Estudio bíblico: Unos griegos buscan a Jesús - Juan 12:20-23
Unos griegos buscan a Jesús (Juan 12:20-23)
Introducción
Hemos de pensar que los acontecimientos relatados en este pasaje no sucedieron el mismo día de la entrada del Señor en Jerusalén. Marcos nos dice que "entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce" (Mr 11:11). Por lo tanto, lo más probable es que este incidente tuviera lugar unos días después, cuando el Señor enseñaba en el templo y discutía con distintos grupos de judíos que intentaban "sorprenderle en alguna palabra" (Lc 20:20). Porque aunque Juan lo omite, los evangelios sinópticos detallan cómo los principales sacerdotes, los escribas, los ancianos, los herodianos y los saduceos, es decir, los principales grupos del judaísmo de aquel momento, buscaban la oportunidad de crear problemas al Señor frente al pueblo o las autoridades romanas (Mr 11:27-12:40). En realidad, todos ellos estaban resentidos por la creciente popularidad del Señor, sobre todo después de que fuera aclamado por las multitudes en su entrada a Jerusalén (Jn 12:19), y nada iba a impedirles que siguieran adelante con sus planes homicidas contra él. Por lo tanto, aunque el Señor estaba en Jerusalén, la capital del Reino, y en el templo, la Casa de su Dios, la verdad era que había entrado en la fortaleza de sus enemigos, y se encontraba en medio de un ambiente fuertemente hostil.
Mientras tanto, muchos entre el pueblo seguían pensando que en cualquier momento sonaría la trompeta y el Señor les dirigiría contra los romanos, dándoles una victoria aplastante, y restableciendo así el reino de David. Pero él no había venido para sentarse en un trono, sino para morir por sus pecados en una cruz, tal como claramente les va a explicar a continuación. Tristemente, después de este anuncio, las multitudes cambiarán de opinión y ya no le querrán como su Rey.
Por lo tanto, estamos llegando al final del ministerio público del Señor. De hecho, en lo que resta de este capítulo 12, él les va a anunciar por última vez su muerte, y hará también una solemne advertencia judicial contra los judíos que no habían querido creer en él a pesar de todas las evidencias que les había presentado. A partir de ahí, en los próximos cinco capítulos, el Señor se dedicará a enseñar privadamente a sus discípulos, y después de eso, se producirá su arresto que terminará con su crucifixión.
Ahora bien, antes de terminar su ministerio público, Juan recoge un incidente que los otros evangelistas omiten, y que tiene un profundo significado. Nos referimos a la petición que unos griegos hicieron a los discípulos de Jesús. Es importante notar que aunque este evangelista guarda silencio sobre todas las grandes enseñanzas del Señor durante esta última semana de su vida, seguramente porque ya sabe que son conocidas por los otros evangelios, sin embargo, recoge cuidadosamente este incidente. Y tan importante es, que en su respuesta a los deseos de estos griegos, el alma del Señor llega a un grado extremo de turbación. Veamos los detalles.
Unos griegos: "¡Queremos ver a Jesús!"
(Jn 12:20-22) "Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús."
1. ¿Quiénes eran estos griegos?
En nuestros días, si alguien nos hablara de unos "griegos", pensaríamos en un grupo de personas naturales de Grecia, pero para los judíos de aquel entonces, aludía generalmente a cualquier personas que no fuera judía. Podríamos decir que en muchos casos era equivalente a decir "gentiles".
Otra forma en la que el término podía usarse lo encontramos en (Hch 6:1). En ese caso se trataba de judíos de la diáspora que hablaban griego, en contraste con los judíos que hablaban hebreo, que normalmente vivían en Jerusalén. Pero la forma en la que aquí Juan nos presenta a este grupo de griegos, parece indicar que no se trataba de judíos de habla griega, sino de gentiles.
El texto nos dice "que habían subido a adorar en la fiesta", lo que nos indica que no eran simples paganos. El que personas del mundo gentil fueran al templo en Jerusalén a adorar, no era un fenómeno extraño. Por ejemplo, en (Hch 8:27) se nos dice que un "funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, había venido a Jerusalén para adorar". Al fin y al cabo, el mundo gentil, dominado mayormente por la cultura griega, había fracasado en satisfacer los anhelos más profundos del alma humana, y había muchos que abandonaban sus cultos politeístas cuando llegaban a oír hablar del único Dios verdadero, el Dios de Israel. ¡Había una diferencia tan abismal entre la moral de sus dioses paganos y las leyes dadas por Dios a su pueblo, que no era de extrañar que quedaran fascinados!
