Folletos cristianos
¡Paz!
Unas semanas después de recibir la noticia esperanzadora de la tregua de E.T.A. supimos que concedían el Nóbel de la paz a dos de los protagonistas del proceso de paz de Irlanda del Norte. Y con estas cosas parece que la palabra "paz", que tanto se manosea, cobra valor y significado. ¡A ver si es verdad que se logra la paz, tanto allí como aquí!
De todas formas, ¡ya nos podíamos dar con un canto en los dientes si, terminando con el problema del terrorismo, acabáramos con todo lo que nos impide estar tranquilos y convivir en paz con nuestros semejantes! Aquí en Soria, por ejemplo, vemos los problemas del terrorismo con el alivio que produce la distancia. Sin embargo, no estamos libres de contiendas entre pueblos cercanos, violencia en el seno de las familias, riñas entre amigos, discusiones en la comunidad de vecinos, conflictos en los colegios y en los institutos, enfrentamientos políticos, rivalidades en el trabajo... Y por más que nos movamos en el ambiente más pacífico del mundo (nuestra provincia tal vez lo sea) no mejoramos de forma sustancial. ¿Qué nos pasa, que somos tan pendencieros?
El Señor Jesucristo dijo en una ocasión unas palabras que nos dan la clave: "Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez... Todas estas maldades, de dentro salen, y contaminan al hombre" (1). Así que la violencia no sólo nos la traen desde fuera los terroristas, o los vecinos, o quien sea, sino que nos sale de dentro. ¿Y qué podemos hacer?
Ahora hay muchos libros que pretenden ayudarte a cambiar esas malas inclinaciones con técnicas de autocontrol y teorías sobre el poder de la mente. ¿No has visto alguno de ellos? Es muy fácil encontrarlos en los estantes de las librerías y en los catálogos. Lo que quizás no es tan fácil es encontrar a alguien que pueda decir que esos libros le han quitado el mal que lleva dentro.
Lo que el evangelio presenta es otra solución; mucho más sencilla, y sin embargo, que muy poca gente está dispuesta a aceptar. Esa solución pasa por entender que toda esa violencia y esa maldad que nos quitan la paz salen de nosotros porque estamos enemistados, en último término, con nuestro Creador, el que nos hizo (y no precisamente con la intención de que nos odiáramos y nos agrediéramos unos a otros). El mismo envió a su Hijo al mundo y lo expuso a las envidias y la violencia de los hombres, hasta el punto de que lo torturaron y lo crucificaron. ¿Y con qué fin? Para que él, siendo inocente, pagara por nosotros los culpables:
"El no cometió pecado...; cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente... El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (2).
Y una vez entendido eso, ¿qué nos queda hacer? Pues para explicarlo, déjame que te hable de nuevo de los terroristas: Imagina qué sencillo sería llegar a la paz en los casos de terrorismo si todos los que han matado, secuestrado, torturado o extorsionado, reconocieran sus culpas, pidieran sin más perdón, depusieran las armas y se entregaran sin condiciones para ser juzgados. (Lastima que esto sólo es una quimera, y que el problema es bastante más complejo). Pero en el caso de nuestras culpas delante de Dios, ahí está la solución: primero, reconocer nuestras culpas y aceptar el juicio de Dios sobre nosotros. Y luego pedir perdón a Dios sin condiciones y rogarle que, a la vez que nos perdona, nos dé un corazón nuevo para sentir y reaccionar de manera diferente. El dice: "Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra... y les daré un corazón de carne" (3). Y recuerda esas otras palabras de Cristo: "La paz os dejo, mi paz os doy" (4). ¡Nada menos que la paz de Dios!
(1) Evangelio de Marcos 7.20-23
(2) 1ª Epístola de Pedro 2.22-24
(3) Profeta Ezequiel 11.19
(4) Evangelio de Juan 14.27