Estudio bíblico: Cuando todo parece perdido, Dios puede obrar - 2 Reyes 19:1-35

Serie:   Cuando Dios hace maravillas   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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Cuando todo parece perdido, Dios puede obrar

Leer (Is 37) (2 R 19:1-35) (2 Cr 32:1-21).
La noche es muy tormentosa y hay muchos relámpagos, truenos y lluvia. El viento que pasa entre las montañas ruge con furor. Sin embargo, el cielo está lleno de saetas luminosas que rompen con estrépito el bramar del viento.
La carpa es de grandes dimensiones. Los centinelas, fuertemente armados, caminan su rutinario sendero como si estuvieran bailando una danza macabra. Detrás de una de las cortinas que dividen la carpa hay lujosas alfombras colocadas aquí y allí. Recostado sobre esas mantas delicadas y adornadas, descansa Senaquerib, el emperador de Asiria.
Cuando los colores del alba empiezan a pintar el horizonte, el emperador se levanta para empezar un nuevo día. Siente un intenso dolor de cabeza a causa de la orgía de la noche anterior. Se postra delante del ídolo que está en un rincón en un pequeño altar. De pronto, se escuchan unos alaridos estremecedores.
Senaquerib llama a uno de sus fieles asistentes, que está durmiendo fuera de la improvisada puerta de cortinas:
— ¡Asistente! ¡Venga de inmediato!
El ayudante entra y se cuadra en posición militar.
— Llame al general, al capitán y al comandante.
— ¡Sí, mi rey! — responde el soldado.
A los pocos minutos vuelve gritando, desesperado, como si estuviera fuera de sí:
— ¡Mi rey, mi rey, oh no!
— ¿Qué pasa? — pregunta el rey Senaquerib — ¿Por qué no vienen el general, el capitán y el comandante?
— Alteza — dice el asistente — ¡no pueden venir porque están todos muertos!
— ¿Qué dices?
El rostro del rey se enrojece y sus ojos sanguinarios parecen a punto de salirse de sus órbitas.
— ¡Sí! — responde el ayudante principal — por todos lados hay cuerpos muertos. El general, el capitán y el comandante yacen sin vida en sus tiendas.
— Pero, ¿cómo es posible si no escuché nada? Sí, la tormenta anoche fue tremenda, pero es la época del año en que esto sucede.
A los pocos minutos llegan otros asistentes:
— Mi rey, ¡ha sucedido algo terrible! Nuestros soldados están muertos. Sus cuerpos están tendidos por todas partes.
El rostro del emperador, que unos momentos antes se había enrojecido, ahora empalidece. Su voz tartamudea. Parece a punto de caerse y se recuesta sobre unas almohadas.
— ¿Quién lo hizo? — pregunta el rey.
— Majestad, — responden los ayudantes —, lo ignoramos. Los cadáveres de los hombres no tienen heridas. No se ve sangre por ningún lado.
— ¿Cuántos batallones nos quedan?
— Mi rey, todo el ejército está destruido. Sólo unos pocos estamos vivos.
— ¡No puede ser! — exclama Senaquerib — ¡Esto no puede ser, tiene que ser una pesadilla!
Los asistentes, temblorosos, guardan silencio. Del grupo de asalto no ha quedado ni un soldado vivo.
Todo había empezado tiempo atrás. En Jerusalén, la capital del reino de Judá, reinaba el rey Ezequías. Había comenzado su reinado a los 25 años de edad. Este hombre joven tenía muchas buenas cualidades espirituales. Notemos algunas que se mencionan en las Escrituras:
Era un hombre de integridad: "Hizo lo recto ante los ojos del Señor" (2 R 18:3).
Era un hombre de fe y visión espiritual: "Puso su esperanza en el Señor" (2 R 18:5).
Era enemigo de la idolatría e "hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés" (2 R 18:4).
Era un hombre de logros: "Tuvo éxito en todas las cosas que emprendió" (2 R 18:7).
Fue un ejemplo: "Ni antes ni después hubo otro como él entre todos los reyes de Judá porque fue fiel al Señor" (2 R 18:5-6).
Pero, de pronto, en ese cielo sereno de una nación que tuvo pocos reyes tan fieles como Ezequías, aparecen unos nubarrones muy oscuros y parece que se va a desatar una gran tormenta.