Ahora bien, entre estos griegos que se acercaban al judaísmo había dos grupos. Por un lado estarían los "temerosos de Dios", aquellos que asistían con cierta frecuencia a las sinagogas judías y adoraban a Dios. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en Cornelio, el centurión romano (Hch 10:1-2), o en el centurión de Capernaum que encontramos en (Lc 7:1-5). Y por otro lado estarían los "prosélitos", aquellos que se habían convertido al judaísmo, llegando a circuncidarse y a aceptar plenamente el tipo de vida judía. Lo más probable es que los griegos de nuestro pasaje fueran "temerosos de Dios".
2. La importancia de la presencia de estos griegos en este momento
Como vemos, no es mucho lo que Juan nos dice acerca de estos griegos. No sabemos si eran muchos o pocos, o el lugar de donde procedían. Tampoco se nos dice cómo habían llegado a saber del Señor. ¿Habían presenciado su entrada triunfal en Jerusalén? ¿Le habían visto expulsar a los comerciantes y cambistas del patio de los gentiles en el templo? ¿Qué es lo que había despertado su interés por acercarse a Jesús? ¿Fue tal vez alguno de sus milagros? Nada de todo esto se nos dice.
No hay duda de que Juan no considera relevantes todos esos detalles. Lo único que a él parece interesarle es su condición: no eran judíos, sino griegos.
Al terminar el estudio anterior consideramos lo que los fariseos dijeron en su frustración: "Mirad, el mundo se va tras él" (Jn 12:19). Y dijimos que, sin saberlo, estaban anunciando cuál sería la trayectoria que el cristianismo habría de seguir en los próximos años. Y estos griegos podían ser considerados perfectamente como representantes de las naciones gentiles que pronto verían cumplida la promesa bíblica de que el Mesías traería luz a las naciones (Is 60:3).
Este ha sido un énfasis constante en el evangelio de Juan: Cristo no había venido a salvar sólo a los judíos, sino a todo el mundo (Jn 3:16) (Jn 4:42) (Jn 8:12) (Jn 10:16). Por supuesto, esta misión universal del Mesías era rechazada por los judíos, que pensaban exclusivamente en ellos mismos como nación escogida por Dios.
Y como ya sabemos por el libro de los Hechos de los Apóstoles, el evangelio siguió siendo rechazado mayoritariamente por los judíos, lo que propició su extensión por el mundo gentil, dando lugar a la Iglesia de Cristo. Y del mismo modo que estos griegos que encontramos aquí habían sido atraídos por Cristo, otros muchos como ellos, dispersos por el mundo, también llegarían a formar parte de su rebaño (Jn 10:16).
Por lo tanto, de alguna manera aquí se anticipa la misión universal del Mesías, pero también la forma en la que ésta sería llevada a cabo. Como veremos en los siguientes versículos, esto sólo sería posible por medio de la entrega del Hijo de Dios en la Cruz. Curiosamente, sin saberlo, el mismo sumo sacerdote judío había profetizado eso mismo unos días antes: "Como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que es estaban dispersos" (Jn 11:51-52).
Al pensar en todas estas cosas no debemos olvidar que la Cruz, desde la perspectiva de Juan, no sólo constituye el momento clave para el retorno glorioso de Jesús al Padre, sino también es presentada como una batalla de dimensiones cósmicas donde el Hijo de Dios obtiene la victoria decisiva sobre Satanás, el príncipe de este mundo (Jn 16:5-11). Esto quiere decir que la Cruz no sólo traería salvación al pueblo judío, sino al mundo entero que se encontraba bajo el dominio del diablo.
