Estudio bíblico: Jesús ante Pilato - Juan 18:28-32

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Jesús ante Pilato (Juan 18:28-32)

Introducción

Después de un informe muy esquemático del encuentro de Jesús con Anás, y luego de una simple mención de Caifás, Juan desarrolla un completo y preciso relato del juicio ante el gobernador romano Pilato, mucho más detallado que el que encontramos en los otros evangelios. Tras algunos breves intercambios de palabras con Jesús, el gobernador romano llegó a la convicción de que era inocente (Jn 18:38), e hizo diferentes intentos por ponerlo en libertad, sin embargo, todos ellos resultaron infructuosos porque chocaron con la firme voluntad de los líderes religiosos del judaísmo, que habían decidido su muerte a cualquier precio, y no consideraban ningún método demasiado reprobable para imponer su voluntad al gobernador.
El juicio de Pilato se divide en dos partes. La primera abarca la sección que encontramos en (Jn 18:28-38), y en ella se trata el interrogatorio que Pilato hizo a Jesús y la conclusión de que Jesús no era culpable de los cargos de los que se le acusaba. La segunda parte la encontramos en (Jn 18:39-19:16), y en ella vemos los vanos intentos que Pilato hizo para liberar a Jesús, viéndose finalmente obligado a inclinarse ante los deseos de los judíos y entregarles a Jesús para su ejecución si quería seguir en su puesto como gobernador.
Para entender el propósito de esta sección dentro del evangelio de Juan, no debemos perder de vista que el evangelista nos ha presentado a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), y especialmente en estos capítulos, nos habla de él como el cordero pascual que trae liberación a su pueblo. Ahora bien, en cuanto a las instrucciones para la celebración de la pascua, se especificaba que el cordero del sacrificio debía ser "sin defecto" (Ex 12:5), y para su comprobación se debía guardar en los hogares israelitas durante tres días antes de su sacrificio (Ex 12:3-6).
En el caso de Cristo él fue cuidadosamente observado durante los más de tres años que duró su ministerio terrenal. Durante ese tiempo el Padre lo había aprobado (Mt 3:17) (Mt 17:5), sus discípulos vieron su santidad y justicia absolutas (Hch 2:27) (Hch 3:14) (1 Jn 2:1) (1 P 1:19). Hasta Judas Iscariote confesó: "Yo he pecado entregando sangre inocente" (Mt 27:4). Y ahora iba a ser el mismo gobernador romano quien diría en varias ocasiones que no hallaba culpa en él (Jn 18:38) (Jn 19:4,6). Así pues, después de haber sido ampliamente examinado se encontró que no había ningún defecto en él, y por lo tanto, podía ser el Cordero de Dios que se ofrecería por el perdón y la liberación del mundo.
Nos enfrentamos, por lo tanto, al hecho paradójico de que el único hombre perfecto que ha vivido en este mundo, fue condenado a muerte como uno de los peores pecadores. Por supuesto, el propósito del evangelista es el de conducirnos al hecho de que Cristo no murió por sus propios pecados, sino en sustitución de los pecadores.

