Estudio bíblico: Epístola a los Filipenses - Introducción -
La vida (Hechos 16:6-40)
Introducción
La vida supone movimiento. Una piedra sobre la mesa no se desplaza a ningún lado, pero las cosas vivas poseen una fuerza inmaterial distinta a la energía estudiada por la física. El organismo vivo manifiesta un impulso vital que lo distingue de la materia inerte. La semilla libera un brote, y el brote se convierte en planta. La pequeña bellota se transforma en roble gigantesco, y este crecimiento desproporcionado testifica de la presencia de vida vegetal.
Hay muchas maneras de demostrar fuerza vital. Hay una vida de insectos, otra clase de vida típica de los peces, y otra vida característica de las aves. Los reptiles se mueven sobre la tierra, condicionados por la sangre fría que los mantiene sujetos a los cambios de la temperatura. Los mamíferos, de sangre caliente, se adaptan a ambientes más variados y demuestran sorprendentes capacidades de aprendizaje. Los hay solitarios, otros que viven en pareja, y otros que se mueven en grandes manadas.
La vida humana representa un salto cualitativo a muchos niveles. La inteligencia humana marca distancias con el reino animal. El uso del lenguaje para comunicarse, un sentido estético/creativo, una conciencia que distingue entre el bien y el mal, una noción de Dios (presente en todas las culturas) y un anhelo de eternidad son características ineludiblemente humanas. La teoría de la evolución nunca ha sabido explicarlas satisfactoriamente. Sólo los humanos escriben libros y componen música. Sólo los humanos se preocupan por los derechos universales. Sólo a los humanos se les ocurre pintar la casa y plantar un jardín (un pájaro nunca ha pensado en hacer un nido diferente). Sólo los humanos entierran a sus muertos en la esperanza de otra vida después de la muerte, desde el principio de los tiempos. Sólo los humanos organizan actos religiosos para buscar el apoyo divino. Son comportamientos radicalmente distintos a la norma entre los animales. Representan otra clase de vida. La explicación que da la Biblia es que los hombres y las mujeres llevan la imagen y semejanza de Dios impresa en su corazón.
A pesar de lo grandiosa y misteriosa que resulta la vida humana, queda otra clase de vida aún, algo más grandioso y más misterioso todavía. Es la vida de Dios: algo que se origina con él, parte de él, y que aporta características insospechadas a la vida humana. Es algo que se ve, se nota. Un jefe cananeo le dice a Abraham, "Dios está contigo en todo cuanto haces" (Gn 21:22). Otro dice a Isaac, "Hemos visto que Jehová está contigo" (Gn 26:28). Llama la atención que a los cananeos les suena el nombre "Jehová". Parece que las reuniones de Abraham y su familia en torno al altar, proclamando el nombre del Dios que enviará al Redentor prometido (simbolizado en el animal sacrificado), han sido un testimonio notable entre las tribus de la región.
El tío de Jacob le dice, "He experimentado que Jehová me ha bendecido por tu causa" (Gn 30:27). Los lazos familiares por sí solos no garantizaban ninguna bendición a Labán por el mero hecho de ser tío de Jacob. Es que había algo diferente en Jacob. Dios estaba con él claramente, le bendecía de forma evidente. Dios daba su apoyo de una manera singular, y los que estaban cerca comparten las bendiciones. El amo egipcio de José "vio que Jehová estaba con él" (Gn 39:3). Dios hace que José prospere en medio de su esclavitud, y Potifar sale beneficiado.
En los casos de Abraham, Isaac, Jacob y José, queda demostrado que algunos gozan del favor de Dios y otros no. Los que reciben apoyo de lo alto también muestran un carácter diferente. Abraham trata a los vecinos con justicia (renuncia a enriquecerse con el botín de Sodoma, pero da el pago justo a sus aliados cananeos: Aner, Escol y Mamre), Isaac se niega a pelear por los pozos de agua que le corresponden, Jacob medita constantemente en las promesas acerca de Cristo (por eso desea la primogenitura, para ejercer como el sacerdote de la familia), y José administra con fidelidad, primero los asuntos de Potifar y luego los del carcelero. Queda claro que Dios no sólo les apoya, sino que ha hecho algo importante dentro de su corazón. Tienen otra clase de vida, algo que supera la vida meramente humana, algo que está a la vista de todos.