3. La petición de los griegos
En un primer momento los griegos "se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea". Las razones por las que no se dirigieron directamente a Jesús, sino a Felipe, pueden ser varias. Tal vez el Señor no se encontraba en el atrio de los gentiles, sino en la zona interior del templo donde sólo podían entrar los judíos; en ese caso, no tendrían acceso a conversar con él. Esta podría ser una razón, pero tal vez vacilaban en dirigirse directamente a él porque no sabían si aceptaría conversar con ellos al ser gentiles. O quizá simplemente dudaban si sería oportuno interrumpirle. Realmente no lo sabemos. Y en cuanto al hecho de solicitar la mediación de Felipe, con la observación que hace el evangelista diciendo que "era de Betsaida de Galilea", tal vez quería dar a entender que el lugar de origen de Felipe tenía algo que ver con el hecho de que esos griegos se dirigieran primero a él, quizá porque venían de aquella misma región de Galilea, donde había un gran número de gentiles.
También es interesante observar la forma en la que hacen su petición: "le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús". Notamos la forma respetuosa en la que se dirigen a Felipe: "Señor". Además, el tiempo del verbo es continuo: "le rogaban una y otra vez", lo que indica su interés en la petición que estaban presentándole.
Y en cuanto a lo que ellos estaban buscando, el texto dice escuetamente: "Quisiéramos ver a Jesús". De hecho, con esto termina la intervención de estos griegos, puesto que a partir de este momento, es el Señor quien toma todo el protagonismo.
Ahora bien, esta petición es muy interesante en diferentes sentidos, y debemos detenernos a pensar en ella.
En primer lugar, debemos preguntarnos qué es lo que querían realmente. Y suponemos que no era sólo que querían "ver" a Jesús, porque eso lo podrían haber hecho sin necesidad de hacer una petición a Felipe, ya que el Señor tenía un amplio ministerio público que lo hacía muy accesible. Lo más probable es que debamos entender esto en el sentido de que querían tener una oportunidad de hablar con él, de estar con él, de hacerle preguntas (Lc 8:20) (Lc 9:9).
En cuanto a sus intenciones, tal vez podríamos pensar que se habían enterado de las señales que hacía y querían verle hacer algún milagro. Pero en ese caso, habrían dicho como los escribas y los fariseos le dijeron al Señor en otra ocasión: "Maestro, deseamos ver de ti señal" (Mt 12:38). Sin embargo, ellos explícitamente piden "ver a Jesús". Otros han sugerido que fueron movidos por la curiosidad que les había despertado la multitudinaria entrada que Jesús había hecho en Jerusalén. O tal vez que eran como aquellos griegos que Pablo encontró en Atenas, y de los que el texto bíblico nos informa: "Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo" (Hch 17:21). Pero teniendo en cuenta la contestación del Señor, pareciera que el deseo de estos griegos era mucho más profundo que todo eso, y tenía algo que ver con el gran tema de la salvación y del reino de Dios que Jesús proclamaba.
En todo caso, no deja de sorprendernos que mientras que los judíos estaban buscando a Jesús para matarle (Jn 11:53,57), estos griegos, venidos de lejos, se mostraban interesados en él y querían verlo. Se cumple con esto la profecía citada en (Mt 12:21): "En su nombre esperarán los gentiles".
Y por último, una reflexión para todos nosotros. Aquí hay un hecho evidente: aquellas personas querían ver a Jesús, no a ningún apóstol o predicador. No tenían interés en conversar con Felipe, sino con el Señor. Al fin y al cabo, cuando las personas con interés en el evangelio se acercan a los creyentes, en realidad, lo que buscan no es tanto escucharnos oír hablar a nosotros, sino tener un contacto personal con el Señor. Y esto constituye un gran reto para cada uno de nosotros, porque como predicadores del evangelio, deberíamos llevar a las personas a Jesús, y nosotros mismos, ser lo más "invisibles" o "transparentes" posible. Pero desgraciadamente, en demasiadas ocasiones, lo único que la persona logra ver es a pobres cristianos que hablan demasiado de sí mismos. No lo olvidemos; esto no es lo que las personas buscan, ni tampoco lo que necesitan. Y en tal caso, si han de vernos a nosotros, debemos procurar manifestar con claridad a Cristo en todas nuestras palabras, acciones y actitudes. Y para que eso sea posible, nosotros previamente tendremos que haber visto a Jesús a través de las páginas de las Escrituras y haber aprendido de él.
