Estudio bíblico: Los obstáculos del peregrino -

Serie:   Peregrinos   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Los obstáculos del peregrino

Introducción

¿Tenemos conciencia a nivel personal de que los cristianos somos peregrinos? Hay evidencias de que los creyentes en esta parte del mundo occidental han perdido totalmente la noción de que son peregrinos. El concepto les suena extraño, anticuado. Tal vez esto se deba a que cada vez se predica menos sobre esta importante verdad bíblica.
Parece un hecho que la basta mayoría del pueblo de Dios en este tiempo no se consideran peregrinos sino turistas. Viven en este mundo con el principal propósito de divertirse, de disfrutar al máximo de todas las cosas que encuentran a su alrededor, de probar nuevas sensaciones. Ahora todo es lícito, todo es bueno. Pensar en cosas prohibidas parece que es un concepto del siglo pasado, cuando sí se hablaba del pecado y de la mundanalidad. Ahora los cristianos quieren vivir como turistas y olvidarse de todo aquello que tenga que ver con trabajo, esfuerzo, disciplina, compromiso, negación de uno mismo, porque al fin y al cabo, el turista viene escapando de todas esas cosas en busca de disfrute y comodidad. Este tipo de personas convierten la iglesia, que es la casa de Dios, en el hotel donde como turistas intentan satisfacer sus deseos y caprichos, así que esperan que todo esté listo para el día en que ellos quieran ir y puedan encontrar allí todo lo necesitan para su confort, comunidad, consuelo y entretenimiento. Por esa razón, cuando la persona no recibe lo que quiere, se busca otra iglesia, como el turista que se cambia de hotel porque no le agrada. Y en el pensamiento de este tipo de "cristianos", los pastores y ancianos de las iglesias son considerados los responsables de hacer que nos sintamos cómodos y felices. Y por supuesto, estas personas sólo asisten a la iglesia cuando les apetece, sin asumir ningún tipo de compromiso. Son cristianos superficiales, carentes de profundidad espiritual ni de conocimiento de Dios. Esto nos lleva necesariamente a preguntarnos si muchas de estas personas son cristianos de verdad.
Pero frente a este estilo de cristianismo completamente mundanalizado, la Biblia sigue insistiendo en que el propósito de Dios es que seamos peregrinos y vivamos como tales en este mundo.
Ahora bien, ¿por qué muchos cristianos han adoptado esta forma del cristianismo? ¿Por qué han dejado de considerarse peregrinos? ¿Por qué ya no tienen una meta por alcanzar y un camino por recorrer? ¿Qué los ha convertido en turistas vagando por el mundo y por las iglesias?
Esta situación es muy triste, porque este tipo de cristianismo no tiene nada que ofrecer al mundo, ya que de hecho el mundo los ve como ellos. ¿Cuál es realmente la diferencia entre el mundo y este tipo de cristianos? Tal vez ven que algunas veces van a la iglesia y que les gusta cantar, pero cuando examinan sus vidas, son exactamente iguales que las de los inconversos, y algunas veces peores.
En el Nuevo Testamento encontramos tres razones u obstáculos que llevan a los cristianos a apartarse de su vida de peregrinos.

El mundo

La Biblia habla con frecuencia del mundo y de la mundanalidad, aunque en el día de hoy no se predique mucho de ello. El mundo está a nuestro alrededor y se presenta de forma seductora, quizá en el día de hoy de forma más seductora que nunca antes en el pasado. Nos ofrece infinidad de posibilidades para estar completamente entretenidos todo el día y toda la noche y así olvidarnos de las cosas realmente importantes de nuestra fe.
La Biblia nos advierte seriamente sobre cuál debe ser nuestra relación con el mundo.
(1 Jn 2:15) "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él."
Desgraciadamente hoy no se predica esto en muchas iglesias, más bien parece que el mundo no es un problema para los cristianos. Pero al menos hay tres razones por las que el mundo es un obstáculo para el cristiano:
En primer lugar, la gloria y el brillo de este mundo nos puede deslumbrar y hacer perder de vista nuestra meta y la gloria del mundo venidero. No debemos pensar en el peregrino viajando a través de un desierto, sino que lo hace en medio de un mundo atractivo y seductor que a cada paso que da le ofrece distracciones y diversiones muy seductoras. La finalidad es convertirlo en un turista.
En segundo lugar, el amor del mundo es incompatible con el amor a Dios. La Biblia nos dice que quien ama el mundo el amor del Padre no está en él.
Y en tercer lugar, no debemos amar este mundo porque es provisional. El Señor dijo que este mundo pasa y sus deseos también, sin embargo, el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Vivir para el mundo es una mala inversión de tiempo, de esfuerzo, de ilusiones, de mente y de amor. Los cristianos que viven para el mundo, se encontrarán al llegar al cielo que han perdido todas sus inversiones, pero aunque la Biblia habla claramente de esto, aun así, muchos creyentes viven para las cosas de este mundo.

