Estudio bíblico: El apóstol Pablo: embajador en cadenas - Hechos 21:27-40
El apóstol Pablo: embajador en cadenas (Hechos 21:27-40)
El nuevo ministerio de Pablo
El viaje a Jerusalén y los contactos con la iglesia allí constituyen el preludio de la nueva forma del ministerio del apóstol que notamos ya al principiar la exposición de la última sección. De (Ef 6:20) recogemos el hermoso título de "embajador en cadenas" que caracteriza la obra de Pablo desde el momento de su prendimiento hasta el fin del relato de Lucas: período de aproximadamente cinco años. El apóstol no se hallará libre para proyectar extensas expediciones, bajo la guía del Espíritu Santo, con el fin de extender el Reino de Dios entre los gentiles. Llevando la cadena del cautivo irá adonde determinen diferentes oficiales del Imperio; pero por encima de la limitada autoridad de los grandes de la tierra las providencias divinas ordenarán los movimientos del apóstol, haciendo surgir preciosas oportunidades para testificar ante el pueblo, el Sanedrín, gobernadores y reyes. Por otra parte, tanto en Cesarea como en Roma, Pablo podrá recibir a sus amigos con toda libertad, lo que supone que le será posible animar y orientar a sus colaboradores, quienes llevarán sus enseñanzas orales y escritas por todas partes.
1. Las etapas del nuevo ministerio
Desde (Hch 21:27) hasta el fin del libro (Hch 28:31) podemos discernir distintas etapas del ministerio del "embajador en cadenas":
a) Frente a la multitud fanatizada en los patios del Templo, donde se le proporciona a Pablo, el ex rabino perseguidor, su mayor oportunidad de testificar ante los judíos en Jerusalén, ratificándose en consecuencia de ella el rechazamiento de parte de éstos tanto de la persona del apóstol como de su mensaje.
b) Frente al Sanedrín, la aristocracia religiosa y sacerdotal del pueblo.
c) Ante el tribunal de los gobernadores Félix y Festo en Cesarea.
d) Ante el rey Herodes Agripa II, acompañado de importantes elementos de la aristocracia de Israel.
e) En medio de las aciagas circunstancias del viaje a Roma, frente a la tripulación y pasajeros del barco primero y a los habitantes de la isla de Melita después.
f) Frente a la colonia judía en Roma y (aunque Lucas no lo detalla) delante del tribunal del César.
El resumen anterior pone de relieve la importancia de la labor de esta época y explica en parte el tratamiento detallado que Lucas da a ella. A este período corresponden las Epístolas a los Filipenses, a los Efesios, a los Colosenses y a Filemón, y hemos de suponer un amplio ministerio epistolar además de los escritos que han sido recogidos en el canon. Pablo no se consideraba como arrinconado e inútil, sino que pedía las oraciones de los santos: "a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del Evangelio, por el cual soy embajador en cadenas..." (Ef 6:19-20).
2. La fecha del arresto
Según la mayoría de los escriturarios de confianza hemos de fechar el arresto en el año 57 d. C., y la fiesta de Pentecostés suele caer en mayo. Han pasado veintisiete años desde que el Espíritu Santo cayó sobre los ciento veinte discípulos en un aposento alto de la misma ciudad, iniciando la vida y el testimonio de la Iglesia "que es su Cuerpo".
3. El detallado relato de Lucas
Volvemos ahora sobre algunas de las razones que indujeran a Lucas a describir este período de la vida del apóstol con tanto detalle cuando había abreviado muchas etapas de los viajes que aparentemente requerían un tratamiento más amplio por la luz que habría echado sobre los métodos misioneros de Pablo y la organización interior de las iglesias:
a) Lucas era testigo ocular de los acontecimientos. La inspiración del Espíritu Santo no excluye factores personales. El testimonio de Pablo en medio de tantos padecimientos dejó honda mella en el alma y el recuerdo de su amigo Lucas, quien se hallaba casi constantemente con él como compañero y ayudante: circunstancia que le impulsó a presentar un cuadro acabado de esta época.
