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Estudio bíblico de Deuteronomio 32:7-34:8

Deuteronomio 32:7 - 34:8

Continuamos hoy estudiando el capítulo 32 de Deuteronomio. Y seguimos considerando el "Cántico de Moisés". Ya hemos visto dos aspectos principales en este cántico. Primero, el "llamamiento para escuchar". En segundo lugar, el "pago de maldad" que la nación de Israel dio a Dios como respuesta a Su gracia. Comenzaremos hoy leyendo los versículos 7 al 10, de este capítulo 32 de Deuteronomio, para considerar el tercer aspecto, es decir,

La bondad del Señor

"Acuérdate de los tiempos antiguos, Considera los años de muchas generaciones; Pregunta a tu padre, y él te declarará; A tus ancianos, y ellos te dirán. Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones, Cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, Estableció los límites de los pueblos Según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en tierra de desierto, Y en yermo de horrible soledad; Lo trajo alrededor, lo instruyó, Lo guardó como a la niña de su ojo."

Tenemos aquí una cosa muy interesante. Esto explica el por qué aún hoy en día, aquella tierra y el pueblo en esa tierra es un sitio sensible en el mundo. ¿Por qué? Porque en la división de la tierra, aquella tierra fue reservada por la sabiduría y bondad de Dios para la posesión de Su pueblo y para la manifestación de Sus obras más extraordinarias. El escenario era pequeño, pero admirablemente adaptado para la observación de la raza humana, al ser el punto de unión de los dos grandes continentes de Asia y África y casi dentro del alcance de la vista de Europa. Desde aquel punto como desde un centro común, el informe de las obras maravillosas de Dios, las buenas noticias de la salvación por la obediencia y los sufrimientos de Su Hijo Jesucristo, rápida y fácilmente podían ser llevadas a todas partes de la tierra. Es que ése era el propósito de Dios. Y el versículo 10 nos recuerda que por 40 años en aquel gran desierto, Dios condujo a Su pueblo y lo protegió. ¿Por qué? Porque ellos eran como la niña de Sus ojos. Y ésta es una expresión realmente entrañable. Y llegamos ahora a una de las grandes declaraciones de las Escrituras. Leamos ahora los versículos 11 y 12 de este capítulo 32 de Deuteronomio:

"Como el águila que excita su nidada, Revolotea sobre sus pollos, Extiende sus alas, los toma, Los lleva sobre sus plumas, Jehová solo le guió, Y con él no hubo dios extraño."

Cuando los pequeños aguiluchos están desarrollando sus alas, se quedan en el nido y sus padres les traen el alimento durante el día, y después los protegen durante la noche. Pero al fin llega el día en que el águila empuja a los aguiluchos fuera del risco alto donde se encuentra el nido y les enseña a volar. Cuando alguno de ellos extiende sus alas y se esfuerza para poder volar, y no lo hace bien, la madre llega por debajo con sus enormes y fuertes alas y lo lleva de regreso al nido para continuar alimentándole por unos días, hasta que intente volar nuevamente. Dios dijo que eso es lo que Él hace con los Suyos. A veces nos empuja fuera del nido, no porque no nos ame, sino porque quiere que aprendamos a volar, es decir, a vivir para Él. Ésta es una maravillosa descripción de la bondad del Señor. Leamos ahora el versículo 15, para comenzar a ver el cuarto aspecto que encontramos en este cántico de Moisés, y que es,

La apostasía de la nación

"Pero engordó Jesurún, y tiró coces (Engordaste, te cubriste de grasa); Entonces abandonó al Dios que lo hizo, Y menospreció la Roca de su salvación."

Jesurún era otro nombre para Israel. Israel engordó y dio coces. Israel llegó a ser afluente y los israelitas se convirtieron en seres quejosos. En su prosperidad, ya no consideraron importante a la Roca que les liberó y les sustentó. Y nosotros, como cristianos, que vivimos en una sociedad opulenta, somos así como ellos. Y, desafortunadamente, también nosotros nos quejamos. Ahora, leamos los versículos 16 al 18:

"Le despertaron a celos con los dioses ajenos; Lo provocaron a ira con abominaciones. Sacrificaron a los demonios, y no a Dios; A dioses que no habían conocido, A nuevos dioses venidos de cerca, Que no habían temido vuestros padres. De la Roca que te creó te olvidaste; Te has olvidado de Dios tu creador."

