Estudio bíblico de Mateo 9:14-10:8
Mateo 9:14-10:8
Terminábamos nuestro programa anterior con el episodio de la invitación de Jesús a Mateo. Habíamos considerando la reacción de los Fariseos ante la actitud de Jesús, quien había asistido a un banquete en compañía de recaudadores de impuestos y pecadores, y la respuesta del Señor a sus críticas.
Comenzamos hoy, en el versículo 14, examinando la
Parábola del vestido viejo y los odres viejos
"Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, pero tus discípulos no ayunan?"
Los discípulos de Juan el Bautista habían estado observando a los discípulos del Señor Jesús. Después de todo algunos de estos últimos habían sido, en un principio, discípulos de Juan, como en los casos de Andrés y Felipe.
Como hemos señalado anteriormente, Juan fue un profeta que surgió de las páginas del Antiguo Testamento y se introdujo en los tiempos del Nuevo Testamento para cumplir lo que el profeta Malaquías había predicho: que vendría un mensajero para preparar el camino al Señor Jesús, anunciando su llegada. Y el Señor vino, tal como Juan había proclamado.
El Señor iba a enunciar un principio importante y a revelar el hecho de que estaba por comenzar un nuevo período de tiempo en el contexto de las relaciones entre Dios y la revelación de Su voluntad, con respecto a los seres humanos.
Con respecto al ayuno, tiene en la actualidad un valor real para los creyentes, aunque no existe ningún mandamiento ordenando ayunar. La idea detrás de esta práctica, implica una actitud de postrarnos ante Dios expresando nuestra necesidad de Su misericordia y ayuda. Leamos los versículos 15 al 17:
"Y Jesús les dijo: ¿Acaso los acompañantes del novio pueden estar de luto mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán. Y nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo; porque el remiendo al encogerse tira del vestido y se produce una rotura peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan."
Nuestro Señor les estaba explicando que el antiguo pacto, la dispensación o el período de la Ley estaban llegando a su fin, y que El no había venido para proyectarlo o continuarlo en esta nueva época. En realidad, había venido para proveer una vestidura nueva, que consistía en un manto de justicia que El daría a todos los que confiasen en El.
Los odres, hechos de pieles de animales, se dilatarían al entrar en contacto con el vino nuevo. Pero los odres viejos, ya habían alcanzado el punto de mayor dilatación y, al ser llenados con vino nuevo, reventarían, perdiéndose así el vino.
El Señor quería decir que no había venido para colocar remiendos sobre ropas gastadas, viejas, sino para presentar una vestidura completamente nueva. Esta fue una afirmación radical, que el Evangelista Juan resumió en su libro, en 1:17; "Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo".
Llegamos ahora al milagro en que
Jesús sanó a una mujer y resucitó a una niña
Aquí tenemos los milagros octavo y noveno, unidos en este relato. Ambos son milagros de sanidad, que dieron lugar a escenas dramáticas. Leamos el versículo 18:
"Mientras les decía estas cosas, he aquí, vino un oficial de la sinagoga y se postró delante de Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá."
El escritor Lucas, en su Evangelio, 8:41 y 42, nos cuenta que el dirigente judío vino a Jesús para pedirle que sanara a su hija, que estaba enferma de muerte. Mientras el padre esperaba para hablar con Jesús, vino un criado para informarle que su hija había muerto. Al disponerse Jesús y sus discípulos a seguir a Jairo, el padre de la niña, le siguió una gran multitud. Leamos los versículos 20 y 21:
"Y he aquí, una mujer que había estado sufriendo de flujo de sangre por doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; pues decía para sí: Si tan sólo toco su manto, sanaré."
Este pasaje es llamativo. La niña enferma tenía 12 años, y la mujer enferma había sufrido de flujo de sangre durante 12 años. Aquí vemos que 12 años de luz y vida se habían ido de la vida de aquella niña y por otra parte, 12 años de oscuridad estaban llegando a su fin y la luz estaba iluminando la vida de la mujer. Es todo un contraste entre la luz y las tinieblas. Observemos que Jesús no la tocó, como hizo en otros milagros, sino que ella le tocó a Él. Sin embargo, no fue el método el que la sanó, sino su fe. Dice el versículo 22:
"Pero Jesús, volviéndose y viéndola, dijo: Hija, ten ánimo, tu fe te ha sanado. Y al instante la mujer quedó sana."
Lucas, el médico, nos da más detalles sobre este milagro, diciendo que ella efectivamente tocó a Jesús y fue sana. Después, Jesús continuó su camino hacia la casa de Jairo. Leamos los versículos 23 al 26:
"Cuando entró Jesús en la casa del oficial, y vio a los flautistas y al gentío en ruidoso desorden, les dijo: Retiraos, porque la niña no ha muerto, sino que está dormida. Y se burlaban de Él. Pero cuando habían echado fuera a la gente, El entró y la tomó de la mano; y la niña se levantó. Y esta noticia se difundió por toda aquella tierra."
