Estudio bíblico: El sacrificio perfecto de Cristo - Hebreos 10:1-39
El sacrificio perfecto de Cristo (Hebreos 10:1-39)
Argumento general
A primera vista se podría pensar que el pasaje que tenemos delante no hace más que reiterar conceptos conocidos ya, pero de hecho hay un nuevo énfasis de gran importancia que destaca el sacrificio, mientras que el capítulo 9 tenía por tema dominante el ministerio del sumo sacerdote en el verdadero tabernáculo. Desde luego, el tema de la insuficiencia de los sacrificios anteriores y la necesidad de otro mejor no es nuevo, pero aquí este aspecto es primario y no secundario. La suficiencia absoluta y final del sacrificio de Cristo, que motiva el retiro de las repetidas "sombras" de los sacrificios animales, se ilustra y se apoya por otra de las características citas del Antiguo Testamento, sacada esta vez del Salmo 40.
Hay tres grandes profecías de los salmos y los profetas (amén de todas las demás referencias e ilustraciones) que pueden considerarse como las "columnas" que aguantan el peso del argumento del autor al probar la excelencia del nuevo orden en Cristo y la caducidad del antiguo.
La primera es el Salmo 110 (con el capítulo 14 de Génesis como fondo), que probaba que el sacerdocio aarónico no era perfecto y que había de pasar, ya que David profetizó por el Espíritu que el Mesías se había de establecer como rey y sacerdote según el orden de Melquisedec. La segunda es el capítulo 31 de Jeremías, que, al anunciar la introducción de un nuevo pacto, detallando sus características, indicaba claramente que el antiguo se había caducado. La tercera es el Salmo 40, texto de la porción que tenemos delante, y en ésta se manifiesta que Dios no quedaba satisfecho con los sacrificios del orden levítico y, por lo tanto, se necesitaba un sacrificio perfecto, que surgiera de la voluntad rendida de un ser consciente, cuyo valor personal diera validez a la ofrenda. Este, a su vez, sería el medio de rendir la voluntad de todos los adoradores al Señor en una santificación real y espiritual.
Si recordamos, además, el uso que el autor hizo del Salmo 95 en los capítulos 4 y 5 de esta epístola para hacer ver la limitación del descanso de la tierra de promisión, "quedando un descanso" mejor y más perfecto para el pueblo de Dios, veremos cómo, por una interpretación sabia y espiritual de las mismas Escrituras en que los hebreos se fundaban, se ha demostrado que todos los aspectos de la vida religiosa y nacional de Israel tenían que renovarse sobre otra base perfecta y permanente en Cristo, con referencia al culto, al pacto y a la tierra.
La "sombra" y la "imagen misma" (He 10:1-4)
Una "sombra" es una clara indicación de que la sustancia que la produce tiene una existencia real, pero por muchas veces que se repita nunca llegará a ser la sustancia misma. Pablo se vale del mismo paralelismo entre la "sombra" del sábado, etc., y la "sustancia" del cuerpo de Cristo en (Col 2:17), y el sentido íntimo es igual, bien que aquí la sustancia es el valor del sacrificio único. La repetición de los sacrificios antiguos no añadía fuerza ni eficacia a la obra expiatoria, pues no se trataba de muchos hilos que se unieran para hacer una cuerda resistente, sino de una "sombra" que se añadía a otra, lo que no aumentaba su consistencia. Al contrario, la repetición indicaba que la obra no era completa, y que la conciencia, quedando aún intranquila, pedía más y más sacrificios por eso mismo: "de otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, no teniendo ya los adoradores conciencia de pecados?" (He 10:2). La ineficacia que se deduce de la repetición se destaca también por la naturaleza de la sangre ofrecida, pues es obvio a cualquier inteligencia espiritual que, si bien la sangre de toros y machos cabríos podía ser símbolo de una vida dada en expiación, tan pobre elemento no podía responder jamás por el fallo moral del hombre, hecho a la imagen y semejanza de su Creador, delante del alto y purísimo tribunal de la justicia divina.
La recordación de los pecados y la conmemoración del Señor (He 10:3)
El sacrificio del Día de las expiaciones tenía por objeto recordar y expiar los pecados del pueblo cometidos en el curso del año y no "cubiertos" por los sacrificios voluntarios. En seguida después del gran "día" empezaba otra vez la recordación de más y más pecados, como se indicaba por la repetición de los sacrificios que se ofrecían diariamente, en las fiestas especiales y según las muchas necesidades de los adoradores individuales. Luego, al cabo del año, tenía que celebrarse otro día de expiaciones, y así sucesivamente a través de una reiteración ininterrumpida.
Es interesante comparar la frase del versículo 3: "en estos sacrificios... se hace memoria de los pecados", con las palabras del Maestro al instituir la cena memorial: "Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mt 26:28); "Haced esto en memoria de mí" (Lc 22:19). Este contraste pone de relieve de una forma dramática la gran diferencia en el valor de los sacrificios, pues bajo el antiguo pacto servían para traer a la memoria los pecados, mientras que, tras la perfecta remisión de éstos por el derramamiento de la sangre de Cristo, el recuerdo de los adoradores limpiados se fija, no ya en los delitos expiados, sino en la persona de la Víctima, quien, con amor y compasión infinitos, anuló la deuda una vez para siempre.
La cita del salmo 40
He aquí un caso aleccionador de la manera en que la luz de la inspiración ilumina pasajes del Antiguo Testamento para darles una profundidad de sentido que difícilmente habríamos podido discernir sin la ayuda del pasaje explicativo del Nuevo Testamento. Debiéramos leer la cita del Salmo 40 en su contexto, notando que David, al principiar su canto, alaba al Señor por haberle sacado de algún grave peligro, sea circunstancial o moral, colocando luego sus pies "sobre peña". En vista de ello, celebra las innumerables maravillas del Señor para con el hombre de fe, y, de pronto, al considerar la mejor manera de expresar su gratitud, declara que los sacrificios y los presentes del adorador no agradaban a Dios tanto como un corazón que se goza en la voluntad de Dios, teniendo su ley escrita en sus entrañas. La frase en el Salmo: "Has abierto (horadado) mis oídos", se refiere con toda probabilidad a (Ex 21:1-6), donde se presenta el caso del hebreo que, por pobreza, había tenido que venderse por unos años como esclavo. Cuando le tocaba salir, sin embargo, prefería quedar en la casa, pues ya le agradaba su blanda servidumbre a causa del amor que ya sentía para con su amo y la esposa que había adquirido en su casa. En señal de ello, el dueño, en presencia de los jueces, había de traspasar la oreja del siervo con una lezna, fijándola momentáneamente al poste de la puerta de la casa. Significaba todo ello que el hebreo escogía una servidumbre perpetua por su propia voluntad, entregando su cuerpo al servicio de su dueño por amor. Veremos más abajo cómo, a través de la versión alejandrina y la cita del autor de la epístola, la figura ilumina la entrega del cuerpo de aquel que se hizo "siervo" por amor para cumplir la voluntad de su Padre.