b) El siervo del Señor testifica en medio de los vaivenes de la vida. Es importante que veamos al siervo de Dios, no sólo proclamando el Evangelio frente a multitudes, instruyendo a sus colegas o dictando sus Epístolas, sino como un hermano que pasa por circunstancias que le afectan personalmente, como afectarían a cualquier miembro de la confraternidad cristiana. ¿Cómo se porta un apóstol cuando le llevan preso, cuando pasa por los aciagos días que preceden un naufragio, cuando hay que encender lumbre en la playa como protección contra el frío? Según el relato de Lucas, tan llano y fascinador a la vez, Pablo sale muy bien de la prueba puesto que las operaciones del Espíritu de Dios se manifiestan con igual potencia en circunstancias que en sí pueden clasificarse como poco "apostólicas", como cuando dirige la palabra a los sabios del Areópago, o a los rabinos del Sanedrín, o a las multitudes griegas o judías. Aprendemos la importante lección de que el misionero ha de testificar en toda suerte de circunstancias, hablando por su ejemplo cuando los hombres logran cerrarle la boca, igualmente dispuesto a recoger leña si viene al caso como para predicar o redactar. El retrato total que Lucas nos presenta del apóstol sería incompleto sin las pinceladas, sencillas o dramáticas, de esta sección.
c) La sección se relaciona con la finalidad apologética de Los Hechos. Recuerde el lector el propósito apologético —entrelazado con otros de mayor categoría espiritual— que Lucas tenía delante al escribir al Excelentísimo Teófilo. Quiso dar a conocer la Fe cristiana, no sólo en su esencia espiritual, sino también en sus relaciones sociales, morales y legales. En la fecha de redactar su obra el poder de Roma aún protegía a los cristianos de la fanática oposición de los judíos —bien que con gesto despectivo frente a una manifestación más de las "supersticiones orientales"— y Lucas puede subrayar también la respetuosa actitud de Pablo, el ciudadano romano, frente a las instituciones del Imperio. Aprovechándose del ejemplo de Pablo, Lucas se esforzaba por deshacer la especie tan difundida entonces de que los cristianos formaban una sociedad secreta y subversiva en la que se practicaba toda suerte de abominaciones.
d) Esta sección redondea el libro como obra artística. Una novela habría tenido que señalar el resultado de la apelación de Pablo a César, detallando el desenlace y terminando el "suspense", fuese por su liberación o su martirio. Pero Lucas no se proponía escribir ni una novela ni una biografía, sino historiar la extensión del Reino desde Jerusalén a Roma por la obra del Espíritu Santo quien se valió principalmente de los trabajos de los dos destacados apóstoles Pedro y Pablo. El amplio testimonio de Pablo en Roma, aun como preso, satisfizo las exigencias de su plan, y, después de notarlo, Lucas pudo soltar la pluma. Para los cristianos del primer siglo la muerte física llegaba a ser algo incidental, completamente subordinado a la consumación del testimonio de los siervos de Dios. Lo importante era que Cristo fuese engrandecido por medio del cuerpo, fuese en vida o en muerte.
El tumulto en el templo y el arresto de Pablo (Hch 21:27-40)
1. Los judíos de Asia (Hch 21:27-29)
Con el paso de algún día más Pablo habría terminado su parte en los ritos de la limpieza de los nazareos, según el plan de los ancianos, pero Dios había de permitir la irrupción de una de las muchas olas del fanatismo judío que había de trocar el buen propósito en peligro de muerte. Es probable que la asociación de Pablo con los nazareos hubiese logrado la finalidad propuesta en cuanto a pacificar a los "celosos de la ley" que se encontraban dentro de la comunidad cristiana, pero le expuso a ser observado y atacado por los judíos incrédulos.
No nos extrañe que los promotores del alboroto fuesen algunos judíos de Asia, ya que el descollante éxito de la labor del apóstol en Éfeso (Hch 19) no pudo por menos que excitar la furiosa oposición de los judíos de aquella ciudad, quienes atribuían a la labor de Pablo la ruina parcial de su feudo anterior (Hch 19:9). Pablo no sería conocido de vista por los judíos de Jerusalén, pues veinte largos años habían pasado desde que él había actuado de dirigente del partido más fanático de la capital. En cambio, la obra en Asia era reciente, lo que permitió que los judíos que habían subido de aquella región para celebrar la fiesta reconocieran en seguida al odiado adalid de la "secta nazarena". Conocerían además a Trófimo, hermano oriundo de Éfeso, quien había sido colaborador destacado de Pablo en su ciudad natal. Los judíos de la Dispersión no se distinguían siempre por la pureza de sus costumbres, como hemos tenido ocasión de notar, pero a menudo la misma distancia de su sede religiosa aumentaba su amor al Templo, símbolo entonces de todos los valores religiosos y nacionales de Israel, atizando la llama de su fanática determinación de guardarlo inviolable.