Cuando Jesús llegó a la casa, se encontró con que nadie creía que El podía resucitar a la niña. Esta fue la primera resurrección de un muerto registrada en los Evangelios, considerando que hubo 3 casos notables de resurrección. El método para resucitarlos fue siempre el de hablar directamente a la persona.
Llegamos ahora al décimo milagro en que
Jesús abrió los ojos de dos ciegos
Leamos los versículos 27 al 31:
"Al irse Jesús de allí, dos ciegos le siguieron, gritando y diciendo: ¡Hijo de David, ten misericordia de nosotros! Y después de haber entrado en la casa, se acercaron a Él los ciegos, y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos le respondieron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe. Y se les abrieron los ojos. Y Jesús les advirtió rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa. Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella tierra."
Aquí los ciegos se dirigieron a Jesús como "Hijo de David", lo cual es significativo en un Evangelio que le presenta como Rey. Este es otro caso notable en que el Señor pidió que no se divulgase lo que había ocurrido. Al leproso le había dicho lo mismo. Seguramente Jesús quería evitar que las muchedumbres se abalanzaran sobre El con el fin de recibir la salud física y le estorbasen en su predicación y actividades. En este caso, vemos que los que recobraron la vista no pudieron contener su alegría y divulgaron la noticia.
Los versículos 32 al 34 relatan el undécimo milagro, en que
Jesús sanó a un hombre mudo endemoniado
"Y al salir ellos de allí, he aquí, le trajeron un mudo endemoniado. Y después que el demonio había sido expulsado, el mudo habló; y las multitudes se maravillaban, y decían: Jamás se ha visto cosa igual en Israel. Pero los fariseos decían: El echa fuera los demonios por el príncipe de los demonios."
En los capítulos 8 y 9, éste es el tercer incidente de posesión demoníaca. Los Fariseos no negaron que El había hecho hablar al mudo, hacer ver a los ciegos o andar al paralítico. Le acusaron de realizar estos milagros por el poder de Satanás.
Leamos el versículo 35:
"Y Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia."
"El Evangelio del Reino" no es el evangelio de la gracia de Dios. Esto no significa que hay dos evangelios. Hay un solo evangelio, pero en él hay muchas facetas. El evangelio del reino era el anuncio de que el reino de los cielos se había acercado, y que había que prepararse para el Rey. Se requería una condición del corazón que aceptase y siguiese al Rey, que después iba a ir a la cruz.
La frase "sanando toda dolencia y enfermedad" nos explica, una y otra vez que en aquella época, miles de personas fueron sanadas. Por este motivo, sus enemigos nunca cuestionaron el hecho de que El realizara milagros; era demasiado evidente.
Aunque en un programa anterior ya he hablado sobre la sanidad en nuestro tiempo, enfatizaré nuevamente que el Señor Jesucristo es el Gran Médico y yo creo que puede sanar hoy en día, tal como lo hizo en aquellos tiempos. También quiero dejar claro que, ante la enfermedad, debemos procurar la mejor ayuda médica disponible, aunque tenemos que reconocer que los médicos tienen grandes limitaciones. Sin embargo, el Señor Jesús no está limitado. Podemos confiar en que El tratará nuestro caso de acuerdo con su perfecta voluntad, y tenemos que darle el mérito y la honra, cualquiera que sea el resultado.
Leamos los versículos 36 al 38:
"Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies."
Estas palabras contienen un notable sentimiento de compasión. Los reyes y gobernantes ideales que Dios escogió fueron pastores, antes de dirigir al pueblo de Dios. Cuando oramos que el Señor impulse a los obreros para que vayan a recoger la cosecha, oremos que El les dé el corazón de un pastor. Y ora para que el Señor te de a ti un corazón lleno de compasión por los que se pierden.
Habiendo dicho esto a los discípulos, les envió. Cuando tu ores por algo, será bueno que estés dispuesto a hacerlo eso mismo que pides. Cuando el Señor les pidió a sus discípulos que orasen para que hubiese obreros, les envió a recoger la cosecha a ellos mismos. Este es un detalle interesante. Un anciano pastor de una iglesia solía decir: " Cuando un hombre ore por una cosecha de maíz, el Señor espera que diga Amén con una azada en la mano". Siempre he creído que no debiéramos orar por algo a menos que también estemos dispuestos a hacerlo.
Pasemos ahora a considerar el capítulo 10 del libro de Mateo.
Mateo 10:1-8
Tema: Jesús encarga a los doce apóstoles que vayan a la nación de Israel y prediquen el evangelio del reino.
