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Estudio bíblico: Los creyentes en el mundo - Juan 17:14-17

Autor: Luis de Miguel
España
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Los creyentes en el mundo (Juan 17:14-17)

Después de tratar la relación de los discípulos con el Padre, una relación que les traería plenitud de gozo, ahora pasa a hablar de su relación con el mundo, donde sufrirían su odio. Por lo tanto, por una parte eran objetos del amor del Padre, y por otra eran objetos del odio del mundo, exactamente igual que Cristo.

"El mundo los aborreció, porque no son del mundo"

(Jn 17:14) "Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo."
¿Por qué causa el mundo aborrece a los creyentes?
En primer lugar debemos notar que éste era un tema que el Señor ya había tratado con sus discípulos en esa misma noche (Jn 15:18-21), pero ahora lo trae ante el Padre en oración.
No hay duda de que el mundo puede ser un lugar tremendamente hostil; está lleno de odios amargos engendrados por el nacionalismo, el racismo, la lucha entre las clases sociales, las guerras de religión, la avaricia, el orgullo... Sin embargo, la hostilidad a la que el Señor se refiere aquí surge por una razón diferente. Se produce como reacción a la predicación de la Palabra de Dios. Como ya hemos visto en varias ocasiones a lo largo de este evangelio, esta Palabra siempre provoca división entre los oyentes (Jn 7:43) (Jn 9:16) (Jn 10:19). Pero, ¿por qué ocurre tal cosa?
El problema es que la Palabra de Dios pone al descubierto el pecado del mundo, lo llama al arrepentimiento, a deponer sus armas contra Dios y rendirse a él. Esto no le gusta al mundo, por eso, aquellos que responden positivamente a este llamamiento, pasan a ser considerados como traidores, y el mundo los aborrece por eso.
Pero lo curioso es que no es sólo la denuncia del pecado del mundo lo que provoca esta hostilidad; con mucha frecuencia también su mensaje de misericordia, perdón y salvación, tienen el mismo efecto. Recordemos la hostilidad de los líderes religiosos del judaísmo contra el Señor cuando él anunciaba las buenas nuevas de salvación a los perdidos, menospreciándole, e incluso queriéndole matar por ello (Lc 5:17-21) (Jn 5:18-24).
Por lo tanto, si el mundo había sido hostil con Cristo cuando él proclamó la Palabra de Dios, también lo sería con sus discípulos cuando continuaran con esta misma labor.
Pero notemos que antes de orar por la persecución que sus discípulos iban a sufrir, él había intercedido ante el Padre por la preservación de su fe (Jn 17:11), y volverá a hacerlo a continuación (Jn 17:15). Sin esta seguridad de la salvación en su fuero interno, sería imposible para ellos salir al mundo a predicar la Palabra, y mucho menos hacerlo con gozo.
Lo que está claro es que los verdaderos creyentes deben esperar el odio y la enemistad del mundo, y no deben sorprenderse por ello. Y en la misma medida que prediquemos la Palabra de Dios, este odio aumentará. La buena opinión del mundo es lo último que un verdadero cristiano debería esperar de él. Si los hombres impíos hablan bien de los creyentes, deberíamos examinarnos seriamente.
¿Por qué dice que los creyentes no son de este mundo?
En un sentido ellos sí eran del mundo; habían nacido en el mundo y eran parte de él, pero como el Señor indica aquí, todo cambió desde el momento en que él les había dado la "palabra" del Padre y ellos la habían creído. Desde ese momento habían sido introducidos en un estado nuevo de cosas enteramente distinto del mundo. Su manera de actuar, de hablar, de pensar, de vestir, de hacer negocios... no es la de este mundo.

"No ruego que los quites del mundo"

