Estudio bíblico: Sansón: de juez a payaso - Jueces 16:23-31
Sansón: de juez a payaso (Jueces 16:23-31)
¡Trompetas, címbalos, flautas y tambores llenaban el ambiente con sus sonidos de júbilo. Las familias nobles de Gaza, con gran pompa, iban entrando una por una en el templo de Dagón. El heraldo anunciaba sus nombres y las trompetas les daban la bienvenida.
Miles de personas se habían congregado a los lados de la entrada principal del gran templo.
El edificio tenía un aspecto imponente. Las hileras de columnas laterales y centrales sostenían un enorme techo. Adentro había una amplia escalinata de piedra que llegaba hasta la azotea. Desde allí se podía visualizar parte de la planta baja y, especialmente, el altar de Dagón.
El heraldo anuncia: "¡Bienvenido el príncipe de Ascalón!". Se lo recibe con un gran aplauso y el redoblar de los tambores, y la escena se repite con los dignatarios de Ecrón, Asdod y Gat.
Por último trepidan las trompetas con un sonido solemne y victorioso. Los tambores redoblan con toda su intensidad. Los címbalos vibran. El príncipe de Gaza ha llegado acompañado por su esposa principal. Luego de la estruendosa ovación se anuncia la llegada de Dalila.
Ella está vestida como una reina. El dinero que ha obtenido recientemente le ha servido para comprar ropas hermosísimas a los mercaderes de Egipto. Camina con la majestad de una princesa. Sus ropas resaltan su marcada belleza natural. La multitud murmura: "Ella es la que venció a nuestro enemigo nacional".
Los dignatarios están en un estrado principal; Dalila ha sido ubicada al lado derecho del de Gaza. La orquesta está situada en la planta baja. La multitud de invitados sube a la espaciosa azotea.
El príncipe de Gaza asume la palabra y dice:
— Señores y Señoras: Bienvenidos.
Sigue un fuerte aplauso.
— Hoy estamos celebrando la victoria que nuestro dios Dagón nos ha concedido.
El discurso es interrumpido por un fuerte:
— ¡Viva Dagón!
Por fin la multitud se calma y el príncipe continúa su alocución:
— Decía que hoy celebramos la victoria que nuestro dios Dagón nos ha concedido contra nuestro enemigo número uno, el israelita Sansón. Mis cuatro colegas, los príncipes de Ascalón, Gat, Ecrón y Asdod, hemos recompensado de nuestro peculio personal a nuestra estimada ciudadana Dalila. No hemos tenido ningún otro interés ulterior que el bien público. Queremos agradecerle por el gran servicio que ha aportado a la patria.
Otro gran aplauso alterna con el discurso y muchos gritan en la multitud:
— ¡Viva Dalila!
— En aprecio y en honor a sus servicios al país — prosigue —, queremos designarla "dama grande e ilustre de los filisteos".
Dalila, sentada en medio de los príncipes, se pone de pie y con una sonrisa calculada agradece la distinción. La dama se vuelve a sentar y el príncipe continúa:
— Por lo tanto, pido que el primer brindis sea en honor a Dagón y el segundo en honor a nuestra salvadora: la grandiosa e insigne Dalila.
Un aplauso atronador resuena en el templo. Las copas se vacían en las bocas sedientas de los asistentes y los sirvientes se apuran a llenarlas hasta el tope. Uno a uno los príncipes se van parando, y los brindis se repiten, y las copas se vacían y vuelven a ser repletas.
El ruido de fondo va en aumento. Parece un gigantesco avispero que se va intensificando en forma progresiva de la misma manera que con un "control de volumen" se intensifica el sonido del televisor.
No muy lejos de allí, en el patio de la cárcel de Gaza, Sansón está dando vueltas a la noria. Un esclavo corpulento y robusto de vez en cuando le da de latigazos gritándole: "¡Más rápido, holgazán!".
Sansón está cansado. ¡Ha perdido tanto desde aquella fatídica tarde que pasó con Dalila! Viene a su recuerdo el dolor brutal de cuando lo dejaron ciego. La ración de comida era poca, sucia y prácticamente incomible. Había perdido mucho peso. Su cuerpo estaba sucio y vestido de andrajos. Quien lo viera así nunca habría pensado que ese era el respetado y temido juez de los israelitas. Cada vez que da un giro completo alrededor de esa rueda con sus pies heridos, cansados y doloridos bajo ese sol que quema como un soplete, se acuerda de todo lo que ha perdido. Reconoce que ha pecado contra el Señor. En su corazón no se queja contra el Dios de Israel porque sabe que él mismo es culpable de su caída. Mientras continúa en esa caminata sin fin alrededor de la noria piensa en sus padres, en los consejos que le habían dado y las enseñanzas sobre aquel Señor de los Ejércitos que perdona al que sinceramente arrepentido pide por la misericordia divina. El carcelero lo sigue insultando con agravios tales como: "¡Apúrate zángano, para trabajar eres peor que un asno muerto!".
