Estudio bíblico: La lucha del Señor en Getsemaní - Lucas 22:39-46

Serie:   La vida de oración de Jesús   

Autor: Wolfgang Bühne
Email: estudios@escuelabiblica.com
Alemania
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La lucha del Señor en Getsemaní

El huerto de Getsemaní, aquel lugar familiar, donde el Señor se había retirado muchas veces con sus discípulos (Jn 18:2), es por última vez el escenario de una escena dramática.
Tanto el monte de los Olivos, como Getsemaní ("prensa de aceite") ya por sus nombres indican que en las horas que seguirían el Señor se iba a encontrar con gran presión y aflicción en su alma. Con las palabras "sentaos aquí, entre tanto que yo oro" (Mr 14:32) el Señor dejó a ocho de sus discípulos a la entrada del huerto, para retirarse con Pedro, Juan y Jacobo más adentro del huerto.
Estos tres discípulos que hace poco habían sido testigos de su gloria en el monte de la transfiguración, vieron ahora a su Señor en gran angustia, cuando "comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera" (Mt 26:37). Oyeron sus palabras conmovedoras:
(Mt 26:38) "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo."
Sólo Lucas nos cuenta que el Señor se apartó de ellos a distancia "como de un tiro de piedra" para caer sobre sus rodillas y orar (Lc 22:41). Mateo y Marcos relatan que orando "se postró sobre su rostro" (Mt 26:39) y que "se postró en tierra" (Mr 14:35). Evidentemente no estaba muy lejos, pues los tres discípulos podían verle y oírle. Solo con el Padre y no obstante al alcance de los discípulos.
Hay comentaristas que recuerdan aquí el atrio, el santuario y el lugar santísimo del Templo. Pero más evidente parece el parecido con la escena en Génesis 22, donde Abraham se pone de camino a Moría y deja atrás a sus siervos con el asno diciendo:
(Gn 22:5) "Esperad aquí con el asno y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos y volveremos a vosotros."
La conversación conmovedora entre padre e hijo en el camino al lugar del sacrificio y la pregunta de Isaac acerca del "cordero para el holocausto" (Gn 22:7) muestran claros paralelos con lo que miles de años después probablemente sintieron el Hijo de Dios y el Padre en el huerto de Getsemaní.
El hecho de que el Señor oró al Padre estando "a un tiro de piedra" de los tres discípulos, nos exhorta a nosotros también a considerar esta escena estremecedora con "distancia" y reverencia. No podemos comprender lo que nuestro Señor sufrió en agonía y tormento cuando suplicó tres veces: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mt 26:39); sólo podemos vislumbrar un poco de ello.
Sólo Lucas nos cuenta que "se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle" (Lc 22:43). Sólo él escribe de la "agonía" y de la dramática creciente en la cual su oración se hizo más intensa cayendo finalmente "su sudor como grandes gotas de sangre hasta la tierra" (Lc 22:44).
El terror ante el juicio de Dios sobre el pecado y el hecho de que Él, el puro y limpio de pecado, el Creador y Sustentador de la vida, sería hecho pecado y tendría que morir por ello, estaba delante de Él. Ésta era la "copa" amarga que el Señor tuvo que beber en las horas de tinieblas en la cruz.
Sólo en el evangelio de Lucas, que describe a nuestro Señor como hombre perfecto, se nos da una pequeña visión del temor y la angustia que le sobrevino al Señor en Getsemaní.