Jesús es conducido al pretorio

(Jn 18:28) "Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua."
1. Jesús es entregado al poder de Roma
El evangelista nos dice que "llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio", y con esto la causa de Jesús pasaba a la jurisdicción del poder de Roma, el invasor gentil y pagano que en aquellos días gobernaba sobre Israel.
Las razones que llevaron a las autoridades religiosas judías a hacer esto pudieron ser varias. Por un lado estaba el hecho de que ellos no querían tener ante el pueblo la responsabilidad directa de la ejecución de Jesús, y por otra parte, el tipo de muerte que deseaban para Jesús era la crucifixión, no sólo por el sufrimiento y vergüenza que esto le causaría, sino también porque de ese modo quedaría claro que no era el auténtico Mesías, porque la Ley decía que quien era colgado en un madero era maldito por Dios (Dt 21:23).
En cuanto al "pretorio" a donde Cristo fue conducido, se trataba de la residencia oficial del gobernador romano. En el caso de Pilato, él tenía su residencia habitual en Cesarea, pero durante los principales periodos festivos en Israel se trasladaba a Jerusalén, llevando consigo tropas adicionales para usar en caso de que se produjeran disturbios. Sobre su residencia en Jerusalén, el gobernador tenía dos opciones: el antiguo palacio de Herodes y la Torre Antonia. No se sabe con certeza a cuál de ellas fue conducido Jesús, pero tampoco es relevante para entender los hechos que estudiamos.
2. "Era de mañana"
Jesús fue llevado ante Pilato a una hora temprana. Sabemos que la última negación de Pedro se correspondió con el tercer canto del gallo, cuando Jesús acababa de ser trasladado a la casa de Caifás, donde "muy de mañana" tuvo lugar una reunión con el Sanedrín, después de la cual llevaron a Jesús ante Pilato (Mr 15:1).
Es difícil precisar a qué hora llegaron Jesús y sus acusadores al pretorio, pero hemos de suponer que fue muy pronto en la mañana. La intención de los judíos era entregar a Jesús lo antes posible a Pilato antes de que las multitudes se dieran cuenta de lo que sucedía y pudieran organizar algún movimiento a su favor.
Debemos suponer también que Pilato habría sido prevenido con antelación de esta audiencia matutina. Esto no sería de extrañar, puesto que él mismo había dado permiso para que el tribuno y una compañía de soldados tomaran parte la noche anterior en el arresto de Jesús, por lo tanto, el gobernador debió seguir los acontecimientos de cerca y estaría esperando su desenlace.
3. Los judíos se quedan fuera para no contaminarse y poder comer la pascua
Los judíos no quisieron entrar al pretorio porque entendían que el contacto con la morada de un gentil los haría ceremonialmente impuros, lo que les impediría comer la pascua.
Sobre este hecho debemos analizar diferentes cuestiones.
En primer lugar, no había nada en la Ley de Dios que dijera que entrar en la casa de un gentil haría que una persona fuera inmunda. Por ejemplo, la ley decía que una persona sería inmunda durante siete días si tocaba un cadáver, o entraba en una tienda donde alguien hubiera fallecido (Nm 19:11,14), y que por esa causa no podría celebrar la pascua en su tiempo (Nm 9:6), pero no decía nada de entrar a casa de un gentil. Esto venía realmente de las tradiciones de los ancianos. En la Mishná se dice que quien entraba en la casa de un pagano contraía impureza legal por siete días, porque "las casas de los gentiles son impuras". El mismo apóstol Pedro reconoció la fuerza de estas tradiciones cuando en casa de Cornelio, el centurión romano, dijo: "Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero" (Hch 10:28), y algunos creyentes judíos le recriminaron por haber entrado en casa de gentiles (Hch 11:2-3).
La segunda cosa que sorprende de la actitud de estos judíos era que por un lado tomaban precauciones extremas para evitar la contaminación ritual con el fin de poder celebrar la pascua, y al mismo tiempo no tenían reparos en promover un falso juicio que llevara a la muerte a un hombre inocente. Es muy grave cuando la escrupulosidad religiosa va de la mano de la criminalidad cruel y sanguinaria. Pero este era el típico comportamiento de los líderes espirituales de Israel que el Señor había condenado sin paliativos en otras ocasiones:
(Mt 23:24-26) "¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio."
Pensaban que la impureza de la que debían huir se encontraba dentro de la casa del gobernador romano, pero no entendían que donde realmente estaba era en sus propios corazones.
(Mr 7:20-23) "Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre."
Este era un problema típico en ellos, y el Señor lo denunció en muchas ocasiones: consideraban la contaminación ritual como un asunto mucho más grave que la contaminación moral.
(Lc 11:39) "Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad."
Es una tragedia cuando las personas dependen del cumplimiento de ciertas observancias rituales para aliviar sus conciencias ante Dios. El problema es que los ritos religiosos no pueden limpiar el corazón. Lo único que consiguen en alguna medida es que las otras personas puedan llegar a tener una buena opinión de ellos, pero ante los ojos de Dios esto no sirve de nada.
(Mt 23:27-28) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad."
Nadie está libre de este tipo de actitudes, ni siquiera dentro del cristianismo. Una persona puede confiar en que ha recibido el bautismo, participa de la cena del Señor, asiste a las reuniones de la iglesia, ofrece sus oraciones y ofrendas, ayuna... pero todo eso no puede salvar a nadie de sus pecados ni librarle del juicio eterno. Sólo el nuevo nacimiento que se produce como resultado de la fe y el arrepentimiento puede justificar a la persona de sus pecados ante Dios y darle un nuevo corazón y una nueva vida.
Todo esto lo hacían para "así poder comer la pascua". Aquí debemos aclarar que el término "pascua" no se refiere únicamente a la noche en que se comía el cordero pascual, sino también a la fiesta de los "panes sin levadura" que duraba siete días y se celebraba a continuación de la pascua. En muchas ocasiones los autores bíblicos se referían a esas dos fiestas de forma genérica como "la pascua" (Dt 16:1-3) (Lc 22:1) (Hch 12:3-4), o como la fiesta de los "panes sin levadura" (Mt 26:17) (Mr 14:12,14). Así que, lo que preocupaba a aquellos judíos no era quedar impuros ceremonialmente para comer el cordero pascual, que ya habrían comido la noche anterior, sino para el gran número de comidas y celebraciones que todavía quedaban en aquella semana pascual.
En este punto debemos preguntarnos si esos judíos estaban preparados para celebrar correctamente la fiesta de la pascua y los panes sin levadura. Ellos creían que sí lo estarían si no entraban a la casa del gobernador romano, pero ¿era eso cierto?
Ya hemos visto que no, porque aunque ellos sólo se fijaban en ciertas cuestiones externas de su conveniencia, Dios miraba su corazón, y desde esa perspectiva, ellos no estaban preparados para celebrar la pascua. Resulta difícil pensar cómo los líderes religiosos pudieron celebrar la cena pascual durante la noche anterior al mismo tiempo que hacían todos los preparativos para el arresto de Jesús. Estar listos para reaccionar inmediatamente al aviso de Judas, y ser capaces de movilizar a un gran número de alguaciles del sumo sacerdote y a una compañía de soldados romanos, requeriría de muchos preparativos, por lo que difícilmente habrían celebrado la cena pascual con un mínimo de paz y concentración.
Pero dicho esto, debemos recordar también la exhortación que el apóstol Pablo hizo a los creyentes en este tiempo. Él afirma que "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros", pero que para participar de ella debemos limpiarnos de "la vieja levadura".
(1 Co 5:7-11) "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad. Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis."
En el contexto anterior de estos versículos vemos que la iglesia en Corinto estaba permitiendo el pecado y la inmoralidad de alguno de sus miembros, lo que despertó la indignación de Pablo y esta fuerte advertencia. Debemos recordar esto, porque con facilidad podemos acusar la religiosidad hipócrita de otros mientras nosotros hacemos lo mismo.

