Estudio bíblico de 3 Juan 1:7-10
2 Juan 8 y 9
Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por la Tercera Epístola del Apóstol Juan. Vamos a seguir con nuestro estudio y leeremos a partir del versículo 7, que ya habíamos comentado en nuestro programa anterior. Leeremos los versículos 7 y 8 juntos:
"Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad."
Debemos decir que hemos dividido a esta Tercera Epístola, o carta, del Apóstol Juan, de acuerdo con las tres personas que se mencionan en este lugar. Se trata de tres hombres y el primero de quien habló Juan, fue Gayo. Más adelante mencionó a Diótrefes, y por último, a Demetrio. Vamos a observar a estos tres hombres, y analizar sus características y la razón por las cuales ellos merecen un espacio en esta Tercera carta del Apóstol Juan. Anteriormente, en otro programa, hemos observado lo que se dijo en cuanto a Gayo. Era un amigo del Apóstol Juan; evidentemente fue una de las numerosas personas que había sido convertidas por la predicación de Juan. Y Juan se dirigió a Gayo llamándole, "el amado". Por lo visto, Gayo no sólo era amado por Juan, sino que era amado por la congregación de esa iglesia local. Gayo era un hombre de Dios que destacó entre los demás y era también amado por ese grupo de hombres y mujeres que viajaban por todo el imperio romano testificando por Cristo.
Viajar y desplazarse en aquel tiempo no era una tarea fácil; normalmente se viajaba caminando; algunos disponían de burros, porque los caballos eran sólo para el ejército y personajes relevantes. Cuando estos primeros misioneros y maestros del Evangelio de Cristo llegaban a la ciudad donde vivía Gayo, cansados, hambrientos, necesitados de techo, comida y un refrescante baño, Gayo siempre tenía las puertas de su casa abiertas de par en par. Él los recibía y no sólo los agasajaba durante su estancia, sino también les proveía con todo lo necesario cuando se marchaban para seguir su camino y ministerio de extender el reino de la luz, el reino de Jesucristo. Esto nos indica que Gayo estaba viviendo la enseñanza de los apóstoles, y que vivía en amor. En Gayo era obvio que se cumplían las enseñanzas de los apóstoles, porque su conducta demostraba que vivía en el amor. Es interesante notar, que ni Gayo, quien los recibía generosamente, como tampoco estos misioneros y maestros, que viajaban con mucho sacrificio de un lugar a otro, nadie, ninguno, recibía algún salario. No recibían remuneración, porque ellos salían confiando que el Señor supliría sus necesidades y que Él tocaría corazones y abriría hogares para ellos. En algunos lugares recibían apoyo y sustento, pero en otros lugares no eran recibidos de esa manera. Ahora, este grupo de maestros y misioneros itinerantes no pedían ni recibían nada de los llamados gentiles, gente no judía. El apóstol les animó a proceder así, cuando dijo: Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad. Es decir, que esas personas que abrían las puertas de sus hogares para ellos, les proveían de lo necesario y les ayudaban a que continuaran su camino; éstos eran partícipes, compañeros en la extensión del Evangelio, y eso significa "cooperar con la Verdad."
Ya hemos visto que hay mucha similitud entre la Segunda y la Tercera Epístola del Apóstol Juan, pero también existe un gran contraste. Encontramos una notable diferencia entre las dos epístolas. En la Segunda epístola, o carta, Juan escribió a "la señora elegida" a que no recibiera a nadie en su hogar, aunque ella era aparentemente rica y generosa; le advirtió que no recibiera a los apostatas, a los falsos maestros que, usando el vocabulario de los Apóstoles, no eran genuinos creyentes. En esa época había personas que mezclaban algo de la doctrina cristiana, con otras creencias, pero no creían en la deidad de Cristo, ni en la inspiración divina de las Escrituras. De modo que a ella, a la señora elegida, Juan le advirtió que no debía recibir a esta clase de gente, porque si ella lo hacía, entonces era partícipe de sus obras malas. Como consecuencia de esta seria advertencia probablemente algunos hogares se cerraron, sin recibir a nadie, para no cometer ninguna equivocación. Pero Juan en realidad lo que quiso decir era: "Mirad, si estos hombres evidencian que están andando en la luz del Evangelio, si ellos están viviendo en el amor de Jesucristo, si son hombres que muestran frutos de la vida de Dios en ellos, entonces pienso, que debéis usar el discernimiento espiritual para confirmar que estos hombres están hablando por medio del Espíritu Santo". Estamos seguros que la iglesia primitiva, la iglesia del primer siglo, ejercitaba ese discernimiento espiritual que debe presidir a la iglesia en el día de hoy. No sólo es importante que conozcamos mejor la Escritura, sino que pidamos más sabiduría de Dios y más discernimiento espiritual.