En (Lc 4:13) dice, que el diablo "después que hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo". Esto fue en el desierto, después de haberse bautizado el Señor Jesús al principio de su ministerio. Ahora, en la noche antes de su muerte, el tentador emplea toda astucia en su arte tentador, para hacer que el Señor desobedezca a la voluntad de Dios.
La "agonía" descrita por Lucas, indica con qué furia y poder se enfrentó Satanás, "que tiene el imperio de la muerte" (He 2:14) al "Autor de la vida" (Hch 3:15). En esta lucha y agonía "oró más intensamente".
En Hebreos hallamos más detalles de esta lucha con gran clamor:
(He 5:7) "Y Cristo en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, al que le podía librar de la muerte."
Pero entonces llegó el gran momento, cuando la lucha se decidió y Satanás tuvo que irse vencido:
(Lc 22:45) "Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos los halló durmiendo a causa de la tristeza."
¡Qué contraste! El Señor, tras estas tentaciones terribles, decidido a cumplir la voluntad del Padre e ir al Gólgota. ¡Y los discípulos, incapaces de velar ni siquiera una hora con el Señor (Mt 26:40), dormidos de tristeza!
Cuando las sombras horribles de la muerte inminente cayeron sobre él en Getsemaní y su alma estaba abatida y "triste hasta la muerte", entonces como hombre anhelaba la proximidad, la compasión y el apoyo de sus discípulos más íntimos.
(Sal 69:20) "Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo, y consoladores, y ninguno hallé."
Pero ahora, después de que el tentador había sido derrotado y el Señor estaba decidido a recibir y beber la copa de sufrimiento de la mano del Padre, pudo ir a sus discípulos dormidos lleno de benignidad.
(Mr 14:41-42) "Dormid ya, y descansad ... Levantaos y vamos; he aquí se acerca el que me entrega."
Ninguna reprimenda, ningún reproche, ninguna advertencia por su fracaso total. Con palabras clementes, pero sustanciales los despierta y prepara para el encuentro con Judas y su tropa.
Lucas que en su relato no se fija tanto en el comportamiento de los discípulos, sino en la lucha de oración (y él es el que la describe con más detalles), menciona en estos pocos versículos cinco veces las palabras "oró", "oraba", "oración" (Lc 22:40,41,44,45,46) y cierra su narración con la exhortación de Jesús: "Levantaos, y orad para que no entréis en tentación" (Lc 22:46).
De nuevo queda claro cómo el Espíritu Santo a través de Lucas nos llama la atención sobre nuestro Señor como hombre de oración, y nos lo presenta como ejemplo para impulsarnos y animarnos a imitar su vida de oración.
Aquí hallamos además las últimas palabras que el Señor dirige a sus discípulos antes de su muerte. Poco después, mientras le toman preso, sólo habló unas pocas palabras de aviso a Pedro. Horas más tarde, estando crucificado encomendó su madre a Juan.
Las "últimas palabras" de alguien tienen siempre un peso especial y muy a menudo se reflexiona sobre ellas y se citan. En este sentido, debería ser de especial importancia la exhortación de Jesús para nosotros como sus discípulos.
"Si yo pudiera forjar y meter mi corazón en cada sílaba, y bautizar cada palabra con mis lágrimas, entonces os pediría encarecidamente que más que otra cosa seáis celosos en la oración." (C. H. Spurgeon)

