Estudio bíblico: En la escuela de Cristo - Juan 13:1-3
En la escuela de Cristo (Juan 13:1-3)
Introducción
Aquí comienza una nueva sección en el evangelio de Juan que abarcará los cinco próximos capítulos. En ellos se recoge el ministerio privado que el Señor Jesucristo tuvo con sus apóstoles durante las horas previas a ser arrestado, juzgado y ejecutado en una cruz. Es interesante notar que el evangelista dedica una parte muy importante de su evangelio a narrar esta enseñanza que el Señor impartió a sus discípulos antes de su muerte, y nosotros debemos apreciar este hecho y prestar mucha atención a todo lo que él ha dejado también para nosotros aquí.
Por otro lado, es evidente que Juan conocía el contenido de los otros evangelios, así que, en el suyo, una vez más, él no vuelve a repetir muchas de las cosas que encontramos en ellos, y esto no porque pensara que no eran importantes, sino porque había muchas otras que debían ser conocidas por los creyentes. Por lo tanto, lo que encontramos aquí es un relato complementario que debemos leer junto con los otros evangelios.
Es interesante notar que el Señor dedicó dos importantes periodos de tiempo a la formación privada de sus discípulos. Uno de ellos tuvo lugar después de su resurrección, cuando "se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta día hablándoles acerca del reino de Dios" (Hch 1:3). Sin lugar a dudas, ese fue un tiempo de formación fundamental para la posterior labor que ellos debían realizar en la predicación del Evangelio a todo el mundo. El otro periodo igualmente importante, es el que queda recogido en los capítulos 13 al 17 del evangelio de Juan. Este ocurrió durante la noche anterior a que el Señor fuera crucificado, y su importancia no se puede exagerar. Podríamos decir, por lo tanto, que al estudiar estos pasajes somos invitados a participar en la "Escuela de Cristo".
Ahora bien, en cuanto a las clases impartidas en ella, debemos notar algunos detalles importantes.
En primer lugar, encontramos que la primera parte de esta enseñanza tuvo lugar en el aposento alto durante una cena privada con sus discípulos, pero después, el Señor y todos los apóstoles, a excepción de Judas, salieron de aquel aposento y continuaron sus clases por las calles de Jerusalén (Jn 14:31). El ambiente cálido de la enseñanza pronunciada durante la cena en el aposento alto debía ser complementada con otra que tendría lugar en medio del ambiente hostil que se respiraba en la calles de Jerusalén. Y este detalle es importante porque también en nuestro caso el Señor nos llevará a momentos de recogimiento espiritual con él en la intimidad de nuestros hogares, o de la iglesia, pero la realidad es que en otras muchas ocasiones su enseñanza vendrá en medio de la hostilidad de un mundo de pecado.
En cuanto a las personas que encontramos en esta "Escuela de Cristo", apreciamos rápidamente que no se trataba de expertos religiosos. Ninguno de los apóstoles que acompañaban al Señor había recibido formación teológica en las escuelas rabínicas de Jerusalén. Por lo tanto, la mayoría de nosotros nos sentiremos cómodos en un ambiente así. Otra cosa muy diferente sería si nos encontráramos con un grupo de expertos en teología, en ese caso, fácilmente nos habríamos sentido algo intimidados y excluidos.
Por otro lado, también vemos que aquellos hombres tenían las mismas dificultades para aprender que nosotros tenemos muchas veces, pero el Señor creó un ambiente de confianza donde era posible hacer preguntas y presentar problemas. De hecho, veremos que una y otra vez los apóstoles interrumpen al Señor con preguntas. En una ambiente así es fácil aprender.
Además, podemos sentirnos representados también viendo la diversidad de caracteres que encontramos en el grupo apostólico. Desde pescadores fuertes y duros como Pedro y su hermano Andrés, acostumbrados a ganarse la vida en las aguas, a menudo peligrosas del mar de Galilea, hasta hombres fríos y calculadores como Mateo, un antiguo cobrador de impuestos que antes de unirse a Cristo había colaborado con el odiado Imperio Romano. O Simón el celote, que antes de su conversión era un activista nacionalista de los que defendían la lucha armada. También había personas ambiciosas como Santiago y su hermano Juan, que aspiraban a ocupar las posiciones más altas dentro del Reino de Cristo. O un discípulo como Tomás, un hombre testarudo que no dudaba en expresar abiertamente sus dudas. O Felipe, una persona tranquila y accesible. En fin, viendo esta enorme variedad de caracteres, no es difícil identificarse con alguno de ellos. Otra cuestión diferente sería cómo personas tan distintas, que en muchas ocasiones no tenían nada en común, pudieron permanecer unidos por tanto tiempo. Y la respuesta es que todos ellos amaban y seguían a Jesús con genuina admiración. En realidad, ese es el requisito fundamental para cursar este curso con auténtico aprovechamiento. Por eso encontramos que a Judas, un falso discípulo que no amaba al Señor, no le sirvió de nada haber participado en aquella gloriosa escuela.
