Estudio bíblico: No te avergüences de dar testimonio del Señor - 2 Timoteo 1:8-12
No te avergüences de dar testimonio del Señor - 2 Ti 1:8-12
(2 Ti 1:8-12) "Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día."
En lo que resta de este capítulo nos vamos a encontrar con varias alusiones a la cuestión de sentir vergüenza. La primera referencia la vemos aquí, y es otra de las exhortaciones que Pablo hizo a Timoteo: "no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor". También introduce otro tema que se repite a lo largo de toda la carta y que tiene que ver con la participación del siervo de Dios en las aflicciones por el evangelio. Ahora bien, como es costumbre en Pablo, junto con cada exhortación, va a presentar también los recursos que Dios pone a nuestra disposición para poderlas cumplir. En esta ocasión le mostrará las gloriosas verdades del evangelio de salvación, y el triunfo del Señor Jesucristo sobre la muerte.
Seguiremos el siguiente esquema para nuestro estudio:
Exhortación a no avergonzarse de dar testimonio del Señor.
Exhortación a soportar las aflicciones que acompañan el ministerio.
Un estímulo para soportar el sufrimiento: las gloriosas verdades del evangelio de salvación.
La seguridad de Pablo frente a los padecimientos por el evangelio.
Exhortación a no avergonzarse de dar testimonio del Señor
En vista del don y el llamamiento que Timoteo había recibido de Dios, el apóstol le hace otra exhortación: "Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo". Nuevamente creemos que Pablo no estaba reprendiendo a Timoteo porque se estuviera avergonzando de dar testimonio. Él había demostrado en muchas ocasiones ser un siervo fiel, que había trabajado con frecuencia en medio de la persecución, sin llegar a retroceder nunca. Y no tenemos ninguna razón para pensar que no siguiera siendo así. Pero esto no quita que sintiera dentro de él la tentación de ceder a la vergüenza y a la cobardía en el desarrollo de su ministerio. El Señor habló de esta posibilidad (Mr 8:38), y todos nosotros entendemos bien en qué consiste esta tentación. En el caso de Timoteo, el ambiente en el que tenía que trabajar se estaba volviendo extremadamente hostil. Recordemos que el cristianismo se había convertido en una religión ilegal y predicarlo sería un crimen duramente castigado. Además, el hecho de identificarse con un Mesías crucificado por ser un enemigo del Estado, y con un seguidor suyo encarcelado por razones políticas, conllevaba un estigma social además de un grave riesgo para su propia seguridad personal. Los que vivimos en países donde hay libertad religiosa, no siempre entendemos ni valoramos el tremendo coste que nuestros hermanos tienen que pagar para dar testimonio de su fe en otros países en los que está prohibido. Nuestras oraciones siempre deberían ser elevadas a su favor ante el trono de la gracia.
Y a continuación añade que tampoco debía avergonzarse de Pablo, preso del Señor. El apóstol estaba tan íntimamente ligado al evangelio, que en cierto sentido, avergonzarse de él implicaría necesariamente avergonzarse también del evangelio que predicaba. Al fin y al cabo, la causa por la que Pablo estaba prisionero era por dar testimonio del Señor y por la defensa del evangelio, y aunque estamos seguros de que Timoteo no se avergonzaba del apóstol, y que tan pronto como pudiera iría a verle en Roma, no sería de extrañar que con frecuencia se encontrara con personas que ridiculizarían a Pablo y el evangelio que predicaba, afirmando que la razón por la que había sido puesto en la cárcel era porque lo que hacía no contaba con la aprobación divina. Así pues, avergonzarse de Pablo implicaría también darles la razón en cuanto a que el evangelio que predicaba no era correcto.
Como cristianos, la mayoría de nosotros debemos confesar habernos avergonzado del Señor en un momento u otro. Tal vez lo hicimos por haber temido lo que otros iban a pensar de nosotros, o quizá porque nos preocupaba que nos preguntaran por qué nuestra forma de vida no es consecuente con la fe que profesamos. En cualquier caso, muchas veces somos reticentes para expresar lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas. Y aquí encontramos que Pablo nos exhorta también a nosotros a dar un testimonio valiente y sin complejos de Cristo, sin importar el costo o las consecuencias. Hablando con claridad, sin evasivas ni vacilaciones, explicando la gracia de Dios que nos es ofrecida por el evangelio y también las graves consecuencias de rechazarlo.
