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Estudio bíblico: Moisés se encuentra con Faraón - Exodo 5:1-7:7

Serie:   El libro de Éxodo
Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
España
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Moisés se encuentra con Faraón (Exodo 5:1-7:7)

Introducción

1. El porqué de la serie de plagas
Las plagas anularon el poderío de Egipto. Es obvio a todo lector atento que las plagas no se enviaron sobre los egipcios como venganza de parte del Dios de los hebreos, castigando a quienes habían tratado tan mal a su pueblo a través de siglos, sino con el fin de facilitar su liberación de la opresión haciendo posible el éxodo. Si por una parte Faraón, rey y "dios" de Egipto, disponía de sus ejércitos, de sus carros de guerra y de sus suministros aparentemente inagotables, por otra parte los hebreos, reducidos a la servidumbre, habían de esperar que su Dios —"El Shaddai", el Omnipotente, que se había revelado a Abraham su padre— interviniera a su favor con poderosos actos que anularan los recursos humanos de sus enemigos. Se trataba de una guerra, pero en este caso las "armas" de los esclavos desvalidos habían de ser unas manifestaciones de la omnipotencia de Yahweh su Dios. Por fin la tierra de Egipto quedaba destrozada y devastada por medio de una serie de "plagas" —"azotes"— que no podían explicarse por meras causas naturales, bien que se relacionaban estrechamente con la naturaleza y las condiciones de vida en Egipto.
El inspirado salmista describe la obra de Dios en los siguientes términos poéticos:
"Envió a su siervo Moisés y a Aarón, al cual escogió. Puso en ellos las palabras de sus señales, y sus prodigios en la tierra de Cam... Les dio granizo por lluvia, y llamas de fuego en su tierra. Destrozó sus viñas y sus higueras... Habló, y vinieron langostas, y pulgón sin número; y comieron toda la hierba de su país... Hirió de muerte a todos los primogénitos en su tierra, las primicias de toda su fuerza. [Entonces] los sacó con plata y oro; y no hubo en sus tribus enfermo. Egipto se alegró de que salieran, porque su terror había caído sobre ellos?" (Sal 105:26-38).
La prolongación de la serie de plagas no obedeció ni a capricho ni a necesidad. Por medio de un importante mensaje que dio Dios a Faraón por boca de Moisés anunció al monarca rebelde: "Por estas fechas podría haber extendido mi mano para herirte a ti y a tu pueblo con pestilencia, y habríais sido cortados de la tierra; pero con este propósito te he mantenido con vida con el fin de mostrarte mi poder, para que mi Nombre sea anunciado en toda la tierra" (Ex 9:15-16). Es decir, Dios habría podido utilizar medios muy expeditivos para anular el poder de Egipto, permitiendo que una pestilencia acabara con la población de una vez y salvando a los hebreos de la plaga. Pero no se trató sólo de liberar a Israel, sino de dar a conocer el nombre del Señor por amplias regiones de lo que nosotros llamamos "el Medio Oriente".
Israel necesitaba aprender de Dios. Una y otra vez los siervos de Dios, en épocas posteriores, ilustran las obras de Dios por referencias a sus juicios en Egipto y a la gloriosa liberación del Éxodo, reforzando su fe en medio de peligros contemporáneos gracias al recuerdo de la victoria de su Dios sobre el gran imperio egipcio. Ya hemos notado la posibilidad de que los israelitas —desanimados por la lucha diaria de la opresión— se hubiesen olvidado en gran parte de la revelación de sí mismo que Dios había concedido a los patriarcas. No sabemos de qué forma se sostenía un "ministerio" entre las tribus, que mantuviera vivas las tradiciones de la raza, pero suponemos que los "ancianos" sentirían cierta responsabilidad a este respecto. Hemos notado también que el rigor de la opresión —antes del llamamiento de Moisés— les había hecho ver la necesidad de "clamar a Dios", y que este clamor encerraba en sí algunos elementos de avivamiento.
La piedad de la familia de Amram sería típica de la de muchas buenas familias en Israel, pero, con todo, fue necesario que Dios rompiera el silencio de los siglos y que se manifestara por "las palabras de sus señales", según la expresión del salmista que acabamos de citar.
Repetimos que uno de los rasgos más destacados de la revelación judeocristiana es el de la manifestación de la naturaleza y propósitos de Dios a través de sus obras. La pedagogía moderna sabe bien que en la formación del niño se necesitan métodos gráficos que concreten las ideas abstractas; no sólo eso, sino es preciso que el alumno reciba experiencias propias que le den participación personal en las lecciones enseñadas. La Biblia ha enseñado la verdad desde el principio precisamente por tales métodos. El pedagogo comprende también la eficacia de la sabia repetición de ciertas lecciones, en forma algo variada; según este mismo principio la serie de plagas enfatizaron el poder y la gracia de Dios mucho más que una sola experiencia que terminara pronto, sin la prolongada y renovada experiencia que hemos visto como algo necesario.
