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Estudio bíblico: La séptima trompeta - Apocalipsis 11:15-19

Serie:   Apocalipsis
Autor: Luis de Miguel
España
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La séptima trompeta - Apocalipsis 11:15-19

(Ap 11:15-19) "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo."

Introducción

Llegamos por fin a la séptima trompeta, y tal como había anunciado el "ángel fuerte" en su solemne juramento (Ap 10:6-7), esperaríamos el clímax final con la llegada en gloria del Señor Jesucristo para reinar en este mundo de una forma visible y definitiva. Pero rápidamente vamos a ver que aunque en el cielo se celebra esto como si ya hubiera ocurrido, lo cierto es que con el toque de la séptima trompeta comienzan una serie de sucesos que nos van a obligar a esperar todavía hasta que veamos el deseado desenlace final. No obstante, como iremos viendo en los próximos pasajes, cada una de las cosas que han de acontecer mientras tanto, son necesarias antes de que pueda ser establecido el reino de Dios en este mundo.

La séptima trompeta y el gozo celestial

(Ap 11:15) "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos."
A diferencia de las trompetas anteriores, la séptima no anuncia ningún juicio, sino la sustitución de los reinos de este mundo por el de nuestro Señor Jesucristo. Y aunque se trata de un hecho que todavía ha de acontecer en el futuro, aquí es presentado como si ya hubiera sido consumado. Esto no nos debe extrañar, puesto que todo lo que dice el Dios Todopoderoso se cumplirá. Por esa misma razón, los profetas del Antiguo Testamento que hablaron en su nombre, también se expresaban de esta misma manera, puesto que para ellos era completamente seguro que lo que anunciaban iba a tener su cumplimiento exacto.
Por lo tanto, cuando el ángel toque la séptima trompeta tendrá lugar lo anunciado por el ángel fuerte, esto es, que el "misterio de Dios se consumará" sin más dilación (Ap 10:6-7). Como ya vimos, esto tiene que ver con el establecimiento definitivo del reino de Dios en este mundo para toda la eternidad. Por esta razón escuchamos un potente grito de júbilo que recorre el cielo celebrando la inminente derrota de Satanás y el perfecto restablecimiento de la soberanía de Dios de forma claramente perceptible y para siempre en este mundo.
Por fin, la pregunta que muchos se han hecho a través de los siglos con respecto a quién es el verdadero soberano del universo, será contestada de forma rotunda. La rebelión de Satanás y sus seguidores será aplastada con la llegada de Cristo a establecer su reino en este mundo. El deseo de los santos, tantas veces expresado en oración, pidiendo la venida del reino de Dios, será cumplido y la voluntad de Dios será hecha en la tierra del mismo modo que se hace en el cielo (Mt 6:10). Por fin este mundo conocerá la paz y la justicia que los hombres han sido incapaces de conseguir a lo largo de toda su historia.
En cuanto a esto, debemos recordar que al principio del ministerio terrenal del Señor Jesucristo, Satanás le ofreció todos los reinos de este mundo a cambio de su adoración, pero él de ningún modo quiso aceptarlos bajo esas condiciones (Mt 4:8-10). La base sobre la que él iba a conseguir reinar sobre los hombres rebeldes sería su obra redentora en la Cruz. Por eso, cuando murió, resucitó y ascendió al cielo, el fundamento de su reino en este mundo había sido colocado de forma inamovible. Desde entonces sólo es cuestión de tiempo que él venga a reinar, y si él no lo ha hecho todavía, su espera se debe a que en su misericordia todavía está dando a muchos la oportunidad de que se arrepientan y sean salvos. Dios es paciente y cada etapa de su programa para establecer su reino es llevada a cabo conforme al horario previsto.
Por lo tanto, en los próximos capítulos vamos a ver que el establecimiento de su reino no ocurrirá de manera inmediata, sino que será necesario que primero acabe con la bestia y su reino. Esto es lógico; antes de que Dios pueda establecer su propio reino y descienda del cielo la nueva Jerusalén, primero tendrá que destruir el reino de Satanás, que más adelante en Apocalipsis será representado como un poderoso movimiento que se levantará contra Dios al final de los tiempos y que será presentado como un resurgir de la antigua Babilonia. Y en segundo lugar, para que la iglesia de Dios pueda ocupar el lugar de dignidad al que ha sido llamada dentro de su reino como la esposa del Cordero, será necesario también que la falsa esposa, la gran ramera, sea condenada.
Por todo esto, con el toque de la séptima trompeta no debemos esperar que los acontecimientos necesarios para el establecimiento de su reino ocurran de forma súbita, sino que se irán sucediendo a lo largo de un período de cierta duración. Entonces Cristo reinará sobre todos los reinos de este mundo que en el presente están bajo el control de Satanás. Y a pesar de que los hombres no quieran, todos los reinos vendrán "a ser de nuestro Señor y de su Cristo". Esta última expresión nos recuerda el lenguaje del Salmo 2 cuando las naciones desafían a Dios y a su Ungido, siendo finalmente sometidas (Sal 2:2).
No es de extrañar, por lo tanto, que una gran sinfonía de voces canten en el cielo el triunfo de Cristo. Un acontecimiento de tal importancia no podría dejar de ser aclamado con gran júbilo por todas las huestes celestiales. Todas ellas sienten un gozo incontenible porque Satanás será vencido para siempre, por fin el bien triunfará sobre el mal, y la historia de la redención humana llegará a su cumplimiento definitivo. Una perspectiva tan sublime demanda la adoración de los seres celestiales, pero también de todos aquellos que anhelamos la venida de Cristo a este mundo.