Según el versículo 29, ya habían visto a Pablo pasearse por la ciudad con Trófimo, un hermano gentil. Más tarde le vieron en el sagrado rincón del Templo reservado a los nazareos y sin detenerse para más investigaciones, supusieron que Pablo había metido a Trófimo dentro del patio reservado para los israelitas. El propósito de eliminar a Pablo existía ya; la combinación de circunstancias que acabamos de notar brindó a los judíos de Asía la ocasión de excitar el ánimo de la multitud jerosolimitana para la consecución de tal fin.
2. El escenario del prendimiento (Hch 21:27-30)
Al describir el milagro de la curación del cojo tuvimos ocasión de esbozar la distribución de los patios del Templo de Herodes. La vasta extensión del Patio de los Gentiles, abierto para todos, judíos y gentiles por igual, rodeaba el verdadero Templo interior. Famosos eran los pórticos, con su peristilo de columnas de mármol, especialmente el muy amplio "Pórtico real", al sur, y el de Salomón, al este. Con techos de cedro, hermosamente adornados, servían para albergar las reuniones de discusión llevadas por rabinos. El mismo Señor se aprovechaba de estas facilidades muy a menudo y allí los apóstoles proclamaban el Evangelio a las multitudes. Cada patio se alzaba sobre el nivel del exterior, aumentándose la elevación hasta llegar al punto culminante del santuario mismo, edificado éste de mármol blanco y adornado del oro que cubría el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. De la vasta explanada del Patio de los Gentiles se subía por una escalera de como catorce escalones a la Puerta Hermosa, por el este, al Patio de las Mujeres, rodeado éste de una fuerte muralla con sus puertas correspondientes. Otra hermosa escalera de como quince escalones, semicirculares, daba entrada, por medio de una magnífica puerta, al Patio de Israel, que circundaba a su vez el de los Sacerdotes, hallándose éste a un nivel aún más elevado. Había un ascenso más para llegar a la entrada del Lugar Santo. El santuario interior siguió aproximadamente el plan del Templo de Salomón, pero por la parte delantera se había edificado un magnífico pórtico, siendo la altura del edificio doble de la del Templo anterior. El movimiento ascendente de todo el conjunto, hasta llegar al santuario, resplandeciente de mármol y de oro, impresionaba hondamente a cuantos lo contemplaban, considerándose el Templo de Herodes como una de las maravillas arquitectónicas del mundo de entonces.
De interés especial para nuestro estudio es el hecho de que antes de llegar al Patio de las Mujeres se hallaba un terraplén con una balaustrada, llamado el soreg, que señalaba el límite de la penetración gentil. En ella, a ciertos intervalos, se hallaban inscripciones escritas en griego y en latín —una de las cuales ha sido hallada por los arqueólogos— avisando que todo gentil que traspasara el soreg incurría en pena de muerte.
El patio denominado "de las Mujeres" servía para todos los hebreos en general, derivándose su nombre de las galerías destinadas al uso de las hebreas. Los varones hebreos podían pasar al Patio de Israel para los actos del culto y solamente llegaban a la entrada del Patio de los Sacerdotes a los efectos de sus sacrificios y ofrendas.
Alrededor del Patio de las Mujeres se hallaban dependencias dedicadas a distintas fases de los ritos hebreos, siendo de interés especial para la comprensión de nuestra narración una pieza en el rincón sudeste llamada la "casa de los nazareos" por ser el lugar donde éstos se trasquilaban y quemaban su pelo antes de ofrecer sus sacrificios de paces (Nm 6:1-21).
Hemos de pensar que los judíos de Asia hallasen a Pablo en este lugar, y que allí levantaran su grito de: "¡Profanación! ¡Socorro!" al echarle mano. Por un plano del templo, el lector verá que mediaban pocos metros entre la Casa de los Nazareos y la Puerta Hermosa. Es probable que los judíos de Asia arrastrasen a Pablo fuera del recinto y más allá del soreg antes de proceder a actos de mayor violencia.
