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Estudio bíblico: Los creyentes en la gloria - Juan 17:24-26

Autor: Luis de Miguel
España
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Los creyentes en la gloria (Juan 17:24-26)

Hasta este momento, la oración de Jesús se había centrado en los discípulos durante su paso por este mundo, pero ahora el asunto por el que ora por ellos es diferente. No se trata ya de su salvación, o de su santificación, sino de su glorificación. Por lo tanto, el Señor habla a continuación de la participación de sus discípulos en su futura gloria con él.

"Quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo"

(Jn 17:24) "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo."
El uso del tiempo presente que el Señor emplea aquí ("donde yo estoy"), no se refiere a su ubicación en Jerusalén, rumbo a Getsemaní, sino en la gloria donde él estaría en poco tiempo. Tal era su certeza en que sería glorificado junto al Padre que lo presenta una vez más como un hecho consumado. Es evidente que él veía ya su victoria y regreso triunfal a lo más alto del cielo, pero pensando en ello, su deseo íntimo era que los creyentes se unieran a él en su gloria eterna.
Notemos bien que el Señor no sólo quiere que seamos llevados al cielo, aunque evidentemente esto está incluido en su petición, sino que lo que pide expresamente es que "estén conmigo". El amor de Cristo no quedará satisfecho hasta que cada miembro de su pueblo esté con él para siempre en su gloria.
Por otro lado, apreciamos que él ora en este momento de una forma en la que ningún creyente puede hacerlo. Comienza su oración diciendo: "Quiero". De este modo da a entender su propia autoridad única. Como él mismo dijo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mt 28:18) (Jn 13:3). Así que, el Señor ora aquí como quien sabe que tiene derecho de propiedad de las muchas estancias que hay en la casa de su Padre (Jn 14:2-3).
Esta forma de orar tuvo que producir en los oídos de sus discípulos la plena seguridad de que lo que estaba pidiendo se iba a cumplir. Ellos podían estar seguros de que compartirían su gloria. Esto les consolaría y les daría fuerzas para la triste separación que rápidamente se acercaba, y también para enfrentar las duras pruebas por las que pasarían en el cumplimiento de la misión que les iba a encomendar después. ¡Qué hermoso poderse unir al Señor en el cielo una vez que el trabajo ha sido completado aquí en la tierra!
En todo caso, es aleccionador observar que cuando Jesús ora por sus discípulos usa la expresión "quiero", pero cuando en esa noche oró en Getsemaní por sí mismo, le dijo al Padre: "no lo que yo quiero, sino lo que tú" (Mr 14:36).
De todo lo anterior extraemos algunas consideraciones importantes que debemos retener en nuestra mente y corazón.
La primera es la plena seguridad que el creyente puede tener de su salvación. Ninguno de aquellos que han creído en Cristo dejará de estar en el cielo con él. El Salvador no estará satisfecho hasta que tenga en su presencia a todos los que compró con su sangre. Aquí está la base de nuestra seguridad, y no en nuestras débiles fuerzas. Nuestra fe puede ser fuerte hoy, pero ¿cómo la sacudirán los problemas del mañana? Buscar dentro de nosotros mismos la seguridad de la salvación sólo puede llevarnos a temer lo que pueda traer el mañana.
