Estudio bíblico: Ríos de agua viva - Juan 7:37-39
Ríos de agua viva - Juan 7:37-39
(Jn 7:37-39) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado."
"En el último y gran día de la fiesta"
El evangelista nos lleva ahora hasta el octavo día, "el último y gran día de la fiesta" de los tabernáculos. La ley decía que en ese día se debía celebrar una "santa convocación" de gran solemnidad (Lv 23:35-36) (Nm 29:35). Esto hacía que fuera un día de mucho gozo y alegría, y más aun si tenemos en cuenta que durante esa fiesta se celebraba también el fin de la recogida de la cosecha.
"Jesús se puso en pie y alzó la voz"
En cada uno de los siete días de la fiesta que ya habían pasado, una comitiva de sacerdotes acompañados por mucha gente habían traído agua en un jarro desde el estanque de Siloé hasta el templo, y la habían vertido sobre el altar. Y aunque este rito concreto no se encontraba estipulado en la Ley, los judíos lo hacían para simbolizar el derramamiento futuro del Espíritu Santo que tendría lugar cuando el Mesías viniera.
Es muy probable que fuera inmediatamente después de que tuviera lugar la ceremonia del derramamiento del agua cuando "Jesús se puso en pie y alzó la voz" para decir algo muy importante. No cabe duda de que el Señor eligió tanto el momento como la forma de comunicarse para que todos le prestaran atención. En cuanto a la ocasión, ya hemos señalado que era un momento de gran solemnidad, pero sobre la forma en que lo hizo, nos llama la atención tanto que se pusiera en pie como que alzara la voz. Debemos recordar que los maestros judíos por lo general se sentaban para enseñar, y por otro lado, el Señor sólo alzó su voz en ocasiones especiales en las que tenía que decir algo realmente muy importante (Lc 8:8) (Mr 15:37) (Jn 11:43).
Además, no debemos olvidar que a lo largo de la fiesta las autoridades habían dado instrucciones para prender a Jesús, así que una intervención tan notoria como esta, llevada a cabo en el mismo templo, y en un momento de máxima audiencia, era realmente arriesgado para su seguridad. De alguna manera, el evangelista quiere hacernos notar que lo que Jesús iba a decir era algo que se revestía de la mayor importancia.
Y como veremos inmediatamente, lo que afirmó fue su pretensión de ser considerado como el cumplimiento de todas aquellas ceremonias que ellos llevaban a cabo. En realidad, una vez más se estaba presentando como el verdadero Mesías que ellos llevaban siglos esperando.
"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba"
Una vez más el Señor emplea un elemento físico para enseñar una verdad espiritual. Todos entendemos que sin agua es imposible la vida física, y del mismo modo, también tenemos necesidades espirituales que sólo Cristo puede satisfacer. Algo similar le había dicho anteriormente a la mujer samaritana:
(Jn 4:13-14) "Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna."
En principio hay dos cosas que están implícitas en las palabras del Señor y que nunca cambian:
Por un lado, notamos que a pesar de toda la alegría que una semana de fiesta como aquella pudiera haberles proporcionado, el Señor sabía que todavía persistía la sed.
Y por otro, quedaba en evidencia la insuficiencia de la religión judía y sus rituales religiosos para llenar completamente el vacío y las necesidades espirituales de las personas.
Por eso, a pesar de las amenazas y la hostilidad de las autoridades judías, el Señor quiso volver a hacer su oferta de gracia a toda aquella multitud. Y es hermoso ver que no había ni un gramo de aspereza en su voz, ni amenazas de violencia en su proclamación, sino únicamente la expresión de un amor que sólo Dios puede tener hacia sus criaturas necesitadas. No cabe duda de que lo que encontramos aquí es una oferta completamente inmerecida de la gracia divina.
Pero pensemos un poco más en algunos aspectos que se deducen de la afirmación del Señor.