Por último, notemos también que a pesar de todo, Pablo no se consideraba preso de Roma o del César, sino que se definía a sí mismo como "preso del Señor". Él sabía que la razón por la que enfrentaba la cárcel tenía que ver con su fidelidad al Señor, y por esa razón, también se sentía en sus manos y bajo su cuidado soberano.
Exhortación a soportar las aflicciones que acompañan el ministerio
La siguiente exhortación de Pablo tiene como finalidad invitar a Timoteo a participar con él en el evangelio y en las dificultades que éste conlleva: "Sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios". De alguna manera, siempre que nos involucramos en el servicio fiel al Señor, no faltará el sufrimiento y las dificultades.
Tal vez Timoteo se encontró con personas que quisieron crearle dudas sobre la conveniencia de su amistad con Pablo, y que incluso le metieron miedo acerca de lo que le pasaría si seguía su ejemplo. Pero estas personas no entendían un principio básico del servicio cristiano: junto con el evangelio, van siempre el vituperio y las dificultades. Pablo lo expresó de la siguiente manera:
(2 Ti 3:12) "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución."
Por lo tanto, no debemos extrañarnos cuando encontramos aflicción por nuestra identificación con el evangelio. De hecho, lo que nos debería extrañar es que los inconversos nos alaben por ello. Esto sería un detalle preocupante que nos debería hacer reflexionar sobre nuestra fidelidad al Señor.
Esto extraña a muchos en nuestros días, que piensan que la vida cristiana debería ser fácil, agradable y suave como la brisa. Creen en un Dios que tiene que quitarles cada obstáculo que se presenta en sus vidas, y que nunca permitirá que nada grave les ocurra. Pero esta visión del evangelio no tiene nada que ver con lo que había sido la vida de Pablo hasta ese momento, ni tampoco con las exhortaciones que ahora le hacía a Timoteo.
En todo caso, no hay honor más grande que sufrir por el nombre de Cristo.
(Mt 5:11-12) "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros."
(Hch 5:41) "Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre."
En cualquier caso, para soportar las diversas adversidades con las que nos podemos enfrentar por esta causa, sólo es posible hacerlo "según el poder de Dios". De otra manera nos derrumbaríamos con toda facilidad. Este poder, del que ya le había hablado anteriormente (2 Ti 1:7), es el mismo que Dios mostró para salvarnos eternamente, como va a explicar a continuación.
Un estímulo para soportar el sufrimiento: las gloriosas verdades del evangelio de salvación
Después de su exhortación al sufrimiento, Pablo presenta ante Timoteo un fuerte estímulo que debería darle valor y ánimo para enfrentar las aflicciones causadas por su fidelidad al evangelio. La base de toda su argumentación se encuentra en lo que es en sí mismo el glorioso evangelio de Jesucristo. En resumen, podemos decir que por muchas aflicciones que pudiéramos llegar a pasar por su causa, aquellas de las que nos ha librado son infinitamente mayores. Por otro lado, por mucho que pudiéramos sufrir en el presente, todo se reduce a unos cuantos años, mientras que los propósitos de Dios en cuanto a nosotros son eternos. Pablo se va a mover a lo largo de toda la eternidad para mostrarnos que la salvación que nos ha traído el evangelio, tuvo su origen en el propósito de Dios en la eternidad pasada, fue manifestada por la obra de Cristo en nuestra historia y tendrá su consumación en la inmortalidad que disfrutaremos por toda la eternidad futura. A la luz de estas grandes verdades, no hay razón alguna para avergonzarse del evangelio, sino que por el contrario, sólo tenemos motivos para gloriarnos de él. Veamos cómo Pablo desarrolla sus pensamientos.