Para aclarar otra frase que podría presentar alguna dificultad, debiéramos notar que cuando el salmista dice: "He aquí vengo, en el rollo del libro está escrito de mí: el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado", no se trata de ninguna cita específica que contenga tales palabras, que no se pueden hallar en los escritos anteriores, sino del sentido íntimo e interno de la ley, que el siervo de Dios, por la iluminación del Espíritu, había llegado a comprender, sabiendo ya que lo que a Dios le agradaba era la voluntad presta y el servicio del amor, tal como se simbolizaba en el caso del siervo hebreo al quedarse en la casa de su amo.
Es un caso notable de una serie de enseñanzas en el Antiguo Testamento por siervos de Dios que habían llegado a comprender que lo importante de las ordenanzas de la ley ceremonial era su sentido interno y espiritual, y que "el obedecer es mejor que los sacrificios", no sirviendo para nada los actos rituales si no expresaban el deseo del corazón de conocer y seguir al Señor (1 S 15:22) (Is 1:11-18) (Jer 6:20) (Mi 6:6-8). Desde luego, los sacrificios levíticos no eran malos en sí, pues a todas luces Dios mismo los había ordenado para los efectos que hemos venido considerando, pero si los israelitas los presentaban de una forma rutinaria, creyendo que así "granjeaban méritos", entonces, lejos de ayudar a las almas a proseguir en el camino de la bendición celestial, llegaban a ser un estorbo.
El elemento mesiánico en los salmos (garantizado por el mismo Señor resucitado en (Lc 24:44) es de interés especial, pues suelen predecir las experiencias del Mesías de una forma subjetiva, o sea, a través de la vida interna de David (u otro inspirado salmista). Como hemos visto al considerar el principio del Salmo 40, David hablaba de algo que le había pasado en su propia vida, y derrama su alma delante del Señor, pero cuando llegamos a la gran "cumbre" del inspirado canto en los versículos 6-8, nos damos cuenta de que las expresiones rebasan el marco de las experiencias personales de David para presentar las del "Hijo de David". Pasamos del principio general de que los sacrificios no valen nada en comparación con la voluntad rendida, a la encarnación máxima de este principio en aquel que había venido con el solo objeto de cumplir la voluntad de Dios y así abrir el camino para cuantos quisiesen seguirle en el verdadero espíritu de santificación y de consagración. El autor inspirado de Hebreos subraya tanto la misión del gran Siervo como el elemento de contraste entre su obra y el sistema ineficaz de los sacrificios animales que la había precedido, viendo en el salmo que comenta el anuncio del retiro del orden levítico ante la presentación en escena del Hijo, quien hace la solemne declaración: "Heme aquí, venido para hacer tu voluntad", quitando "lo primero" para establecer "lo segundo" por medio de una obra eficaz y eterna.
La tradición y la interpretación. El autor se servía de la traducción griega del Antiguo Testamento que se había hecho en el siglo tercero antes de Cristo, llamada la "Alejandrina" o la "Septuaginta", en la que los traductores, quizás influidos por el simbolismo de (Ex 21:5-6), dieron a la frase "Has horadado mis oídos" el sentido de "me preparaste cuerpo", que es una aclaración espiritual de lo que se daba a entender en la frase hebrea, o sea, la entrega de un "cuerpo" dispuesto al servicio de su dueño. El Espíritu aquí autoriza y consagra esta traducción en su aplicación mesiánica, y vislumbramos la maravillosa "preparación" del cuerpo del Dios-Hombre por el misterio de la encarnación, siendo el sagrado instrumento para llevar a cabo todos los designios de Dios para la redención del Hombre y la preparación de un pueblo verdaderamente santo y sumiso a su voluntad.
La misión del Hijo. En el salmo, cuando el siervo se pone a la disposición de Dios, expresa, además, el deleite que siente al hacer su voluntad: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado" (Sal 40:6-7). En la cita de nuestra porción se destaca no sólo el deleite que siente, sino el firme propósito de cumplir la voluntad divina, pues para eso se presenta: "Heme aquí venido PARA hacer tu voluntad". No sólo se goza en los designios del Padre, sino que se apresta a cumplirlos por medio del maravilloso instrumento del "cuerpo" preparado. La frase "Heme aquí" (He 10:9), la que se halla en los labios de un siervo obediente al ponerse a la disposición de su amo, y se asemeja a la respuesta común de una criada al oír el llamamiento de su señora: "¡Mande usted!"
Notamos que la cita se introduce por las palabras: "Por lo cual, entrando en el mundo, dice...". La forma de la dedicación del Siervo es la siguiente: "Heme aquí, venido para hacer tu voluntad...". Algunos han querido aplicar estas frases al momento de la encarnación, o a algún tiempo anterior o posterior a ella, pero creemos que lo más acertado es no procurar determinar el momento de la declaración, sino entenderla más bien como la expresión de la actitud constante del Hijo en relación con su venida al mundo para el cumplimiento de su misión entre los hombres.
Hay una estrecha analogía espiritual entre el sentido íntimo de la dedicación y los versículos que introducen la escena del lavatorio de los pies de los discípulos en (Jn 13:1-5): un acto que simbolizó todo el servicio del Maestro a favor de los suyos. El Siervo actúa en el pleno conocimiento de su alta dignidad, pero, al mismo tiempo, su gracia infinita le lleva a un servicio que no conoce límites ni condiciones; una vez cumplida la misión, sin embargo, vuelve triunfante a quien le envió. "Sabiendo que había llegado su hora para que pasase de este mundo... ?escribe Juan?, y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que había venido de Dios y a Dios iba..., tomando una toalla, se la ciñó..." (Jn 13:1,4), y así procedió a cumplir la humilde tarea de un esclavo que ellos habían despreciado. Vemos al creador de todo presentándose como instrumento único y enteramente rendido a la voluntad de Dios para restaurar lo perdido; no reserva nada ni pone condiciones, y su bendita entrega, por medio del cuerpo preparado, hace posible la santificación de un nuevo pueblo espiritual y la preparación de un Reino eterno donde la voluntad de Dios no conocerá estorbo ni contradicción.
Todo el intento del "rollo del libro", o sea, de los santos oráculos de Dios, es hacer ver a los hombres que han de volver a la obediencia de su legítimo Señor por medio de la obra de aquel que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.
La voluntad de Dios se cumple en el sacrificio único (He 10:10-14)
Es la voluntad divina que su pueblo sea santo, pero esto depende a su vez de la obra del Siervo, quien se consagró para realizar tan bendita obra: "En esa voluntad hemos sido santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecho una vez para siempre" (He 10:10). En estos versículos el autor sigue sacando las consecuencias lógicas del contraste apuntado en el Salmo 40, y ya que "lo primero", con sus sacrificios y ofrendas materiales, no es del agrado de Dios, queda "lo segundo", o sea el sacrificio único, que es el cuerpo rendido de Jesucristo, con todas las bendiciones que fluyen de tan abundante fuente. Y en lugar de los sacerdotes, con la incesante repetición de sus sacrificios, se destaca "Aquel, que habiendo ofrecido a perpetuidad un solo sacrificio por los pecados, se sentó a la diestra de Dios" (He 10:12).
Tratándose de un sacrificio de tal categoría, llevado a cabo por el Dios-Hombre en la consumación de los siglos, es evidente que no puede por menos que ser perfecto y único, y de efectos perpetuos, sin la posibilidad de repetición en la forma que sea.
