Estudio bíblico de 2 Corintios 2:14-3:14
2 Corintios 2:14 - 3:14
En nuestro estudio de la Segunda epístola a los Corintios, en el día de hoy, regresamos al capítulo 2, y comenzaremos con el versículo 14. En nuestro programa anterior avanzamos hasta el versículo 13. Estuvimos considerando el tema que Pablo trató en este capítulo, y fue el maravilloso tema del consuelo. En el primer capítulo de esta Segunda epístola a los Corintios, vimos el consuelo de Dios para los planes de la vida.
Luego, vimos la consolación de Dios en este segundo capítulo, al restaurar a un creyente que había pecado. Les dijo que debían hacer algo en cuanto a lo que estaba ocurriendo. Y ellos así lo hicieron y excomulgaron al que había pecado. Pero, este hombre, vio el pecado que había cometido y lo confesó. Y se sintió muy culpable. Pablo entonces les dijo que debían recibirle nuevamente, y restaurarle a la comunión de los creyentes, para que no se sintiera abrumado por la tristeza.
Después, Pablo llegó a Troas y se le presentó una gran oportunidad de trabajar por el Señor. En aquella ocasión, la voluntad de Dios era que él se quedase allí para predicar el Evangelio, en vez de ir a Corinto. Pablo no estaba siendo inconstante, sino fiel. Fue fiel a la oportunidad que Dios le concedió.
Aun cuando él estaba predicando el Evangelio en Troas, se sintió intranquilo porque Tito no había llegado para traerle noticias de la congregación de Corinto. Le esperó, pero no llegó. Entonces, Pablo salió de viaje a Filipos y Macedonia. Y fue allí donde llegó Tito con las noticias de que los Corintios habían tratado el problema del pecado en la congregación, y de que aquel hombre se había arrepentido, dejando su pecado.
Llegamos ahora una sección que trata sobre
El ministerio triunfante
Algunos se han referido a este aspecto como el poder espiritual del ministerio. Creemos que es parte de la grandeza del ministerio, y yo me alegro de poder predicar hoy esa clase de Evangelio y la clase de la Palabra de Dios que podemos dar. Escuchemos lo que dice aquí, porque el tema que estamos tratando es grandioso y glorioso. En el versículo 14 de este capítulo 2, de la Segunda epístola a los Corintios, dijo el apóstol Pablo:
"Pero gracias a Dios, que nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y que por medio de nosotros esparce en todo lugar la fragancia de su conocimiento"
El cuadro que aquí se nos presenta es realmente dramático. Pablo estaba diciendo que la predicación del evangelio era como una entrada triunfal. La imagen procede del contexto romano. Cuando uno de los emperadores romanos o alguno de sus grandes generales salía a la guerra más allá de sus fronteras, probablemente a algún país de Europa, o quizá a alguna nación en el Lejano Oriente o en África, por lo general obtenían una victoria tras otra, porque Roma resultaba victoriosa en la mayoría de sus campañas militares. Entonces, al regresar el conquistador a su país, tenía una entrada triunfal en la ciudad de Roma. Se ha dicho que, a veces, la entrada triunfal comenzaba en horas de la mañana y continuaba hasta bien entrada la noche. Allí se podía ver al conquistador romano trayendo animales y el botín capturado al enemigo. Al comienzo de la columna militar que desfilaba, se encontraban los prisioneros que serían liberados; habían sido capturados pero serían liberados porque iban a convertirse en ciudadanos romanos. Luego, en la parte posterior de la columna se encontraban aquellos que serían ajusticiados.
En estas entradas triunfales los romanos siempre quemaban incienso. Ellos quemaban incienso para sus dioses a quienes atribuían la victoria obtenida. Uno podía ver que a través de toda esa procesión triunfal se quemaba el incienso; a veces en tanta cantidad, que formaba nubes que podían hasta oscurecer el desfile que pasaba ante los ojos de los espectadores.