4. Felipe fue y se lo dijo a Andrés
Una vez más se relaciona a Felipe con Andrés (Jn 1:44) (Jn 6:7-8). Los dos eran de Betsaida y todo indica que congeniaban bien.
Ahora bien, parece que en un principio Felipe tuvo algún tipo de duda sobre la conveniencia de atender a la petición de estos griegos, y tal vez por esa razón consultó con Andrés. ¿Cuál sería la razón?
Quizá no estaba seguro de si el Señor querría tener un encuentro con unos gentiles. Seguro que recordaba que en una ocasión Jesús les había mandado: "Por camino de gentiles no vayáis" (Mt 10:5). Y en otro momento les había dicho: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 15:24). Pero por otro lado, también sabía que Jesús había atendido a una madre siriofenicia (Mr 7:24-30) y a un centurión romano (Lc 7:1-10). Y al margen de todas esas cuestiones, había que pensar también sobre la conveniencia de llevar a unos gentiles a Jesús ante las miradas críticas de los fariseos. ¿Cuál sería la actitud del Señor con estos griegos? Ante la duda, tal vez Felipe pensó en hablar con Andrés antes de tomar una decisión.
Probablemente, el conflicto que en este momento tenían estos dos discípulos, fue el mismo que años después tuvo la Iglesia cuando llegó el momento de dar paso a la evangelización de los paganos gentiles. Muchos judíos tuvieron entonces graves prejuicios para aceptar a los gentiles dentro de la Iglesia en igualdad de condiciones con ellos. Todos recordamos el conflicto interior que Pedro sostuvo antes de ser llamado por el Señor para ir a casa de Cornelio, el centurión romano (Hch 10:1-20).
Pero aunque los judíos ignoraban las necesidades espirituales de los gentiles, el Señor no lo hacía. Una prueba de ello la encontramos en la distinta importancia que tanto ellos como el Señor daban al atrio de los gentiles situado en el templo de Jerusalén. Aquel debía ser el lugar donde los adoradores gentiles podían acercarse a Dios, pero los judíos lo habían convertido en un mercado de ganado y lo llenaron con mesas de cambistas que negociaban con su dinero. Y como ya sabemos, al Señor esto le resultó indigno, por lo que en dos ocasiones, al comienzo y al final de su ministerio, limpió el templo de estas cosas.
No había duda de que el Señor deseaba que los gentiles se acercaran a él. De hecho, en las profecías del Antiguo Testamento que Juan citó como cumplidas cuando el Señor entró en Jerusalén (Jn 12:14-15), es interesante ver su contexto para comprobar el deseo que Dios tenía de integrar a los gentiles paganos en la adoración. Por ejemplo, en (Zac 9:10) dice que "hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra". Y lo mismo ocurre con la cita de Sofonías. Veamos lo que dice en (Sof 3:9): "En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento".
Ahora bien, la integración entre judíos y gentiles en el culto de adoración a Dios todavía no había llegado. Hasta aquel momento unos y otros tenían zonas diferenciadas dentro del templo para hacerlo. Recordamos el alboroto que se originó en el templo cuando unos judíos de Asia acusaron al apóstol Pablo de "haber metido a griegos en el templo, y haber profanado ese lugar santo" (Hch 21:27-29). Ellos suponían que Pablo había introducido a Trófimo, un gentil de Éfeso, en la zona restringida del templo para los judíos. Esto se condenaba con la pena de muerte inmediata sin necesidad de juicio, tal como anunciaba la inscripción de la puerta que comunicaba ambas zonas.
El historiador Josefo menciona esta inscripción en su obra Antigüedades de los Judíos: "El centro de la estructura era la mas alta, con la pared frontal construida con vigas colocadas sobre las columnas entrelazadas. Esta pared estaba formada por piedras muy pulidas, con un brillo tal que los que la miraban por primera vez se maravillaban, quedando impresionados. Esta era la inscripción de la primera estructura. Situada en su interior, y cerca, había escalones que llevaban a la segunda estructura, que estaba rodeada por una pared de piedra usada como barrera, en la que estaba grabada una inscripción que no permitía a los extranjeros entrar en el recinto bajo pena de muerte."