Sansón recuerda cuando, con la fortaleza que el Señor le concedió, tomó una quijada de asno y venció a mil filisteos.
En el gran templo siguen los brindis. La mayoría de la concurrencia está ebria. En el altar de Dagón los sacerdotes están vestidos con sus ropas rituales que tienen signos que solo entienden los "iniciados". Hacen gestos sin sentido invocando a poderes misteriosos. Un aroma penetrante, fuerte, empalagoso y desagradable llena el lugar. Inciensos especiales se han elevado a Dagón.
El príncipe de Gaza se levanta con dificultad. Por unos momentos parece que se va a caer pero finalmente logra mantener el equilibrio.
— Señores, quisiera saber si queda algo más por hacer para divertirnos.
— ¡Traigan a Sansón para que nos entretenga! ¡Que juegue al osito ciego! — sugiere alguien.
Un mensajero con seis lanceros son enviados rápidamente a buscar al preso.
Un rato más tarde lo traen, atados con cuerdas el cuello y los brazos. Jacobito los sigue detrás. Es un niño israelita de unos doce años y en su cautiverio se ha hecho buen amigo de Sansón. Es vivo y despierto. Le gusta silbar. Cuando lo hace se le escucha a doscientos metros.
En aquel día ese silbido le va a salvar la vida.
Al llegar Sansón, los músicos ejecutan un tonada infantil de ritmo circense parecida al "arrorró mi niño, arrorró mil sol".
La gente bromea, diciendo: "¡Quién iba a decir que ese era nuestro enemigo!".
Cuando Dalila ve a su otrora galán, tan fachoso y grotesco, se dice a sí misma: "¡Y pensar que yo estuve con esa piltrafa!". Se consuela pensando en el buen dinero que obtuvo con aquel "sacrificio".
Siguiendo instrucciones, los soldados atan las cuerdas que sujetaban a Sansón en torno a las columnas centrales del templo, pero no tensándolas, para permitirle libertad de movimiento con los juegos a que quieren someterlo.
Jacobito suelta la mano de Sansón y, protegido tras una columna, se prepara para lo que seguirá.
Los jóvenes filisteos comienzan su abusiva diversión pinchando con alfileres a Sansón, dándole puntapiés y preguntándole: "Adivina, ¿quién le pinchó? ¿Quién te pegó?".
Si Sansón se da vuelta para un lado viene otro del otro lado y le pega un puntapié. Sansón no gime, él está en otro ambiente. Mientras todo esto está pasando piensa en su vida. Él no quiere morir. El deseo de vivir es algo que lo lleva adentro.
Unos días atrás Sansón ha tenido una experiencia muy interesante. Orando al Señor desde lo profundo de su alma, se ha arrepentido. No puede llorar por esas órbitas sin ojos pero lo hace desde su corazón y sabe que Dios le ha perdonado. A partir de ese momento ha sentido una paz extraordinaria. Sabe que el cielo no es más de bronce sino que el Señor le escucha (Dt 28:23).
Cuando los escarnecedores se cansan por fin de su ensañamiento, Sansón aprovecha para llamar a Jacobito y pedirle que lo deje tocar las columnas. El niño lo toma de la mano, y quién los viera, parecen un gigante con un enano. Ese niño es el que va a escuchar la oración postrera de Sansón para repetirla luego con toda fidelidad.
Sansón tiene una lucha interna tremenda. Sabe que en el piso de arriba hay varios miles de filisteos. Se le ha ocurrido una idea atroz y salvaje. ¡Si el Señor le volviera las fuerzas que tenía cuando se llevó las puertas de Gaza!
En el templo de Dagón siguen los festejos. El ruido es ensordecedor; el vino abundante y sin control ha hecho sus efectos. El príncipe quiere dirigir la palabra pero el bullicio se lo impide.
Pensamientos encontrados asedian a Sansón y lo bombardean con muchas ideas al mismo tiempo. Su mente está funcionando a gran velocidad. ¿Y si pudiera escapar? ¿Y si Dios hiciera un milagro y recuperara la vista?
"Señor, mira dónde me han traído. Me han puesto en el centro mismo de la idolatría de la ciudad de Gaza. Señor, yo sé que tú todo lo puedes. Me podrías dar fuerzas para escaparme como lo hice en el pasado. Podrías aun hacer un milagro y permitirme volver con mi familia y mis amigos. Pero, Señor, quiero vengarme, quiero luchar contra los enemigos de tu pueblo una vez más".
El rostro de Sansón ha cambiado mucho. En su cara se pueden ver varias expresiones simultáneas. Es un hombre que está en un estado de gran tensión, pero tiene calma. El Señor le ha dado la paz que sobrepasa todo entendimiento.
