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Estudio bíblico de Deuteronomio 1:9-2:5

Deuteronomio 1:9-2:5

Continuamos hoy estudiando el capítulo 1 de Deuteronomio. Y en nuestro programa anterior, hablábamos de cómo Moisés estaba recordándoles a los israelitas su peregrinación por el desierto. Y decíamos que el monte Sinaí está en Horeb. Y que desde Horeb hasta Cades-barnea que era la entrada a la tierra prometida, había una jornada de unos 11 días. Ahora, Israel pasó 38 años deambulando por el desierto cuando debió haber viajado solamente durante 11 días para entrar en la tierra prometida. Y todo, por causa de su incredulidad.

Ahora, al final de ese tiempo de peregrinación, Moisés pronunció su primer discurso. Sus palabras fueron expresadas verbalmente, pero más tarde fueron escritas. Moisés fue el portavoz que dio el discurso. Sin embargo, él dejó en claro que estas palabras le habían sido reveladas por el mismo Señor. Continuemos hoy considerando

El fracaso de Cades-Barnea

Al rememorar en detalle su historia y sus jornadas, Moisés mencionó su primera equivocación. Leamos los versículos 9, 12 y 13 de este capítulo 1 de Deuteronomio:

"En aquel tiempo yo os hablé y os dije: Yo solo no puedo llevados... ¿Cómo llevaré yo solo vuestras molestias, vuestras cargas y vuestros pleitos? Dadme de entre vosotros, de vuestras tribus, hombres sabios, entendidos y expertos, para que yo los ponga como vuestros jefes."

Hallamos el relato de este incidente en el capítulo 18 de Éxodo. Moisés se irritó, sintiéndose muy frustrado. Creía que él solo estaba soportando la carga de Israel. Entonces el Señor le permitió nombrar ancianos, y por tanto se formó un comité de 70 ancianos. Este comité con el transcurso del tiempo llegaría a ser el Sanedrín, la organización que muchos años más tarde entregaría a Cristo Jesús a la muerte.

Moisés, en su frustración, perdió de vista el hecho de que era Dios quien estaba soportando a Israel. Moisés era el líder nombrado por Dios y no necesitaba ninguna Junta ni Comité. Se equivocó en aquella ocasión, y fue un error que varias generaciones después conduciría a la crucifixión de Cristo. Y Moisés hizo mención aquí de dicha equivocación. Muy pocas personas destacarían sus fallos, pero Moisés las reconoció. Dijo que al principio le había parecido una medida muy buena, pero no resultó y causó muchas dificultades.

Ahora, ¿Quiere usted saber la valoración de Moisés en cuanto al desierto por el cual pasaron? Leamos el versículo 19:

"Cuando salimos de Horeb, anduvimos todo aquel grande y terrible desierto que habéis visto, por el camino del monte del amorreo, como el Señor, nuestro Dios, nos lo mandó, y llegamos hasta Cades-barnea."

Y tendremos que confiar en su palabra, porque él estuvo allí. Era un desierto extenso e inhóspito. La jornada de los hijos de Israel por el desierto no consistió precisamente en seguir una senda florida.

La segunda equivocación que Moisés registró fue la decisión tomada en Cades-barnea. Ésta fue una equivocación del pueblo. Y una vez más, fue el resultado de tener un grupo o comité deliberativo. Continuemos leyendo los versículos 20 al 23:

"Entonces os dije: Habéis llegado al monte del amorreo, el cual el Señor, nuestro Dios, nos da. Mira, Jehová, tu Dios, te ha entregado la tierra: sube y toma posesión de ella, como el Señor, el Dios de tus padres, te ha dicho. No Temas ni desmayes. Pero os acercasteis todos a decirme: Enviemos hombres delante de nosotros, que reconozcan la tierra y a su regreso nos traigan razón del camino por donde hemos de subir y de las ciudades adonde hemos de llegar. La propuesta me pareció bien, y tomé doce hombres de entre vosotros, un hombre por cada tribu."

Aquí vemos que consideraron necesario tener una un grupo coordinador para entrar y explorar la tierra. ¡Dios ya la había reconocido! Dios había dicho que era una tierra rica en agricultura y ganadería. Claro que había gigantes en la tierra, pero Dios había dicho que Él cuidaría de ellos. El pueblo quiso contar con aquel grupo de observadores y Moisés accedió a ello. Y ya sabemos lo que sucedió. Ésta fue la razón por la cual volvieron a aquel desierto tan terrible.