3. La acusación de los judíos de Asia (Hch 21:27-29)
Hemos de suponer que un portavoz de los judíos de Asia pronunciara un discurso, por corto que fuera, en el que formulara las acusaciones del versículo 28. Quizá le servía de tribuna la escalinata que daba acceso a la Puerta Hermosa. El punto fuerte de la denuncia —el que excitaría inmediatamente la furia de la multitud—, era la acusación de que Pablo había profanado el Templo al pasar a Trófimo más allá del soreg. Naturalmente no había prueba alguna del alegato que los mismos judíos se vieron forzados a abandonar cuando se trataba de un juicio formal ante el tribunal del gobernador romano. Pero la chispa bastó para encender el reguero de pólvora produciéndose instantáneamente tal explosión de ira popular que Pablo estuvo a punto de morir linchado.
Para reforzar la denuncia, los judíos de Asia señalaron a Pablo como el hombre que iba enseñando a todos por todas partes contra el pueblo, la Ley y "este lugar", o sea, el Templo. Surgen varios puntos de interés de esta estimación de la obra de Pablo formulada por sus enemigos.
a) Es como el enseñador por excelencia que Pablo dejó mella en la conciencia de sus contemporáneos, fuesen amigos o enemigos.
b) El haber enseñado "a todos por todas partes" en este contexto se refiere a los judíos de la Dispersión; a pesar de lo que la frase tenga de exageración percibimos la constancia de los esfuerzos de Pablo por presentar a Jesús como el Mesías en todas las sinagogas de todas las colonias judaicas de las ciudades que visitaba.
c) La mención de la enseñanza dirigida "contra el pueblo" es la tergiversación en la boca de judíos endurecidos de la doctrina de la inclusión de todos los creyentes, fuesen judíos o gentiles, dentro de la unidad de la Iglesia. Hemos tenido ocasión de notar varias veces que lo que enfurecía a los judíos no era tanto la proclamación de Jesús como el Mesías, sino la enseñanza que colocaba a los israelitas en el mismo plano que los gentiles cuando se trataba de que fuesen salvos únicamente por el arrepentimiento y la fe en Cristo.
d) La supuesta enseñanza contra la Ley refleja la comprensión —mejor dicho, la falta de comprensión— de los judíos frente a la doctrina de la justificación por la fe que reducía la Ley a su verdadera función de dar a conocer el pecado, mientras que para los judíos formalistas había de ser un medio para establecer su propia justicia (Ro 10:3).
e) La supuesta enseñanza contra este lugar es la estimación enemiga sobre la enseñanza de Pablo en cuanto a las operaciones del Espíritu Santo (la base es la Obra redentora de Cristo) en oposición a toda idea que concediera valor espiritual último y final a lugares y a ritos, dejando aparte su validez temporal como símbolos instituidos por Dios.
En ningún momento se destaca más claramente la relación entre la enseñanza de Esteban y la de Pablo como en los términos de esta acusación, y si el lector quiere volver a considerar las notas sobre (Hch 6:11-14) verá un comentario anticipado sobre esta denuncia de los judíos de Asia. Los dos siervos del Señor, enlazados tanto por su dramático antagonismo en la historia como por la identidad de su revelación en su fuero interno, siguieron ambos las pisadas del Maestro, ya que el "escándalo" de las enseñanzas del Señor frente a la nación, a la vez religiosa e incrédula, se repite en la experiencia y en el ministerio de estos dos discípulos que nunca le vieron —por lo menos como Maestro— en los días de su manifestación en la tierra.
4. "Cerraron las puertas" (Hch 21:30)
"Le arrastraron fuera del templo —es decir, más allá del soreg— e inmediatamente fueron cerradas las puertas. Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía..." (Hch 21:30-31). Los levitas que cumplían su servicio de vigilancia en el Templo se preocuparían por el bien del sagrado recinto que muchas veces corría peligro durante los turbulentos días que precedieron el trágico alzamiento contra Roma; viendo, pues, que la multitud se agolpaba alrededor del jefe de los nazarenos en el Patio de los Gentiles, cuidaron de cerrar bien las pesadas y fuertes hojas de bronce de la Puerta Hermosa (de Nicanor). Fue un acto natural e inevitable, pero no deja de revestirse de un profundo significado simbólico. El autor de la Epístola a los Hebreos percibió hondo sentido espiritual en el hecho de que Cristo "padeciera fuera de la puerta" de Jerusalén (He 13:12-13) y, en su medida, se halla análogo sentido en el intento de matar a Pablo fuera de la puerta del recinto del Templo. Con angustiosos anhelos buscaba el apóstol el bien de su amado pueblo (Ro 9:1-5), pero su testimonio fue rechazado de plano por los judíos de Jerusalén según el anuncio del Señor (Hch 22:18), siendo aceptado solamente por una pequeña —pero importante— minoría de los judíos de la Dispersión. Frente a toda suerte de testimonio —en este caso de aquel que antes había sido su admirado caudillo—, los judíos se cegaban contra la luz del Evangelio y se encerraban en su sistema, cada vez más vacío de sentido espiritual, sin percibir los nubarrones de juicio que ya se cernían sobre "aquel lugar" y que habían de arrasarlo hasta sus fundamentos.
