Estudio bíblico: Jesús el Rey de los judíos - Juan 18:33-37
Jesús el Rey de los judíos (Juan 18:33-37)
Introducción
Continúa el proceso contra Jesús. Pilato había entendido cuáles eran las pretensiones de los judíos, y decidió que debía averiguar por sí mismo la inocencia o culpabilidad del acusado. Por lo tanto, vamos a encontrarnos aquí algo realmente asombroso; Jesús, "el Juez de vivos y muertos" (Jn 5:22) (Hch 10:42), siendo juzgado por Pilato, el juez romano.
Por otro lado, veremos que el eje central del interrogatorio tiene que ver con la cuestión de si Jesús es realmente Rey. Esta no va a ser una cuestión fácil de explicar a Pilato, el gobernador romano, porque el reino de Cristo es completamente diferente a todos los reinos de este mundo. Veamos el desarrollo.
"¿Eres tú el Rey de los judíos?"
(Jn 18:33) "Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?"
1. La acusación de los judíos
Pilato comienza su interrogatorio. Hemos de suponer que en este punto los judíos ya habían formulado alguna acusación concreta contra Jesús, que Juan no recoge, pero que sí lo hacen los otros evangelistas. Veamos cómo lo expresa Lucas:
(Lc 23:2) "Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey."
El gobernador romano no podía ignorar una acusación así. En resumen, acusaron a Jesús de tres cosas diferentes: pervertir a la nación, prohibir pagar tributo al emperador y decir que él era rey. En realidad, las tres acusaciones eran una: este hombre es políticamente peligroso y culpable de alta traición.
Una acusación así llamaría inmediatamente la atención de Pilato. ¿Era Jesús un revolucionario judío con la cabeza llena de ideas mesiánicas que había conseguido crear un grupo de seguidores bien armados que constituía una amenaza para Roma?
La verdad era que Jesús nunca buscó ni promovió ningún tipo de enfrentamiento contra Roma. Por ejemplo, él y sus discípulos pagaban los impuestos (Mt 17:24-27), y cuando le preguntaron expresamente por ese asunto, dijo: "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mr 12:17). Además, en otra ocasión, cuando los judíos habían venido en masa "para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo" (Jn 6:15).
Sin lugar a dudas, estas acusaciones de los líderes judíos le debieron sonar muy sospechosas a Pilato. ¿Desde cuándo se habían vuelto tan leales a Roma, y eran tan celosos de sus intereses? El gobernador era lo suficientemente inteligente para saber que no se podía fiar de ellos, y que lo único que pretendían era manipularle para que hiciera lo que ellos querían. Por eso el evangelista Mateo dice que Pilato "sabía que por envidia le habían entregado" (Mt 27:18), poniendo así en duda las auténticas motivaciones de los líderes judíos.
2. ¿Era Jesús el Rey de los judíos?
Ahora Pilato tiene que enfrentar el tema de la realeza de Jesús, que ocupará los siguientes versículos. ¿Era Jesús el Rey de los judíos?
Cuando Natanael conoció a Jesús dijo de él: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel", y Jesús no lo desmintió de ninguna manera, sino que le prometió que vería cosas mayores (Jn 1:49-51). Cuando en la última semana de su ministerio Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén, las multitudes entusiasmadas lo aclamaron como "el Rey de Israel" (Jn 12:13), y ante la petición de los líderes judíos para que hiciera callar a las multitudes, él se negó a hacerlo (Lc 19:39-40). Sin embargo, en otra ocasión, como ya hemos visto, cuando aquellos que habían comido los panes y peces que él había multiplicado milagrosamente vinieron para hacerle rey, él los dejó y se fue (Jn 6:15).
En vista de todo esto era razonable hacer una pregunta así: ¿Era realmente Jesús el Rey de los judíos?
Sin embargo, algunos han percibido un tono de burla en la pregunta de Pilato: "¿Eres tú el Rey de los judíos?". Dicen que el "tú" es enfático, como si Pilato se sorprendiese de que la apariencia de Jesús no armonizara con tales pretensiones de realeza. Su vestido era sencillo, y hemos de suponer que todavía tenía rastros del sudor ensangrentado de su tiempo de oración en Getsemaní (Lc 22:44). Por otro lado, ¿no era absurdo pretender ser el Rey de Israel cuando los mismos líderes del judaísmo lo habían repudiado y se lo habían entregado como un impostor? Aparentemente parecía un pobre desamparado, fatigado y abandonado. ¡Qué acusación más absurda! debió pensar Pilato cuando vio el aspecto manso de aquel que estaba en pie atado frente a él.
