Estudio bíblico: Viaje de Pablo a Jerusalén - Hechos 21:1-26
Viaje de Pablo a Jerusalén (Hechos 21:1-26)
Las características del nuevo período
1. Las diversas facetas de la comisión de Pablo
A riesgo de alguna repetición, recordamos al lector que la comisión que el Señor dio a Saulo por boca de Ananías abarcaba diversos aspectos de la labor que el nuevo apóstol había de llevar a cabo: "...para llevar mi Nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel" (Hch 9:15). Desde el capítulo 13 hasta el final del 20, Lucas traza el cumplimiento de la labor apostólica frente a los gentiles. En su desarrollo Pablo actuaba como adalid, abriendo puertas y señalando caminos por los cuales otros habían de pasar con el fin de continuar la obra iniciada por él. Anteriormente al apartamiento de los dos misioneros en Antioquía (Hch 13:1-4), Pablo había querido testificar frente a su propia nación, sobre todo en Jerusalén (Hch 9:26-30), pero la animosidad de sus compatriotas en la capital pronto acortó su ministerio, bien que nunca dejaba de anunciar a Cristo en las sinagogas de la Dispersión.
En el curso de las tres expediciones no habían faltado ocasiones para testificar ante diversas autoridades, romanas e indígenas, al ser llevado ante sus tribunales a causa de las acusaciones de los judíos; pero el testimonio de Pablo ante ellos surgió incidentalmente de su amplia labor en las provincias, no llegando a ser su rasgo dominante. Después de su llegada a Jerusalén, con la rápida pérdida de la libertad personal, el apóstol tendrá oportunidades de testificar de nuevo a los jerosolimitanos —en medio de gran turbación— y luego presentará el mensaje de vida ante gobernadores, reyes y otros destacados personajes de la vida política y social de Israel. Suponemos que su encarcelamiento en Roma le habrá proporcionado aún mayores oportunidades de esta clase. El fruto de este extraño ministerio es conocido en el Cielo, pero, a pesar de que poco podemos colegir de sus resultados por la narración de Lucas, es sabido que el Evangelio llegó al palacio de los Césares durante el primer siglo y no podemos por menos que pensar que el fruto que allí se recogió se relaciona con el cumplimiento de esta faceta de la labor apostólica de Pablo. Por lo menos sabemos que constituyó parte integrante de su comisión y que su historiador dedica una parte considerable de sus anales a la labor del "embajador en cadenas". El maestro había predicho que al ser llevados sus discípulos ante reyes y gobernadores les serviría como medio de testimonio (Lc 21:12-13) de modo que no nos ha de extrañar la aparente "pérdida" de los años de cautiverio si a través de ellos el mensaje apostólico llegara a esferas normalmente inasequibles a la predicación del Evangelio.
2. La convicción de Pablo
Pablo estaba convencido de que esta etapa de su ministerio había de cumplirse, a pesar de vislumbrar lo que le había de costar en términos de padecimientos físicos y morales. Según nuestro pensamiento, había recibido del Señor alguna indicación clara del camino a seguir, de modo que iba "ligado en el Espíritu" aun si fuese a la muerte (Hch 20:22). Los mensajes proféticos que le avisaban que no subiera a Jerusalén reflejaban claramente los peligros del viaje sin que por ello anularan la revelación que Pablo mismo había recibido del Señor que ordenaba su servicio futuro (Hch 21:10-14).
3. El rostro afirmado para subir a Jerusalén
R. B. Rackham y otros expositores han señalado la analogía entre este viaje de Pablo y aquel otro de su Maestro cuando "afirmó su rostro para subir a Jerusalén" desde Galilea, sabiendo que le esperaba allí la angustiosa consumación de su Obra (Lc 9:51). Aceptamos la analogía como interesante, viendo cómo le es permitido a Pablo seguir hasta cierto punto en las pisadas de su Señor, ya que él también afirma su rostro para la consumación de su carrera, en medio del sufrimiento y del dolor, siguiendo la ruta que le llevaba a la misma fatídica ciudad rebelde, convertida por entonces en la "Jerusalén actual, que, junto con sus hijos está en esclavitud" (Ga 4:25), sin dejar que nada ni nadie le desviara del camino de la voluntad de Dios. Está bien que el discípulo siga en pos de su Señor; pero mencionamos la analogía con todas las salvedades que exige tanto la excelsitud de la Persona que subió a Jerusalén desde Galilea como la naturaleza de la Obra que allí realizó en la crisis máxima de todos los siglos. El triunfo de Pablo, que consiguió a través de graves pruebas y aflicciones, fue una pequeña parte de los despojos de la Victoria de la Cruz y de la Resurrección que el "Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión" logró una vez para siempre (He 3:1) (He 12:1-3).
