Estudio bíblico: Nuestra responsabilidad en la edificación de la Casa de Dios - Hageo 1:14-15
Nuestra responsabilidad en la edificación de la Casa de Dios (Hageo 1:14-15)
La respuesta del pueblo
Los últimos versículos del capítulo 1 relatan cómo finalmente la Palabra del Señor tuvo efecto entre el pueblo. Sus espíritus, por mucho tiempo indiferentes y apagados, fueron tocados y despertaron. Comenzaron a ver la incongruencia de su actitud y la magnitud de todo lo que estaba en juego:
(Hag 1:14-15) "Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué Hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios, en el día veinticuatro del mes sexto, en el segundo año del rey Darío."
Es interesante notar que Dios apuntó en su agenda el día exacto en el que comenzaron a trabajar en su Casa: "en el día veinticuatro del mes sexto". ¿Habrá apuntado nuestro nombre y fecha también? ¿O todavía no hemos tomado la decisión de servirle con seriedad?
Ahora bien, tal como Dios ha prometido que ocurrirá cuando buscamos primeramente el Reino de Dios y su justicia (Mt 6:33), ellos vieron cómo todas las demás cosas les eran añadidas. Y lejos de que sus campos, cosechas o negocios sufrieran por dedicarse a la Casa y los negocios de Dios, ocurrió todo lo contrario. Es verdad que la lógica del mundo nos llevaría a pensar que no sería eso lo que pasaría, pero la lógica de Dios (que es la que finalmente cuenta) es totalmente diferente y transciende nuestra compresión y cálculos. El caso es que funciona y muchos de nosotros podemos dar fe de ello.
Desde el momento en que el pueblo puso manos a la obra en la Casa de Dios, él les dijo: "Desde este día os bendeciré" (Hag 2:19). Y así ocurre siempre. Por eso, lo inteligente es trabajar por los intereses de su Casa y él trabajará por los nuestros.
Edificando la Casa de Dios
La forma en la que ellos tenían que dar testimonio de Dios en aquellos días consistía en edificar la Casa de Dios con piedras cortadas en la cantera, con madera del bosque y algunos otros materiales y herramientas, pero ¿qué significa esto para nosotros hoy? ¿Cómo hemos de dar testimonio en nuestros días?
1. Fracasos en la edificación de la Casa de Dios
Antes de contestar a estas pregunta, hagamos un pequeño repaso de algunas de las cosas que ya sabemos.
Tanto el Tabernáculo que Moisés levantó en el desierto, como el magnífico Templo que Salomón edificó años después en Jerusalén, eran un testimonio vivo para las naciones paganas que les rodeaban, de la presencia del Único y Soberano Dios.
La verdad central detrás del Tabernáculo o del Templo era que Dios se había dado a conocer a los hombres y quería tener una relación personal con ellos. Y para que esto pudiera llevarse a la práctica, les había dado sus leyes y había decidido morar en medio de ellos.
Por todo esto, el Tabernáculo fue conocido como "el Tabernáculo de reunión", puesto que desde él Dios estaba dando testimonio a todo el mundo a su alrededor. Salomón entendió la importancia de este hecho y decidió construir un magnífico Templo que de alguna manera pudiera mostrar la gloria de ese Dios. Notemos lo que él mismo dijo al respecto:
(2 Cr 2:5) "Y la casa que tengo que edificar, ha de ser grande; porque el Dios nuestro es grande sobre todos los dioses."
Finalmente Salomón construyó un templo cuya gloria deslumbraba a todos, pero tristemente, siglos después, en el momento en que el profeta Hageo estaba escribiendo, aquella Casa estaba en ruinas. Sus piedras habían sido derribadas, sus materiales precisos robados, y mucho de su contenido llevado a Babilonia donde había sido colocado en los templos de sus dioses paganos, dando a entender con ello que sus falsos dioses eran superiores al Dios de Israel.
Hageo sufre por esta situación y exhorta vehementemente al pueblo para que vuelvan a edificar la Casa de Dios, porque su testimonio estaba por los suelos: "Esforzaos... cobrad ánimo... trabajad" (Hag 2:4).
Sin lugar a dudas, todo esto encierra un tremendo mensaje también para nosotros en el día de hoy. No es necesario forzar el texto bíblico ni inventar raras interpretaciones para ver lo que quiere decirnos. Y debemos prestar la debida atención, porque la pregunta que este pasaje nos presenta es seria y urgente: ¿Cómo es nuestro testimonio en el día de hoy? ¿Qué tal tu testimonio, hermano, hermana, ante una sociedad cada vez más incrédula y atea, que niega, pisotea y hasta se ríe de Dios? ¿Y el mío?