No debemos descartar esta interpretación, puesto que en todas las palabras de Pilato hay una constante mezcla de desprecio y cinismo.
"¿Dices esto por ti mismo?"
(Jn 18:34) "Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?"
La pregunta de Pilato era sencilla de responder, sólo era necesario un simple sí o no, sin embargo, el Señor no le contestó de ese modo, sino que le hizo una pregunta: "¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?". ¿Por qué pensó el Señor que era necesario hacerle esta pregunta al gobernador romano?
La verdad es que antes de contestar a su pregunta era necesario aclarar el uso que se le daba a la palabra "rey". Por ejemplo, si hubiera dicho que sí era el Rey de los judíos, Pilato habría entendido inmediatamente que se presentaba como un rival de César, como un rebelde contra Roma. Pero en ese caso estaría engañándole, porque él no pretendía tal cosa. Pero si hubiera contestado que no era el Rey de los judíos, habría negado que él era el Mesías prometido por las Escrituras a lo largo de muchos siglos. Por lo tanto, el Señor presiona a Pilato para que aclare su pregunta. ¿Cómo entendía él el concepto de Rey? Si lo entendía como un romano, el término estaría cargado de significado político, y el Señor se negaría a aceptarlo. Incluso los líderes religiosos judíos se lo estaban planteando en ese mismo sentido. Por todo esto, el Señor se dispuso a aclarar previamente en qué sentido él es el "Rey de los judíos".
Algunos interpretan la frase de Jesús aquí como si estuviera preguntando a Pilato si tenía interés personal en conocerle como Rey. La verdad es que no parece que esas fueran las intenciones del Señor en este momento, aunque es cierto que por la respuesta de Pilato se puede deducir que esto fue lo que él interpretó que Jesús le estaba diciendo.
"¿Soy yo acaso judío?"
(Jn 18:35) "Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?"
A primera vista la respuesta de Pilato parece revelar cierta irritación. Esta negando cualquier interés personal en el asunto. Esto le parecía una cuestión religiosa judía, y él no era judío. Para él estas cuestiones no significaban nada, y si estaba juzgando el asunto era porque no había tenido otra opción, pero no tenía ninguna intención de involucrarse personalmente en ello.
De hecho, Pilato no quiere admitir que tuviese nada que ver con aquella situación, y responsabiliza enteramente de ella a los judíos: "Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí". Nuevamente la separación entre judíos y gentiles se abre aquí como un gran abismo. Pilato, como un romano de alta posición, tomaba como una de las peores ofensas ser tenido por judío.
Notemos también cómo Pilato recalca la responsabilidad de los líderes judíos, y subraya la traición que habían cometido al entregar a un poder extranjero a uno de su propio pueblo, es más, a uno que se había presentado como su Mesías. Con esto se cumplía plenamente lo que Juan había dicho al comienzo de su evangelio: "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" (Jn 1:11).
Pilato vuelve rápidamente a su interrogatorio y pregunta a Jesús: "¿Qué has hecho?". Seguramente sentía interés por saber qué era lo que Jesús había hecho para que los líderes de su propia nación se lo hubieran entregado para que lo crucificara. ¿Qué había detrás de este virulento odio? Pilato no podía creer que las autoridades judías se tomaran tantas molestias porque habían encontrado a alguien que intentaba dañar los intereses de Roma en la región.
Ahora bien, Jesús podría haber contestado perfectamente a la pregunta de Pilato. Al fin y al cabo, durante todo su ministerio había estado señalando a sus obras como credenciales que avalaban su legitimidad mesiánica (Jn 5:36) (Jn 10:25,38) (Jn 14:11) (Mt 11:3-5). Pero seguramente el Señor no lo mencionó en esta ocasión porque Pilato ya lo sabía, y tampoco era de lo que quería hablar en este momento.
¿Qué tipo de Rey es Jesús?
(Jn 18:36) "Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí."
Jesús responde a la pregunta de Pilato afirmando que él es Rey, pero explicando qué tipo de Rey es.
