Estudio bíblico: La primera venida del Mesías a Jerusalén - Juan 12:12-19
La primera venida del Mesías a Jerusalén (Juan 12:12-19)
(Jn 12:12-19) "El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna. Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho. Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él."
La importancia del momento
Tanta es la importancia del acontecimiento que describe el relato que tenemos delante de nosotros que todos los evangelistas lo recogen con más o menos detalle. Para tener una adecuada visión de conjunto de un hecho tan significativo, es muy conveniente leer también los relatos paralelos que encontramos en (Mt 21:1-11) (Mr 11:1-11) (Lc 19:28-40).
Como veremos a lo largo del estudio, nos encontramos en un punto crucial en el ministerio terrenal del Señor Jesucristo. Por un lado, él era alabado por un número cada vez mayor de personas del pueblo, cuyo entusiasmo se había visto aumentado por la reciente resurrección de Lázaro (Jn 11:45) (Jn 12:17), pero por otra parte, las autoridades estaban cada vez más decididas a detenerle y terminar con él (Jn 11:47-53). La tensión llega a su clímax cuando el Señor hace su entrada en Jerusalén en medio de la aclamación popular.
Y en este sentido es importante que notemos un cambio en el Señor. Es cierto que en muchas etapas de su ministerio había estado rodeado de multitudes, pero nunca buscaba la publicidad, por el contrario, mandaba a muchos de los enfermos que sanaba que guardaran silencio sobre la obra realizada (Mr 1:44) (Mr 5:43), todo ello con el claro propósito de limitar el entusiasmo de las gentes. Leyendo los evangelios nos queda claro que él no buscaba la atención pública. Como el profeta había anunciado de él: "He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi Amado, en quien se agrada mi alma; pondré mi Espíritu sobre él, y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz" (Mt 12:18-19) (Is 42:1-4). Y cuando en algunas ocasiones vio que el fervor popular se volvía incontrolable, él sencillamente se apartaba de las multitudes para orar (Jn 6:15). Lo mismo hizo para evitar confrontaciones con las autoridades judías hostiles que buscaban matarlo. Él siempre se evadió de ellos (Jn 8:59) (Jn 10:39) (Jn 11:53-54). Pero ahora, precisamente cuando las autoridades ya habían decidido que él debía morir, es cuando el Señor preparó su entrada en Jerusalén de tal manera que tuviera la máxima popularidad posible. ¿A qué se debió este importante cambio de actitud de parte del Señor? Esto es algo que tendremos que averiguar a lo largo de este estudio.
Por otro lado, no hemos de olvidar que quedaba menos de una semana para la celebración de la pascua, la fiesta en la que se conmemoraba la liberación de Egipto. Y si había algún momento durante todo el año cuando los israelitas anhelaran con mayor intensidad una intervención divina que los librase de sus opresores romanos, al igual que en el pasado lo había hecho de los egipcios, ese momento era precisamente en la pascua. Y lógicamente nos debemos preguntar: Si el Señor había evitado siempre ser interpretado por las multitudes como un libertador político, ¿por qué en esta ocasión deja que todos le aclamen de esa manera? ¿Debería ser interpretado como un cambio de actitud por su parte?
Al mismo tiempo, suponemos que en esos días las autoridades romanas estarían en "alerta máxima" ante la posibilidad de algún levantamiento popular. Y en ese contexto, la entrada que el Señor hizo en Jerusalén en medio de la aclamación popular, llegaría hasta sus oídos y lo mirarían con cierta preocupación. ¿Por qué el Señor tomó esta iniciativa si con ella podía llevar a una violenta reacción militar de parte del gobierno romano?
Y en medio de esa complicada situación, también estaban los líderes religiosos de la nación, que desde hacía mucho tiempo no veían con buenos ojos a Jesús, y que ya habían decidido que Jesús debía morir (Jn 11:49-53). Por supuesto, el Señor conocía bien las intenciones de todos ellos, y hasta ese momento había evitado darles la oportunidad de prenderle (Jn 11:54). Sin embargo, ahora vemos que desafiando al Sanedrín, el Señor se presenta en Jerusalén de la manera más pública posible. Y una vez allí, cuando algunos fariseos le dijeron que reprendiera a sus discípulos por todo lo que estaban haciendo con él, lejos de hacerles caso, les respondió: "Si éstos callaran, las piedras clamarían" (Lc 19:40). Y nos preguntamos: ¿No era esto una clara provocación a las ya enfurecidas autoridades judías?
A lo largo de este estudio intentaremos dar respuesta a todas estas preguntas, pero de antemano, podemos decir que ante un escenario así, quedaba fuera de toda duda que algo iba a ocurrir.
¿Cuál es el significado de todas estas cosas?