El problema fundamental estimado oyente, fue su incredulidad. Dios había dicho que era una tierra buena. Y los espías la recorrieron y estuvieron de acuerdo en que era una tierra buena. Dijeron que había gigantes en la tierra. Pero Dios había dicho que se encargaría de los gigantes porque Él capacitaría a Israel para hacer frente a esa situación. Pero, ellos no creyeron a Dios.

Muchas veces el cristiano se halla en la actualidad, confrontado por gigantes que se presentan en su vida. Estamos seguros que como hijo de Dios usted se ha encontrado también, figurativamente hablando, en la tierra de los gigantes, es decir, haciendo frente a personas o a dificultades aparentemente insuperables. Créanos estimado oyente, que es difícil saber cómo tratar a un gigante cuando uno mismo se siente como un pigmeo. Dios nos ha dado a nosotros la misma promesa. Él puede hacerse cargo de los gigantes, de esas circunstancias gigantescas, por nosotros. Y es maravilloso saber eso. No suelen ser los factores externos los que constituyen nuestro verdadero problema. Es nuestra circunstancia interna la que causa los problemas.

Ahora, Dios les dijo claramente que toda la generación que llegó a Cades-barnea y que retrocedió en incredulidad, moriría. Había surgido toda una nueva generación. Dios ahora estaba hablando a esta nueva generación por medio de Moisés. Esta nueva generación debía aprovecharse de esas experiencias de sus padres. Debían aprender de ellas para su propia entrada en la tierra prometida. Hubo solamente dos hombres que quedaban de la vieja generación, dos hombres a los cuales se les permitió entrar en la tierra prometida y ellos fueron: Josué y Caleb. Pasemos ahora al versículo 34 y leamos hasta el versículo 38 de este capítulo 1 de Deuteronomio:

"Cuando Jehová oyó la voz de vuestras palabras, se enojó e hizo este juramento: Ni un solo hombre de esta mala generación verá la buena tierra que juré que había de dar a vuestros padres, excepto Caleb hijo de Jefone; él la verá, y yo le daré a él y a sus hijos la tierra que pisó, porque ha seguido fielmente a Jehová. También contra mí se enojó Jehová por vosotros, y me dijo: Tampoco tú entrarás allá. Josué hijo de Nun, el cual te sirve, él entrará allá; anímale, porque él la entregará a Israel."

Caleb y Josué eran muy diferentes de los demás. Eran de los espías que creyeron en Dios y trajeron un informe exacto, un informe bueno. El hecho es que Caleb logró tomar posesión de la tierra que quería tener. Veremos más adelante en el libro de Josué, que era un hombre extraordinario. Recorrió aquella tierra y ¡reclamó precisamente la montaña donde vivían los gigantes! Y cuando llegó el momento, le dijo a Moisés: Dame, pues, ahora este monte. Y Dios se lo entregó a él y a sus descendientes.

A propósito estimado oyente, ¿qué desea usted de Dios? ¿Es usted padre o madre? ¿Es usted un joven que comienza a luchar en esta vida? ¿Qué desea usted de Dios? Permítanos decir lo siguiente: Quizás a estas alturas usted ya habrá descubierto que uno no puede simplemente sentarse y observar, para luego pretender lograr lo que quiere. Pues no se trata simplemente de orar, y orar, y orar. Por supuesto que estamos de acuerdo que debemos orar, y que es necesario mantener una relación de compañerismo con Dios. Pero es evidente que hay que salir y luchar para tomar posesión de lo que deseamos. Recordemos que Dios dijo que le daría a Caleb la tierra en la cual él había puesto su pie. Muchos de nosotros hoy en día, no recibimos bendición porque, figurativamente hablando, pasamos demasiado tiempo sentados. Allí no es donde debemos estar. Debemos caminar, ponernos en movimiento. Es mucho lo que se dice en las Sagradas Escrituras sobre el caminar del cristiano, pero muy poco se dice en cuanto al sentarse del cristiano. ¡Debemos tomar posesión de lo que Dios nos ha prometido!

