Estudio bíblico: Jesús sana a un paralítico - Marcos 2:1-12
Jesús sana a un paralítico - (Mr 2:1-12)
(Mr 2:1-12) "Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa."
Introducción
El Señor había comenzado su ministerio público en Capernaum, ciudad a la que se había trasladado a vivir desde Nazaret. Allí en la sinagoga dejó a todos admirados por su autoridad en la enseñanza de la Palabra y también por su poder para echar fuera espíritus inmundos. Unas horas después demostró también su poder sanando a todos los enfermos que le llevaron hasta la casa donde se hospedaba. Al día siguiente, acompañado por sus nuevos discípulos, comenzó un primer viaje de evangelización por toda Galilea, regresando nuevamente a Capernaum, donde había establecido su base de operaciones. Este fue un viaje muy intenso, en el que el Señor visitó muchas sinagogas presentando sus credenciales mesiánicas echando fuera demonios y sanando a los enfermos (Mr 1:39). Sin embargo, de todas las cosas que el Señor hizo durante ese viaje, Marcos sólo detalla la sanidad de un leproso (Mr 1:40-45). Como ya vimos, ese milagro tenía algunas características que lo hacían muy especial. Por un lado, el Señor demostró que se sujetaba a la ley, ya que mandó al leproso sanado que fuese al templo para ofrecer por su purificación lo que Moisés había mandado. Todo esto sirvió para dar testimonio a los sacerdotes en el templo de que una persona extraordinaria se había presentado en Israel. Su nombre era Jesús, y no iba a ser la última vez que escucharan hablar de él.
Pero al estudiar ese milagro, consideramos también que la lepra servía con frecuencia en las Escrituras para simbolizar el pecado. La persona leprosa era excluida de la vida social y religiosa de Israel, del mismo modo que el pecado nos excluye del reino de Dios. Además, la lepra era también una enfermedad repugnante, que hacía de quien la padecía una persona sucia e inmunda, igual que el pecado.
El evangelista Juan en su primera carta enfatiza dos cosas que Cristo quiere hacer con nuestros pecados si los confesamos:
(1 Jn 1:9) "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad."
Notemos con atención que necesitamos ser perdonados y limpiados de nuestros pecados. Y esto es lo que el Señor iba a demostrar que podía hacer por medio de los dos milagros de sanidad que Marcos nos relata en estos pasajes. En primer lugar, limpió al leproso. Recordemos sus palabras cuando lo hizo: "Quiero, sé limpio" (Mr 1:41). Y ahora, en este nuevo milagro, veremos que también puede perdonar los pecados (Mr 2:5). Por lo tanto, ambos milagros manifiestan cómo el Señor trata con nuestros pecados: nos perdona y nos limpia. Todos nosotros sabemos que esto es lo que necesitamos, porque cuando pecamos nos sentimos culpables y sucios.
Jesús de nuevo en Capernaum
Ahora Marcos nos presenta a Jesús de nuevo en la casa en Capernaum. Tal vez esta casa sea nuevamente la de Pedro, igual que antes en (Mr 1:29).
Sin embargo, a diferencia de la ocasión anterior, cuando una muchedumbre había ido para que los sanase de sus enfermedades (Mr 1:32-33), aquí la casa se llenó de personas que escuchaban al Señor predicar la Palabra. ¡Qué bueno cuando en una reunión de estudio bíblico la casa está hasta arriba y ya no cabe nadie más!
En cuanto a la construcción de las casas en Israel, hay un detalle que debemos conocer para entender bien el pasaje. En aquel tiempo las casas normalmente tenían una techumbre plana, como una terraza, a la que se subía por medio de una escalera exterior. Esta cubierta estaba formada por vigas que iban de una pared a otra separadas por un metro entre sí. Este espacio entre las vigas se llenaba de cañizo y de tierra.
Los cuatro amigos
El pasaje comienza presentándonos a cuatro amigos que llevaban a un paralítico. Vale la pena considerar a estos cuatro amigos anónimos del paralítico. Estos sí que demostraron ser amigos de verdad.
El Señor elogió la fe de ellos por haberse tomado tanta molestia en traerle a aquel hombre necesitado, y por su actitud han llegado a ser también un ejemplo para cuantos se esfuerzan en llevar almas a Jesús. Muchas personas dan testimonio con gratitud y gozo de que en gran medida deben lo que son a la fe de sus padres, hermanos o amigos que han orado incansablemente por ellos y les han predicado la Palabra del Señor.