1. El propósito eterno de Dios
Comienza diciendo que "nos salvó y llamó con llamamiento santo". En primer lugar, se destaca que la salvación es una obra de Dios. Pero aunque esto por sí solo es algo muy grande y hermoso, Dios no sólo nos salvó, también nos "llamó con llamamiento santo", dándonos la oportunidad de servirle en su obra, apartándonos para tal fin.
Todo esto lo hizo "no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús". Cuando Dios nos salvó y llamó a su servicio, no lo hizo motivado por nuestra santidad o algún mérito personal que nos hiciera dignos de tales privilegios. Si nuestra salvación dependiera en algún momento de nuestros propios méritos, no tendríamos ninguna esperanza de alcanzarla, pero tiene su fundamento en el propósito eterno e inamovible de Dios. Él actúa "según su beneplácito" (Ef 1:9) y "conforme al propósito suyo". Y este propósito se manifiesta por su gracia, como un favor inmerecido hacia nosotros pecadores culpables.
Dios otorgó esta gracia "antes de los tiempos de los siglos". Mucho antes de que Adán y Eva introdujeran el pecado en el mundo, o de que nosotros existiéramos, su gracia nos fue dada en Cristo Jesús. Esto significa que Dios decidió este maravilloso plan de salvación en la eternidad pasada. No fue algo improvisado después de la caída. Antes de los tiempos, Dios decidió ofrecer la vida eterna a todos los que la quisieran aceptar por medio de su propio Hijo.
2. El cumplimiento histórico del plan eterno de Dios
Como todos los propósitos de Dios, él mismo se encarga de cumplirlos cuando llega el momento. Así pues, cuando llegó el tiempo señalado en el calendario divino, su gracia fue "manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo". Esto puede referirse a su encarnación, cuando el Dios eterno se hizo Hombre y apareció en este mundo después de haber existido desde la eternidad. Esto también incluye su vida y obra en la cruz. Pero en este contexto, quizá lo más apropiado sea relacionar esta "aparición de nuestro Salvador Jesucristo" con el momento de su resurrección cuando se presentó vivo ante muchos testigos después de haber vencido a la muerte.
La salvación preparada en la eternidad por Dios, fue manifestada por su Hijo. Y es importante que nos demos cuenta de que esta salvación se basa en hechos históricos. El cristianismo no depende de las ideas de algunos hombres, sino de intervenciones divinas en la historia de este mundo. Las ideas vienen y van, pero los hechos son inamovibles.
3. Los resultados del plan consumado de Dios
Pablo continúa resumiendo qué es lo que consiguió para nosotros: "quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio". Empieza diciendo que "quitó la muerte", aunque sería más apropiado traducir "abolió la muerte". Lo que quiere decir es que aunque todavía los cuerpos de los creyentes están sujetos a las leyes de la decadencia y de la muerte, sin embargo, para el creyente ha sido despojada de su poder y terror, convirtiéndose de hecho en una puerta hacia la presencia de Dios. Ya ni la misma muerte nos puede separar de Dios (Ro 8:38-39). Y un día futuro será finalmente destruida (1 Co 15:26).
Cristo ha logrado esto por medio de su propia muerte y resurrección. Antes de esto, la muerte reinaba como un tirano cruel sobre los hombres. Era un enemigo temido para el que nadie tenía solución. Y el temor de la muerte mantenía a los hombres en servidumbre, pero la resurrección de Cristo ha traído la esperanza a todos los que confían en él, porque saben que también ellos resucitarán un día para no morir ya más. De esta manera ha despojado a la muerte de su aguijón.
(1 Co 15:55-57) "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo."
Y acto seguido añade que Cristo no sólo quitó la muerte, sino que también "sacó a luz la vida e inmortalidad por el evangelio". Por supuesto, la inmortalidad se refiere al cuerpo, de tal manera "que eso corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad" (1 Co 15:53). Así que, aunque nuestro cuerpo sea depositado en el sepulcro y vuelva al polvo, sin embargo, en la segunda venida de Cristo, aquel mismo cuerpo será levantado del sepulcro y conformado a un cuerpo de gloria, similar al del mismo Señor Jesús. Esta es la esperanza que Cristo ha conseguido para los creyentes por medio de su misma resurrección. Un cuerpo que no muere ni se corrompe, con una vida inmutable a la imagen de Dios (1 Jn 3:2). No simplemente una existencia sin fin, sino con un propósito eterno junto a nuestro Salvador.