Si un escarabajo preguntara como es la vida de un pez, costaría trabajo hacérselo entender. Si un pez o un pájaro quisiera comprender cómo es la vida de un gato, sería muy difícil de explicar. Si un perro propusiera indagar en cómo es la vida de un niño, le costaría mucho esfuerzo. Faltarían esquemas mentales, categorías adecuadas. De la misma manera, para que un hombre comprenda la vida de Dios, harían falta mecanismos de comprensión. La única manera de que comprendiera la vida de Dios sería verla delante de sus ojos. Verla en una persona que compartiera sus mismas circunstancias, pero con un comportamiento notablemente diferente.
Por eso Dios decidió visitar la tierra en forma de hombre, para que - viviendo, enseñando, ayudando, muriendo, resucitando - hiciera inteligible una clase de vida radicalmente distinta.
Hay otra clase de vida, la vida de Dios
Los zombis se mueven pero no tienen vida. Son muertos vivientes. De una manera parecida, los seres humanos se mueven - nacen, se reproducen, trabajan, viven en sociedad - pero adolecen de la vida de Dios. Las personas normales, dice la Biblia, son muertos vivientes al carecer de la vida de Dios. Los evangelios enseñan que sólo Jesucristo posee de manera innata la vida de Dios: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1:4). Cristo tiene vida propia y los hombres no. Necesitan esta otra clase de vida que supera la vida humana normal, no la tienen por naturaleza. Jesús afirma categóricamente: "No tenéis vida en vosotros" (Jn 6:53).
Podríamos pensar en una bola luminosa que recoge toda la energía sanadora de Dios: todo su amor, su bondad, su poder, su sabiduría, su perdón, su limpieza, su justicia. Sería el colmo de la santidad restauradora de Dios, todo lo que el hombre desea y necesita en el fondo de su ser. Sería como la visión que el Señor ofrece a Moisés en el monte de Horeb: "Haré pasar todo mi bien delante de tu rostro" (Ex 33:19). Pero, el Señor advierte a Moisés, "Será demasiado para ti. No me verá hombre, y vivirá". O sería como la gloria shekiná que llena el tabernáculo y luego el templo, de tal manera que Moisés y los sacerdotes no pueden soportar la visión (Ex 40:34-35) (2 Cr 7:1-2). La gloria de Dios - la bola de fuego que refleja toda su bondad - es justo lo que se instala dentro de la persona que cree en Jesucristo para salvación. Las lenguas de fuego en el día de Pentecostés anuncian que la bola de fuego sanadora se implanta dentro de cada creyente. La persona pasa de tener "vida" (vida normal, vida humana) a poseer "VIDA", la vida de Dios.
La vida de Dios, si bien no reside por naturaleza en las personas, es algo que se puede recibir de Jesucristo. El la transmite a la persona que cree: "El Hijo a los que quiere da vida" (Jn 5:21). El resultado es una experiencia totalmente nueva, como si la persona volviera a nacer por segunda vez. Es como cuando el paralítico de Betesda pasa de su atrofia a una condición sana, rebosante de buena salud.
Otros textos afirman que la vida de Dios es algo que se puede pedir al Hijo (Jn 4:10). Hace falta venir al Hijo (Jn 5:40), ver al Hijo y creer en él (Jn 6:40), oír la palabra acerca del Hijo y creerla (Jn 5:24), tener al Hijo (1 Jn 5:12).