Las naciones habían de llegar a conocer a Jehová. Por fijamos casi exclusivamente en la experiencia de Israel nos olvidamos a veces de que Dios quería manifestarse también, a través de su pueblo, a otras naciones. Hay ciertas referencias que nos hacen ver que las plagas y el éxodo impresionaron vivamente a las naciones circundantes, que estaban acostumbradas a la idea de que en las victorias —o en las derrotas— de un pueblo se involucran el prestigio y el poder de su Dios. Ya hemos notado en (Ex 9:15-16) que Dios quiso que su nombre fuese conocido "en toda la tierra". Egipcios había que llegaron a temer a Jehová (Ex 9:20), y Rahab, cuarenta años después, confesó que los habitantes de Cancán sabían que Dios había concedido la tierra a Israel "porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto" (Jos 2:9-11). Como veremos, los juicios cayeron sobre los dioses de Egipto (Ex 12:12) y los hechos serían muy comentados en todos los países vecinos. Sólo Dios sabe cuántos individuos, como Rahab, se habrán sometido "al nombre de Jehová", invocándolo, gracias a las tremendas lecciones de las plagas y del éxodo, pues siempre ha sido verdad que "todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo" (Ro 10:13).
Los juicios sobre los dioses de Egipto. Tendremos ocasión de ampliar el pensamiento del último párrafo cuando lleguemos a la consideración detallada de las plagas, según se van produciendo, pero es necesario recordar desde el principio que Dios tenía el propósito de manifestar la debilidad de aquellas múltiples "divinidades" que mencionamos, siquiera someramente, en la Introducción de este libro. Es al final del proceso cuando Jehová declara tajantemente: "... ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo, Jehová" (Ex 12:12), pero esta declaración resume el plan que ya se había desarrollado en parte, y que en parte quedaba por cumplir. La serpiente era señal de realeza, utilizada en las insignias del Faraón, y las de los magos fueron tragadas por la de Moisés. El Nilo era el dios que daba vida al país y llegó a ser veneno. Las ranas se empleaban para representar a la diosa Hator, pero, por fin, llenaron de asco a los adoradores de la diosa. La pobreza del confuso panteón de los egipcios quedó muy al descubierto al final de la serie de juicios.
El fondo egipcio de las plagas. Se ha hecho ver muchas veces que Dios utilizaba los medios propios del país hablando a los egipcios en "lenguaje" que podían entender. Quizá todas las plagas eran conocidas en escala menor o mayor, pero precisamente esta progresión de acontecimientos, relacionados con las condiciones geográficas, climatológicas y agrícolas de Egipto, llegando al tremendo clímax de la muerte de los primogénitos, constituyó una manifestación del poder del Dios de los hebreos mucho más eficaz que una intervención súbita, basada sobre medios sin precedentes en la vida del pueblo egipcio.
El elemento milagroso de las plagas. El hecho de que Dios utilizara fenómenos naturales para ejecutar sus juicios no mengua en lo más mínimo su carácter milagroso, puesto que se trata de una serie de acontecimientos sin explicación por las leyes causales normales. En ciertas ocasiones el río podría volverse rojo, o las ranas podrían multiplicarse, o podrían producirse enfermedades en el ganado o en los hombres, o se podrían producir "tinieblas" por el temido "khamsin" (nube de polvo); pero esta serie de plagas se ordena por la palabra de Dios, claramente anunciada por boca de Moisés y Aarón antes de los acontecimientos. Veremos que existe una relación entre una plaga y otra, pero los mismos enemigos llegaron a confesar que la intensidad de los juicios, su orden y su progresión hacia un fin determinado, fueron obra del "dedo de Dios". Al final nadie dudaba de que el Dios de los hebreos había hablado y que había obrado, consiguiendo el fin propuesto: la liberación de su pueblo y la declaración de su propio nombre.