Josué era el hombre que habría de convertirse en el líder para suceder a Moisés. ¿Por qué fue elegido? Era un hombre de experiencia y también seguía fielmente a Dios. Él había sido el otro espía que trajo un buen informe junto con Caleb, al terminar el reconocimiento de la tierra. En otras palabras, estos dos hombres creyeron a Dios. Eso era lo esencial. Creyeron a Dios y estaban dispuestos a salir a luchar por la fe. Estimado oyente, no se cree a Dios simplemente sentándose en una actitud pasiva de espera y demandando las grandes bendiciones. Debemos salir por la fe para implicarnos en la causa de Dios. Continuemos leyendo el versículo 39:

"Y vuestros niños, de los cuales dijisteis que servirían de botín, y vuestros hijos, que no saben hoy lo bueno ni lo malo, ellos entrarán allá; a ellos la daré y ellos la heredarán."

Hay aquí algunas cosas muy importantes que no queremos pasar por alto. En primer lugar, la edad en que las personas alcanzan la responsabilidad es mayor que la que nosotros creemos que es. Algunos de éstos que entraron en la tierra prometida estaban entre la edad de trece a diecinueve años en Cades-barnea. Sabemos por nuestro estudio del libro de Números 14:29 que Dios fijó la edad de 20 años, y todos los de más de 20 años murieron en el desierto.

Dios no hizo responsables a aquellos jóvenes que no habían alcanzado la edad de responsabilidad, cuando los ancianos del pueblo rehusaron entrar en la tierra prometida, sino que les permitió entrar en la tierra. Es que los de la vieja generación habían dicho que no querían entrar en la tierra porque estaban pensando en la seguridad de sus hijos; y Dios expresó con toda claridad que ese no era el motivo verdadero que ellos tenían. Estaban insultando a Dios. Estaban diciendo realmente que Dios no cuidaría a los niños. Entonces Dios les dijo: "Sí, cuido a vuestros hijos; y aquellos pequeños que creísteis estaban en gran peligro, son precisamente los que entrarán en la tierra". Y esa generación de jóvenes había llegado al límite de la tierra y estaba lista para entrar en la tierra prometida. Y fue a ellos a quienes se dirigió Moisés. Leamos ahora los versículos 40 y 41 de este capítulo 1 de Deuteronomio:

"Pero vosotros volveos e id al desierto, camino del Mar Rojo. Entonces respondisteis y me dijisteis: Hemos pecado contra el Señor. Nosotros subiremos y pelearemos, conforme a todo lo que el Señor, nuestro Dios, nos ha mandado. Os armasteis cada uno con vuestras armas de guerra y os preparasteis para subir al monte."

Después que los hijos de Israel habían rehusado entrar en la tierra en Cades-barnea, afrontaron un dilema tremendo. Habían pecado contra Dios. Se enfrentaban al desierto si volvían atrás, aquel desierto al que Moisés se había referido como aquel grande y terrible desierto. Reconociendo entonces que habían pecado, y dándose cuenta de lo que enfrentaban en el desierto si se volvían atrás, declararon que, después de todo, entrarían en la tierra. Leamos el versículo 42 de este capítulo 1 de Deuteronomio:

"Pero el Señor me dijo: Diles: No subáis ni peleéis, pues no estoy entre vosotros; para que no seáis derrotados por vuestros enemigos."

Permítanos decirle estimado oyente, que tal tipo de lucha no era buena. ¿Y sabe por qué? Porque ellos se encontraban fuera de la voluntad de Dios. La razón por la cual estaban dispuestos a pelear esta vez no era porque creyeran a Dios, sino porque tenían miedo. Su motivación fue el temor, y no la fe. Estaban impulsados por el temor, y no por la fe en Dios. Ahora, el versículo 43 nos dice:

"Yo os hablé, pero no me escuchasteis; antes fuisteis rebeldes al mandato del Señor, y persistiendo con altivez subisteis al monte."

Aquí no se trataba de la fe. Si hubieran subido en el principio porque creían a Dios, habría sido diferente. Pero esta actitud revela que actuaron con presunción y eso era una situación totalmente diferente. Creemos que hay una distinción clara ente la fe y la presunción.

Continuemos ahora leyendo los versículos 44 al 46 de este capítulo 1 de Deuteronomio:

"Pero salió a vuestro encuentro el amorreo que habitaba en aquel monte, os persiguieron como hacen las avispas y os derrotaron en Seir hasta llegar a Horma. Entonces volvisteis y llorasteis delante de Jehová, pero Jehová no escuchó vuestra voz ni os prestó atención. Por eso os tuvisteis que quedar en Cades todo ese tiempo que habéis estado allí."