La perfección de los santificados (He 10:10,14)
Es natural que el concepto de la "santificación" sea típico de esta epístola, ya que el simbolismo se basa sobre el orden levítico. Hemos mencionado, de paso, cómo el apóstol Pablo piensa en términos legales, y ve al creyente "justificado" por estar unido vitalmente con Cristo, quien cumplió la sentencia de la ley a su favor. El autor de esta epístola, expresándose según la terminología levítica, ve al creyente como "apartado" por medio del sacrificio de Cristo, llegando a ser un "creyente-sacerdote" que sirve en el verdadero tabernáculo. Desde luego, se trata de una diferencia de énfasis y de metáfora solamente, pues Pablo también llama a los creyentes "santos" y se preocupa del tema de la santificación como consecuencia lógica de una unión de los salvos con Cristo. Pedro abunda en el mismo tema desde su punto de vista distintivo, y los varios aspectos presentados por estos siervos inspirados de Dios nos ayudan a ver "en redondo" la maravillosa obra de Dios a favor de los suyos.
El simbolismo de Hebreos, sin embargo, se relaciona de una forma muy íntima con los libros del Exodo y Levítico, y debiéramos volver a considerar la consagración de Aarón y sus hijos a sus cargos de sacerdotes en el capítulo 29 de Exodo y en el 8 de Levítico, pues el complicado ritual de su apartamiento de entre los hijos de Israel para este servicio especial nos suministra los conceptos y figuras que luego pasan a la realidad espiritual de la nueva creación. Recordemos (por mencionar solamente lo más esencial) que los cuerpos de los sacerdotes habían de ser lavados con agua y luego revestidos de sus hermosas y puras vestimentas. Entonces la sangre de los sacrificios (base de todo el simbolismo) se aplicaba a los pulgares de sus manos y pies, como también a sus orejas, salpicándose además sus vestiduras de sangre mezclada con aceite. Solamente así podían considerarse como "santificados", o sea, apartados para el servicio de Dios y capaces para ejercer sus sagradas funciones a favor del pueblo. El simbolismo es muy claro, pues la base de todo "apartamiento" para Dios ha de ser el sacrificio de Cristo, cuya virtud ha de aplicarse a todas las partes del ser del creyente, siendo necesarias, además, la acción del "lavacro de la palabra" y las santas energías del Espíritu Santo de Dios para terminar la obra. Así pasan los creyentes a ser un pueblo especial de Dios, llamados a servirle y adorarle en medio de un mundo manchado por el pecado y apartado de Dios, destacándose el contraste entre éstos y los hombres que se dedican al inmundo servicio de los "dioses" que crean el terreno moral y espiritual que describe Pablo en (Ro 1:18-32).
Sobre este fondo se destacan las frases: "En esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo..., porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (He 10:10,14). La Voluntad de Dios, que Cristo vino a establecer, es precisamente ésta: que los seres humanos se saquen del fango del pecado y de la dura servidumbre del diablo, para ser limpiados moralmente por la eficacia de la obra de Cristo, revestidos de sus virtudes y hechos "verdaderos adoradores" por la potencia del Espíritu de Dios. Cuando se subraya la perfección de esta obra ?"hizo perfectos para siempre a los que están siendo santificados" (He 10:14)? se trata, desde luego, de la obra de Dios en Cristo, que, idealmente, es ya perfecta y cuya consumación está asegurada para aquel día. Por la misma razón Pablo pudo dirigir una carta a "la iglesia de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, llamados santos", a pesar de que luego tendría que reprender a estas mismas personas por varios defectos en su vida y testimonio que no eran propios de su posición en Cristo, que era netamente de "santidad". Lo que Dios efectúa en nosotros sobre la base de la Cruz y la resurrección, en la esfera de la nueva creación, ha de ser necesariamente perfecto, pero el problema del creyente es el de ir "perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2 Co 7:1), a los efectos de que los actos concretos de su testimonio concuerden con su elevada categoría de "santos en Cristo".
La perfección del triunfo (He 10:13)
A la separación del pueblo de Dios para una nueva santificación corresponde otra obra igualmente necesaria que ha de reducir a la obediencia todo elemento rebelde que se ha alzado contra la voluntad de Dios. El Hijo se dedicó a su gran misión declarando: "Heme aquí, venido para hacer tu voluntad", y aquella voluntad ha de ser hecha "como en el cielo, así también en la tierra". La sesión de Cristo a la diestra de Dios, después de su gran triunfo sobre el pecado, la muerte y el diablo, no sólo garantiza la perfección final de los suyos, sino que ha de ser el medio para someter a la voluntad de Dios todo movimiento contrario a ella, y para demostrar esta "extraña obra" del gran Mediador, el autor vuelve de nuevo al Salmo 110: "Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies". La Iglesia se va formando mediante la predicación del Evangelio y la poderosa operación del Espíritu Santo en el mundo, y "lo que resta" es la limpieza de todo estorbo a la voluntad divina en todas las esferas de los dominios de Dios (1 Co 15:24-28) (Ap 21:1-8).
La perfección de la obra interna (He 10:15-16)
El autor acude de nuevo a la cita de Jeremías capítulo 31, que era la base de su argumento para probar que el antiguo pacto pasaba de la escena dejando sitio para el nuevo. Aquí utiliza solamente unas frases, que comentamos en algún detalle en su lugar, con el fin de completar su argumento sobre la perfección de la obra de Cristo, que resulta en una obra interna tan eficaz que es como si los preceptos de las leyes fuesen escritos en la mente y el corazón de los que han acudido a Dios por medio de Cristo. Lo que faltaba en la cita anterior, o sea, la explicación de la fuerza móvil que podría cambiar los corazones y los pensamientos de los hombres, se ha adelantado ahora con toda plenitud por las enseñanzas de los capítulos 9 y 10.
La perfección de la remisión (He 10:18)
La continuación de la misma cita sirve para demostrar la perfección de la remisión de los pecados por la obra expiatoria del único y perfecto sacrificio de Cristo, pues Dios había dicho por medio de Jeremías y en relación con su nuevo pacto: "Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones". El significado del macho cabrío "para Azazel" del día de las expiaciones se ha cumplido de la forma más completa, pues los pecados han sido llevados al desierto del olvido absoluto a favor de quienes aprovechan la expiación de la Cruz, de modo que no se celebrará jamás otro "Día de expiación" para "recordar" los pecados, sino que quedará para perpetua memoria la obra única de la Cruz que acabó para siempre con la iniquidad, juntamente con el agradecido recuerdo de la persona que "se ofreció a sí mismo" para consumar el sublime hecho. Así, la sección finaliza con la terminante declaración: "Ahora bien, donde hay remisión de éstos (de los pecados) no hay más ofrenda por el pecado" (He 10:18).
La perfección y la finalidad de la obra se recalca una y otra vez por el uso de los adverbios "hapax" y "ephapax", que denotan "una vez para siempre", siendo el segundo una forma más enérgica del primero. En esta epístola se hallan en los versículos siguientes, que deben notarse cuidadosamente para que estemos prevenidos contra toda idea de la posible repetición del sacrificio del Calvario, sea cruento o incruento: "hapax", (He 6:4) (He 9:7) (He 9:26-28) (He 10:2,26,27) "ephapax", (He 7:27) (He 9:12) (He 10:10).