1. "Mi reino no es de este mundo"
La pregunta no era tal como Pilato la había planteado; no se trataba de una cuestión judaica, sino de una verdad que afecta a todo el mundo sin distinción. Cristo era Rey, pero no sólo de los judíos, sino de todos los hombres. Esto era lo que Cristo quiso explicarle cuando dijo: "Mi reino no es de este mundo". Por supuesto que Jesús era Rey, pero su reino no era de este mundo en un doble sentido.
En primer lugar habló del origen de su reino, dándole a entender que proviene del cielo, y que por lo tanto tiene mayor autoridad que los reinos de este mundo. Su punto de origen, de donde emanaba su autoridad, no derivaba ni dependía de alguna parte de esta humanidad caída, sino que viene de lo alto, del cielo de Dios. Cristo no era Rey, ni tampoco dejaría de serlo, por movimientos políticos, puesto que su dominio es eterno. Como claramente profetizó Daniel: "le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dn 7:14).
Y en segundo lugar le habló de la naturaleza de su reino, dándole a entender que no tenía que ver con realidades territoriales, sino con principios y valores espirituales. En este sentido, cuando Cristo dice que su reino no es de este mundo, quiere decir que no participa de sus valores, metas y propósitos. Su reino está presente y activo en este mundo, pero no es de él, así como Cristo no es de este mundo (Jn 8:23) ni tampoco sus súbditos (Jn 15:19) (Jn 17:14-16).
A Pilato le tuvo que costar mucho entender a qué tipo de reino se refería Jesús, puesto que todo lo que él conocía se relacionaba con asuntos de este mundo. Pero al menos, podría darse cuenta con cierta facilidad de que no se trataba de un reino que pretendía hacer oposición al Imperio Romano.
Ahora bien, tampoco debemos sacar de estas palabras la falsa conclusión de que el reino de Cristo no tenga nada que ver con este mundo. Por supuesto, su reino está activo en este mundo, porque aunque es un reino espiritual, se manifiesta en los corazones y vidas de aquellos que le aceptan y le siguen. De hecho, Cristo espera que el poder del reino que había venido a establecer afecte a este mundo, puesto que en él se encuentra también la esfera de su autoridad y actividad.
2. "Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían"
Pero, ¿cómo se manifiesta y se extiende el reino de Cristo en este mundo? Esto es lo que contesta a continuación.
Aquí había otro aspecto que sorprendería a Pilato. El reino de Cristo no se extiende por medio del poder armado y las guerras, sino que llega a la persona cuando ésta voluntariamente se abre por la fe al Hijo de Dios. A partir de ese momento se convierte en un súbdito de su Reino y llega a disfrutar de la nueva vida espiritual de Dios como su hijo.
Pilato, como gobernador romano, no podía entender esto. Él ostentaba el poder por la fuerza de las armas y de los recursos económicos que Roma conseguía de los países que conquistaba. Hoy en día los gobernantes de este mundo siguen confiando en lo mismo, aunque se han vuelto más sofisticados, y tal vez deberíamos incluir cuestiones como la manipulación de la prensa y la propaganda, la destreza tecnológica y científica. Son con este tipo de recursos con los que se logra establecer el dominio de unas naciones sobre otras.
Obviamente, si Cristo lo hubiera querido, podría haber excitado el entusiasmo y las pasiones nacionalistas de las multitudes que le seguían para llevar a cabo un levantamiento popular contra los invasores romanos, pero él nunca buscó eso, es más, se opuso a cualquier intento por parte de las multitudes a hacerle rey en ese sentido.
Desde esta perspectiva, Pilato no debía ver a Cristo como un Rey que fuera a hacer la guerra a Roma. Su reino no era político y terrestre, y Pilato no debía inquietarse por él.
Es importante subrayar aquí lo que dijo el Señor Jesucristo: Su Reino nunca sería establecido en este mundo por medio de la violencia, la fuerza o la lucha armada. Según esto, podemos estar seguros de que aquellos que han usado la lucha armada para establecer el reino de Dios, nunca han sido verdaderos súbditos de Cristo. Ese tipo de personas nunca pueden ser sus representantes. Volvemos a recordar que el único caso de violencia en torno a Cristo lo protagonizó Pedro, cuando cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote mientras Jesús era arrestado, y fue inmediatamente reprendido por el Señor.