Cuando vemos a hombres señalados por Dios, que hacen Su obra, éstos merecen nuestro apoyo. Juan dijo: Para que cooperemos con ellos, con la verdad. Al ayudarles, nosotros nos hacemos partícipes, en el difusión de la Palabra de Dios.
Ahora, este hombre, Gayo, fue una persona maravillosa, uno de esos auténticos santos de la iglesia primitiva. Lamentablemente, aunque deseáramos que todos los miembros de la congregación fueran como él, en la iglesia primitiva, sin embargo, no fue así.
El apóstol Juan escribió una especie de Pentateuco del Nuevo Testamento, de la misma forma en que Moisés escribió el Pentateuco del Antiguo Testamento. Juan escribió el evangelio que lleva su nombre; el Apocalipsis, y estas tres epístolas, cinco libros en total. Por lo tanto, Él escribió, un Pentateuco. Y hay muchos expositores bíblicos que piensan que Juan escribió sus epístolas en último lugar, y nosotros estamos de acuerdo con eso. Podríamos decir que estos libros fueron el canto de cisne, es decir, sus últimas obras, escritas a final del primer siglo. Hemos visto que la iglesia había crecido mucho, y miles de personas había aceptado a Cristo como su único y suficiente Salvador.
Ahora, quizá nos preguntamos cómo se llevaban unos con otros, cómo vivían estos primeros cristianos. ¿Eran todos ellos un modelo de virtud? ¿Eran todos ellos destacados hombres de Dios? ¿Eran todos ellos dignos seguidores de Cristo? ¿Eran ellos ejemplos vivos?
El apóstol Juan comentó sobre diversas clases de personas. Hemos visto que Juan nos mostró a su amigo Gayo, una persona genuina, auténtica, sincera, de la que se puede decir que fue un verdadero hombre de Dios, un creyente y un fiel seguidor de Jesucristo.
Pero Juan ahora nos habla de otro tipo de persona en los versículos 9 y 10 de esta Tercera Epístola del Apóstol Juan:
"Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia."
Aquí tenemos a otro personaje, un hombre llamado Diótrefes, miembro de la misma iglesia que Gayo. Lo que llama la atención es el comentario que sobre él hizo Juan. Parece ser que Diótrefes buscaba el protagonismo, y no ocultaba su ambición. Juan incluso comentó que Diótrefes era un déspota, un dictador.
Lo que nos parece más grave es que Diótrefes se opuso al Apóstol Juan. Juan escribió a la iglesia pidiendo a la congregación que recibiera a ciertos hombres, que él recomendaba. Entre los recomendados había grandes evangelistas y predicadores; y alguien, llamado Demetrio; de este personaje hablaremos en nuestro próximo programa. Pero el personaje que ahora nos ocupa, Diótrefes, había decidido no recibirle; ni siquiera quería abrirle las puertas de su hogar y hasta llegó a oponerse a que otros hermanos de la iglesia lo hiciesen. Ahora, no sabemos si él era un predicador o un hombre laico, no relacionado con el ministerio. Pero lo que está claro es que se resistía a todos aquellos que eran enviados por Juan. Y la razón era, que él ambicionaba tener el primer lugar; obviamente quería el poder, quería gobernar, y quería hacer las cosas a su manera. Era irrespetuoso, déspota y no le importaba ni la opinión, ni el ruego del apóstol.