Resumen y exhortación (He 10:19-25)
Muchas exhortaciones ha dado ya el autor a los hebreos con el fin de conjurar el peligro de su apartamiento de la verdad que se ha manifestado de una forma final y totalmente suficiente en Cristo; pero en este lugar, habiendo expuesto magistralmente todo el significado de la bendita obra expiatoria y mediadora del Hijo, puede dirigirles un llamamiento aún más poderoso y eficaz. Por eso hace un breve pero sustancioso resumen de las doctrinas expuestas en las secciones anteriores, y después procede a animarles por medio de una hermosa exhortación cuatripartita. A los efectos de la buena interpretación, hemos de acordarnos constantemente de la posición especial de este grupo de hebreos ante cuyos ojos, ofuscados por la presión de las circunstancias y de la persecución, la "sombra" les parecía "sustancia", a la par que la "sustancia" se les volvía en una visión irreal. No deja de ser verdad, sin embargo, que ello puede aplicarse a nuestra conciencia, pues sólo por medio de una plena comprensión de la persona y la obra de Cristo podremos corregir las tendencias que fácilmente se manifiestan en nosotros de "escurrirnos", incurriendo en una frialdad del corazón, sin dejar, quizá, de hacer uso de las piadosas frases que antes expresaban de veras el amor de nuestro corazón. ¿Podemos decir con verdad que el "habitar en el Lugar Santísimo con Cristo" es una realidad espiritual para nuestras almas? Al cantar en pública reunión nuestros hermosos himnos de adoración, ¿corresponde el fervoroso pensamiento íntimo a lo que cantan nuestros labios? ¿Vivimos de veras una vida pujante por el poder manifiesto del Espíritu Santo, o vivimos más bien de "prestado", reflejando débilmente la luz y el calor que hallamos en los buenos hermanos de nuestra congregación? Si las penetrantes palabras que hemos de meditar han de hacer mella en nuestro corazón, debiéramos parar un momento antes de leerlas, con el fin de hacer un "examen de conciencia" y no embotar el filo de la espada de la Palabra por meras pretensiones, o por una superficialidad que se contenta con actitudes religiosas, más o menos probadas en nuestros círculos cristianos, sin desnudar al alma, con todas sus hondas necesidades, ante los ojos penetrantes de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.
En cuanto a la interpretación de las gráficas figuras, hemos de recordar, como hasta aquí, que todo está saturado del simbolismo levítico, sin referencia al cual sería imposible calar hasta lo hondo del pensamiento del autor.
El resumen (He 10:19-21). Este resumen consiste en una triple declaración que forma la base de las exhortaciones sucesivas: 1) Tenemos confianza para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús. 2) Este camino nuevo y vivo se traza a través del velo, que se definió como la "carne" del Salvador. 3) Al entrar hallamos al gran sacerdote, quien administra la casa de Dios. Examinaremos por partes estos hermosos conceptos.
La entrada confiada (He 10:19). No hace falta insistir más en el hecho de que se trata del verdadero tabernáculo, en el centro del cual está el trono de Dios. Por el capítulo 9 hemos aprendido que nuestro Sumo Sacerdote llegó allí llevando, simbólicamente, su propia sangre, y se sentó a la Diestra de Dios. La gran verdad que el autor apunta aquí es que los creyentes que acuden a Dios por medio de Cristo pueden seguir al sacerdote-adalid por donde él ha penetrado, y notemos bien que no se trata de una entrada íntima en las moradas eternas a la venida del Señor, sino de nuestro acercamiento actual a los efectos de la adoración, como "creyentes-sacerdotes", santificados para nuestra alta función espiritual por medio del sacrificio del cuerpo de Jesucristo hecho una sola vez.
Tengamos delante mentalmente el "plano" del tabernáculo en el desierto, acordándonos de que el altar de bronce, donde se ofrecían los holocaustos y demás sacrificios, se hallaba cerca de la entrada del patio. Luego, pasando por el lavacro, se llegaba a la cortina del Lugar Santo, con sus típicos muebles, y después al velo que hacía separación entre el Lugar Santo y Santísimo, donde se hallaba el arca, el simbólico centro de todo. Tendremos que volver a considerar algo de eso más abajo, pero en este contexto hemos de recordar que sólo los sacerdotes pasaban más allá del altar de bronce, y que sólo el sumo sacerdote, una vez al año, penetraba más allá del velo. Ahora bien, el Espíritu manifiesta aquí que todo creyente tiene "parrhesia", o sea, "valor alegre y confiado", no sólo para pasar al patio y utilizar el "lavacro de la Palabra", sino aun para entrar en el Lugar Santo, donde se vale de los medios de gracia simbolizados por el candelero, la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso; y como si este gran privilegio sacerdotal fuera poco, pasa con confianza reverente, pero gozosa, al mismo santuario donde, en el símbolo, Aarón entraba temblando sólo una vez al año. Y el asombro es tanto mayor cuando recordamos que no se trata ya de un modelo material, sino de la gran "realidad de realidades", que meditamos, dentro de los pobres límites del pensamiento humano, al estudiar el capítulo 8.
El apóstol Pablo revela la misma verdad, con distinto simbolismo, cuando declara: "Pero Dios..., por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo..., y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo entrar en los lugares celestiales con Cristo Jesús..., que por medio de él... tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre". Y allí "nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo" (Ef 1:3) (Ef 2:4-6,18). Pablo trata de nuestra gloriosa posición en unión con el resucitado, según su doctrina característica, mientras que el autor de esta epístola piensa en la abolición de las barreras que eran necesarias en los tiempos de preparación, y nos hace ver que lo que el régimen levítico indicaba como una posibilidad aún no realizada, ha llegado a ser nuestro derecho en Cristo. El verdadero tabernáculo se llena de multitudes de verdaderos adoradores que disfrutan de la visión celestial y elevan el incienso de su culto espiritual en la misma presencia de Dios.
El precioso "pasaporte" que confiere tantos privilegios es "la sangre de Cristo", o sea, todo el valor del sacrificio del Calvario hecho nuestro por la apropiación de la fe. Nuestra alegre confianza no tiene nada de orgullo ni de presunción humana, pues al adentramos en la presencia del Rey de reyes, la sangre preciosa de Cristo nos recuerda que nuestra vida era perdida y bajo condenación de muerte, y que hacía falta la entrega de la vida del sacrificio de valor infinito para que pudiésemos recobrar una existencia real y espiritual, volviendo a Dios como al verdadero centro de nuestro ser, redimidos ya y santificados en Cristo. Toda la gloria, pues, es la suya, y la "alegre confianza" descansa en él y sólo en él.
El camino nuevo y vivo (He 10:20). Tras la declaración del derecho de entrada viene la descripción del camino, basada sobre el simbolismo que ya hemos recordado. La palabra traducida por "nuevo" es muy especial en el griego y significa "recién sacrificado", y detrás de ella se halla la unión de dos metáforas que tiene su lógica espiritual si tenemos en cuenta que todas las partes del tabernáculo y su ritual hablaban de diversos aspectos de la persona y la obra del Señor. Así, el "camino" empieza en el simbólico "altar de bronce", que es figura de la Cruz como lugar de sacrificio, donde se veía el sacrificio recién consumado de quien era en su misma persona el camino al Padre. Viene a completar la figura el velo rasgado, que también habla del mismo hecho consumado en el Calvario según el simbolismo que notamos más abajo.