Notemos también que estos cuatro amigos perseveraron en su noble empeño de llevar a su amigo hasta los pies de Jesús superando todos los obstáculos. La fe se manifiesta especialmente en las cosas difíciles. La fe debe ser nuestra respuesta a los obstáculos.
Así pues, la forma en la que introdujeron al paralítico hasta la presencia de Jesús no era lo que podríamos decir muy ortodoxa. Realmente estaban corriendo ciertos riesgos. ¿Qué pensaría el dueño de la casa cuando viera que se la estaban destrozando? ¿O qué pensaría el Señor cuando fue interrumpido de esa manera en su predicación de la Palabra? La fe nos puede llevar a hacer cosas poco convencionales.
"Un paralítico"
Su enfermedad lo dejaba impotente, privado de toda capacidad de acción, necesitado de la ayuda de los demás.
Sirve para ilustrar cómo el pecado nos debilita y paraliza. El apóstol Pablo describió bien nuestra situación como hombres pecadores:
(Ro 5:6) "Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos."
No obstante, no debemos pensar que el paralítico fuera alguien absolutamente pasivo. El pasaje presenta dos evidencias claras de la fe de este hombre. En primer lugar, cuando Jesús le mandó que se levantara y tomara su lecho, su obediencia a este mandato, imposible de cumplir por sí mismo, evidenciaba su fe en Jesús. Y también creemos que el paralítico estaba plenamente de acuerdo con sus cuatro amigos cuando decidieron ir a Jesús, porque sin esa fe habría sido imposible que el Señor declarase que sus pecados le eran perdonados.
La fe en Jesús cambió de forma radical la vida del paralítico; y esto siempre tiene que ser así. En su caso, el cambio fue asombroso. Había entrado como un paralítico llevado por cuatro amigos, pero había salido por su propio pie. Había entrado como un pecador, pero había salido justificado y perdonado.
Cuando alguien ha sido salvado por el Señor, esto se tiene que manifestar en una nueva vida. Tenemos que andar como vivos de entre los muertos. Cristo capacitó al paralítico para "andar en novedad de vida" (Ro 6:4).
Nunca podremos enfatizar suficientemente que el perdón de los pecados es sólo por la fe, sin las obras (Ef 2:8-9). Pero cada vez se hace más necesario subrayar que la verdadera fe produce obras, de otro modo, está muerta o no existe: "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Stg 2:17). Hoy en día cada vez hay más personas que dicen que creen en Cristo, pero sus vidas no cambian, o lo hacen de una forma tan tímida que es casi imperceptible. En esos casos hay que dudar de que realmente exista fe auténtica, y será necesario repetir la exhortación de Pablo a los Corintios: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos" (2 Co 13:5).
El nuevo nacimiento es un cambio tan radical que no debería dejar lugar a dudas:
(2 Co 5:17) "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
La relación entre la enfermedad y el pecado
En el pensamiento judío de aquella época había una relación directa entre el pecado y el sufrimiento. Por ejemplo, en una ocasión cuando Jesús se encontró con un ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntaron: "Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?" (Jn 9:2). No cabe duda de que ellos estaban expresando la creencia popular entre los judíos de que la enfermedad es la consecuencia directa del pecado.
Pero no sólo entre los judíos existía esta forma de pensar. Cuando el apóstol Pablo llegó a la isla de Malta después de haber sufrido un naufragio y estaba recogiendo algunas ramas secas para el fuego, una víbora se le prendió en la mano, entonces los naturales de la isla expresaron pensamientos similares a los de los judíos: "Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado del mar, la justicia no deja vivir" (Hch 28:3-4).
De algún modo, todos nosotros pensamos que puede haber alguna relación entre las adversidades que enfrentamos y los pecados cometidos, aunque normalmente parece que lo vemos con más claridad en los demás. Cuantas veces hemos escuchado decir, o nosotros mismos lo hemos dicho: "esto le ha pasado a tal persona como castigo por lo que ha hecho".
En este pasaje, todos los judíos pensaban de este modo, y veían una clara relación entre el pecado y la enfermedad. Por lo tanto, un enfermo tan grave como el paralítico era un pecador con el que Dios estaba muy airado.
No podemos negar que gran número de enfermedades se deben al pecado del que las padece, pero también es verdad que hay otros muchos casos en los que no es así. Por ejemplo, una persona puede conducir su automóvil bajo los efectos del alcohol, y como consecuencia estrellarse contra otro conductor causándole graves lesiones que lo dejen en una silla de ruedas. En ese caso, el pecado del conductor ebrio sería el causante de la parálisis del otro conductor.