1. Cristo es la fuente que calma la sed
Empecemos por señalar que Cristo es la verdadera fuente de la vida y el único que puede proveer para todas las necesidades del hombre. Sólo en él puede encontrar alivio el corazón oprimido por el peso de sus pecados. No hay nadie más donde el hombre halle la felicidad auténtica. Ninguna otra cosa, ni fiestas, ni sistemas religiosos pueden satisfacer a las almas sedientas, sólo Cristo es la fuente de la vida.
Además, él sabe mejor que nadie qué es lo que el alma necesita. Él nos ha creado y conoce perfectamente nuestra sed espiritual, intelectual y emocional. Por eso es el único que puede dar plena satisfacción a todo nuestro ser.
Y aunque con mucha frecuencia el hombre no lo quiera reconocer, la vida sin Dios carece de sentido y se va secando. El mundo busca en vano satisfacer este anhelo sin tener en cuenta a Dios. Intenta hacerlo con vacaciones, espectáculos, deportes, drogas, trabajo, nuevas relaciones... pero el anhelo persiste, o en el mejor de los casos, la satisfacción obtenida dura muy poco. ¿Qué significa esto? ¿Cuál es el problema?
El error del hombre moderno es el mismo del que ya advirtió el profeta Jeremías al pueblo de Israel hace siglos: buscaban calmar su sed en el sitio equivocado.
(Jer 2:13) "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua."
2. El origen de esta sed
Como ya hemos dicho, la sed a la que el Señor se refiere aquí tiene que ver principalmente con la sed espiritual. Hay profundos anhelos espirituales en cada hombre y mujer que no han quedado satisfechos.
Con frecuencia se culpa a otros de esta insatisfacción: a la mujer o al marido, al trabajo, la economía, los políticos, el gobierno... pero en realidad, la verdadera causa de este descontento está dentro de uno mismo. De hecho, si insistimos en culpar a otros, nunca solucionaremos esta angustia interior, y lo único que realmente conseguiremos será proyectar esta amargura sobre los demás.
Seguramente por eso, en un intento de llenar la vida de sentido, el hombre ensaya en vano los más diversos cambios. Cambia de trabajo, de aspecto, de amigos, de costumbres, de mujer, de religión, de gobierno, de país... pero siempre subsiste ese mal misterioso que nos acompaña tenazmente a través de todos los cambios, y la sed perdura.
Según el diagnóstico que el Señor Jesucristo hizo, es la falta de fe en él lo que crea este vació interior en el ser humano. Y aunque el hombre moderno haya descartado de su vida la fe en Dios y crea que su destino está marcado por la economía, la ciencia, la tecnología y la política, sin embargo, el hombre conserva en el fondo de su corazón profundas necesidades espirituales, y es precisamente por el hecho de reprimirlas e ignorarlas, por lo que nunca llega a llenar su vacío. Tal vez ha logrado acallar la voz de su conciencia, pero persiste su conflicto interior, que al no haber sido solucionado, avanza progresivamente destruyendo su ser. Ha dejado de tener en cuenta las realidades morales y espirituales, pero en el fondo de su alma no ha logrado borrar por completo la noción de la ley divina, así que sigue teniendo remordimientos por su violación, temor al castigo, necesidad de ser perdonado, de reconciliarse con Dios y con los hombres, en definitiva, necesidad de una renovación total de su ser.
Y como consecuencia de todo lo anterior, aunque parece que el hombre moderno ha superado la necesidad de creer en Dios, aun así sigue evidenciando esta necesidad espiritual oculta cuando devora las publicaciones de astrología, se entrega al espiritismo o aclama como dioses a las estrellas del deporte o el cine.
3. Sed de perdón
En el fondo de toda está cuestión está la necesidad de disfrutar del perdón de Dios y comenzar una nueva relación con él. Por esta razón el Señor hizo su llamamiento a aquellos que todavía no creían en él y que por otro lado estaban dispuestos a reconocer que en lo íntimo de sus corazones estaban sedientos.
Ahora bien, aunque la sed espiritual está presente en todos aquellos que no creen en Dios, sin embargo, son muy pocos los que están dispuestos a reconocerlo. Son muchos los que se esfuerzan en aparentar que todo les va bien en lugar de buscar la forma de llenar su vacío espiritual.