Nosotros no estamos tan empapados en el simbolismo del Antiguo Testamento como lo estaban los hebreos, y quizá parecerá a algunos por demás complicado recordar también otro símbolo que ya hemos visto: la confirmación de un pacto solemne que se llevaba a cabo en tiempos remotos en Israel por medio de sacrificar víctimas, que se dividían luego para que las partes contratantes pasasen por la vía ensangrentada de las piezas colocadas unas frente de las otras; es decir, un camino recién sacrificado que daba la seguridad de las bendiciones garantizadas por el pacto. Quien pasó por esta "vía" para asegurar las riquezas del nuevo pacto a nuestro favor fue Cristo mismo, pero nosotros le seguimos confiados por el camino carmesí que conduce hasta más adentro del velo rasgado.
"El velo..., su carne" (He 10:20). Este símbolo es de especial interés y hermosura, y el estudiante debiera volver a leer (Ex 26:31-33), notando que el velo era de finísima labor de lino como fondo, pero con hilos de cárdeno, púrpura y de carmesí entretejidos sobre este fondo, y bordado todo de querubines. Sin duda, representaba la persona del Señor, por medio de cuya purísima humanidad se manifestaba tanto su divinidad como su realeza, siendo medio, además, de llevar a cabo los altos designios de la voluntad de Dios. Hermosísimo era el velo, en efecto, pero fijémonos en el significativo versículo 33 del capítulo indicado: "Os hará separación entre el Lugar Santo y el Santísimo"; y ya hemos visto el comentario del autor inspirado de esta epístola: "Dando a entender el Espíritu Santo esto: que aún no había sido manifestado el camino al Lugar Santísimo" (He 9:8). A primera vista nos extraña la lección del velo, pero un momento de reflexión nos hará comprender la exactitud y la profundidad de la figura, pues la perfección de la persona del Dios-Hombre manifestaba lo que nosotros debiéramos haber sido para que Dios pudiera admitirnos en su santa presencia: "¿Quién subirá al monte de Jehová? y ¿quién estará en su Lugar Santo?... El limpio de manos y puro de corazón..." (Sal. 24:3). El Maestro evidencia que la ley estaba "escrita en sus entrañas" y todo cuanto hacía estaba de perfecto acuerdo con la voluntad de su Padre, y por eso, aun estando físicamente en la tierra, estaba siempre "en el seno del Padre". Pero el hombre pecador está infinitamente alejado de esta perfectísima norma, de modo que la vida del Señor, lejos de llevarle al Padre, no hace sino señalar la enorme distancia entre el hombre caído y su Dios.
Pero, con la precisión y exactitud del simbolismo bíblico, vemos que todo estaba previsto, y en la frase el "velo que es su carne", que llega a ser "camino recién sacrificado", hay una referencia obvia a (Mt 27:50-51), cuando, en el momento en que el Señor entregó su espíritu triunfante al Padre, ocurrió un extraño fenómeno en el Templo que así se describe: "Y he aquí, el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo". La santa humanidad del Señor, en sacrificio voluntario, se había "rasgado" en la Cruz, y en aquel momento, allí en el Templo, los sacerdotes vieron con espanto cómo el hermosísimo velo de separación se rasgó de arriba abajo como si fuera por la obra de una mano invisible. El simbolismo queda clarísimo, pues lo que era barrera llega a ser "camino recién sacrificado", ya que el pecado se había expiado eficazmente por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecho una sola vez. Y el autor inspirado lo resume todo en las palabras que estudiamos: "Hermanos..., tenemos confianza para entrar en el Santuario, en virtud de la sangre de Jesús, por el camino nuevo (recién sacrificado) y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne" (He 10:19-20). "Carne", aquí, corresponde al uso de la palabra en (Jn 1:14): "Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros"; esto es, la santa y pura humanidad que recabó para sí en la encarnación, y que era suya de derecho por ser él el Creador. De acuerdo con este énfasis sobre la humanidad del Señor, se habla en este contexto de la "Sangre de Jesús", recalcando así su nombre humano.
El gran sacerdote sobre la casa de Dios (He 10:21). Seguimos los pasos del creyente-sacerdote que aprovecha su derecho de "entrada" y, tras la experiencia del altar y el paso por el Lugar Santo, comprueba que el velo no le presenta estorbo, sino que, al contrario, se ha convertido en "camino real" y ya se halla en aquella presencia cuyo resplandor sería normalmente la muerte del hijo de Adán (Is 6:1-7), pero cuya luz le envuelve ahora en benéficos rayos de vida y de iluminación que recrean el espíritu purificado por la sangre de Cristo.
No sólo eso, sino que halla allí, a la diestra del poder, al Autor de su salvación, actuando como el "sacerdote, el grande", que administra todos los bienes de la casa de Dios. El estudiante verá que se unen aquí dos "hilos" de la doctrina de esta epístola, puesto que en (He 3:1-6) el Hijo se vio como el administrador de la "casa" que él mismo creó, en contraste con Moisés, quien no pasaba de ser fiel siervo sobre la casa de Dios al ordenar los principios de la vida nacional de Israel. Después hemos tenido la ocasión de contemplar la sublimidad de esta "casa" que el Señor levantó, y no hombre, y ahora, tras la magna obra de expiación y de reconciliación, vemos al sumo sacerdote ejerciendo su ministerio de mediación y de administración a la diestra de la Majestad en las alturas. Fijémonos en la sublimidad de los conceptos, pues Cristo no es sólo el compasivo sumo sacerdote que se interesa en el menor de los problemas de sus redimidos, sino que, sobre la base de su obra de tan trascendental alcance, ordena todos los asuntos referentes a todas las esferas que el Padre ha puesto en sus manos.
Todo se presenta aquí como base de la "gozosa confianza" del creyente que se acerca en espíritu a tal lugar, feliz, en una provisión tan abundante y hallándose "como en su casa", ya que su amado Señor está allí para recibirle.
Las exhortaciones (He 10:22-25)
¡Qué terrible si no se aprovechasen plenamente estas previsiones de tanto valor! ¡Cuánta deshonra para el Señor de todo lo creado si, después de abrir el Santuario de su gran "Tabernáculo" al coste de la entrega de su Hijo, los hombres despreciaran tan elevados privilegios! Por medio de tan poderosa "palanca" el siervo de Dios quiere mover los corazones de los hebreos e inclinar su voluntad a echar mano a lo que se les ofrecía en Cristo. Algunos buscaban de nuevo el "privilegio" de llegar hasta el patio interior del templo de Herodes, sin comprender que, por medio de Cristo, podían ser admitidos en lo más adentro de la misma presencia de Dios, ejerciendo en los lugares celestiales un ministerio que con tanta dificultad y con eficacia tan limitada cumplía el sumo sacerdote de los judíos en el santuario material.
"Acerquémonos" (He 10:22). La primera exhortación se relaciona con Dios y hace ver que el privilegio de esta "entrada" ha de ser aprovechado. Se pide que haya en el creyente-sacerdote un "corazón sincero" y "la plena seguridad de la fe". Según los términos del nuevo pacto toda obra ha de ser interna y espiritual, y el "corazón", sede de los deseos y de la voluntad, ha de ser "sincero", o sea, sin dobleces y móviles mezclados. El privilegio de la entrada al Santuario es sublime, pero también muy solemne, pues la penetrante luz de la presencia de Dios discierne todo intento del corazón. "La plena certidumbre de fe" es, literalmente, una gran abundancia de fe. El que quiera andar por tan precioso camino necesita una cumplida visión de Dios y de la realidad de lo que su gracia ha provisto, a fin de que se le hinche el corazón de aquella "alegre confianza" descrita más arriba. No conviene a tal lugar un paso vacilante e inseguro.