En un texto cargado de un simbolismo sugerente, Jesús dice que hace falta comer la carne del Hijo del Hombre y beber su sangre para obtener la vida de Dios (Jn 6:53). Jesús no se refiere al pan y vino de la misa católica, como tampoco se refiere a la "cena del Señor" protestante. No habla de un comer literal, sino emplea la figura de comer para señalar una verdad mucho más profunda. Combina dos eventos de la historia de Israel - el cordero de la Pascua y el maná en el desierto - para afirmar que es necesaria una apropiación consciente de todo lo que él es en su persona y todo lo que lograría con su muerte en la cruz. En vez de quedarse impasible viendo el espectáculo - como desde la barrera o desde el sillón - la persona debe echar mano de todo lo que Jesucristo es, confiando de todo corazón que su sacrificio "valió para mí": "en su muerte Jesús fue mi sustituto, llevó todo el juicio que a mí me tocaba". Creyendo así, la persona se apropia a Cristo de manera personal. Es como si lo masticara y lo tragara entero.
No es fácil comprender la naturaleza de la fuerza vital divina. Necesitamos verla en una persona de carne y hueso. Por eso el Señor nos visitó en la persona de Jesucristo, para que viendo su comportamiento, escuchando su enseñanza y contemplando su preocupación por las personas, pudiéramos decir "Ah, eso es. La VIDA es mucho más que la vida. Ahora lo entiendo." El apóstol Juan afirma que "La vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" (1 Jn 1:2).
La vida de Dios se hace visible en la persona
La Vida se manifestó en Jesucristo, pero también se ve en los que han nacido de nuevo por la fe del evangelio. Hay algo diferente que se nota. Cuando nace un niño, sabemos que está vivo si muestra señales de vida: se mueve, llora, respira, mama. Si no hay señales de vida, es que no hay vida: el bebé ha nacido muerto. Pero si nace correctamente, hay una fuerza vital que siempre queda evidente.
El apóstol Pablo demuestra los rasgos esenciales de la vida de Dios durante su estancia en la ciudad de Filipos:
1. Oyes su voz
Jesús afirma que los suyos captan el mensaje divino: "las ovejas oyen su voz [la del buen pastor]", "conocen su voz", y "mi ovejas oyen mi voz" (Jn 10:3,4,27). Quiere decir que hay personas que disciernen entre toda la información que llega a través de sus cinco sentidos, para "oír" la voz de Dios. En la creación ven las huellas dactilares de Dios. En las circunstancias de cada día, perciben la providencia de Dios. No atribuyen el devenir de los sucesos a un destino ciego, sino ven la mano de un Padre sabio y amoroso que "hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Ef 1:11). Cuando leen o escuchan la Biblia, hay algo que resuena en su alma. No se trata de palabras muertas sobre la página. Saben perfectamente que el Dios del universo dirige un mensaje a su situación personal.
No es así con todas las personas. Las Escrituras declaran que la condición natural de los hombres es tener el "entendimiento entenebrecido" (Ef 4:18). Hay un ofuscamiento que impide que la persona comprenda lo que Dios le quiere decir. En otro texto el apóstol dice que "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios...y no las puede entender" (1 Co 2:14). En cuanto al mensaje del Señor, permanece sordo. Saulo de Tarso había estudiado las Escrituras en su juventud, pero llegó un momento cuando escuchó la voz de Jesucristo resucitado: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Entendió que Cristo se dirigía a su corazón: "Vas por mal camino, yo soy el Dios encarnado, he hecho todo lo necesario para que recibas el perdón que con tanto afán has intentado conseguir, he resucitado de la muerte y reino como Señor de todos; si crees en mí de todo corazón serás recibido".
Saulo abrazó este mensaje inicial, se arrepintió de su pecado y llegó a conocer a Jesucristo de verdad. Desde aquel momento, Cristo no dejó de guiar sus pasos. A veces le hablaba a través de las Escrituras. A veces le hablaba en visiones o sueños. A veces las circunstancias le indicaban la voluntad del Señor para su vida. Así había llegado a Filipos, al captar el mensaje específico de Dios para él: "...dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio" (Hch 16:10).
