Estudio bíblico: Si me amarais os habríais regocijado - Juan 14:28-29

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
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España
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Si me amarais os habríais regocijado (Jn 14:28-29)

(Jn 14:28) "Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo."

"Si me amarais os habríais regocijado"

El Señor comienza con lo que ha sido el tema dominante en todo este capítulo: "Voy y vengo a vosotros" (Jn 14:2,3,4,12,18). Hay dos posibles interpretaciones a estas palabras. La primera podría sugerir que iba a la muerte en la cruz, pero que volvería otra vez a ellos por medio de la resurrección. La segunda, y mucho más acorde en esta ocasión con el contexto, el Señor iba al Padre para sentarse junto a él en el Trono, y desde allí volvería en su segunda venida.
A continuación les hace un reproche: "Si me amarais, os habríais regocijado". Con esto les viene a decir que las preocupaciones y temores que podrían surgir en ellos ante su próxima partida, se desvanecerían, y el gozo y la paz tomaría su lugar, si tan sólo le amaran de verdad.
Pero esto nos lleva a preguntarnos: ¿acaso no amaban al Señor? Por supuesto, los discípulos le amaban, pero como siempre, el amor debe crecer, y el de ellos era todavía muy inmaduro. Por las palabras de Jesús vemos que sus discípulos no le amaban como debieran. ¿Cuál era el problema?
Sufrían de una de las grandes enfermedades del amor: el deseo de poseer a la persona amada. Imaginemos a un joven que está locamente enamorado de una chica. Él quiere que ella esté sólo para él, y se molesta si trata con otras personas. Tampoco piensa en el desarrollo personal o profesional de ella, en sus gustos o preferencias, en lo que le hace feliz; sólo la quiere para que esté con él y le complazca en todo lo que a él le gusta. En un caso así diríamos que es un amor egoísta y tóxico, y si no madura, pronto hará que la relación sea asfixiante para la joven.
Los discípulos amaban al Señor, pero buscaban retenerle egoístamente aquí en la tierra. Ellos, al igual que nosotros, debían tener en cuenta que no podían reducir a Jesús a lo que querían que fuera, sino que debían regocijarse en quién era realmente.
Cuando el Señor les estaba diciendo que iba al Padre, ellos, en lugar de alegrarse por ese hecho, pensaban en sí mismos y en su pérdida ante la separación.
Por todo eso, el Señor estaba trabajando en ellos a fin de purificar su amor. Notemos que las referencias que el Señor hace al amor de sus discípulos en este capítulo siempre aparecen en frases condicionales: "si me amáis?", "el que me ama?" (Jn 14:15,21,23,28).
El Señor no estaba cuestionando su amor por él, pero estaba lejos de la meta esperada. Adolecía de varias cosas:
Su amor no era lo suficientemente desinteresado. Estaban demasiado centrados en ellos mismos. Esto siempre ha sido un problema de la iglesia, que con demasiada frecuencia ha estado más atenta a sus propios dolores que a las cosas que alegran a su Maestro.
No era un amor generoso. El amor siempre desea lo mejor para la persona amada. Como a continuación explicará, el hecho de que el Señor regresara al Padre que le había enviado, era lo que le llenaba de gozo y servía para glorificarle, pero parece que nada de todo esto fue tenido en cuenta por los discípulos.