Pero el llamamiento del Señor fue dirigido a aquellos que sí que están dispuestos a admitir su estado y anhelan el perdón de sus pecados. Aquellos que se han dado cuenta de su total incapacidad para solucionar este problema por sus propios medios y que están plenamente convencidos de la gravedad de sus pecados, a estos son a los que llama el Señor. En otra ocasión los describió como los "pobres de espíritu", y se refirió a ellos como bienaventurados porque a ellos pertenece el reino de los cielos (Mt 5:3).
Un buen ejemplo de esta sed espiritual lo podemos encontrar en aquellos judíos que escucharon predicar a Pedro en el día de Pentecostés y que compungidos de corazón les dijeron: "Varones hermanos, ¿qué haremos?" (Hch 2:37). O como el carcelero de Filipo que ansioso preguntó a Pablo y Silas: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" (Hch 16:30).
Por desgracia, son pocos los que manifiestan esta sed. La mayor parte de los hombres anhelan todo menos la salvación. Buscan el dinero, los placeres, los honores, la fama, los excesos de todo género, esto es lo que desean.
4. Una invitación universal a todos los que tienen sed
Evidentemente el llamamiento del Señor significaría poco para aquellos que se sentían satisfechos de sí mismos entre las multitudes que abarrotaban los atrios del templo. Para los cansados y trabajados, sin embargo, abriría la puerta de una nueva esperanza. El salmista se había identificado con ellos cuando escribió:
(Sal 42:1) "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía"
Y Jesús mismo ya había prometido saciar este tipo de hambre y sed:
(Mt 5:6) "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados".
Lo importante del anuncio que el Señor hizo, es que nadie será rechazado, por eso dijo: "Si alguno tiene sed...". Esta es la gracia de Dios que se ofrece por igual a todos los hombres.
5. Hay que ir a la fuente y beber
Por muy obvio que parezca, hay que recordar que quien tiene sed debe ir a donde está el agua y beberla. Y aplicado a las palabras de Jesús, nos recuerda la necesidad de ir a él, de creer en él, de seguirle a él.
(Mt 11:28) "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar"
El agua de vida que el Señor ofrece no se encuentra en ninguna religión o iglesia, sino únicamente en su Persona. Desgraciadamente esto se confunde con mucha frecuencia. Muchos creen que ir a una iglesia es lo mismo que ir a Cristo, pero no lo es. Todos los judíos que escuchaban a Jesús en esa ocasión habían ido al templo para cumplir con lo que Dios mandaba, y sin embargo, muchos de ellos no creían en Cristo y seguían sedientos. Y de igual manera se puede ir a la iglesia y cumplir con sus ritos sin llegar a entregar la vida a Cristo.
Lo que el Señor espera es que el hombre ponga su fe en él. Pero algunos podrían dudar de que algo tan sencillo pudiera ser eficaz, y quizá por eso se sienten más seguros en una religión donde ellos mismos deben cumplir con ciertos requisitos y exigencias que según piensan, les ayudará a garantizar su salvación. Pero como dijo el Señor, la salvación es por gracia, no por obras, y siempre se ofrece al hombre de forma gratuita:
(Is 55:1) "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche"
"Como dice la Escritura"
Cuando cada día, como parte de la celebración de la fiesta de los tabernáculos, los sacerdotes traían un jarro de agua del estanque de Siloé, estaban recordando aquella provisión milagrosa de agua que fluyó de la roca en el desierto. Y lo que el Señor estaba diciéndoles en ese momento es que él mismo era la realidad última a la que apuntaba aquella roca de la que los israelitas habían bebido agua para aplacar su sed en el árido desierto.
Y lo que ahora estaba diciendo el Señor es que él mismo era el cumplimiento de todos aquellos símbolos del pasado.
Con esto concuerda también el apóstol Pablo cuando identificó a Jesús con la roca herida de la cual brotaron las aguas que aliviaron al pueblo que moría de sed en el desierto (Ex 17:6) (Nm 20:7-8) (1 Co 10:4).