(Jn 17:15) "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal."
A pesar de la hostilidad del mundo contra los creyentes, el Señor quiere que se queden en él. ¿Qué sería del mundo si Dios sacara de él a los cristianos que predican la Palabra de Dios? Sin duda sería desastroso para el mundo. En palabras del Señor, los creyentes son la luz y la sal del mundo que se encuentra en tinieblas y en un continuo proceso de corrupción (Mt 5:13-14) (Fil 2:15). El mundo necesita a los creyentes para darles a conocer la gracia de Dios. Ellos son un buen ejemplo de ello.
Aunque es el propósito de Dios que los suyos queden en este mundo con la finalidad de dar testimonio de él, lamentablemente, en muchas ocasiones los creyentes se han aislado, pero esto no era por lo que oraba el Señor al Padre.
La retirada ha sido siempre una tentación para los religiosos. En los tiempos de Jesús los fariseos sucumbieron a esa tentación. Un fariseo era por definición alguien separado de la sociedad. Su objetivo era escapar de la contaminación de la sociedad caída mediante la separación. Más tarde, en el siglo III, los ermitaños cristianos huyeron a los desiertos de Egipto, y esa mentalidad se perpetuó en el surgimiento del monacato en la Edad Media y ha llegado hasta nuestros días. Su argumento es que para obtener una santidad superior es necesario retirarse físicamente del mundo y aislarse en los conventos y monasterios.
El problema de este planteamiento es que no tiene en cuenta el deseo del Señor claramente expresado en su oración al Padre. Y, además, ignora que el mundo está en nuestro propio corazón, y que el aislamiento en un convento no nos libra de él.
Hay que reconocer que la huida siempre es una tentación cuando estamos rodeados de enemigos y problemas por todas partes. Por ejemplo, hubo momentos en que el rey David quiso alejarse de la arena del combate y escapar:
(Sal 55:6) "¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría."
Al leer el contexto de este Salmo apreciamos que David se encontraba asediado por infinidad de problemas, pero como decimos, la huída nunca es la solución de Dios. ¿Cómo podría el pueblo de Cristo hacer algún bien en el mundo si se los quitara inmediatamente después de su conversión o cuando tuvieran que atravesar por alguna situación angustiosa? ¿Cómo podrían exhibir la gracia de Dios, su poder y paciencia? ¿Cómo podrían ser debidamente preparados para el cielo sin haber sido previamente templados en las pruebas de esta vida?
Hubo tres ocasiones en las que diferentes hombres de Dios del pasado oraron pidiendo ser quitados del mundo. Estos fueron Moisés (Nm 11:15), Elías (1 R 19:4) y Jonás (Jon 4:3), pero como ya sabemos, el Señor no concedió la petición de ninguno de ellos.
La evasión nunca es la alternativa divina, sino el alcanzar la victoria en medio del mundo hostil. Somos llamados a vivir dentro del mundo. Ese es el lugar donde tenemos que llevar a cabo todas nuestras actividades: comprar, vender, estudiar, convivir...

"Que los guardes del mal"

