. Si usted va a ser salvo, tendrá que confiar en Jesucristo. "Cree en el Señor Jesucristo y será salvo", fueron las palabras de los apóstoles a alguien que quería ser salvo. Pero, deseamos decirle que cuando usted viene a Él y confía verdaderamente en Él, habrá un cambio rotundo y total en su vida. Si no hay un cambio en su vida, entonces usted realmente no ha confiado en Él.
Ahora, observemos cómo esto se relaciona con las siguientes palabras de Jesús: "Y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará". No es cuestión de que el Señor nos acompañe a nosotros, sino de que nosotros le acompañemos a Él.
Nuestra salvación fue muy costosa. Esta hora fue repulsiva para nuestro Señor. Si le hubiera sido posible, habría preferido que el Padre le evitara pasar por aquella hora, aunque sabía que éste era el motivo por el cual había venido al mundo. Entonces veamos lo que dijo, leyendo el versículo 28:
"Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez."
Es decir, que Su supremo deseo era atribuirle a Dios la gloria. ¡Qué lección es ésta para nosotros! Somos tan propensos a lamentarnos y quejarnos, preguntándole a Dios, por qué permite que ciertas cosas ocurran en nuestra vida. Pero, con Cristo, estimado oyente, debemos aprender a decirle: "¡Padre, por medio de este sufrimiento y dolor, manifiesta Tu gloria!"
El cielo no pudo permanecer en silencio, sino que tuvo que responder. Dios respondió audiblemente. ¿Ha observado usted que Dios le habló desde el cielo a Jesucristo en tres ocasiones? Al principio de Su ministerio, a la mitad, y al final de Su ministerio. ¿Se ha fijado que todas estas tres ocasiones tenían que ver con la muerte de Cristo? La primera vez que le habló fue en Su bautismo. Jesús le había dicho a Juan, refiriéndose al bautismo: "Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia" Mateo 3:15. Allí Jesús estaba identificándose con la humanidad pecadora. La segunda ocasión fue durante la transfiguración, y el doctor Lucas, en 9:31, nos dijo que ocurrió mientras Elías, Moisés y el Señor Jesús estaban hablando en cuanto a la muerte que Jesús iba a sufrir en Jerusalén. Y en esta tercera ocasión aquí, al final de Su ministerio, el Señor estaba hablando sobre Su muerte porque su hora había llegado. Bueno, continuemos con los versículos 29 y 30, de este capítulo 12 del evangelio según San Juan:
"Y la multitud que estaba allí y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros."
Ahora, ¿cuál grupo tenía razón? En verdad, ninguno de los dos tenía razón. No había sido un ángel, sino el Padre quien había hablado. Un grupo sí creía en lo sobrenatural. Sabían que habían oído una voz elocuente y sobrenatural. Conocían el ministerio de los ángeles por medio del Antiguo Testamento, y comprendieron que los mensajes que Dios tenía que comunicarle al hombre, generalmente venían por medio del "Angel del Señor". Sin embargo, no comprendían que el "Angel del Señor" era el Cristo pre-encarnado. Pero sí, reconocieron que una voz del cielo había transmitido un mensaje de Dios.
Los del otro grupo dijeron que aquel sonido había sido un trueno. Trataron de darle una explicación natural. Y ésta es la misma reacción que muchos aun tienen en la actualidad. Dicen que la Palabra de Dios está llena de errores, y que los milagros allí registrados no pueden ser verídicos, y que tras esos elementos descritos como sobrenaturales, tiene que haber una explicación natural, lógica. Podríamos comparar esa actitud con la de los que dijeron, en este relato, que se había producido un trueno. Es decir, simplemente un sonido por medio del cual Dios quiso decir algo que queda librado a la interpretación subjetiva de cualquier observador.
La Palabra de Dios dice que el nacimiento de Jesús fue sobrenatural. Su vida estuvo colmada de milagros y Su muerte fue como la de un grano de trigo. No se quedó en la tierra. El brotó como lo hace el grano de trigo. Ahora, el pensador crítico que una vez dijo que "los huesos de Jesús duermen en alguna parte bajo los cielos sirios", tiene realmente un problema en sus manos. ¿Dónde están esos huesos? Porque la resurrección de Cristo no fue un fenómeno puramente espiritual, sino real. Fue Su cuerpo el que fue levantado, y Sus huesos simplemente no se encuentran en ninguna parte. Sin embargo, éste es el mismo estribillo que ha circulado por años en ciertos medios, difundido por aquellos que en nuestra época tienen la misma mentalidad que los que, en nuestro relato, dijeron que habían oído un trueno. Cualquiera puede decir esto. El decir tal cosa, no es una señal de inteligencia. Tenemos que tener una percepción y apreciación de lo espiritual, para escuchar y reconocer la Palabra de Dios. Necesitamos reconocer que el Espíritu de Dios debe iluminarnos cuando abrimos la Palabra de Dios. Continuemos ahora leyendo los versículos 31 al 33 de este capítulo 12, del evangelio según San Juan:
"Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir."
La muerte de Cristo en la cruz fue el juicio del mundo y del príncipe de este mundo. Ésa es una de las verdades de las cuales el Espíritu Santo da testimonio, según el capítulo 16 de este mismo evangelio de Juan, versículos 7 al 11. Vivimos en un mundo juzgado. Cristo vino a morir una muerte de juicio por los pecados del mundo, y si el mundo no acepta este sacrificio, el mundo entonces, es juzgado.