Además, las aguas que derramaban sobre el altar en el templo, eran también un símbolo del futuro derramamiento del Espíritu Santo que las Escrituras habían anunciado que tendría lugar en el tiempo del Mesías y del que participarían todos aquellos que creyeran en él.
(Is 44:3) "Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación y mi bendición sobre tus renuevos".
Sin embargo, los judíos estaban tan absortos en sus ceremonias que no se dieron cuenta de la presencia del Mesías en medio de ellos. Así que fue necesario que Jesús alzara su voz para anunciar que el cumplimiento de la promesa dada por las Escrituras se estaba cumpliendo delante de ellos mismos.
"De su interior correrán ríos de agua viva"
Quienes beben de este agua, no sólo calman su propia sed, sino que esta bendición se multiplica dentro de ellos, de modo que vienen a convertirse en una fuente de nuevas corrientes para otros:
(Is 58:11) "Y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltarán".
(Jn 4:14) "Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna."
El Señor explicó que esta plenitud interior sería posible por medio del Espíritu Santo que vendría a morar en ellos: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él". Como vemos, la vida del que posee la plenitud del Espíritu no es inactiva ni estéril, sino que es vigorosa, dinámica, está en continuo progreso y tiene como finalidad derramarse en bendición sobre los demás. No sólo suple nuestras propias necesidades, sino que también nos ayuda a satisfacer las necesidades ajenas. Empieza por inundar nuestro corazón para después derramarse en un servicio fructífero sobre el mundo.
Según dijo el Señor, todos los auténticos creyentes tienen el Espíritu Santo, pero es un hecho que no todos disfrutan de esta plenitud descrita aquí. Lamentablemente no siempre vivimos a esa altura. Dios nos ha dado su provisión generosa (Jn 3:34), pero no somos capaces de apropiarnos plenamente de ella.
1. ¿Cómo se consigue la plenitud del Espíritu?
En primer lugar debemos recordar que el ser llenados con el Espíritu no es algo que se pueda conseguir por esfuerzos humanos, sino por permitir a Dios que cumpla su obra en la vida del individuo. Así que perdemos esta plenitud porque no estamos dispuestos a morir al yo, a negarnos a nosotros mismos y a someternos a la voluntad de Dios. Sólo cuando dejamos que todos nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y actos sean dominados por la influencia del Espíritu Santo, podemos disfrutar de su plenitud. Es por eso que aquellos cristianos que viven su fe a medias, nunca llegan a experimentar esta plenitud del Espíritu. Es triste ver cómo muchas veces los creyentes nos estancamos espiritualmente, y con nuestras actitudes carnales impedimos que el Espíritu Santo llegue a cumplir todo lo que él ha venido a hacer en nuestras vidas.
Es un hecho que el Espíritu Santo nunca ejerce su poder en nosotros en contra de nuestra voluntad. La Escritura nos dice que es posible apagarlo (1 Ts 5:19) o contristarlo (Ef 4:30). Por lo tanto, si queremos la plenitud del Espíritu, no podremos contrariarle con nuestros criterios y actos carnales. De esa manera su obra en nosotros queda prácticamente anulada.
La experiencia de ser llenado con el Espíritu sólo puede ser disfrutada cuando un cristiano toma el paso inicial de presentar su cuerpo en sacrificio vivo.
(Ro 12:1) "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional."
Esta entrega no se refiere a algún asunto en particular, sino que implica una actitud de estar deseoso de hacer cualquier cosa que Dios quiera que el creyente haga. Implica en primer lugar una rendición total a la Palabra de Dios. Y también implica dejar el pecado fuera de nuestras vidas. El pecado siempre contrista al Espíritu Santo, lo que impide su plena manifestación.
2. ¿Cómo se manifiesta la plenitud del Espíritu en nuestras vidas?
Podemos resumir algunos de sus múltiples efectos:
Santifica al creyente de tal manera que se produzcan en él los frutos del Espíritu (Ga 5:22).