Cuando el Señor ascendiera al cielo y ellos tuvieran que vivir y testificar de Cristo en medio de un mundo hostil, se encontrarían inmersos en constantes peligros que intentarían desviarlos de su fidelidad a Cristo, es por eso que el Señor vuelve a pedir al Padre que "los guarde del mal".
Algunos piensan que el "mal" del que debemos ser guardados se relaciona directamente con Satanás, "el maligno", pero seguramente deberíamos pensar en todos los males que nos pueden asaltar, incluyendo también el mundo y nuestra propia naturaleza caída.
En este contexto uno de los males por los que el Señor pedía que fueran guardados podría ser la mundanalidad, que destruye la diferencia entre la iglesia y el mundo. Esto consiste en asimilar su forma de pensar y actuar. Dentro de estos peligros hay varios que parecen estar golpeando con fuerza a las iglesias de nuestro tiempo.
Con mucha frecuencia el cristianismo se ha asociado con los gobiernos políticos de cada época en diversos países y reinos de este mundo. Fue una triste realidad cuando en el siglo IV la iglesia edificó enormes estructuras eclesiásticas modeladas en las estructuras del Imperio Romano, y luego esas estructuras se convirtieron rápidamente en causa de luchas por el poder mundano, dando lugar a no pocos conflictos internaciones de parte de políticos y eclesiásticos ambiciosos.
Otra fuerte tentación está siendo el materialismo que impera en el mundo. Por ejemplo, algunas iglesias de hoy parecen medir su éxito en base a valores puramente materiales: cantidad de personas, presupuesto económico, la grandeza de sus edificios, el curriculum académico de sus líderes... prestando con frecuencia muy poca atención a la fidelidad a la Palabra de Dios, tanto en la predicación como en la vida práctica de las personas. Hay cierta tendencia entre muchos creyentes a disfrutar de la paz personal y de tener el dinero suficiente para poder hacerlo, sin preocuparse realmente por Dios ni por los demás.
Por otro lado, a menudo algunas iglesias y líderes han protagonizado escándalos públicos porque han utilizado la religión cristiana como una enorme máquina de hacer dinero, usando para ello métodos puramente mundanos y nada éticos.
Además, la iglesia adopta con frecuencia los métodos del mundo para atraer a las personas. En lugar de predicar el evangelio de Cristo con un llamado a la fe y el arrepentimiento, las iglesias se convierten en centros de entretenimiento centrados en el hombre. En consecuencia, se abandona o reduce al mínimo la predicación de la Palabra y la oración conjunta como iglesia.
Otra de las amenazas que enfrenta la iglesia en nuestros días es el relativismo, que niega la existencia de verdades absolutas. Esto ha llevado a muchos cristianos nominales a cuestionar partes importantes de la revelación divina. Al final todo depende de lo que la persona piensa y quiera creer. Desgraciadamente, en los últimos años, especialmente en occidente, el estudio académico de la Biblia se ha basado en las filosofías racionalistas, y como la incredulidad es su principal punto de partida, no es de extrañar que la incredulidad ha menoscabado la fe de generaciones de estudiantes de teología. Se ha perdido de vista que la Palabra de Dios es nuestra máxima autoridad. Ahora parece que todo depende del "consenso". Las cosas se hacen en muchas iglesias en el día de hoy, no porque la Biblia lo diga, sino porque así piensa la mayoría. En teoría reconocemos que la Biblia es nuestra única norma de fe y conducta, pero en la práctica muchas iglesias evangélicas han cambiado radicalmente en los últimos años para parecerse a otras que son más populares según los varemos del mundo.
También debemos enfrentar el secularismo de nuestras sociedades, que parecen querer obligarnos a vivir en este mundo como si no hubiera nada más que lo que se ve. Cuando esto ocurre, la iglesia pierde de vista cuál es su misión en este mundo. Lejos de buscar a los pecadores para que se arrepientan y se reconcilien con Dios, algunas iglesias parecen estar más interesadas en adoptar la agenda del mundo, convirtiéndose en una especie de ONG preocupada por asuntos puramente sociales.
En muchos otros casos, parece que la iglesia viaja detrás del mundo, puesto que sólo hace falta un poco de tiempo para que llegue a introducir los debates que previamente se producen en mundo. Podemos pensar, por ejemplo, en temas como la liberación de la mujer, el divorcio, las parejas gays, el cambio climático...
Y a todo esto hay que añadir los increíbles esfuerzos que el mundo hace para imponer a la iglesia una ideología totalmente contraria a la Palabra de Dios y que abarca asuntos fundamentales de la existencia humana, desde la creación, el valor de la vida, la identidad... Curiosamente, muchos de estos asuntos son debatidos ahora en algunas iglesias con el fin de que sean aceptados como correctos.
Lo que se deduce de la oración del Señor es que si la iglesia debe llegar a tener algún impacto en el mundo, sólo lo conseguirá siendo diferente a él. Pensemos por un momento en Daniel y sus tres amigos. Ellos fueron llevados como prisioneros de guerra a Babilonia, donde llegaron a tener un impacto muy decisivo sobre Nabucodonosor y su corte. Ahora bien, ¿cómo lo consiguieron? Pues no fue por volverse como el mundo pagano al que fueron llevados, sino permaneciendo obedientes a la Palabra de Dios. Comenzaron por no aceptar sus normas alimenticias contrarias a las ordenanzas del Antiguo Testamento, también se negaron a arrodillarse ante el ídolo que Nabucodonosor había creado, a pesar de que por esa razón fueron echados a un horno de fuego. Luego, cuando por un decreto real se prohibió orar al Señor, Daniel continuó con su vida normal de oración, aunque por ello fue echado al foso de los leones. Podría decirse que si Daniel impacto en los gobernantes babilonios y luego en los persas, lo fue porque se opuso a la cultura de su tiempo en todo aquello que implicara desobedecer la Palabra de Dios.
Como alguien ha dicho, no es el barco en el agua, sino el agua en el barco lo que lo hunde. Así que, el peligro no es que un cristiano esté en el mundo, sino que el mundo esté en el cristiano. Además, mientras el cristiano viva de una manera mundana, su testimonio en el mundo será completamente ineficaz, porque si el mundo no puede ver una diferencia clara entre los que profesan ser cristianos y los del mundo, éstos no tendrán ningún deseo de cambiar.
Ahora bien, no debemos ignorar las implicaciones de esta petición del Señor. Si él oraba al Padre para que nos guarde, eso era porque nosotros, por nosotros mismos, somos débiles e insuficientes para sostenernos frente a las grandes tentaciones que podemos encontrar en este mundo. Necesitamos el poder de Dios para vencer toda tentación, y por esa razón, nosotros también debemos orar continuamente a Dios para que nos libre del mal (Mt 6:13).