En el período del Antiguo Testamento, la mayoría de los hombres tenían una idea muy vaga y nebulosa acerca de la vida después de la muerte. Se referían a sus difuntos como estando en el Seol, lo que sencillamente significa el estado invisible de los espíritus que se han ido. Y aunque tenían una esperanza celestial, la mayoría no la comprendía claramente. Pero con su venida, Cristo iluminó aquello que previamente existía, pero que estaba cubierto por la incertidumbre. Es como si de repente alguien hubiera encendido una luz dentro de una habitación oscura. Y el evangelio es el medio por el que llega esta luz. Todo esto debe motivar nuestra fidelidad en el servicio al Señor.
Pablo pensaba en esto cuando se disponía a enfrentar su inminente martirio, y estaba seguro de que la muerte era sólo temporal, y no podía perjudicar la esperanza que tenía en Cristo.
La seguridad de Pablo frente a los padecimientos por el evangelio
1. La relación de Pablo con el evangelio
Pablo acaba de proclamar el glorioso evangelio de Jesucristo. Sus grandes verdades no podían permanecer ocultas, y Dios mismo le había elegido a él para llevarlo a los gentiles. Así que, a continuación vuelve a tratar la relación que le unía con el evangelio, defendiendo no sólo el contenido de éste, sino también su propio llamamiento: "Del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles".
No olvidemos que Pablo estaba en la cárcel y ya tenía a la vista su propia ejecución, en esas circunstancias no sería de extrañar que el diablo quisiera hacerle dudar sobre la veracidad del evangelio y también de su propio llamamiento. Podemos recordar a Juan el Bautista, que después de haber cumplido con fidelidad el ministerio al que había sido llamado, también se encontraba encarcelado sin demasiadas esperanzas de salir en libertad. En esas condiciones, él seguramente se hacía preguntas: "Si Jesús es realmente el Mesías esperado, ¿cómo es posible entonces que yo, que he sido su heraldo, acabe mis días en una lúgubre prisión?". Por esta razón envió a algunos de sus discípulos para que preguntasen a Jesús sí él era el que había de venir o debían esperar a otro (Lc 7:18-19). No debemos pasar por alto la tremenda dureza de una prueba como esta.
Pero Pablo no dejaba que la duda hiciera mella en su estado de ánimo. Así que, después de defender el glorioso evangelio de Jesucristo, pasa a hacer lo mismo con su llamamiento, y dice: "del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles". Cada uno de los términos que utiliza tiene su propia importancia.
"Predicador". En aquellos tiempos este término se empleaba para un mensajero revestido con autoridad para transmitir públicamente mensajes oficiales enviados por reyes, magistrados o comandantes del ejército. De esta manera Pablo había sido enviado por Dios para anunciar públicamente el evangelio de Jesucristo.
"Apóstol". En el Nuevo Testamento el término se usa para designar a un representante oficial que debía llevar a cabo un misión encomendada, y para la que había sido investido de la autoridad necesaria. Se usa de un modo general para referirse a un mensajero (2 Co 8:23) (Fil 2:25), pero también en un sentido restringido que se aplica exclusivamente a los Doce y Pablo. Y es en este último sentido en el que Pablo sabe que ha sido llamado (2 Ti 1:1).
"Maestro de los gentiles". Ahora se refiere al método por el que impartía el mensaje. Se trataba de explicar y enseñar de forma comprensible las grandes verdades que Dios había revelado. Y añade "de los gentiles", para destacar que su ministerio fue llevado a cabo especialmente entre las naciones no judías.
Antes de continuar, es importante hacer una reflexión sobre esto último que acabamos de decir. El evangelio es un mensaje bien definido que debe ser enseñado. Algunos piensan que no es así, que el evangelio se contagia de una forma que no alcanzamos a entender bien. En algún momento se apodera de nosotros, y empezamos a sentirnos distintos. Pero esto no es cierto, sino que es preciso entender primero el mensaje básico del evangelio y creer en él, para poder disfrutar de sus beneficios. Y Dios ha elegido que el medio para divulgarlo debe ser la predicación y la enseñanza.