"¿Qué acusación traéis contra este hombre?"

(Jn 18:29) "Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?"
1. ¿Quién era Pilato?
Aquí se menciona a Pilato por primera vez, y debemos preguntarnos quién era.
Pilato fue el quinto prefecto de la provincia romana de Judea entre los años 26 al 36 d.C., aunque los evangelios se refieren a él con la categoría genérica de "gobernador". Su provincia incluía Judea, Samaria e Idumea, y estaba bajo la jurisdicción del legado de la provincia de Siria. Tenía a su cargo la administración militar y judicial de toda la provincia. Su capital estaba en Cesarea, donde tenía numerosas tropas estacionadas. Allí pasaba la mayor parte del tiempo, pero también visitaba con frecuencia Jerusalén, donde también guardaba numerosos soldados en la Torre Antonia, una fortificación situada a un lado del templo judío.
Además de los Evangelios, varios escritores judíos del primer siglo también nos proporcionan información sobre su gobierno y persona, coincidiendo en que era "un hombre de carácter inflexible, tan implacable como obstinado" (en una carta de Agripa I citada por Filón). El mismo autor dice que el servicio de Pilato se caracterizó por su banalidad, violencia, robos, asaltos a la gente, conducta abusiva, ejecuciones frecuentes de prisioneros sin previo juicio, ferocidad interminable y salvaje. Josefo escribe sobre tres incidentes separados en los que Pilato despertó imprudentemente la hostilidad de la nación judía (Josefo, Antigüedades judías).
Estos datos facilitados por los historiadores seculares se corresponden perfectamente con la descripción que encontramos de Pilato en los evangelios (Lc 13:1). Y aquí veremos que Juan nos lo presenta como arrogante al mismo tiempo que cobarde. Por un lado hace alarde de su autoridad (Jn 19:10), pero por otro cede a la presión de los judíos y condena a Jesús aunque sabe que es inocente.
Lo cierto es que gobernar a los judíos no era una tarea sencilla, y parece que él los odiaba, ya que no dejaban de causarle un problema tras otro, razón por la que los trataba con insensibilidad y brutalidad.
Su carrera como prefecto terminó en el año 36 d.C. cuando fue depuesto debido a que reprimió violentamente una revuelta de samaritanos. Éstos se quejaron ante Roma y fue llamado a responder de las acusaciones que habían formulado contra él. Por supuesto, esta no había sido la primera vez que los judíos se quejaban contra Pilato ante la autoridad imperial. Diríamos que esa fue la gota que colmó el vaso.
2. La actitud de Pilato en el juicio
Pilato ya había quedado comprometido con los judíos desde el momento en que había mandado a una compañía de soldados a detener a Jesús. Aun así, desde que se produjo el primer interrogatorio, Pilato hizo todo lo posible para desentenderse del caso y liberar a Jesús. ¿Por qué no lo hizo finalmente? La razón fue que los judíos le chantajearon diciéndole: "Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone" (Jn 19:12). Como ya hemos comentado, la hoja de servicios de Pilato no estaba limpia, y lo último que le interesaba era tener otra queja más ante el emperador, puesto que eso le llevaría fácilmente a perder su puesto de gobernador.
En todo caso, veremos a lo largo del juicio que, si bien odiaba a los judíos y no quería agradarlos, al mismo tiempo sentía cierto respecto por Jesús y deseaba liberarlo, aunque no estaba dispuesto a hacerlo si el precio a pagar era perder su puesto.
3. Pilato y los judíos
Pilato sabía cómo eran los judíos. En los pocos años que llevaba como gobernador había descubierto que era importante respetar sus costumbres, porque de otro modo se producirían perturbaciones, y como ya hemos dicho, él no necesitaba más de ellas, así que tuvo que ceder a sus escrúpulos religiosos, y puesto que ellos no querían entrar en el pretorio, él tuvo que salir y entrar en varias ocasiones para interrogar a Jesús dentro, y hablar con ellos fuera.
Por supuesto, el hecho de que Pilato se viera obligado a ceder a las pretensiones de los judíos, no le agradó, y de antemano le predispuesto para no facilitarles sus deseos.
4. Pilato se informa del caso
El gobernador necesariamente tenía que saber por qué los judíos le habían llevado a Jesús y lo que pretendían que hiciera con él. Como ya hemos mencionado, él les había facilitado la noche anterior a una compañía de soldados para que lo prendieran, por lo que suponemos que le habrían dado algún tipo de información que justificara tal petición, sin embargo, cuando comenzó el juicio, no parecía estar muy dispuesto a complacerles ni darles facilidades, sino que inició haciéndoles la pregunta con la que comenzaría cualquier proceso: "¿Qué acusación traéis contra este hombre?".
Esta era una forma de decirles a los judíos que no iba a actuar al dictado de lo que le mandaran. Como veremos a continuación, ellos le habían entregado a Jesús con la intención de que lo crucificara sin que tuvieran que formular ninguna acusación concreta contra él, pero Pilato no se iba a prestar a sus deseos. Si ellos tenían leyes y tradiciones que les impedían entrar al pretorio, Pilato y Roma también tenían leyes que se debían cumplir. Así que, aunque los judíos habían llevado a cabo un juicio privado durante la noche, los procedimientos de la ley romana obligaban a que fueran públicos, por lo que ordenó una audiencia en su presencia, con el evidente disgusto de los judíos, que esperaban que se limitara a ratificar los procedimientos del Sanedrín.
Por lo que sabemos de Pilato, es seguro que no le movía tanto la pasión por la justicia, como la satisfacción que le producía humillar a las autoridades judías obligándoles a reconocer su autoridad.