Los críticos liberales modernos interpretan que Jesús, inflamado de entusiasmo por la actitud de las multitudes, fue convencido para hacer una entrada pública en Jerusalén, convencido de que el pueblo lo recibiría como el Mesías. Según estos críticos, el Señor estaría cediendo finalmente a las expectativas enfervorizadas que tanto sus discípulos como las multitudes se habían hecho de él. Por lo tanto, cuando más tarde fue rechazado por los líderes judíos y ejecutado por orden del gobernador romano, interpretan que sus planes se vieron frustrados por un error de cálculo.
Pero ninguno de estos planteamientos coincide con lo que el Señor mismo había anunciado en repetidas ocasiones. Él no iba a Jerusalén para ser coronado como Rey, sino para morir por los pecados del pueblo, tal como una y otra vez les había dicho a sus discípulos (Mr 8:31) (Mr 9:30-31) (Mr 10:32-34). Viendo la claridad de estos anuncios, no se puede decir que su muerte fuera "un error de cálculo", sino el cumplimiento del plan eterno de Dios para conseguir la salvación de los hombres. De hecho, al hacer esta multitudinaria entrada en Jerusalén (muy diferente de las que en otras ocasiones había hecho), estaba precipitando su propia muerte a fin de que ésta tuviera lugar durante la pascua, y no en otro momento, tal como las autoridades judías habían planeado (Mr 14:2). Podríamos decir, por lo tanto, que Jesús estaba forzando la situación a fin de entregar su vida en el momento exacto trazado por los designios divinos en la eternidad (Hch 2:22-23). Y ese momento debería coincidir con la pascua.
Cristo es presentado como el Cordero pascual
Nuestro relato comienza diciendo que todo esto tuvo lugar "al día siguiente", después de que el Señor hubiera sido ungido en Betania (Jn 12:1). A su vez, ese acontecimiento había tenido lugar "seis días antes de la pascua", lo que sitúa la entrada del Señor en Jerusalén cinco días antes de su muerte durante la pascua.
Es evidente que Juan está relacionando todo lo que ocurría en esos días con la fiesta de la pascua, cuando los corderos eran sacrificados. Su propósito es claro: presentarnos a Cristo como el cumplimiento de la pascua. Como más tarde diría Pablo: "Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1 Co 5:7).
Ahora bien, Cristo había afirmado que él había venido a cumplir la ley (Mt 5:17), y en relación a la fiesta de la pascua, también había ciertos requisitos que observar. Por ejemplo, se nos dice en (Ex 12:3-6) que en el día diez del mes de Nisán los israelitas tenían que elegir el cordero que iban a sacrificar unos días más tarde. Como leemos en Exodo, el propósito era elegir un cordero para el sacrificio, examinar que no tuviera ningún defecto y que fuera suficiente para las necesidades de una o de varias familias.
Cuando regresamos al evangelio de Juan vemos que todo esto se estaba cumpliendo con total exactitud. El sumo sacerdote ya había decidido que Jesús debía ser sacrificado en lugar del pueblo (Jn 11:49-53). Durante la noche después de que Jesús fuera ungido en Betania, Judas se había reunido con los principales sacerdotes y había acordado con ellos que les iba a entregar a Jesús (Mt 26:14-16). Todo estaba listo, pero faltaba que el pueblo manifestara su identificación con el Cordero de Dios elegido para ser ofrecido por ellos en la pascua. Y eso es precisamente lo que ocurrió durante su entrada a Jerusalén. Cuando vieron llegar a Jesús, todos ellos gritaron: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!".
Por lo tanto, lo que se describe aquí es la presentación oficial de Jesús a Israel como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29), y la aceptación del pueblo y de los sacerdotes.
Notemos otro detalle que confirma esto que decimos. Vemos que las multitudes inflamadas de entusiasmo estaban aclamando al Señor con "¡Hosanna!", que se traduce por "¡salva ahora!", y que se empleaba como una súplica de liberación a Dios y de confianza en su poder (Sal 118:25-26). Por lo tanto, vemos que estaban pidiendo salvación al Señor, y él venía a dársela. Es verdad que ellos estaban pensando en salvación política, mientras que el Señor venía a traerles la salvación de los pecados, pero de esto hablaremos más adelante.
Por el momento debemos notar que las palabras elegidas por el pueblo para aclamar al Señor procedían del Salmo 118. Esto era lógico, puesto que los judíos cantaban los Salmos 113 al 118 durante la fiesta de la pascua, así que estarían presentes en sus mentes. Algunas porciones de estos salmos las cantaban cuando se sacrificaban los corderos pascuales. Y curiosamente, el siguiente versículo en el Salmo 118 que ellos citaron decía: "Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar" (Sal 118:27). Como decíamos, hacía referencia a los corderos pascuales que eran atados para ser sacrificados. En este sentido, es interesante notar que sólo el evangelista Juan recoge el hecho de que cuando fueron a prender a Jesús, también le ataron (Jn 18:12).