La providencia de Dios. La Biblia enseña que Dios sigue obrando a pesar del mal que anda por el mundo, y aun antes de que establezca en la tierra su trono de justicia de una forma visible. Él todo lo prevé y provee, de modo que, sin ser responsable del mal que los hombres cometen al ser llevados por "el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia" (Ef 2:2), interviene muchas veces para hacer que los resultados del pecado adelanten sus propósitos en el mundo. El tema ofrece sus dificultades y problemas, pero éstos surgen de la naturaleza caída de la raza, después de ganar el diablo su victoria sobre el hombre inocente en el Edén. El enemigo de Dios logró "meter la carne" en el hombre, y crear el "mundo" —en su sentido peyorativo— como sistema regido por sus normas del egoísmo, la envidia, la malicia, las luchas, la violencia y la crueldad, que operan en las esferas de la acción del hombre originalmente creado a imagen y semejanza de Dios. Pero Dios "no ha abdicado", y bien que las consecuencias del empuje de las fuerzas del bien y del mal en el mundo nos resultan a menudo desconcertantes, la Palabra y la experiencia nos enseñan que los males podrán ser aprovechados por la mano de Dios para el cumplimiento de sus propósitos, sean de juicio o de gracia. El estudio de esta sección del libro de Éxodo nos ofrece sobresalientes ejemplos de la obra providencial de Dios. Las plagas en sí eran tragedias, que afectaban adversamente la vida natural de muchos miles de personas, y, como fenómenos relacionados con la naturaleza reflejan el desbarajuste que existe en el mundo a causa del pecado. Con todo, Dios se vale de estos instrumentos para hacer avanzar sus propósitos, que no sólo sirven para el juicio de los rebeldes, sino también para el desarrollo del plan de la redención.
La soberanía de Dios. Hallaremos en estos capítulos muchas referencias al "corazón" de Faraón, y muchos lectores, notando el comentario de Pablo en (Ro 9:17-18) sacan la conclusión de que Dios endureció el corazón del monarca de una manera arbitraria para mostrar en él su poder, según un decreto suyo, contra el cual Dios mantuvo a Faraón en el poder, a través de todo el proceso de juicio, con el fin de que sus grandes obras sirviesen de lección tanto dentro como fuera de Israel y Egipto. No podemos tratar del difícil tema de la soberanía de Dios en un párrafo, pero rogamos al lector que se acuerde siempre del hecho obvio de que la omnipotencia de Dios siempre opera dentro del marco de sus propios atributos. En otras palabras, Dios ha de ser fiel a sí mismo. Con este postulado delante descartamos en seguida toda idea de que Dios hiciera alguna injusticia en el caso de este monarca.
El "corazón" de Faraón es el centro de sus deseos, sus afectos, sus odios y sus decisiones, y, desde el primer contacto de Moisés con el monarca se destaca su orgullo y terquedad. No conocía a Jehová ni quería conocerle, adoptando en seguida una actitud orgullosa de resistencia que persistió hasta el fin. Es cierto, sin embargo, que los juicios de Dios sobre los rebeldes a veces consisten en aumentar —o permitir que se aumente— precisamente el mal original, "entregándoles" judicialmente a lo que ellos mismos han escogido, de modo que sus deseos y sus obras llegan a ser instrumentos para su propio juicio (Ro 1:24,26,28). Dentro de este principio de operación, necesario a todo concepto adecuado de la soberanía de Dios, el texto sagrado no sólo dice que "Faraón se endureció", sino también que "Dios endureció el corazón de Faraón" por las razones que ya hemos visto. Pero las Escrituras no permiten que creamos que Dios fuerza la voluntad del hombre de tal forma que sea condenado, cuando, de otra forma, en condiciones de libertad, habría podido ser salvo. Ya hemos citado el gran principio, de aplicación universal, que "todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo", y si este monarca hubiese preguntado por Yahweh, o hubiese deseado recibir las lecciones que surgían de sus obras, habría sido salvo. Según la fisonomía que se perfila en los capítulos que estudiamos los rasgos destacados de este faraón vinieron a ser la soberbia y la terquedad, de modo que es inútil gastar simpatías en este rebelde y una locura poner en tela de juicio los caminos de Dios.

El primer contacto con Faraón y sus resultado (Ex 5:1-6:12)

1. La primera entrevista (Ex 5:1-5)
La entrada en el palacio (Ex 5:1). Los monarcas de Egipto solían admitir a sus súbditos a audiencias públicas, dispuestos a escuchar sus peticiones o reclamaciones, de modo que no es increíble que Moisés y Aarón pudieran hallarse en la presencia de Faraón. Además, la situación de Moisés en la corte antes de asociarse con el pueblo de Israel había sido tan sobresaliente que aun después de cuarenta años quedarían amigos que ocupaban altos cargos —los compañeros de su juventud— capaces de facilitar la audiencia.
