Estudio bíblico: ¿A vuestro Rey he de crucificar? - Juan 19:12-16
"¿A vuestro Rey he de crucificar?" (Juan 19:12-16)
"Desde entonces procuraba Pilato soltarle"
(Jn 19:12) "Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone."
Después de haber investigado las acusaciones que los judíos presentaron contra Jesús (que era un revolucionario mesiánico y que se hacía a sí mismo Hijo de Dios), Pilato concluyó una vez más que Jesús no había hecho nada digno de muerte, es más, había quedado profundamente impresionado por el comportamiento y las palabras de su Prisionero, de tal manera que decide hacer un verdadero esfuerzo para soltarlo. Juan no nos dice de qué manera pensaba conseguirlo, pero sí sabemos que todos sus anteriores esfuerzos habían fracasado por su falta de voluntad para hacer lo que era justo sin importarle el costo personal que esto tendría para él.
Pero Pilato no lo iba a tener fácil. Una multitud de judíos estaban esperándole afuera dando voces para que crucificara a Jesús. Estos habían sido instigados por las voces de "los principales sacerdotes y los alguaciles" (Jn 19:6). Lamentablemente, una vez más un pequeño grupo de personas con intereses bien definidos, conseguían engañar a las multitudes haciéndoles creer que ellos representaban la auténtica voz del pueblo. Por alguna razón siempre parecen ser mayoría los que más gritan, y el pueblo que los sigue se dan cuenta demasiado tarde del error al que son conducidos por ellos.
Tanto las multitudes, como el mismo Pilato, deberían haber desconfiado de los gritos de los líderes religiosos judíos, porque como norma, la gritería se produce cuando faltan las razones o se quiere infundir temor.
La amenaza de llevar el asunto al César
Los intentos de los judíos por presentar una causa para condenar a Jesús habían fracasado, así que, además de dar voces ante Pilato, optaron en último término por las amenazas y el chantaje. Este iba a ser el argumento definitivo que llevaría al gobernador a condenar al Señor, pero debemos notar que en esta ocasión no había ninguna acusación contra Jesús, sino contra Pilato.
La situación se encuadra perfectamente dentro de la historia secular. En esos momentos la posición de Pilato era delicada en Roma y sabía que no se podía permitir desagradar al Emperador. Los judíos conocían bien la situación y decidieron explotarla. Era verdad que ellos habían acusado a Jesús de hacerse rey, pero el gobernador lo había desestimado por falta de evidencias, pero los judíos sabían que una acusación así se podía presentar ante el Emperador en Roma de tal manera que pusiera a Pilato en serias dificultades. Por supuesto, el gobernador conocía bien la capacidad que aquellos judíos tenían para manipular las cosas, y tomó muy en serio sus amenazas.
Por lo tanto, de lo que se trata a partir de este momento no era del futuro de Jesús, sino del de Pilato. ¿Daría más importancia Pilato a sus propios intereses personales o a la justicia? Justo cuando estaba más resuelto que nunca a soltar a Jesús, vio peligrar su propia posición social, y sin dudarlo, optó por condenarle. Por su mente debió de pasar inmediatamente la idea de que estaba a punto de perder su prestigio, posición social, posesiones, y quizá hasta su propia libertad o incluso su vida.
Pilato representa bien a la raza humana. ¡Cuántas veces no hacemos lo que deberíamos porque pensamos que va a perjudicar nuestros propios intereses personales! ¡Cuántas veces hacemos lo que el mundo espera de nosotros en lugar de hacer lo correcto!
La acusación contra Pilato
¿Cuál fue la acusación concreta que los judíos hicieron contra Pilato y que resultó tan eficaz? Ellos gritaron: "Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone". Ellos le acusarían ante el emperador de poner en libertad a un hombre al que las multitudes aclamaban como el "Rey de Israel" (Jn 12:12-13), de tratar con debilidad a los rebeldes y de no cuidar los intereses del emperador.