"Si este no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado"

(Jn 18:30) "Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado."
La petición que Pilato acababa de hacer, "¿qué acusación creéis contra este hombre?", había colocado a los judíos en una posición muy incómoda, porque no tenían ninguna acusación que sirviera para condenar a Jesús en un tribunal romano, y ellos lo sabían bien. Por esa razón contestan de una manera hostil, mostrándose ofendidos. Ellos exigían que Pilato aceptara el veredicto del Sanedrín sin conocerlo ni cuestionarlo, lo que para el gobernador romano debió ser el colmo de la insolencia.
No obstante ellos siguen adelante, haciéndose los indignados, exigiendo al gobernador que ejecutara a Jesús porque ellos lo decían. Su argumento sería algo así: "No es necesario que indagues los detalles de este caso, porque nosotros lo hemos examinado y hemos llegado a la conclusión de que el prisionero es culpable. Puedes estar completamente seguro de que hombres como nosotros, el sagrado Sanedrín, nunca te presentaríamos un caso así a menos que hubiera motivos justos para hacerlo. ¿Acaso dudas de nuestra integridad o capacidad?".
Pero este era el problema; Pilato conocía muy bien a los judíos, y sabía que sus prisas por terminar con Jesús escondían los motivos más oscuros y siniestros. Además, acusarle de "malhechor" era algo muy vago para pedir la pena máxima.
Por otro lado, Pilato tenía que haber escuchado suficientes informes de sus servicios de inteligencia en los que le explicaban los milagros que durante tres años había estado haciendo Jesús por toda la región bajo su gobierno. Resulta imposible pensar que la fama de Jesús no hubiera llegado a sus oídos, y que dentro de las paredes del palacio del gobernador de Judea no se hubieran mencionado en numerosas ocasiones los milagros que Jesús hacía.
Lejos de ser un "malhechor", como diría Pedro, "Jesús anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hch 10:37-39). Era un insulto contra la inteligencia de Pilato intentar hacerle creer que Jesús era un malhechor.

"A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie"