Se olvidaron de Dios, el que les salvó y protegió, y cayeron en la idolatría. Ésta era la apostasía. Leamos los versículos 19 y 20 de Deuteronomio capítulo 32, que nos describen

El juicio de Dios sobre ellos

"Y lo vio Jehová, y se encendió en ira Por el menosprecio de sus hijos y de sus hijas. Y dijo: Esconderé de ellos mi rostro, Veré cuál será su fin; Porque son una generación perversa, Hijos infieles."

En esta nueva sección, que abarca los versículos 19 al 25, vemos el juicio que Dios envió sobre Su pueblo. Dios dijo que escondería Su rostro de ellos. No se les manifestaría. (Me pregunto: ¿Acaso no está sucediendo lo mismo hoy? Hemos oído hablar a muchos cristianos que han orado a Dios que obre en el mundo actual, pero parece que no obra. Quizás oculte Su rostro de nuestras naciones). En sexto lugar, leamos los versículos 26 y 27 de este capítulo 32 de Deuteronomio, a partir de los cuales encontramos otra sección titulada

El anhelo de Dios por su pueblo

"Yo había dicho que los esparciría lejos, Que haría cesar de entre los hombres la memoria de ellos, de no haber temido la provocación del enemigo, No sea que se envanezcan sus adversarios, No sea que digan: Nuestra mano poderosa Ha hecho todo esto, y no Jehová."

La sección de los versículos 26 al 42, expresa este anhelo de Dios. Él dijo que dispersaría a Israel por tierras lejanas, si no fuera porque temía que sufrieran las iras del enemigo. No quería que sus enemigos les hirieran ni destruyeran. Porque entonces los enemigos se burlarían, jactándose de que habían logrado vencerles con su poder. Continuemos con los versículos 28 hasta el 31:

"Porque son nación privada de consejos, Y no hay en ellos entendimiento. ¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, Y se dieran cuenta del fin que les espera!¿Cómo podría perseguir uno a mil, Y dos hacer huir a diez mil, Si su Roca no los hubiese vendido, Y Jehová no los hubiera entregado? Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca, Y aun nuestros enemigos son de ello jueces."

¡Qué imagen que tenemos aquí! Dios tenía un anhelo para Su pueblo. Quería redimirlo. Quería salvarlo. Y el último aspecto que encontramos aquí en este Cántico de Moisés, en los versículos 43 al 45, que leeremos a continuación, podría titularse,

Las naciones del mundo bendecidas con Israel

"Alabad, naciones, a su pueblo, Porque él vengará la sangre de sus siervos, Y tomará venganza de sus enemigos, Y hará expiación por la tierra de su pueblo. Vino Moisés y recitó todas las palabras de este cántico a oídos del pueblo, él y Josué hijo de Nun. Y acabó Moisés de recitar todas estas palabras a todo Israel"

Así llegamos a la última estrofa de esta canción de Moisés. Las naciones del mundo serán bendecidas con Israel. Y es muy importante que veamos esto. Leamos a continuación los versículos 46 y 47 de este capítulo 32 de Deuteronomio. En los cuales podemos ver

La exhortación final de Moisés

"y les dijo: Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella."

Nuevamente podemos escuchar que la posesión de la tierra dependería de su obediencia. Israel fue puesto bajo la ley y debía obedecerla. Fue mediante la obediencia que recibirían la bendición en esa tierra. Y ahora leamos los últimos versículos de este capítulo 32 de Deuteronomio, los versículos 48 al 52:

"Y habló Jehová a Moisés aquel mismo día, diciendo: Sube a este monte de Abarim, al monte Nebo, situado en la tierra de Moab que está frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que yo doy por heredad a los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé unido a tu pueblo, así como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue unido a su pueblo; por cuanto pecasteis contra mí en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades, en el desierto de Zin; porque no me santificasteis en medio de los hijos de Israel. Verás, por tanto, delante de ti la tierra; mas no entrarás allá, a la tierra que doy a los hijos de Israel."