En aquellos momentos el César que había en Roma era el cruel y desconfiado Tiberio, un hombre celoso de su autoridad despótica, y que jamás habría perdonado que uno de sus gobernadores locales pusiera en libertad a alguien que aspirara a la realeza. Esto lo habría considerado como un acto de traición.
Los judíos ya habían presentado ante el temible emperador diversas quejas contra Pilato (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, Tomo 3, Libro XVIIII, Capítulos 3 y 4), y el gobernador sabía muy bien que su gestión no había estado libre de abusos de todo tipo, y fácilmente una acusación como la que ahora los judíos planeaban enviar a Roma podría terminar con su carrera política. Sus temores no eran infundados, de hecho, años más tarde fue citado a Roma para dar cuenta de sus actos y fue destituido.
"No eres amigo de César"
Años más tarde "amigo del César" se convirtió en un título oficial que era dado a altos oficiales del Imperio Romano que demostraban su lealtad y servicio excepcional al César, llegando a formar un círculo exclusivo al que el emperador concedía importantes privilegios. Aquí podría tener ya algo de ese sentido, pero tal como lo usaron los judíos podría tratarse de un término general para describir a cualquier simpatizante de Roma que fuera leal al emperador y se preocupara por sus intereses.
El caso es que los enemigos de Jesús conocían bien este punto débil de Pilato: él quería ser reconocido como "amigo del César", así que le amenazaron con que podría perder esta posición si dejaba en libertad a Jesús.
Si Pilato dejaba de ser amigo del César se convertiría inmediatamente en su enemigo, y el emperador Tiberio tenía una fuerte reputación de eliminar a sus enemigos sin miramientos.
En este punto Pilato vio con claridad las implicaciones personales que tendría para él soltar a Jesús. Por un lado perdería la amistad del César, con todos los privilegios que esto le aportaba, pero además, se ganaría su enemistad, lo cual pondría en peligro hasta su misma vida. Él tomó su propia decisión: prefirió confabularse con los judíos y asesinar a un inocente antes que perder su posición personal frente a Roma.
Pilato deseaba ser amigo del César tanto como la gente de nuestro tiempo desea tener la aprobación del mundo, y por esa razón desprecian a Cristo. ¿Es esta una buena elección?
La verdad es que Jesús es un rey muy diferente al César, y eso por muchas razones. El César era un rey de este mundo que tenía su trono en Roma, mientras que Cristo había sido rechazado por todos, tanto judíos como gentiles, clavándolo finalmente a una cruz. Además, había anunciado a sus discípulos que aquellos que le siguieran sufrirían también las burlas y la persecución de los hombres. Desde ese punto de vista, difícilmente encontraría Pilato algún atractivo para seguir a Cristo.
Pero esta visión no tenía en cuenta que Jesús es el soberano de todos los reyes de este mundo, y que un día volverá para gobernar sobre todos ellos, y su reino nunca terminará. Por otro lado, aunque Jesús nos exige obediencia absoluta y sufrir por su nombre, él nunca nos pedirá soportar algo que él no haya soportado antes por nosotros. Por supuesto, la lealtad al César podía incluir muchos sacrificios, pero él mismo nunca sufriría por su pueblo. Además, Cristo ofrece reinar con él a todos aquellos que le confiesan como su Señor y Salvador, mientras que el César sólo daría algunos privilegios temporales a aquellos que sirvieran a sus intereses. ¿Qué decidiría Pilato? ¿Y cada uno de nosotros?
Pilato era un hombre que carecía de temor de Dios, razón por la cual estaba lleno de otros temores. Por ejemplo, temía a Jesús y deseaba librarse de la responsabilidad de juzgarlo, máxime desde que había escuchado que él afirmaba ser el Hijo de Dios (Jn 19:8). Pero Pilato temía también a los judíos y la oposición que pudieran hacer a sus juicios. Y también temía al César en Roma. Fue por causa de sus múltiples temores que fue incapaz de hacer justicia en el caso de Jesús y liberarlo. En cambio, el temor de Dios permite al hombre enfrentar y resistir las tentaciones sin transigir ni pecar. Es temiendo a Dios que los cristianos son capaces de resistir el miedo del hombre. Es la confianza en un Dios soberano y omnipotente lo que nos libra del temor paralizante al hombre.