Desde Mileto a Jerusalén (Hch 21:1-14)
1. Por vía marítima a Tiro (Hch 21:1-3)
La separación de los ancianos de Éfeso en Mileto había sido penosa para todos, pero les fue preciso seguir adelante. El barco se hizo a la vela con rumbo a Cos en primer término. haciendo escala en Rodas antes de llegar al puerto de Pátara en Licia. Cos y Rodas son islas cuajadas de historia en la punta sudeste de Asia Menor, mientras que Pátara (con el puerto vecino de Mira) era un puerto apto para los enlaces marítimos entre Asia, Siria, Fenicia y Egipto. En Pátara dejaron el barco que les había traído desde Troas para tomar otro que iba a Tiro directo, lo que nos hace suponer que sería de tamaño considerable ya que las embarcaciones más pequeñas no solían perder de vista la costa. Los vientos de primavera eran favorables y todo parece indicar un rápido viaje a Tiro, sin incidentes, durante el cual avistaron a la isla de Chipre a babor.
2. La familia cristiana en Tiro (Hch 21:3-6)
Tiro y Sidón eran dos célebres puertos que daban fama al pequeño país costero de Fenicia (ahora el Líbano) durante los siglos que precedieron las conquistas de Alejandro el Magno. La historia de los fenicios rozaba para bien y para mal con la de los israelitas en diversas ocasiones, lo que explica el lugar prominente que ocupa en las profecías de Isaías y de Ezequiel (Is 23) y (Ez 26-28). En la época que tratamos, Tiro no era más que la sombra de la soberbia ciudad de los siglos XI a IV a. C., pero retenía aún una importancia limitada como puerto para Fenicia y el sur de Siria.
El lector se acordará de que algunos de los esparcidos a causa de la persecución inaugurada por el martirio de Esteban llegaron hasta Fenicia, predicando el Evangelio sólo a los judíos en la primera época (Hch 11:19). Sin duda la obra fue extendiéndose luego a los gentiles y Pablo ya había tenido oportunidades de conocer las iglesias de esta costa al subir desde Antioquía a Jerusalén para el llamado Concilio (Hch 15:3). Es probable, pues, que tuviera amigos en la iglesia en Tiro, y como el barco había de permanecer allí siete días a causa de las operaciones de la descarga, el apóstol y sus compañeros tuvieron tiempo suficiente para unirse con "los suyos".
Los discípulos de Tiro —se entiende aquellos que tuviesen dones proféticos— repitieron los avisos contra el viaje a Jerusalén, y al parecer los mensajes se distinguían por su claridad y solemnidad: "Y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén" (Hch 21:4). La prohibición parece contundente en este caso, pero ya hemos notado el sentido limitado de las profecías que ha de subordinarse a la evidente iluminación especial que Pablo había recibido sobre el asunto de la consumación de su carrera.