Por lo tanto, aunque ellos usaron las Escrituras para que el Señor cumpliera sus propias expectativas en cuanto a un Mesías político, Dios les contestó dándoles al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", tal como la Palabra anunciaba de verdad.
Y en este punto cada uno de nosotros debemos hacernos una importante reflexión acerca de cómo usamos las Escrituras. Acabamos de ver que los judíos las empleaban para promover sus anhelos de cambios políticos tal como ellos querían que tuvieran lugar, ignorando lo que realmente decía su Palabra, pero colocando al Señor a su lado como garantía para su éxito. Y en nuestros días encontramos actitudes similares. Por ejemplo, algunos reivindican que personas homosexuales deberían poder ser pastores en las iglesias, y curiosamente, colocan a Jesús de su lado como su más importante aliado. Ellos razonan que el Señor siempre estuvo con los marginados y excluidos de la sociedad, y que por esa razón, en este tiempo en el que ahora vivimos, estaría con la comunidad homosexual defendiendo sus derechos. Por lo tanto, imaginan al Señor como uno de los que iría al frente de sus marchas en el día del orgullo gay. Por supuesto, no hay ninguna duda de que Cristo ama a todas las personas por igual y murió por todos sin distinción, pero eso no cambia el hecho de que siempre condenó el pecado en todas sus formas. Y la Biblia no deja lugar a dudas en cuanto a que la homosexualidad es un pecado, al igual que otras muchas cosas dentro del ámbito de la sexualidad, como el adulterio, las relaciones prematrimoniales, la lujuria, la pornografía, el incesto, las relaciones con animales... Debemos reflexionar bien sobre este asunto, porque decir que el Señor está a nuestro lado en lo que pensamos, no quiere decir que realmente lo esté. La única forma de comprobarlo es leyendo lo que él de verdad ha dicho en su Palabra.
La actitud de las multitudes
Juan omite una vez más algunos de los detalles que ya conocemos por los evangelios sinópticos, y se centra en las multitudes que habían ido a Jerusalén para celebrar la fiesta de la pascua. Cabe recordar que la pascua era una de las tres grandes fiestas anuales en las que los israelitas estaban obligados a ir a Jerusalén para su celebración. Y aunque todavía quedaban unos días para su comienzo, muchos israelitas procedentes de otros lugares ya habían llegado a la ciudad. Por supuesto, el número era tan grande que resultaba imposible albergar a tantos peregrinos en la ciudad, por esa razón, muchos instalaban sus tiendas en las laderas de los montes y colinas de alrededor. Muchas de esas sencillas construcciones estarían montadas en el camino por donde ahora Cristo iba a pasar para llegar a la ciudad, y esto facilitó que muchos se unieran a la comitiva. Por otro lado, el Señor venía de Betania, una aldea a poco más de un kilómetro de Jerusalén, lo que hacía que las noticias de su llegada circularan de un lugar a otro con mucha rapidez. Además, no hay que olvidar que la expectación era máxima en Jerusalén ante la posibilidad de que Jesús fuera allí durante la fiesta de la pascua.
Por lo tanto, entre los que acompañaban al Señor desde Betania y los que salieron a recibirle desde Jerusalén y sus alrededores, se formó una inmensa multitud de personas que le aclamaron en su llegada.
¿Cuál era la razón por la que salían a su encuentro? Es muy probable que entre estas multitudes los había que estaban allí por diferentes razones:
La mayoría lo hizo porque veían en Jesús el Rey esperado que les libraría del yugo romano.
Tampoco faltarían los curiosos, aquellos que sabían que las autoridades estaban decididas a acabar con Jesús, y que llevaban tiempo formando corrillos en el templo conversando sobre la posibilidad de que a pesar de todo él se presentara en Jerusalén (Jn 11:56-57). Por lo tanto, cuando supieron que Jesús estaba llegando, salieron a verle, interesados en ver cuál sería el desenlace del asunto.
Otros estarían allí porque habían oído que Jesús había resucitado a Lázaro y querían ver al responsable de tal milagro. Siempre hay personas que son movidos por lo sensacional.
Y muchas personas no tienen un criterio propio de las cosas y se limitan a imitar lo que los demás hacen, así que, si muchos iban a recibir a Jesús y le aclamaban, ellos harían lo mismo. No necesitaban más razones.
No hay que olvidar que en un ambiente así el entusiasmo puede ser muy contagioso. Pero nuevamente nos debemos preguntar: ¿Qué entendían las multitudes de lo que estaba ocurriendo? ¿Eran auténticos creyentes?
Seguro que entre ellos había algunos que realmente eran creyentes, pero considerando lo que ocurrió unos pocos días después, cuando las mismas multitudes gritaron pidiendo a Pilato que crucificara a Jesús, hemos de pensar que la mayoría no lo era.
Esto nos lleva a hacernos varias consideraciones.