Embajadores de Jehová (Ex 5:1-3). Moisés y Aarón hablan en nombre de su pueblo, ya que los ancianos de los hebreos han autorizado su intervención reconociendo como verídica la comisión que Moisés había recibido en el Sinaí. Pero, sobre todo, hablan en nombre de Jehová, Dios de Israel. Este tipo de embajada no extrañaría a Faraón, ya que se reconocía generalmente la íntima asociación que existía entre cualquier pueblo y su dios (o dioses). Pero en su estimación Jehová, el Dios de Israel, sería divinidad de poca categoría, ya que había permitido que su pueblo fuese reducido a la esclavitud durante siglos. Tampoco le extrañaría la noticia de que Jehová había dado una revelación a Moisés y Aarón (un "encuentro") con el mandato de ofrecerle sacrificios según el ritual tradicional de sus antepasados, con peligro de castigos si no se cumplía su mandato. Los faraones mismos pretendían recibir tales revelaciones de sus dioses cuando así convenía a su política y proyectos. El mensaje fue dado con toda claridad, y con tono de autoridad ("Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto"), pero Faraón rehusa dar el debido reconocimiento a este Dios de esclavos: "¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz...? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel". "Yo no conozco a Jehová" podría indicar ignorancia de la deidad de los hebreos, bajo tal nombre, pero lo que Faraón dice es lo siguiente: "No reconozco a Jehová como una divinidad que me pueda dar órdenes a mí, que soy rey y dios de Egipto". Se trata, desde el principio, de mantener su autoridad en contra de la de aquel Jehová de los hebreos, de modo que, ya aquí, se entabla la lucha entre dos fuerzas: la de Faraón, jefe de las fuerzas imperiales de Egipto, y la de Jehová, revelado como el Dios de Israel, quien había determinado la liberación de su pueblo.
El lugar de la fiesta (Ex 5:3). La historia de José ilustra los tabúes que existían entre los egipcios en cuanto a animales, hasta el punto que, para los egipcios, habría sido "abominación" (algo que violaba el tabú) comer con hebreos, siendo estos pastores y ganaderos (Gn 43:32) (Gn 46:34). Los motivos serían complejos, y hemos de evitar la tendencia a sacar conclusiones ligeras del uso de la palabra "abominación", ya que, como vimos en la Introducción, los egipcios eran capaces de convertir bestias en dioses en ciertos casos. De todas formas, nadie había de negarle el peligro de celebrarse en la tierra una fiesta que implicaba el sacrificio de bueyes, ovejas, etc., ya que podría producir protestas y alborotos. Tres días de viaje en el desierto significarían una distancia prudente que permitiría a los israelitas obrar con toda libertad al inmolar sus sacrificios, sin violar los tabúes tradicionales de Egipto. Tales peticiones de parte de pueblos sujetos, o de individuos o de grupos de extranjeros residentes en el país, no eran desconocidas, y los egipcios solían ser respetuosos frente a ellas, concediendo el tiempo necesario para el cumplimiento de los deberes religiosos de cada cual. Faraón, en su orgullo, obraba en contra de las costumbres establecidas.
Una reacción adversa (Ex 5:4-5). Determinado ya que no había de prestar atención a Jehová, Dios de los hebreos, Faraón rehusó el tratamiento de "embajadores" a Moisés y Aarón, y sus palabras "volved a vuestras tareas" parecen incluir a sus visitantes con los demás israelitas como personas que estaban aprovechando una pretendida intervención de su dios para dejar de cumplir sus tareas. La frase "he aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho", delata el miedo que sentía —y que habían sentido sus predecesores— frente a esta masa de gente. Si no se hallaban bajo el control inmediato de los capataces egipcios, podrían sentirse animados a desmanes, o a sublevaciones, que pondrían en peligro el buen orden, y aun la seguridad del estado.
2. La severidad de la opresión aumenta (Ex 5:6-21)
El uso de paja en la fabricación de ladrillos. Hemos notado anteriormente que no había cesado toda la vida tribal y familiar entre los israelitas, quienes seguían en posesión de sus casas, campos y ganado en la tierra de Gosén. La servidumbre consistía en que los varones habían de entregar cantidades determinadas de ladrillos para la construcción de ciudades como Pitón y Ramesés, suponiéndose también que determinadas cuadrillas habrían de trabajar como albañiles o peones (hay mención además de trabajos en los campos) según una organización bien desarrollada. Los "cuadrilleros" que se mencionan en (Ex 5:6), etc., son los capataces egipcios responsables ante el gobierno. Ellos nombraban capataces hebreos y éstos serían responsables ante ellos para el debido cumplimiento de las tareas. Los análisis hechos de ladrillos hallados en Mesopotamia y Egipto por arqueólogos modernos confirman el uso de paja en su construcción, no tanto para dar mayor cohesión al barro al apretarse en los moldes de madera, sino por los efectos químicos posteriores producidos al deshacerse la paja por la acción del tiempo, que prestaba mayor plasticidad y resistencia al barro. Se trata de ladrillos secados al sol, pues el proceso de cocer ladrillo en hornos no se generalizó hasta siglos más tarde.