Este capítulo continúa con la tendencia que hemos observado en los movimientos y acciones del Señor Jesús en este Evangelio. Habiendo enunciado los principios éticos, descendió del monte y demostró Su poder para hacer milagros en 12 ocasiones. En este pasaje, encargó a los 12 apóstoles que fuesen a la nación de Israel a predicar el evangelio del reino.
Aquellos hombres tenían que ir no meramente como precursores. Nuestro Señor les dio el poder para llevar a cabo milagros, lo cual era como su credencial. (Incidentalmente, ¿has observado que Juan el Bautista nunca realizó un milagro?) Tomemos nota de que su título cambió de discípulos (o alumnos) a apóstoles (delegados).
Al entrar en este capítulo, recuerdo las sectas religiosas que han acudido a este capítulo buscando autoridad para un ministerio o conducta en particular. Es que las instrucciones para el cristiano no se encuentran en este capítulo. Tenemos que considerar las instrucciones aquí presentadas a la luz de las circunstancias y condiciones bajo las cuales fueron dadas, para poder interpretarlas correctamente.
En el primer párrafo se nos dice que
Los doce fueron comisionados y nombrados
Dice el versículo 1:
"Entonces llamando a sus doce discípulos, Jesús les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia."
Como ya hemos dicho, el poder que les dio era como su credencial para ir a la nación de Israel. Los profetas del Antiguo Testamento habían dicho que éstas serían las credenciales de presentación del Mesías. Habiéndoles concedido ese poder, ya no eran más discípulos sino apóstoles. Leamos los versículos 2 al 4:
"Y los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; y Jacobo, el hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador de impuestos; Jacobo, el hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananita, y Judas Iscariote, el que también le entregó."
Hagamos una lista de los 12 apóstoles:
(1) Simón, llamado Pedro.
(2) Andrés, su hermano.
(3) Jacobo, hijo de Zebedeo.
(4) Juan, su hermano.
(5) Felipe.
(6) Bartolomé.
(7) Tomás.
(8) Mateo, el recaudador de impuestos (y autor de este Evangelio)
(9) Jacobo, hijo de Alfeo.
(10) Tadeo.
(11) Simón, el cananita.
(12) Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús.
Pasamos ahora a considerar
El método y el mensaje de los doce
Leamos los versículos 5 y 6:
"A estos doce envió Jesús después de instruirlos, diciendo: No vayáis por el camino de los gentiles, y no entréis en ninguna ciudad de los samaritanos. Sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel."
Si tú fueras a utilizar las instrucciones para tu ministerio y actividades, de este capítulo, tendrías que limitarte a la nación de Israel ya que, como dice el texto, este ministerio era para ser ejercido entre "las ovejas perdidas de la casa de Israel". Evidentemente, estos versículos no presentan la comisión o encargo que, como iglesia, nosotros hemos recibido. Observemos el contraste con nuestra comisión en el libro de Los Hechos 1:8; " . . . y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra". Observa que nosotros se nos pidió incluir a Samaria y a los confines de la tierra, mientras que Jesús advirtió en este capítulo a los doce apóstoles que se mantuviesen fuera de Samaria y que no fuesen por los caminos de los gentiles (o paganos), sino solamente a "las ovejas perdidas de la casa de Israel".
Y el mensaje de los 12 sería el siguiente: leámoslo en el versículo 7:
"Y cuando vayáis, predicad diciendo: El reino de los cielos se ha acercado."
¿Y cómo podía estar tan cerca? Se había acercado en la persona del Rey, que estaba en medio de ellos.
Hubo un momento en la historia, en que se difundió un sentimiento de optimismo por todo el mundo cristiano. Todas las principales denominaciones y grupos cristianos asumieron la magna tarea de "construir el reino de los cielos" en la tierra. Cada movimiento pensó que tenía un acuerdo con Dios para lograr ese propósito. Por supuesto, la iglesia nunca ha sido llamada a construir tal reino. El Señor Jesucristo mismo establecerá su reino cuando regrese a la tierra. La iglesia es un cuerpo, un organismo llamado de este mundo para revelar a Cristo y proclamar Su evangelio por toda la tierra. El Tema del reino, no es asunto nuestro.
El reino de los cielos está dentro de nosotros cuando recibimos a Cristo en nuestras vidas.
Observemos como nuestro Señor envió a los doce con las mismas credenciales que El mismo tiene. Leamos el versículo 8:
"Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia"
Yo insisto en que si alguien considera que puede ejercer uno de los ministerios mencionados en este último versículo, debería estar capacitado para ejercer todos los que aquí se citan. ¡Y observemos que se incluye la resurrección de muertos! Obviamente, la misión de realizar estos milagros fue aplicable a una época y a las circunstancias concretas en que fue encomendada.
En nuestro próximo programa continuaremos examinando las instrucciones dadas a los doce apóstoles en su misión a Israel.
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