Estudio bíblico: La misión de los creyentes en el mundo - Juan 17:18-20
La misión de los creyentes en el mundo (Juan 17:18-20)
En el estudio anterior consideramos cómo debería ser la relación que el creyente habría de tener con el mundo, ahora vamos a ver que todo ello tenía como propósito prepararlos para la maravillosa misión que el Señor tenía en mente para ellos. En cuanto a esta misión, se nos va a decir que iba a ser modelada en la que el Hijo había cumplido en este mundo en obediencia a su Padre celestial. Veamos algunos de sus detalles.
"Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo"
(Jn 17:18) "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo."
Uno de los propósitos de la santificación de los creyentes (Jn 17:17) tiene que ver con el fin de enviarlos al mundo con la misión de llevarle la gracia de Dios. Notemos bien el orden: primero somos separados y santificados, para luego ser enviados al mundo. La santificación es la preparación necesaria para nuestro trabajo dentro del mundo.
El Señor nos ha apartado para una misión específica. Nos llama a ocupar su lugar en la tierra como testigos suyos, del mismo modo que antes lo había hecho él cuando le envió su Padre.
Ahora el Señor ora al Padre antes de su partida para que los discípulos sean equipados para este propósito. De este hecho se desprende el interés del Señor por el mundo perdido. Su deseo más íntimo es su salvación, y por esa razón le envía a sus discípulos, aun sabiendo perfectamente que allí sufrirán persecución y desprecio como él mismo lo había sufrido antes. El intenso amor de Dios por el mundo que lo había rechazado está fuera de toda duda (Jn 3:16) (Jn 6:51), y nosotros también debemos amar al mundo de la misma forma en que lo hace el Señor.
Notemos también que Cristo envía a los creyentes al mundo de la misma forma en que el Padre lo envió a él. Si consideramos lo que significó para Jesús ser enviado al mundo, podremos comprender mejor lo que ha de significar para nosotros ser enviados por él. Esto nos proporcionará algunas ideas en cuanto a cómo y con qué propósito somos enviados.
Recordamos que Cristo fue enviado al mundo para mostrar la gloria de Dios, y así nosotros debemos emplearnos en eso mismo. Debemos dar a conocer al mundo cómo es Dios de verdad. No tiene nada que ver con mostrarle al mundo nuestra organización, nuestros edificios, nuestra sabiduría o lo bien que predicamos. Lo que el mundo necesita es conocer la gloria de Dios tal como Cristo nos la mostró.
Cristo había iluminado las tinieblas del mundo mediante su luz, y ahora envía a los creyentes para que ellos sean la "luz del mundo". Los cristianos han de constituir la alternativa que ofrezca al mundo el camino a la libertad y la vida verdaderas por medio de la enseñanza de la Palabra.
Cristo fue enviado con el fin de buscar y salvar a los que se habían perdido, y nosotros también debemos ser instrumentos para predicar su evangelio a un mundo perdido en sus pecados. Por encima de cualquier otro fin, nuestra meta ha de ser la salvación eterna de las almas.
Cristo vivió de una manera santa y pura, dando testimonio siempre con su vida de las verdades que proclamaba, y nosotros debemos seguir su ejemplo, porque una de las cosas que el mundo no nos perdonará es la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
Cristo fue enviado en el poder del Espíritu, quien lo ungió, lo llenó y guió. Nosotros también somos enviados para llevar a cabo la misión recibida en el poder del Espíritu Santo, no en nuestras propias fuerzas. Esta fue la razón por la que los discípulos no podían comenzar la misión de llevar el Evangelio a toda la tierra hasta que no hubieran recibido el Espíritu Santo (Hch 1:8).
Debemos estar dispuestos a aceptar voluntariamente la vergüenza, la humillación, el menosprecio, el ser ridiculizados, acusados falsamente, o cualquier otra circunstancia adversa que pueda surgir por nuestra fidelidad a la misión recibida, tal como también le ocurrió al Señor Jesucristo, sabiendo también que después de eso él fue glorificado por el Padre en el cielo, y nosotros también lo seremos juntamente con él.