El edicto cruel del faraón (Ex 5:6-9). El decreto que privó a los servidores hebreos de sus suministros de paja, forzándoles a buscarla en el rastrojo del campo, fue una medida tiránica y cruel, pues Faraón insistió en que los hebreos habían de entregar la misma tasa que antes. Los capataces hebreos tendrían que movilizar a todos, mujeres y niños además de varones, con el fin de mandarles a los campos en busca de la paja corta y mala del rastrojo, y aun así no fue posible cumplir las cuotas ordenadas.
Los lamentos de los israelitas (Ex 5:10-21). Los capataces hebreos fueron azotados por no poder entregar las tasas requeridas, llegando a presentar una petición especial a Faraón, algo completamente inútil tratándose de este soberbio monarca que nada sabía de compasión, ni siquiera de psicología práctica. Los pobres capataces, al salir cabizbajos y desesperados de la presencia del rey, se encontraron con Moisés y Aarón, y no es de extrañar que, en tal momento de amargura, les hicieran a ellos responsables del aumento cruel de la opresión (Ex 5:20-21). Éstos habían dado promesas de liberación al pueblo, y después, lejos de hallarse libres, los capataces se veían mucho más oprimidos que antes: "... nos habéis hecho abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada en la mano para que nos maten" (Ex 5:21). Estas palabras han de ser entendidas en sentido figurado, significando que la gestión de Moisés y Aarón en el palacio sólo había servido de disculpa a los gobernantes para apretar al pueblo hasta la muerte.
3. La renovación de la comisión (Ex 5:22-6:12)
La angustia de Moisés (Ex 5:22-23). Moisés había sido avisado desde el principio de que su misión no había de ser llevada a cabo con prontitud, consiguiendo él un éxito fácil, porque el corazón de Faraón había de ser endurecido. Con todo, se comprende bien su angustia frente a los amargos reproches de su propio pueblo, quienes sufrían en sus cuerpos los efectos adversos del aparente fracaso de la primera gestión. "Se volvió a Jehová", dice el texto acerca de Moisés. No sabemos cómo se mantenía la comunión entre el Señor y su siervo, pero, pese a su falta de comprensión y de fe en aquel momento de crisis, Moisés hizo bien en llevar su problema a la presencia del Señor. Las palabras de Moisés parecen un eco de la conversación delante del arbusto encendido: "¿Para qué me enviaste? Porque desde que yo vine a Faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido a este pueblo; y tú no has librado a tu pueblo".
Jehová renueva sus promesas (Ex 6:1-5). Cuando el Señor declara "Yo soy Jehová" (versículo 2), es como si firmara y sellara de nuevo el pacto, dándole toda la autoridad de su ser divino, revelado como Yahweh, el Eterno, que era, que es y que será. Por fin los mismos egipcios habían de echar a sus esclavos, después de haber experimentado los juicios de Dios. Moisés tuvo que tener paciencia, ya que convenía a los propósitos de Dios la prolongación del período de prueba, como ya consideramos anteriormente. La renovación de las promesas cobra inusitada solemnidad en los versículos siguientes.
El conocimiento del nombre de Jehová (Ex 6:2-5). Se reafirma el estrecho enlace entre la intervención de Dios en Egipto y su promesa, confirmada por el pacto otorgado a Abraham, ya que es preciso ver todas estas obras de Dios como partes integrantes de un plan total que alcanzaría no sólo a Israel, sino a todas las familias de la tierra: "Yo soy Jehová, y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente" (El Shaddai). Las palabras que siguen a esta declaración ofrecen cierta dificultad y han sido muy usadas por los defensores de la "teoría documental" de la construcción literaria del Pentateuco. Según la versión RV-60, el Señor dijo: "más en (o por) mi nombre JEHOVÁ no me di a conocer a ellos", lo cual parece contradecir las muchas referencias al nombre de Jehová en las comunicaciones de Dios con los patriarcas. La explicación de los eruditos "documentales" es que los pasajes del Génesis, que emplean el nombre de Jehová, son del redactor "J" que así describía a Dios, mientras que otros fragmentos literarios, de otros redactores, llevarían el nombre divino de Elohim, El Shaddai, etc., recopilándose todos ellos muchos siglos después de los supuestos acontecimientos. Hemos considerado buenas razones para mantener la unidad esencial del Pentateuco, y los pasajes del Génesis que emplean "Jehová" se ajustan perfectamente al desarrollo histórico del libro. Algunos escriturarios conservadores creen que hemos de leer el versículo 3 como en la versión Moderna: "Mas en la manifestación de mi nombre de Jehová no me di a conocer a ellos". Es decir, se conocía el nombre, pero no su significado. En vista de la explicación y definición de YAHWEH que Dios dio a Moisés ante el arbusto que ardía, esta explicación es bastante razonable bien que, al traducir, la versión Moderna ha tenido que añadir en cursiva las palabras "la manifestación de" que no se hallan en el hebreo, aunque sería posible sobreentenderlas. Además, Abraham llegó a conocer mucho del contenido del nombre de YAHWEH.