La adoración celestial

(Ap 11:16-17) "Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado."
Las reacciones se suceden rápidamente en cadena. A las huestes celestiales se unen inmediatamente "los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos". Ellos probablemente representan a los redimidos, y por lo tanto, "se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios".
En su adoración, comienzan por enfatizar el carácter de Dios, notando especialmente su soberanía, omnipotencia y eternidad: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir". Y en segundo lugar, subrayan sus obras, exaltando su triunfo sobre el maligno: "Porque has tomado tu gran poder, y has reinado". Este es un buen ejemplo para todos nosotros de lo que significa la adoración que agrada a Dios.

Cinco eventos relacionados con la venida del Señor

(Ap 11:18) "Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra."
A continuación se nos da un resumen gráfico de cinco eventos que van a acontecer en relación con la llegada del reino de Dios.
En primer lugar, "se airaron las naciones". No es de extrañar que a las naciones les desagrade profundamente que Cristo venga a reinar en este mundo. Cuando los magos de oriente llegaron a Jerusalén preguntando dónde estaba el rey de los judíos que había nacido, Herodes se llenó de ira y mandó matar a todos los niños de Belén (Mt 2:1-18). Y cuando el Señor regrese nuevamente a este mundo, aun el anuncio de este hecho, será considerado por todas las naciones como una invasión enemiga que hay que resistir con todas las fuerzas. De hecho, esto ya está ocurriendo en nuestros días, y lo comprobamos cada vez que intentamos predicar el evangelio en este mundo. Así que, no nos debe extrañar que esta hostilidad universal contra Dios llegue a su clímax ante la segunda venida de Cristo.
En segundo lugar, "tu ira ha venido". Frente a la ira de las naciones, Dios está a punto de descargar su ira sobre este mundo. En esta confrontación de fuerzas el hombre no puede hacer nada contra Dios. Recordamos el caso de Faraón intentando "echar un pulso a Dios"; pero ni siquiera el hombre más poderoso del mundo pudo hacer nada contra él (Ex 15:9-16). Las naciones se unirán para impedir la coronación de Cristo, pero Dios se reirá de ellos desde los cielos (Sal 2:2-6). Aun así, es importante señalar que mientras que la ira del hombre es malvada y pecaminosa, la de Dios es santa porque actúa de acuerdo a su justicia.
En tercer lugar, "el tiempo de juzgar a los muertos". Seguramente se refiera a la resurrección de los muertos con miras a su juicio (Ap 20:11-15). En ese momento las oportunidades de arrepentimiento se habrán terminado y llegará el momento de rendir cuentas ante el Dios soberano de cielos y tierra.
En cuarto lugar, "y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes". Dios reconocerá generosamente todo servicio realizado para él (He 11:6). Desde los creyentes más sencillos, todos los santos recibirán las recompensas que Dios en su gracia otorgará a quienes él considere, reconociendo diferentes grados y posiciones de honor (Ap 22:12) (1 Co 3:11-15) (2 Co 5:10).
En quinto lugar, "y de destruir a los que destruyen la tierra". Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, dotándole de autoridad sobre la tierra y todos los seres que en ella habitan, y cuando Dios venga a establecer su reino en este mundo, será el momento en el que pedirá cuentas al hombre por el uso que ha hecho de los recursos naturales puestos bajo su mano (Gn 1:26-28). Será juzgado por la extinción de miles de seres vivientes y por la contaminación del medio ambiente, pero también por la fabricación de armamento y las guerras que dejan tras de sí el caos y la desolación. A esto hay que añadir a quienes se esfuerzan por destruir todo principio moral y espiritual. A los que persiguen y matan a los creyentes por causa de su fe (Ap 16:5-7). A la Babilonia de la antigüedad que destruía toda la tierra (Jer 51:25), y a la del futuro (Ap 18). Y finalmente, al ángel del abismo, cuyo nombre es "Destructor" (Ap 9:11).