En segundo lugar, si es cierto que como creyentes tenemos la seguridad de que vamos a estar toda la eternidad con el Señor Jesucristo, ¿por qué no pasar más tiempo con él ahora? Esto lo podemos hacer escuchando su voz a través de la lectura de su Palabra, o hablando con él por medio de la oración. ¿Qué pensaríamos de una pareja que está a punto de casarse pero que no parece sentir deseos de pasar tiempo juntos antes del matrimonio? Si realmente están enamorados, no pensarán: "Bueno, ya vamos a pasar mucho tiempo juntos una vez que nos casemos, ahora tenemos tiempo de hacer otras cosas mientras tanto". Por supuesto, un matrimonio así sería poco prometedor. Y de la misma manera, deberíamos anhelar conocer mejor a Cristo si realmente estamos deseando estar algún día con él en el cielo.
En tercer lugar, si un día vamos a ser como Jesús, tal como Juan nos dice en su primera epístola, entonces, ¿por qué no esforzarnos en ser como él ahora? Si tenemos esta esperanza, y vivimos de manera coherente con ella, entonces, ya empezamos a ser purificados como él es puro:
(1 Jn 3:2-3) "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro."
Por último, quizá deberíamos preguntarnos cómo se sienten los creyentes en cuanto a esta promesa. Parece que hay diferentes actitudes.
Por ejemplo, aquellos creyentes que ya son viejos, o que arrastran largas enfermedades, o que están a punto de morir, su pensamiento es estar con Jesús para siempre y ser librados de todos los problemas de esta vida.
Pero hay otros muchos que no se encuentran en ninguna de esas situaciones, incluso parecen disfrutar de muchas cosas de esta vida. Para algunos de ellos, el pensamiento de ir al cielo casi parece una interrupción en sus planes. Parecen no tener ninguna ilusión por ir al cielo, bueno, al menos no antes de haber disfrutado todos los placeres del mundo. Luego, cuando ya hayan visto y vivido todo, cuando su edad o su salud les dificulte poder seguir haciéndolo, entonces empezarán a pensar en ir al cielo.
Pero desgraciadamente, ninguna de estas dos opciones parecen correctas desde una perspectiva bíblica. Por supuesto, la razón correcta para ir al cielo no es querer escapar de una enfermedad o de las limitaciones que la edad nos impone, sino desear estar con el Señor Jesucristo para admirar su gloria eterna. Y también es triste aquellos cristianos que viviendo en una sociedad materialista ven el cielo como una opción secundaria, para cuando ya hayan disfrutado todo lo que este mundo les puede dar. Esto implica una ignorancia absoluta sobre lo que será el cielo, o tal vez que el mundo los ha seducido completamente.
Encontramos un equilibrio perfecto en las palabras del apóstol Pablo:
(Fil 1:21-26) "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe, para que abunde vuestra gloria de mí en Cristo Jesús por mi presencia otra vez entre vosotros."
Para Pablo había un propósito en quedar en esta vida presente, y como vemos, no era disfrutar de las cosas del mundo, sino servir a Dios y a los hermanos dentro del ámbito del Reino de Dios. Pero por otro lado, no dejaba de desear "partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor".
Tendríamos que pensar mucho más en el cielo en nuestro tiempo presente. Aunque, por supuesto, cuando lleguemos allí, todo cuanto hayamos pensado o imaginado sobre él, será pobre en comparación con la realidad de lo que allí encontraremos. Seguramente exclamaremos algo parecido a lo que dijo la reina de Sabá cuando conoció a Salomón:
(2 Cr 9:5-6) "Y dijo al rey: Verdad es lo que había oído en mi tierra acerca de tus cosas y de tu sabiduría; Mas yo no creía las palabras de ellos, hasta que he venido, y mis ojos han visto: y he aquí que ni aun la mitad de la grandeza de tu sabiduría me había sido dicha; porque tú superas la fama que yo había oído."
En todo caso, si viéramos todo este asunto con cordura espiritual, deberíamos empezar por admirarnos de que el Señor quiera estar con nosotros toda la eternidad. No hay ningún misterio en que nosotros queramos estar con él, pero sí en que él quiera pasar la eternidad con personas como nosotros.