La primera, es que la aclamación popular no tiene ningún valor. Las multitudes encumbran un día y olvidan otro. Pocas cosas hay en este mundo que tengan menos valor que el aplauso público.
En segundo lugar nos debemos preguntar por qué cambiaron tan drásticamente de opinión. Y en este sentido es interesante considerar el estrecho paralelismo que este pasaje presenta con el de la multiplicación de panes y peces que encontramos en el capítulo 6 de este evangelio. En ambos casos el momento se sitúa en los días anteriores a la fiesta de la pascua (Jn 6:4) (Jn 12:1,12). También en las dos ocasiones el Señor hizo un milagro (la multiplicación de panes y peces, y la resurrección de Lázaro) que excitó los ánimos de las multitudes que reaccionaron queriendo hacerle rey (Jn 6:15) (Jn 12:13). Pero en ninguna de las dos veces las multitudes quisieron entender el propósito de los milagros del Señor, por el contrario quisieron aprovecharse de ellos para sus propios intereses. Pensaron que un rey que pudiera solucionar sus necesidades materiales y que además les devolviera a la vida una vez muertos, era alguien a quien no dudarían en aclamar como su rey. Pero cuando el Señor les habló de la necesidad de su muerte (Jn 6:51) y que él no había ido a Jerusalén para reinar sino para morir (Jn 12:27-34), se dieron cuenta de que las intenciones del Señor no coincidían con sus propios deseos, así que en ambas ocasiones le abandonaron de manera masiva (Jn 6:66). En la primera ocasión "ya no andaban con él", pero en la segunda fueron más lejos, pidiendo a Pilato, el gobernador romano, que crucificara al que tan solo unos días antes habían aclamado como su rey.
Por lo tanto, quedaba claro que ellos estaban dispuestos a aceptarle como Rey siempre y cuando él cumpliera sus expectativas y les diera lo que ellos querían, porque de otro modo, ellos le abandonarían y no dudarían incluso en llevarlo a la cruz. Lamentablemente, también en nuestros días hay muchas personas que se acercan a Dios esperando que él haga todo lo que ellos quieren, y si no lo hace, se molestarán y manifestarán su amargura contra él de manera evidente. Pero no nos engañemos, quienes entienden las cosas de ese modo, no lo están recibiendo como Rey, sino que quieren que él sea su esclavo personal. Y esto es inadmisible. Dios no lo va a aceptar nunca.
La actitud del Señor
Ya hemos dicho que cuando el Señor llegó a Jerusalén, algunos fariseos le pidieron que calmara a las multitudes y las hiciera callar, pero él, lejos de hacerles caso, les dijo: "si éstos callaran, las piedras clamarían" (Lc 19:39-40). De aquí se desprende que el Señor estaba afirmando el derecho que tenía a recibir esa alabanza.
En todo caso, hay aquí algo que nos sorprende. Hemos visto que un año antes, cuando las mismas multitudes enfervorizadas por el milagro de la multiplicación de panes y peces quisieron hacerle rey, el Señor se apartó de ellos y no les dejó seguir con sus planes (Jn 6:14-15). ¿Qué es lo que había cambiado? ¿Acaso no seguían pensando en el Señor como un rey terrenal y un libertador político que les libraría del yugo romano y les traería reposo y paz? ¿Por qué antes se lo impidió y ahora hasta parecía promoverlo?
Bueno, hasta donde somos capaces de ver, es verdad que no parece que hubiera habido grandes cambios en las multitudes durante ese tiempo, no obstante, sí que apreciamos una diferencia significativa. En la ocasión anterior habían sido las multitudes quienes promovieron el asunto, mientras que ahora era Cristo mismo quien lo hacía. Y aunque esto pueda no parecer importante, para el Señor sí que lo era, porque para él todo debía llevarse a cabo de acuerdo con el "determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hch 2:22-23), y no conforme a los planes de los hombres
Recordemos la conversación del Señor con sus hermanos en los días previos a subir a la fiesta de los tabernáculo. Ellos le dijeron: "Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo", a lo que Jesús les respondió: "Mi tiempo aún no ha llegado" (Jn 7:4-6). Pero en este momento que ahora estamos estudiando, "la hora" marcada en el calendario divino había llegado, por eso, lejos de desanimar el entusiasmo de las multitudes, aceptaba la aclamación que lo identificaba como el Mesías.
Y por otro lado, seguramente el Señor eligió esta fiesta de la pascua y no otra antes, porque sabía que sus discípulos no estaban preparados para aceptar la cruz ni desarrollar la misión que el Señor les iba a encomendar después. Por los otros evangelios sabemos que Jesús dedicó mucho tiempo en ese último año para enseñar a sus discípulos acerca de la Obra de la Cruz.