Cristo siempre estuvo en "los asuntos de su Padre", no buscando nunca complacerse a sí mismo. Y nosotros debemos entregarnos por completo a la misma causa en sujeción al Padre. No hablaremos nuestras propias palabras, no buscaremos nuestros propios planes y deseos, no haremos las cosas como a nosotros nos parece? Somos enviados como siervos. ¡Qué poco le agrada a nuestra naturaleza caída esta idea! Pero de la misma manera que Cristo se humilló para entrar en nuestro mundo, nosotros también debemos hacerlo para poder estar en la disposición adecuada y así servir a nuestro prójimo las grandes verdades del reino de Dios. Todo esto implicará necesariamente que renunciemos a nuestros privilegios, seguridad y comodidad, porque esta fue la actitud de Cristo, y sólo en ella es posible servir adecuadamente a este mundo al que somos enviados.
Habiendo dicho todo esto, también es importante aclarar que hay cosas en las que nuestra misión y la suya serán completamente diferentes. Por ejemplo, en el caso de Cristo, el ser enviado al mundo incluía tanto su encarnación como su obra de expiación, y evidentemente, esto no es posible para nosotros. Sólo somos hombres y nunca podremos salvar a nadie, pero sí podemos, y debemos, indicar a todas las personas quién es el Salvador del mundo.
Como acabamos de considerar, la fidelidad a esta tarea es realmente muy costosa, pero se hace mucho más llevadera si somos conscientes del gran privilegio que hay involucrado en ella. Jesús afirma un paralelo entre su propio envío por parte del Padre y ahora el que él hace con sus discípulos. No hay duda de que se trata de una misión increíblemente gloriosa. Ser enviados por él al mundo tal como Cristo fue enviado por el Padre, es el más alto honor que se le puede otorgar al hombre.
Además, aunque la tarea es difícil, Cristo no nos manda ir por un camino que él no haya transitado previamente. Él sabe las dificultades que vamos a encontrar y va a estar a nuestro lado en cada una de ellas.
"Y por ellos yo me santifico a mí mismo"
(Jn 17:19) "Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad."
A continuación el Señor identifica la santidad de su pueblo como el resultado de su propia santificación.
Ahora bien, aquí surge una cuestión en la que debemos reflexionar: ¿Cómo puede santificarse Jesús si él nunca había conocido pecado? ¿Cómo puede progresar en la santidad si él siempre ha sido perfectamente santo?
La cuestión es que, si bien la santificación generalmente se entiende como una mejora moral, siendo éste un componente esencial de la santidad, su significado más básico es ser apartado para el servicio a Dios. Por esa razón, la palabra para santificación se traduce en ocasiones como "consagración". Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, los sacerdotes que eran apartados para el ministerio de ofrecer los sacrificios a Dios, se decía de ellos que habían sido "consagrados".
(Ex 40:13) "Y harás vestir a Aarón las vestiduras sagradas, y lo ungirás, y lo consagrarás, para que sea mi sacerdote."
Por lo tanto, el Señor no usó el término "santificar" en el sentido de que necesitara ser limpiado, sino en el de separarse para la obra que Dios le había encomendado.
En cuanto a la obra para la que él se estaba "santificando" podemos ver dos aspectos complementarios.
El primero de ellos y más obvio, sería darse voluntariamente en sacrificio por el pecado en la cruz, de modo que limpiase y santificase a todos aquellos que se acercan a él con fe y arrepentimiento.
(He 10:6-10) "Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre."
(He 13:12-14) "Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir."
Y en segundo lugar, debemos ver aquí también el comienzo de su ministerio como Sumo Sacerdote en el cielo a favor de los suyos. Recordemos que los sacerdotes del antiguo orden fueron consagrados para encontrarse con Dios como representantes del pueblo, y del mismo modo Cristo lleva a cabo el mismo ministerio, no en un tabernáculo terrenal, sino en el mismo cielo. Así que, cuando el Señor oraba en presencia de sus discípulos y hablaba de santificarse a sí mismo a fin de que ellos también fuesen santificados, se refería al hecho de que estaba a punto de dejar este mundo con el propósito de separarse para dedicarse a ser su Sumo Sacerdote, su Representante y Abogado ante el trono de Dios en el cielo.
(He 8:1-2) "Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre."
(He 9:24) "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios"
Como Sumo Sacerdote el Señor ayuda a su pueblo en medio de las pruebas y las tentaciones:
(He 2:17-18) "Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados."