Ahora, en este contexto, Pablo estaba diciendo, según dice otra versión: "Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo". Ésta es una afirmación extraordinaria. Uno no puede perder si está unido a Cristo. Pablo dijo que Él siempre nos daría la victoria. Pero lógicamente, alguno de nosotros le diría: "Pero un momento Pablo. Una victoria. . . y ¿siempre? ¿En todo lugar? Sabemos que ha tenido un gran éxito en Éfeso, pero no le fue tan bien en Atenas. . . ¿Cree usted que ha triunfado en ambos lugares?" Entonces Pablo nos expresaría otra vez su certeza de que Dios, por medio de Cristo, siempre nos da la victoria.
Luego Pablo dice: y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia, es decir el dulce incienso, de su conocimiento. Quizás nosotros habríamos insistido y le hubiéramos preguntado nuevamente: "¿Cree usted que obtiene una victoria cuando nadie viene a Cristo?" Y seguramente, nos respondería otra vez que sí. Es que nuestra percepción espiritual no capta los detalles de la gran batalla espiritual que tiene lugar en el mundo invisible. Escuchemos lo que dijo aquí en el versículo 15, de este capítulo 2 de su Segunda epístola a los Corintios:
"porque para Dios somos grato aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden"
Ya hemos indicado que en la procesión de la entrada triunfal marchaban los que iban a ser liberados y aquellos que serían ejecutados. En ese desfile estaban todos presentes. Y dice el versículo 16:
"para éstos, ciertamente, olor de muerte para muerte, y para aquellos, olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?"
Seguramente Pablo se sentía abrumado cuando dijo: Y para estas cosas, ¿quién está capacitado? El privilegio más grande en el mundo, estimado oyente, es difundir la Palabra de Dios. No hay una tarea más honrosa que ésta. ¿Por qué? Porque Él siempre nos da la victoria, siempre nos hace marchar triunfantes.
Cuando se está predicando el evangelio y multitudes aceptan a Cristo. ¡Eso es maravilloso! ¿Verdad? En esos casos, uno puede ver el triunfo. La esencia del Evangelio es que a través de la muerte de Cristo las personas pueden recibir vida eterna y resurrección. Y ya que el aroma de la Palabra de Dios se esparce al ser difundida, para los que se salvan somos como una fragancia de vida. Pero, ¿qué diremos de aquellos que rechazan a Cristo? Ah, pero, un momento, ¿qué podemos decir de la multitud que no se interesa por la salvación? Para esa clase de gente que se encamina hacia la destrucción que produce el pecado, somos como un aroma mortal, como un presagio de que después de la muerte, habrá condenación. Ellos han oído el evangelio y lo han rechazado.
Si usted ha escuchado el Evangelio y lo ha rechazado, es como si estuviera en aquella marcha triunfal que entraba en Roma y al llegar, no será liberado sino juzgado. Indiferentemente de lo que sucederá al llegar, usted se encuentra formando parte de aquella marcha porque Jesús va a triunfar porque, ante Él todos caerán de rodillas y reconocerán que Él es el Señor. Y usted tendrá que acatarle como tal, ya sea Él su Salvador o su Juez. Leamos ahora el versículo 17:
"pues no somos como muchos que se benefician falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo".
Éste es el plan completo del ministerio cristiano. No estamos haciendo lo que hacemos para corromper la Palabra de Dios, para distorsionarla, o para traficar con ella, sino para presentarla con sinceridad, a medida que el Espíritu de Dios nos revela su verdad.
Llegamos ahora a
2 Corintios 3:1-14
Pablo continuó aquí hablando del consuelo de Dios en el ministerio glorioso de Cristo. En esta ocasión iba a tratar el tema del reconocimiento de ese ministerio. Pablo iba a elevarse entonces a grandes alturas en este capítulo. Y comenzó diciendo en este capítulo 3, en el versículo 1:
"¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros o de recomendación de vosotros?"