En todo caso, Jesús era ciertamente el Rey de Israel, y no había nada de extraño en que él aceptara este tipo de aclamaciones. Otro asunto diferente es que ellos pensaban en él como un libertador político que en pocos días haría sonar las trompetas llamando a la guerra contra los romanos, algo que por supuesto no estaba en la mente del Señor. Pero eso lo iba a aclarar inmediatamente por medio de un acto muy significativo que sería al mismo tiempo el cumplimiento de lo anunciado por los profetas.
Jesús cumple las profecías del Antiguo Testamento
(Jn 12:14-15) "Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna."
Juan pasa por alto aquellos detalles que ya conocemos por los otros evangelios, como por ejemplo la búsqueda del asnillo, y se centra en el hecho de que al entrar en Jerusalén montado sobre él estaba cumpliendo exactamente lo que el profeta había anunciado acerca del verdadero Mesías. Y en este sentido, no deja de sorprendernos cómo el Espíritu Santo había revelado con total precisión hasta los más mínimos detalles del ministerio terrenal del Señor.
Analizando esta cita encontramos que es el cumplimiento de una profecía de Zacarías:
(Zac 9:9) "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna."
No hay duda de que el evangelista introduce esta cita aquí como una respuesta del Señor a la entusiasta acogida de las multitudes. Ellos estaban atrapados en sus interpretaciones nacionalistas, y sólo lograban ver en Jesús a un libertador político, pero lo que Zacarías había profetizado, y Jesús estaba cumpliendo, servía para dar el sentido correcto a lo que estaba ocurriendo. Con esto el Señor indicaba que aceptaba ser conocido como el Rey de Israel, pero establecía los términos exactos en los que debía interpretarse este hecho. Veamos algunos detalles de su profecía.
En primer lugar debemos notar que cuando Zacarías hizo este anuncio, unos cuatro siglos antes del momento que ahora estudiamos, ya hacía mucho tiempo que no había reyes de la casa de David que se sentaran en el trono de Israel. Todo eso había terminado con el cautiverio a Babilonia. Por lo tanto, cuando ahora Jesús, el legítimo descendiente del rey David, se presenta en Jerusalén como su Rey, nos damos cuenta de que Dios no había olvidado sus promesas y se disponía a cumplirlas. Recordemos la promesa concreta que Dios le hizo al rey David:
(2 S 7:16) "Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente."
Por otro lado, es importante notar también que el Señor venía montado sobre un asnillo, con lo cual ponía de relieve la naturaleza de su Reino. Que el Señor eligiera un pollino como cabalgadura para su entrada en Jerusalén es significativo por varias razones.
Si algún soldado romano estuviera presenciando aquel acontecimiento, difícilmente hubiera tenido sospechas de que el Señor se estaba preparando para perpetrar un ataque contra las legiones romanas destacadas en la Torre Antonia allí en Jerusalén. Y tampoco se le pasaría por la cabeza que estuviera llevando a cabo una entrada triunfal en la ciudad. Ellos estaban acostumbrados a ver a sus emperadores y gobernadores montados en magníficos caballos o carros. Pero un asnillo, rozaría lo grotesco para un romano. Además, tampoco venía acompañado de grandes ejércitos, con gran pompa y reconocimiento oficial. Todo lo contrario, lo que allí estaba pasando era improvisado, y las multitudes, lejos de ir armadas, lo único que portaban eran ramas de palmera.
La verdad es que aunque este acontecimiento se conoce tradicionalmente como "la entrada triunfal del Señor en Jerusalén", ese título sería más apropiado para la futura venida de Cristo en gloria. En esta ocasión no venía para conquistar Jerusalén y liberarla de sus opresores romanos. Tampoco venía para restaurar el reino terrenal de David. Eso lo hará en un día futuro, cuando regrese como vencedor glorioso a derrotar a todos sus enemigos y ser coronado legítimamente como Rey de reyes y Señor de señores. Y en ese día no vendrá montado en un humilde asnillo, sino que tal como lo describe el libro de Apocalipsis, aparecerá cabalgando sobre un caballo blanco, vestido de sus ropas reales y rodeado de los ejércitos celestiales (Ap 19:11-16).
Por lo tanto, la aplicación de la profecía de Zacarías a lo que en esos momentos estaba ocurriendo, nos ayuda a entender que esta entrada del Señor en Jerusalén debe ser interpretada como una misión de paz, en la que él se presentaba como "el Príncipe de paz" (Is 9:6).
Ahora bien, si nos fijamos detenidamente en la cita de Zacarías, observaremos que Juan no la cita textualmente. Vemos que las primeras palabras: "No temas, hija de Sión" no se encuentran en Zacarías. Algunos han sugerido que esto es debido a que Juan estaba escribiendo de memoria, y por esa razón puede haber cambiado alguna expresión. Esto resulta razonable. Pero cabe también la posibilidad de que estuviera uniendo la cita de Zacarías con otras profecías. Veamos algunas posibilidades:
(Sof 3:16-17) "En aquel tiempo se dirá a Jerusalén: No temas; Sion, no se debiliten tus manos. Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos."