El auténtico amor se alegra por el bien del otro. Anteriormente el Señor les había dicho que si le amaban guardarían sus mandamientos (Jn 14:21), pero ahora les dice que el auténtico amor se manifiesta por la alegría que nos produce que la persona a la que amamos prospere. ¡Cuántas veces decimos que amamos a los hermanos, pero sentimos celos de ellos cuando prosperan más que nosotros!
No era un amor inteligente, que lograba entender a la persona amada. Esto se deja ver con claridad en el hecho de que no apreciaban lo que significaba para él ir al Padre. Un amor que no conoce ni comprende a la persona amada, siempre será un amor incompleto.
¿Cómo deberían haber enfocado la cuestión de la partida del Señor?
En primer lugar deberían haber entendido lo que esa partida significaba para él y para la obra que había venido a realizar.
Es interesante notar la frecuencia con la que el Señor habla de su "Padre" en este capítulo (veintidós veces). Sin lugar a dudas quería imprimir fuertemente en la mente de los discípulos la idea de la unidad del Hijo con el Padre. Sólo si logramos entender esto, podremos comenzar a percibir la intensa emoción con la que el Señor pronuncia estas palabras: "voy al Padre". Los discípulos no pudieron comprender lo que para él significaba regresar al lugar de gloria que había compartido junto a su Padre por toda la eternidad, y que había dejado para venir a este mundo. ¡Cuánto anhelaba volver al seno del Padre (Jn 1:18)! Pero el problema radicaba en que después de tanto tiempo con los discípulos todavía no entendían plenamente la naturaleza de su relación con el Padre.
Y en segundo lugar, ellos estaban muy lejos todavía de comprender lo que ese hecho iba a implicar para la redención de la raza humana, porque de otro modo, se habrían regocijado inmensamente.
Quizá logremos entender un poco mejor a los discípulos si pensamos en nosotros mismos cuando uno de nuestros seres amados mueren y van con el Señor. ¿No es cierto que la tristeza inunda nuestros corazones?
Pero nosotros también podemos encontrar consuelo en estas palabras del Señor. Es verdad que sentimos profundamente el dolor por la separación, pero al mismo tiempo debemos encontrar un verdadero consuelo al saber cuál es su felicidad al estar al abrigo del Señor, libres de todo sufrimiento. Si realmente los amamos, nos regocijaremos de que finalmente ya estén en el hogar celestial. Pero muchas veces nuestro amor por ellos manifiesta los mismos problemas que tenían los discípulos con Jesús. Nuestro amor es egoísta, centrado en nosotros mismos y en lo que nosotros perdemos. Si fuera por nosotros, muchas veces los volveríamos a traer de regreso a esta tierra miserable, con los mismos cuerpos desgastados y el mismo sufrimiento que dejaron al abandonarnos. Además, es un amor posesivo; queremos a la persona amada con nosotros. Es un amor que no comprende las increíbles ventajas de estar con el Señor, y es mediocre porque no logra alegrarse de su ascenso a la gloria con el Señor.
A veces nos ayudaría ver las cosas desde el punto de vista de la persona que se va con el Señor. En una ocasión había una mujer que llevaba mucho tiempo enferma. Los pastores de la iglesia iban a verla y oraban con ella pidiéndole insistentemente al Señor que la sanara. Cuando ellos se iban, la mujer sonreía y decía: "Yo no estoy de acuerdo con su oración. Yo no quiero ser sanada; yo quiero ir a estar con el Señor. ¿Por qué no me dejan ir a estar con el Señor en lugar de pedirle a Dios que me sane?". Si tan solo entendiéramos la gloria del reino de los Cielos, nuestra visión de las cosas cambiaría radicalmente.