El muchachito le apoya sus manos en ambas columnas centrales que Sansón conoce muy bien de sus visitas anteriores a Gaza (Jue 16:2). Hace como que descansa. Entonces Sansón ora al Señor diciendo: "¡Señor Dios, por favor, acuérdate de mí! Dame, te ruego, fuerzas solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos" (Jue 16:28).
Sansón se dirige ahora a su lazarillo y le dice: "Jacobito, escabúllete ahora y sal pronto del templo. Cuando estés afuera, chifla con toda la fuerza que tienes, aléjate y regresa con los tuyos".
El niño no entiende y, aunque se asusta del aspecto extrañamente exasperado de Sansón, es una orden y fue dicha de un modo que no hay más que obedecerla. El príncipe ha levantado la mano y se ha hecho silencio. Todos los ojos se fijan en él; inclusive los de los guardianes. El muchachito lo ha advertido y aprovecha la momentánea distracción, escurriéndose entre la apretada concurrencia.
El príncipe, con la voz característica de un ebrio, levanta su brazo con una copa desbordante y dice: "Bebamos todos en honor y para la gloria de nuestro salvador, el dios Dagón".
En medio de la frase se escucha un fuerte silbido desde afuera, apagado por un estruendoso aplauso y el estrépito de los pies golpeando el piso superior en señal de aprobación. El juez grita: "¡Muera yo con los filisteos!" (Jue 16:30).
Sansón "palpó las dos columnas de en medio, sobre las cuales descansaba el edificio; y se apoyó contra ellas" (Jue 16:29) y las empujó. De la misma manera que un castillo de naipes, una a una las columnas se inclinan y caen con gran estruendo. El edificio se derrumba completamente. Los gritos de pánico son indecibles. Las enormes piezas de piedra ya no tienen apoyo y desde esa gran altura caen con fuerza letal sobre los nobles y el resto de los filisteos. El jovencito, desde afuera, vuelto de espaldas y habiendo andado una corta distancia tras su silbido, oye el estrépito y el griterío, y al volverse, contempla el desmoronamiento del gran templo; cubre con una mano su boca que emitió el silbido y echa a correr despavorido.
Hay miles de cadáveres con muecas brutales de horror y dolor. Cuando sus familiares encuentran a Sansón su rostro luce una apacible sonrisa algo macabra, pero que expresa paz y victoria.
La historia bíblica y nosotros
Si Sansón hubiera fallecido de muerte natural en su vejez, probablemente su nombre no estaría incluido en el libro de los héroes de la fe en Hebreos 11. Lo que hace de Sansón un héroe tan notable no son sus victorias — que, sin embargo, tienen su valor —, sino la fe que demuestra antes de morir.
¿Será posible que Dios atienda a una persona que ha pecado repetidamente y deshonrado el nombre del Señor? ¿Será posible que Dios escuche a alguien que ha fracasado y que ha sido un gran fiasco? Sansón cree que la respuesta es un categórico sí. Es esa fe, en ese momento crucial, la que lo coloca entre los héroes de la fe.
Este hombre que había caído tan bajo en el pecado ha tenido un verdadero arrepentimiento. En el momento de crisis suprema de su vida tiene una idea irracional, descabellada, cuyos principios éticos nosotros no aprobaríamos. Esa idea, por desatinada que fuera, Dios en su divina providencia la consiente.
Aquel hombre que tendría todas las razones en el mundo para creer que Dios no lo podía perdonar, sabe que ha sido absuelto y sabe que Dios lo puede oír. Así clama a él y él lo escucha. Aquí es cuando esta historia nos habla a nosotros en el siglo veintiuno. Un hombre que tenía mucho y lo perdió todo, que está en la ruina absoluta, clama al Señor y él lo perdona completamente. Después lo diría David en las palabras inmortales del Salmo 103: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida... no contenderá para siempre ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades..." (Sal 103:3-10).
En ningún momento, aún cuando está viviendo como juez, lo podemos ver como un hombre de aceptable moralidad. Es cuestionable que comiera miel extraída de un cuerpo muerto — por más que fuera de un animal —, dada su condición de nazareo. Luego mata a mil de ellos con la quijada de un asno. También era adicto a frecuentar prostitutas.
Sabe también que Dios puede oírle y darle su oportuna ayuda (Jue 15:18-19), pero que no es un hombre "a prueba de balas", por lo que requiere de los hombres de Judá el juramento de que no lo matarán (Jue 15:12).
Ya en prisión, no es más el héroe nacional. Su pecado y sensualidad lo han destruido. Aquel que era libre como el viento ahora está preso. Aquel que le gustaba contemplar la hermosura de Dalila, ahora está ciego. A quien nadie lo controlaba, ahora está sujeto como animal, moliendo en la cárcel. ¡Qué triste es ver a quien fue juez en Israel como payaso de los filisteos!