El diablo

El Señor Jesucristo se refirió al diablo como el "príncipe de este mundo" (Jn 12:31) (Jn 14:30) (Jn 16:11) y dijo que este mundo es un lugar muy peligroso para el cristiano, porque detrás de todo su sistema está el diablo.
El apóstol Pedro advirtió del peligro que el diablo representa para el creyente de una forma muy gráfica:
(1 P 5:8) "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar."
Recordemos que nada más que el Señor Jesucristo se presentó en este mundo, el diablo se dirigió a él con el fin de tentarle. En un momento le enseñó todos los reinos de este mundo y la gloria de ellos. El sabía que el señor Jesucristo había venido a morir por los pecadores, y quiso apartarle de ese propósito haciéndole una oferta muy tentadora. El diablo estaba dispuesto a ofrecerle todos los reinos de este mundo a cambio de su adoración, evitándole de ese modo tener que sufrir en la cruz. Le estaba ofreciendo un camino distinto al del peregrino, sin esfuerzo ni sacrificio (Mt 4:8-10).
Nosotros no podemos ver al diablo, pero él está presente detrás de todo el sistema de este mundo. Tiene siglos de experiencia tentando a los hombres, y conoce perfectamente cuáles son sus debilidades. Ha refinado sus tácticas con millones de personas y sabe cuáles son las formas más efectivas para hacerles pecar. Con gran sutileza ha hecho caer a muchos creyentes, incluso a grandes hombres de Dios. Y el problema está en que no lo vemos, y por esa razón, hay muchas personas que ya no creen en su existencia, lo que los deja completamente indefensos ante sus ataques.

La carne

Es una quinta columna que está dentro de cada uno de nosotros y que constantemente batalla contra el Espíritu. Es nuestra vieja naturaleza, y que por muchos años de creyentes que vivamos, nunca se reforma ni mejora, sino que sigue siendo tan mala y perversa como al principio, y si no estamos atentos, puede hacernos caer en cualquier momento.
La carne actúa en nosotros intentando convencernos para que no tomemos en serio la vida cristiana, para que actuemos con moderación, sin apenas compromiso. Es como la ley de gravedad que siempre tira de nosotros hacia abajo. Nos mostrará los defectos de los otros cristianos para desanimarnos a servirles, o nos hará creer que puesto que ya somos salvos, no es necesario esforzarnos en sacrificarnos por alcanzar una mayor santidad.

La vida del peregrino es una constante batalla espiritual

Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que la vida del peregrino es una vida de batalla y lucha contra el mundo, el diablo y nuestra propia naturaleza caída. Pero muchos cristianos rechazan ese tipo de vida. Sin embargo, esa actitud les conduce a su propia ruina espiritual. La actitud correcta implica aceptar este hecho y vestirnos de toda la armadura de Dios:
(Ef 6:11-13) "Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes."
Si alguien duda de que el cristiano está inmerso en una verdadera batalla espiritual, sólo es necesario que tome en serio su vida cristiana y muy pronto lo descubrirá. Cuando el creyente se propone dedicar tiempo cada día para leer su Biblia y orar, cuando busca oportunidades para compartir el evangelio con otras personas no creyentes, o incluso cuando desea involucrarse más en su iglesia local, inmediatamente surgen los problemas de una forma irracional.