Pablo dijo: "¿Necesito yo una recomendación de mi jefe, de Dios, de que soy Su ministro o siervo? No, no necesito esa carta". Y por el siguiente motivo, que explicó en los versículos 2 y 3, que leemos a continuación:
"Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres. Y es manifiesto que sois carta de Cristo redactada por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos".
La prueba de la eficacia de cualquier ministerio o servicio para Dios consiste en tener, o no, una recomendación de Dios. Pero Dios no está dando a nadie cartas de recomendación. Las evidencias de su respaldo son las cartas que están escritas en el corazón, las cuales todos conocen y pueden leer. En este programa recibimos cartas de personas que a lo largo de este Estudio Bíblico han dado el paso de fe de recibir a Cristo como Salvador. Las vidas transformadas de esas personas son como cartas de recomendación que respaldan la labor que realizamos. Y eso es lo que el apóstol Pablo escribió a los Corintios, diciéndoles: vosotros mismos sois nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos.
Ahora, en el versículo 4, de este capítulo 3, de la Segunda epístola a los Corintios, dice Pablo:
"Esta confianza la tenemos mediante Cristo para con Dios".
Esto nos da mucha seguridad y confianza. Sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios y siempre lo hemos creído. Pensamos que intelectualmente se puede determinar que es la Palabra de Dios. Pero hoy ya no necesitamos demostraciones intelectuales. Es muy sencillo; la prueba de la Palabra de Dios puede verse en lo que está haciendo en las personas. Es cuestión de probarla uno mismo. En el Salmo 34:8, Dios lo expresó de la siguiente manera: "Probad y ved que el Señor es bueno". Y éste es un reto para usted también, estimado oyente. Continuemos ahora, leyendo el versículo 5, de este capítulo 3 de la Segunda epístola a los Corintios:
"No que estemos capacitados para hacer algo por nosotros mismos; al contrario, nuestra capacidad proviene de Dios"
Estamos seguros que usted ya ha percibido la debilidad del apóstol Pablo en esta carta a los Corintios. Pero el escritor también pudo decir, cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Y hoy, Dios no está buscando algo grande, es decir, a alguien que tenga una personalidad fuerte, que confíe plenamente en sí mismo. Si el buscara eso, no podría usarme a mí, o a usted. Dios ha escogido a los que el mundo considera débiles, para avergonzar a los que el mundo considera fuertes, para cumplir Sus propósitos. Nuestra capacidad proviene de Dios. Leamos ahora el versículo 6, a partir del cual se establecen
Los contrastes entre el pacto antiguo y el nuevo
"el cual asimismo nos capacitó para ser ministros o servidores de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".
Aquí se habla del contraste entre el pacto antiguo (el Antiguo Testamento) y el nuevo pacto (el Nuevo Testamento). Este contraste se manifiesta de diferentes formas.
El primer aspecto está en la frase: No de la letra sino del Espíritu. En el Antiguo Testamento y, concretamente, en la ley, la letra mata, es decir, que la ley, en efecto, nos condena. La ley dice que usted y yo somos pecadores culpables. Aquellas letras que fueron escritas en tablas de piedra condenan al ser humano. La ley de Moisés nunca dio vida. Éste es el contraste que el apóstol estaba haciendo aquí. La letra mata, pero el Espíritu da vida.
La ley mosaica nunca fue un medio de salvación para nadie. Incluso Moisés mismo que presentó la ley, no pudo ser salvo por la ley. ¿Sabe por qué? El cometió un asesinato. David también quebrantó la ley, aunque él era un hombre a quien Dios amaba. Uno no puede ser salvo guardando la ley, estimado oyente. La ley mata, condena. Y Pablo dijo en el versículo 7:
"Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería"
El pacto antiguo, la ley, fue un ministerio, o un servicio de muerte. Cuando dice que fue grabada en letras sobre tablas de piedra, sabemos que está hablando de los Diez Mandamientos.