(Is 40:9) "Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!"
Fijémonos que en estas dos profecías, la razón por la que no debían temer era porque el Rey de Israel, el Señor, estaba en medio de ellos. Además, él venía para darles vida, como se la había dado a Lázaro al resucitarle de los muertos. Por lo tanto, no era un guerrero que los llevaría a la guerra y a la muerte. ¡Cuántos pretendidos libertadores ha conocido este mundo que han llenado de cadáveres sus países! Pero los que aquel día estaban en Jerusalén no debían temer, puesto que la única sangre que se iba a derramar sería la de Cristo.
Por otro lado, hay cierta cuestión importante sobre la que debemos reflexionar en todas estas citas del Antiguo Testamento. Si nos detenemos a observar el contexto de todas ellas, veremos un fenómeno que ocurre en repetidas ocasiones en el Antiguo Testamento: nos referimos al hecho de que la primera y la segunda venida del Mesías aparecen juntas. Un ejemplo claro lo encontramos en el texto de Isaías que el Señor leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4:17.21) (Is 61:1-2). Al terminar la lectura de esta pequeña sección el Señor dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros". Pero si continuáramos leyendo en el profeta Isaías, veríamos que continúa tratando acontecimientos que todavía no se han cumplido y que claramente identificamos con su segunda venida. Y con las citas de Zacarías, Sofonías o Isaías que tenemos aquí ocurre lo mismo. Leyendo su contexto inmediato veríamos que aparecen promesas en las que se afirma que Israel será liberada de todos sus enemigos, que el Señor juzgará a las naciones, que congregará a todos los dispersos de su pueblo, que destruirá los arcos de guerra y traerá paz a las naciones, que su Reino será universal y visible en la tierra, trayendo sobre este mundo infinidad de bendiciones propias de la era mesiánica.
Es verdad que Juan omite el contexto de las profecías que cita, y lo hace por la sencilla razón de que sólo le interesa mencionar aquellas partes que tienen que ver con lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento.
Ahora bien, ¿por qué eran necesarias dos venidas y no una sola? La razón es muy sencilla: es imposible gobernar a hombres que previamente no han sido perdonados y regenerados por el Espíritu Santo. Intentar establecer un Reino que se rigiera por los santos mandamientos de Dios con personas que viven bajo los efectos de su naturaleza caída, siempre estaría abocado al fracaso.
Los discípulos no entendieron estas cosas al principio
(Jn 12:16) "Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho."
Ya hemos considerado que las multitudes no lograron entender la verdadera naturaleza de lo que estaba sucediendo. Pero ahora el evangelista va a reconocer también el fracaso de los propios discípulos para entenderlo: "estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio" (Jn 12:16).
En aquellos momentos ellos andaban al lado del Señor, y rodeados de las multitudes que le aclamaban, quizá quedaron deslumbrados por todo ello, y no lograron entender el significado real del evento. Además, no debemos olvidar la fuerte resistencia que presentaban a aceptar los anuncios que reiteradamente les hizo el Señor en cuanto a la necesidad de ir a Jerusalén para ser despreciado del pueblo y morir allí. Recordamos la actitud del apóstol Pedro después de uno de esos anuncios: "Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca" (Mt 16:22).
Aquí Juan confiesa con humildad que no entendieron lo ocurrido hasta que "Jesús fue glorificado", es decir, hasta que ascendió al cielo después de resucitar y envió al Espíritu Santo (Jn 2:22), quien les recordaría y enseñaría muchas de las cosas que habían quedado pendientes en sus mentes (Jn 14:26). Fue entonces cuando "se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho".
Ahora bien, ¿qué es lo que no entendieron al principio? Puede que únicamente fuera el hecho de que ellos mismos estaban participando en el cumplimiento de una profecía en cuanto al Mesías. Pero puede ser también que lo que no entendieron esté relacionado con algo que decíamos hace un momento. Si continuamos leyendo la cita de Zacarías notamos que a continuación hay un anuncio del juicio divino sobre los enemigos de Israel. Con toda probabilidad ellos pensaron que eso iba a ocurrir una vez que el Señor llegara a Jerusalén. En ese caso, lo que no entendieron es que Zacarías, como otros profetas también, unían con frecuencia los acontecimientos relacionados con las dos venidas del Mesías. En ese caso, lo que llegaron a entender cuando el Señor fue glorificado, es que el Señor había venido en esa primera ocasión como Salvador, pero volvería una segunda vez como Conquistador.