3. La cariñosa despedida en la playa (Hch 21:5)
Podemos suponer lo que sería el ministerio del apóstol entre los hermanos de Tiro y el calor de la manifestación de la comunión cristiana. Lucas, que pasa por alto grandes acontecimientos al abreviar sus narraciones según las exigencias de su plan, hace un alto aquí para describir la despedida que se celebró en la playa, notando especialmente que las mujeres estuvieron presentes, con sus hijos, cuando todos se pusieron de rodillas para la oración. Se destaca aquí una escena familiar, tierna y conmovedora, y agradecemos a Lucas esta pequeña "ventana" que nos permite contemplar la vida de familia de las iglesias de la época apostólica. Sin duda buscaron un rincón tranquilo de la playa, no lejos del muelle donde el barco estaba amarrado. Todos estarían de rodillas, levantando los varones las manos al Cielo mientras que las mujeres inclinaban sus cubiertas cabezas al suelo (1 Ti 2:8-9). Oraciones llenas de poder habrán subido al Trono a favor de Pablo, quien por fin tendría que dar por terminados tan sagrados momentos levantándose para dirigirse al puerto. Las despedidas se harían por medio de abrazos orientales en el caso de los varones, no faltando las lágrimas como en la reciente despedida de Mileto. Dentro de algunos momentos los creyentes del lugar, juntamente con los compañeros de Pablo, estarían envueltos en el movimiento y agitación del puerto, ensordecidos por la gritería de los marineros que ejecutaban las maniobras de zarpar para Tolemaida, pero quedaría el recuerdo de las amadas personas de los siervos de Dios, de los vibrantes mensajes que habían sido expuestos en la potencia del Espíritu Santo, habiéndose reforzado los lazos del amor fraternal por la semana de comunión. Lo entendemos todo muy bien, pues los factores esenciales de la vida humana no han variado a pesar de la profunda mutación del escenario de las actividades de los hombres durante el período que media entre el siglo I y el XXI. Lo que precisamos es volver a beber en los manantiales del poder espiritual de los tiempos apostólicos.
4. Un día en Tolemaida (Hch 21:7)
Posteriormente Tolemaida se llamaba Acre, puerto antiquísimo que cobró celebridad durante las Cruzadas. Un poco más al sur se encuentra el promontorio del monte Carmelo, con Jaifa en la bahía. Por el relato de Lucas sabemos que la compañía apostólica permaneció un solo día en Tolemaida, pero no sabemos si la prisa fue debida a que el barco tuviera que zarpar rápidamente para Cesarea o si desde allí prosiguieron su viaje por tierra. De todas formas sabemos que Pablo se apresuraba con el fin de estar en Jerusalén para la fiesta del Día de Pentecostés.
Los saludos a los hermanos son evidencia de otra iglesia local formada en Tolemaida.
5. La estancia en Cesarea (Hch 21:8-14)
Cesarea. Sabemos ya que esta ciudad costera era la capital de la provincia romana de Judea-Samaria. No sabemos si Cornelio se hallaba aún allí, pero seguramente estaba en pie la amplia casa donde él y sus amigos fueron bautizados por el Espíritu Santo: los primeros gentiles que pasaron directamente a la Iglesia en igualdad de condiciones con los creyentes hebreos. El apóstol a los gentiles, llamado por Dios aun antes de abrirse la puerta del Reino a los incircuncisos, se halla ahora en el mismo lugar geográfico donde el Señor había ordenado el paso que hacía posible su labor apostólica universal. El viaje de Cesarea a Jerusalén sería corto y rápido, de modo que Pablo podría calcular bien las restantes etapas de su programa y sacamos la impresión de una estancia tranquila en la casa de Felipe antes de emprender la marcha a la capital del judaísmo.
6. La casa de Felipe el Evangelista (Hch 21:8)
Otros enlaces con tiempos anteriores se hallaban en Cesarea, ya que volvemos a hallar allí a Felipe el Evangelista, uno de los siete administradores de la iglesia-comunidad de Jerusalén y posteriormente evangelista muy bendecido por Dios, quien llegó precisamente a Cesarea después de su encuentro con el tesorero de la reina Candace de Etiopía (Hch 8:40). Habían pasado veinte años o más y aún seguía siendo "Felipe el evangelista", designación que supone una labor extensa de evangelización. La mención de las hijas es evidencia de que era hombre casado con cuatro hijas por lo menos, pero, sin duda, su casa en Cesarea sería su base de operaciones al extender la Palabra por Israel. Quedamos con deseos de saber más de la iglesia en Cesarea, pero quizá sea significativo que la figura que se destaca en este relato es la de un evangelista y no la de un pastor, bien que suponemos que la iglesia estaría provista de los dones normales de las familias cristianas de aquella época. El don de evangelista nos recuerda que toda iglesia ha de evangelizar o perecer, que es contraproducente que se limite a nutrirse o a protegerse, pues se vitaliza precisamente por el esfuerzo de extender las fronteras del Reino por todos los medios a su alcance.