Dicho todo esto, es cierto que muchas personas piensan que por estas razones Cristo no es relevante para el hombre moderno. Al fin y al cabo, no dirige naciones ni tiene ejércitos. Muchos lo ven como un modelo religioso a quien no se puede tomar con demasiada seriedad. Pero debemos aclarar que esto fue así en su primera venida, cuando se proponía establecer su reino en los corazones de los hombres por medio del arrepentimiento y la fe, pero también es cierto que volverá una segunda vez para reclamar todos los derechos que le corresponden tanto en el cielo como en la tierra, y en ese momento, sí vendrá rodeado de sus ejércitos celestiales y toda rodilla se doblará ante él (Fil 2:9-11).
Bueno, suponemos que en este punto Pilato había quedado desconcertado. Lo que Cristo había planteado no sólo fueron dos reinos radicalmente diferentes, sino también dos sistemas de valores que no tenían nada que ver entre sí.
"He venido al mundo para dar testimonio a la verdad"
(Jn 18:37) "Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz."
La declaración que Jesús hizo de su reino tuvo que producir una profunda extrañeza en Pilato. No podría comprender cómo es que él se declaraba rey pero al mismo tiempo renunciaba al uso de la fuerza para defender sus derechos, así que no nos extraña que continuara preguntando: "¿Luego, eres tú rey?". Es algo así como: pero entonces ¿eres verdaderamente rey? ¿Cómo puedes ser rey si no tienes ejércitos y armas?
Pilato estaba desconcertado; se sentía tanto aliviado como confundido. ¿Debía ver a Jesús como un peligro para Roma? Pero al mismo tiempo, él le había dicho que no tenía ejércitos ni intenciones de luchar por su reino, al que además describía como "no de este mundo".
Según avanzaba en su conversación con Jesús, parece que el gobernador cada vez se mostraba más serio en sus preguntas.
La respuesta de Jesús, "Tú dices que yo soy rey", debemos entenderla como una afirmación del hecho de que Jesús era realmente Rey, aunque quizá con ciertas reservas por su parte. Sería algo así como: "Yo no he dicho eso exactamente, pero ya que lo planteas de ese modo, no puedo decir que no sea rey". El contexto inmediatamente posterior sólo da lugar a esta interpretación.
A continuación el Señor explica a Pilato algunos detalles más de él mismo como Rey: "Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo".
Jesús no era una persona que como resultado de ciertas circunstancias había llegado a ser rey. No era debido a que hubiera llevado a cabo una revolución exitosa de su pueblo contra sus opresores, o que hubiera muerto su predecesor, sino que él ya existía como Rey antes de venir a este mundo, y se encarnó con el fin de traer su reino aquí. Recordemos que cuando nació, unos magos venidos de oriente vinieron hasta Belén guiados por una estrella buscando "al rey de los judíos que había nacido para adorarle" (Mt 2:1-2).
Obviamente, estas declaraciones debieron dejar desconcertado a Pilato. Lo más lógico habría sido pensar que estaba ante una persona desequilibrada mentalmente, pero lejos de eso, había algo en Jesús que le impedía pensar de ese modo, de hecho, cada vez estaba más convencido de su inocencia.
A continuación el Señor afirma que la razón de su encarnación fue "para dar testimonio a la verdad". Su paso de la gloria que durante toda la eternidad había compartido con el Padre a este mundo (Jn 17:5), fue para manifestarnos la "verdad" (Jn 1:14).
En este punto Pilato, como cualquier gobernante de nuestro mundo en el día de hoy, estaba completamente perdido. No sabía cuál de las dos características del Rey que tenía delante le extrañaba más: su renuncia al uso de la fuerza o su misión de dar testimonio de la verdad. Pensar que de esa manera Cristo pudiera ejercer una acción liberadora sobre su pueblo le resultaba incomprensible. Seguramente pensó que le hablaba de un mundo ideal, de una utopía. A fin de cuentas, cualquier gobernante sabe que para llegar a ocupar y mantener su puesto, debe usar la fuerza y decir muchas mentiras. Aunque ellos lo nieguen, todos sabemos que los políticos nos mienten (suponemos que habrá algunas excepciones), pero si algo caracterizaba a Cristo, era su compromiso con la verdad.