Otro detalle en el que debemos pensar es a qué momento se refiere Juan cuando dice que llegaron a entender estas cosas "cuando Jesús fue glorificado" (Jn 12:16). Lo más probable es que esto se relacione con el hecho de la glorificación del Señor a la diestra de la Majestad en las alturas, una vez que hubiera resucitado y ascendido al cielo. Pero cabe también la posibilidad de que Juan estuviera asociando la glorificación de Jesús con la Cruz. Y en este sentido, aunque es cierto que la gloria de Dios se manifestó continuamente en la vida y ministerio del Hijo, donde más brilló fue en la cruz. Es verdad que este hecho rompe los esquemas humanos que siempre asocian la gloria con el poder, la fama y las riquezas, pero desde la perspectiva divina, donde mejor se aprecia la gloria de Dios es en el amor y la humildad expresados en el sacrificio de la Cruz. Entender este hecho daba un nuevo sentido a lo que allí había ocurrido. Es muy probable que cuando el Señor entró en Jerusalén en medio de la aclamación popular, ellos pensaron que ese era el momento más glorioso en el ministerio del Señor, pero cuando entendieron las implicaciones de la Obra de la Cruz, su perspectiva cambió radicalmente. No hay otro lugar donde podamos ver con mayor claridad la gloria de Dios que en la Cruz de Cristo.
Y en este punto, como es habitual con Juan, parece querer establecer un contraste con el pasaje anterior. Aquí estamos viendo que ni las multitudes, ni tampoco los propios discípulos, lograron entender que la entrada de Jesús en Jerusalén tenía como objetivo ir a la Cruz. Y esto hacía que su pretendida adoración no fuera recibida por el Señor con agrado. Por el contrario, lejos del bullicio de las multitudes, en un ambiente de recogimiento familiar, encontramos a María, la hermana de Lázaro, que consciente de lo que el Señor se proponía, ungió sus pies preparando su cuerpo para la sepultura (Jn 12:7). Ella sí que entendió y aceptó la Cruz, por esa razón el Señor defendió y alabó su acto de adoración. La conclusión es sencilla pero muy importante: toda adoración que no parta de una compresión adecuada de la Obra de la Cruz, no es agradable al Señor, aunque sea dirigida por miles de personas que aclaman al Señor como su Rey.
En todo caso, queda claro que los discípulos no lograron ver en esos momentos que ellos mismos estaban participando en el cumplimiento de ciertas profecías del Antiguo Testamento en relación con el Mesías. Esto nos revela que los discípulos no se estaban esforzando en cumplir esas profecías, sino que de hecho las llevaron a cabo en ignorancia. Sobre esto los incrédulos sugieren que los discípulos habían planeado cada paso para hacer que Jesús apareciera como el Cristo profetizado en el Antiguo Testamento, pero la verdad es que ellos nunca captaron el significado completo del momento hasta que él murió y resucitó.
Y ¿cómo llegaron a entenderlo finalmente? Pues de una manera muy simple: comparando la profecía con el acontecimiento. Y claro esta, también el resto de los judíos podrían haber hecho esa sencilla comprobación, pero estaban cegados por su odio e incredulidad, y eso se lo impedía. Y lo mismo ocurre muchas veces con las personas de nuestro tiempo, que se quejan de que no hay evidencias para creer en Dios, pero que a la vez no dedican ningún tiempo para comprobar este tipo de cosas milagrosas que encontramos en la Biblia.
Al margen de esto, también podemos considerar cómo cada cosa que ocurre en nuestras vidas puede ser usada por Dios en el momento oportuno. Puede que a veces haga falta que pase cierto tiempo para que podamos ver las cosas en la perspectiva correcta, pero entonces Dios las utiliza para nuestro bien, sobre todo si dejamos que el Espíritu Santo dirija nuestras mentes y conciencias.
La resurrección de Lázaro
(Jn 12:17-18) "Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído, que él había hecho esta señal."
Juan, como testigo ocular de todo lo que estaba ocurriendo, nos explica que una parte importante del entusiasmo durante la entrada de Jesús en Jerusalén provenía de la resurrección de Lázaro. A esto colaboró muy activamente el hecho de que la gente "daba testimonio" de lo ocurrido, y parece que lo hacía con mucha insistencia.
Que duda cabe que este hecho fue asombroso. Con la palabra de poder del Señor, aquel hombre que llevaba cuatro días muerto, volvió a la vida. Seguro que había más de uno que razonaba que si Jesús había podido resucitar a alguien en esas condiciones, ¿cuáles eran los límites de su poder? Bajo un líder así no tendrían ningún problema para sacudirse de ellos el yugo de los romanos.
La frustración de los fariseos
(Jn 12:19) "Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él."
El evangelista ya nos ha hablado de los apóstoles y discípulos cercanos del Señor, que formarían su círculo más íntimo. También hemos visto las multitudes que le acompañaban desde Betania y las que le salieron a recibir de Jerusalén. Y ahora va a mencionar a un tercer grupo: "los fariseos".