Las exigencias de su labor no impedían que Felipe y los suyos ejercieran el privilegio de la hospitalidad, ya que recibieron a Pablo y su compañía en su casa.
7. Las hijas de Felipe que profetizaban (Hch 21:9)
Hemos tenido ocasión de notar que los profetas del Nuevo Testamento recibían mensajes directos de Dios a la manera de los profetas del Antiguo Testamento, hasta que se puso a la disposición de las iglesias en forma escrita la enseñanza apostólica que completaba el canon de las Sagradas Escrituras. Se habla generalmente de varones profetas, pero la breve mención de profetisas aquí nos hace saber que algunas hermanas también recibían este importante don (1 Co 11:5). La Iglesia subapostólica se fijaba mucho en el hecho de que eran vírgenes las que profetizaban, pero de hecho no existe relación alguna entre el ejercicio del don profético y la virginidad, ya que Débora era mujer casada (Jue 4:4) y Ana, otra profetisa, era viuda (Lc 2:36-38). Aquí no se hace mención de que diesen mensajes sobre el viaje de Pablo, pero el silencio del texto no es prueba que no lo hubieran hecho. El mayor interés de esta referencia a profetisas estriba en que Pablo prohibía a las mujeres que hablasen en las reuniones públicas de la "iglesia reunida" (1 Co 14:34), no admitiendo tampoco la enseñanza de mujeres, por lo menos en la presencia de varones capacitados para darla (1 Ti 2:11-15). Al mismo tiempo admite que mujeres puedan orar y profetizar en algún sitio (1 Co 11:5) y aquí le vemos en una casa donde hay cuatro doncellas que no sólo tenían el don, sino que profetizaban. Frente a datos que parecen ser, hasta cierto punto, contradictorios, y deseando respetar todo mandato apostólico como normativo, debemos pensar que el extenso ministerio de las hermanas —que se menciona muchas veces en el Nuevo Testamento, como en (Ro 16:1-4,6,12) (Fil 4:2-3)— se ejercía primordialmente entre personas de su propio sexo o en lugares y condiciones que no suponía tomar la precedencia sobre el varón, alcanzando la prohibición especialmente las reuniones oficiales de iglesias debidamente formadas.
Hay referencias a las hijas de Felipe en los escritos de Polícrates y Papías, recogidas por el historiador Eusebio, por las que hemos de entender que se trasladaron posteriormente a Hierápolis en la provincia de Asia; donde, según estas tradiciones, alcanzaron una edad avanzada, siendo fuente de muchos datos sobre los primeros tiempos de la Iglesia. Tales tradiciones suelen transmitirse en un ambiente de ambigüedades, pero es digno de notar que aquí hallamos a Lucas, cuidadoso investigador de los primeros tiempos de la Iglesia, en la compañía de personas que fueron consideradas posteriormente como "autoridades" en la materia. Más tarde, durante los dos años del encarcelamiento de Pablo en aquella misma ciudad, hallaría el historiador muchas oportunidades de hacer contacto con tales testigos de valor excepcional, que habrían podido pasarle los tesoros de sus recuerdos, plasmándolos él por escrito con la facilidad y exactitud que le caracterizaban.
8. La profecía de Agabo (Hch 21:10-14)
Otro antiguo amigo, el profeta Agabo, reaparece en el escenario, cumpliendo sus altas funciones proféticas exactamente como le vimos hacer al final del capítulo 11 cuando predecía el hambre que había de afligir el mundo en el tiempo del Emperador Claudio. Han pasado muchos años desde entonces, pero este siervo de Dios, acreditado portavoz del Señor, se halla en su lugar frente a la crisis que se avecina.
Su profecía se expresa no sólo verbalmente sino también por medio de un sencillo acto simbólico que recuerda varios de los mensajes e ilustraciones de Ezequiel (Ez 4-5). El cinto (o faja) de Pablo, con el cual Agabo enlazaba sus propias manos y pies, hablaba elocuentemente de la pérdida de libertad que esperaba el apóstol en Jerusalén. Pero el profeta se limita a predecir los resultados del viaje sin dirigir mandato alguno a Pablo. Son los hermanos de su compañía y del lugar que le ruegan que no suba a la capital (Hch 21:11-12).