2. Los padecimientos de Pablo por causa de su ministerio: "Por lo cual asimismo padezco esto"
El hecho de que Pablo hiciera popular el Evangelio entre los gentiles fue algo que encendió las iras de los judíos contra él, aunque también padeció a manos de los gentiles de todas las culturas y clases sociales. En realidad, el sufrimiento y la aflicción estaban íntimamente ligadas a su llamamiento. Esto lo supo desde el momento en que el Señor se le apareció por primera vez en el camino de Damasco. Allí Dios le dijo a Ananías acerca de él: "Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre" (Hch 9:16). Y Pablo siempre estuvo dispuesto a sufrir por el evangelio. Podemos encontrar un amplio catálogo de sus anteriores sufrimientos en (2 Co 11:23-29). Y a lo largo de todos los escritos del Nuevo Testamento vemos que el sufrimiento a acompañado a todos aquellos que sirven al Señor.
3. La seguridad de Pablo frente a los padecimientos por el evangelio: "Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quien he creído"
A pesar de sus sufrimientos, de su encarcelamiento, de que parecía un hombre derrotado y vencido, sin embargo, no se avergonzaba. Sabía que no había hecho nada malo. Que todo por lo que atravesaba tenía que ver con su fidelidad al evangelio y era el precio que había que pagar para su extensión (Col 1:24-25).
Y después de todo, sabía que el Dios en quien había creído no le iba a fallar. Que al terminar sus días aquí, no tendría la sensación de haber malgastado su vida en una causa inútil. Como dice en su carta a Tito, tiene "la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos" (Tit 1:2). Aunque él se pudiera ver por momentos como una caña movida por el viento, sin embargo, su confianza estaba puesta en un Dios inamovible, que nada ni nadie puede impedirle cumplir lo que ha prometido. Su fe en él era real, de tal manera que se sentía seguro en medio de la tormenta.
Para explicar esta seguridad que siente, usa una ilustración: "Estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día". Como si se tratara de un depósito que es entregado en el banco para ser guardado de ladrones o aun de su misma pérdida, Pablo había confiado su propia vida y salvación en las manos de alguien que es infinitamente poderoso y por eso se encontraba totalmente seguro. Así pues, con independencia de las circunstancias por las que pudiera atravesar en esta vida presente, sabía que al final, al llegar el día de la manifestación gloriosa de Cristo, encontraría su "depósito" intacto. Porque él había seguido el consejo del Señor cuando dijo:
(Mt 6:19-20) "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan."
(Lc 12:16-21) "También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios."
Con esta profunda convicción, Pablo estaba animando a su amado hijo Timoteo. Lo que venía a decirle es que al fin y al cabo, aquello que poseemos y tiene más valor en nuestras vidas, está fuera del alcance del enemigo de nuestras almas, porque está protegido por el Dios todopoderoso. Y que de la misma forma que ideó nuestra salvación desde antes de la fundación del mundo y la llevó a cabo por medio de la muerte y resurrección de su Hijo, del mismo modo es poderoso para guardar hasta el fin la vida de aquellos que confíen en él. Todo esto provee un asombroso consuelo para aquellos siervos leales que están siendo probados. Cuando sabemos y creemos esto, podemos soportar cualquier circunstancia por desagradable y adversa que pueda ser, porque el Señor guarda nuestro depósito.
Reflexiones
1. El propósito de Dios para este mundo
Cada vez hay más personas que piensan que nuestro universo ha sido el resultado del azar, de un accidente, de la interacción de fuerzas ciegas, y por esa misma razón, tampoco creen que este mundo se dirija a una meta, ni tenga ningún propósito. Según ellos, el mismo hombre es también el resultado de un proceso evolutivo que no se sabe bien a dónde conduce, de hecho, examinando nuestra historia, pareciera que la humanidad viaja en círculos, alternando constantemente épocas de esplendor con otras de oscurantismo, sin que parezca que vayamos a salir nunca de ahí. Ante esto, el pesimismo se está apoderando de la humanidad. Viendo cómo el mundo se desangra en medio de innumerables conflictos de todo tipo, ya casi nadie confía en los políticos y sus palabras. Además, sus políticas económicas, no sólo son incapaces de erradicar la pobreza, sino que parecen que están al servicio de unos pocos que cada vez son más inmensamente ricos, de tal manera que entre ellos acumulan la misma cantidad de riqueza que millones y millones de personas juntas. En un escenario así, la vida del hombre parece tener un valor muy diferente dependiendo del lugar donde viva y las posesiones que tenga.
