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Estudio bíblico: Jesús anuncia la negación de Pedro - Juan 13:36-38

Autor: Luis de Miguel
España
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Jesús anuncia la negación de Pedro (Juan 13:36-38)

Introducción

Después del mandamiento del Señor para que nos amáramos como él nos amó, llega el anuncio de la negación de Pedro, y en un principio parece que no hay demasiada conexión entre ambas cuestiones, pero si lo analizamos con calma veremos que la experiencia de Pedro nos ayuda a entender hasta qué punto nuestros propios recursos son completamente inadecuados para cumplir el mandamiento del Señor. Esto es lo que Pedro tuvo que aprender, y seguramente nosotros también tendremos que hacerlo. No olvidemos que todos los evangelistas recogen este incidente, y sin duda, esto no fue únicamente por la impresión que pudo causar en la iglesia primitiva la negación de Pedro, sino por las importantes lecciones espirituales que aquí encontramos para todos nosotros. Pero vayamos por partes.
Parece que en aquella noche Pedro estaba teniendo grandes dificultades para comprender cualquier cosa que el Señor hacía o decía. Y el origen de esas dificultades se encontraba en el concepto que tenía del Señor como Mesías. Pedro, al igual que el resto de los apóstoles, seguían pensando en Jesús como un Mesías político, por lo tanto, cuando unos momentos antes había lavado sus pies, ellos consideraron que eso era impropio de un líder tal como ellos lo imaginaban. Cuando el Señor anunciaba una y otra vez su muerte en la cruz, a ellos les resultaba incomprensible la figura de un Mesías muerto. Y si el Señor explicaba que debía dar su vida por ellos, esto tampoco encajaba con sus ideas. Si alguien había de dar la vida por otro, tendrían que ser los súbditos del Rey quienes se entregaran para dar su vida en sacrificio a fin de defender a su Mesías. No hay duda de que en esos momentos todos ellos tenían conceptos muy equivocados acerca de Cristo y de su Reino que era necesario corregir.
Pero en el caso de Pedro aún había algo algo más en lo que estaba terriblemente equivocado: No se conocía a sí mismo. Tenía una confianza desmedida en sí mismo. No tenía en cuenta la exhortación que más tarde nos dejó el apóstol Pablo: "Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura" (Ro 12:3). Y cuando no tenemos en cuenta esto, ocurre lo que el mismo apóstol advirtió: "el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Co 10:12).

"A donde yo voy, no me puedes seguir ahora"

(Jn 13:36) "Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después."
Una vez más Pedro no parecía estar de acuerdo con lo que el Señor dijo, y no dudó en discutir con él. En este caso lo que no le había gustado lo encontramos en el versículo 33: "A donde yo voy, vosotros no podéis ir".
Notemos que Pedro pasó por alto lo que Cristo acababa de decir sobre el amor fraternal y comenzó un debate con él acerca de a dónde iba y por qué él no le podía seguir en ese momento. Pedro hizo lo que tantas veces hacemos también nosotros cuando hay algo claro en la Palabra del Señor que no queremos aceptar: usar la táctica de comenzar una discusión sobre otros asuntos. ¡Como si las luchas interminables de palabras nos sirvieran para evadir lo que Dios nos ha mandado!
En cuanto a esto último, es curioso el hecho de que Pedro comienza dirigiéndose a Jesús como "Señor", lo que implicaría respeto y obediencia, pero inmediatamente pasa a discutir con él. Esto es contradictorio, como muy bien señaló el Señor en otras ocasiones: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lc 6:46).
¿Qué era lo que disgustaba a Pedro de las palabras del Señor? Seguramente la curiosidad inquisitiva que manifestó en estos momentos se debía a cierto resentimiento porque no había sido incluido en los planes inmediatos del Señor: "A donde yo voy, vosotros no podéis venir". ¿Acaso dudaba el Señor de su lealtad o compromiso? ¿O tal vez desconfiaba de su valentía para acompañarle? ¿Acaso pensaba que él podía llevar a cabo un acto de traición como el que acaba de anunciar en relación a Judas? ¿Había cambiado de opinión y ya no iba a contar con ellos en su Reino?
En todo caso, no hay duda de que lo que movía a Pedro era un deseo noble de estar con Cristo. Aun así, nuestras buenas intenciones pueden llevarnos a pecar contra el Señor si no escuchamos y hacemos lo que él nos manda.
Pedro debería haber confiado en el Señor, pero en lugar de eso se sintió herido por haber sido excluido. Por lo que dice a continuación, parece que él pensaba que el Señor iba a emprender algún viaje terrenal y no entendía por qué no podía acompañarle. Y esto resulta asombroso, porque después de tantas veces como el Señor les había dicho que debía morir, ellos seguían sin entenderlo ni aceptarlo.
Tal era la tristeza de Pedro que parece que no escuchó lo que el Señor le dijo a continuación: "Adonde voy, no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde".
Aquí el Señor repite lo que ya había dicho anteriormente, pero añadiendo un matiz importante: "me seguirás más tarde". ¿Qué quería decir todo esto?
En primer lugar es fundamental determinar a dónde iba Jesús, y evidentemente no se refería a algún viaje que fuera a realizar a otra región o país, sino que tenía que ver con su partida al Padre a través de su muerte y resurrección. Y en ese sentido, Pedro no le podía seguir por el momento. Cristo iba a conseguir el perdón de sus pecados por medio de su muerte sustitutoria, y eso era algo que sólo él podía hacer, y en lo que nadie podría ayudarle ni acompañarle.
Pero después de eso, Cristo iría al cielo a preparar lugar para ellos, "para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Jn 14:3). Por esa razón Pedro no le podía seguir por el momento, pero le seguiría después porque vendría a "tomarlo" para llevarlo a su morada celestial con él.
En todo caso, fijémonos en la gran diferencia que hay entre las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos y a las autoridades judías. A ellos les prometió que estarían con él en la casa de su Padre, mientras que a los judíos incrédulos les dijo: "Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir" (Jn 7:34) (Jn 8:21). Esto quiere decir que mientras la separación del Señor con sus discípulos sería temporal, los líderes incrédulos del judaísmo serían separados de él por toda la eternidad.