Precisamente es a esta pared de separación a la que Pablo hace referencia cuando escribe a los Efesios en (Ef 2:11-22). Allí se anuncia que la pared intermedia de separación entre judíos y gentiles fue derribada mediante la Cruz de Cristo. Es curioso que Pablo escribió esta carta cuando estaba encarcelado por causa de aquel alboroto que acabamos de mencionar. La verdad es que la acusación de haber introducido a Trófimo de Éfeso en el templo era falsa, pero ahora escribe a esos mismos hermanos, que seguro que estaban al corriente de lo ocurrido, y les dice que judíos y gentiles ya nunca más estarán separados, porque Cristo quitó esa pared intermedia por medio de su sacrificio en la Cruz.
Y precisamente de esto es de lo que Cristo va a hablar a continuación como respuesta a la petición de los griegos que le buscaban.
La muerte es el camino a la gloria
(Jn 12:23-24) "Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto."
Finalmente Felipe y Andrés presentaron la petición ante el Señor. Y nosotros tampoco deberíamos dudar nunca de llevar a cualquier tipo de persona al Señor.
A partir de ese momento los griegos no vuelven a ser mencionados, aunque es evidente que todo lo que el Señor dijo a continuación tenía una importante relación con sus necesidades espirituales y las de todos los gentiles. De hecho, se les va a anunciar que había llegado la hora, y que ya no tendrían que esperar mucho para recibir el beneficio de su obra en la Cruz. Como un poco más adelante va a decir: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mi mismo" (Jn 12:32).
Aunque no queda registrado que los griegos hubieran hecho alguna pregunta, sin embargo, el Señor conocía los pensamientos profundos del alma humana y aprovechó la ocasión para desarrollar el tema de la necesidad de su muerte a fin de ofrecer la posibilidad de la salvación a todas las personas sin distinción. Esto era algo que debían comprender bien tanto sus discípulos, que deberían posteriormente llevar a cabo una importante misión por todo el mundo, como también los gentiles, que serían beneficiarios de ella, y los judíos incrédulos, que una y otra vez negarían este derecho a los gentiles.
Ahora bien, para poder avanzar en esa dirección, el Señor todavía tenía que corregir las expectativas equivocadas de los discípulos, que seguían esperando el inminente restablecimiento del reino de David, y el reparto de los puestos de privilegio entre ellos. No hay duda de que el contraste entre las esperanzas que ellos tenían y las declaraciones que iban a escuchar del Señor era enorme.
Y en cuanto a los griegos, no se nos dice cómo reaccionaron ante el anuncio que el Señor hizo de su muerte, pero sabemos que el mensaje de la Cruz siempre genera oposición en las personas que lo escuchan, tal como muy bien explicó el apóstol Pablo.
(1 Co 1:22-24) "Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios."
1. "Ha llegado la hora"
Aunque el Señor había hablado en otras ocasiones acerca de la "hora", siempre había dicho: "Aún no ha venido mi hora" (Jn 2:4) (Jn 7:30) (Jn 8:20), pero en esta ocasión, por primera vez, él dijo algo muy distinto: "ha llegado la hora", y desde ese momento, esta expresión persistirá (Jn 12:27) (Jn 13:1) (Jn 17:1).
Por supuesto, la hora no había llegado porque unos griegos se interesaran por verle, sino porque así había sido fijado en la voluntad divina desde la eternidad.
En cuanto al momento preciso que apuntaba esa "hora", vemos en el contexto que tiene que ver con su muerte en la Cruz, lo que daría lugar también a su resurrección, ascensión y glorificación a la diestra de la Majestad en las alturas.
2. "Para que el Hijo del Hombre sea glorificado"
Nos encontramos aquí con otro de los títulos del Señor ("el Hijo del Hombre"), que debemos unir a otros con los que el Señor ha sido descrito en los capítulos anteriores. Por ejemplo, "el buen pastor" (Jn 10:11,14), "el Hijo de Dios" (Jn 11:4), "el Señor, el Rey de Israel" (Jn 12:13).
Ahora bien, pensando en la descripción que el Señor hace de sí mismo como "el Hijo del Hombre", podríamos interpretarla simplemente como una expresión aramea que señalaba a "un ser humano" (Sal 8:4) (Ez 2:1). Sin embargo, aunque es cierto que describía la naturaleza humana del Señor, él la usaba constantemente como un título mesiánico que provenía de una visión que Daniel había recibido (Dn 7:13), y que tenía claras connotaciones divinas. Por lo tanto, la forma correcta de entender esta expresión sería como un título que combinaba las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina.