Cuando una persona lee las promesas del Señor y algo se mueve en su corazón, como para decir "esto es palabra de Dios para mí", es una señal de vida. Es un indicio de que has recibido la vida de Dios, de que has nacido de nuevo por la fe de Cristo. ¿Ocurre algo parecido cuando lees estas promesas? (Jn 5:24) (Fil 1:6) (Mt 6:33) (Fil 4:13) (1 Co 10:13) (Pr 21:1) (Stg 1:5).
2. Escoges su voluntad
La vida de Dios no sólo se ve en la capacidad de captar su mensaje para ti ("oír su voz"), sino en el deseo de responder, de ponerlo en práctica. Jesús dice "mis ovejas oyen mi voz...y me siguen" (Jn 10:27). La persona que ha nacido de nuevo quiere hacer lo que agrada al Señor, no le da igual vivir de cualquier manera. Su comportamiento cambia. No está a gusto haciendo el mal sino desea hacer el bien. Su prioridad es que Cristo sea Señor de su vida.
No es el caso del hombre o la mujer que sólo ha nacido físicamente en este mundo. Tienen vida natural pero no tienen vida espiritual. La Palabra dice que en el caso de personas así, "los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden" (Ro 8:7). Quiere decir que hay una profunda resistencia en contra de la voluntad de Dios. La persona no quiere que nadie mande sobre él. Tiene espíritu de rebelde.
El nuevo nacimiento implanta una tendencia radicalmente distinta. Cuando alguien cree en Jesucristo para salvación, la rebeldía se disuelve. La resistencia se transforma en alegre sujeción. Quieres ir con Dios, quieres hacer su voluntad, quieres someterte a su Palabra. No estás a gusto viviendo en el pecado. Las elecciones morales ya no son indiferentes. Buscas el favor de Aquel que ha muerte por ti en la cruz y ha resucitado para darte vida nueva, la vida de Dios.
El apóstol Pablo demuestra este espíritu diferente en Filipos. Cuando entiende que el Señor le manda a Filipos para predicar el evangelio, en seguida procura partir para esa región (Hch 16:10). Está dispuesto a gastar tiempo, dinero y esfuerzo para llevar a cabo la voluntad de Dios. Al llegar a Filipos y hacer una composición del lugar, Pablo y sus compañeros buscan la reunión de oración al lado del río y hablan con las mujeres que allí se habían reunido. La vida de Dios se ve en su prontitud: responde rápido ("en seguida procuramos partir"). También se ve en su perseverancia: continúa en el empeño hasta encontrar al grupo de personas reunidas al lado del río. Todo con el fin de ser no sólo oídor de la Palabra sino hacedor de la misma.
La misma dinámica se reproduce en Lidia y en el carcelero. Después de oír la Buena Noticia y creer en Jesucristo para salvación, los dos se bautizan en agua. Entienden que la voluntad del Señor es que anuncien públicamente que Cristo ha lavado sus culpas, y por tanto practican el rito estipulado para ello. Los miembros de la familia del carcelero que creen el evangelio le siguen en ese camino de obediencia.
¿Sientes el deseo de hacerle caso al Señor cuando lees textos como los siguientes? Podría ser una señal de que la vida de Dios está en ti: (Fil 2:14) (1 Co 10:24) (Ro 13:7) (Ro 12:17) (Ef 4:28) (1 Co 6:18) (Fil 4:6).
3. Ayudas al otro
La vida humana natural se caracteriza por su egoísmo. La persona está comprometida con sus propios intereses. El hombre tira por lo suyo, barre para casa, arrima las ascuas a su sardina. Lo más importante es estar a gusto, hacer lo que apetece. La Biblia describe esta condición como dureza de corazón. La persona no es sensible a las demandas de Dios, ni a las necesidades de otros:
(Ef 4:18) "Ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón."
El nacimiento de otra vida, la vida de Dios, supone un marcado cambio de tendencia. El apóstol Juan lo expresa de esta manera: "sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos" (1 Jn 3:14). Jesucristo reinicia el corazón, y algo ahora te impulsa a dar de ti mismo para ayudar, apoyar, socorrer y bendecir a otros. A dar el primer paso, a no vengarte cuando sufres daño de otros, a callarte frente a las ofensas.