Hace cuatro años que Ezequías es rey de Judá. Acababa de cumplir 29 años cuando le informaron que el ejército de los asirios había sitiado la ciudad de Samaria. Dos años después, le llegan las noticias de la caída de la capital del reino del norte. Pasan unos pocos años con relativa tranquilidad. Es un hombre joven que ha servido con fidelidad y honestidad a Dios.
Pero lo que hace tiempo teme, sucede. El rey de Asiria envía un poderoso ejército contra Jerusalén. Su comandante en jefe es Rabsaces.
El proyecto y ultimátum de este hombre impío se lee en (2 R 18:25-39). Es interesante observar cómo el enemigo utiliza lo que hoy llamamos "guerra psicológica". Los principios que se usan en esta clase de guerra son los mismos, aunque algo disfrazados, que nosotros enfrentamos en el día de hoy en muchas ocasiones. La guerra psicológica de Rabsaces se basa en las siguientes afirmaciones:
Estás solo, no tienes fuerzas: "Tú has dicho tener plan y poderío para la guerra, pero sólo son palabras de labios" (Is 36:5).
Tienes pocos amigos y los que tienes son muy débiles: "Tú confías en Egipto, en ese bastón de caña cascada" (Is 36:6).
Yo vengo porque Dios me ha enviado. Rabsaces trata de utilizar sutilmente "la voluntad de Dios" como argumento: "El Señor me ha dicho: Sube a esta tierra y destrúyela" (Is 36:10).
Yo le prometo a tu pueblo un país mejor: "Hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas" (Is 36:17).
Tú Dios no te puede ayudar: "No os engañe Ezequías, diciendo: el Señor nos librará" (Is 36:18).
La historia, el pasado, está a nuestro favor: "¿Dónde están los dioses de Hamata y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim? ¿Acaso libraron estos a Samaria de mi mano?" (Is 36:19).
Pero los asirios ignoran que el Dios de Israel es muy distinto de los dioses de Hamat, de Arfad y de Sefarvaim. Ignoran que el Señor de los Ejércitos es real.
En el proceso de guerra psicológica, el nombre del Señor ha sido blasfemado y esto no va a quedar impune.
Al oír este mensaje, los embajadores de Ezequías callan y no responden ni una palabra. Cumplen así la orden que el rey les ha dado. Los enviados del rey de Judá vuelven al palacio, rasgan sus vestidos en señal de profunda tristeza y le comunican a Ezequías el mensaje del rey de Asiria.
— Su alteza — dicen los enviados — un enorme ejército está muy cerca de la ciudad. Son casi 200.000 soldados. Están armados con los mejores equipos de guerra que existen. Son soldados profesionales.
Ezequías ahora tiene 39 años. Es un hombre maduro. Se entera de todos los detalles que le dan. Escucha las frases que el enemigo ha usado para desalentarlo y para que se rinda. Su rostro muestra tristeza y la preocupación de su corazón.
Rompe sus vestiduras reales delante de sus embajadores y se cubre con unas ropas ásperas, como era costumbre para demostrar un dolor muy grande.
— Majestad, estamos perdidos. Es absolutamente imposible que podamos salir a luchar contra este ejército tan poderoso. No tenemos ninguna posibilidad de vencerlos. Si nos rendimos, quizás tengan compasión; una rendición con honor es mejor que una derrota total.
— ¡Basta! — responde el rey —. ¡Dejadme las cartas!
Los rollos son depositados en las manos de Ezequías. El rey sale del palacio real y comienza a caminar. Todos sus ayudantes y ministros lo siguen. Se dirige al templo y mientras camina probablemente va pensando en las palabras del (Sal 27:5): "Porque en su enramada me esconderá en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su tabernáculo; me pondrá en alto sobre una roca".
Llega al templo, toma la carta "y la extendió delante del Señor" (2 R 19:14).
En cuanto lo hace, su rostro cambia. Las arrugas de su cara desaparecen y cobra una expresión de paz y serenidad. Ha aprendido lo que, mucho después, el apóstol Pedro expresa diciendo: "Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 P 5:7). Y luego, con voz clara y desde lo profundo de su corazón, eleva a Dios su oración.