Cabe, sin embargo, otra explicación más clara que depende de la debida traducción del versículo 3, visto en su relación con el versículo 4, pues las palabras pueden entenderse como pregunta retórica muy al tono con el carácter del pasaje, y en este caso hemos de leer (con referencia a los patriarcas): "Porque, ¿no di yo a conocer mi nombre de Yahweh a ellos? Y además establecí mi pacto con ellos, para darles la tierra de Canaán...." Jehová refuerza la fe de Moisés por una clara referencia a hechos pasados que relacionaban su problema momentáneo con la promesa, el pacto y la revelación que Dios había concedido a los patriarcas. YAHWEH se había revelado a ellos, concediéndoles tales garantías que no podría haber fallo en la realización, cuyo momento ya había llegado. En el lenguaje antropomórfico que ya hemos notado, Dios había oído el gemido de su pueblo Israel, y se había acordado de aquel "pacto", tan solemnemente establecido con Abraham (versículo 5).
El mensaje consolador para Israel (Ex 6:6-8). Jehová, en su renovado mensaje a los israelitas, acumula promesa sobre promesa con el fin de ayudarles a aguantar la hora de dura prueba. Por primera vez emplea la conocida figura "con brazo extendido" (versículo 6), y es interesante recordar que había un jeroglífico egipcio, dibujo de un "brazo extendido" estilizado, que significaba "acción eficaz". Tal "brazo" había de ejecutar severos juicios sobre los egipcios en el proceso largo de cumplir todo lo que había sido prometido a los patriarcas. Es digno de notar la larga serie de verbos en tiempo futuro, que señalan la determinación de Dios a realizar todas las facetas de su plan: "Os sacaré ... os libraré ... os redimiré ... os tomaré por mi pueblo ... os meteré en la tierra ... os la daré por heredad". Y, a la vez, iría dándose a conocer a su pueblo: "... vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios" (versículo 7). No solamente recuerda Dios su pacto inquebrantable, sino el juramento por el cual comprometió todo su Ser a llevar a cabo lo prometido y lo pactado (Gn 22:15-18). La "mano" de Jehová había sido alzada en solemne juramento como garantía perpetua, y el "brazo" se había extendido para juzgar a los enemigos de Israel llevando a cabo todos los aspectos de la promesa, que se vuelve a subrayar y a enfatizar de la forma más solemne.
El desánimo de los israelitas (Ex 6:9). La renovación de la promesa habría podido consolar a los israelitas, que gemían bajo sus cargas ya aumentadas, pero Moisés halló una dificultad en aplicar el bálsamo divino puesto que el pueblo rehusó escucharle. Por el momento el espíritu de fe y de adoración, que se había despertado en ellos al oír las buenas nuevas de la intervención de Jehová a su favor (Ex 4:30-31), se había extinguido, y eso por dos causas: "congoja de espíritu" y "la dura servidumbre". La dura servidumbre les dejaría muy poco tiempo libre para reunirse siquiera con el fin de escuchar mensajes proféticos, y el desánimo producido por los sufrimientos les llevaría a pensar, momentáneamente, que Moisés era o un visionario o un embustero. La Palabra de Dios fue buenísima, pero una palabra sin escuchar no produce efecto espiritual.
La renovación del mandato de acudir a Faraón (Ex 6:10-12). La depresión del pueblo y la aparente falta de éxito de la primera embajada frente a Faraón no cambia para nada los propósitos de Dios. Durante la primera entrevista hubo declaración de guerra, pero aún no se ha abierto el fuego. Moisés recibe el mandamiento: "Entra y habla a Faraón rey de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel". Los términos del mensaje son más tajantes aún que los del anterior, faltando toda referencia aquí a "fiestas" y a "sacrificios". Los hijos de Israel han de salir de una vez de la tierra de un rey extranjero y despótico. Moisés vuelve a sus dudas y a su cortedad; sin embargo, no conviene juzgarle severamente a causa de las primeras reacciones —doloridas y penosas— después de haber sido rechazado por el pueblo. Si éstos no querían escucharle, ¿cómo podía esperar que le prestara atención el rey enemigo? Vuelve a su alegato de antes: "Soy torpe de labios", como si dijera otra vez al Señor: "Si quieres emplear embajadores, que sean hombres capaces de hacerse escuchar". Literalmente la frase es "incircunciso de labios", quizá con referencia al momento de la circuncisión, a los ocho días de nacer el niño. Dice en efecto: "Yo soy como una criatura de días y no sirvo para el cumplimiento de estas misiones". En este punto de la narración se inserta un paréntesis que hemos de estudiar, pero, al recogerse el hilo de la historia en (Ex 7:8) Jehová no toma en cuenta para nada ni el desánimo del pueblo ni las "razones" de Moisés, sino que indica cómo se ha de ordenar la segunda entrevista con el rey.