Esta dinámica se aprecia en el apóstol Pablo en Filipos. Sabe perfectamente que la mayor necesidad que tienen las personas es establecer una conexión con Dios. Necesitan perdón, necesitan paz de corazón, necesitan dirección para sus vidas. En fin, necesitan vida nueva. Pablo sabe que sólo el mensaje del evangelio es capaz de suplir esas necesidades. Es el mensaje de que el Dios de amor ha venido en la persona de Jesucristo para ofrecerse como Sustituto por las personas - cumpliendo la voluntad de Dios en su lugar y sufriendo todo el juicio de Dios en su lugar - para que cualquiera que reconozca su fracaso moral y confíe plenamente en Cristo sea recibido.
Jesucristo dice en el evangelio que el primer mandamiento es el amor: amor a Dios y amor a las personas (Mt 22:37-39). Es justo lo que él produce cuando imparte vida al alma: una dinámica de amor. Es lo que se ve en Pablo cuando se preocupa por el carcelero de Filipos, para que no se suicide (Hch 16:28). Es lo que se ve en Lidia, cuando obliga a Pablo y sus compañeros a aceptar su hospitalidad. Es lo que ocurre en la familia del carcelero, cuando lava las heridas de Pablo y Silas y los lleva a casa para darles de comer. La vida de Dios se manifiesta en una nueva dinámica de amor.
Si un barco se hundiera, el amor te impulsaría a decirles a todos dónde están los chalecos salvavidas. Si se produjera un incendio en una residencia de ancianos, el amor te obligaría a indicarles a todos dónde están las salidas de emergencia. Si hubiera una epidemia en la ciudad, el amor te movería a conseguir la vacuna adecuada para los demás. Si hubiera una hambruna, el amor te llevaría a buscar comida y agua potable para tus vecinos. El amor sincero es la marca más llamativa de la vida de Dios. "El fruto del Espíritu es el amor".
4. Estás dispuestos a sufrir
El afán de autoprotección lleva a la mayoría de las personas a evitar el sufrimiento a cualquier precio. La persona teme a la muerte, y pocas veces está dispuesta a sacrificar su vida en pro de los demás. Alguno se sacrifica por la patria, como una madre se sacrifica por sus hijos, pero por regla general el temor a la muerte produce una servidumbre moral (He 2:15). Triunfa la cobardía, la disimulación, la claudicación. No importa la fidelidad a los principios, lo que prima es salvarse el pellejo, evitar problemas, mirar para otro lado.
El Señor Jesucristo, sin embargo, demuestra la esencia de la vida de Dios: asumir sacrificios para que la bendición de Dios llegue a otros. "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". No se trata de buscar el martirio, sino de seguir fiel a Dios para ayudar a otros, sean cuales fueren las últimas consecuencias de esa decisión. Por eso Jesús sube a Jerusalén la última vez. Se mete en la boca del lobo sabiendo perfectamente lo que esto que le va a costar.
El mismo espíritu anima al apóstol Pablo. Dice en una carta a Timoteo, su hijo en la fe: "Todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús" (2 Ti 2:10). A los corintios dice, "Yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas" (2 Co 12:15). A los filipenses dice, "Aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros" (Fil 2:17).
Pablo demuestra este espíritu en Filipos cuando le juzgan injustamente. Los amos de la joven pitonisa le acusan de disturbios, y los magistrados mandan azotarle con varas. Pablo y Silas acaban en lo más profundo del calabozo, encadenados y con los pies en un cepo. No ha gritado pidiendo clemencia, no ha renunciado a su fe. No ha salido corriendo, ni niega el hecho de haber prestado ayuda a una muchacha poseída.