"Mi vida pondré por ti"

(Jn 13:37) "Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti."
Pedro no quedó satisfecho con la respuesta del Señor y persistió en preguntar: "¿Por qué no te puedo seguir ahora?". Desde su punto de vista, no había un solo lugar en la tierra a donde no iría con el Señor. Al fin y al cabo, hacía ya tres años que lo había dejado todo para seguirle (Mr 10:28). Durante ese tiempo había estado con él en todos sus viajes, e incluso le había acompañado en experiencias tan sublimes como la de la Transfiguración. Pensándolo bien, sólo había una experiencia que no había pasado con el Señor: la muerte, y ahora le dice que también estaría dispuesto a poner su vida por él. No hay ninguna razón para dudar del compromiso de Pedro con el Señor, y de que tuviera la intención de cumplir lo que le estaba diciendo. El problema es que Pedro no conocía la debilidad de su propio corazón.
En todo caso, es evidente que la cuestión de fondo en este intercambio de palabras tiene que ver con el tema del amor. Esto enlaza perfectamente con el pasaje anterior que trató acerca de este mismo asunto, y también con el final de este evangelio, cuando veremos que Jesús exigirá a Pedro una triple confesión de su amor por él como contrapartida por las tres veces en que lo negó (Jn 21:15-17).
Por el momento, el amor de Pedro por el Señor era inadecuado. Es cierto que sentía una gran devoción por él, y deseaba estar donde su Señor estuviera sin importarle el precio, pero también es cierto que era un amor desconfiado, impaciente y autosuficiente. Y estas son cosas que resultan incompatibles con un auténtico amor por el Señor.
Y hay que decir que esta exclamación de autosuficiencia la copiaron también el resto de los discípulos. Veamos lo que dicen los otros evangelistas en el pasaje paralelo: "También todos decían lo mismo" (Mt 26:35) (Mr 14:31).

"Me negarás tres veces"