Los amigos de Job intentaron convencerle una y otra vez de que todos los sufrimientos que padecía eran consecuencia de sus pecados, llegando en su atrevimiento a acusarle de pecados concretos. Pero estaban completamente equivocados. La Palabra nos enseña que Job fue probado de una forma tan dura debido a su fidelidad, no a su inmoralidad. Recordemos las palabras de Dios a Satanás: "¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?" (Job 1:8).
Pero dicho esto, la Biblia enseña con toda claridad que tanto la muerte como las enfermedades son fruto de la caída. Si Adán y Eva no hubieran pecado, no existirían todas las desgracias que hoy en día nos son tan comunes. La causa de cualquier enfermedad que podamos padecer tiene su origen en nuestra naturaleza pecaminosa heredada de nuestros primeros padres.
Y en este pasaje vemos que el Señor también estableció esta misma relación cuando trató con el paralítico. Vemos cómo él se dirigió primero a la causa de su problema cuando le dijo ante el asombro de todos: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mr 2:5). Y a continuación, también le sanó de su enfermedad, es decir, de las consecuencias del pecado.
Al hacerlo en este orden, él quería señalar que el verdadero problema de este hombre eran sus pecados. Es muy probable que muchas personas no estén de acuerdo con esta afirmación. Dirán que su mayor problema era la parálisis. Al fin y al cabo, ¿qué pecados podía tener una persona en su condición?
Hoy en día escuchamos muchas voces parecidas que nos dicen que los verdaderos problemas de la humanidad son la pobreza, la migración, el terrorismo, las guerras, el calentamiento global, el desempleo, la falta de educación, la violencia de género y otro sinfín de cosas que hacen que la vida en este mundo sea cada vez más difícil. Pero según el diagnóstico divino, todas estas cosas son consecuencias del pecado. Y si este mundo está tan mal, es porque todos nosotros somos pecadores; los pobres y los ricos, los cultos e incultos, incluso los paralíticos.
Notemos que el paralítico no dijo nada cuando el Señor en lugar de sanarle le perdonó sus pecados. Su silencio es muy interesante. Seguramente muchos de nosotros habríamos reaccionado de una forma diferente: "Señor vine a ti porque soy paralítico, ¿no te das cuenta de que ese es mi problema? Si tan solo pudiera volver a andar, todos mis problemas se terminarían". Es verdad que luego el Señor también le sanó, pero en este punto es interesante notar que el paralítico aceptó que el Señor sólo le perdonara sus pecados. Parecía entender que eso era lo que realmente necesitaba, más que ninguna otra cosa.
Jesús y el perdón de pecados
El gran problema de la humanidad es el pecado. El cielo es un lugar hermoso porque no hay pecado, y por supuesto, tampoco ninguna de sus tristes consecuencias (Ap 21:4).
Así pues, la razón principal por la que el Señor Jesucristo vino a este mundo fue para perdonar los pecados de los hombres. Esto es lo que dice Juan: "él apareció para quitar nuestros pecados" (1 Jn 3:5). Ahora bien, ¿cómo iba el Señor Jesucristo a perdonar a los pecadores?
En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados se conseguía ofreciendo diferentes sacrificios estipulados por la ley. Sin embargo, cuando Jesús trató con el paralítico, no le dijo que fuera al templo, sino que directamente declaró que sus pecados eran perdonados. Esto nos lleva a hacernos dos preguntas muy importantes: ¿Acaso ignoraba el Señor la ley? ¿No eran necesarios los sacrificios para el perdón de los pecados?
En primer lugar, podemos afirmar con seguridad que el Señor no ignoraba la ley. En el pasaje anterior vimos que después de sanar al leproso le dijo: "Mira, no digas a nadie nada, sino vé, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó" (Mr 1:44). Había buenas razones para que el Señor no hubiera hecho esto, dado que los sacerdotes habían convertido aquel templo, la casa de Dios, en una cueva de ladrones (Mr 11:17), pero él no había venido a abolir la ley, sino a cumplirla (Mt 5:17).
Y en segundo lugar, persistía la necesidad de ofrecer una víctima inocente en sacrificio para conseguir el perdón de los pecados. Sin embargo, los sacrificios que se ofrecían bajo el orden levítico no podían por sí mismos perdonar el pecado. El autor de Hebreos señala dos evidencias que demuestran esto. Por un lado, estaba el hecho de que constantemente había que repetirlos, de lo que se deduce que eran insuficientes para conseguir un perdón definitivo, y por otra parte, el propio israelita que los ofrecía, no llegaba a disfrutar de una conciencia perfecta, libre de culpa:
(He 10:1-2) "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado."