Ilumina a los cristianos para conocer la Palabra y aplicar sus verdades a cada situación particular por la que atraviese (1 Jn 2:27).
Le da poder para servir fielmente de acuerdo con los dones recibidos y también para testificar de Cristo (Hch 1:8).
Guía y dirige las oraciones de los creyentes para que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (Ef 6:18) (Jud 1:20).
Hace que su adoración sea agradable a Dios (Jn 4:24).
3. ¿Quién debe aspirar a ser lleno del Espíritu?
No es una opción exclusiva de pastores o personas en el ministerio. Cuando Pablo escribió a la iglesia en Éfeso para exhortarles a que fueran llenos del Espíritu (Ef 5:18), se dirigió a todos sus miembros. Notemos el contexto: (Ef 5:22) "casadas", (Ef 5:25) "maridos", (Ef 6:1) "hijos", (Ef 6:4) "padres", (Ef 6:5) "siervos", (Ef 6:9) "amos".
Quizá en este momento debamos detenernos para hacernos una reflexión personal: ¿Hemos bebido de este agua? ¿Sabemos lo que es estar satisfechos? ¿Estamos comunicando a otros lo que hemos recibido del Señor?
¿Anhelamos sinceramente recibir la plenitud del Espíritu Santo? "Si alguno tiene sed" es la única condición. "Venga a mí y beba" es la generosa invitación del Señor. Al recibirlo, el Espíritu será en nosotros una fuente y derramará de su plenitud, para bendición nuestra y de nuestros semejantes.
"Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él"
Aunque las Escrituras del Antiguo Testamento ya lo anunciaban, el Señor aclara también que esta plenitud sería producida por el Espíritu Santo en la vida de aquellos que creyeran en él.
Esta afirmación es muy importante por varias razones:
En primer lugar vemos que el Señor Jesucristo es quien suministra el Espíritu Santo, algo que sin duda es una prerrogativa divina.
Que la vida divina se comunica a los hombres por medio de su Espíritu (Tit 3:4-6).
También vemos que el único requisito para recibir el Espíritu Santo es creer en él, y que quien no lo tiene es porque no es un auténtico creyente (1 Co 12:13). En otras palabras: no es cierto lo que algunos pretenden, que el Espíritu Santo viene a morar en los creyentes algún tiempo después de su conversión. Este versículo declara de una manera clara y concreta que todos los que creen en Cristo reciben el Espíritu.
"Pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado"
1. El orden de los acontecimientos
Según las afirmaciones de Juan el Bautista (Jn 1:29-34), la misión de Cristo abarca dos aspectos fundamentales: el primero quitar el pecado del mundo y el segundo bautizar en el Espíritu Santo. Cuando una persona cree en el Señor Jesucristo para salvación, lo primero que recibe es la justificación, el perdón y la limpieza de sus pecados. Pero una vez que ha quitado el pecado, no deja a la persona vacía, sino que la regenera y la llena de su Espíritu Santo para que le pueda servir.
El Señor Jesucristo aclaró que el cumplimiento de esta segunda parte de su obra no tendría lugar hasta que él hubiera sido "glorificado". Esto hacía referencia al hecho de que primero era necesario completar su misión redentora con su muerte, resurrección y ascensión al cielo.
Esto mismo es lo que dijo la última noche que estuvo con sus discípulos en el aposento alto:
(Jn 16:7) "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré".
2. La razón para este orden
El Espíritu Santo había de venir para comunicar al creyente todos los beneficios obtenidos por Cristo en la cruz. Por lo tanto, era imprescindible que primero hubiera dado su vida en favor de los pecadores y también que resucitase y ascendiese al cielo para así completar su obra redentora.
Este orden nos enseña una verdad fundamental en la que tenemos que meditar: primero hemos de ser justificados y purificados de nuestros pecados antes de ser santificados por el Espíritu Santo. Y esta purificación no se consigue por medio de nuestros propios esfuerzos para guardar la ley de Dios, sino por la fe en el sacrificio de Cristo.