Una señal de la vida de Dios es que la persona está dispuesta a asumir sacrificios por llevar el evangelio a otros. No le importa gastar tiempo y dinero, no le importa sacrificar días libres y vacaciones. Se esfuerza por acompañar al enfermo, por consolar al que sufre, por animar al abatido. Se desvive para que la bendición de Dios llegue al prójimo, y lo hace con alegría en el corazón porque sabe que merece la pena.
5. Te enfrentas al mal
La vida de Dios introduce criterios éticos y morales. Si antes había confusión respecto a lo que está bien y lo que está mal, el cristiano verdadero descubre una escala de valores que el Espíritu de Dios ha trasladado a su corazón. Si antes había optado por las tinieblas, ahora siente ganas de acercarse a la luz. Los profetas del Antiguo Testamento describen la perplejidad reinante en el mundo aparte de Dios: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!" (Is 5:20).
El nuevo nacimiento fortalece la voluntad para bien: tanto para elegirlo en decisiones personales como para defenderlo en sociedad. El apóstol dice, "No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Ro 12:21). Queda descartada la pasividad, la comodidad, la transigencia. El combate con el mal puede asumir varias formas: a veces exige la confrontación. Es la táctica que Pablo adopta frente a la muchacha poseída en Filipos. Sabe perfectamente que la joven está doblemente esclavizada, primero por el diablo y después por sus amos que sacan una ganancia económica de su condición. Pablo se indigna por el sufrimiento y se planta. Echa fuera al demonio, y eso trae paz de corazón a la muchacha. La promesa bíblica es que "mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo" (1 Jn 4:4).
La confrontación también puede ser una renuncia a participar en las cosas indignas que hacen otros, incluso emitir un juicio negativo al respecto: "No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas" (Ef 5:11). Uno se planta y dice "eso no está bien".
En otras ocasiones, enfrentarte al mal significa callarte y aguantar presiones por amor al testimonio de Cristo. Así hizo Cristo, y así aprenden a hacer sus siervos: "Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente" (1 P 2:23). Pablo opta por este camino cuando la multitud se solivianta y le dan una paliza. No grita, ni tampoco saca su pasaporte romano. Está más preocupado por la fe de los que han escuchado el evangelio de su boca.
Pablo exige a las autoridades que cumplan su función. Cuando los magistrados le comunican que puede marcharse de la cárcel, el apóstol insiste en una disculpa pública: no por su honor, sino para salvaguardar a los creyentes que seguirán en Filipos después de que él abandone la ciudad. En este caso, enfrentarse al mal significa no callarse, sino apelar al sentido de responsabilidad de los que deben ejercer la autoridad para el bien de los demás. La vida de Dios implanta criterios en el corazón y refuerza la voluntad, para que la persona se defina con valentía en medio de una sociedad corrupta.
6. Confías durante la prueba
En tiempos difíciles, la persona que ha nacido de nuevo echa sus cargas sobre el Señor. Recurre a Dios a través de la oración, pidiendo fuerzas, sabiduría y soluciones a los problemas. "Mi corazón ha dicho de ti, ?Buscad mi rostro?. Tu rostro buscaré, oh Jehová" (Sal 27:8). Job confía en Dios en medio de su prueba: "He aquí, aunque él me matare, en él esperaré" (Job 13:15).
Pablo y Silas cantan himnos a medianoche en la cárcel de Filipos. A pesar del dolor en su cuerpo, confían en los buenos propósitos de Dios. Su espíritu de adoración sirve de testimonio a los demás presos, y todos siguen su ejemplo cuando ocurre el terremoto. Se quedan en su sitio, nadie se da a la fuga.
La vida de Dios te sustenta en el corazón. Sabes que el que no escatimó a su propio Hijo, sino lo entregó por amor a ti, no está para hacerte una faena (Ro 8:32). El que "da cánticos en la noche" (Job 35:10) es el mismo que atiende las plegarias de sus hijos. El hábito de la oración demuestra que algo ha cambiado radicalmente en el interior de la persona.