La intención divina es que cada cristiano sea un peregrino

Veamos cómo lo expresa el apóstol Pedro:
(1 P 1:17) "Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación."
(1 P 2:11) "Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma."
Esto es algo que debemos tomar muy en serio y nos debe llevar a tener cierta actitud:
(1 P 1:13) "Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado"
Un israelita ceñiría sus largas ropas en su cintura cuando se proponía hacer cualquier tipo de esfuerzo, pero Pedro exhorta a los creyentes aquí a ceñir "los lomos de vuestro entendimiento". Porque la batalla empieza en la mente. Por lo tanto, debemos esforzarnos en comprender correctamente lo que significa ser peregrinos, porque nuestro futuro depende de ello.

Tres lecciones de la historia de Israel sobre lo que significa ser un peregrino

El apóstol Pedro ilustra en su carta lo que significa ser peregrinos a través de la historia del pueblo de Israel. Encontramos tres hechos importantes en los que debemos meditar:
1. Israel fue redimido de la esclavitud en Egipto
Esto marcó el comienzo de su peregrinaje como pueblo de Dios. Y es importante recordar que la forma en la que fueron libertados de la tiranía de Faraón fue mediante la sangre del cordero pascual.
Y ahora Pedro dice que nosotros fuimos redimidos por la sangre del verdadero Cordero pascual, el Señor Jesucristo, y que igual que ellos, fue en ese momento donde comenzó nuestro peregrinaje en este mundo:
(1 P 1:17-20) "Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros."
Dios ha pagado un tremendo precio por nuestras vidas: la sangre preciosa del Unigénito Hijo de Dios. Esto quiere decir que si hemos aceptado su salvación, claramente hemos aceptado también que Dios tiene derechos sobre nuestras vidas y que vamos a conducirnos conforme a los deseos y planes que él tiene para nosotros. ¡Cómo no vamos a amarle y obedecerle si él ha pagado un precio tan alto para conseguir nuestra libertad!
2. Israel recibió la promesa de que heredaría la Tierra Prometida
En segundo lugar, como parte integrante de las buenas noticias que Dios predicó a los israelitas en Egipto, estaba también la promesa de la posesión de la Tierra Prometida (Ex 6:6-8). Dios iba a redimirlos de la esclavitud en Egipto con el fin de darles libertad y reposo en su nueva herencia. No habría tenido ningún sentido sacarlos de Egipto para dejarlos en el desierto. Dios les prometió que los sacaría de Egipto y también que los llevaría a poseer la Tierra Prometida.
Pero en un momento del camino, el pueblo de Israel decidió que no quería entrar en la Tierra Prometida sino que querían regresar a Egipto (Nm 14:4). Esto ocurrió cuando los doce espías enviados por Moisés para inspeccionar el país informaron al pueblo de las dificultades que iban a encontrar para conquistar su herencia, y decidieron que no querían luchar por ello, así comenzaron a planear su regreso a Egipto. Aparentemente todos ellos eran el pueblo de Dios, pero la realidad es que no compartían sus propósitos ni planes, sino que de hecho, eran incrédulos (He 3:19). Todo esto ha quedado recogido en la Biblia para nuestra enseñanza (1 Co 10:6). Ahora bien, notemos lo que hizo Dios. Si ellos no querían entrar, Dios no les dejaría entrar, así que todos los mayores de veinte años murieron en el desierto sin alcanzar nunca la Tierra Prometida, a excepción de Josué y Caleb.
Al pueblo de Israel le agradaba la primera parte del mensaje de Dios, aquella que tenía que ver con su liberación de Egipto, pero rechazaron la segunda parte, en la que Dios se comprometía a darles la tierra que había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Pero ¿por qué rechazaron la herencia que Dios les estaba prometiendo? Ellos tomaron esta decisión cuando se dieron cuenta de que la posesión de Canaán implicaría que aunque Dios les iba a dar la victoria, sin embargo ellos tendrían que luchar, y no estaban dispuestos a eso. Querían vivir como turistas, y como turistas murieron en el desierto.
Y en este contexto, el autor de la epístola a los Hebreos nos hace a nosotros también una seria advertencia:
(He 4:1-2) "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron."
A nosotros también, Dios según su grande misericordia, nos hizo renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos, "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 P 1:3-4).
Ahora bien, ¿qué significa ir el cielo? Pues debemos decir que lo más importante de nuestra entrada en el cielo no será caminar por las calles de oro de la nueva Jerusalén, o escuchar los hermosos cánticos de los coros celestiales, todo eso será secundario. Lo realmente importante será convivir con Dios.
Por lo tanto, nuestro peregrinaje por este mundo, tiene la finalidad de prepararnos para participar de esa relación. Dios nos está preparando para ese día y esto es muy difícil. Muchos creyentes no llegan ni a tener quince minutos de comunión diaria con Dios, ¿cómo pueden estar preparados para ir al cielo y estar toda la eternidad en comunión con él?
3. Entre la salida de Egipto y la entrada en Canaán transcurrieron cuarenta años de peregrinaje
En tercer lugar, Dios no llevó al pueblo directamente a Canaán, sino que los guió durante cuarenta años de peregrinaje por el desierto. Allí les enseñó sus leyes y también lo que implicaba vivir juntamente con Dios. Recordemos que Dios mandó que le construyeran un tabernáculo en el que él moraría en medio de su pueblo. Todo esto serviría para que aprendieran acerca de la santidad de Dios y ellos mismos llegaran a ser santos. Sólo de esa forma llegarían a ser pueblo de Dios; cuando reflejaran el carácter de Dios en sus vidas en medio de un mundo perverso. Cuando la iglesia vive del mismo modo que el mundo a su alrededor, con los mismos valores, no se puede decir que sean pueblo de Dios.
Pero este peregrinaje por el desierto sería también un período de prueba en el que Dios comprobaría lo que de verdad había en sus corazones. Además, Dios iba a permitir ciertas dificultades en el camino para que entendieran lo que implicaba confiar en Dios y al mismo tiempo pudieran comprobar su grandeza y poder. Por lo tanto, el viaje de Egipto a Canaán tenía el propósito de ser un camino de descubrimiento de Dios. Allí descubrieron a un Dios de terrible santidad que es fuego consumidor, un Dios de promesas y pactos, un Dios de justicia, de rectitud y verdad; un Dios que es fiel a su Palabra, un Dios de inmensa sabiduría y poder, un Dios que cuida de su pueblo y lo sostiene en las dificultades.
Lamentablemente, desde el mismo comienzo del peregrinaje por el desierto, el pueblo de Israel comenzó a quejarse. En el libro de Números a partir del capítulo 10 vemos cómo se quejaban por todo. Se quejaban porque no querían viajar por el desierto. Se quejaban de la provisión de Dios; "¡todos los días maná!". En realidad eran muy parecidos al pueblo de Dios en nuestros días, que ya está cansado de tanta "Palabra de Dios" todos los días. Ellos prefieren los canales de televisión, las series por internet y los mensajes por el teléfono móvil. Así que en su corazón se propusieron volver a Egipto donde aunque vivirían como esclavos, sin embargo tendrían las comodidades que ellos deseaban. Y cuando comparamos el tiempo que los cristianos de nuestros días dedican a leer la Palabra o a estar en oración con Dios, con el que dedican a la televisión, internet o a sus móviles, desgraciadamente tenemos que admitir que la mayoría del pueblo de Dios en la actualidad se parece a los israelitas en el desierto. Les cuesta ir a la iglesia, y si van no es para escuchar largos sermones, sino para pasar un rato entretenidos.
Luego observamos también que el pueblo de Israel se quejó amargamente contra el liderazgo que Dios había puesto sobre ellos para dirigirlos y enseñarles. Algo similar a las críticas que los pastores reciben en nuestros días. Pero tanto entonces como ahora, en muchos casos es sólo una forma de excusar nuestra falta de compromiso con Dios y con su iglesia.
Así que, una y otra vez en el libro de Números leemos que se "encendió la ira de Dios contra ellos". ¡Y eso que Dios se había presentado anteriormente ante ellos como "tardo para la ira y grande en misericordia"!, pero es que ellos habían traspasado todos los límites posibles.