Cuando Pablo escribió esta carta a Timoteo, él mismo era víctima del sistema político dirigido por el loco y cruel Nerón. Encarcelado en unas condiciones infrahumanas, esperaba el veredicto de un juicio completamente injusto y su posterior ejecución. Humanamente hablando, si alguien hubiera preguntado al apóstol hacia dónde creía que se dirigía la humanidad, podríamos esperar una respuesta cargada de negativismo y desesperación. Sin embargo, al leer lo que escribió en esos días, no vemos nada de eso, sino que por el contrario, tenía una visión muy optimista sobre su futuro. ¿Qué era lo que le hacía pensar de ese modo?
Para empezar, él sabía que este mundo ha sido creado por Dios, y que él mismo sigue sustentándolo y dirigiéndolo hacia un fin según sus propósitos. Y de igual manera, ha tenido planes gloriosos para el hombre, incluso antes de que este mundo fuera creado. Pablo lo explica en este pasaje de la siguiente manera: "Nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la inmortalidad por el evangelio" (2 Ti 1:9-10).
Dios ha tenido un propósito para este mundo desde antes de su fundación, y también tiene un plan eterno para el hombre; lo tuvo desde el momento en que lo creo a su imagen y semejanza, diferenciándolo así del resto de las criaturas. El hombre no es sólo un ser biológico, tampoco es el producto de una evolución ciega, y la muerte no es su final. Por eso, cuando la persona reflexiona, cosa que cada vez hace con menos frecuencia, se da cuenta de que necesita respuestas que le satisfagan de verdad. Decirnos que estamos aquí por un capricho de la casualidad, y reducir nuestras vidas a la satisfacción de ciertos instintos básicos, no es el tipo de vida que nos convence de verdad. Dios nos ha creado con alma y espíritu, no sólo con un cuerpo físico, por lo tanto, nuestra verdadera felicidad y desarrollo personal sólo llegará cuando tengamos esto en cuenta. Podemos acumular riquezas y seguiremos insatisfechos. El Señor Jesucristo lo dijo: "¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" (Mr 8:36). El hombre ha sido creado a imagen de Dios, y tiene profundas necesidades espirituales que debe satisfacer para ser feliz. Pero el hombre no quiere dar a Dios el lugar que le corresponde en su vida e ignora sus necesidades espirituales, lo que le deja un vacío imposible de llenar de ninguna otra manera. Se ilusiona pensando que si consigue mejorar su nivel económico, esto le hará feliz, pero ya deberíamos habernos dado cuenta de que no hay ninguna relación directa entre tener muchas posesiones y ser felices. Otras veces, achacamos nuestra frustración a las circunstancias por las que pasamos, y aunque es verdad que hay situaciones muy dolorosas, esto tampoco es la causa de nuestra infelicidad. Aunque no lo queramos admitir, nuestro problema es de origen espiritual y tiene que ver con la falta de una correcta relación con Dios. Nuestra alma debe regresar al Dios que la hizo. Fuimos creados para él, nos correspondemos con él, y no encontraremos descanso sino en él.
Ahora bien, ¿en qué consisten estos planes eternos de Dios para el hombre? En primer lugar, restaurar la relación entre Dios y el hombre, que ha quedado rota por el pecado. Y en segundo lugar, quitar las terribles consecuencias que esta ruptura ha ocasionado, especialmente la muerte y todo lo que ella conlleva. Al fin y al cabo, lo que Dios desea para el hombre es que disfrute junto a él de la vida auténtica en un estado de inmortalidad.