Cuando observamos a Pilato vemos que era un hombre con buenas intenciones, pero débil moralmente, y de una persona así no se puede esperar nada bueno. Que tuviera buenos sentimientos o convicciones correctas no significaba nada, porque llegado el momento cambiaría, porque los hombres que no tienen una sola mente, y finalmente buscarán por encima de todo satisfacer sus débiles y malos sentimientos. De un hombre débil moralmente se puede esperar cualquier tipo de maldad, y ese era Pilato; como muchas personas en este mundo, que alardean de sus buenos sentimientos, pero que en la práctica hacen todo lo contrario de lo que dicen.
Pilato se dispone a dictar sentencia contra Jesús
(Jn 19:13) "Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata"
Por todo lo que acabamos de ver, Pilato cedió inmediatamente al chantaje de los judíos. Verse expuesto a un cargo de traición, o de atender con negligencia los intereses del César, era algo que el gobernador no se podía permitir, y desde ese momento ya no se atrevió a oponerse más a las demandas sanguinarias del pueblo judío. Su convicción de que el prisionero era inocente, su sentido de la justicia, su voluntad de impedir que los judíos se salieran con la suya, fueron dejados a un lado mientras su impotencia se hacía completamente evidente y su determinación se desvanecía.
A partir de aquí vemos que tomó asiento en el tribunal para pronunciar sentencia contra Jesús. Aunque sabía que estaba siendo un farsante, sin embargo, ocupó su asiento judicial actuando como un juez competente y justo: "Y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata".
Juan describe un área pavimentada adyacente al palacio, un lugar conocido como "el Enlosado". En hebreo era conocido como "Gabata", que significa "lugar elevado". Allí se colocó un estrado donde se pondría la silla desde la que el gobernador había de dar su sentencia. Desde esa posición estaría a la vista de las multitudes que estaban afuera.
Como vemos, aunque se iba a cometer un crimen judicial, todo estaba siendo preparado como si se tratara de un acto justo. ¡Cuántas veces la injusticia se disfraza de justicia!
El momento de la sentencia
(Jn 19:14) "Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!"
Se ha generado mucha controversia respecto al día exacto en que Cristo murió, y en gran medida ésta se origina por la expresión que encontramos aquí: "Era la preparación de la pascua". Lucas nos dice que el Señor y los discípulos habían comido juntos la pascua la noche anterior (Lc 22:15), entonces, ¿cómo dice ahora que aquel día era cuando se hacía "la preparación de la pascua"?
Se han buscado diferentes soluciones para explicar esta aparente contradicción, pero la más sencilla es recordar que la pascua iba seguida por la fiesta de los panes sin levadura que duraba siete días, y que los judíos se referían de manera conjunta a ambas fiestas como la "pascua" (Lc 22:1) (Hch 12:3-4). Por lo tanto, nos encontramos aquí con el día anterior al sábado de esa semana, que sería muy especial por ser día de reposo y tener lugar durante la celebración de la pascua (Mr 15:42) (Lc 23:54), por esa razón "aquel día de reposo era de gran solemnidad" (Jn 19:31). Tenemos que concluir entonces que Jesús fue sentenciado y crucificado el día viernes.
Y otro detalle sobre el que también se ha escrito mucho tiene que ver con la hora en que Pilato dictó la sentencia contra Jesús y comenzó la crucifixión. Juan nos dice que era "como la hora sexta", mientras que Marcos afirma que Jesús fue crucificado en "la hora tercera" (Mr 15:25).
