Estudio bíblico de Job 16:1-18:2
Job 16:1 - 18:4
Continuamos hoy nuestro estudio del libro de Job, y llegamos al capítulo 16. Y vamos a escuchar la respuesta que Job le dio a su amigo Elifaz por segunda vez. Lo que tenemos ante nosotros fue en realidad un debate. Primero escuchamos a una parte, y después a la otra parte. En realidad, esto no tendría que haber sido así, porque estos hombres habían venido como consoladores de Job. Pero en vez de consolarle, estaban debatiendo con él, tratando de derrotarlo, tratando de conseguir una victoria intelectual sobre Job. Pero ellos no estaban ganando el debate. Más bien pensamos que había un empate. Finalmente, un joven que aparentemente había estado presente todo este tiempo, tomó la palabra y siguió argumentando. Y al final de todas las intervenciones, Dios entró en la escena, y eso era lo que Job necesitaba y lo que estaba ansiando.
Ahora, vemos que Elifaz simplemente repetiría una y otra vez lo que había dicho antes. Él era el soñador; había tenido una visión. Él era un espiritualista. Él alegaba tener cierta información especial que ninguna otra persona había obtenido, pero después de su primer discurso no ofreció nada nuevo. Volvió a repetir los mismos argumentos. Y aquí en el capítulo 16, Job le dio su respuesta. Y comenzó diciendo en los primeros dos versículos:
"Respondió Job y dijo: Muchas veces he oído cosas como estas, ¡Consoladores molestos sois todos vosotros!"
Job les estaba diciendo a ellos: "No me habéis dicho nada nuevo, no me habéis dicho nada que yo no supiera, sois unos consoladores molestos".
Creemos que estos hombres eran amigos de Job, terminaron siendo rivales en un debate. Y Job tuvo esta oportunidad de presentar su réplica después de que cada uno de ellos habló, y esta respuesta es la que estamos examinando. Luego en el versículo 3, él dijo:
"¿Tendrán fin las palabras vacías? ¿Qué es lo que te anima a responder?"
En otras palabras, Job estaba diciendo: "Yo pensé que habríais tenido vergüenza de hablar como lo habéis hecho". Esas son palabras inútiles, palabras vacías. No satisfacen mi necesidad".
Y Job continuó diciendo en el versículo 4:
"También yo podría hablar como vosotros, si vuestra alma estuviera en lugar de la mía. Yo podría hilvanar contra vosotros palabras, y sobre vosotros mover la cabeza".
Job les estaba diciendo que si se encontraran en la situación opuesta, él podría haber pronunciado palabras de condena contra ellos.
El apóstol Pablo estaba preocupado por este tipo de situaciones y escribió a los creyentes para contrarrestar estos problemas, en Gálatas 6:1, "Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado". O sea, que no se debe ir a discutir con esa persona, ni a predicarle. El apóstol recomendó restaurarla con amabilidad y humildad, lo cual fue ilustrado por el Señor Jesucristo cuando lavó los pies de los suyos. En la actualidad Él aún está ocupado en esa tarea. Como dijo el apóstol Juan en su primera carta 1:9, "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad". Desde un punto de vista espiritual, Él aún lava los pies de los creyentes, es decir, que Él limpia, purifica a los suyos. Pero también nos dejó un ejemplo. Si, figurativamente hablando, usted va a ayudar a alguien en esa limpieza de los pies, en esa limpieza espiritual, no debe acercarse a esa persona desde un nivel de superioridad, mirándola por encima del hombro, con un tono acusador y autoritario. Usted debe actuar como el Señor Jesucristo, es decir, como Él hizo al inclinarse y ocupar el lugar de un siervo para lavar los pies. Eso es bastante diferente que comenzar a argumentar con esa persona.
Fue lamentable que estos amigos no se acercaran a Job de esa manera. Ellos le amonestaron, le reprendieron, pronunciando verdaderos sermones. Consciente de ello, Job les dijo que si él estuviera en lugar de ellos, podría haber hecho lo mismo. Podría haber movido la cabeza como un gesto de reproche, colmándoles de palabras recriminatorias. Pero escuchemos lo que él dijo aquí en el versículo 5, de este capítulo 16:
"Pero os alentaría con mis palabras, y el consuelo de mis labios calmaría vuestro dolor".