Pablo afirma que Dios empezó a diseñar este plan "antes de los tiempos de los siglos" (2 Ti 1:9), y su éxito se basaba en la obra que su Cristo había de realizar. Desde el mismo momento en que el hombre pecó, Dios comenzó a anunciar al hombre la "promesa de la vida que es en Cristo Jesús" (2 Ti 1:1). Y su cumplimiento vino por medio de "la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad" (2 Ti 1:10). Cristo ha conseguido ser el Salvador del hombre al pagar él mismo lo que la ley demandaba por nuestros pecados, que no era otra cosa que su propia vida, pero después de morir, resucitó y salió victorioso del sepulcro, aboliendo los terribles efectos del pecado y la muerte para todos aquellos que lo reconozcan como su Salvador y Señor por medio del arrepentimiento y la fe.
La resurrección de Jesucristo es una prueba absoluta de que la muerte no es el final, y que esta no es la única vida, ni este es el único mundo. Hay otra esfera de vida, hay otro mundo, que es imperecedero y que nunca pierde su brillo, que es puro, inmortal, glorioso y absoluto.
Pablo estaba seguro de ello, y por esa razón, aunque sabía que pronto vendría un soldado romano a arrebatarle la vida, sin embargo, sabía que ese no sería su fin, sino la puerta de entrada al mundo glorioso de Cristo, el cual es muchísimo mejor (Fil 1:23). Podrían acortar su existencia en este mundo, pero no podían quitarle ni un solo segundo de la gloria que le esperaba. Ante esta hermosa esperanza, poco le importaba lo que los hombres le pudieran hacer, o las circunstancias dolorosas por las que tuviera que pasar. Todo acabaría pronto y sería trasladado a una nueva realidad infinitamente mejor y eterna.
2. El evangelio demuestra su utilidad en todas las circunstancias de la vida
Pablo había entregado su vida entera al servicio del evangelio, y por esa causa se encontraba encarcelado esperando la muerte. Era un momento crítico en el que tenía la posibilidad de comprobar si el evangelio en el que había creído funcionaba realmente. Al fin y al cabo, hay muchas filosofías, opiniones y teorías en esta vida, pero en última instancia, la clave es si funcionan y nos sirven de ayuda en todas las circunstancias de la vida, especialmente en los momentos más difíciles.
En el caso de Pablo, es evidente que el evangelio le había llevado a sufrir mucho en esta vida, pero aun así, al concluir su carrera, se encontraba seguro y usaba un tono triunfante: "No me avergüenzo, porque yo sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día". ¿Qué era lo que le capacitaba para enfrentar el sufrimiento y la misma muerte de esta manera? A todo ser humano le interesa la respuesta. Todos queremos salir victoriosos de los problemas y las tribulaciones de la vida. ¿Cuál era la respuesta de Pablo? Vamos a pensar en ello comparando lo que él creía con algunas de las filosofías de su época.
En su tiempo había entre los griegos dos corrientes filosóficas muy populares. Se trataba de los epicúreos y los estoicos, a los que Pablo predicó cuando llegó a Atenas (Hch 17:18). Eran personas muy intelectuales, aunque muy diferentes entre sí. Por ejemplo, el epicúreo era alguien que no quería pensar demasiado, de hecho creía que cuando menos piense uno, mejor. Para él lo importante era divertirse, entregarse al placer. Su lema podría resumirse con aquella expresión bíblica: "comamos y bebamos porque mañana moriremos" (Is 22:13). Y en la actualidad hay infinidad de personas, especialmente jóvenes, que se entregan a esta misma filosofía.
Por el contrario, el estoico era un hombre que creía que la vida es una empresa difícil y dura, que requiere una fuerte disciplina sobre uno mismo. Tarde o temprano los problemas llegarán y nos golpearán, por lo que es necesario estar esperándolos y mantenerse firme frente a ellos y aguantar. Es la filosofía de la resignación, de soportar, de negarse a ceder, sin alegrarse o entristecerse por las cosas que escapan a nuestro control. Nunca seas demasiado feliz, porque nunca sabes qué desgracia te va a sobrevenir, no te dejes llevar, no te abandones por completo a la alegría, decía el estoico.