La oración de Ezequías ante la angustia

Esta plegaria nos permite escudriñar el alma de Ezequías.
Comienza reconociendo la soberanía de Dios: "Oh Señor de los Ejércitos, Dios de Israel, que tienes tu trono entre los querubines" (Is 37:16). Senaquerib está sentado en el trono de Asiria, que es insignificante en comparación con el trono que está entre los seres angelicales.
Luego reconoce que Dios es incomparable: "Sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra".
Se dirige a Dios como el Creador: "Tú has hecho los cielos y la tierra".
Luego, con la sencillez de un niño que ha sido golpeado por otro mayor, acude a su Padre celestial en busca de su atención: "Inclina, oh Señor, tu oído y escucha; abre, oh Señor, tus ojos y mira" (Is 37:17).
Habla con Dios acerca de Senaquerib, pero no lo llama "emperador" ni "rey". Es que al estar ante aquel que tiene su estrado entre los querubines, los tronos humanos son meras sillitas de bebé. Así que lo llama por su nombre a secas, sin títulos.
De inmediato, recuerda cómo otras naciones cayeron sin que sus dioses hicieran nada por ellas, y declara: "pero éstos no eran dioses, sino obra de mano de hombre, de madera y de piedra" (Is 37:19). El Señor de los Ejércitos, en cambio, es real.
En la última frase, Ezequías da su argumento final. No se pide a Dios que los salve de la muerte. Por supuesto, Ezequías desea que su pueblo se salve del enemigo. Como otros grandes hombres de Dios, el argumento de la oración es la gloria de Dios: "Ahora pues, oh Señor, Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que todos los reinos de la tierra conozcan que sólo tú, oh Señor, eres Dios" (Is 37:20). Su corazón de hombre piadoso está indignado por la manera en que el nombre de Dios ha sido ultrajado.
Cuando Ezequías se levanta, su rostro muestra la paz y la serenidad que tienen aquellos que han recibido una respuesta de parte de Dios en sus oraciones.
Vuelve al palacio real, no con la cabeza agachada como cuando vino, sino con sus ojos dirigidos al cielo y con tranquilidad en su semblante.
La respuesta a la oración de Ezequías viene por medio del profeta Isaías. Es una respuesta larga en la que queda claro que Dios ha sido blasfemado y ofendido: "La virgen hija de Sión te menosprecia; hace burla de ti. Mueve su cabeza a tus espaldas la hija de Jerusalén" (Is 37:22).
La imagen es la de una jovencita que está ridiculizando al arrogante emperador. No es Dios el que se burla sino la "virgen hija de Sión". Matthew Henry, con su habitual lucidez, nos dice: "El enemigo Senaquerib, pensó en aterrorizar a la hija de Sión, esa casta y hermosa virgen. Pero siendo una virgen en casa de su Padre y bajo su protección, ella lo desafía, lo desprecia y se ríe de él. La malicia del enemigo es ridícula".
El profeta Isaías continúa expresando la respuesta del Señor, quien ahora se presenta como el juez que interroga al acusado: "¿A quién has afrentado e injuriado? ¿Contra quién has levantado la voz y alzado los ojos con altivez?" (Is 37:23). La respuesta es: "¡Contra el Santo de Israel!" (Is 37:23). El emperador ignora que al atacar a su pueblo está atacando a Dios.
El apóstol Pablo debió afrontar una pregunta similar cuando el Señor se apareció ante él, en el camino a Damasco, diciéndole: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"; "Yo soy Jesús, a quién tú persigues" (Hch 9:4-5). Saulo estaba acosando a los creyentes sin saber que estaba actuando contra el mismo Señor Jesús.
El veredicto final es tremendo: "Porque te has enfurecido contra mí, y tu arrogancia ha subido a mis oídos, pondré mi gancho en tu nariz y mi freno en tus labios. Y te haré regresar por el camino por donde has venido" (Is 37:29). La comparación es con una bestia bruta a la que se le pone un garfio en la nariz para controlarla. En Oriente se utilizaban ganchos de metal para conducir a los camellos, dromedarios y otras bestias de carga. Senaquerib, el emperador que piensa tan altamente de sí mismo, será tratado por Dios de la misma manera. La advertencia del (Sal 32:9) se ha cumplido: "No seáis sin entendimiento, como el caballo, o como el mulo, cuya boca ha de ser frenada con rienda y freno".