El apóstol Pablo llegó a decir de los judíos que el Nombre de este glorioso Dios era blasfemado por los incrédulos a causa de su conducta poco piadosa (Ro 2:24). ¿Y cuántas veces sigue pasando lo mismo ahora por causa de los que hoy se dicen "pueblo de Dios"? Y lo más triste de todo este asunto es que con frecuencia los incrédulos tienen razón. ¿En cuantos sitios el testimonio está en ruinas por culpa de la conducta poco cristiana de los que se llaman creyentes? No olvidemos que la gente nos observa, mira nuestras vidas, cómo nos comportamos en nuestras familias, negocios e iglesias. Y con demasiada frecuencia, su conclusión es la siguiente: "Si eso es el cristianismo, que se queden con ello y que a mí me dejen en paz... que no me hablen más de su Dios".
Muchas veces el testimonio está en ruinas por culpa de la negligencia, la indiferencia y la mundanalidad de los creyentes. Su actitud se podría resumir con la frase del apóstol Pablo: "Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús" (Fil 2:21). ¡Qué pocos creyentes buscan la gloria del Señor, su honra y sus intereses en este mundo! ¡Hay tanto trabajo para hacer, pero son tan pocos los que tienen tiempo o ganas de hacerlo!
2. Causas del fracaso para dar testimonio de Dios: No le conocemos suficientemente
En otras muchas ocasiones, cuando sí que queremos dar testimonio de Dios, es de una calidad tan pobre, y con frecuencia muy inadecuado, porque no nos hemos preparado para presentar defensa ante los que nos demandan razón de la esperanza que hay en nosotros (1 P 1:15). Y en una sociedad cada vez más sofisticada y científica, nos ven como pobres prediluvianos que no sabemos dónde tenemos la mano derecha ni la mano izquierda. Y esto lleva a las personas a perder el poco interés que pudieran tener.
¡Oh hermanos y hermanas, en tantos sitios y por tantas razones, el testimonio está en ruinas, y es urgente hacer algo para que la gloria de nuestro Soberano Dios se vea en medio de las tinieblas de nuestra actual sociedad!
Pero lo cierto es que nunca tendremos un testimonio eficaz frente al mundo si no conocemos al Dios de quien queremos dar testimonio. Y para eso es primordial cultivar una comunión íntima con él.
Recordemos una vez más las lecciones que aprendemos por medio del Tabernáculo y el Templo. En primer lugar, que Dios no es un Dios distante y sin interés en nosotros, viviendo a años luz en alguna parte pedida del espacio. Todo lo contrario. El es un Dios cercano que mora en medio de su pueblo y quiere tener comunión con él. Es más, nos invita a acercarnos, nos busca, llama a la puerta de nuestras vidas. Recordemos las palabras del Señor a la iglesia en Laodicea:
(Ap 3:20) "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré con él, y cenaré con él, y el conmigo."
Porque, aunque es cierto que en el pasado los sacerdotes no podían entrar hasta el Lugar Santísimo dentro del Tabernáculo, ahora eso ha cambiado radicalmente para nosotros en este tiempo, de tal manera que el autor de Hebreos nos dice que en cualquier momento podemos entrar hasta la misma presencia de Dios y tener comunión íntima con el Soberano Dios del Cielo (He 4:16).
Esta preciosa y vital comunión con Dios la podemos tener por medio de la oración. En este sentido es oportuno recordar lo que el Señor dijo: "Escrito está; mi Casa, Casa de oración será llamada" (Mt 21:13). Por lo tanto, ¡qué importante es la oración en la vida del creyente! ¡Y cuánta ruina hay en la vida de oración de muchos creyentes! Con frecuencia me he hecho eco de las palabras de una estrofa de un hermoso himno compuesto por Carlos Wesley: "Repara oh Dios las ruinas / de mi pobre corazón, / y hazlo surgir de nuevo / en Casa de oración".
No lo olvidemos; si queremos que nuestro testimonio de Dios ante el mundo sea eficaz, es imprescindible conocerle íntimamente, y una de las maneras más efectivas para hacerlo es pasando tiempo en oración con él.
3. Causas del fracaso para dar testimonio de Dios: No aceptamos su señorío en nuestras vidas
Otro de los problemas que enfrentamos en nuestro testimonio es que no hemos entendido ni aceptado correctamente la autoridad de Dios en nuestras vidas y en este mundo.