Como nuestro Abogado intercede por nosotros cuando pecamos.
(1 Jn 2:1-2) "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo."
Como Salvador y Sumo Sacerdote, Cristo es capaz de salvar completamente a su pueblo y llevarlos finalmente a Dios a través de todas las dificultades. Por el momento, tal vez los creyentes se vean como barcos azotados por las olas y el viento, pero Cristo ya ha introducido su ancla en el mismo cielo, donde todo está asegurado y firme.
(He 6:17-20) "Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec."
"Para que también ellos sean santificados en la verdad"
Uno de los efectos de la muerte del Señor en la cruz que todos los creyentes tenemos claro es el de nuestra justificación, pero aquí el Señor subraya otro propósito no menos importante: nuestra santificación. Veamos este mismo énfasis en otras citas de la Palabra:
(Ef 5:25-27) "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha."
(Tit 2:14) "Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras."
(1 P 2:24) "Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados."
A la luz de este fuerte énfasis, podemos concluir que cualquier iglesia o cristiano que tome el asunto de la santidad a la ligera, no está en sintonía con Cristo. Vivir de una forma mundana evidencia que no se ha conocido a Cristo como Salvador. No olvidemos la seria advertencia que Jesús hizo:
(Mt 7:21-23) "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."
Lamentablemente, muchos de los que se consideran cristianos ven la santificación como una asignatura opcional, olvidándose claramente de que Cristo se presentó en sacrificio por nosotros para que seamos "santos y sin mancha".
No nos debemos engañar; Cristo se santificó para que nosotros seamos santos, pero esta santificación no ocurre de manera automática, sino que cada creyente debe consagrarse de manera personal al Señor.
"No ruego solamente por éstos"
(Jn 17:20) "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos."
En este punto de su oración el Señor comienza a orar también por los que llegarían a creer en él por la palabra de sus apóstoles, lo que auguraba un fruto abundante para la misión que les estaba encomendando.
Así que, los horizontes de la oración de Jesús se amplían abriéndose hacia el futuro, aunque cuando el evangelista escribe hacia finales del siglo I, algunos de esos que iban a creer ya existían como una realidad y formaban la iglesia cristiana de aquel momento.
Ahora bien, ¿por qué el Señor no oró desde el principio por todos los creyentes del mismo modo? No hay duda de que el Señor establece una clara diferencia entre aquellos que creyeron en Jesús cuando le escucharon, y los que llegarían a creer en él después de su muerte y resurrección. Los primeros habrían de ser los encargados autorizados por el Señor para transmitir la verdad acerca de su enseñanza y milagros a las siguientes generaciones, por cuanto ellos habían sido testigos presenciales de todo su ministerio.
En todo caso, lo que el Señor estaba haciendo era establecer una clara vinculación de los nuevos cristianos con los primeros.
Por otro lado, es hermoso y conmovedor que el Señor ya oraba por todos los creyentes futuros hace más de dos mil años en el jardín de Getsemaní cuando se disponía a entregar su vida en la cruz por ellos. Cada creyente puede decir que Cristo oró por él antes de morir en la Cruz.
Como vemos, el Señor sabía que su muerte en la Cruz sería el comienzo de una creciente influencia en el mundo. Como él mismo había dicho: "si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto" (Jn 12:24).
"Los que han de creer en mí por la palabra de ellos"
Notamos también que la expansión del evangelio se llevaría a cabo por "la palabra de ellos". Esto se refiere al conjunto de toda la revelación de Dios que ellos habían recibido, es decir, todo el evangelio. Antes de morir ellos incorporaron en los libros del Nuevo Testamento la enseñanza que habían recibido directamente del Señor Jesucristo, al igual que sus obras milagrosas que probaban su autoridad mesiánica. Podríamos decir que los apóstoles fueron los únicos a los que el Señor encomendó esta labor.
Una vez más el medio que se usa para producir la fe es la palabra predicada (Ro 10:13-17). Se pueden emplear mil métodos modernos y tecnológicos para persuadir a los hombres para creer en Cristo, pero el plan que siempre ha resultado eficaz ha sido la predicación del evangelio en el poder del Espíritu Santo.
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