¡Cuántas personas "prometedoras" terminaron siendo el hazmerreír de los "filisteos"! Por supuesto que a nosotros nos impacta lo que llamaríamos su egoísmo al pedir venganza porque le quitaron sus ojos, sin embargo, creo que hay mucho más que egolatría en su acción. Él ve la oportunidad de infringir un gran daño al enemigo. Es la mentalidad del caudillo innato. Está en la coyuntura de pelear sin luchar la "batalla" más brutal y sangrienta de su vida. Yo me imagino la oración de Sansón quizás con palabras como estas, además de las que tenemos en el texto:
"Señor, yo te he fallado, he pecado tremendamente, pero te doy gracias porque me has perdonado. Señor, yo no soy digno, pero sé que en tu misericordia me puedes dar la fuerza para una victoria más. Señor, no quiero morir; pero si es necesario, con tal de causarle un desastre al enemigo de Israel ¡estoy pronto!".
El cabello le había vuelto a crecer. Pero el poder de Sansón no radicaba en los cabellos sino en su obediencia al Señor. (El crecimiento del cabello era la manifestación externa del cambio en el corazón). Jacobito vuelve nuevamente con los deudos de Sansón y les muestra exactamente el lugar donde había dejado al héroe. Los familiares lo cargan y se lo llevan. La imagen y el altar de Dagón yacen por tierra completamente destruidos, y sus adoradores despedazados y aplastados por las grandes piedras. En ocasiones los filisteos vencieron a los israelitas. Pero nunca, jamás, Dagón le ha ganado al Señor de los Ejércitos. ¡Qué triste es morir con los filisteos! El Apóstol dice: "Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil 1:21), y luego agrega: "...estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Fil 1:23). Los filisteos quisieron usar a Sansón aprovechando su fuerza, pero también querían mantenerlo vivo como ejemplo viviente del poder de Dagón. Si lo hubieran matado de primera, esto no se hubiera cumplido.
Quizás algunos se sienten como Sansón dando vuelta a la noria del trabajo, de las obligaciones, de las rutinas; en un círculo sin fin y sin esperanzas. Uno de los grandes mensajes de la historia de Sansón es que Dios perdona y restaura a aquel que se vuelve a él con corazón sincero.
Sansón probablemente conocía la estructura del templo de su visitas previas a la ciudad (Jue 15:1-2). Es posible que la música estridente con los saltos de las danzas aumente la posibilidad de que las estructuras fallen.
Por supuesto que la muerte de Sansón no es un suicidio. Muchos de nuestros héroes nacionales han muerto en una acción bélica cuyo triunfo implicaba gran riesgo de vida.
Apuntes
En aquella cultura los hombres se citaban primero. El texto bíblico no nos dice si Dalila estaba presente en la ceremonia descrita. Ignoramos la altura del templo que sería lo suficientemente alto para que, al desplomarse, la mayoría de los concurrentes muriera por el impacto y por las heridas causadas por las mismas estructuras pesadas del edificio. No hay razón para no aceptar el texto bíblico con referencia a la cantidad de personas que perecieron en el desmoronamiento. Si bien los filisteos no habían alcanzado el avance de la arquitectura de los egipcios, las ruinas en Karnak muestran templos de hasta 5.000 metros cuadrados y columnas de 20 metros de alto; es decir, similar en altura a un edificio moderno de 7 plantas. Si calculamos que había 4 personas por metro cuadrado, para tener tres mil personas en la azotea estaríamos hablando de una superficie de unos 800 metros cuadrados.
Semejanzas y diferencias entre las muertes de Sansón y Esteban
Sansón vivió una vida de altos y bajos, mientras que Esteban vivió una vida de santidad.
Sansón murió ciego, sin ver nada. Esteban murió viendo la gloria de Dios y al Señor Jesús.
Las últimas palabras de Sansón fueron de juicio para sus enemigos: "para que de una vez tome venganza" (Jue 16:28). Las últimas palabras de Esteban fueron de misericordia para los que le apedreaban: "¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!" (Hch 7:60).
Los enemigos de Sansón eran los filisteos. Los enemigos de Esteban eran los religiosos de Israel.
Sansón murió sepultado entre los escombros. Esteban murió sepultado por las piedras.
Temas para análisis y comentario
1. ¿Fue la muerte de Sansón un suicidio?
2. ¿De qué atributos de Dios se aferra Sansón para orar? (16:28).
3. ¿Cómo pudieron encontrar los hermanos el cadáver entre tantos muertos?
4. ¿En qué nos basamos para suponer que Sansón se arrepintió y que su relación con Dios fue restaurada?
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