5. Pablo en las manos de la turba (Hch 21:31-32)
Quizás extrañe al lector la rapidez con que cundió por toda la ciudad la noticia de la supuesta profanación del Templo como también la violencia incontrolada de la turba antes de la intervención de los romanos. Tengamos en cuenta que la ciudad era de reducidas dimensiones y que, a causa de la fiesta, muchos de los varones se hallarían ya en los patios del Templo o en los alrededores.
Actos de violencia en tan sagrado lugar no eran desconocidos por aquellos tiempos. El fanatismo religioso y el odio a Roma, que son bien patentes cuando leemos las páginas de los Evangelios, habían ido en aumento como resultado del crecimiento numérico y la consolidación del partido de los Celotes, cuyo verdadero "celo" por Jehová y por la Ley iba mezclado con intereses políticos y facciosos. Estos extremistas se enfurecían sobremanera en contra de la secta de los saduceos y de la casta sacerdotal puesto que éstos intentaban mantener buenas relaciones con los romanos por razones personales y partidistas. Un poco antes de la fecha del prendimiento de Pablo, un sumo sacerdote, Jonatán, había sido asesinado en los patios del Templo en pleno día por los sicarios, que formaban el ala más extremista de los Celotes y cuyo nombre se deriva de la "sica" ("puñal") que llevaban: arma que servía para que sus fanáticos portadores asesinaran a todo aquel que consideraban como traidor a la causa patriótica y nacionalista.
Diez años más tarde estos peligrosos movimientos nacionalistas habían de desembocar en la guerra de liberación, que tanto costó a Roma sofocar, y que trajo, como desastroso colofón, la destrucción de Jerusalén con la del Templo, extinguiéndose lo que quedaba de la nacionalidad de los judíos. El ambiente de la narración que consideramos es propio de la época, subrayando, por lo tanto, la historicidad del relato de Lucas. Frente a análogas acusaciones, la multitud llevó a Esteban al respetado Sanedrín, símbolo entonces de toda la autoridad religiosa y civil de Israel hasta donde podía ejercerse bajo los romanos. Ahora, sin embargo, la turba prefiere el rápido y seguro método del linchamiento, por el que toma la "justicia" en sus propias manos, puesto que los extremistas ya no se fían de los procesos legales del Sanedrín, donde domina la casta sacerdotal. Mucho menos se fiarían de los romanos, desde luego.
6. La intervención de los romanos (Hch 21:31-36)
Para comprender bien el desarrollo de la crisis debemos examinar una vez más el plano del Templo notando que por fuera de las murallas del Patio de los Gentiles, en la extremidad noroeste, se elevaba la fortaleza de Antonia, obra de Herodes "el Grande". Era plaza fortísima, escenario probable del encarcelamiento de Pedro, comunicando con el Patio de los Gentiles por medio de dos escaleras que permitían que la guarnición arremetiese rápidamente contra cualquier turba levantisca allí reunida. No sólo eso, sino que centinelas hacían constantemente la ronda sobre los tejados de los pórticos de los límites norte y oeste de los patios exteriores, prontos a percatarse de cualquier revuelta. Éstos informarían inmediatamente al tribuno del intento de matar a Pablo.
En la fortaleza Antonia se mantenía siempre una nutrida guarnición bajo el mando de un tribuno, cuyos efectivos normales ascendían a mil hombres, la sexta parte de una legión romana. En la ausencia del gobernador, el tribuno era la máxima autoridad romana en Jerusalén. El puesto no era envidiable ya que los judíos tenían fama en todas partes del Imperio de ser extremadamente revoltosos y contumaces.