La contestación de Pablo es la de siempre: "¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús". Los hermanos entonces dejan sus afligidas súplicas y exclaman: "¡Hágase la voluntad del Señor!". Lo que el apóstol había de hacer no obedecía a ningún capricho personal sino que se efectuaba en el Nombre del Señor; comprendiéndolo los buenos hermanos, a pesar de sus lágrimas, reconocen la voluntad del Señor en todo, ya que estarían acostumbrados en aquellos tiempos heroicos a que Dios podía avanzar su Reino o por la vida o por la muerte de sus siervos.
9. La última etapa del viaje (Hch 21:15-16)
El mapa señala el sentido general de la ruta desde Cesarea a Jerusalén, que pasaba primeramente por las fértiles llanuras de Sarón para internarse luego entre las bajas serranías, cubiertas de olivares y de viñas, de la Sepela, subiendo por fin a las montañas un tanto áridas de la región central de Judea. Los viajeros utilizaron, sin duda, la excelente carretera romana que enlazaban las dos ciudades.
Siendo Mnasón el hermano que había de brindarles hospitalidad en Jerusalén, es probable que el versículo 16 debe leerse según la variante de un buen número de textos griegos: "Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quién nos hospedaríamos". Por "discípulo antiguo" hemos de entender, probablemente uno de los convertidos durante los primeros años de la Iglesia en Jerusalén. No se contaría entre los muchos "celosos de la Ley", ya que estaba dispuesto a dispensar generosa hospitalidad a una compañía que incluía varios creyentes de la gentilidad. Su casa sería amplia, como la de María en tiempos anteriores.
El versículo 15 nota el sencillo detalle del arreglo de los equipajes, de lo cual deducimos que la sencillez de la vida oriental (o griega) del primer siglo no libraba a los siervos de Dios enteramente del problema del equipaje que tanto complica la vida de los misioneros del siglo XXI. Recordemos que cumplían la delicada misión de llevar cuantiosas sumas de las iglesias de los gentiles a la iglesia en Jerusalén.
Pablo y la iglesia en Jerusalén (Hch 21:17-26)
1. Rasgos del período de transición
Varias cuestiones un tanto difíciles surgen del encuentro de Pablo con Jacobo y los ancianos de Jerusalén, especialmente la proposición que le hicieron de que tomara sobre sí los gastos de los cuatro nazareos, asociándose con ellos en su purificación ceremonial. Expositores acreditados han culpado tanto a Jacobo por la sugerencia como a Pablo por amoldarse a ella, pero reiteramos aquí lo que hicimos constar al notar el voto de Pablo mismo que se menciona en (Hch 18:18) nosotros vivimos en una época de la historia de la Iglesia cuando la inmensa mayoría de los miembros de ella son de origen gentil, lo que dificulta mucho nuestra comprensión de las actitudes y costumbres de los cristianos de origen judío durante los primeros años de la Iglesia. Es evidente que la mayoría de los cristianos judíos aún "guardaban las costumbres" de su pueblo, bien que podemos suponer que tenían libertad en el Señor de no hacerlo si hubiesen querido y que sólo los judaizantes se sometían a tales costumbres en sentido legalista. Los cristianos judíos de habla griega comprenderían mejor su libertad cristiana y la universalidad de la Iglesia, pero "decenas de millares" de judíos creyentes en Judea eran "celosos por la ley" (Hch 21:20), frase que significa no sólo una conformidad con las prácticas religiosas de su nación sino también un celo total o parcialmente judaizante.
Más tarde se había de escribir la Epístola a los Hebreos, que llevó el proceso de la revelación del Nuevo Pacto en esta parte a su consumación; después de su redacción siguió a corto plazo la destrucción del Templo, que fue fallo de las providencias de Dios en igual sentido de libertad en vista de la Obra consumada del Calvario. Después, los judíos creyentes, celosos de la Ley, quedaron como una secta más o menos herética al margen de la Iglesia universal, pero en el momento de la visita trascendental de Pablo a Jerusalén los millares de cristianos judíos formaban un ala considerable de la Iglesia, de modo que hemos de hacer el intento de entender no sólo la libertad personal de Pablo en cuanto a "las costumbres", sino también su evidente afán de que no se resquebrajara la unidad de la comunidad total cristiana.