Un paréntesis genealógico (Ex 6:13-7:7)

1. La importancia de las genealogías
Extraña a muchos lectores del Antiguo Testamento que se conceda tanto espacio a las genealogías en el texto, y, desde luego, había judíos y cristianos del primer siglo d.C. que alegorizaban estas listas de nombres, empleando más su imaginación que su buen sentido. Pablo avisó a Timoteo (1 Ti 1:4) (Tit 3:9) que no perdiera el tiempo en tales lucubraciones. Ahora bien, las genealogías del Señor que hallamos en (Mt 1:1-17) y (Lc 3:23-38) recogen el "hilo" de las del Antiguo Testamento, evidenciando la importancia del tema que se considera como elemento esencial del desarrollo del plan de la redención. Desde cierto punto de vista las genealogías constituyen "la espina dorsal" de las Escrituras, ya que la redención final ha de llevarse a cabo por el Mesías-simiente, quien recoge en su persona la herencia de Adán, como hombre, la de Abraham a causa de la promesa y la de David para establecer el reino. Las genealogías destacan también la línea de Leví, ya que Cristo había de recoger no sólo el reino sino también el sacerdocio. Una vez formado el pueblo escogido, instrumento para llevar a cabo la obra de redención y de revelación, se da importancia especial a la línea real de Judá y a la línea sacerdotal de Leví.
Moisés y Aarón se sitúan dentro del marco genealógico (Ex 6:14-25). Evidentemente la narración se interrumpe en este punto por la inserción de la sección que estudiamos ahora, como si Moisés, o un ayudante suyo, o algún redactor de fechas posteriores, se diera cuenta de que los protagonistas de esta "acción bélica" frente a Faraón y Egipto no habían sido introducidos en relación con la familia de Israel. Antes de empezar la "guerra" —ya anunciada— le pareció preciso al escritor subsanar la omisión. Parece ser que su primera intención fue la de detallar los nombres de todos "los jefes de las familias de sus padres", según la estructura de las tribus y clanes de Israel, con el fin de que se viera la relación de Moisés y Aarón con todas las figuras máximas de la raza hasta entonces (versículo 14). Pero, de hecho, el redactor no menciona más que a Rubén (el primogénito) y sus hijos, cabezas de familias, pasando a Simeón, segundo nombre en la lista de Génesis capítulo 46, que quizá tenía delante, para llegar rápidamente a Leví, según el orden normal. Ahora bien, Moisés y Aarón eran levitas, entendido el término en su aspecto tribal hasta entonces, y habiendo situado en su genealogía a los protagonistas de la acción en Egipto, el redactor pasa a mencionar a los hijos y nietos de Aarón (Ex 6:23-25), sin notar los jefes de las demás tribus y sus familias, según la intención original. Si se tratara de un redactor posterior, es legítimo pensar que él también fuese levita —quizá sacerdote, descendiente de Aarón— quien, una vez establecida la relación de Moisés y Aarón con las tres primeras tribus de la lista se interesaba más en ver cómo la obra sacerdotal, que Dios instituyó, había de prosperar en las manos de los hijos de Aarón.
Moisés y Aarón eran coatitas (Ex 6:16-20). Pese a su intención de aclarar las relaciones de Moisés y Aarón, el redactor nos deja con algunos problemas, seguramente por nuestra falta de conocimientos en cuanto a la estructura de aquellas genealogías. Tengamos en cuenta que los hijos de Leví eran Gersón, Coat y Merari, y hay una nota sobre la gran edad que tenía Leví al morir (versículo 16), quizá con intención de honrarle. No se mencionan más que dos hijos de Gersón, y aquella familia se deja por ahora hasta que sus familias y obra vuelvan a mencionarse en Números.