Moisés, el representante de la ley, el legislador, el que entregó la ley, no podría entrar en la tierra prometida. El legalismo fue realmente un estorbo. La ley es un elemento revelador del pecado. No puede nunca quitar el pecado. La ley no puede salvar. En el transcurso de esta historia hemos comprobado que la ley no pudo hacer que Moisés entrara en la tierra prometida. La ley estimado oyente, no puede traernos a nosotros al lugar de bendición.

Y con esto, concluimos nuestro estudio del capítulo 32 de Deuteronomio. Llegamos ahora a

Deuteronomio 33

En este capítulo tenemos la "Bendición de las Tribus". Moisés reunió al pueblo a su alrededor, por tribus, y bendijo a cada una de ellas. No hablaremos de cada una de las bendiciones en particular, pero haremos mención de algunos detalles. Leamos el primer versículo de este capítulo 33 de Deuteronomio:

"Esta es la bendición con la cual bendijo Moisés varón de Dios a los hijos de Israel, antes que muriese."

Y comenzó con Rubén. Dice el versículo 6 de Deuteronomio capítulo 33:

"Viva Rubén, y no muera; Y no sean pocos sus varones."

Moisés oró que la tribu de Rubén nunca llegara a extinguirse en Israel. Ahora dice el versículo 7:

"Y esta bendición profirió para Judá. Dijo así: Oye, oh Jehová, la voz de Judá, Y llévalo a su pueblo; Sus manos le basten, Y tú seas su ayuda contra sus enemigos."

Judá era la tribu de la realeza, de la cual vendría el Mesías, según la bendición profética de Jacob. Ahora, Moisés oró para que Judá pudiera lograr la tarea de conquistar a los enemigos. Leamos ahora los versículos 8, 10 y 11 de este capítulo 33 de Deuteronomio:

"A Leví dijo: Tu Tumim y tu Urim sean para tu varón piadoso, A quien probaste en Masah, Con quien contendiste en las aguas de Meriba... Ellos enseñarán tus juicios a Jacob, Y tu ley a Israel; Pondrán el incienso delante de ti, Y el holocausto sobre tu altar. Bendice, oh Jehová, lo que hicieren, Y recibe con agrado la obra de sus manos; Hiere los lomos de sus enemigos, Y de los que lo aborrecieren, para que nunca se levanten."

Esta tribu recibió el honor de constituir el sacerdocio en la familia de Aarón. Tuvo el privilegio de enseñar la ley. La nación sería bendecida a través de la tribu de Leví.

Según los versículos 13 al 17, la bendición debía venir a Israel por medio de la tribu de José. En realidad, la tribu de José incluía a dos tribus: las tribus de Efraín y de Manasés. Ahora veamos una bendición interesante se halla aquí en el versículo 24 de este capítulo 33 de Deuteronomio. Leámoslo:

"A Aser dijo: Bendito sobre los hijos sea Aser; Sea el amado de sus hermanos, Y moje en aceite su pie."

El territorio de Aser era famoso por sus olivos, que crecían en gran profusión. Es interesante que hace años un oleoducto entró en la parte norte del reino, por la tierra de Aser. Puede ser que ese oleoducto sea usado nuevamente. Leamos ahora los versículos 26 al 29 de este capítulo 33 de Deuteronomio:

"No hay como el Dios de Jesurún, Quien cabalga sobre los cielos para tu ayuda, Y sobre las nubes con su grandeza. El eterno Dios es tu refugio, Y acá abajo los brazos eternos; El echó de delante de ti al enemigo, Y dijo: Destruye. E Israel habitará confiado, la fuente de Jacob habitará sola En tierra de grano y de vino; También sus cielos destilarán rocío. Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú, Pueblo salvo por Jehová, Escudo de tu socorro, Y espada de tu triunfo? Así que tus enemigos serán humillados, Y tú hollarás sobre sus alturas."