(Jn 18:31) "Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie"
El tono y las pretensiones de los judíos desagradaron a Pilato, que sentía que le estaban engañando, y que sólo querían utilizarlo para sus propios propósitos, así que los despachó diciéndoles: "Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley".
Es probable que Pilato estuviera pensando cómo tan temprano en la mañana el Sanedrín ya había tenido tiempo de juzgar a Jesús, si había sido arrestado a altas horas de la noche. Quizá por esa razón les invitó a juzgarle según la ley, dudando de que realmente lo hubieran hecho.
Ante la actitud prepotente de los judíos era lógica la resistencia que el gobernador mostraba a complacerles en lo que le solicitaban, y ellos lo percibieron, así que intentaron usar un tono más conciliador a fin de conseguir su propósito: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Los judíos tuvieron que reconocer que eran un pueblo subyugado, que habían perdido su independencia, y también el derecho a dictar la sentencia capital. La autoridad del Sanedrín había quedado limitada a dictar excomuniones, condenar a la pena del látigo y a prisión. Es verdad que la ley del Antiguo Testamento les confería el derecho a la pena capital, pero los romanos se lo habían quitado, y ahora lo tenían que reconocer con gran disgusto. Indudablemente esto era una humillación para los judíos y una victoria para el orgullo de Pilato.
Desde el año 6 d.C., cuando Judea se convirtió en una provincia romana, los judíos perdieron el derecho de ejecutar la pena de muerte, algo con lo que Pilato disfrutaba en recordarles su condición de vasallos. No obstante, había una excepción a esta regla, y tenía que ver con aquellos que traspasaran el límite de separación entre el atrio de los gentiles y el área interior del templo. En ese caso, aun tratándose de un romano, se le aplicaría inmediatamente la pena de muerte. Aparte de esto, sabemos que en ocasiones los judíos podían llevar a cabo linchamientos, como el de Esteban (Hechos 6 y 7), en los que los romanos podían hacer la vista gorda.
En todo caso, por la respuesta de las autoridades judías, quedaban claras cuáles eran sus verdaderas intenciones. Ellos no habían llevado a Jesús ante Pilato para que lo juzgara, sino para que le diera muerte. Querían convertirlo en mero verdugo, y de ese modo librarse ellos mismos de este crimen.

"Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho"

(Jn 18:32) "para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir."
Aun en medio del conflicto entre Pilato y los líderes del judaísmo, Cristo estaba en el control de toda la situación, y finalmente se cumpliría lo que él había anunciado. En concreto se refiere al tipo de muerte por la que iba a morir, que sería por crucifixión.
Recordemos sus palabras:
(Jn 3:14) "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado"
(Jn 8:28) "Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo."
(Jn 12:32-33) "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir."
En realidad, los líderes religiosos podrían haber apedreado a Jesús, tal como más tarde lo hicieron con Esteban. De hecho, la acusación formulada contra Jesús durante su ministerio fue la de blasfemia al hacerse Hijo de Dios (Jn 5:18) (Jn 10:33), y en ese caso, el castigo establecido por la Ley era la muerte por lapidación: "Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto; toda la congregación lo apedreará" (Lv 24:16).
Pero ellos querían crucificar a Jesús. Su propósito era mostrarlo al pueblo como maldito, porque como decía la Escritura: "maldito por Dios es el colgado" (Dt 21:23). Ellos pensaban que si Jesús era crucificado, los judíos lo mirarían y dirían: "él no puede ser el Mesías auténtico, sino que es un impostor maldito". Tal era el desprecio que los dirigentes judíos sentían por Jesús.
No obstante, los apóstoles hablaron de este hecho de una manera muy diferente. Por ejemplo, Pablo escribió lo siguiente:
(Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)"
Lo que está queriendo decir es que la maldición que nos correspondía a nosotros como consecuencia de nuestros pecados, fue cargada sobre Cristo. Como diría Pedro en otra ocasión: "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 P 3:18). Aunque seguramente ninguna legislación permita que una persona inocente sustituya y lleve la condena de un culpable, desde la perspectiva divina sí es posible, y Cristo nos amó tanto que estuvo dispuesto a ocupar nuestro lugar en el juicio divino. Por esa razón, cuando en los evangelios se habla de la muerte de Cristo por crucifixión, se emplea el término "levantar", dándole un claro sentido de exaltación y victoria. La cruz es la demostración suprema del amor de Dios a la humanidad.
Ahora bien, la muerte por crucifixión era el tipo de ejecución distintiva de los romanos, por lo que era necesario convencer a Pilato para que fueran ellos los que lo sentenciaran a muerte y lo ejecutaran.
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