Para entender esta aparente contradicción debemos recordar que las personas en aquellos días no usaban relojes, y que las horas se daban de manera aproximada, por esa razón Juan dice que era "como" la hora sexta. Otro detalle que también debemos tener en cuenta es que en aquellos tiempos el día se dividía en cuatro partes de tres horas, comenzando al amanecer (seis de la mañana) y terminado al atardecer (seis de la tarde). Por lo tanto, cuando Marcos dice que Jesús fue crucificado en la "hora tercera", lo que esto significa es que tuvo lugar en algún momento durante el período de tres horas entre las nueve y las doce de la mañana. Por su parte, Juan, en lugar de referirse al final de la "hora tercera", estaría pensando en el comienzo de la hora sexta, que abarcaba entre las doce y las tres de la tarde. No debemos exigir a los evangelistas un grado de precisión en cuanto a las horas como el que tenemos nosotros ahora que usamos relojes de precisión con horas, minutos y segundos, más bien deberíamos entender que ambos están pensando en que la crucifixión de Jesús ocurrió "al final de la mañana", puesto que ninguno de ellos pretendía darnos una hora exacta, sino un tiempo aproximado, tal como ellos lo percibían al mirar al sol, y no como indicaba un moderno reloj de pulsera.
"¡He aquí vuestro Rey!"
En aquel momento Pilato ya era consciente de que había perdido la batalla contra los judíos, pero antes de rendirse definitivamente todavía iba a hacer una última exhibición del desprecio que sentía hacia los judíos, así que les presenta a Jesús y les dice: "¡He aquí vuestro Rey!". Ellos se lo habían entregado diciéndole que se hacía el rey de los judíos, y ahora él, con un estilo claramente provocador, se lo devuelve presentándolo como su rey, al que por supuesto no querían.
Así que, del mismo modo que Caifás, el sumo sacerdote de Israel, había anunciado sin saberlo que Jesús sería el sacrificio expiatorio por la nación (Jn 11:50), ahora Pilato, el representante del Imperio Romano, iba a decir, sin entender todas sus implicaciones, que Jesús era el Rey de los judíos.
"¿A vuestro Rey he de crucificar?"
(Jn 19:15) "Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César".
El comentario de Pilato sólo sirvió para enfurecer aún más a las multitudes, que inmediatamente comenzaron a gritar: "¡Fuera, fuera, crucifícale!". No podían ocultar el odio irracional que sentían hacia Jesús y sus deseos de que cuanto antes fuera ejecutado. Sólo verle en una cruz los satisfaría.
Aquí encontramos una increíble paradoja: el Rey que da su vida por el pueblo (Jn 11:50) (Jn 18:14), mientras es rechazado él.
Pero Pilato continuó con su amarga ironía y les volvió a preguntar: "¿A vuestro Rey he de crucificar?". No hay duda de que esta era una pregunta calculada para enojar aún más a los judíos, pero encerraba también una amarga cuestión para el mismo Pilato. ¿Qué haría con Jesús? Los gobernantes y emperadores romanos habían terminado con reyes de todo tipo en aquellos países que habían conquistado, y se gloriaban de ello, pero Pilato ya había manifestado en repetidas ocasiones su negativa a condenar a Jesús. Este caso era completamente diferente.
La decisión que Pilato tomara con Jesús uniría su nombre al de él con importantes consecuencias. Así que, la pregunta seguía todavía en el aire: "¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?" (Mt 27:22). Sólo tenía dos alternativas: ponerse del lado de quienes lo rechazaron y buscaban su muerte, o reconocerlo como su Rey y Salvador. La primera de ellas le llevaría a la condenación eterna, mientras que la segunda le traería la salvación eterna. Pilato había hecho innumerables intentos por librarse de posicionarse frente a esta cuestión, pero una y otra vez había descubierto que era imposible. No había terreno intermedio: o lo condenaba o lo liberaba; o se ponía al lado de los judíos o en su contra; o aceptaba que era un revolucionario y un blasfemo, o por el contrario admitía que era el Cristo, el Hijo de Dios.