Sigue el detalle sobre Coat, cuyos cuatro hijos incluyen a un Amram (versículo 18). Ahora bien, este Amram no pudo ser el padre de Moisés por generación directa, ya que median generaciones entre los dos. Hemos de suponer, pues, que este conocido "nombre de familia" se diera en su día también al padre de Moisés y Aarón (versículo 20). Los hijos de Merari se mencionan en el versículo 19, y después el redactor vuelve a la familia de Coat, a la cual pertenecen Moisés y Aarón. El versículo 20 habla del casamiento del Amram posterior con Jocabet su tía (hebreo, "la hermana de su padre"; aún no se había proscrito el matrimonio dentro de este grado de parentesco (Lv 18:12-13), notándose el nacimiento de Aarón y Moisés, siendo Aarón mayor por tres años. María no se menciona, pues se trata de una relación de jefes de familia.
La presentación de Moisés y de Aarón (Ex 6:20-22). Ya hemos notado que el redactor deja su propósito inicial en este punto con el fin de trazar la descendencia de Aarón (mencionando personas que habían de destacarse más tarde en la familia sacerdotal), y luego hace constar enfáticamente: "Este es aquel ... Moisés a los cuales Jehová dijo: Sacad a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por sus ejércitos". El versículo 27 reitera: "Moisés y Aarón fueron éstos". Es posible que este paréntesis fuese escrito e insertado después de la sublevación de los hijos de Datán y Abiram (de la tribu de Rubén), con los hijos de Coré (de esta misma familia de Coat) en contra de la autoridad de Moisés y Aarón, según el relato de Números capítulos 16 y 17, rebelión notable por la atrevida arrogancia de los sublevados. En tal caso sería una de las medidas que se tomaron para dejar claro que Dios había escogido a estos líderes, y no a otros, como caudillo y sumo sacerdote respectivamente, análoga a la vara de Aarón que floreció; así se explicaría la mención de Rubén, cuyos hijos podían haber vuelto a reclamar derechos de primogenitura, omitiéndose en cambio las demás tribus (excepto Simeón y Levi), pese a que el liderazgo futuro pasaría a Judá- y a Efraín. También los coatitas habían podido pensar que eran "tan buenos" como sus hermanos de familia Moisés y Aarón.
2. El resumen antes del avance (Ex 6:28-7:7).
La situación antes de la primera señal (Ex 6:28-30). Estos versículos nos trasladan otra vez a la situación producida por el orgulloso rechazamiento de la petición de los embajadores israelitas de parte de Faraón, con el desánimo del pueblo, más duramente castigado que nunca, y la poca fe de Moisés. Se ha terminado ya la relación genealógica, pero antes de resumir la narración es necesario que el lector recuerde las circunstancias de este momento, punto más bajo de las fortunas de los israelitas en Egipto.
Un resumen de la comisión (Ex 7:1-7). No se añade aquí nada esencial a lo que ya hemos aprendido de los términos de la comisión dada por Dios a Moisés y a Aarón. Constituye una especie de "trampolín", al finalizar el paréntesis, que facilita el renovado "salto" a la narración, recogida luego en el momento de verse claramente la naturaleza de la confrontación entre Jehová y el rey de Egipto. El versículo 1 nos da la respuesta de Dios a los temores de Moisés: "Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta". Faraón se consideraba "dios" y portavoz de dioses. Bien, frente a él Dios daría tales manifestaciones de poder a su siervo Moisés, que sería considerado como "dios" por los egipcios. Constituido "dios" frente a Faraón no podría alegar falta de poder, al pensar en su carencia de dones retóricos y, además Dios le proveyó de "profeta", o sea, de portavoz. De paso, el verso ilustra muy bien el concepto bíblico de "profeta", viendo que no se trata tanto de aquel que predice acontecimientos futuros sino de quien habla autorizadamente en el nombre de Dios. Los embajadores habían de ser fieles en la proclamación de "todas las cosas" que Dios les mandara en el curso de la multiplicación de las señales y juicios (versículo 2). Se reitera el concepto de revelación, pues "sabrán los egipcios que yo soy Jehová", y no puede estar en duda el fin del conflicto: "cuando yo saque a los hijos de Israel de en medio de ellos" (versículo 5).
La edad de los protagonistas (Ex 7:7). En este momento crucial de iniciar la lucha contra Faraón y Egipto en el nombre de Dios, Moisés tenía ochenta años, y su hermano mayor ochenta y tres. Aun para aquellos tiempos ya habían dejado de ser jóvenes, y, durante 40 años más les tocaría llevar cargas de responsabilidad que habrían puesto a prueba las energías de hombres robustos en la plenitud de sus fuerzas. Es otra ilustración del método divino, que escoge lo flaco de los hombres para confundir lo fuerte. En este caso él mantuvo las fuerzas físicas, mentales y espirituales de sus destacados siervos hasta el fin, lo que se subraya especialmente en el caso de Moisés (Dt 34:7).
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Comentarios

República Dominicana
  Viocari Ramírez  (República Dominicana)  (17/05/2024)

Me gusta mucho aprender de la biblia.

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