La preparación para la "entrada" se describe de esta manera: "Rociados los corazones de una mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura". Como se trata aquí de la entrada de los sacerdotes espirituales al Santuario en pos del gran Sacerdote, quien les ha precedido, lo más probable es que el simbolismo se saca del capítulo 8 de Levítico (la consagración de los sacerdotes) que ya hemos tenido ocasión de notar. Los cuerpos de Aarón y de sus hijos fueron lavados con agua natural, pero todo el ser del creyente ha de ser purificado con el valor de la sangre de Cristo aplicada en la potencia del Espíritu Santo. Las vestiduras de los sacerdotes aarónicos fueron rociadas con sangre y aceite, pero el "corazón" del creyente, aquel centro del ser moral, ha de ser limpiado de una mala conciencia. Es decir, el creyente comprende que el sacrificio responde perfectamente por él en la presencia de Dios, y que el Espíritu de Dios le da poder para vencer el pecado en su vida. ¡Recordemos estas condiciones básicas al presentarnos delante del Señor, sea en privado o en público! Dios no puede ser burlado.
"Mantengamos" (He 10:23). La segunda exhortación pasa a la esfera de la profesión cristiana, frente al mundo, y de forma especial frente al "mundo religioso". Los receptores de la carta necesitaron urgentemente esta exhortación, como hemos visto, y la debida comprensión de la doctrina expuesta les habría salvado de toda tendencia de "fluctuar", pues la base y el apoyo no podían ser más seguros y eficaces, "y fiel es quien hizo las promesas".
El apóstol Pedro, al tratar el mismo tema del "sacerdocio" de todos los creyentes, habló de "un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales", y, más adelante, de un "real sacerdocio... para anunciar las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2:5,9). En estas frases discernimos los mismos aspectos que se presentan en la porción que tenemos a la vista, pues el que se adentra para adorar, ha de salir luego para testificar de las maravillas que el Señor ha hecho con él. Es la parte más difícil, porque el mundo como tal no quiere escucharnos; pero también una profesión digna y fiel tiene su gozo y su premio, y estamos firmes sobre la base de la fidelidad de quien nos llamó.
"Considerémonos" (He 10:24). La tercera exhortación tiene que ver con los hermanos considerados individualmente. Sería un contrasentido si personas admitidas a la presencia de Dios y a la comunión con Cristo en el centro de todas las esferas creadas fueran luego desapacibles y egoístas frente a sus hermanos de la misma familia cristiana. La realidad de la experiencia mística (en el sentido bíblico) ha de manifestarse por obras prácticas de amor, y, al mirar a nuestro hermano, no hemos de pensar: "El me ha provocado, pues no me trató como me corresponde a mí", sino más bien: "¿De qué forma puedo mostrar mi amor a mi hermano para que él, a su vez, sea animado a manifestar amor y buenas obras?". La palabra "provocar" se emplea generalmente en sentido malo: una "provocación" que produzca una reacción de afirmación egoísta del "amor propio"; pero aquí el siervo de Dios saca un arma del arsenal de los hijos de las tinieblas y, presentándola a los santificados, les dice, en efecto: "Si la carne provoca la carne a efectos dañinos y funestos, el amor ha de hallar la manera de producir reacciones de gracia, de benignidad y de esfuerzo espiritual". ¡Lo que eres en el Santuario se verá por la manera en que te portas en el seno de la familia cristiana!
"No dejando de congregarnos" (He 10:25). La cuarta exhortación se relaciona con la iglesia local. Se comprende que la frialdad de ciertos hebreos se manifestaba en una desgana para acudir a la congregación. Sin duda, alegaban sus disculpas, que llamarían "sus razones": sus preocupaciones, la distancia, los defectos en los hermanos, etc., etc., pues siendo el corazón humano lo que es, no habría mucha diferencia entre las reacciones de los hebreos del primer siglo y la de los españoles en el siglo XXI. Pero, evidentemente, la verdadera causa de tan funesta costumbre, entonces y ahora, es la frialdad del corazón, pues si hermanos hallan difícil gozarse en la presencia del Señor, tampoco les agradará la compañía de los hermanos. Cuando el Sanedrín soltó a Pedro y a Juan "vinieron a los suyos" como por un movimiento espontáneo e inevitable (Hch 4:23), de modo que, si la posibilidad de la comunión con los hermanos no nos atrae como un imán, debiéramos examinar nuestro estado espiritual delante del Señor. El escritor aquí enlaza la obligación de la "congregación" con el privilegio del "Santuario".
El Señor pone a los suyos "en familias", y no es posible "ser buen cristiano" en aislamiento si existe la posibilidad de congregarnos a los efectos de la mutua exhortación que se menciona aquí. Este mutuo apoyo espiritual es el medio que el Señor provee para contrarrestar las múltiples influencias mundanas que nunca faltan.
Es tanto más urgente que aprovechemos celosamente los medios de gracia relacionados con la iglesia local por estar cerca "aquel día" de crisis para el mundo y de consumación para la Iglesia. Más abajo, tras otra solemne amonestación, el autor volverá al efecto práctico de la constante expectación de la venida de Cristo, pues la hermosa realización actual de nuestra entrada en el Santuario espiritual se relaciona estrechamente con la meta y la "consumación" que tenemos delante. La comprensión de todos los aspectos de nuestra vida cristiana es el mejor acicate para movernos a la cumplida aplicación de las exhortaciones que hemos meditado.
La renovación de la solemne amonestación (He 10:26-31)
Esta sección es muy parecida a la de (He 6:1-8) y presenta las mismas dificultades de interpretación; recomendamos, pues, al estudiante que repase lo que allí adelantamos y que se fije especialmente en los principios generales que adujimos como normas para la recta comprensión de las amonestaciones. Allí los avisos precedieron la presentación de la gran doctrina de la obra sacerdotal de Cristo según el orden de Melquisedec, mientras que aquí siguen la exposición de la doctrina del ministerio de Cristo en el tabernáculo verdadero y del valor único, completo y final del sacrificio de la Cruz; de este modo, la severa admonición cobra mayor solemnidad a la clarísima luz que se ha venido enfocando sobre la persona y la obra del Señor. El énfasis sobre el sacrificio ofrecido una vez para siempre es de gran consuelo para el corazón humilde que acude con fe a Cristo, pero esta misma verdad se destaca igualmente como solemnísimo elemento de aviso, pues el que rechaza la provisión única, que nunca puede repetirse, de forma final, queda sin ningún medio posible de redención y únicamente puede esperar el juicio de Dios.
