Su mensaje les había sido confiado por Dios mismo, de ahí su completa veracidad, fiabilidad y autoridad. No había en él nada de invención humana.
Sus motivaciones estaban marcadas por la santidad, y habían sido probadas y aprobadas por Dios.
Sus métodos estaban marcados por la honestidad. No empleaban procedimientos astutos ni engañosos con el fin de atrapar a sus oyentes (la palabra traducida "engaño" se empleaba para describir la carnada que servía para atraer y atrapar al pez). No eran ese tipo de predicadores que crean una atmósfera artificial para manipular a sus oyentes. Nada de palabrería, ni de mentiras, ni de artimañas.
¿Hay algún tipo de impureza moral o personal en mi ministerio?
¿Sirvo en el ministerio por amor al dinero?
¿Predico el evangelio tal como aparece en la Palabra o he cedido a las filosofía y modas teológicas del momento?
¿Estoy aceptando chantajes morales y espirituales de la congregación o del mundo?
¿Estoy buscando los aplausos y complacer a los oyentes en lugar de buscar la gloria de Dios?