"Para que vean mi gloria que me has dado"

Pero el Señor no sólo quiere que sus discípulos estén con él, sino también quiere que contemplen su gloria. Surge entonces la pregunta: ¿a qué gloria se refiere?
Puede entenderse como una referencia a la gloria de su naturaleza humana después de la ascensión (Fil 3:21), o a la gloria que Cristo tiene ahora como Redentor y Cabeza de la Iglesia. Pablo habla de ella en:
(Ef 1:20-23) "...la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo."
Notemos también que en su oración el Señor agrega que esta gloria le fue dada por el Padre, "porque me has amado desde antes de la fundación del mundo". El Padre había ordenado esa gloria para su Hijo por esa razón, porque amaba a su Hijo desde la eternidad.
En este caso podríamos pensar que esta gloria tiene que ver también con aquella que había tenido con el Padre antes que el mundo fuese (Jn 17:5), es decir, previa incluso a su encarnación, muerte, resurrección, ascensión y glorificación. La contemplación de esa gloria, inconcebible para nosotros ahora, nos permitirá comprender plenamente la riqueza que tenía antes de venir a este mundo y lo que dejó para hacerse pobre por nosotros a fin de que por su pobreza nosotros fuésemos enriquecidos (2 Co 8:9).
Por lo tanto, nuestra esperanza celestial consiste en estar en el cielo donde Cristo está, y allí contemplar su gloria. No olvidemos que Cristo es la lumbrera del cielo (Ap 21:23). Sólo esto puede llenar una eternidad entera de un gozo sin fin. ¿Qué otra cosa lo podría hacer? Cuando pensamos en una eternidad sin fin, fácilmente podríamos pensar que llegará un momento en que podremos ser sumidos en el aburrimiento o la monotonía, pero disfrutar de la gloria de Cristo será un deleite sin fin, siempre nuevo y maravilloso. Recordemos lo que dijo el apóstol Pablo:
(1 Co 2:9) "Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman."
Esto quiere decir que por el momento es imposible entender con los sentidos humanos lo que será la gloria que Dios ha preparado para sus hijos. El lenguaje humano resulta claramente insuficiente para describir el esplendor y la magnificencia de la gloria celestial.
Seguramente, al entrar por las puertas del cielo y ver por primera vez toda su asombrosa hermosura, algún creyente quiera hablar con el apóstol Juan para preguntarle por qué no nos explicó con exactitud cómo era el cielo en las descripciones que hizo de él en el libro de Apocalipsis, pero él nos explicará que le resultó imposible hacerlo debido a las limitaciones del lenguaje humano para hablar de cosas tan extraordinarias.
Pero, además de todo lo anterior, en el plan misericordioso de Dios los creyentes no sólo ven la gloria de Cristo, sino que también participan de ella:
(Col 3:4) "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria."
(Ro 8:18) "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse."
Esto implica que los creyentes serán transformados a la imagen de Cristo glorificado. En ese momento serán librados de todas las consecuencias que el pecado ha traído sobre la humanidad. Por lo tanto, no sólo estaremos en el cielo con el Señor, sino que podremos disfrutar plenamente de él, sin las limitaciones e impedimentos que ahora todavía tenemos como seres humanos bajo los efectos del pecado. No nos cansaremos de adorar y servir al Señor, podremos expresar nuestra gratitud y alabanzas al Señor de una manera completamente nueva y rica, le amaremos como nunca antes lo habíamos hecho y disfrutaremos de cada cosa que descubramos de él.

"Padre justo, el mundo no te ha conocido"

(Jn 17:25) "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste."
Cuando anteriormente el Señor había pedido santificación para sus discípulos, se dirigió al Padre como "Padre santo", ahora, cuando está tratando del destino eterno de los hombres, se dirige a él como "Padre justo", y lo que pretende resaltar con ello es que es justo salvar a los que han creído en él y llevarlos a la gloria eterna, del mismo modo que es justo dejar fuera a aquellos que no han querido creer en él.
Tal vez alguien podría decir que no es justo llevar al cielo a hombres que han sido impíos, y realmente no lo sería si no fuera por la Cruz. Ningún hombre merece ir al cielo, pero Cristo ocupó el lugar de los pecadores allí, cargando sobre sí la culpabilidad de ellos, pudiendo ofrecer de ese modo una salvación justa a aquellos que depositan su fe en él. Por supuesto, quienes no lo quieren hacer, tendrán que asumir por sí mismos las consecuencias eternas de sus pecados.
La diferencia entre los creyentes y el mundo se manifiesta aquí por dos frases: "el mundo no te ha conocido", "éstos han conocido que tú me enviaste". El verbo "conocer" en este contexto es sinónimo de "creer". Y, por supuesto, podemos percibir cierto tono de protesta contra el mundo cuando dice que "no le ha conocido", porque él había hecho todo lo necesario para que hubiera sido de otra manera.
Puede resultar extraño que también se haga referencia a que Cristo mismo también "ha conocido" al Padre, pero debemos entender esto en relación con su posición como hombre en esta tierra, dependiendo siempre del Padre y viviendo para cumplir su voluntad.

"Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún"

(Jn 17:26) "Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos."
Aquí el Señor resume lo que había hecho y lo que aún haría por sus discípulos. En primer lugar les había dado a conocer al Padre ("les he dado a conocer tu nombre"), pero seguiría haciéndolo, ya no directamente, sino por medio del Espíritu Santo. Aunque en el contexto presente, podemos pensar también que lo seguirá haciendo cuando estén en la gloria celestial con él. Allí les seguirá enseñando las riquezas inagotables de Dios que habían sido suyas desde antes de la creación del mundo.
Cristo no quiere que su pueblo permanezca en un estado de infancia espiritual. Desea que crezcan cada vez más en el conocimiento de Dios. Con este fin Cristo se compromete a proporcionarles una revelación continuada: "les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún". Al fin y al cabo, como él mismo había dicho, conocer al Padre y al Hijo es la vida eterna (Jn 17:3).
Con demasiada frecuencia la gente se imagina que el cielo será un lugar no sólo de descanso, sino de inactividad, algo como unas vacaciones que nunca terminan. Claro está, a los cristianos jóvenes esto les resulta aburrido, y se preguntan: "¿Quién quiere estar todo el día sentado en una nube tocando el arpa o tumbado eternamente en un cómodo sillón?". Pero tal como lo describe aquí el Señor, el cielo es un lugar de interminable progreso, crecimiento y renovación, en el que nunca dejaremos de aprender de Dios y de disfrutar de su amor.

"Para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos"

Un mayor conocimiento del Padre habría de servir "para que el amor con me has amado esté en ellos, y yo en ellos". Por lo tanto, la fuente del amor está en conocer la verdad acerca del Padre.
Hay muchas personas a las que les cuesta entender esta asociación. Ellos creen que la mayor amenaza para el amor son las verdades doctrinales acerca de Dios. El amor nos une, dicen, mientras que la doctrina nos divide. El amor surge del corazón, la doctrina se relaciona con la mente. Pero según el Señor Jesucristo, el uno depende del otro, de tal modo que están vitalmente unidos entre sí. No se puede amar realmente a una persona sin conocerla de verdad. El auténtico amor no es ciego.
Y de esto se deduce también que todo aquel conocimiento de Dios que no nos lleve a disfrutar más plenamente del amor de Dios y a compartirlo con otros, no es un conocimiento correcto de Dios.
Ahora bien, el amor del que el Señor está hablando aquí es aquel con el que el Padre había amado al Hijo por toda la eternidad. Por lo tanto, según vamos conociendo más del Padre, también vamos disfrutando más de su amor, y de ese modo llegamos a entender con mayor asombro la extensión infinita del amor del Padre hacia el Hijo.
Cristo no sólo está preparando un lugar en el cielo para los creyentes (Jn 14:3), sino que está deseoso de que nos unamos allí a él para que veamos su gloria y seamos testigos del inmenso amor que el Padre tiene por él.
Y es en este punto donde el asombro de los creyentes no tendrá límite. El Padre los ama a ellos con el mismo amor que siempre había tenido por su Hijo. Este amor ilumina y da calor a las vidas de los suyos más allá de cualquier dificultad por la que pudieran atravesar en esta vida.
Por último, notemos que el amor del Padre habita en los creyentes sólo por mediación del Hijo, de ahí sus palabras finales: "Y yo en ellos". Independientemente de lo que ocurra en el futuro, el Señor siempre estará con sus discípulos.

Recapitulación

Al terminar de meditar en la oración del Señor a favor de su pueblo, es interesante recordar cuáles han sido las peticiones concretas que él hizo al Padre a nuestro favor:
Preservación: "Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre" (Jn 17:11).
Gozo: "para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos" (Jn 17:13).
Protección del mal: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn 17:15).
Santificación: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (Jn 17:17).
Unidad: "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17:21).
Glorificación: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado" (Jn 17:24).
También hemos visto cuál sería la relación de los creyentes con el mundo después de su partida al cielo:
Los creyentes son dados a Cristo del mundo (Jn 17:6).
Después de la partida de Cristo al cielo ellos quedarían en el mundo (Jn 17:11).
Los creyentes no pertenecen al mundo en el sentido moral y espiritual (Jn 17:14).
Son aborrecidos por el mundo (Jn 17:14).
Son guardados del mal que hay en el mundo (Jn 17:15).
Son enviados por el Hijo al mundo con una misión similar a la que el Padre le encomendó a él (Jn 17:18).
El mundo conocerá que han sido amados por el Padre y el Hijo al ver su unidad (Jn 17:23).

Comentarios

Estados Unidos
  Blanca Pierrott  (Estados Unidos)  (05/03/2024)

Excelente trabajo. Dios le dio ese don. Dios lo bendiga 🙏

España
  Ana María Dorado  (España)  (19/02/2023)

Muchas gracias. Un precioso estudio. Bendiciones .

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