Ahora, ¿Cómo sería expulsado Satanás, el príncipe de este mundo? Creemos que esto será llevado a cabo por un proceso gradual. Cuando Cristo murió en la cruz, estamos convencidos de que Satanás no comprendió lo que estaba sucediendo. Lo que él creía ser una derrota para Cristo, se convirtió en una victoria. Satanás perdió la batalla en la cruz, y por eso el Señor pudo decir que el príncipe de este mundo sería echado fuera. Luego en Apocalipsis 12:10, se nos dice que Satanás ha sido expulsado del cielo: ésta es la segunda etapa. Más adelante, en Apocalipsis 20:3, es arrojado al abismo. Y por último en Apocalipsis 20:10, Satanás es lanzado en el lago de fuego. Y ésta es la última etapa de su derrota. En la cruz su condena fue sellada. Por ello se afirma que la cruz marca la victoria de Cristo y la derrota de Satanás.
Ahora, vemos que Jesús puso el énfasis en Su muerte redentora. Su muerte atraerá hacia Él a todos los seres humanos. Aquellos que crean, serán salvados. Aquellos que le rechazan, serán condenados.
Considere usted cuán importante es levantar a Jesús delante de los seres humanos, colocando el énfasis sobre Su muerte redentora. Hay multitudes que, en algunos círculos llamados cristianos, no oyen la Palabra de Dios. Pensemos en personas de todas las condiciones sociales y de todos los niveles culturales. Ellas no oyen. Porque Jesús, el Señor crucificado, no está siendo levantado en la proclamación del mensaje. Estimado oyente, el evangelio debe ser predicado y el Tema central del evangelio es un Cristo que fue crucificado. Continuemos ahora con los versículos 34 al 36, de este capítulo 12 de San Juan:
"Le respondió la gente: Nosotros hemos oído que, según la Ley, el Cristo permanece para siempre ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre? Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco de tiempo la luz está entre vosotros; andad entretanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas, porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Habiendo dicho Jesús esto, se fue y se ocultó de ellos."
Aquella multitud estaba realmente confundida. Decían: "La ley dice que cuando Cristo venga, reinará para siempre, y ahora Tú dices que no te quedarás, sino que vas a morir". Simplemente no comprendieron, y ¿cuál era el problema? Dentro de un momento lo veremos.
Jesús entonces se apartó, y así terminó Su ministerio público. Nunca aparecerá otra vez en público, hasta que venga a esta tierra para establecer Su reino. Continuemos ahora leyendo los versículos 37 al 41 de este capítulo 12 de Juan, que relatan como
Jesús llegó al final de su ministerio público
"Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón, ni se conviertan, y yo los sane. Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él."
Ahora, nos enteramos de cual era el problema. Aunque ellos estaban ante la presencia de la Luz del Mundo, no abrían sus ojos. La profecía de Isaías se estaba cumpliendo con ellos. Ésta que acabamos de leer es una cita de aquel gran capítulo de redención en Isaías, el capítulo 53 que habla de la muerte de Cristo. La muerte de Cristo fue presentada a ellos, pero la rechazaron. Estaban enceguecidos ante la luz que les había sido presentada. Era como si alguien se despertase por la mañana y dijera: "Hoy, no voy a ver, y mantendré cerrados los ojos durante todo el día". Bueno, tal persona sería tan ciego como el que no puede ver. Ellos, podrían haber abierto los ojos, pero no quisieron. Ahora, la otra cita que acabamos de leer es de Isaías capítulo 6. A usted podría llamarle la atención la sorprendente frase que acabamos de leer: "Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón". Y eso es verdad, pero estas palabras deben ser consideradas en su contexto. Jesús se había presentado a ellos como el Mesías y como Su Rey. Habían oído el evangelio y lo habían rechazado. Habían rechazado personalmente a Jesús. Y entonces, ¡Él les rechazó a ellos! Y escúchenos con atención. Como ellos no le aceptaron, entonces llegó el día cuando ya no les fue posible aceptarle. En otras palabras. La gente que vivió en tiempos del profeta Isaías, y en tiempos de Jesús, rehusó creer. Debido a que aquellas personas rechazaron constantemente la revelación de Dios, el pronunció un juicio y los castigó con ceguera espiritual y corazones endurecidos. Estimado oyente, lo más peligroso es oír el evangelio y luego volverle la espalda. Si usted simplemente sigue oyéndolo una y otra vez y no lo acepta, llegará el día cuando ya no le será posible oír ni ver, ni sentir la necesidad de la salvación. Dios es Dios, y El tiene la última palabra. Continuemos ahora leyendo los versículos 42 y 43 de este capítulo 12 de San Juan:
"A pesar de eso, muchos, incluso de los gobernantes, creyeron en él, pero no lo confesaban por temor a los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios."
Pero a pesar de aquella incredulidad nacional masiva, había una esperanza. Dios siempre tiene un grupo de personas que no le rechaza, cuyos ojos vieron, y cuyos corazones se abrieron a Jesucristo, la Luz del Mundo. Aunque no tuvieron el valor de reconocerlo públicamente por temor a ser expulsados de la sinagoga y ser apartados de la vida y nivel social que disfrutaban. Prefirieron la honra y los honores que procedían de los hombres, que la honra que procede de Dios.
Así también hoy, muchas personas se encuentran en la misma situación. Han creído en el Señor Jesucristo como su Salvador y por lo tanto, son salvos y disfrutan de una relación con Dios. Pero tienen una vivencia incompleta, una experiencia espiritual parcial de su fe, porque no la manifiestan a las personas de su entorno social, por temor a las opiniones humanas divergentes, o a perder privilegios o distinciones. Por ello, queremos terminar una vez más nuestro encuentro diario, recordando, una vez más las palabras del Señor citadas al finalizar nuestro programa anterior. Es que esas palabras son mucho más que una declaración esperanzadora. Son una realidad que han experimentado muchísimas personas alrededor del mundo y se las dejamos, estimado oyente, para su reflexión personal. Dijo Jesús, en este Evangelio de Juan 12:26; "Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará".
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