Ahora, creemos que el hijo de Dios, el creyente, no sólo tiene la obligación, sino también el privilegio de ayudar a la difusión de la Palabra de Dios. Eso era lo que se practicaba en la iglesia primitiva. Pero en esa iglesia estaba ese hombre, Diótrefes, orgulloso, ambicioso, que no deseaba que nadie le hiciera sombra. Pretencioso, vanaglorioso, arrogante, era una persona muy engreída, alguien que no consentía no ser el centro de atención.
Ahora, al analizar a este personaje nos preguntamos cómo alguien con estas características podía ser un auténtico discípulo de Cristo, a quien todos los que somos hijos de Dios, debemos imitar, en su sencillez, su sobriedad, su humildad, su amor, su comprensión. Notemos que Juan presentó cinco acusaciones contra este hombre. Diótrefes fue culpable de estos cinco cargos contra él. En primer lugar: Diótrefes quería ocupar un lugar de privilegio en la iglesia. Número dos: él se negaba a recibir a Juan. Número tres: él había pronunciado palabras malignas contra los Apóstoles. Número cuatro: él se había negado a recibir a los misioneros, aquellos predicadores que viajaban por todo el país, y la razón era muy obvia: él quería ser maestro e impartir toda la enseñanza, y siempre quería estar al frente de la congregación. Y en quinto lugar: él había expulsado de la iglesia a aquellos que habían recibido a los misioneros en sus hogares, como había pedido el apóstol.
Es decir, Diótrefes quería ser el primer gobernante destacado de la iglesia. Aquí tenemos a un hombre que tuvo un alto concepto de sí mismo. Se auto promocionaba; era un hombre que se había formado a sí mismo, un autodidacta, que obviamente no daba lugar al Espíritu Santo en su vida para ser cambiado, transformado más y más a la imagen de Cristo. Pero en vez de esta actitud, vemos que fue una persona autosuficiente, que se admiraba a sí mismo. Era una persona de voluntad propia; era una persona satisfecha, con gran confianza en sí mismo; pensaba que él era el único que podía impartir todas las enseñanzas y toda la predicación en ese lugar. Y por todo ello, este hombre Diótrefes no necesitaba que nadie más viniera para ayudarle.
Bueno, en algunos grupos o sectores cristianos hay personas que ansían un desmedido protagonismo. Aparentan ser personas muy piadosas, pero por sus actitudes se puede ver que sólo quieren figurar y ser considerados como personajes relevantes e imprescindibles. Hay personas que harían cualquier cosa para obtener el poder para ejercer la autoridad. Hay muchas personas, hombres y mujeres que tienen ansias de poder, y tristemente también las hay en algunas congregaciones cristianas. No han entendido el evangelio de Cristo, y en sus vidas no podemos observar ningún cambio, ni en su estilo de conducta, ni en su personalidad. Cristo cambia y revoluciona todo. El tiene poder para hacerlo, si le dejamos el espacio y el sitio que sólo Él merece. Al examinar a Diótrefes, es evidente que en la vida de este personaje dañino para esa iglesia local, no se operaron esos cambios necesarios para que la luz de Cristo brillara con todo su esplendor. En ese caso, ¡qué distinto hubiera sido el comentario que Juan habría hecho sobre este hombre! Qué tristeza que su nombre figure para siempre en las páginas de las Sagradas Escrituras y que pena que nada menos que el apóstol Juan tuviera que escribir un comentario tan negativo sobre él.
Ahora, va a decir algo aquí que quizá pueda parecer demasiado duro. Hay personas que tienen buenas intenciones, pero que disfrutan ocupando un lugar de importancia en su iglesia local, que disfrutan al estar siempre al frente de un grupo de personas. No siempre es por su conocimiento bíblico. No siempre conocen las profundidades de la Palabra de Dios, pero les encanta y disfrutan mucho hablando, expresándose; no siempre expresan pensamientos con una buena base bíblica. Se preguntan por qué la iglesia no crece, por qué la gente no asiste a las reuniones de su congregación. Bueno, es evidente. Si las personas no reciben un alimento sólido de la Palabra de Dios, y si la exposición de las enseñanzas bíblicas no está avalada por la madurez y profundidad espiritual de los maestros, las personas hambrientas buscarán esas vitaminas espirituales para el alma en otras iglesias.