En un mundo bajo el poder del Maligno, que fue descrito por el Señor como "padre de mentira" (Jn 8:44), Cristo traía la "verdad" que liberaría a los hombres de la tiranía del pecado: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8:32-36).
El mundo siempre está en oposición a la verdad, y la prueba la tenemos ante nosotros: Cristo, quien era la verdad encarnada, se encontraba siendo juzgado por personas malvadas e injustas que con mentiras lo habían presentado ante el gobernador romano como un peligroso criminal. ¿Qué grado de verdad se puede esperar de este mundo? Tal vez algunos, muy ingenuamente, piensen que el mundo ha evolucionado y ya es un sitio mucho mejor de lo que era antes, pero sólo hay que echar un vistazo a los periódicos de cualquier día para despertar de tal estado de ensoñación. La realidad es que nada ha cambiado; ahora se le puede llamar "posverdad", pero siguen siendo las viejas mentiras de siempre.
Por lo tanto, el reino de Cristo se establece con armas espirituales, donde la verdad ocupa el primer lugar. Su poder no estriba en poderes militares, políticos o financieros, sino en el testimonio que Cristo da de la verdad.
Él mismo se había presentado como la personificación de la verdad (Jn 14:6), y como tal, siempre dio testimonio de la verdad que había "visto y oído del Padre" (Jn 3:31-36). Por lo tanto, en este contexto, la verdad no debe ser entendida en un sentido intelectual, sino que es nada menos que la autorrevelación de Dios en su Hijo. Cristo es la gran realidad última que configura todas las cosas y les da sentido.
En un mundo sujeto a la irrealidad y la ilusión, Cristo ofrece la verdad. La verdad sobre Dios y sobre el hombre, la verdad sobre el juicio de Dios y la salvación, la verdad sobre el pecado y la santidad, la verdad sobre la ira de Dios y su amor, la verdad sobre la vida eterna y la condenación eterna...
La verdad es lo que es y permanece para siempre. No puede ser creada, y por lo tanto, tampoco puede ser destruida o cambiada. No es una teoría que hoy es aceptada y mañana rechazada. Y en un sentido supremo y absoluto, Cristo es la verdad que siempre fue, es y será. Por esa razón, el evangelista comenzó presentando a Cristo como "aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre" (Jn 1:9), en un mundo de tinieblas y falsedad.
Esta verdad es la que el mundo necesita urgentemente, y aquellos súbditos del Reino de Cristo se deben caracterizar también por dar testimonio de la verdad de Dios revelada en su Palabra. Nuestra razón de ser en este mundo y nuestra victoria dependen de nuestra fidelidad a esta verdad.
Pilato había preguntado a Jesús, "¿qué has hecho?", y ahora tenía la respuesta: "dar testimonio a la verdad".
"Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz"
Pilato acababa de sentir en su conciencia el poder que hay en la verdad, de hecho, tenía ante sí el mayor desafío de toda su vida: en aquel juicio en el que se encontraba, ¿se pondría a favor de la mentira o de la verdad? Debía que dar una respuesta, así como también cada uno de nosotros.
El gobernador romano tenía la oportunidad de seguir la verdad y el bien, aunque también podría rechazar ese camino y buscar otro que no tuviera un coste personal tan alto para él. ¿Qué haría?
Jesús ya había hablado de eso anteriormente (Jn 3:17-21), pero aquí vuelve a afirmarlo ante Pilato: "todo aquel que es de la verdad, oye mi voz". ¿Sería Pilato un hombre "de la verdad"? Es decir, ¿era un hombre que buscaba la verdadera razón del por qué y para qué existimos, que daba valor a las cuestiones espirituales, o simplemente era otra persona a la que no le importaba nada más que aquellas cosas que le podían proporcionar un pequeño placer temporal, y a ello entregaba su vida?
Si era "de la verdad", oiría la voz del Señor, que en este contexto no sólo implica escuchar con atención lo que él estaba diciendo, sino que creería y obedecería lo que le mandara.
No hay duda de que esto era un desafío a Pilato para que dejara de escuchar las falsas acusaciones de los líderes judíos y comenzara a escuchar a Cristo. Tuvo que ser completamente inesperado para el gobernador que el acusado estuviera ofreciéndole a él, que era su juez, que se convirtiera en su seguidor.
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