(Jn 13:38) "Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces."
El Señor conocía bien el corazón de todos sus discípulos, y si bien sabía que le amaban de verdad, también percibía un peligroso error en cuanto al conocimiento que tenían de sí mismos. Era imprescindible corregir esto, porque el celo sin conocimiento siempre termina mal.
Podemos apreciar la importancia que el Señor dio a este asunto por la forma solemne con la que comenzó su advertencia: "De cierto, de cierto te digo".
A continuación reprende la inadecuada confianza que Pedro tenía en sí mismo, y lo hace interrogándole acerca de sus mismas palabras: "¿Tu vida pondrás por mí?". Por supuesto, el hecho de que el Señor pusiera en duda lo que Pedro le había prometido en un alarde de valentía y lealtad seguro que le dolió en lo más íntimo de su ser, pero era necesario que pensara bien en lo que estaba diciendo.
Pedro había prometido algo al Señor, pero, ¿tenía la capacidad de cumplirlo? ¿Sería capaz de llevarlo a cabo? Como sabiamente dijo el autor de Eclesiastés: "Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas" (Ec 5:5).
Como ya sabemos Pedro no fue capaz de cumplir sus promesas. Es verdad que cuando Jesús estaba a punto de ser arrestado, Pedro usó su espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, dando a entender que no le importaba morir con Cristo si fuera necesario (Jn 18:10), pero unos instantes después estaba huyendo junto al resto de los discípulos dejando solo al Señor (Mr 14:50). Y unas horas después, en el patio del sumo sacerdote, Pedro negaría por tres veces al Señor ante las insistentes preguntas de una criada (Mr 14:66-72).
1. ¿Cuál era el problema de Pedro?
En primer lugar tenía una confianza excesiva en sí mismo. Desconocía sus propias debilidades. Quizá estando en el aposento alto con el Señor, participando de la comunión y amistad con los otros discípulos, era relativamente fácil hacer ese tipo de promesas, pero otra cosa muy diferente era mantenerlas en medio del ambiente hostil del mundo. Sería allí donde se comprobaría la auténtica capacidad de Pedro.
En su arrogancia e ignorancia se atrevió a discutir lo que el Señor le estaba diciendo. Estaba lleno de confianza en sí mismo, y aunque en el mundo escuchamos con mucha frecuencia que debemos confiar en nosotros mismos y seguir los instintos de nuestro corazón, la verdad es que quienes promueven este tipo de humanismo están completamente equivocados porque desconocen la fragilidad de la voluntad humana. Como ya hemos comentado, en el caso de Pedro no había ninguna razón para sospechar que sus intenciones no fueran genuinas cuando hizo este tipo de promesas, incluso llegó a usar su espada saliendo en defensa del Señor en el momento en que le arrestaban, pero luego se desmoronó y no fue capaz de llegar hasta el fin de sus palabras. Y notamos que no fue una sola vez que le negó, sino tres; tampoco fue necesario que fuera torturado por rudos hombres, sino que cedió a los comentarios de una sencilla criada; y todo ocurrió tan solo unas pocas horas después del anuncio del Señor. Quedaba claro que Pedro había valorado excesivamente sus propias capacidades.
Y en segundo lugar, es evidente que Pedro no confió en el Señor. Si el Señor le dijo que le iba a negar tres veces antes de que el gallo cantara, debería haberle creído, porque el Señor le conocía mejor que él a sí mismo.
2. La necesidad de corregir a Pedro
Tratándose de un apóstol que habría de enseñar la verdad de Dios a las siguientes generaciones, era imprescindible que fuera corregido cuando antes, aunque eso significara pasar por cierta experiencia dolorosa.
3. Pedro un representante de todos nosotros
Estamos hablando de Pedro, pero ya hemos visto que al resto de los discípulos les pasaba lo mismo, y, ¿qué diremos de nosotros mismos? La verdad es que este pasaje supone una dura advertencia para cada ser humano. Todos necesitamos que se nos recuerde nuestra debilidad, cobardía e incapacidad para seguir al Señor fielmente por nuestras propias fuerzas. Necesitamos ser avergonzados de esa excesiva confianza que tantas veces depositamos en nosotros mismos.
¿Acaso no le hemos hecho promesas al Señor que luego no hemos podido cumplir? ¿No hemos tenido buenas intenciones que nunca han llegado a materializarse? ¿No hemos pasado por situaciones en las que nuestra fe ha estado bajo presión y hemos tenido que enfrentarnos con nuestra propia debilidad? ¿No ha sido cuando nos sentíamos seguros en nuestras propias fuerzas cuando hemos experimentado las peores caídas? ¿No es verdad que muchas veces hemos fracasado en cambiar cosas de nuestro carácter o conducta después de haber dicho que lo íbamos a hacer? ¿Cuántas veces hemos pensado que con fuerza de voluntad, determinación, esfuerzo, empeño y valor podemos cambiar las cosas, y hemos fracasado? ¿Qué sería de nosotros si fuéramos expuestos a fuertes tentaciones? ¿Cuántas veces hemos mirado con desprecio las cosas que otros hacían y nos hemos asegurado a nosotros mismos que nunca las haríamos, pero hemos acabado haciéndolas? ¿Cuántas veces hemos fracasado en las mismas cosas que nos habíamos propuesto no volver a hacer?
Cuando escuchamos hablar a Pedro prometiendo con toda franqueza que estaba dispuesto a morir con Cristo, y luego le vemos negándole con las peores maldiciones imaginables, sentimos una dolorosa punzada en nuestros propios corazones, porque la realidad es que no somos muy diferentes de él. El gallo también canta para nosotros.