Reflexiones finales

Debemos preguntarnos si realmente somos peregrinos. Si estamos en el camino de la vida cristiana aprendiendo cada vez más de él, de su grandeza y gloria, preparándonos para la vida eterna y para colaborar con él en sus divinos propósitos.
Para ello es imprescindible que entendamos que una vez que nos convertimos, es sólo el comienzo del cumplimiento del propósito de Dios para nuestras vidas. Quizá algunos piensan en la salvación como un pasaporte para entrar en el cielo y por lo tanto, una vez que lo tienen, ya quieren pensar en nada más hasta el momento en que el Señor venga o ellos mueran. Pero la salvación implica andar en sus caminos, conocerle por su Palabra, experimentar su victoria en las pruebas, tener comunión íntima con él cada día en la soledad de nuestra habitación.
Pero el diablo está empeñado en que no progresemos en nuestro peregrinaje, así que podrá todos los obstáculos posibles en nuestro camino.
Una de las tácticas en las que más va a insistir es en intentar convencernos de que no existe otro mundo aparte del nuestro, de que no hay vida más allá de la muerte, y que lo más sensato es vivir para este mundo. Nos animará para que disfrutemos del aquí y el ahora todo cuando podamos. Su lema es: "Comamos y bebamos porque mañana moriremos". Quiere que invirtamos nuestro tiempo, dinero, bienes, dones, en fin, toda nuestra vida, para este mundo.
Y ¿por qué el diablo no quiere que pensemos en ese otro mundo? Pues sencillamente porque quiere que estemos en este mundo que está bajo su control. Se comporta como los grandes dictadores de nuestro mundo, que aíslan a sus pueblos para que no sepan que fuera de sus fronteras hay otros países donde se vive mucho mejor.
Pero por el evangelio del Señor Jesucristo hemos llegado a saber que sí que hay otro mundo, que es eterno, que existe ya ahora y que es auténtico y real. Es un mundo infinitamente mejor que este y por el que vale la pena cualquier tipo de sacrificio que tengamos que hacer en esta vida presente con el fin de prepararnos para el disfrute de su gloria que es eterna.
Otra táctica que el diablo utiliza también es la de intentar convencernos de que este mundo es más bello y atractivo que cualquier otro mundo con el que pudiéramos soñar. Así que, si la primera propuesta del diablo tiene como objetivo llevarnos a la incredulidad, esta segunda tiene como fin que vivamos como mundanos. Y este es un ataque dirigido especialmente a los cristianos que sí que creen que hay otro mundo. A ellos se les incita para que vivan como si este mundo presente fuera mejor. Y eso es la mundanalidad, cuando vivimos de acuerdo a los valores de este mundo, gastando todo lo que somos y tenemos en este mundo presente. Como si el cielo y la vida eterna fueran conceptos teológicos abstractos que nada tienen que ver con nuestra vida aquí.
¿Cómo evitarlo? Tenemos que ganar la tentación de la misma manera que el Señor venció al diablo. El diablo le ofreció todos los reinos de este mundo y la gloria de ellos, pero notemos la contestación del Señor: "Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás". Debemos tomar la misma determinación.
Debemos vivir en este mundo mirando ese otro mundo. Ahora bien, ¿cómo se puede ver ese otro mundo? El apóstol Pedro nos dice en su segunda epístola que él y otros dos apóstoles más tuvieron la experiencia inolvidable de ver al Señor en su gloria en el monte de la transfiguración (2 P 1:16-18). Allí el punto de enlace entre esos dos mundos era el Señor Jesucristo. Sólo hay una manera de preservar esa visión de ese otro mundo sin la cual perecemos en el camino, y es conociendo al Señor por medio de las Escrituras y estando en comunión con él. Como Moisés que se sostuvo "como viendo al invisible" (He 11:27). Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer por medio de su Palabra.
¿Somos o no somos peregrinos?
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