En cuanto a los temas tratados, veremos que son varios, aunque todos ellos vienen a suplir las necesidades que los discípulos tendrían en su ministerio una vez que el Señor ascendiera al cielo después de su resurrección. Ahora bien, en este punto podemos destacar que uno de los asuntos fundamentales tiene que ver con la santidad. ¿Cómo puedo yo ser santo? Veremos inmediatamente que esto no es algo que la persona consiga por sus propios medios, sino que surge de lo que Cristo hace por nosotros: lavándonos de nuestros pecados (Juan 13), dándonos una nueva naturaleza y comunicándonos su vida (Juan 15), viniendo a morar en nosotros por medio de su Espíritu Santo a fin de enseñarnos y consolarnos (Juan 14 y 16).
Aunque sin duda, lo mejor de esta Escuela es que Cristo mismo es el Maestro. Él no es un maestro frío, teórico y carente de empatía. Todo lo contrario. Veremos que entiende las dificultades que sus alumnos presentan en el aprendizaje, y con increíble paciencia explica una y otra vez las cosas hasta que las entienden. Aunque lo que más nos sorprende es la forma en la que combina la teoría y la práctica. Esto lo veremos inmediatamente al comenzar el capítulo 13, cuando el Señor se colocó en la posición de un siervo y empezó a lavar los pies de los discípulos.
Pues bien, habiendo considerado estos detalles introductorios, vamos a analizar el texto.
El momento y las circunstancias
(Jn 13:1-3) "Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba..."
1. "Antes de la fiesta de la pascua"
El pasaje comienza diciendo: "Antes de la fiesta de la pascua". Para entender correctamente lo que Juan quería decir con esta expresión, es necesario que hagamos un breve repaso de cómo se desarrolló esa fiesta en aquel año.
En cuanto a la pascua, tenía lugar el 14 de Nisán (el mes de abril). Durante el día se habían hecho los preparativos, lo que incluía la preparación del lugar donde se comería la pascua y también el sacrificio del cordero pascual en el templo. Más tarde, en la noche, el Señor se reunió con los discípulos en el aposento alto para la celebración de la cena pascual. Una vez finalizada la cena, Jesús y los apóstoles (a excepción de Judas), se dirigieron al huerto del Getsemaní, donde el Señor pasó un tiempo en oración. Un poco después Judas regresó con un grupo de hombres armados y arrestaron a Jesús. De allí fue llevado a la casa del sumo sacerdote, donde en una reunión convocada de urgencia, el sanedrín juzgó a Jesús decidiendo que debía ser condenado a muerte. Al amanecer le llevaron a Pilato para que confirmara su sentencia, lo que finalmente consiguieron, determinando el gobernador romano que Jesús debía morir. Esto concluyó al mediodía, después de lo cual, y antes de que atardeciera, José de Arimatea, junto con Nicodemo, se hicieron cargo del cuerpo del Señor para darle sepultura. Todo ello se tuvo que hacer con mucha premura puesto que quedaba muy poco tiempo para que comenzara el día de reposo en el que no se podía trabajar (no olvidemos que para los judíos el día de reposo comenzaba al atardecer del día anterior). Además, debemos recordar también que ese día de reposo era de gran solemnidad, puesto que coincidía con el primer día de la fiesta de los panes sin levadura, que seguía a la pascua durante otros siete días más. Después del reposo del sábado, el Señor resucitó el primer día de la semana, es decir, el domingo, y se presentó vivo a María Magdalena, a otras mujeres y después a los discípulos.