Job les dijo que se hubiera acercado a ellos con una actitud diferente. Porque hubiera deseado fortalecerles, consolarles. Hubiera querido "lavarles los pies", es decir, restaurarles a una relación de compañerismo, que es lo que ellos debieran haber hecho con él. Luego Job dijo en el versículo 6:
"Pero en mí, aunque yo hable, el dolor no cesa; y aunque deje de hablar, no se aparta de mí".
O sea que en cualquier caso, Job no recibió ninguna ayuda de ellos. Y continuó diciendo en los versículos 7 y 8:
"Porque ahora él me ha fatigado; ha asolado toda mi compañía. Me ha llenado de arrugas: testigo es mi delgadez, la cual se levanta contra mí para testificar en mi rostro".
En otras palabras, su aspecto era como un hombre prematuramente envejecido, cuyo aspecto era deplorable. Y continuó dando estos detalles en los versículos 9 al 11, que dicen:
"Su furor me ha destrozado, me ha sido contrario; cruje sus dientes contra mí: contra mí aguza sus ojos mi enemigo. Ellos han abierto contra mí su boca, y han herido mis mejillas con afrenta: ¡contra mí se han juntado todos! Dios me ha entregado al mentiroso, en las manos de los impíos me ha hecho caer".
Job clasificó a estos hombres como impíos. Se suponía que eran sus amigos, pero le trataron como a un enemigo. Es que ellos pensaban que estaban defendiendo a Dios, pero al actuar así, fueron injustos, e incluso brutales en sus acusaciones contra Job. Ahora, en el versículo 12, dijo:
"Yo vivía en prosperidad, y me desmenuzó; me arrebató por la cerviz, me despedazó y me puso por blanco suyo".
Job reconoció que Dios había permitido que todo esto le sucediera. ¿Ha visto usted alguna vez a un perro que haya cazado algún conejo u otro animal y se ha dado cuenta de como lo ha tomado del cuello y lo ha sacudido? Cuando el animal hace eso, uno no le puede quitar la presa. Aparentemente, Job había visto esta escena y dijo que de esa manera Dios le había sacudido a Él. Estimado oyente, a veces Dios somete a los suyos a estas experiencias. Y en el versículo 13, leemos:
"Me rodearon sus flecheros, y él partió mis riñones sin compasión y derramó mi hiel por tierra".
Pensando en la amargura de la hiel, él estaba diciendo que su amargura se había desbordado de su interior. Y en el versículo 14, dijo:
"Me quebrantó de quebranto en quebranto; corrió contra mí como un gigante".
Job dijo que Dios simplemente caminó sobre él como un gigante. Él sintió como si le hubiera sido pisoteado como si fuera un felpudo. Uno no puede encontrar una descripción más vívida que la que Job presentó aquí.
Grandes escritores del pasado, novelistas, poetas y ensayistas han leído y releído el libro de Job. Su lenguaje es excelente. Y sus descripciones magníficas. Le recomendaríamos estimado oyente que lo leyera para que se convierta en una parte de usted mismo. La belleza del lenguaje aquí es maravillosa. Bien, luego dijo Job en los versículos 15 y 16, de este capítulo 16:
"Entonces cosí sobre mi piel tejidos ásperos y puse mi cabeza en el polvo. Mi rostro está hinchado por el llanto y mis párpados entenebrecidos"
¿Se ha podido dar cuenta usted de lo cerca que Job estaba de la muerte? Él la deseaba y, sin embargo, la evitaba. Él se encontró justamente en el mismo umbral de la muerte durante todo este tiempo. Él creyó que en cualquier momento podría morir. Estaba muy, pero muy enfermo. Escuchemos lo que dijo en el versículo 17:
"A pesar de no haber iniquidad en mis manos y de ser pura mi oración".
Ahora, aquí vemos aflorar en el corazón y en la vida de Job lo que necesitaba ser tratado. Los amigos de Job no le habían estado conduciendo al lugar donde él se podría haber juzgado a sí mismo. En cambio, en realidad le habían provocado un espíritu de vindicación propia, colocándole en una actitud defensiva. Y en el momento en que él comenzó a defenderse a sí mismo, había dejado a Dios en una posición desventajosa. Job se justificó a sí mismo en vez de justificar a Dios. El problema fue que sus amigos condenaron a Job en vez de inducir a Job a condenarse a sí mismo. Utilizaron con él una aproximación equivocada.