Y de la misma manera, nada puede librarnos a nosotros de la responsabilidad de pronunciarnos sobre la persona de Jesús. Ahora es nuestro turno.
"No tenemos más rey que César"
Los que ya habían tomado su propia decisión eran aquellos judíos. Contra toda lógica eligieron al César como su rey: "No tenemos más rey que César".
La ironía alcanza aquí un nivel que es difícil de superar. El representante del César presenta a Jesús como el rey de los judíos, y los judíos afirman no tener más rey que César.
Esto era muy grave, porque a lo largo de todas las Escrituras Dios es presentado como el único Rey de Israel: (Sal 29:10) (Sal 47:3-7) (Sal 74:12) (Sal 145:1) (Sal 149:2) (Is 6:5) (Zac 14:9). Ellos, en cambio, aceptan como rey legítimo al emperador romano, el que les había quitado su independencia como nación, el pagano que no reconoce a Dios.
¿Cómo podían dar gritos afirmando que sólo eran leales al César, aquel que los había conquistado y sometido por la fuerza? ¿Cómo podían decir eso cuando en realidad lo odiaban con todas sus fuerzas? Todo era una falsa, pero era el precio que ellos tenían que pagar para conseguir que Pilato ejecutara a Jesús. Con ello quedaba claro, tal como el Señor les había dicho, que además de ser súbditos de Roma, también eran esclavos de sus propias pasiones pecaminosas (Jn 8:33-34).
En todo caso, lo que tenemos aquí es un espectáculo miserable y despreciable. Pilato pisotea su propia conciencia para evitar perder el favor del César, y los judíos renuncian a su Mesías fingiendo lealtad al César. Es difícil decidir qué fue peor, si la cobardía de Pilato o la hipocresía de los judíos. ¡Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano en su rechazo de Dios!
Así que, aunque Pilato sabía con total seguridad que en lo profundo de sus corazones los judíos odiaban al César, aun así siguió adelante y se prestó a sus intereses.
Ahora bien, ¿qué tipo de gobierno estaban eligiendo? Para empezar debemos notar que su elección no tenía nada de sorprendente en este momento. Cuando unas horas antes Pilato les propuso soltar a Jesús en lugar de Barrabás, ellos pidieron que dejara en libertad al homicida (Jn 18:40), por lo tanto, tampoco nos extraña que ahora, una vez que habían rechazado a su Mesías, prefirieran quedarse con el César. Curiosamente su elección fue la misma que había hecho Pilato; él también había preferido quedarse con la amistad del Emperador de Roma antes que con la de Jesús. Pero elegir esto fue una triste decisión, porque ningún gobierno humano ha logrado satisfacer plenamente a los hombres. Y de hecho, si algo caracterizó el poder de Roma fue la represión, las guerras y la esclavitud.
Aun así, aunque las palabras de los judíos fueron fruto del oportunismo, no obstante, reflejaban la verdad, pues ellos no rendían una verdadera adoración a Dios. Su elección era lógica; los líderes judíos sólo estaban dispuestos a seguir a aquel que legitimara su posición y privilegios. Por su parte, Jesús había denunciado sus abusos en el templo, pero el gobierno de Roma no ponía ningún problema para que siguieran con sus prácticas. Aquí tenemos un claro ejemplo de lo que son los falsos pastores; aquellos que buscan sus propios intereses en lugar de los de Dios.
En todo caso, estamos presenciando una amarga ironía. Los sacerdotes habían acusado a Jesús de blasfemia, pero ahora ellos estaban renunciando públicamente al reino del Mesías prometido por Dios y se declaraban satisfechos con César. ¡Eso sí que era un acto blasfemo! ¡Nación infiel! ¡Renunciar a su Dios por un monarca malvado y pagano! ¡Eso sí que era un acto de apostasía!