Ahora bien, Juan comienza situando la cena donde el Señor lavó los pies de los discípulos "antes de la fiesta de la pascua". ¿Debemos pensar que se trató de una cena diferente a la de la pascua? ¿Acaso celebraron la pascua antes del día establecido por la ley? Algunos han pensado que esta última opción es la correcta, puesto que más adelante Juan nos dice que al día siguiente los judíos no entraron en el pretorio donde estaba Pilato a fin de no contaminarse y así poder comer la pascua (Jn 18:28). Y en varias partes más afirma que ese día era "la preparación de la pascua" (Jn 19:14,31,42). Pero los evangelios sinópticos afirman claramente que Jesús y sus discípulos comieron la cena pascual en el momento prescrito (Mt 26:17) (Mr 14:12) (Lc 22:7).
¿Cómo debemos entenderlo entonces? Puede que la expresión "antes de la fiesta de la pascua" simplemente indique que Jesús y los discípulos llegaron al aposento alto antes de que comenzara propiamente la pascua, aunque más probablemente tenga que ver con el hecho de que antes de que llegara esa pascual en la que él iba a morir, ya sabía todo lo que le iba a ocurrir. Y en cuanto a lo que Juan dice acerca de los judíos que no querían entrar al pretorio para no contaminarse y así poder comer la pascua, es fácil de entender si tenemos en cuenta que los judíos se referían conjuntamente a la pascua y a los siete días de la fiesta de los panes sin levadura que venían a continuación, de forma indistinta como la fiesta de la pascua o de los panes sin levadura (Ex 23:15) (Dt 16:16) (Ez 45:21) (Mt 26:17) (Mr 14:12) (Lc 22:1,7) (Hch 12:3-4). De hecho, parece que los evangelios sinópticos prefieren referirse a ella como la fiesta de los panes sin levadura, mientras que Juan se refiere a las dos fiestas como la pascua. En ese caso, los judíos no querrían contaminarse para poder comer la pascua en alusión al siguiente día de reposo que era de gran solemnidad por ser día de reposo y además uno de los días de la fiesta de los panes sin levadura (Jn 19:31).
En todo caso, dejando a un lado los detalles más técnicos, es importante notar que todos los evangelios mencionan la fiesta de la pascua como el momento exacto en que Cristo fue crucificado, y esto por varias razones importantes. La primera es que Cristo era el cumplimiento de todo lo que esa fiesta simbolizaba. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado y nos libra de la ira divina, y es también quien libera a su pueblo de la esclavitud y los lleva a su herencia espiritual, tal como había ocurrido en la primera pascua que Israel había celebrado en Egipto. La segunda razón es porque en aquellos momentos Jerusalén estaba llena de judíos venidos de todas las partes con el fin de celebrar esa fiesta que era de carácter obligatorio para todos ellos. Esto aseguraba que lo que ocurriera allí durante aquellos días sería luego contado y sabido en todos los lugares de donde procedían los peregrinos que habían ido a Jerusalén en esos días.
2. "Sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre"
En otras ocasiones en este evangelio, en momentos de máxima tensión en el ministerio de Jesús, cuando parecía inminente el fin de su vida, el evangelista afirmaba: "Entonces procuraban prenderle; pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora" (Jn 7:30) (Jn 8:20). Ahora, sin embargo, hay un cambio significativo: "sabiendo Jesús que su hora había llegado". Con esto se subraya que el Señor no iba a la muerte arrastrado por circunstancias adversas que desconocía o que no había podido controlar. Por el contrario, queda claro una vez más, que él conocía y aceptaba plenamente la voluntad del Padre en cuanto a la Obra que había venido a realizar.
Sobre esta "hora", debemos considerarla aquí como el momento de la consumación de su misión en esta tierra, lo que incluía su muerte, pero también su resurrección y ascensión al cielo para sentarse en el trono a la diestra de su Padre, desde donde posteriormente enviaría al Espíritu Santo y él mismo regresaría para establecer su Reino visible en este mundo.
Ahora bien, el hecho de "pasar de este mundo al Padre" implicaba necesariamente que él iba a dejara a sus discípulos aquí mientras él se iba al cielo. Esto supondría un enorme cambio para ellos. No olvidemos que ellos lo habían dejado todo para seguirle, y que habían estado con él durante los últimos tres años. Esta noticia de su repentina partida tubo que causarles cierto desconcierto, dolor y hasta miedo. Por un lado, el vacío que habría de dejar en sus vidas, pero por otro, el temor de lo que podría ocurrir a continuación con ellos y con la causa que ellos habían abrazado con tanto entusiasmo. Todo esto nos obliga a hacernos algunas preguntas.