En el momento en que una persona comienza a defenderse a sí misma, se coloca en una posición a la cual se refirió el apóstol Juan con sinceridad, cuando afirmó en su primera carta 1:8 y 10: "8Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. 10Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros". O sea, que se pone a Dios en la posición en que es Él quien lleva la culpa. Se le aparta a Él de la posición de Juez, y se lo rebaja a la posición del que es juzgado, del culpable, del criminal. Es como si alguien presentara un cargo contra Dios.
En realidad hay muchas personas que se han puesto a juzgar a Dios y esto es lo que Job estaba haciendo entonces. Él se estaba justificando a sí mismo, como vemos en la frase del versículo 17: "A pesar de no haber iniquidad en mis manos". Y en el momento mismo en que él decía eso, estaba también diciendo que Dios se había equivocado al permitir que esto le sucediera.
Y luego continuó diciendo: "y de haber sido mi oración pura". Hemos oído esta frase expresada por creyentes muchas veces. Y para decir la verdad, tenemos nuestras dudas de que algunos de nosotros, podamos pronunciar una oración pura. Ésa es la razón por la cual al terminar nuestra oración decimos: "Te lo rogamos en el nombre del Señor Jesucristo", porque no creemos que nuestro nombre pueda servir, y que podamos llegar a la presencia de Dios por nuestros propios méritos. Aquí Job estaba pensando que él sí lo podía hacer. Leamos el versículo 18:
"¡Tierra, no cubras mi sangre ni haya en ti lugar para mi clamor!"
Aquí se lamentó en un lenguaje espectacular. Pidió a la tierra que no cubriera su sangre. Si la sangre de Abel clamó a Dios, Job pensó que su sangre ciertamente debería clamar también a Dios. Dios no cubrirá ninguna sangre. Él ve la sangre que Cristo derramó, estimado oyente, especialmente cuando usted la rechaza. Y continuamos con el versículo 19:
"En los cielos está mi testigo y mi defensor en las alturas".
Toda la Biblia nos indica que Dios registra información de cada uno de nosotros. Hay aquellos que escuchan con ironía o desprecio esta afirmación y dicen: "Bueno, imagínese usted a Dios allí en el cielo, sentado, llevando nota de toda esa información". Pero nadie ha dicho que Él haga eso, porque Él no necesita hacerlo. Si el hombre ha podido avanzar tanto en el área de la informática, Dios puede tener un sistema de guardar información que supera todo lo que podamos imaginar. Creemos que todo lo que hemos dicho y hecho ha quedado registrado. Y podemos considerarnos agradecidos a Dios y satisfechos que todo lo negativo registrado de nuestra naturaleza humana ha sido borrado por la sangre de Jesucristo.
Leamos ahora el versículo 20, de este capítulo 16:
"Disputadores son mis amigos, mas ante Dios derramaré mis lágrimas".
Éste es el cuadro que tenemos de Job aquí, sentado en ese lugar tan desolado, que era el basurero de la ciudad, con las lágrimas brotando de sus ojos. Sus amigos estaban a su alrededor, observándolo con desprecio, llamándole hipócrita y acusándole de ser un mentiroso. Ellos no le conocían realmente, tampoco conocían a Dios, ni se conocían a sí mismos. Escuchemos lo que dijo aquí en el versículo 21:
"¡Ojalá pudiera disputar el hombre con Dios como con su prójimo!"
Aquí tenemos otro de aquellos lamentos de Job. Que extraordinario es para los creyentes saber que tenemos un intercesor, un abogado que nos representa ante Dios. Él se ha ocupado de nuestro caso y todo ha quedado arreglado. Él presenta nuestras súplicas a Dios. Como dijo el apóstol Pablo en Primera de Timoteo 2:5, "Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre". Y Él quiere ser su abogado, estimado oyente, si aún no lo es. Y llegamos ahora a
Job 17
Y aquí nos dijo en el versículo 1:
"Mi aliento se agota, se acortan mis días y me está preparado el sepulcro".
Lo que realmente quiso decir con estas palabras fue que se encontraba gravemente enfermo, tan cerca de la muerte que podía contemplar su propia tumba ya lista para recibirle. Y luego dijo en el versículo 2:
"No hay conmigo sino burladores; en su provocación se fijan mis ojos".