2. Una bienvenida cordial (Hch 21:17)
"Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo". A pesar de las prevenciones de los judaizantes y los temores de los guías, los hermanos —los destacados de la congregación es de suponer— dieron una bienvenida cordial y hasta gozosa a Pablo y su compañía, que incluía delegados de iglesias gentiles. Por lo tanto no hemos de exagerar las dificultades de comprensión que existieran, porque los guías espirituales reconocían con alegría la gran obra que Pablo realizaba como apóstol a los gentiles.
3. Una reunión oficial (Hch 21:18-25)
El día siguiente de la llegada se celebró una reunión oficial en la que participaron Pablo y los suyos (los delegados de las iglesias) por una parte, y Jacobo y todos los ancianos de la Iglesia en Jerusalén por otra (Hch 21:18). De nuevo notamos que Jacobo recibe mención especial, y es de suponer que él presidiera la reunión. Los demás apóstoles estarían ausentes, ya que nada se dice de ellos. Discernimos varias etapas en el "orden del día", notando primeramente los informes de Pablo sobre la Obra de Dios en las provincias, seguidos, por supuesto (y aunque Lucas no lo nota), de la entrega de las ofrendas; después Jacobo y el presbiterio pasaron a la consideración del problema que la presencia de Pablo suscitaba entre la masa de creyentes "celosos de la Ley".
a) Los informes de Pablo (Hch 21:19-20). El informe fue detallado y extenso, ya que Pablo iba refiriendo "una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio". Las discusiones siguen aproximadamente el mismo patrón que las del capítulo 15, en las que se intercalaron los informes de los apóstoles entre el mensaje de Pedro y la solución del problema de entonces. Los hermanos que habían recibido a Pablo con gozo bien pudieron "glorificar a Dios" con toda sinceridad al escuchar el relato de las maravillas de la evangelización de los gentiles. El problema no se producía entre los guías espirituales de la grey, sino entre las multitudes que creían en Jesús el Mesías, sin dejar por eso de sentir un celo fanático por Israel y sus costumbres.
b) El análisis de la situación (Hch 21:20). Los ancianos procedieron —quizá un poco apresuradamente— a informar a Pablo sobre su problema íntimo. No sabemos si hemos de tomar la frase "millares" en sentido literal, o como una de las frases que Lucas empleaba con cierta vaguedad para representar grandes números. El hecho es igual: los presbíteros tenían que contar con la presencia en Jerusalén de fuertes números de creyentes en Jesús el Mesías que mantenían una fanática devoción a los ritos hebreos y que habían sido mal informados —el griego indica un intento de instrucción sistemática de parte de los perturbadores— en cuanto a las actividades de Pablo en las provincias del Imperio. Quizá la fiesta próxima de Pentecostés había atraído a muchos de estos judíos creyentes de la región judaica a la capital. La tendenciosa información que promovía la peligrosa actitud entre las masas de los nazarenos consistía en que Pablo enseñaba a los judíos de la Dispersión a "apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres" (Hch 21:21). Desde luego el rumor era falso, pues Pablo ni siquiera enseñaba a los creyentes judíos que dejasen las costumbres de su raza y aun hizo circuncidar a Timoteo para evitar penosas confusiones. Aún más, al permitirlo, él mismo se portaba como judío piadoso, sin sacrificar por ello un átomo de la doctrina cristiana de la cual era administrador. Se comprende que sus enemigos habían confundido deliberadamente sus enseñanzas a los creyentes gentiles, que de manera alguna habían de circuncidarse so pena de "vaciarse de Cristo" (Ga 5:2-6), con su actitud frente a los creyentes de su propia raza que se hallaban libres en lo secundario y, en general, respetaban las costumbres de sus padres. Ya hemos visto que tal período de transición había de terminar pronto, pero en este momento aún persistía.