¿Por qué era necesario que se fuera? Como ya hemos mencionado, su partida implicaba morir en la cruz, lo que era imprescindible para poder ofrecer perdón y limpieza a los pecadores.
3. "Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin"
El evangelista se apresura a explicar que la razón por la que se iba a marchar no tenía nada que ver con que hubiera dejado de amarles. Todo lo contrario. Aunque había muchas cosas que podían ocupar la mente del Señor en esos momentos (el dolor de la traición de Judas, el gozo por regresar con el Padre, las discusiones de los discípulos fruto de sus ambiciones desmedidas en cuanto al Reino, o el sufrimiento de la cruz que ya se proyectaba con intensidad sobre él...), no obstante, ninguno de esos pensamientos lograba separarle del intenso amor que sentía por sus discípulos.
Y estos pensamientos nos sobrecogen. ¿Cómo es posible que él tuviera un amor tan grande por aquellas personas tan débiles? No olvidemos que ninguno de ellos quería escuchar lo que el Señor les enseñaba acerca de la necesidad de ir a la cruz, de hecho, venían discutiendo por el camino cuál de ellos sería el mayor en el Reino de Cristo. También sabía que Pedro le iba a negar tres veces, o que Judas llevaba días tramando con los líderes judíos cómo entregarles a Jesús. Pero a pesar de todo eso, en el Señor no había nada de amargura o frustración, todo lo contrario, los había amado, y los seguiría amando hasta el fin. Y es frente al egoísmo humano, que puede manifestarse incluso en el ámbito de las cosas más sagradas, donde resplandece el amor de Dios hacia los hombres con mayor intensidad. Como muy bien diría el evangelista en una de sus cartas: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4:10). Este amor de Dios por los pecadores constituye la esencia del Evangelio.
Ahora bien, notemos que dice que amó "a los suyos". Y aquí es importante aclarar que el amor de Dios no se extiende únicamente hacia los creyentes. Como ya nos aclaró al principio de su evangelio: "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn 3:16). Dios ama a todo el mundo, pero en estos pasajes que tenemos por delante, él va a estar hablando del amor especial que tiene hacia aquellos que le han seguido. Con ellos tiene una relación personal que le permite poder llegar mucho más lejos en la expresión de su amor que con aquellos otros que le rechazan y no quieren saber nada de él.
Por otro lado, son "los suyos" porque son su propiedad. Él los ha comprado al precio de su propia sangre, forman parte de su Cuerpo que es la Iglesia, son su Esposa, su pueblo, el rebaño del que él es el Pastor.
Pero dicho esto, no debemos pasar por alto un detalle muy importante. Al comenzar este evangelio Juan nos dijo algo realmente serio: "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" (Jn 1:11). En aquella ocasión, la expresión "los suyos" se refería a la nación judía, su pueblo, pero con dolor vemos que "no le recibieron". Ahora, "los suyos" son sólo aquellos que él ha sacado del redil de la nación judía y que creen en él (Jn 10:2-4). A éstos habría que unir a otras ovejas que no pertenecían a ese redil, pero que también eran suyas: los gentiles (Jn 10:16).
Y a "los suyos" dice que "los amó hasta el fin", "hasta el límite del amor", completamente, sin reservarse nada. Cristo no podía amar a los suyos más de los que los ama. Y cada auténtico creyente puede estar seguro de que Dios le amará hasta el fin.
Cristo ya había demostrado su amor por ellos a lo largo de todo su ministerio, pero por medio de su entrega en la cruz iba a manifestar un amor mucho más profundo. Como él mismo dijo un poco después: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Jn 15:13). Y eso es lo que él se disponía a hacer por ellos.
¡Qué importante es pensar en el amor desde esta perspectiva! Sobre todo en nuestros días, cuando el concepto del amor es tan descaradamente narcisista y enfocado en el yo. Se piensa en los demás como un medio para la propia gratificación personal. Sólo se espera recibir, no dar. Frente a este inadecuado concepto del amor, es importante tomar buena nota de cómo es el amor de Dios e imitarlo. El suyo es un amor marcado por la entrega y el sacrificio personal. En eso consiste el verdadero amor.