"Porque el Padre mayor es que yo"

Esta frase del Señor ha sido objeto de infinidad de debates sobre la divinidad de Cristo y las relaciones dentro de la Trinidad. ¿Cómo debemos entenderla?
En otras partes de este evangelio encontramos claras afirmaciones de que el Señor es igual al Padre:
(Jn 1:1) "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios."
(Jn 5:18) "Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios."
(Jn 10:30) "Yo y el Padre uno somos."
Pero también encontramos afirmaciones sobre la dependencia del Hijo con respecto al Padre:
(Jn 4:34) "Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra."
(Jn 5:19) "Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente."
(Jn 8:29) "Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada."
(Jn 12:49) "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar."
A la vista del conjunto de todos estos textos, ¿cómo hemos de interpretar la afirmación del Señor de que el Padre era mayor que él?
Algunos han usado este versículo para decir que Jesús no puede ser Dios en el sentido más pleno. Pero, en ese caso, ¿qué hacer con los versículos donde de manera inequívoca se afirma su divinidad? Algunos han optado por sugerir que Jesús es una divinidad inferior, un dios menor, pero esto ofende gravemente el sólido monoteísmo bíblico. Por otro lado, hacer de Jesús un mero ser humano, implicaría ignorar su origen eterno y su unidad con el Padre. Entonces ¿cómo debemos entenderlo?
Para una comprensión adecuada de lo que el Señor quería decir debemos notar el contexto de este versículo. Y lo primero que vemos es que Cristo no está haciendo aquí una comparación entre la divinidad del Padre y la suya. Lo que sí que hace es comparar su estado presente, como hombre en esta tierra, y la gloria celestial que iba a disfrutar con el Padre una vez que ascendiera al cielo. Cabe decir que esa gloria era la que ya había tenido desde antes de la fundación del mundo: "Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Jn 17:5).
La gloria de la nueva situación que él estaba anunciando implicaba la liberación de muchas de las limitaciones que tenía en esta tierra. Y en ese sentido, no hay duda de que el Padre era claramente superior al Hijo en todas las condiciones que le rodeaban mientras todavía permanecía en la tierra.
No hemos de perder de vista que este versículo tenía como propósito que los discípulos se alegraran porque con su partida el Señor iba a ser coronado en el cielo con el mayor honor y dignidad posibles.
Por lo tanto, Jesús dice que el Padre es mayor que él, no como Hijo de Dios, sino como Hijo del Hombre. No hay duda de que su encarnación implicó una clara humillación para él. El apóstol Pablo deja constancia de ello en el conocido pasaje que encontramos en:
(Fil 2:5-8) "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz."
Al encarnarse y habitar entre los hombres, tuvo que humillarse mucho a sí mismo, eligiendo voluntariamente descender a la vergüenza y el sufrimiento en sus formas más agudas. Se convirtió entonces en el Hijo del Hombre que no tenía dónde recostar su cabeza (Mt 8:20). Aunque era rico se hizo pobre por amor a nosotros (2 Co 8:9). Fue conocido como varón de dolores y experimentado en quebranto (Is 53:3). Por supuesto, todo esto contrasta con el Padre, que estaba sentado en el trono de la más alta majestad, rodeado de las huestes celestiales que le adoran sin cesar. Pero no debemos mirar la humillación temporal de Cristo pensando que por ello era inferior al Padre. No olvidemos que fue algo temporal, y que se sometió a ello por amor a nosotros.
Evidentemente, en ese estado, el Padre era mayor que él, incluso "fue hecho un poco menor que los ángeles" (He 2:9), aunque sabemos que los ángeles adoran a Cristo: "cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios" (He 1:6). Es más, en esa condición también estaba sujeto a seres humanos, como sus mismos padres: "descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos" (Lc 2:51), o a las autoridades civiles (Mt 17:24-27).
En su condición de Hombre, él había sido enviado por el Padre para cumplir con una misión específica. Él era el siervo enviado por el Padre, y tal como él mismo afirmó, "el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió" (Jn 13:16) (Jn 15:20). Puesto que había sido el Padre quien envió al Hijo, el Padre era mayor en tanto que durara esa misión, pero una vez terminada, cuando él ascendiera nuevamente al cielo, ya no se podría decir que el Padre es mayor que él, puesto que comparten el mismo trono:
(Mt 22:44) "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?"
(Fil 2:9-11) "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre."
(He 1:13) "¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?"
A raíz de toda la evidencia bíblica, podemos afirmar que el Hijo es igual al Padre en su divinidad, pero claramente menor que él en su humanidad. En lo que respecta a los atributos de la deidad, el Hijo y el Padre son iguales, pero cuando pensamos en el humilde puesto que el Hijo ocupó como Hombre aquí en la tierra, nos damos cuenta de que en ese sentido, Dios Padre era mayor que él.
No obstante, ahora contemplamos a las tres personas de la Trinidad en sus distintos tratos con los hombres, pero llegará el día en que Dios será todo en todos (1 Co 15:23-28).