7. Dios te responde
Los vecinos de los patriarcas veían que Dios estaba con ellos y en ellos. La mayor prueba de ello era la forma en que Dios los bendecía, dando ayuda, sabiduría y soluciones a los asuntos de la vida. Lidia abre su corazón al mensaje de Pablo, y el carcelero pregunta por el camino de la salvación porque han visto que Dios se hace presente en la experiencia de los apóstoles. Ha dado palabras para predicar, fuerza de voluntad para mantenerse ecuánimes en la revuelta, paz de corazón para orar y alabar, amor por los presos y el mismo carcelero. Hay demasiadas cosas imposibles de explicar. Luego llega el terremoto: se sueltan todas las cadenas pero nadie huye de su sitio. El carcelero pide una luz y se cae de rodillas porque no puede negar que el Dios del cielo está ayudando a sus siervos.
Cuando hay vida de Dios, las señales de vida lo confirman.
Aplicaciones: efectos de la Vida en la vida
Vivir con Cristo en un mundo caído, con una multitud de contradicciones en el alma, es una tarea difícil. Es como transitar una calle llena de baches o un campo minado, donde abundan trampas y peligros. Es como caminar cuesta arriba siguiendo una senda de cabras, donde cada paso supone un esfuerzo. El cansancio embarga, el ánimo flaquea. La ayuda de lo alto empieza, sin embargo, cuando nos damos cuenta de lo grandiosa de la vida de Dios. Es una obra sobrenatural que empieza en el corazón y que él promete llevar a buen término (Fil 1:6). Como autor y consumador de la fe, el Señor asegura que nos llevará a buen puerto (He 12:2). Para no desmayar por el camino, es fundamental valorar el milagro del nuevo nacimiento. La vida de Dios es el mayor tesoro imaginable para el ser humano. Supone consolación eterna y buena esperanza por gracia (2 Ts 2:16). Este hecho nos lleva a tres consideraciones:
1. Conviene examinarnos para ver si hay señales de vida en nosotros. La seguridad de la salvación del creyente no se basa tanto en un gesto público (levantar la mano, pasar al frente, hacer una oración, bautizarse) sino en los indicios de un cambio radical en el corazón. Si hay señales de vida - aunque sean pequeños brotes - podemos tener esperanza. Dios nos ha tocado y seguirá perfeccionando su obra. La sanidad seguirá llegando a toda nuestra vida. Llegarás al final y ningún disgusto de esta trance terrenal lo puede impedir.
Pero si no se aprecia ningún cambio en nuestra forma de ser, si todo el bagaje de nuestro carácter natural sigue complicándonos la vida, entonces posiblemente hace falta buscar la verdadera conversión. Ir a Cristo, "ver" a Cristo por la fe, escuchar a Cristo, apropiarse a Cristo de manera total, pedir a Cristo que te dé un corazón nuevo.
2. Si la vida de Dios está en ti, porque has creído el evangelio de todo corazón, entonces el Señor ha puesto medios para "regar" ese brote. Hay que aprovecharlos. La lectura sistemática de la Palabra, la oración inteligente, la comunión con los hermanos en la iglesia local, la sujeción concienzuda a Cristo como Señor de tu vida en todas las cosas, todo esto propicia el crecimiento de la vida de Dios. El ha prometido guiarnos para salir del laberinto del mundo caído (Sal 32:8), y hacerle caso es bueno. No es un dictador sino un socorrista. Anteponer su voluntad a la nuestra es de sabios, y habrá bendición.
3. Si conoces a otras personas que tienen la vida de Dios, esto es lo que más importa en la relación. Si Dios ha hecho un milagro en la vida de ellos también, esto es lo más grandioso. No importa si tienen otras costumbres, otros gustos. No importa si ven las cosas de otra manera en algunos puntos. Si comparten la vida de Dios, por medio de la fe de Cristo, si verdaderamente han nacido de nuevo, entonces compartimos más cosas en común que las cosas que nos separan. Las preferencias personales son menudencias. No es necesario alterarnos ni pelearnos, porque el otro es mi hermano en Cristo.
Cuando hay vida de Dios, algo diferente se nota en la persona.
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