Y hay otras personas que también debieran aprender a guardar silencio dentro de su congregación local. Usted recordará que el Apóstol Pablo dijo en su epístola a los Tesalonicenses, capítulo 4, versículo 11, que debían procurar tener tranquilidad. Hoy en día estamos tratando de enseñar a los jóvenes a que hablen, a que se expresen. Lo que también deberíamos enseñarles, es que escuchen más, para aprender mejor. Son muchos los adultos que quieren hablar, y lo hacen no siempre de las mejores maneras. No dan buenos ejemplos a los jóvenes. Nosotros no deberíamos hablar en la iglesia, a no ser que tengamos algo que decir a Dios, o de parte de Dios.
Hoy nos hemos dedicado a hablar de un personaje que dañó el testimonio, que no dio un buen ejemplo ni a los creyentes, y mucho menos a los que no formaban parte todavía de esa iglesia local. Todo lo que hagamos en nuestra iglesia debe ser única y exclusivamente para la mayor honra y gloria de Dios. Podemos engañar a los demás con actitudes hipócritas de humildad, cuando en realidad lo que se anhela más que nada, es ser objeto de admiración, disfrutar de los privilegios de la autoridad y el poder, sin tener en cuenta, que esto conlleva una grave responsabilidad.
Debemos examinar nuestro corazón, examinar nuestras intenciones, examinar nuestras motivaciones, por las que realizamos algún servicio supuestamente a Dios, o a sus hijos en la iglesia. Tenemos que ser sinceros, porque a Dios no podemos engañarle. Él ve las profundidades de cada alma, y el Espíritu Santo, también nos puede revelar y mostrar qué es lo que realmente hay en nuestra alma.
Estimado oyente, si usted ha tenido alguna vez la oportunidad de ver cómo se filma una película, habrá notado que la mayoría de las escenas se filman una vez tras otra. Se filma tantas veces como sea necesario, para que la escena, o el plano de una escena, salga absolutamente correcto, porque el resultado tiene que ser perfecto. Es asombroso observar cómo los actores y el equipo de filmación trabajan incansablemente para conseguir la mejor iluminación sobre unos detalles importantes, repitiendo docenas de veces una secuencia para que todo resulte impecable. Quizá los actores, el director, el equipo de sonido o de iluminación se cansen, pero no dejarán de trabajan hasta que el director quede satisfecho con los resultados.
Podríamos pensar que si el pueblo de Dios en las iglesias trabajara tan esforzadamente dentro y fuera de la iglesia, el testimonio de los creyentes sería más creíble, y el mensaje de Cristo más atractivo.
¿Nos agrada hacer trabajos importantes para Dios, para su iglesia, para su pueblo? ¿Cuál es mi motivación? ¿Es mi amor por Dios el que me impulsa, o es porque me agrada darme importancia, y deseo los halagos de la gente? ¿Realmente me importa la gloria de Dios, y la extensión de Su Reino en mi ciudad? Todos debemos examinar nuestro corazón y pedirle al Espíritu de Dios que nos revele lo que hay en nuestro interior. Si hay deseos y anhelos que no glorifican a Dios, con los que Dios no estaría de acuerdo, porque son egoístas, y sólo satisfacen mi propio ego, entonces el Espíritu Santo nos lo mostrará claramente. ¿Estamos dispuestos a escuchar la voz de Dios, y obrar en consecuencia? Dijimos antes que el apóstol Juan iba a hablarnos directamente al corazón.
Bien, amigo oyente, vamos a dejar nuestro estudio en este punto. En nuestro próximo programa, vamos a considerar a otro personaje muy diferente, a alguien que fue un ejemplo digno de imitar.
También le recomendamos continuar leyendo los últimos versículos de esta breve carta, o epístola de Juan, para estar familiarizado con su contenido. Esperamos poder contar con su estimada presencia, y como siempre le animamos a ponerse en contacto con nosotros.
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