Y el versículo 7 dice, además, que fue con gloria. La ley es buena, aun cuando me condena, No hay nada de malo en la ley. El problema está en mí. Y ella me muestra que soy un pecador. Y además dice aquí que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería. Es que aquella gloria que se reflejaba en el rostro de Moisés estaba extinguiéndose lentamente. Y dice el versículo 8:
"¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu?"
O sea que, si el Antiguo Testamento fue glorioso, ¡Cuánto más el Nuevo Testamento! Leamos ahora el versículo 9:
"Si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación"
La frase el ministerio de justificación, es la justicia que nos es atribuida en Cristo, es decir, cuando Dios nos declara justos.
Leamos ahora los versículos siguientes, los versículos 10 y 11:
"porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria que lo sobrepasa. Si lo que se desvanece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece".
Lo que "se desvanece" aquí, es la ley. Entonces, aquí se destaca cuánto más glorioso será lo que permanece, es decir, el nuevo pacto. El apóstol Pablo estaba trazando un contraste entre la entrega de la ley de Moisés y el tiempo de la gracia en el cual vivimos. Continuamos leyendo los versículos 12 y 13:
"Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha franqueza, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desvanecerse".
Tenemos que reconocer que hubo una primera, y una segunda entrega de la ley. Cuando Moisés llegó a la cima del monte Sinaí, Dios le entregó las tablas de piedra, y Dios mismo escribió la ley en ellas. Era la ley bajo la cual los israelitas tenían que vivir y, en efecto, por la cual se salvarían (siempre y cuando la cumplieran, aunque nadie pudo hacerlo). Iban a ser juzgados por ella. Mientras Moisés se encontraba en la cumbre del monte con Dios, los israelitas ya habían comenzado a quebrantar el primero de los mandamientos: No tendrás otros dioses delante de mí, y No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra. La ley mosaica era muy estricta y rígida. Hasta Moisés mismo dijo: estoy aterrado y temblando. Las pérdidas físicas por heridas causadas a otro, se castigaban con una pérdida similar infligida al ofensor, con el objeto de restringir o limitar el castigo a un daño equivalente: de ahí las conocidas normas, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe. La ley se caracterizaba por una justicia y santidad absoluta e intrínseca. Lo que una persona merecía, de acuerdo con la ley, eso habría de recibir. Y en Éxodo 32, la gente ya estaba desobedeciendo la ley. ¿Qué sucedería entonces? Dios le dijo a Moisés que descendiese hasta donde se encontraba el pueblo. Cuando se acercaba al lugar, pudo ver desde la distancia que los israelitas estaban quebrantando los dos primeros mandamientos, y entonces no se atrevió a introducir las tablas de la ley en el campamento. ¿Por qué? Porque si lo hubiera hecho, toda la nación habría sido borrada en aquel mismo momento. Los israelitas habrían sido juzgados inmediatamente porque el quebrantamiento de aquellas leyes implicaba la muerte instantánea. Así que Moisés rompió las tablas de piedra y después entró en el campamento.
Ahora, cuando Moisés regresó a la cumbre del monte Sinaí y se acercó a la presencia de Dios, algo sucedió. Moisés reconoció que todo Israel debía ser destruido a causa de su pecado, pero le suplicó a Dios que tuviera misericordia de ellos. Y entonces Dios les dio una segunda oportunidad y le entregó a Moisés las segundas tablas de la ley. Así, Moisés comprendió que Dios estaba atemperando la ley con la misericordia y la gracia. En la misma esencia del contenido de la ley mosaica se preveía un tabernáculo o tienda de reunión, y un sistema de sacrificios que sería la base de un acercamiento a Dios, y que consistía en el hecho de que sin derramamiento de sangre no habría perdón de pecados. Pero también se establecería que sin santidad, nadie vería a Dios. Pero entonces, ¿como podríamos nosotros entrar ante Su presencia? Bueno, Dios tendría que preparar un camino para nosotros y así lo haría. Ante tan gran revelación, no debería extrañarnos que el rostro de Moisés resplandeció.