Algunos creen que si logran limpiar su vida tanto como puedan, el Espíritu Santo quizás acceda a morar en ellos. Pero esto es imposible. Nadie puede alcanzar por sus propias obras la limpieza absoluta que es imprescindible para que el Santo Espíritu de Dios more en un hombre. Aunque hagamos oraciones, ayunos y aumentemos nuestra actividad religiosa al máximo, nunca podremos eliminar las manchas de nuestros pecados y el Espíritu Santo no vendrá a nuestras vidas. Esta purificación absoluta sólo es posible por medio de la fe en el sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz. Primero hemos de ser justificados de todo pecado para que podamos llegar a ser templo del Espíritu Santo.
3. El momento del cumplimiento de la promesa
El cumplimiento de esta promesa tuvo lugar en el día de Pentecostés (Hch 2:1-13).
(Hch 1:4-5) "Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días."
4. La forma en que se cumplió la promesa
A partir de Pentecostés los creyentes en Cristo recibieron el Espíritu Santo de una forma muy diferente a como la habían recibido los fieles del Antiguo Testamento. En el pasado, sólo algunos creyentes lo recibían, pero en la era mesiánica todos los creyentes sin excepción lo reciben, tal como el profeta Joel había anunciado y el apóstol Pedro se encargó de enseñar al pueblo en el día de Pentecostés:
(Hch 2:16-18) "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán."
Mientras que en la antigüedad sólo habían recibido el Espíritu Santo algunas personas especiales, para servicios especiales, en momentos especiales, pero nunca de forma permanente, por contraste, todos los creyentes del Nuevo Testamento tienen siempre al Espíritu Santo morando en ellos.
(Jn 14:16) "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre."
Los creyentes hemos sido sellados con el Espíritu Santo hasta el día de "la redención de la posesión adquirida" (Ef 1:13-14), nos ha constituido en templo de Dios (1 Co 3:16) (Ef 2:22), nos llena de su presencia y poder y nos capacita con diferentes dones haciéndonos idóneos para su servicio (1 Co 12:7-11). ¡Gloria a Dios!
Preguntas
1. Busque otras ocasiones en los evangelios donde Jesús "alzó la voz". Transcriba las citas bíblicas y explique la importancia de lo que dijo en cada caso.
2. ¿Por qué decimos que Cristo es la única fuente donde el hombre puede calmar su sed espiritual? ¿Qué tipo de cosas hace el hombre de nuestro tiempo para intentar calmar su sed? ¿Qué debe hacer el hombre para calmar su sed?
3. ¿A qué partes de la Escritura hizo referencia Jesús en este pasaje? Transcriba las citas del Antiguo Testamento y explique cuál era su cumplimiento.
4. ¿Cuáles son a su juicio las razones por las que no todos los creyentes viven en la plenitud del Espíritu? ¿Cómo se manifiesta esta plenitud en la vida del creyente?
5. ¿Por qué no era posible que el Señor enviara el Espíritu Santo al corazón de los creyentes antes de que hubiera muerto, resucitado y ascendido al cielo? Razone su respuesta.
Comentarios
Sandra (España) (07/11/2024)
Muchísimas gracias queridos hermanos, por estos escritos maravillosos
Flor Elena Fonseca Millán (Colombia) (20/05/2024)
Agradezco a Dios por la vida de cada uno de ustedes y su ministerio. He sido muy bendecida. Los estudios me ayudan en la preparación de cada tema de discipulado para los privados de la libertad. Dios los continúe bendiciendo hermanos.
Nicolas Escudero (Argentina) (19/02/2024)
Muchas bendiciones, me gustó, me ayudó bastante.
Ericka Julyana Moe Cifuentes (Argentina) (09/03/2023)
Desde hace mucho que sigo la página Escuela Bíblica, amo todos sus estudios, tantos recursos que nos brindan para nuestro crecimiento espiritual. Le doy gracias a Dios por éste ministerio.
Ricardo Castillo Ayala (Chile) (12/12/2022)
Excelente estudio, me ayudó mucho para exponer el tema.
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