Fíjese en esto estimado oyente. Llegaron delante del Señor y derramaron lágrimas de cocodrilo. Lloraron y se arrepintieron. Sí, pero, ¿qué clase de arrepentimiento era éste? Escuche lo que nos dijo el apóstol Pablo en su segunda carta a los Corintios 7:10, La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.

Pero volvamos a nuestro pasaje ¿Lloraban acaso porque habían desobedecido a Dios? No. Lloraban porque los amorreos les habían perseguido. La derrota fue el motivo de su llanto. Usted sabe que cuando prenden a un delincuente, él empieza a llorar, derrama lágrimas y se arrepiente. Pero ¿qué clase de lágrimas son ésas? ¿Llora acaso porque ser un ladrón? No. Llora porque le han detenido. Hay una gran diferencia entre el arrepentimiento auténtico y el pesar por haber sido descubierto. Y eso es exactamente lo que vemos aquí con los israelitas. Y como consecuencia de todo esto, pasaron mucho tiempo en Cades-barnea.

Y así concluimos nuestro estudio del capítulo 1 de Deuteronomio. Y llegamos ahora a

Deuteronomio 2:1-5

Tema: Las jornadas en el desierto

Este discurso de Moisés continuó con el repaso de sus jornadas. Después que volvieron atrás en Cades-barnea, los hijos de Israel se dirigieron hacia el monte de Seir, y como dice el versículo 1 del capítulo 2: durante mucho tiempo estuvimos rodeando los montes de Seir. Siempre hemos pensado que el Señor tiene sentido del humor, y creemos que fue evidente en esta frase, en que Moisés continuó hablando, en los versículos 2 y 3:

"Entonces el Señor me dijo: Bastante habéis rodeado este monte, volveos al norte."

También es evidente que no sabían a dónde ir. Todo lo que habían hecho era dar vueltas al monte de Seir, hasta que al fin Dios les dijo que se estaba cansando de eso.

Y tememos estimado oyente, que muchos cristianos hacen lo mismo. Porque fallan al no tomar en serio la Palabra de Dios. Están haciendo tiempo, sin avanzar, y se quedan estancados. Hay lecciones aquí en este capítulo 2 de Deuteronomio que debemos aprender. Continuemos ahora leyendo los versículos 4 y 5 de este capítulo 2 de Deuteronomio:

"Dile al pueblo: Cuando paséis por el territorio de vuestros hermanos, los hijos de Esaú, que habitan en Seir, ellos tendrán miedo de vosotros; pero vosotros tened mucho cuidado. No os metáis con ellos, pues no os daré de su tierra ni aun lo que cubre la planta de un pie, porque yo he dado como heredad a Esaú los montes de Seir."

Hay aquí otra cosa que es importante que nosotros aprendamos. En Génesis capítulo 36 aprendimos que Esaú vivía en Seir y que Esaú era Edom. Jacob, como hijo mayor, había recibido el derecho de la primogenitura, y recibió de Dios la promesa de que sus descendientes tendrían la tierra prometida. Esaú fue a Seir y resultaba evidente que Dios había dado esa parte al pueblo de Esaú como posesión. En la actualidad esta tierra se encuentra en Jordania, el país donde está situada Petra, la ciudad excavada en la roca, conservada hasta el día de hoy. Entonces, Dios les dijo claramente a los israelitas que no podían tocar la posesión de Esaú.

Ahora, aquí hay una lección también para las naciones. Dios ha prefijado los límites de las naciones, como dijo el apóstol Pablo en el libro de los Hechos de los apóstoles 17:26, hablando a los atenienses: De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación. Muchas guerras han estallado a causa de que los límites de las naciones no se han respetado.

Otra lección que debemos aprender es que Dios siempre cumple Sus promesas. Aun a un pueblo como el pueblo de Esaú, Dios permaneció fiel a lo que le había prometido.

Y nos despedimos hoy, reafirmando nuestra confianza en la veracidad de las promesas de Dios e invitándole, estimado oyente, a compartir esta fe, que encontramos confirmada en el Apocalipsis, último libro de la Biblia, en el cual, Él está sentado en el trono dijo: he aquí yo hago nuevas todas las cosas. Y la voz divina le indicó al autor de este libro: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas.

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