¿Qué podemos aprender de esto?

1. Reconocer la soberanía de Dios
Cuando uno de los discípulos le pidió al Señor que les enseñara a orar, les dio la "oración de muestra" tan conocida, en la que Dios mismo pone las prioridades: "Padre, santificado sea tu nombre" (Lc 11:2).
En el sermón del monte animó a los discípulos a orar:
(Mt 6:9-10) "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra."
En nuestras oraciones también deberían estar al principio la honra de Dios, Sus deseos y Su voluntad, antes que nuestras necesidades y nuestros deseos.
Esto es lo que el Señor hace en el huerto de Getsemaní. En su oración conmovedora no pasa por alto su angustia indecible, pensando en la cruz y su muerte inminente. Pero se somete al plan de Dios y a su voluntad, poniendo la honra de Dios en primer lugar en su oración.
Cuán fácilmente sucumbimos al peligro de querer prescribir a Dios lo que tiene que hacer. Podemos decirle nuestros deseos en confianza y recordarle sus promesas, pero no podemos, arrogantes, hacer de él el auxiliar cumplidor de nuestros propios deseos egoístas.
Pablo recibió de Dios un "aguijón en la carne", una circunstancia no precisada o alguna enfermedad dolorosa, que le debía guardar de enaltecerse (2 Co 12:7-10). Comprendemos bien que Pablo suplicara tres veces al Señor que se lo quitara. Pero el Señor le dio la conocida respuesta consoladora: "Bástate mi gracia".
Después de oír estas palabras, Pablo se sometió bajo la voluntad de Dios y dejó de orar por este asunto. Desde entonces pudo gloriarse de las "debilidades, afrentas, necesidades, angustias" e incluso "gozarse" en ellas.
2. Estar dispuesto a la lucha
Cuando meditamos sobre la lucha del Señor en Getsemaní se nos abren dimensiones que no podemos sondear.
Pero la Palabra de Dios y la historia de la iglesia y quizá también la propia experiencia pueden enseñarnos en qué puede consistir para nosotros esa lucha en oración.
Para que no haya malos entendidos: No se trata aquí de la oración desafiante practicada en ciertos círculos carismáticos, donde piensan que son capaces de atar o aplastar "demonios territoriales".
Pablo escribe a los Colosenses que su colaborador Epafras, "un siervo de Cristo" siempre estaba "rogando encarecidamente" por ellos "en sus oraciones" (Col 4:12).
El misionero David Brainerd que trabajó entre los indios, escribió en su diario en 1742:
"Esta mañana he pasado dos horas en mis deberes privados de oración y así he podido agonizar por las almas inmortales más que de ordinario. Aunque era muy temprano por la mañana y el sol apenas brillaba, mi cuerpo estaba lleno de sudor."
Y el 29 de Julio de 1746 anotó:
"Por la tarde tuve un tiempo bueno de oración en solitario. Supliqué a Dios por mis amados indios, para que Él continúe su obra de bendición entre ellos. Y noté su ayuda divina en esta lucha de oración. Me costó mucho separarme del trono de gracia y me puse muy triste, porque tenía que irme a la cama."
¿En qué consiste una lucha en oración?
Parece obvio que algunos comentaristas tratándose de este tema, piensen en Jacob, del cual leemos en (Gn 32:28): "has luchado con Dios y con los hombres y has vencido".
Pero la lucha en oración no es solamente un luchar con Dios, sino también una lucha contra nuestra vieja naturaleza y "contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad" (Ef 6:12).
Es una lucha contra la desgana paralizadora de orar, que nos sobreviene a menudo. Contra el cansancio, contra la premura del tiempo y los trabajos aún por hacer, contra fantasías repentinas y viajes soñados, que el diablo dispara en nuestros pensamientos con todo lujo de variación para estorbarnos o quitarnos de orar. Hallesby escribe de "un resentimiento incomprensible contra la oración, que sentimos algunas veces más y otras menos".
Jim Elliot anotó en su diario el 15 de enero de 1950:
"Toda la mañana me sentí vacío y sin el contacto con Dios. Estuve mucho tiempo sobre mis rodillas, pero sin fervor y con una desgana enorme de orar."
La mayoría de los lectores conocerán estas luchas u otras parecidas por propia experiencia. Y confirmarán que diariamente hay que hacer de "tripas corazón" para llevar una vida de oración disciplinada.
Según la encuesta hecha por mí, aproximadamente la tercera parte de los interrogados "sufren" desgana y falta de fuerza para orar, lo cual confirma lo efectiva que es esta arma de Satanás. Spurgeon tiene razón cuando dice que nuestra vieja naturaleza tiene "más de una piedra de molino que hunde, que del vuelo de un águila."
La oración es luchar contra el viejo Adán dentro de nosotros y es una declaración de guerra a "las huestes espirituales de maldad" a nuestro alrededor. Estos enemigos solamente los podemos vencer, si "velamos y oramos" con la fuerza que da Dios (Mt 26:41) (Mr 14:38).