"No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo"

(Jn 17:16) "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo."
El Señor repite aquí las mismas palabras del versículo 14 con la finalidad de enfatizar la total falta de armonía entre el mundo y el creyente. Nunca deberíamos olvidar esto cuando somos tentados a involucrarnos en asociaciones mundanas del tipo que sean. Notemos bien que él no dice que los creyentes "no deberían ser del mundo", sino que afirma que "no son del mundo".
Ellos habían dejado de ser del mundo desde el momento en que nacieron de nuevo (Jn 3:3). Desde entonces ellos recibieron una nueva vida que no es la de este mundo. Se trataba de una vida engendrada en ellos directamente de Dios (Jn 1:12-13).

"Santifícalos en tu verdad"

(Jn 17:17) "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad."
La iglesia de Cristo debe ser santa. Cuando leemos las cartas que el Señor dirigió a las iglesias de Asia y que encontramos en Apocalipsis capítulos 2 y 3, vemos su interés por la santidad de su pueblo tanto en lo moral como en lo doctrinal.
Ahora bien, algunos han interpretado este versículo como si el Señor sólo estuviera intercediendo por los apóstoles, y sacan la conclusión de que Cristo estaba pidiendo al Padre que los consagrara del mismo modo en que lo fueron los sacerdotes de Israel en la antigüedad, ungiéndolos de manera especial para la misión a la que los iba a encomendar. Pero teniendo en cuenta el contexto, sólo es posible pensar que estaba orando por la santidad de todo su pueblo. La Palabra de Dios en su conjunto nunca restringe la santidad a una clase especial de cristianos, como por ejemplo los pastores o personas que tienen algún ministerio en la iglesia. Por supuesto, aquellos que sirven en la iglesia deben ser santos, pero también aquellos cristianos que trabajan en el campo, en una fábrica, en un comercio, estudian o están en la casa atendiendo tareas domésticas. Todos somos exhortados a hacer cada cosa como para el Señor y no para los hombres (Col 3:23-24).
En cuanto al significado del término "santificar", en toda la Biblia tiene que ver con "apartar", "separar" a alguien o algo para el uso exclusivo de Dios. Lo contrario a la santidad es la mundanalidad, esa forma de vivir cuya mente está en las cosas de este mundo: dinero, placeres, prestigio, fama... El apóstol Juan escribe en su primera epístola:
(1 Jn 2:15-17) "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre."
En este punto es importante que nos demos cuenta que la santidad tiene dos partes bien diferenciadas y necesarias. Por un lado estamos separados del mundo, pero por otro lado, somos separados para Dios. En la Biblia aquello que era santificado era quitado de su uso mundano y dedicado al servicio a Dios.
Pensemos por ejemplo en la santificación de ciertos utensilios del templo. Para que un vaso o un plato pudiera ser utilizado en el servicio a Dios, primero tenía que estar limpio. Si se encontrara en ellos la más mínima mancha, deberían limpiarse inmediatamente. Pero no bastaba con que el utensilio estuviera limpio. Al fin y al cabo, muchas mujeres tendrían esos mismos utensilios en sus casas y estarían tan limpios como los del templo, pero no serían santos. ¿Por qué no? Porque nunca habían sido dedicados al servicio exclusivo a Dios. Las mujeres en sus casas los empleaban para sus propios usos domésticos, pero para que un utensilio fuera santo tenía que estar limpio y ser dedicado sólo para el uso del Señor. Y lo mismo sucede con las personas que se acercan a Cristo.
Por lo tanto, en esencia, la santidad no implica vivir de acuerdo a un determinado patrón de comportamiento culturalmente aceptado. Por ejemplo, no podríamos decir que una persona es santa porque no hace apuestas, no fuma, no bebe, no juega a las cartas, no va a los bares u otras cosas similares. Hay muchas personas que no hacen esas cosas y no por eso son santas. Un ejemplo de esto lo encontramos en el judaísmo de la época del Señor; ellos eran muy rigurosos con ciertas normas externas que ellos mismos habían consensuado, pero sabemos que no había santidad en sus corazones, porque al mismo tiempo que eran tan legalistas con esas cosas externas, buscaban matar a Jesús. La persona auténticamente santa es la que se aparta de aquellas cosas que la Palabra de Dios prohibe para entregarse enteramente al Señor.
Por lo tanto, la santidad tiene dos vertientes claramente diferenciadas. Tal como el Señor oró, implicaba ser "guardados del mal", pero eso no bastaba, también debían ser consagrados en la verdad. Como diría el salmista: "Apártate del mal, y haz el bien, y vivirás para siempre" (Sal 37:27).
Ahora bien, en (Jn 15:3) el Señor les había dicho a los discípulos "vosotros ya estáis limpios por la palabra que yo os he hablado". Surge entonces la pregunta: Si ya estaban limpios, ¿por qué ruega al Padre que los santifique? La cuestión es que desde el mismo instante en que nacemos de nuevo somos santos ("apartados") para Dios. En este sentido, todos los que componen la iglesia son santos (Ro 1:7) (1 Co 1:2) (2 Co 1:1) (Ef 1:1) (Fil 1:1). Pero con frecuencia fallamos en cumplir con este llamamiento del Señor y necesitamos ser santificados o consagrados al Señor continuamente.
Ser santos es un mandato del Señor que tiene varios propósitos.
En ese contexto, el primero de ellos tenía que ver con la misión que los discípulos tendrían por delante en el mundo. Los incrédulos pueden negarse a ver la verdad de nuestros argumentos, pero no pueden evadir la evidencia de una vida santa y transformada por el Espíritu Santo. Claro está que nuestro cristianismo no merecerá la atención del mundo si no vivimos vidas santas.
Y en segundo lugar, vivir santamente prepara a los cristianos para el cielo. Cuanto más cerca vivamos de Dios mientras estamos en este mundo, más podremos gozar de la felicidad en nuestra eterna morada. Aunque sólo la sangre de Cristo puede justificarnos y darnos la entrada al cielo, la santificación nos da la capacidad de disfrutarlo.
Es cierto que es el Hijo quien le pide al Padre que nos santifique, porque es un hecho que los hombres no podemos santificarnos a nosotros mismos, aun así, debe haber en nosotros el deseo de que Dios lo haga y la disposición para dejarle hacer.