Oficiales como Lisias entendían poco de las cuestiones religiosas que inflamaban el fanatismo de las turbas hebreas con tanta frecuencia, pero, en este caso, el tribuno vio, como medida elemental de justicia, la necesidad de salvar la vida de una persona que linchaba la turba. Al mismo tiempo Lisias suponía que se trataba de un malhechor de alguna clase, de modo que le arrestó con el fin de someterle a la debida interrogación, toda vez que nada pudo comprender por la gritería de los judíos. La mano de Roma se extendió, pues, un tanto a ciegas, para librar al apóstol de una muerte cruel en manos de quienes le molían a palos. Tanta era la violencia de la multitud que los soldados tuvieron que llevar en vilo a su preso hacia la escalera para librarle de sus manos. Ya habrían sujetado a Pablo con dos cadenas; en este momento, pues, empieza su largo ministerio como "embajador en cadenas".
La turba apretaba a los soldados sin cesar, levantando su grito de: "¡Fuera con él!" (o "¡Muera!") que recuerda los gritos parecidos que otra multitud engañada y fanatizada había levantado contra el Señor de Pablo frente al pretorio de Pilato, no lejos de allí. Surge otro ejemplo de que el discípulo no es mayor que su Señor, siendo llamado a seguir sus pisadas por análogos caminos de dolor y de rechazamiento (Lc 23:18) (Jn 19:15).
7. Pablo y Lisias (Hch 21:37-40)
La multitud no pudo subir la escalera de la fortaleza en presencia de una fuerte guarnición de soldados romanos, de modo que Pablo tuvo un momento de respiro que aprovechó para dirigirse al tribuno con la pregunta: "¿Se me permite decirte una palabra?". La pregunta era cortés y se expresaba en el griego helenístico de una persona culta. Lisias se sorprendió, pues ya había llegado a la conclusión, un tanto precipitada, de que la revuelta tenía que ver con el jefe egipcio que había capitaneado anteriormente una sublevación de sicarios, llevándoles luego al desierto (Hch 21:38). Flavio Josefo hace mención de este caso en el que un "profeta" egipcio había llevado una gran multitud a lo alto del monte de los Olivos, prometiendo librar al pueblo del poder de los romanos. Fueron sorprendidos por la guarnición romana que mató a muchos de los insurrectos, sin lograr echar mano sobre el caudillo quien huyó al desierto con los supervivientes de la intentona. Lisias, poco ducho en las cuestiones de los judíos, imaginaba que la suerte había entregado en sus manos a tan notorio personaje. La conversación con Pablo le convenció pronto de su error.
Pablo se declaró como "judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante...", que es un giro retórico por el que la grandeza de algo se subraya por una modesta negación de pequeñez. Ya hemos visto que Tarso era ciudad célebre por su comercio y cultura. Por el momento Pablo no hace constar su ciudadanía romana, pero sí la de Tarso, que por lo menos indicaba más que una mera residencia en la famosa capital. Lisias comprende que se trata de una persona culta y educada, pero no cae en la cuenta de que el preso es ciudadano de Roma. Frente a la hipótesis de que Pablo concedía un valor determinante a su ciudadanía romana y a la civilización grecorromana, hemos de notar que no la declara hasta que sea una absoluta necesidad para el bien de los creyentes y el adelanto de la Obra. Ser "hebreo de hebreos" era mucho más importante para el hijo de Abraham y el ex fariseo.
Dios había propuesto que Pablo diera un testimonio final a su pueblo en Jerusalén, siendo evidente que sólo sus providencias podían hacer posible que el tribuno concediera permiso al preso para que se dirigiese a la multitud. Quizás esperaba sacar más información de lo que presenciara y oyera, pero no deja de ser una notable concesión. Aún más nos asombra que se produjera "un gran silencio" en la multitud que llenaba el patio donde momentos antes todo había sido algarabía. Percibimos un elemento sobrenatural que nos recuerda el mandato del Maestro cuando tranquilizó la furiosa tempestad y el agitado oleaje del mar de Galilea diciendo: "¡Calla! ¡Enmudece!".
Temas para meditar y recapacitar
1. Describa el arresto de Pablo en los patios del Templo, subrayando:
a) Los términos de la acusación de los judíos de Asia.
b) El ambiente de violencia de aquellos tiempos.
c) La actitud de los romanos.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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