A fin de entender lo que queremos decir, sería interesante considerar la primera aparición de la expresión "la Casa de Dios" en la Biblia. Esto ocurrió en (Gn 28:16-17). En cuanto a las circunstancias, Jacob tuvo un sueño en el que veía una escalera que apoyada en la tierra, su extremo tocaba el cielo, y vio también ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Esta visión le hizo exclamar: "Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía... ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo". ¿Qué es lo que entendió Jacob en aquellos momentos y que tanto le impresionó? Cuando Jacob se refiere a ese lugar donde él había estado durmiendo como "puerta del cielo", necesariamente tenemos que pensar en la importancia que la puerta de una ciudad tenía en el mundo antiguo. Allí era el lugar donde los ancianos y jueces se sentaban para gobernar y administrar los múltiples asuntos legales, sociales y personales que surgían a diario en esa comunidad. Y cuando Jacob vio a los ángeles (que son como los ministros ejecutivos de la actividad celestial) subiendo y descendiendo para cumplir las órdenes y misiones encomendadas por Dios en los asuntos relacionados con su reino aquí en la tierra, él pensó inmediatamente que aquel lugar era "la Casa de Dios". Seguramente se sorprendió de ver cuán cercano estaba Dios y su vasta Administración. Él sabía que todo eso existía allá lejos en el cielo, pero esa noche aprendió que Dios y toda su Administración con sus infinitos recursos estaban allí mismo donde él se encontraba. Y por supuesto, quedaban a la disposición de aquel que está dispuesto a servirle.
Por lo tanto, como ya consideramos en un estudio anterior, el concepto de "la Casa de Dios" se relaciona con el gobierno, la autoridad y los derechos de Dios sobre toda su creación. Y precisamente estos son los conceptos que están en crisis en el día de hoy, tanto en nuestra proclamación del evangelio, como en las vidas de muchos que se llaman cristianos.
Volvamos a recordar las palabras del Señor Jesucristo antes de ascender al cielo para ser glorificado y sentarse a la Diestra de la Majestad en las alturas:
(Mt 28:18-20) "Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."
Hoy en día se predica un evangelio "light" que enseña conceptos muy diferentes a los que encontramos en estos pasajes. En la misión de llevar el evangelio hasta el fin del mundo, el Señor puso todo el énfasis en su suprema autoridad y señorío. Pero es precisamente este concepto del señorío de Jesús lo que tantas veces se ignora en la predicación. Algunos dicen que lo importante es decirle a la gente que acepten a Jesús como su Salvador, y así asegurar su puesto en el cielo, y después de eso, si lo desean, pueden "matricularse" para la asignatura más exigente del señorío de Jesús. Ya tendrán tiempo para pensar en ello, nos dicen. No es un tema del gusto de la mayoría, así que no debemos enfatizarlo demasiado, especialmente entre nuestra juventud, porque si no se van a ir de la iglesia.
Y tristemente, la verdad acerca del señorío del Señor está por los suelos en las vidas de muchos creyentes y también en muchas iglesias.
Ahora bien, cada iglesia local, según la Palabra, es "Casa de Dios" (1 Ti 3:15) (Mt 18:20). Esto quiere decir que Dios se digna a morar de una forma real y muy especial en medio de su pueblo, de la misma manera que en el pasado lo hizo en el Tabernáculo o en el Templo. Por lo tanto, cada iglesia local debería ser un faro de luz irradiando las grandes verdades de nuestro Soberano Dios hacia un mundo sumido en las tinieblas de su propia ignorancia.
Esta idea queda claramente confirmada en los tres primeros capítulos de Apocalipsis. Allí las siete iglesias de Asia Menor son presentadas como siete candeleros de oro que brillan en un mundo oscuro. Este es el propósito de su existencia. Y todo esto se relaciona estrechamente con el capítulo cuatro del mismo libro, en donde se nos lleva a contemplar una impresionante visión del Trono de Dios.
Esto nos obliga a pensar en dos cuestiones íntimamente relacionadas entre sí. La iglesia existe para proyectar la luz de la gloria de Dios a este mundo, pero eso no será posible en tanto que no se reconozca la suprema autoridad del señorío de Cristo.
Tristemente en el día de hoy, muchas iglesias han abandonado hasta los símbolos visibles de esta autoridad suprema de Dios en el orden que él mismo estableció en las iglesias (1 Co 11:10). Y ha sido descartada por la simple razón de que no encaja con el espíritu igualitario (y marcadamente feminista) que se promueve por todas partes en el mundo de hoy. Se sustituyen de este modo los mandamientos del Señor por las modas del mundo.