"Si seguimos pecando voluntariamente..." (He 10:26). El uso de "nosotros" aquí no identifica al escritor con la horrenda posibilidad que señala, sino que se refiere a la esfera de la profesión cristiana de quienes (como antes detallamos) habían recibido el conocimiento de la verdad. No se trata tampoco de la caída en el pecado por inadvertencia o por descuido del creyente por otra parte fiel, pues amplia provisión se señala para tal caso en (1 Jn 1:5-2:2) y otras Escrituras, sino del pecado de apostasía, de haber conocido la verdad y de haberla rechazado voluntariamente, persistiendo luego en este pecado. Recordemos siempre las circunstancias históricas, y que algunos sugerían a los hebreos que se librasen de la persecución por medio de un retorno al judaísmo: el sistema que crucificó al Señor y no quiso admitir el valor de su preciosa sangre.
Para el apóstata que rechaza conscientemente el sacrificio único no queda otro al cual puede acudir, ni hay ninguna posibilidad de una repetición del tremendo "día de las expiaciones" del Calvario (He 10:27).
"El mayor castigo" (He 10:28-31). El tema general de la epístola, como hemos podido comprobar tantas veces, es el de la excelencia de la nueva esfera de bendición en contraste con la sombra de la ley, pero si bien las bendiciones son mayores para los que reciben a Cristo, también el castigo ha de ser mayor en el caso de quien deliberadamente rechaza a Cristo. Ciertos mandamientos mosaicos eran de tanta importancia para la vida y el testimonio de la nación que el infractor de ellos tenía que morir irremisiblemente si había dos o tres testigos para confirmar el hecho; de esto saca el escritor la deducción lógica e incontrovertible de que el crimen de despreciar la persona y la obra del único Salvador tiene que recibir, necesariamente, un castigo mucho más terrible, según los principios de la justa operación de los juicios de Dios ya anunciados en (Dt 32:35-36). No puede tratarse aquí de otra cosa sino de la perdición eterna, en la que el castigo se aplicará según la responsabilidad moral de aquel que rechaza al Cristo de Dios (He 10:27,30).
El crimen de la apostasía deliberada se describe en (He 10:29) por tres frases que se hallan estrechamente relacionadas entre sí. El apóstata ha "pisoteado al Hijo de Dios" debajo de sus pies, o sea, conociendo, por la iluminación que recibió en común con sus compañeros cristianos, todo el valor de la preciosa persona del Dios-Hombre, lo despreció por un acto voluntario que era un insulto lanzado tanto al Hijo mediador como al Padre, quien le envió. Al hacer eso, tuvo como cosa "común" la preciosa sangre que selló el pacto, como si no tuviera más valor que la de los animales sacrificados continuamente bajo el antiguo pacto. La declaración acerca del tal, "en la cual (la sangre) fue sacrificado", ofrece las mismas dificultades de interpretación que hemos notado en el capítulo 6, pues parece indicar un estado de regeneración, pero por las mismas consideraciones que allí se adelantaron, hemos de comprender que el sujeto se hallaba en lugar de poder aprovechar el "apartamiento" que concede la sangre, que se derramó a favor de todos, y que hacía profesión de haberlo hecho, pero como luego continúa deliberadamente en el pecado máximo de la apostasía, queda demostrado que no había obra vital en su corazón que correspondiera a los privilegios de su posición.
La tercera frase declara que el apóstata ha "hecho afrenta al Espíritu de la gracia", o, en las palabras del Evangelio, ha "blasfemado contra el Espíritu Santo" por resistir sus poderosos impulsos cuando iluminaba su inteligencia en cuanto a la verdad de la persona y obra de Cristo. Tal es el pecado que no puede ser perdonado porque encierra en sí la resistencia consciente y rebelde contra los mismos medios de salvación que Dios ha provisto al darse a sí mismo para la bendición del hombre tanto en la persona del Hijo como en la del Espíritu Santo.
Nuestro criterio espiritual ha de asentir al juicio que Dios aplica a los "menospreciadores" que no quisieron recibir la maravillosa obra que Dios obró en medio de ellos (Hch 13:40-41), alegrándonos a la vez de que toda "venganza", o sea, la justa paga de toda mala obra, se halle en las manos justas de nuestro Dios.
Una exhortación a la paciencia y a la fe (He 10:32-39)
Pasamos aquí de una forma muy parecida a la que notamos en (He 6:9) de los avisos frente a la posibilidad de una apostasía irremediable, a la esperanza de que los hebreos en general han de perseverar en el camino del Señor. Todos los miembros del grupo habían de escuchar los avisos y aplicar la piedra de toque a sus propios corazones, pero, con todo, los humildes no tenían nada que temer, o, al vislumbrar la perdición del apóstata, habían de afirmar sus propios corazones en la verdad.
Las lecciones de la experiencia (He 10:32-34). Por estas exhortaciones sabemos que los hebreos habían recibido la Palabra "con mucha tribulación", a la manera de tantas de las iglesias locales, o grupos de iglesias, en el primer siglo. Si se hallaba esta iglesia en Palestina, los perseguidores serían los judíos, que no podían sufrir que surgiera otro "foco de nazarenos" en medio de ellos y hacían todo lo posible para sofocarlo. Así la iglesia naciente tuvo que sostener "gran lucha de padecimientos", siendo expuestos a la vergüenza pública como si fueran gladiadores y otras personas condenadas a exhibir su dolor en un circo romano para el entretenimiento de la turba endurecida.
El escritor nota especialmente que no sólo estaban dispuestos, en aquellos días benditos del principio de su fe, a sufrir ellos mismos, sino para ponerse al lado de sus hermanos en la fe que padecían semejantes persecuciones, compadeciéndose de los presos por causa del Evangelio: seguramente por los medios prácticos de las visitas y la ayuda monetaria. Se habla también del sufrimiento de ver cómo los enemigos les robaban sus bienes, y aun siendo israelitas, cuyo apego a lo material es tradicional, aceptaron hasta con gozo este despiadado "despojo" por el amor al Señor que llenaba sus corazones.
El siervo de Dios, como Pablo en parecidas circunstancias (Ga 4:12-20), apela a aquellos hermosos principios del testimonio de Cristo entre ellos como un medio para hacerles ver de dónde estaban en peligro de caer. ¿Cómo podían ser infieles a su propia experiencia? Si tan verdadero era el mensaje que en el principio estaban dispuestos a sufrir y morir por él, ¿cómo podían dejarlo ahora para volver precisamente al campo de los enemigos del evangelio? Estos recuerdos, con la alabanza de su testimonio en aquellos días, constituían una fuerte "palanca", emotiva y personal, para conmover sus corazones y alejar el peligro de la decadencia espiritual. Según nuestra manera de comprender la condición del grupo, con la ayuda de los indicios que la epístola nos proporciona, los pocos apóstatas sin regenerar daban consejos, que llamarían "de prudencia", a la mayoría fiel, y éstos, ante el furor de una persecución renovada e influidos por tales "consejos", se desanimaban y vacilaban; pero, como hemos visto, el siervo del Señor no pierde la esperanza de volver a establecerles en su fe y testimonio.