En realidad, todos los sacrificios realizados por los israelitas en la antigüedad, sólo tenían valor porque apuntaban al verdadero y definitivo sacrificio de Cristo. Por lo tanto, cuando el Señor le dijo al paralítico que sus pecados eran perdonados, lo estaba haciendo sobre la base de su propio sacrificio en la cruz. Y aunque Cristo no había muerto todavía, sin embargo, él estaba actuando como si esto fuera ya un hecho consumado en la mente de Dios e imposible de cambiar.
Pensando en esto debemos reflexionar en las palabras de Jesús a los judíos: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?" (Mr 2:9). Para nosotros, cualquiera de las dos cosas son imposibles, pero cuando pensamos en qué resultaba más fácil para Jesús, tenemos que concluir que perdonar sus pecados era realmente mucho más difícil, porque eso implicaba ir a la Cruz.
¿Quién es Jesús?
La pregunta que en aquellos días todos se hacían era esta: ¿quién es Jesús? Al fin y al cabo, es una pregunta que todos nosotros debemos hacernos también. Y el evangelista la va contestando poco a poco a través de diferentes acontecimientos de su vida. En este pasaje encontramos cuatro respuestas a esta pregunta:
1. Era omnisciente
Es lo que se deduce del hecho de que conocía los pensamientos de todos los que estaban allí:
(Mr 2:8) "Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos..."
2. Tenía poder para sanar todo tipo de enfermedades
El Señor volvió a demostrar su poder para sanar enfermos con la sanidad de un paralítico. Y no debemos olvidar que estas eran credenciales que le acreditaban como el verdadero Mesías prometido por el Antiguo Testamento.
3. Tenía autoridad para perdonar pecados
Si hasta ese momento había demostrado su autoridad y poder en la esfera física sanando todo tipo de enfermedades, ahora iba a demostrar su autoridad en la esfera moral al perdonar el pecado.
En primer lugar debemos observar que Jesús concedió al paralítico el perdón de sus pecados actuando en su propio nombre. Esto marcaba una gran diferencia con la forma en la que todos los otros siervos de Dios habían actuado en el pasado. Por ejemplo, después de la reprensión de Natán, David reconoció su pecado con temor, y el profeta le dijo: (2 S 12:1-13) "Jehová ha remitido tu pecado, no morirás". Natán no le perdonó su pecado a David, sino que le comunicó el perdón de Dios, y le dio como señal de la seguridad del perdón el hecho de que no moriría. Y así era en todos los casos.
Pero, "¿quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". Este fue el razonamiento de los escribas que escucharon lo que Jesús le dijo al paralítico (Mr 1:7). Su lógica era totalmente correcta. Al fin y al cabo, el pecado es una ofensa contra Dios, por lo tanto, debe ser él quien en último término puede perdonarla. Recordemos las palabras de David después de haber pecado con Betsabé:
(Sal 51:4) "Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos"
Ahora bien, ¿era cierto que los pecados del paralítico habían sido perdonados? ¿Cómo podía el Señor demostrarlo? Bueno, lo hizo siguiendo la lógica de los mismos escribas. Ellos mantenían que un hombre estaba enfermo porque era un pecador, por lo tanto, no se podría curar hasta que fuera perdonado de sus pecados. Así que, cuando Jesús curó al paralítico de una forma total y absoluta, puso en evidencia que también sus pecados habían sido perdonados.
Fijémonos bien en las implicaciones de este hecho. Los escribas habían hecho una deducción correcta cuando dijeron: "Blasfemias dice, ¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?". Sin lugar a dudas, ellos se dieron cuenta de que Jesús estaba actuando como si fuera Dios, pero él no se retractó de ello, todo lo contrario, pasó a justificar su reivindicación sanando al paralítico. Por lo tanto, les estaba diciendo que no sólo hablaba como si fuera Dios, sino que en realidad lo era.
Y la segunda implicación, es que si el pecado es una ofensa contra Dios y por lo tanto sólo él puede perdonarnos, se desprende que tanto el paralítico, como todos los demás presentes, habían pecado contra el Señor Jesucristo. Muchas personas se niegan a aceptar este hecho, pero el paralítico guardó silencio, dando a entender que lo aceptaba.
Y una tercera conclusión, es que aquel contra quien hemos pecado todos nosotros es el mismo que murió en la cruz para salvarnos.