No había duda, su odio hacia Jesús, el Mesías de Dios, era tan grande que preferían negar su fe en las promesas de las Escrituras antes que verlo librarse de la crucifixión. Ninguna de las cosas que ellos hacían tenía sentido. Acababan de celebrar la pascua, en la que año tras año manifestaban su esperanza en que Dios los liberaría del poder opresor de Roma, como antes lo había hecho del de Egipto, pero ahora, piden la crucifixión de su Mesías y eligen al César.
Con sus acciones y palabras manifestaban que se habían separado del Dios de Israel y se habían convertido en una nación más de este mundo. Habían abdicado de su posición única en este mundo bajo la soberanía de Dios. Habían roto el pacto sagrado con Dios en el que era fundamental el reinado de Dios sobre el mundo en general, pero de manera especial sobre Israel, su pueblo escogido. Habían abandonado la esperanza manifestada tantas veces por sus profetas en la antigüedad: "Jehová Dios nuestro, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros; pero en ti solamente nos acordaremos de tu nombre" (Is 26:13). Ellos que solían decir "el Señor Dios es nuestro Rey", renunciaron a la fe de sus antepasados y declararon públicamente que César era su rey.
Todo esto era extremadamente grave. Mientras que Pilato, el gobernador romano, hacía denodados esfuerzos para librar a Jesús, los sacerdotes judíos instigan al pueblo para que Jesús fuera crucificado, y lo hacían sin remordimientos ni disimulos. Todo esto resultaba muy inquietante.
Y Dios les tomó la palabra. Al igual que en los días de Samuel, cuando Israel le dijo: "constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones", la respuesta de Dios fue: "Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos" (1 S 8:5-7). Así fue, como consecuencia de su fatal decisión, "muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines" (Os 3:4).
Estas palabras de los líderes de los judíos determinaron la caída de la nación ciega y apóstata. Tan sólo cuarenta años después, el rey que habían escogido destruyó Jerusalén, exterminó una parte importante del pueblo y llevó el resto al cautiverio.
Además, como resultado del desprecio que Israel manifestó con el Mesías de Dios, a partir de ese momento ellos fueron reemplazados por la Iglesia como el centro de los propósitos de Dios en la historia de la humanidad.
Esto nos enseña que cuando el ser humano rechaza a Jesús se precipita sin remisión a la destrucción de sí mismo. Las implicaciones se hacen notar en esta vida presente, pero son mucho peores las consecuencias eternas que tienen el hecho de renunciar a Jesús como Rey y Salvador. ¡Cuán irrazonable y destructiva es la incredulidad!
"Lo entregó a ellos para que fuese crucificado"
(Jn 19:16) "Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron."
Finalmente Pilato accedió a sus deseos y "lo entregó a ellos", que es una forma de decir que lo sentenció a la muerte que ellos deseaban para Jesús. Este sería el acontecimiento más importante de toda la historia humana, el momento al que las Escrituras del Antiguo Testamento apuntaban. Ahora el Mesías llevaría a cabo la obra de la salvación a favor de la humanidad.
En realidad, aunque accedió a los deseos de los judíos, habrían de ser los soldados romanos quienes se ocuparían de la crucifixión. Ellos, pues, "tomaron a Jesús, y le llevaron". Es probable que antes de la crucifixión el Señor volviera a ser azotado cruelmente. Todo estaba en marcha y los judíos se sentirían satisfechos por su conquista.
Allí quedaba Pilato, con una conciencia que le acusaba. ¿Cómo intentó resolverlo? Buscó persuadirse a sí mismo de que él no era el responsable de lo que estaba ocurriendo. Veamos lo que nos dice el evangelista Mateo: "Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros" (Mt 27:24). ¿Realmente podía Pilato convencerse a sí mismo de esa manera de que no había tenido nada que ver con la muerte de Jesús? El que los judíos fueran claramente culpables, no justificaban su cobardía y que buscara sus propios intereses personales. ¡Pobre persona toda aquella que no toma una decisión a favor de Cristo, sino que prefiere seguir sus propios intereses personales!
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