La lucha del Señor en Getsemaní es la última escena de oración de nuestro Señor, que los discípulos advirtieron, aunque a distancia. Las oraciones del Señor en la cruz, no las vivieron los discípulos. Puede ser que Juan haya oído él mismo algunas de las palabras de Jesús anotándolas después en su evangelio, pues según (Jn 19:26-27) es el único discípulo que hallamos cerca de la cruz. Todos los demás discípulos habían huido después de la captura de Jesús, o como Pedro, observaron desde lejos lo que ocurría, "para ver el fin" (Mt 26:58). No como seguidor, sino como observador temeroso y curioso, que pocas horas más tarde le negaría maldiciendo y jurando.
Delante del Señor estaba el camino solitario a la cruz del Gólgota, y en este camino ningún discípulo pudo seguirle. Desamparado de las masas que gustaron su favor maltratado y azotado cubierto de escarnio y pavor. Coronado de espinas con sorna, los discípulos ya no le acompañaban. Traicionado y negado, los adversarios le rodeaban. Así fuiste a la cruz, de Dios el fiel sirviente, impulsado por amor eterno justo y obediente.
Y entonces comenzó la hora más oscura de la historia de la humanidad, en la que Jesucristo fue hecho pecado y castigado por nuestra culpa; en la que fue desamparado por Dios haciéndose nuestro fiador y sustituto.
Son insondables para nuestras mentes estas tres horas terribles en la cruz, cuando en mitad del día el país fue invadido por un eclipse solar repentino. Parece como si Dios corriera una cortina alrededor del incomprensible juicio de Dios contra su Hijo. Ejecutado el único Hombre exento de pecado, puro, obediente y perfecto, en cuyo bautismo, como ya vimos al principio de nuestras consideraciones, se abrieron los cielos y Dios expresó su gozo y complacencia.
Pero ahora, en estas tres horas en el Gólgota, el cielo parecía estar cerrado. El grito estremecedor de Jesús "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?" (Mt 27:46), aparentemente se extinguió sin ser oído ni contestado en la oscuridad abrumadora en el Gólgota.
Todo el que pueda creer y comprender el milagro de la sustitución confesará con Fritz von Bodelschwingh:
"En santo silencio
estamos aquí en el Gólgota
más y más nos inclinamos
ante el milagro de allá,
cuando el libre se hizo esclavo,
y pequeño el más alto Señor,
cuando el justo por los pecadores
fue a la muerte vencedor"
Pero no permaneció la oscuridad en el Gólgota. Después de las tres horas de sufrimiento propiciatorio oímos el grito de victoria y libertad que en el texto original consiste sólo de una palabra: "tetelestai" que se puede traducir como "consumado", "pagado" o "terminado" y que nuestras Biblias traducen "Consumado es" (Jn 19:30).
Pero las últimas palabras, la última oración de nuestro Señor antes de su muerte, nos la relata Lucas solamente:
(Lc 23:46) "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."
Recordemos que su ministerio público comenzó a orillas del Jordán con una oración, y con una oración concluye el Señor su obra para honra de Dios, encomendando su espíritu confiadamente en las manos del Padre.
No sé si habrá un incentivo mayor para buscar vivir una vida para la gloria de nuestro Dios de todo corazón, que considerar la vida y la muerte perfecta de nuestro Señor y Salvador y pararnos a meditarlo.
Ante la cruz hubo sólo una conclusión para Isaac Watts, el autor del conocido himno:
La cruz excelsa al contemplar.
Do Cristo allí por mí murió,
Nada se puede comparar
A las riquezas de su amor.
Yo no me quiero, Dios, gloriar
Mas que en la muerte del Señor.
Lo que más pueda ambicionar
Lo doy gozoso por su amor.
Ved en su rostro, manos, pies,
Las marcas vivas del dolor;
Es imposible comprender
Tal sufrimiento y tanto amor.
El mundo entero no será
Dádiva digna de ofrecer.
Amor tan grande, sin igual,
En cambio exige todo el ser.

Comentarios

Perú
  Méndez Colmenares Yusenys Carolina  (Perú)  (23/11/2023)
Gracias por estás enseñanza tan buenas. Dios le siga dando ese conocimiento tan poderoso, lo llene de él cada día para que por gracia dé lo que recibiste por gracia. Te bendigo cada día saludos y bendiciones.
Estados Unidos
  Miguel Varela  (Estados Unidos)  (27/04/2021)
Muchisimas gracias por compartir. Que Dios les bendiga
Argentina
  Javier Breunig  (Argentina)  (09/09/2020)
Muy buena la enseñanza! Gracias por compartir tus conocimientos! Dios te bendiga!
Estados Unidos
  Teyo Jimenez  (Estados Unidos)  (22/11/2018)
Bendiciones, gracias por enviarme estos estudios y predicaciones que son de mucha bendición para mi.
Honduras
  Abrahan DÍaz LÓpez  (Honduras)  (31/10/2018)
Excelente mensaje. Un hombre muy sano en la Enseñanza de la Palabra de Dios. Le conocí cuando vino a conferencia de ancianos a Tela, Honduras..
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