Ahora nos toca pensar en qué haremos nosotros. ¿Ayudaremos a mantener, o incluso aumentar las ruinas? ¿O seremos como aquellos que en el tiempo de Hageo decidieron involucrarse en la obra de la Casa de Dios, para que con nuestra pequeña colaboración personal podamos ayudar a colocar de nuevo en su sitio las piedras caídas para la gloria de nuestro Gran Dios?
Algunas referencias a la Casa de Dios en el Nuevo Testamento
Leamos con atención estos pasajes: (1 P 2:4-6) (Ef 2:20-22) (1 Co 3:9-19), y fijémonos en varias cosas importantes:
Cada uno de nosotros, individualmente, somos piedras vivas en la Casa de Dios, su Templo santo (1 P 2:5).
Estamos siendo edificados día tras día (es un proceso), y de alguna manera nosotros tenemos una responsabilidad activa y concreta en ese proceso. Esto queda especialmente claro en (1 Co 3:10), donde Pablo dice: "Cada uno mire cómo sobreedifica".
Tristemente es posible que vayamos añadiendo a la Casa de Dios materiales de baja calidad, que no concuerdan con el carácter de Dios, y que por lo tanto, serán desechados y quemados en el gran día cuando los creyentes comparezcamos ante el Tribunal de Cristo. En (1 Co 3:15) nos dice que quien haga esto "sufrirá pérdida". Es importante, por lo tanto, que examinemos con cuidado qué es lo que cada uno de nosotros estamos añadiendo a esa construcción.
La piedra principal de todo el diseño de la Casa de Dios es el mismo Señor. Si modelamos nuestras vidas sobre la persona de Cristo, seremos "edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2:22). Recordemos la exhortación de Pedro: "Acercándoos a él" (1 P 2:4). Esto es imprescindible, porque sólo en íntima comunión con él podremos modelar nuestras vidas sobre la roca angular que es Cristo.
Cada creyente, como una piedra viva de la Casa de Dios, debe ser cortada y trabajada laboriosamente para que pueda ser colocada con precisión en su sitio. Y cada uno de nosotros debemos estar ocupados en esa tarea. El apóstol Pablo exhortaba a los creyentes de este modo: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor" (Fil 2:12). Esto implica que la vida cristiana no termina el día que nos convertimos y somos perdonados de todos nuestros pecados, de hecho, ese día es el comienzo de una vida cristiana en la que queda una larga tarea por delante. Es verdad que la tarea puede parecer muy difícil, o imposible en la mayoría de las ocasiones, pero si nos ocupamos de nuestra salvación con temor y temblor, entonces veremos que "es Dios el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13).
Reflexión final
Al terminar nuestras consideraciones sobre el primer sermón del profeta Hageo, debemos recapitular algunas ideas.
Hemos visto que en aquel tiempo Dios intervino en la historia para sacudir todo el orden mundial, quitando a Babilonia, aquella gran superpotencia, y colocando en su lugar al imperio Persa. Levantando también como su gobernante a Ciro, quien obedeciendo los mandamientos de Dios promulgó un decreto para que su pueblo regresara a su país.
¿Y cuál fue la finalidad de todos esos movimientos internacionales? ¿Fue para que los israelitas pudieran edificar buenas casas artesonadas y cuidaran de sus propios negocios? Por supuesto que no. ¡No y mil veces no! La finalidad era para que el testimonio del Dios vivo volviera a brillar con claridad desde allí a todas las naciones paganas e idólatras a su alrededor. Y también, para que de esta manera se cumplieran las promesas relativas al nacimiento del Mesías.
Unos quinientos años después de que Hageo profetizara, Dios volvió a intervenir en la historia de nuestro mundo, haciendo que Augusto César, el gran emperador romano, promulgara otro decreto que sirvió para que empezaran a cumplirse las profecías relacionadas con el nacimiento del Mesías. Fue por ese decreto que José y María viajaron hasta el pueblo de Belén para que tal como había sido anunciado, naciera allí el Mesías. Ese mismo Mesías que unos años después sacudiría al mismo Imperio de las Tinieblas por medio de su muerte en la cruz, a fin de que todos los que lo deseen puedan emprender el camino de retorno y reconciliación con Dios por medio de la fe en él.
¿Y para qué ha movido Dios la historia de este mundo una y otra vez? ¿Para que ahora, dos mil años después, nosotros podamos vivir tranquilamente ocupados en los asuntos de nuestras casas, negocios y carreras mientras la Casa de Dios va languideciendo?
Por supuesto que no. Y si al llegar a este punto seguimos pensando así, entonces es que no estamos aprendiendo absolutamente nada del libro de Hageo.
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