"En tu verdad, tu palabra es verdad"

¿Cómo podemos mantenernos limpios y puros en este mundo? ¿Qué recursos nos ha dejado Dios para nuestra santificación? El Señor lo indica con claridad: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". Siglos antes el salmista se había hecho la misma pregunta y había llegado a la misma conclusión:
(Sal 119:9) "¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra."
Y en otra ocasión:
(Sal 19:7-8) "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos."
Esta respuesta sigue siendo válida para todo creyente en toda época y lugar. Por lo tanto, la clave está en el estudio aplicado de la Palabra de Dios y la obediencia a sus mandamientos. Necesitamos constantemente dejarnos lavar por la Palabra del Señor.
Por supuesto, los hombres religiosos buscan alternativas fuera de la esfera de la revelación bíblica. Siguen tradiciones de hombres, se entregan a ritos, especulan sobre teorías inventadas por ellos, promueven técnicas de ascetismo... El apóstol Pablo habló en detalle sobre ello, y concluyó categóricamente que no sirven para alcanzar la santidad.
(Col 2:16-19) "Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios."
La verdadera santidad comienza desde adentro, no por el exterior. La Palabra de Dios tiene que obrar en la mente, la voluntad, la conciencia, las emociones. Los ritos externos nunca podrán cambiar el corazón, pero la Palabra sí. De ahí que los creyentes que descuidan la Palabra no crecerán en santidad y victoria sobre el pecado.
La Palabra de Dios nos libra de la secularización del mundo. Nos enseña la pureza moral que agrada a Dios. En este contexto no debemos olvidar la exhortación de Pablo a Timoteo:
(2 Ti 3:14-17) "Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra."
La Palabra de Dios es el antídoto contra la secularización que la iglesia está sufriendo. Cuando la tengamos en cuenta, dejaremos de usar la sabiduría del mundo, la agenda del mundo y los métodos del mundo para emplear la sabiduría de Dios, la agenda de Dios y los métodos de Dios. Y no hay duda de que ésta ha sido siempre la guerra en la que la iglesia del Señor se ha visto envuelta en este mundo a lo largo de los siglos, y quizá hoy más que nunca.
También es importante notar cómo es descrita aquí la palabra de Dios: "tu palabra es verdad". Esto certifica la infalibilidad de la palabra revelada de Dios. De ahí la importancia de leer, meditar y predicar constantemente la Palabra de Dios.

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