El cielo abierto

(Ap 11:19) "Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo."
1. La introducción a una nueva sección
Como estamos viendo, el toque de la séptima trompeta dará comienzo a una nueva sección en la que entramos en la recta final para el establecimiento del reino de Dios en este mundo, y como en ocasiones anteriores, esto viene precedido de una visión del cielo abierto en la que se puede ver otro mueble del templo.
Hagamos un breve repaso de las visiones anteriores:
En (Ap 4:1) Juan vio la primera puerta abierta en el cielo, y en esa ocasión pudo admirar el trono de Dios. A raíz de esa visión comenzaron los juicios de Dios sobre este mundo, y la razón que vimos es que Dios está sentado en su trono y tiene derechos sobre este mundo como consecuencia de ser su creador, pero estos derechos no son reconocidos, sino que su nombre es despreciado por todas partes.
En (Ap 8:1-5) tuvo su segunda visión del templo en la que vio los altares. Y en relación con estos altares encontramos las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Todos ellos oraban pidiendo que Dios les hiciera justicia. Así que, los juicios de esa segunda sección vinieron como consecuencia de las oraciones de los santos.
Y ahora, en (Ap 11:19), tiene su tercera visión en la que su atención se fija en el arca del pacto. Dios va a traer nuevos juicios sobre este mundo, pero ahora la razón guarda relación con el "arca del pacto".
2. El arca en el cielo es visible a los hombres
Para empezar, debemos notar que este capítulo comenzó con una referencia al templo en Jerusalén que debía ser medido por Juan (Ap 11:1), y ahora acaba con una visión del templo celestial. Ambos templos estaban relacionados, puesto que Moisés tuvo que construir el primer tabernáculo de acuerdo al modelo del templo celestial que le fue mostrado en una visión (Ex 26:30) (Nm 8:4) (Hch 7:44) (He 8:5).
Y ahora lo que Juan ve dentro del templo es el "arca del pacto". Este arca era un símbolo de la presencia de Dios con su pueblo en este mundo. Representaba el estrado de su trono y se encontraba en el lugar santísimo, una zona restringida a la que sólo podía acceder el sumo sacerdote en el día de las expiaciones (Lv 16). Pero ahora notamos un cambio importante, porque Juan dice que "el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo". Y entendemos que no sólo Juan podía ver el arca, sino que de alguna manera, quedará visible a la mirada de otras personas. Esto podría estar relacionado con lo que el Señor Jesucristo les dijo a los judíos mientras le juzgaban: "desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo" (Mt 26:64).
Los moradores de la tierra, en especial los enemigos de Cristo, podrán ver el trono de Dios en el cielo, y al mismo Señor Jesucristo sentado en él. Y como ya vimos, esta escena les producirá un insoportable terror (Ap 6:14-17).
3. El pacto de Dios
Otro detalle en el que nos debemos fijar es que el arca es descrita aquí como "el arca del pacto", lo que llama nuestra atención sobre el "el pacto" que Dios hizo con su pueblo en el pasado. Dios no lo ha olvidado, y esa es la razón por la que ahora es necesario que vengan sus juicios. Pero para entenderlo debemos detenernos a considerar en qué consistía el pacto de Dios con su pueblo.
Para empezar debemos notar que Dios no sólo hizo un pacto con Israel, sino que hizo varios que resultaban complementarios. Hagamos un breve resumen de ellos y su importancia.
El pacto de Dios con Abraham
Dios hizo un pacto con Abraham y su simiente que le garantizaba la posesión de cierto territorio, lo que nosotros conocemos como la Tierra Prometida.
(Gn 15:18) "En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates."
Siglos después el apóstol Pablo comentó la promesa que había recibido Abraham, explicando dos detalles muy importantes. Este pacto no incluiría sólo a los judíos, sino a todos los descendientes de la fe de Abraham, es decir, también a los creyentes gentiles. Y en segundo lugar, aunque la promesa original sólo incluía ciertos territorios, aquí se extiende esta promesa y se habla de todo el mundo.
(Ro 4:13-16) "Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros."
Y otro detalle muy importante que explica el apóstol Pablo, es que cuando Dios le dijo a Abraham que en su "simiente" serían benditas todas las familias de la tierra, esta simiente no se refería en último término a su hijo Isaac, sino a Cristo.