Ahora bien, podemos pensar en cómo le ayudaría su filosofía a un epicúreo para enfrentar una situación como la que Pablo atravesaba, que sería lo mismo que pensar en cómo reaccionan las personas de nuestro tiempo que se han entregado en cuerpo y alma a perseguir el placer. Y vemos que cuando llega el dolor, el desempleo, la enfermedad, o la misma muerte, se sienten terriblemente frustrados porque ya no tienen ninguna razón para soportarlas. No encaja en su estilo de vida, ni tienen respuesta para ello.
Por el contrario, un estoico reaccionaría de modo muy diferente. Su propósito sería resignarse y aguantar sin ceder. Pero en cualquier caso, nunca lo podría hacer con alegría, y con un espíritu triunfante como el que vemos en Pablo. Recordemos, por ejemplo, cuando Pablo fue encarcelado injustamente en Filipos después de haber sido brutalmente azotado. Estando allí en la celda, con los pies aprisionados por grilletes junto a su compañero Silas, ambos estaban cantando himnos y orando (Hch 16:25). En esa situación, un estoico habría aguantado sin llorar o lamentarse, pero de ninguna manera podría regocijarse en medio de las tribulaciones (Ro 5:3), y mucho menos cantar. Y cuando la muerte se aproximaba, un estoico veía en ella el final del viaje, y entonces su filosofía sólo le podía ayudar a comprender que todo el que vive nace para morir, así que, volvería su rostro hacia la pared y vería como todo se acaba.
Y aquí está la gran diferencia: frente a las filosofías que encontramos en este mundo, el evangelio es la única forma de vida que puede ayudarnos a enfrentar cualquier eventualidad concebible y salir de ella triunfantes. Independientemente de las circunstancias por las que atravesemos, el evangelio trae paz al corazón del creyente. Inclusive la misma muerte puede ser mirada de frente y ser vencida. El evangelio no promete la ausencia de problemas, no da la espalda a las dificultades de la vida, no los pasa por alto ni los ignora. Los mira de frente y nos ayuda a superarlos y triunfar sobre ellos. Esta fue la promesa de nuestro Señor Jesucristo hacia el final de su ministerio: "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jn 16.33). Y el apóstol Pablo es un buen ejemplo de que esto es verdad.
3. Viviendo con la mirada puesta en "aquel día"
Ser un cristiano fiel en los días del apóstol Pablo no era nada fácil. Todos los ciudadanos del Imperio Romano debían decir: "César es el Señor", y si no lo hacían, serían ejecutados o echados a los leones en el circo. Pero un cristiano no podía decirlo, porque había confesado que "Jesús es el Señor" (Ro 10:9) y que no hay ningún otro Señor fuera de él. ¿Qué hicieron los cristianos primitivos? Pues estuvieron dispuestos a morir por miles antes de negar su fe en el Señor Jesús. Ahora bien, ¿de dónde sacaron el valor y la fortaleza para hacerlo? La respuesta nos la da el apóstol Pablo, que también pasó por una situación similar: "Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".
Lo que les mantenía firmes ante las adversidades y les proporcionaba el valor necesario incluso para morir, era su visión de "aquel día". Por supuesto, esto no era algo nuevo, ya que los santos del Antiguo Testamento habían sido sostenidos del mismo modo. Pensemos por ejemplo en Moisés: "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo a la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible" (He 11:24-27). Y de la misma manera, todos los gigantes de la fe del Antiguo Testamento, vivieron con la mirada puesta en "aquel día", y mientras estaban en este mundo se consideraban extranjeros y peregrinos: "Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra" (He 11:13).
Quizá éste sea uno de los mayores problemas del cristianismo actual. A la mayoría de los cristianos sólo parece interesarles recibir bendiciones materiales para el momento presente. Están poseídos por una visión mundana del cristianismo, y ya no se comportan como extranjeros y peregrinos en este mundo con su mirada puesta en "aquel día".
Comentarios
susana beatriz rabanelli (Argentina) (18/07/2014)
Muy eficiente, pero no muy clara ,pués se debería enseñar,para los que no saben que es redarguir,,por Ej. Sería muy importante esto.Bendiciones.
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