Así que aquí le vemos muriendo y sus amigos burlándose de él. ¡Qué cuadro! Aquellos que habían venido a consolarlo, ahora estaban debatiendo con él y en realidad lo estaban condenando. Debemos decir que uno puede llegar a ser un creyente muy duro y no ser de ninguna ayuda a los que sufren por encontrarse bajo la disciplina de Dios.
Tenemos que reconocer que hay ocasiones en las que se deben utilizar palabras severas. Dios estaba actuando con severidad con Job, pero también iba a consolarle y a restaurarle. Qué bueno sería que usted y yo nos diéramos cuenta de que Dios es un Dios de juicio, pero que también es un Dios de gracia y misericordia, Escuchemos lo que dijo Job ahora, en los versículos 3 al 5, de este capítulo 17:
"Sé tú, Dios, mi fiador, y sea junto a ti mi protección; porque ¿quién, si no, querría responder por mí? Pues del corazón de estos has escondido la inteligencia y, por tanto, no los exaltarás. ¡Desfallecerán los ojos de los hijos del que por recompensa denuncia a sus amigos!"
Job llegó a la conclusión de que solo Dios podía responder por él y expresó una dura denuncia a la infidelidad de sus amigos. Leamos ahora el versículo 13, donde dijo:
"Por más que yo espere, la muerte es mi casa, y yo haré mi cama en las tinieblas".
En realidad, Job sentía que ese basurero en las afueras de la ciudad era su lecho de muerte. No esperaba salir vivo de allí. Y continuó diciendo en los versículos 14 al 16:
"A la corrupción le digo: Mi padre eres tú, y a los gusanos: Sois mi madre y mi hermana. ¿Dónde, pues, estará ahora mi esperanza? Y mi esperanza, ¿quién la verá? A la profundidad de la muerte descenderán, y descansaremos juntos en el polvo".
En esta descripción, la corrupción y el decaimiento estaban más cerca de él que sus padres, que le habían traído al mundo. En ese momento Job estaba más próximo a la muerte que a ellos. Su cuerpo, tan cansado y enfermo, estaba listo para volver al polvo. Y ahora llegamos a
Job 18:1-2
Y a la respuesta que le dio Bildad, el suhita. Éste era el segundo discurso de Bildad y su refutación a Job. Lo interesante aquí es que él ya no tenía nada nuevo que aportar. Recordemos que él era un tradicionalista. Y él tenía una serie de proverbios y dichos que iba conectando unos con otros. Algunos eran buenos, pero ninguno de ellos arrojaba ninguna luz sobre el caso de Job. Escuchemos lo que dijo en los primeros dos versículos del capítulo 18:
"Respondió Bildad, el suhita, y dijo: ¿Cuándo pondréis fin a las palabras? Pensad, y después hablemos".
En otras palabras él dijo francamente: "Job, si tú te callaras la boca, nosotros entonces podríamos hablar. Deberías dejar de hablar y comenzar a escuchar. Has estado hablando, cuando tenías que haber estado escuchándonos". Y uno no puede menos que pensar que todos ellos, tanto Job como sus amigos, podrían haberse abstenido de hablar tanto para poder escuchar. Pero ellos no estaban preparados en esta ocasión para escuchar la voz de Dios. Pero Dios estaba preparando a Job para que él escuchara Su voz.
Eso es lo que le sucede a muchos hoy, que hablan, argumentan y discuten tanto, que parece que sólo quieren escuchar su propia voz. Parece que se está perdiendo la capacidad de escuchar. ¿Será que la mente de las personas está tan llena, tan saturada de insatisfacción que no puede detenerse para escuchar, y sólo puede aturdirse con sus propias preguntas sin respuesta? Estimado oyente, le invitamos a detenerse por un momento en el camino de la vida, y diríjase a Dios en oración, pidiéndole que Su Palabra acalle toda voz, todo pensamiento destructivo, para que el mensaje de las buenas noticias, el mensaje del Evangelio, que le dice que hay salvación para todo aquel que crea en el Señor Jesucristo como su Salvador, pueda resonar con claridad, y para que pueda usted responder por la fe, aceptando Su sacrificio a favor suyo en la cruz. Y la presencia del Espíritu Santo de Dios en su vida será entonces una fuente de paz, de consolación y de inspiración, que le llevará a vivir en paz consigo mismo y con los que le rodean.
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