En primer lugar, encontramos que Jesús dedicó una parte importante de los cuarenta días que pasó con sus discípulos después de su resurrección a hablarles "acerca del reino de Dios" (Hch 1:3). Hasta ese momento el concepto del "reino" se asociaba estrechamente con Israel, pero ¿cómo quedaban las cosas después de que la nación judía había rechazado y dado muerte a su Mesías?
Otro suceso de gran trascendencia fue la ascensión del Señor al cielo. Esto necesariamente marcaba un antes y un después tanto en relación con la manifestación del reino, así como con la forma en la que el Señor se iba a relacionar con sus discípulos desde ese momento.
La glorificación del Señor Jesucristo facilitó el descenso del Espíritu Santo. Y como los profetas del Antiguo Testamento habían señalado con frecuencia, el derramamiento del Espíritu de forma generosa y universal sería una de las principales señales y bendiciones del reinado del Mesías. Ahora bien, cabe preguntarnos de qué manera el Espíritu hace presente el gobierno de Dios en el tiempo presente, porque evidentemente no se ajusta a lo que los judíos estaban esperando.
Unido al descenso del Espíritu Santo encontramos la comisión que el Señor hizo a sus apóstoles y discípulos: "recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8). Esto también introducía un cambio muy importante en cuanto a lo que había sido la tendencia de Israel por siglos. Ellos estaban acostumbrados a que las naciones se interesaran por el Dios de Israel y fueran hasta Jerusalén a encontrarse con él en su templo, pero ahora el Señor invierte el orden, y envía a sus discípulos a salir desde Jerusalén con las buenas noticas del evangelio y llegar hasta lo último de la tierra.
Por último, tendremos ocasión de considerar las palabras de los dos ángeles que se colocaron junto a los apóstoles en el momento cuando Jesús ascendía al cielo, y que les informaron acerca de su segunda venida: "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch 1:11). Quedaba abierto, por lo tanto, un período entre su ascensión y segunda venida, que ya se extiende por casi dos mil años, y que está marcado por el mandato de testificar a todas las naciones acerca del Señor Jesucristo y su Obra en la Cruz.
Por ejemplo, en el judaísmo todo estaba centrado en la colectividad del pueblo elegido, mientras que el mensaje de Jesús era sumamente individualista. Estaba dirigido a cada persona para que recibiera su palabra, se arrepintiera y pusiera la fe en él. De esta manera, la parábola del sembrador servía para mostrar las diferentes reacciones de la persona ante la Palabra sembrada en su corazón (Mr 4:1-20).
En consecuencia, el reino de Dios que Cristo anunciaba no se podía localizar en ningún mapa, como ocurre con todos los reinos de este mundo. Su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
Por otro lado, el reino que Cristo predicaba no entraba en conflicto con los reinos de este mundo. Fue en este sentido que le dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn 18:36). Y esta fue una de las razones por las que muchos judíos de su tiempo le rechazaron, porque no establecía un reino político en oposición a los romanos.
Y también la forma en que su reino se extendía era silenciosa. "Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lc 17:20-21).