Dios hace maravillas por amor a sí mismo y a sus hijos

La razón que Dios da para salvar a su pueblo es: "Yo defenderé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo y por amor a mi siervo David" (Is 36:35).
En primer lugar, Dios actúa por amor a sí mismo. Cuando nosotros hablamos de alguien que tiene mucho amor a sí mismo, pensamos en una persona egoísta o egocéntrica. Sin embargo, las Escrituras dicen muchas veces que Dios — que es un Dios de amor — actúa por amor a sí mismo.
La segunda razón que Dios da para defender a Jerusalén es su amor a David. Si Dios hizo lo que hizo por amor a su siervo David, ¿qué es lo que no hará por los creyentes por amor al Señor Jesús? Por eso, nuestros corazones se llenan de gratitud al pensar que aquel "que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?" (Ro 8:32).
"Entonces salió el ángel del Señor e hirió a 185.000 en el campamento de los asirios. Se levantaron por la mañana, y he aquí que todos ellos eran cadáveres" (Is 37:36). Se ha intentado dar distintas explicaciones a lo sucedido. Se ha considerado la posibilidad de una epidemia como, por ejemplo, la de una peste bubónica u otro tipo de enfermedad contagiosa. Josefo, el famoso historiador judío del Siglo I d.C. sugiere esta hipótesis. Sin embargo, las Escrituras dicen que el ejecutor del suceso fue el "ángel del Señor". Una epidemia puede hacer un daño tremendo, pero hacen falta varios días antes de que todo un ejército se contagie, se enferme y perezca. En ese caso, todo ocurre durante la noche y, al parecer, en el cuartel general no han tenido indicios de que algo anormal hubiera acontecido con anterioridad. Sin embargo, al salir el sol, el campamento de los asirios está lleno de cadáveres. Como médico, quiero señalar que no se nos dice que los cuerpos estaban quemados. Si así hubiera sucedido, figuraría en el informe que recibió Senaquerib de parte de sus informantes. Tampoco se nos dice que los cadáveres mostraran evidencias de heridas cortantes. En ese caso, habría evidencia de un gran derramamiento de sangre. Simplemente se nos dice que todos estaban muertos. Aquel que da la vida a toda alma que camina, que otorga la existencia a cada pájaro y a cada ser viviente, puede sin dificultad detener la respiración de todo un gran ejército. Dios no necesita los instrumentos que los seres humanos utilizan para la guerra. Se han cumplido las palabras proféticas: "De la casa de Judá tendré misericordia y los salvaré por el Señor su Dios. No los libraré con arco, ni con espada, ni con guerra, ni con caballos y jinetes" (Os 1:7).
El emperador ha perdido la mayor parte de su ejército. Los modernistas se pregunta cómo podemos aceptar que un Dios de amor envíe a su ángel para matar a 185.000 soldados. Sin embargo, se olvidan que estos guerreros no eran personas bondadosas. No seguían los reglamentos que 2.500 años después van a surgir en la Convención de Ginebra con respecto a los prisioneros de guerra y los derechos humanos. Eran soldados famosos por su crueldad. Estaban dispuestos a matar a hombres y niños, y a violar a las mujeres. Al actuar de la manera que lo hace, Dios salva a un número muy elevado de personas. El mismo Senaquerib sobrevive para ver a su ejército aniquilado. Esto tiene que haber sido un tremendo golpe para su orgullo. Cuando Israel estaba a punto de ser liberado de manos de los egipcios, leemos que "aconteció que a la medianoche el Señor mató a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba en el trono, hasta el primogénito del preso que estaba en la mazmorra" (Ex 12:29).
Cuando el Señor Jesucristo es entregado y Pedro trata de defenderlo con su espada, el Mesías dice: "¿O piensas que no puedo invocar a mi Padre y que él no me daría ahora mismo más de doce legiones de ángeles?" (Mt 26:53). Si un ángel pudo matar a 185.000 soldados, nos preguntamos: ¿Qué podrían hacer doce legiones de ángeles? El cálculo matemático nos daría una cifra altísima. El Salvador no llamó a las legiones de ángeles en su ayuda porque él vino con el propósito de "buscar y salvar lo que se había perdido". Por el contrario, sus palabras fueron: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23:34).
Esa mañana, en el campo de los asirios, hay gritos de desesperación. Dentro de las murallas de Jerusalén todo es muy distinto. Llegan las noticias de lo que le ha acontecido al enemigo.
— Su majestad — exclaman los mensajeros —. ¡Algo tremendo ha pasado en el campamento asirio!
— ¿Qué dices? — pregunta el rey, quien acaba de hacer su oración matutina al Dios de Israel.
Las noticias van llegando una tras otra. Cuando se conoce la historia completa, los corazones de todo el pueblo están llenos de gratitud al Señor.
En las calles, los jóvenes danzan al son de los panderos, címbalos y cornetas. La ciudad entera está de fiesta. Las expresiones de alabanza surgen espontáneamente de los labios de los niños, jóvenes y ancianos.
El profeta Isaías ora a Aquel que está sentado en un trono alto y sublime.
El rey Ezequías ha aprendido que Dios escucha y responde la oración de sus hijos.
En las posiciones invasoras, el rey recorre el campamento. La muerte reina en todo lugar. La mayoría de sus centinelas y de sus guardias personales están muertos, tirados en las más variadas posiciones.
Unos días después, en un pequeña caravana emprende el regreso. No hay música triunfal. Los estandartes asirios no flamean. Aquel gran ejército que vino con tanta soberbia y jactancia parece una pequeña caravana de dolientes que retornan de un cementerio.
El amor de Dios hacia sí mismo no es, por cierto, una manifestación de egoísmo, sino una muestra del amor hacia su pueblo. En primer lugar, es un amor que perdona los pecados de Israel: "Yo soy, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí, y no me acordaré más de tus pecados" (Is 43:25).
En segundo lugar, es una muestra de su paciencia: "Por amor de mi nombre refreno mi furor" (Is 48:9).
En tercer lugar, es un amor que somete a prueba para perfeccionamiento de sus hijos: "He aquí que te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el horno de la aflicción. Por mí, por amor de mí mismo lo hago" (Is 48:10-11).
La historia nos dice que, años después, Senaquerib fue asesinado por dos de sus propios hijos, en el templo de su dios, alrededor del año 701 a.C. Aparentemente, el emperador asirio quería ofrecer a sus hijos en sacrificio a su dios pagano y estos lo mataron antes de que ellos mismos fueran sacrificados. Por supuesto, su ídolo no pudo salvarlo, ni aun en su propio templo.

Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos

La importancia de la oración en tiempos de aflicción.
Dios enseña a través de las pruebas.
El juicio de Dios sobre el arrogante.
El ejemplo de Ezequías como líder en tiempos de adversidad.

Preguntas para reflexionar y discutir

Mencione algunas situaciones en las que su fe fue puesta a prueba mediante una "guerra psicológica". ¿Cuáles fueron sus reacciones en cada cosa mencionada?
¿Qué pudo aprender acerca de los propósitos de Dios para su vida en las situaciones anteriormente mencionadas?
¿De qué maneras se pueden "extender delante del Señor" aquellas situaciones que ponen a prueba nuestra relación con Dios? Ver (2 R 19:14).

Comentarios

México
  Martinez Xochitl  (México)  (21/09/2022)
Gran respuesta del mi Señor ante una situacion que estamos pasando en mi familia, nada que el Todopoderoso no pueda resolver.
La respuesta:
La oración es importante en tiempos dificiles.
Por la mañana me preguntaba porque a mi, porque así...
La respuesta:
Dios enseña a través de las pruebas.
En conclusión: Dios es bueno en todo tiempo y en todo tiempo Dios es bueno.
Al el sea la gloria por siempre.
Costa Rica
  Evis Serrano  (Costa Rica)  (04/03/2022)
Muchas gracias por esa narrativa tan fidedigna de los hechos tan maravillosos de Dios a favor de su pueblo.
Qué Dios le siga usando.
Bendiciones desde Costa Rica.!!!
Cuba
  Eldanis Vega Cala  (Cuba)  (05/02/2021)
Gracias al señor por la revelación a través de cada palabra de sus estudios que por medio de ellos podemos edificarnos muchos. Mi oración estará siempre a favor de que continúen revelando la palabra de Dios al mundo y que la evidencia de su presencia siga llegando a muchos.
Estados Unidos
  Elias Cantor  (Estados Unidos)  (12/08/2019)
Tremendo mensaje, varón de Dios, que el Señor lo siga usando para edificación del pueblo de Dios, muchas gracias por su mensaje.
Perú
  Javier Camacho  (Perú)  (26/02/2019)
Toda la Gloria sea al Señor, gracias por compartir esté estudio justo atravieso momentos duros de prueba donde mis fuerzas ya se agotaron y esta palabra llego a mi en momento preciso, Gracias Jesús por caminar a mi lado todo el honor y la gloria para mi Señor cuyo Nombre esta sobre todo nombre.
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