(Ga 3:16) "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo."
Por lo tanto, según este pacto, el dominio universal de este mundo le corresponde a Cristo, y todos aquellos que hemos creído en él, sin distinción alguna de raza, pueblo o nación, somos hechos sus herederos:
(Ga 3:27-29) "Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa."
Así pues, si Cristo es el heredero legítimo de este mundo, Dios tendrá que juzgar a este mundo porque, de hecho, le han rechazado y le han echado fuera. Y esto lo tendrá que hacer para honrar su palabra y su pacto, porque él es "fiel y verdadero".
El pacto de Sinaí y el nuevo pacto
Siglos después de Abraham, Dios hizo otro pacto con su pueblo Israel en el monte Sinaí, un pacto que estaría basado en la Ley.
(Ex 19:5-8) "Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo."
Desgraciadamente Israel rompió muy pronto su parte de las condiciones de este pacto, y de ese modo perdió todos los derechos que podía tener de parte de Dios, porque no olvidemos que esas bendición dependía del cumplimiento perfecto de su parte del pacto.
Por esta razón Dios tuvo que hacer un nuevo pacto, muy distinto del que hizo en el Sinaí. La diferencia fundamental se encontraba en el hecho de que mientras que el primero dependía de la obediencia absoluta del pueblo a la Ley, es decir, era un pacto que se basaba en las obras de los hombres, el nuevo pacto dependía de la gracia de Dios.
(He 8:7-13) "Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades. Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer."
Ahora bien, este nuevo pacto no tiene que ver exclusivamente con los judíos. Es cierto que los gentiles estábamos excluidos de los pactos de Dios, pero en Cristo, hemos sido hechos partícipes (Ef 2:13-22). Y esto es precisamente lo que recordamos cuando participamos del pan y del vino: "Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mt 26:27-28).
Estos dos pactos nos recuerdan que Dios tiene que juzgar a este mundo como consecuencia de su incumplimiento de su santa Ley, pero al mismo tiempo nos recuerda que hay un nuevo pacto de gracia al cual todos los pecadores sin distinción se pueden acoger, llegando de ese modo a tener una relación íntima y personal con Dios.
El pacto de Dios con David
Por medio de este pacto Dios prometió a David que un hijo suyo se sentaría en el trono del mundo y reinaría eternamente (2 S 7) (1 Cr 17:1-27) (Sal 89). No reinaría exclusivamente sobre Israel, sino sobre todo el mundo. Además, para poder cumplir con algo así, no sólo sería descendiente de David, sino que también sería Hijo de Dios (Sal 110:1) (Mr 12:35-37). Y Cristo es el heredero legítimo del pacto que Dios hizo con David (Ro 1:1-4).
También por causa de este pacto tienen que venir los juicios de Dios sobre este mundo. Si el Mesías de Dios ha de sentarse en el trono de este mundo, antes tendrá que ser destruida la bestia que se levantará en los últimos días alcanzando poder mundial y que gobernará con engaños usurpando el trono al legítimo Cristo de Dios.
4. "Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo"
De nuevo aquí, como al comienzo del pasaje en el que Juan vio una puerta abierta en el cielo y el trono de Dios en medio de él (Ap 4:5); o como cuando en su segunda visión del cielo vio los altares (Ap 8:5); también aquí, después de que el cielo se abriera nuevamente y que Juan viera el arca del pacto (Ap 11:19); una vez más "hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo".
Son claras señales que anuncian los juicios que todavía están por venir de parte de Dios.

Comentarios

Colombia
  Nestor Mojica Valcarcel  (Colombia)  (13/08/2021)

ENTENDIENDO un poco mas sobre los pactos de Dios con Abraham, Moises y David; vemos como la exactitud Divina, se ha cumplido matematicamente durante todos los tiempos.

Colombia
  Carlos Felipe Jurado Duarte  (Colombia)  (23/03/2020)

Dios les bendiga grandemente hermanos, por abrirnos al conocimiento de la divina palabra, sobre todo tratándose de un libro tan sensible y poderoso en su mensaje. Aprendí bastante.
NOTA: con todo respeto me permito aclarar que el relato sobre las almas debajo del altar, se encuentra es en Apoc. 6: 9 - 10. Gracias

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