Al leer estas palabras, sólo podemos exclamar: ¡Ah! ¡Si Israel tan sólo hubiera obedecido a Dios! Y así concluimos nuestro estudio del capítulo 33 de Deuteronomio. Y pasamos ahora a

Deuteronomio 34

En este capítulo tenemos la muerte solitaria y extraña de Moisés. Quizá surja la pregunta de si Moisés escribió acerca de su propia muerte. Bueno, bien pudo haberlo hecho. El Señor le había dicho ya que iba a morir. Sin embargo, muchos creen que esta sección aquí formó parte del libro de Josué. Y bien pudo ser así, ya que originalmente no existían las divisiones de libros que tenemos en la actualidad. En el principio, el Antiguo Testamento fue escrito en rollos, y un libro seguía a otro sin mayor interrupción. Por lo tanto, bien puede ser que esta sección que aquí tenemos, sea el principio del libro de Josué. Leamos pues, los versículos 1 al 6 de este capítulo 34 de Deuteronomio:

"Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy."

Moisés no pudo entrar en la tierra prometida. Ahora, ¿Por qué se guardó en secreto el lugar de la sepultura de Moisés? Nos enteramos al leer la epístola universal de San Judas, versículo 9, que el diablo luchaba con el Arcángel Miguel, disputando con él por el cuerpo de Moisés. Satanás no quería que Moisés apareciese en el Monte de la Transfiguración. Pero Dios iba a traer a Moisés a la tierra, por medio del Señor Jesucristo. De modo que Dios mismo cuidó del entierro y de la sepultura de Moisés. Y así, Moisés sería levantado de los muertos, traído a la tierra y aparecería allí con el Señor Jesucristo. Cuando Cristo fue transfigurado en la cima de un monte, Moisés y Elías aparecieron con Él en el Monte de la Transfiguración, y hablaron sobre la muerte cercana de Jesús en Jerusalén. (Podemos leer el relato de esa aparición en Mateo 17, en Marcos 9 y Lucas 9.) Así que, al fin, Moisés sí pudo eventualmente entrar en la tierra prometida. La ley no pudo traerlo a la tierra; pero el Señor Jesucristo sí lo trajo. Leamos los versículos 7 al 9 de este capítulo 34 de Deuteronomio, con los cuales finaliza este libro.

"Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor. Y lloraron los hijos de Israel a Moisés en los campos de Moab treinta días; y así se cumplieron los días del lloro y del luto de Moisés. Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés."

Es con una nota de tristeza que concluye este libro de Deuteronomio. Sin embargo, habría también regocijo. Israel se detuvo entonces a la entrada de la tierra prometida. Entrarían en ella bajo la conducción de Josué. Y entraremos nosotros con ellos, al estudiar en nuestro próximo programa, el libro de Josué. Leamos, finalmente, los versículos 10 al 12, últimos versículos de este libro:

"Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel."

Cualquier profeta que pueda haber surgido antes de esta declaración no fue igual a Moisés, ni lo hubo después de él hasta la llegada de Aquél de quien Moisés profetizó en el 18:15, señalando al futuro Mesías. Como profeta, Moisés condujo al pueblo después de la liberación de Egipto, les entregó la revelación encomendada a él, y les condujo a través del desierto hasta las proximidades de la tierra prometida. Según Éxodo 33:11, Moisés fue el hombre que habló con Dios cara a cara, como quien hablaba con un amigo, con un compañero. Y no sólo en palabra obró Dios a través de Moisés, sino en hechos que jamás serían olvidados. Las señales y maravillas realizadas en Egipto, constituyeron un elemento de la máxima importancia en el desarrollo de la historia de la salvación, y señalaron directamente al más significativo de todos los actos de liberación de la historia de la humanidad. Nos referimos a la obra de la redención realizada por Jesucristo en la cruz y a Su resurrección de la muerte. Queremos despedirnos hoy con una invitación del poeta Mariano San León, de la cual nos hacemos eco. En realidad, la invitación está inspirada en la Biblia, en el Evangelio. Se trata de una antigua canción que dice lo siguiente: Venid junto a la cruz, los que buscáis perdón. Hallar podréis la paz, salud, y eterna redención. Venid al pacto eterno del amor, oíd la voz de vuestro Salvador. ¡Qué amarga vuestra sed! ¡Qué lejos la virtud! Ya no ignoráis la sutil red, de vuestra esclavitud. Venid, la Cruz de Cristo es manantial, de redención y gozo perenal.

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