4. La traición de Judas
Una de las cosas que el Señor sabía perfectamente cuando comenzó aquella cena de la pascua era que el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote que le entregase. En realidad, el Señor ya había anunciado mucho antes que uno de los doce apóstoles era "diablo" (Jn 6:70), lo que indicaba que en Judas no había una auténtica fe.
No obstante, lo que encontramos ahora es el momento en el que Satanás introdujo en el corazón de Judas la idea de traicionar a su Maestro. Y este pensamiento encontró cabida en su corazón sin dificultades porque él nunca se había rendido de verdad al Señor. En cuanto a esto es interesante notar que la palabra que se traduce como "poner" transmite la idea de echar una semilla en el corazón. Y el pecado del hombre consiste en abrirse y dar cabida a sus malvadas insinuaciones. Un claro ejemplo de esto lo encontramos en la primera tentación en el huerto del Edén. No debemos olvidar que el corazón del hombre es como un sembrado donde es posible cultivar diferentes tipos de plantas (Mt 13:1-9,18-23), y cada uno de nosotros debemos elegir a cuál damos cabida.
Judas fue alguien que se negó a creer a pesar de la enorme evidencia que tuvo a su disposición, lo que le convertía en tierra abonada para que el diablo sembrara en él sus malvados pensamientos. Esto le llevó a prestarse a ser un peón de Satanás, pero eso no acabaría ahí, sino que como más adelante veremos, el mismo Satanás llegaría a entrar en él (Jn 13:27).
Todos estos datos bíblicos hacen imposible la teoría sostenida por algunos de que Judas era un discípulo noble que sólo quería provocar a Jesús para que hiciera un milagro y se manifestara abiertamente como rey. Es evidente que todos los relatos bíblicos coinciden en señalar que Judas era una persona que actuaba como un instrumento de Satanás, de hecho, lo que el evangelista nos quiere hacer notar en este punto es la lucha entre el Reino de la Luz y el reino de las tinieblas. En realidad, lo que se nos presenta es la gran batalla de todos los siglos, donde el Hijo de Dios vencería de una vez y para siempre a Satanás.
Ahora bien, no debemos dejar todavía a un lado a Judas, porque él tiene ciertas cosas importantes que enseñarnos.
En primer lugar vemos que él era uno de los doce apóstoles, y por lo tanto, había escuchado al Señor en infinidad de ocasiones, llegando incluso a participar en la predicación del evangelio del reino y en la realización de milagros (Mr 6:7-13), pero todos estos privilegios espirituales no impidieron que finalmente se precipitara hacia su propia destrucción. Todo esto nos enseña que se puede llegar muy lejos en la profesión cristiana sin haber experimentado una verdadera conversión (Mt 7:21-23).
En segundo lugar, cuando nos preguntamos por qué Judas llegó a ese punto, vemos que él siempre buscó sus propios intereses, y que si siguió al Señor por algún tiempo fue porque le proporcionaba lo que él quería. Él se benefició del prestigio que por un tiempo le otorgaba el ser contado como uno de los discípulos íntimos del Señor cuando éste se encontraba en el auge de su popularidad, pero cuando la oposición de las clases dirigentes del judaísmo se empezó a manifestar abiertamente, y Jesús lo único que hacía era anunciar su muerte, esto no le gustó y decidió sacar algún provecho de ello, con lo que traición al Señor por unas monedas de plata. De todo esto aprendemos que se puede seguir al Señor por las razones equivocadas, y en ese caso, tarde o temprano, la persona le abandonará.
5. La plena autoridad del Señor Jesucristo en esos momentos
El Señor no sólo conocía las intenciones del diablo y de Judas, también era plenamente consciente de la autoridad sin límites que el Padre había colocado en sus manos: "sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos". Y como no podía ser de otro modo, también era consciente de su preexistencia eterna: "sabiendo que había salido de Dios". Y en tercer lugar, sabía con la misma certeza que en breve iba a regresar al cielo para ocupar aquella posición que siempre había tenido junto al Padre (Jn 17:5): "sabiendo que a Dios iba".