4. "El Hijo del Hombre"
Otro detalle que no debemos pasar por alto es la forma en la que el Señor se refiere a sí mismo antes de sanar al paralítico:
(Mr 2:10-11) "Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa."
El Señor usó con bastante frecuencia el título "Hijo del Hombre" para referirse a sí mismo (aparece catorce veces en este evangelio). En principio, tanto este título, como el de "Hijo de Dios", servían para denotar tanto su naturaleza humana como divina.
Ahora bien, el título "Hijo del Hombre" fue usado por primera vez por el profeta Daniel para referirse al Mesías que habría de venir y a quien pertenecían todos los reinos de este mundo:
(Dn 7:13-14) "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido."
Por lo tanto, el Señor lo usó como un título mesiánico "oculto". Y lo hizo con cierta libertad, puesto que no tenía las connotaciones políticas que el título "Mesías" o "Cristo". De este modo evitó ser acusado de ser un revolucionario político, pero al mismo tiempo confirmó que él era el cumplimiento de la profecía de Daniel.
Perdón de pecados y sanidad física
A pesar de la forma irregular en la que el paralítico fue presentado interrumpiendo la enseñanza de Jesús, el Señor le recibió con amor. Notemos cuán tiernamente se dirige a él: "hijo". Pero no sólo eso, como ya hemos visto, hizo con él una obra completa de sanidad que consistió en perdonar sus pecados y restaurar su cuerpo.
Tal vez este hecho lleve a algunos a preguntarse por qué la mayoría de las personas que reciben el perdón de sus pecados por medio de la fe en Cristo, no son también sanados de sus enfermedades.
La verdad es que a nosotros nos gustaría que fuera así, pero esta no ha sido nunca la intención de Dios. El caso del paralítico debemos entenderlo como un anticipo de lo que Dios va a hacer finalmente con cada persona que deposita en él su fe. Cuando abandonemos este mundo seremos liberados inmediatamente de todas las consecuencias de nuestros pecados. Y podemos estar seguros de ello mirando el caso de este paralítico. Estos pasajes nos han sido dejados para fortalecer nuestra fe y confianza en el Señor.
"Nunca hemos visto tal cosa"
Todos los que presenciaron aquel milagro quedaron asombrados. Muchos de ellos ya habían visto otros milagros con anterioridad, pero aquí descubrieron que Jesús también tenía poder para perdonar pecados. Así que, todos exclamaron al unísono: "Nunca hemos visto tal cosa".
Y esto nos recuerda otra promesa que encontramos en la Palabra:
(1 Co 2:9) "Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman."
Todos aquellos que crean en Cristo nunca dejarán de ser asombrados con él por toda la eternidad.
Preguntas
1. ¿Qué detalles destacaría de los cuatro amigos del paralítico?
2. ¿Qué relación existe entre el pecado y la enfermedad?
3. ¿Cómo enfocaban el perdón de pecados el Antiguo Testamento, los religiosos judíos y el Señor Jesús?
4. ¿Qué significa el título "Hijo del Hombre"?
5. ¿Qué era más difícil para el Señor Jesucristo: sanar al paralítico o perdonar sus pecados? Razone su respuesta.
Comentarios
Trinidad Restrepo (España) (29/04/2024)
En la sencillez de su exposicion de la palabra aprendemos claramente su amor y su entrega a rescatar a todos los perdidos
Es increible tanta misericordia inmerecida
Vivimos bajo la gracia !
Rolando Alvarez (Bolivia) (01/11/2021)
Mi ciudad donde vivo es santa cruz _Bolivia muy buen material de apoyo para el crecimiento espiritual felicitaciones recién estoy mirando este blockde estudios y me parece excelente gracias shabatt shalomm
Marcela Farre (Brasil) (06/08/2021)
He estado escuchando y leyendo los comentarios con mucho agrado e interés cuando de golpe me entero que guardan el domingo
Yo pregunto : con que autoridad cambian el cuarto mandamiento dado por Dios?
De ninguna manera los apóstoles guardaban el domingo
Yolanda Beatríz Santamaria (El Salvador) (01/06/2021)
Me gusta mucho su estudio, estoy aprendiendo ,Dios bendiga sus vidas.
Jose Valdez Muñoz (Perú) (19/04/2021)
Que poderoso estudio, uno mas que afianza mi fe en Jesús quien es la manifestación del Dios eterno, como dijo el Apóstol Pablo en 1 Timoteo 3:16 E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria.
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