"Os lo he dicho antes que suceda para que creáis"

(Jn 14:29) "Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis."
El Señor estaba terminando su ministerio aquí en la tierra, pero antes de dejar a sus discípulos, les anuncia lo que iba a ocurrir de manera inminente, "para que cuando suceda, creáis". Algo similar les dijo también en otros momentos de aquella misma noche: (Jn 13:19) (Jn 16:4). El Señor sabía perfectamente lo que le iba a ocurrir a él, y también conocía la traición de Judas o la negación de Pedro. Todo esto nos transmite la fuerte sensación de que el Señor estaba en el control de todo, y de que nada de lo que iba a ocurrirle le tomó por sorpresa. El programa divino se estaba cumpliendo tal como había sido acordado en el seno de la Trinidad. Nada ni nadie lo podría cambiar, y los discípulos debían tener esa seguridad.
Cuando vieran los hechos posteriores, comprobarían que todo había ocurrido tal como él les había prometido, y entonces recordarían que el Señor ya se lo había dicho antes. Quizás en un principio las palabras del Señor no tuvieron un impacto importante sobre ellos, pero seguro que lo tendría después, cuando todo hubiera ocurrido exactamente como él dijo. Este sería un medio para confirmar y robustece su fe.
Qué importante era que los graves acontecimientos que iban a tener lugar en las próximas horas no les tomaran por sorpresa, porque de ese modo su fe no sería destruida, ni ellos quedarían abrumados en extremo. Así que el Señor estaba preparando emocional y espiritualmente a sus discípulos.
Por otro lado debemos notar el principio expresado aquí, que fue útil para ellos, y también lo sigue siendo para nosotros. En (Is 42:9) Dios dijo por medio del profeta: "He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias". Y en (Is 46:9-10) añade: "Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero". ¿Por qué insistía Dios en el hecho de que conocía y anunciaba el fin desde el principio? Porque los israelitas confiaban en los ídolos mudos, y Dios quería que vieran la infinita diferencia que había entre ellos y el Dios verdadero. La conclusión lógica es que el Dios auténtico se revela de una manera anticipada, puesto que tiene un conocimiento perfecto de todas las cosas (pasadas, presentes y futuras), y nunca ha dejado de comunicarlas a los hombres. Frente a este hecho estaban los ídolos, que ni sabían ni decían nada.
Ahora el Señor Jesucristo se presenta del mismo modo para asegurar la fe de los discípulos.
Ahora bien, ¿por qué dice: "para que cuando suceda, creáis"? ¿Acaso no creían ya en él? ¿En qué iban a creer exactamente?
No debemos pensar que los discípulos no eran creyentes, pero sí que su fe, todavía pequeña, iba a profundizar, crecer y fortalecerse a raíz de estos acontecimientos, si es que los lograban encajar correctamente.
En cuanto a aquello en lo que iban a creer, podemos remontarnos a la otra ocasión en que Jesús dijo algo similar: "Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy" (Jn 13:19). Allí explica claramente que lo que habían de creer era que Jesús es el gran "Yo soy" eterno, el Mesías, el Salvador divinamente designado.
Podemos decir también que hasta ese momento los discípulos creían todo lo que entendían, pero seguían sin comprender su muerte y resurrección, razón por la que no llegaban a aceptarla, pero todo eso cambiaría después. Pero para ello era muy importante que entendieran que ambas formaban parte del programa mesiánico, tal como ahora les estaba anticipando.
Otro aspecto destacable es el énfasis reiterado en la necesidad de que el hombre "crea en él". No sólo debían estar preparados para los traumáticos sucesos que iban a tener lugar en unas horas, sobre todo debían creer en él.
Y por último, desde una perspectiva práctica, podemos decir que conocer con anticipación las promesas y enseñanzas que las Escrituras nos transmiten, es un precioso conocimiento que cambiará nuestras vidas cuando más tarde pasemos por tiempos de pruebas y dificultades. Por esa razón, cuanto más joven una persona aprenda las verdades de la Palabra, mayor será su protección contra el desánimo, la tristeza, la angustia y las tormentas de la vida.
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