La actitud de estos últimos era muy diferente de la de los anteriores. Ellos miraban con desagrado y odio lo que estaba ocurriendo. Se sentían profundamente frustrados porque sus planes para destruir a Jesús estaban fracasando. Ellos estaban esperando que apareciera para detenerlo y llevarlo ante el Sanedrín a fin de que fuera juzgado, pero en lugar de eso, tenían que presenciar impotentes cómo era aclamado por las multitudes. Por supuesto, en esas circunstancias, si hubieran intentado arrestarle, habrían puesto en peligro sus propias vidas.
Así que, en su rabia, se volvieron unos contra otros lanzándose reproches mutuos: "Ya veis que no conseguís nada". Todos los esfuerzos del Sanedrín para frenar la obra e influencia de Jesús habían fracasado, no habían logrado adelantar nada. Ellos habían ordenado encontrar a Jesús (Jn 11:57), pero ahora estaba allí mismo, en medio de ellos, aclamado por las multitudes, y ellos no podían hacer nada contra él. La situación se les había ido de las manos y es fácil imaginar su frustración. Tal vez se acusaban unos a otros por no haber actuado más decididamente en contra de él antes de haber llegado a este punto.
Lo cierto es que a ellos lo que realmente les preocupaba era que su influencia y gloria entre el pueblo desaparecería si Aquel que resucitaba a los muertos seguía adelante. Y por mantenerse en su posición, estarían dispuestos a cualquier cosa. Más adelante veremos que no dudaron incluso en pedir a un homicida como Barrabás con tal de que Jesús fuera crucificado (Mr 15:6-15).
Por lo tanto, nos encontramos aquí entre dos polos opuestos. Por un lado estaba Jesús, la Luz de la vida, y por el otro los fariseos, que representan perfectamente las tinieblas y la incredulidad. Pero en medio de los dos estaban las multitudes, que en este momento se inclinan hacia Jesús, pero que pocos días más tarde lo harían hacia los fariseos. ¡Así son las multitudes!
En todo caso, con esto último se manifestaba claramente la profunda división que había entre Jesús y los religiosos de su tiempo. La tensión estaba llegando a su clímax, tal como veremos en los próximos relatos.
¿Qué ocurrió después?
Es interesante notar el comentario que los fariseos hicieron al ver la creciente popularidad del Señor: "El mundo se va tras él". Se trata de una expresión semítica que equivale a decir "todos se van tras él". Hemos de suponer que entre los miles de judíos y prosélitos que acudían de todas partes a la pascua en Jerusalén, muchos de ellos estuvieron involucrados de alguna forma en este recibimiento al Señor, de modo que les pareció que toda la ciudad estaba con él.
Pero una vez más, sin pensar en ello, tal como antes había hecho el sumo sacerdote Caifás (Jn 11:49-52), estaban diciendo algo que tendría un alcance muchísimo mayor del que ellos podían imaginar en ese momento. Notemos que en el siguiente pasaje encontramos a un grupo de griegos que tienen especial interés por ver a Jesús. Estos griegos pueden ser considerados como representantes del mundo pagano, los precursores de la iglesia cristiana de mayoría gentil que sí que aceptarían a Jesús como el Mesías una vez que los judíos lo rechazaran.
Otro detalle que también debemos notar es que aunque el pasaje trata de la entrada de Jesús en Jerusalén, lo cierto es que ésta no se menciona. Tal como lo relata Juan, parece que todos los acontecimientos tienen lugar en el camino. Es como si ya se estuviera anunciando de antemano que para ir al encuentro de Jesús hay que salir de la capital, de la sede de las instituciones religiosas. Y de hecho, en los relatos de los evangelios sinópticos que sí recogen su entrada en Jerusalén, hacen notar que fue al templo "y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce" (Mr 11:11). Es decir, el Señor no se quedó allí, sino que inmediatamente emprendió el camino de regreso a Betania. Por su parte, Lucas nos dice que "cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella" y predijo su destrucción (Lc 19:41-44).
Y para finalizar nuestro estudio, tal vez podríamos fijarnos en un pasaje de Apocalipsis escrito por el mismo Juan:
(Ap 7:9-10) "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero."
Encontramos aquí el cumplimiento pleno de lo que el pasaje que acabamos de estudiar anuncia. Vemos a personas de todas las naciones que con palmas en sus manos aclaman al Cordero por la salvación que ha conseguido para ellos y que ellos ya disfrutan plenamente en el cielo.
Preguntas
1. ¿Por qué cree que el Señor preparó su entrada en Jerusalén para que fuera lo más pública posible?
2. ¿Por qué cree que el Señor eligió la fiesta de la pascua para hacer esta entrada en Jerusalén?
3. ¿Cuál cree que fue el propósito por el que el Señor hizo esta entrada tan popular en Jerusalén? Argumente adecuadamente sus conclusiones.
4. Analice la actitud de las multitudes, los discípulos y las autoridades judías.
5. ¿Cree que el Señor aceptó estas expresiones enfervorizadas de las multitudes como auténtica adoración? Razone su respuesta.
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