Cuando Moisés descendió del monte llevaba consigo las segundas tablas de la ley, ley que era un ministerio o servicio de muerte, requiriendo una justicia por parte del ser humano que éste no podía producir por sí mismo; pero, como ya anticipamos, esa ley incluía un sistema de sacrificios que revelaba la gracia de Dios. Y aquella compasión y gracia se hicieron realidad en la muerte y resurrección de Cristo. El apóstol Pablo mismo descubrió esa verdad. Él había sido un hombre que vivió bajo la ley, un Fariseo, hasta que llegó a un punto en el que pudo expresar, en Filipenses 3:9, su deseo de ser hallado en Él no teniendo su propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe. En consecuencia, el ministerio de muerte se había transformado en un servicio de gloria, dando lugar a un evangelio glorioso.
La ley, entonces, ofreció al ser humano un camino de salvación, pero el hombre fue demasiado débil para cumplir sus demandas. Fue un glorioso sistema de vida que era agradable para Dios, pero para el ser humano se convirtió en un ministerio de muerte, por causa de su estado de perdición.
Sin embargo, la gloria de la gracia de Dios cumplida en Cristo, es verdaderamente, un ministerio o servicio de gloria. En otro pasaje se le llamó el glorioso Evangelio del Dios bendito. La palabra "bendito" también significa "feliz", o sea que se nos habla del Dios feliz. ¿Y qué hace a Dios feliz? El amar a los seres humanos y deleitarse en la misericordia. Dios quiere salvar al ser humano. En el libro del profeta Miqueas 7:18, se nos dice: "¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebelión del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia". No es la voluntad de Dios que alguien de la familia humana se pierda. Dios le dijo al profeta Ezequiel: "Diles: Vivo yo, declara el Señor Dios, que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué habéis de morir, oh casa de Israel?" Dios quiere salvar; el salvar al ser humano le hace feliz.
Cuando Moisés descendió del monte la segunda vez, había alegría en su corazón y su rostro brilló. En ese momento había un camino que conduciría a Dios por medio de un sistema de sacrificios.
Debemos aclarar que aquel velo cubrió el rostro de Moisés, no porque su rostro resplandecía con tal gloria que no hubieran podido mirarle. Fue colocado porque esa gloria estaba comenzando a desvanecerse. El hecho del resplandor del rostro de Moisés fue una gloriosa realidad, pero aquella gloria desaparecería. Y, finalmente, dice el versículo 14:
"Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado".
Su entendimiento ha sido ofuscado hasta el día de hoy. El velo que Moisés usó en su rostro en aquel entonces, se ha convertido en un velo en las mentes del antiguo pueblo de Dios. Se encuentra todavía allí a causa del hecho de que ese pueblo no ve actualmente que Cristo fue el fin de la ley, para obtener justicia. Ellos no ven que Él es el cumplimiento de la totalidad de la Ley. Su ceguera aun continúa.
Un versículo que hemos leído expresa una invitación de Dios que podemos aplicar a todos los seres humanos: "Vivo yo, declara el Señor Dios, que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos". Los caminos humanos conducen todos al mismo lugar. Son una expresión del fracaso de los esfuerzos humanos para llegar a Dios y liberar al ser humano de sus tendencias destructivas. Sólo queda un camino y Jesucristo mismo lo señaló cuando dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida". Jesús dijo que solo por medio de Él se podía llegar a Dios. Cristo es el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través de su propio cuerpo, con su sacrificio en la cruz. Estimado oyente, Él constituye la única salida al laberinto humano. Le invitamos a dar ese paso de fe, recibiendo al Señor Jesucristo como Salvador. Además, el sabio escritor de los Proverbios declaró: "Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas". En otras palabras, Dios, por su Espíritu pondrá orden en su vida y la transformará en una vida agradable para Él, en una vida de calidad para usted, y para los que le rodean.
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