Quizá los ancianos temían una asamblea tumultuosa de los "celosos de la Ley" en protesta contra la presencia de Pablo y los hermanos gentiles en la iglesia, lo que habría destruido todo el valor de la hermanable y generosa embajada de buena voluntad de parte de las iglesias de la gentilidad.
c) El remedio propuesto (Hch 21:23-25). Los guías en Jerusalén no creían que la multitud escucharía ni las explicaciones de Pablo ni las de ellos mismos sobre el caso. Hacía falta, a su parecer, que los creyentes judíos viesen a Pablo cumplir "las costumbres" públicamente por ofrecer sacrificios en relación con un voto nazareo. Una manifestación tal de piedad judaica había de disipar todas las dudas según el parecer de los ancianos.
Eruditos discuten bastante sobre los detalles del acto que los ancianos recomendaron a Pablo, ya que no hay información sobre votos nazareos que podían cumplirse en siete días (Hch 21:27), siendo treinta días el período mínimo. Lo más probable es que los cuatro hombres llegaban al fin de su período de "promesa" y que aquí se trata de las ceremonias que daban fin a su voto, a pesar de que el período de siete días queda sin explicación. Lo más importante es que el gesto de costear las ceremonias de purificación de los nazareos, lo que suponía pagar por las víctimas, era conocido entre los judíos como una manifestación de gran piedad y de devoción, refiriendo Josefo un acto parecido por el cual Herodes Agripa I quiso congraciarse con el pueblo. Pablo, al asociarse con los cuatro hombres —cabe la posibilidad de que él también llegara al fin de un período semejante como en el caso de (Hch 18:18)— había de purificarse ceremonialmente y se pensaba que la demostración bastaría para probar que "él también andaba ordenadamente, guardando la Ley" (Hch 21:24). Lucas no menciona las reacciones de Pablo, pero, desde luego, no había nada en la proposición que violara su propia conciencia ni que constituyese una contravención de su norma de hacerse judío a los judíos para ganar a los judíos (1 Co 9:20). Aun es posible que la sugerencia tuviera éxito en cuanto a las multitudes de creyentes en Jerusalén, resultando de ella una mejora en las relaciones entre ellos y sus hermanos gentiles. Las dificultades que surgieron, poniendo en peligro la vida de Pablo, no se originaron entre los "celosos de la Ley" dentro de la Iglesia, sino entre unos judíos incrédulos de Asia, como veremos a continuación.
d) El recuerdo de la decisión anterior (Hch 21:25). Jacobo y los ancianos no querían que nadie pensara que sus precauciones frente a los creyentes más o menos judaizantes dentro de la comunidad cristiana de Judea afectara en lo más mínimo el principio establecido en las discusiones anteriores sobre la libertad de los creyentes gentiles, pues quedaba en pie la decisión oficial que éstos no habían de ser sometidos a ordenanzas, sino que sólo se les enseñara en aquel período de transición de que no hiriesen los escrúpulos de sus hermanos judíos dentro de la Iglesia, ni que escandalizaran a los judíos de la Dispersión por costumbres que tenían por abominables. Las precauciones contra posibles disturbios internos provocados por rumores falsos acerca de Pablo no afectaban para nada la posición de los guías en Jerusalén frente a sus hermanos gentiles.
4. Pablo y los nazareos (Hch 21:26)
Recomendamos al lector que repase (Nm 6:1-21) para traer a su memoria los reglamentos en cuanto a quienes tomaban sobre sí votos de nazareo, pues los mismos ritos se cumplirían, por lo menos en forma modificada, durante los siete días en que Pablo acompañaba a los hermanos cuyas ofrendas costeaba. Suponemos que no es necesario avisar contra una confusión entre "nazareo" en el sentido de Números capítulo 6 y "nazareno" que, según el término que empleaban los judíos, señalaba a cualquiera que seguía al Profeta de Nazaret. La "notificación del cumplimiento de los días" que Pablo dio en el Templo sería el aviso oficial a los sacerdotes encargados de tales asuntos de que habían de llevar a cabo los sacrificios y demás ordenanzas en las fechas señaladas.
Temas para meditar y recapacitar
1. Discurra sobre la llegada de Pablo a Jerusalén, notando las diferentes etapas de su contacto con los guías de la Iglesia allí. ¿Le parece justificada la sugerencia de los ancianos en cuanto a Pablo y los hermanos con voto nazareo?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
Comentarios
Iris Arcia (Venezuela) (07/06/2023)
Excelente estudio.
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