Pero para una mejor comprensión del significado de este título, debemos considerarlo a la luz del contexto donde aparece por primera vez en el libro de Daniel. Allí vemos que el profeta había tenido una visión espantosa donde diferentes potencias mundiales se sucedían bajo la figura de crueles y salvajes bestias: un león con alas de águila, un oso con tres costillas entre sus dientes, un leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas, y una terrible fiera indescriptible con dientes de hierro y diez cuernos (Dn 7:1-8). Estas potencias mundiales ya habían comenzado a ejercer su dominio sobre el pueblo de Dios, y seguirían haciéndolo durante siglos (babilonios, medo-persas, griegos y romanos). Pero es entonces cuando el profeta ve aparecer un nuevo poder, que a diferencia de las bestias que acababa de contemplar, sería muy humano, al mismo tiempo que gloriosamente divino. Se trataba del "Hijo del Hombre", quien se sentaba en el Trono y al que se le daba "dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dn 7:13-14). Con esto se anunciaba que el día del salvajismo humano iba a terminar, pero eso sólo podría ocurrir cuando el "Hijo del Hombre" fuera glorificado. Pero, ¿cuándo sería glorificado el Hijo del Hombre?
Los judíos soñaban que con la venida del Mesías daría comienzo una nueva edad de oro que llevaría a Israel a la cúspide del mundo, convirtiéndoles en sus amos. Según ellos, ese sería el momento en que el Hijo del Hombre sería glorificado. Pero habían ignorado algo muy importante que el profeta Daniel había anunciado. Él había visto que "con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de Dios... y le fue dado dominio, gloria y reino" (Dn 7:13-14). Y aquí es importante que notemos exactamente hacia dónde se dirigía el Hijo del Hombre. Él no es descrito viniendo a este mundo, sino llegando al Trono de Dios. Y podemos preguntarnos: ¿De dónde venía? Pues venía precisamente de morir en la Cruz.
Y es precisamente a eso a lo que hace referencia el Señor en el pasaje de Juan que estamos estudiando: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado" (Jn 12:23). Claro está que en un principio se estaba refiriendo a su muerte, pero también sabía que resucitaría y regresaría nuevamente con el Padre para compartir con él la gloria que desde la eternidad ha tenido a su lado (Jn 17:5). Y por cierto, Daniel también había hablado de la necesidad de que "se quitara la vida al Mesías", e incluso había profetizado el día exacto en que eso había de ocurrir (Dn 9:24-26).
Por lo tanto, aunque ni los discípulos, ni tampoco el resto de los judíos, querían oír hablar de todo eso, el Señor insistió en que la única manera de ser glorificado sería a través de la muerte. Ellos esperaban el Trono, pero primero debía venir la Cruz.
Por supuesto, la necesidad de su muerte tenía que ver con la salvación del mundo. A aquellos griegos, o a cualquier otro hombre, no nos serviría de nada "ver a Jesús" si no lo vemos en la Cruz. Como más adelante dirá, es a la Cruz a donde quiere que los hombres sean atraídos (Jn 12:32).
Pero en este punto quizá alguien se pregunte: ¿Por qué dice que el Hijo del Hombre iba a ser glorificado si en realidad iba a sufrir y ser humillado en extremo en una cruz? Hay varias razones. Como ya hemos considerado, ese era el camino de regreso al Padre y a la gloria. Por otro lado, en ninguna otra parte podemos ver con mayor claridad la gloria de Dios que en la Cruz. Allí se hacen totalmente nítidos todos sus atributos: su justicia, santidad, amor, omnipotencia... Pero había otra razón más. La Cruz glorificaría al Hijo y al Padre por la abundante cosecha de vida que habría de traer consigo. Pero esto lo veremos en el siguiente estudio.
Comentarios
Edison Araque Muñoz (España) (10/12/2023)
Siempre había querido saber cuál era la importancia que tenía la mención de estos gentiles en el evangelio de Juan. Y me ha fascinado este estudio es de una importancia grandísima.
Muchas gracias.
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