4. La actitud correcta
Pedro, y también nosotros, podríamos ahorrarnos muchas veces esta dolorosa angustia que provocan nuestras infidelidades si actuáramos de otra manera. En el caso de Pedro podría haberle dicho al Señor que le costaba creer lo que decía de él, pero puesto que el Señor nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, pues podría haber clamado a él pidiendo su ayuda para ser librado de algo tan horrible como lo que le había dicho que iba a cometer. Pero Pedro no actuó de ese modo porque creía que tenía los recursos suficientes para hacer cualquier sacrificio que fuera necesario.
El problema es que con demasiada frecuencia olvidamos que el pecado nos ha debilitado, causando más daño en nuestros recursos morales del que imaginamos. Pero si somos realistas, tarde o temprano tendremos que reconocer la gran verdad que el Señor les diría un poco más adelante: "Separados de mí nada podéis hacer" (Jn 15:5). Aquellos que creen que pueden seguir a Jesús por sus propias fuerzas, están equivocados y descubrirán que nunca cumplirán sus propósitos.
Es verdad que esto hiere nuestro orgullo, pero cuando lo reconocemos y vivimos de acuerdo a ello, entonces dependemos enteramente de la gracia de Dios en nuestras vidas, y todo empieza a cambiar.
Esto es una realidad antes de convertirnos, pero sigue siéndolo también después. Es verdad que una vez que entregamos nuestras vidas a Cristo, el Espíritu Santo viene a nuestros corazones transformándolos, pero no debemos olvidar que todavía queda la semilla del pecado, y si nos descuidamos, germina y crece con una rapidez asombrosa. Por eso es importante recordar siempre algunos versículos como los siguientes:
(1 Co 10:12) "Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga."
(Ga 6:1) "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado."
5. ¿Cómo iba a solucionar el Señor la debilidad de Pedro?
Por supuesto, este tipo de problemas no se solucionan solos, es preciso la intervención divina. Y lo primero que el Señor iba a hacer era enfrentar a Pedro con su debilidad. Esto sería doloroso, pero en tanto que no entendiera la realidad y gravedad del problema, no buscaría una solución.
Después tendría que arrepentirse de su pecado y buscar la gracia y el poder del Espíritu Santo para no volver a caer en semejante deslealtad.
Además, tendría que fortalecerse en la promesa que el Señor le había hecho: "Me seguirás después" (Jn 13:36). Como ya sabemos, esta misma promesa se la repitió el Señor después de que se arrepintió de su pecado: "Y dicho esto, añadió: Sígueme" (Jn 21:19).
Sin lugar a dudas, Pedro no olvidaría su fracaso, y su recuerdo le ayudaría a no volver a pensar ni actuar de la misma manera.
6. ¿Había alguna diferencia entre Judas y Pedro?
Por supuesto que sí. No podemos confundir la debilidad de Pedro con la traición de Judas. Es verdad que ambos cometieron actos deplorables, pero aun así encontramos importantes diferencias:
Mientras que la traición de Judas fue deliberada, llevada a cabo a sangre fría después de una planificación concienzuda, la negación de Pedro no tuvo nada de deliberado, sino que se vio arrastrado por las circunstancias en un momento de debilidad. Aunque ambos pecaron gravemente, no se puede comparar un pecado cometido con orgullo y odio con uno que fue el resultado de la ignorancia y la debilidad.
Otra diferencia importante es que Pedro era un hombre lavado y regenerado por el Espíritu Santo (Jn 13:10), por lo tanto, su debilidad sería finalmente superada. Judas, en cambio, no había sido regenerado, y terminaría siendo poseído por Satanás (Jn 13:2,27).
7. El silencio de Pedro
Lo que el Señor acababa de decir tuvo que dejar atónitos y perplejos a todos los discípulos, pero parece que tuvo un impacto muy especial en Pedro, que a partir de ese momento guardó silencio durante el resto de la noche hasta el momento en que Jesús fue arrestado (Jn 18:10). Esto es especialmente significativo si tenemos en cuenta que Pedro era normalmente el primero en hablar.
Lo más probable es que se sintiera dolido y hasta ofendido por las palabras de Jesús, pero todavía no había llegado a ver su cumplimiento. Sería después de que negara al Señor que por fin estaría dispuesto a escucharle de una manera como jamás antes lo había hecho.

Conclusión

Hasta este momento la noche había sido muy intensa para los discípulos. El Señor había hecho diferentes anuncios a cual de ellos más sorprendente y doloroso. En especial el anuncio de su partida, pero también la traición de Judas y la negación de Pedro. Imaginamos que su estado de ánimo había quedado muy afectado, por eso, al comenzar el siguiente capítulo el Señor lo hará con un mensaje de aliento y esperanza que había de animarles después de la partida del Señor. Tales estímulos serán las moradas que él había ido a preparar en la casa del Padre; el regreso de Cristo a recoger a los suyos; la perspectiva de realizar obras mayores; las ilimitadas posibilidades de la oración; el don del Espíritu Santo; y la paz que Cristo da.

Comentarios

Chile
  Samuel Huaiquimil  (Chile)  (22/07/2023)

Dios le bendiga hermano...ha sido un placer leerle y ver cómo en tan solo 3 versículos se puede sacar una gran enseñanza.

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