Ahora bien, ¿cuál es el propósito de estas afirmaciones en este momento? Algunos piensan que el evangelista nos quiere dar a entender que Cristo sabía que el fin de su ministerio en la tierra estaba próximo a su fin, y que quiso aprovechar esta última oportunidad con sus discípulos para darles un ejemplo práctico de amor y servicio. Y, por supuesto, todo esto es cierto, pero seguramente debamos pensar en algo más.
Es verdad que al Señor le quedaba muy poco tiempo en este mundo con sus discípulos, pero debemos preguntarnos si realmente había concluido la tarea que había venido a realizar. Hace un momento hemos reflexionado acerca de la traición de Judas; un poco más adelante el Señor anunciará las reiteradas negaciones de Pedro (Jn 13:36-38); y también que todos los discípulos se escandalizarían de él en esa noche (Mr 14:27). Por otro lado, su propio pueblo, los judíos, iban a ponerse de acuerdo con el gobernador romano para que le crucificaran. ¿En qué sentido se podía decir que estaba a punto de completar su obra en esta tierra? ¿Realmente había posibilidades de que aquel pequeño grupo de hombres que todavía le acompañaban llegaran a ser santos? Desde una perspectiva humana parecía una misión perdida. ¿Debemos pensar, por lo tanto, que tal vez el Señor se había hecho demasiadas ilusiones con aquellos discípulos?
Bueno, si algo queda claro en estos capítulos es que el Señor conocía perfectamente a cada uno de ellos, del mismo modo que conocía las intenciones de los judíos y de Satanás. Y aun sabiéndolo, él seguía adelante con el propósito de hacer de aquellos débiles hombres personas auténticamente santas.
¿Con qué recursos contaba? Lo primero que señala es que frente a la debilidad de los discípulos, él contaba con los ilimitados recursos de la divinidad. Notemos bien lo que dice nuestro texto: "sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos". Esto implica que no había nada ni nadie que pudiera impedir que su misión se llevara a cabo. Ni el mismo Satanás y todas sus huestes de maldad podrían hacer nada para impedirlo. De hecho, cuando Satanás, en un intento de frustrar los propósitos de Cristo, orquestó la traición de Judas y la petición de los líderes judíos a Pilato para que Jesús fuera crucificado, Dios utilizó precisamente todo eso para conseguir el perdón de todos los pecados de aquellos que depositaran su fe en él, y esa era la garantía definitiva de que el propósito de Cristo de hacer santos a los hombres pecadores se cumpliría finalmente.
Jesús sabía esto desde el comienzo de su ministerio, tal como había dicho: "El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano" (Jn 3:35). Es aquí, en los ilimitados recursos de Dios, donde estaba su confianza, y no en los débiles hombres.
Ahora bien, ¿cómo iba a usar esos recursos? Tal vez podríamos pensar que Cristo iba a emplear su poder para acabar con Satanás por la fuerza, y quitar también del mismo modo a Judas y a todos los judíos rebeldes de en medio, pero nada de eso estaba en la mente del Señor. Como vamos a ver a continuación, no iba a utilizar toda esa grandeza divina de ese modo, sino que por el contrario, él se disponía a humillarse y a realizar la labor de un esclavo para beneficio de los pecadores.
En primer lugar vemos que él era uno de los doce apóstoles, y por lo tanto, había escuchado al Señor en infinidad de ocasiones, llegando incluso a participar en la predicación del evangelio del reino y en la realización de milagros (Mr 6:7-13), pero todos estos privilegios espirituales no impidieron que finalmente se precipitara hacia su propia destrucción. Todo esto nos enseña que se puede llegar muy lejos en la profesión cristiana sin haber experimentado una verdadera conversión (Mt 7:21-23).
En segundo lugar, cuando nos preguntamos por qué Judas llegó a ese punto, vemos que él siempre buscó sus propios intereses, y que si siguió al Señor por algún tiempo fue porque le proporcionaba lo que él quería. Él se benefició del prestigio que por un tiempo le otorgaba el ser contado como uno de los discípulos íntimos del Señor cuando éste se encontraba en el auge de su popularidad, pero cuando la oposición de las clases dirigentes del judaísmo se empezó a manifestar abiertamente, y Jesús lo único que hacía era anunciar su muerte, esto no le gustó y decidió sacar algún provecho de ello, con lo que traición al Señor por unas monedas de plata. De todo esto aprendemos que se puede seguir al Señor por las razones equivocadas, y en ese caso, tarde o temprano, la persona le abandonará.
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