Los atribulados frente a "aquel que viene" (He 10:35-39)
En cuanto al desarrollo del argumento del escritor, estos versículos sirven de enlace entre la exposición de la doctrina ?con las renovadas amonestaciones y exhortaciones? y la presentación del camino de la fe que se descubrirá en el capítulo 11. En pocas frases se hallan muchos grandes conceptos tales como la paciencia, la fe, la vida y la recompensa, pero todo ello se ve a la luz de la venida del Señor. Los versículos 37 y 38 se basan en el sentido general de Habacuc 2:3-4 (Versión Alejandrina), con una referencia probable a (Is 26:20), pero el escritor no se propone transcribir una cita exacta, sino formular una declaración inspirada que utilice conceptos del Antiguo Testamento con los cuales los hebreos estaban ya familiarizados. En su hermosa profecía, Habacuc se situaba sobre su "atalaya", desde donde, por el Espíritu de Dios, oteaba el horizonte y veía que las crueles huestes de los babilonios habían de descender sobre Judá según los propósitos de los justos juicios de Dios. Todo parecía oscuro, y el horizonte se cerraba con nubarrones amenazadores, pero por encima de todo resplandecía la visión de la bendición final de Israel, y, siendo designio divino, su cumplimiento era segurísimo. No sólo eso, sino que, a pesar de que a la vista cortísima del hombre la visión parecía alejarse indefinidamente, a la luz de la presciencia del Dios Eterno no tardaría en cumplirse, y mientras tanto el justo había de "vivir por fe", pasase lo que pasase en lo inmediato. Igual es el sentido íntimo del "corto momento" en que el justo tenía que "esconderse" de la ira en (Is 26:30).
Se ve muy bien, pues, que los pasajes recordados del Antiguo Testamento se ajustaban perfectamente a la condición de los hebreos que arrostraban entonces las olas de una persecución constantemente renovada, necesitando, por lo tanto, fijar la vista en la esperanza final que se cumpliría tras un período que, a la vista de Dios, no pasaba de ser "un poquito". Es muy interesante ver cómo, en la adaptación de (Hab 2:3-4) por el escritor inspirado, la "visión" se personifica en Cristo, y la esperanza se expresa así: "Aún un poquito y el que ha de venir vendrá y no tardará". A la luz de la revelación del Nuevo Testamento toda visión y toda esperanza se cumple en la persona de Cristo, quien es el "Sí y el Amén" de todas las promesas de Dios, y el "Alfa y el Omega" de todos sus designios. Hasta la consumación, es siempre "Aquel que viene". Así le conocían los santos del Antiguo Testamento, y, siendo recibido en los cielos tras su primera manifestación, así le conocemos nosotros. Por largos que puedan parecer los siglos de la historia, o las distintas épocas de nuestra historia personal, El está a la puerta y no hay más que un "poquito" entre nosotros y la manifestación del Amado, en quien Dios ha solucionado ya todo problema.
Cuando Pablo cita las significativas palabras de Habacuc en (Ro 1:17), el énfasis recae sobre la palabra "justo", pues hablaba de la justificación que Dios otorgaba al que la recibiera por la fe. Al volver a citar el texto en (Ga 3:11), destaca el elemento de la fe en contraste con las obras de la ley. Aquí, sin embargo, se pone de relieve la vida, la cual, en nuestra peregrinación hacia la casa de Dios, en medio de tanta circunstancia adversa, ha de sostenerse por la fe que percibe y aprecia el plan y los propósitos de Dios, tal como se ha de demostrar en el capítulo 11.
La recompensa. Una luz brillante iluminará toda la escena cuando venga el Señor, y se verá que las tribulaciones del pueblo de Dios no eran algo arbitrario, el resultado casual de las ciegas fuerzas del mal, sino una parte de su plan, y se comprenderá que la recompensa se relaciona estrechamente con el testimonio y el servicio de los santos en todo el variado panorama de su vida cristiana. Al hablar el escritor en el versículo 34 de las pérdidas materiales que los hebreos habían sufrido al principio de su testimonio, les recordó que entonces tenían presente aquella "herencia más excelente y duradera" reservada para ellos en el Cielo; declara luego que la confianza en Dios a través de las tribulaciones "tiene grande recompensa", añadiendo en el versículo 36 que el hacer con paciencia la voluntad de Dios será el medio de obtener "la promesa". Todas estas expresiones subrayan la importancia del bien eterno que el creyente espera.
Es muy cierto que hemos de amar y servir al Señor por lo que él es, y, al unísono con el anónimo místico español, el creyente puede decir: "No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera".
Al mismo tiempo, ajustando nuestros pensamientos a la revelación divina, hemos de comprender que Dios mismo recalca el concepto de las "recompensas" como parte integrante de sus providencias, siendo a la vez una manifestación de su amor y la aplicación de la ley de la "siembra y la siega", hasta tal punto que nuestro galardón (entendido especialmente como la capacidad de glorificar al Señor y gozarnos en él) está directamente proporcionado a nuestra fidelidad como mayordomos del Señor aquí abajo hasta que él venga. He aquí la lección fundamental de la parábola de las minas. Es, pues, una "espiritualidad" espúrea la que desdeña lo que Dios ordena, y él coloca la "corona" ante la vista de los santos como aliciente en medio de sus trabajos y sufrimientos. En el lenguaje de Pablo: "Nuestra leve tribulación de un momento nos va produciendo, de modo cada vez más intenso, un eterno peso de gloria, no mirando nosotros a las cosas que se ven, sino a las que no se ven; pues las cosas que se ven son transitorias, mas las que no se ven son eternas" (2 Co 4:17-18). Subamos, pues, a la atalaya espiritual a la manera de Habacuc, para que la visión de la fe alcance a "aquel que viene", quien traerá en sus manos el galardón y quien transformará la escena de la vida humana, quitando todas las anomalías que no puede resolver nuestro pobre pensamiento ahora, para ordenarlo todo conforme a la verdad íntima de las cosas, haciendo que resplandezca con gloria peculiar todo esfuerzo espiritual de cada uno de su pueblo en el hermoso marco de la nueva creación. De esta forma comprendemos aun ahora que el período de prueba es de verdad "un poquito", y Dios nos concederá la "paciencia" (o sea, la firmeza moral) que es imprescindible en las circunstancias de nuestro testimonio en el desierto del mundo "hasta que él venga".
Temas para recapacitar y meditar
1. Comente sobre el uso que el autor de la epístola hace del salmo 40 en el capítulo 10, notando tanto su sentido general como su aplicación mesiánica.
2. En esta epístola se habla mucho de la "santificación". Aclárese el concepto con la ayuda de la tipología levítica y con referencia especial a 10:10-15.
3. Discurra sobre el simbolismo del "velo" en (He 10:20) y pasajes análogos.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Comentarios
Victor Ortiz Mendez (República Dominicana) (16/07/2024)
Muchas gracias por tan valiosos aportes que hacen en este maravilloso sitio Web.
Doy gracias y gloria a Dios por ustedes mis hermanos.
Hector Hugo Arias Taborda (Colombia) (19/05/2021)
Hermanos del ministerio SIGUIENDO AL MAESTRO, que el Señor los guarde y los bendiga siempre por el aporte tan valioso que hacen a la iglesia del Señor, ya que es de gran ayuda para los predicadores que como yo, estoy empezando el camino del ministerio, que la gloria sea siempre para nuestro Jesús.
Astrid Palacio (Colombia) (30/04/2020)
De gran edificación y muy bien documentado, que invita al lector a extasiarse con las enseñanzas que van encaminadas a afirmar con vehemencia los hechos narrados, como la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, con Cumplimiento de profecías .
May Delgado (Estados Unidos) (02/08/2019)
Buenas enseñanzas !!Dios les bendiga abundantementa..Su Santo Espíritu continúe capacitando sus vidas ..Amén!!
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